38. Meg
Con la misma lentitud con la que mata el dolor, mi frente se deja caer en el puerta mientras mi mano todavía se envuelve sobre el pomo, como intentado decidir qué es lo correcto. Si quedarme en este vacío que sigue creciendo, o volver a la sala con Jay.
Limpio con rabia una lágrima que empieza a rodar en mi rostro, mis dientes se adhieren a la carne dentro de mi boca con fuerza para ayudarme a contener el resto que ruegan salir y ahogarme.
Dos pasos hacia atrás. Todavía con la vista fija en la puerta.
Mis uñas se abren paso a la raíz de mi cabello, siento como el aire empieza a escasear hasta que me cuesta respirar. Me duele tragar y el dolor se abre como una flor con espinas en mi pecho, mi cabeza vuelve a nublarse.
Ruego como mis lágrimas.
Por favor... No.
La sensación de las hormigas caminando en mis brazos viene acompañada con el deseo de gritar pero es imposible, la respiración se me hace corta y se anuda detrás de mí garganta.
Mi vida empieza a aplastarme.
Con dificultad me acuesto en la cama, casi ni me doy cuenta de que no pude seguir conteniendo las ganas de llorar, ensucian mis mejillas. Cierro mis ojos, aferrándome a alguna idea de tranquilidad, pero nada. Acaricio mis sábanas limpias intentado tranquilizarse. Puedo con esto.
Puedo con esto.
Puedo con esto...
Lo repito. En mi cabeza y en susurros, hasta que me quedo dormida o mi cuerpo me hace el favor de desmayarse. Pero sueño en negro, con sombras negras e incomodidad.
.
.
Cuando lentamente despierto, todo luce borroso y oscuro. Apenas puedo recordar en donde estoy. Todavía tengo un puño sobre el abdomen pero lo aparto para levantarme desde la mitad de mi cuerpo. La pesadez debajo de mis ojos casi no me permite mantenerme alerta y la acidez que recorre mi esófago me produce náuseas. Levanto mi teléfono para ver la hora.
Tengo treinta minutos de retraso.
—¡Maldita sea!
Ignoro cualquier dolor de mi cuerpo y me obligo a vestirme con cualquier cosa, incluso creo haberme puesto una media de otro par, corro al baño para cepillarme los dientes y no me reviso en el espejo para ver el estado de mi cabello y mucho menos de mi rostro sin maquillaje.
Cierro la puerta del apartamento detrás de mí intentando que mi bolso no se caiga de mi hombro, Jay debió irse sin mi. Corro por las escaleras ayudándome con las paredes, lo único que logro es doblarme dolorosamente uno de mis pies. Maldigo lo más discretamente que puedo al conserje por haber dejado que el maldito ascensor se dañara hace dos días.
Salto con mi pie sano los últimos escalones, piso mi abrigo en el suelo cuando cae frente a mi todavía una una parte dentro del bolso y junto a él, sale disparada mi ropa de cambio.
—¿Necesitas ayuda?—se acerca a mi el chico recepcionista. Mastica un chicle mientras sonríe.
—¡No! ¡No! ¡Estoy bien!—digo mientras meto todo de nuevo todo como trapos dentro de mi bolso.
—No pareces estar bien.
Lo miro a los ojos con las cejas juntas pero mantiene una sonrisa amigable, me tiende el abrigo y me levanto.
—Gracias, pero estoy realmente apurada.
—¿Te dejó tu novio?—encienden el fuego de mi sangre.
—No es mi novio.
—Se fue con una chica hace un rato cuando empezó a llover.
—Gracias. No era algo que quería saber.
Corro a la salida esperando poder tomar un taxi. Algunas gotitas de lluvia me mojan la cabeza. Siento como todo vuelve a repetirse. Alzo la mano y se detiene uno en un estado algo deplorable pero no tengo tiempo para sentirme como una princesa ahora.
—¿A dónde vamos?
—Timotie's, calle Florencia.
Respiro con alivio y dejo caer mi peso en el respaldo del asiento. Reviso los mensajes de mi teléfono, no hay ni uno de Jay, tampoco ninguna llamada. Pero qué puedo pedir, dijimos cosas hirientes. Además de que me besó y, lo rechacé.
Quería seguir. Claro que quería sus manos sobre mi cuerpo, no quería separarme ni un minuto de sus labios. Pero mi cabeza me jugó una pesada y no pude evitar pensar en Britney y en Jay juntos, jamás había sentido algo comparado con esto. Ni siquiera con Lisa Audrey, ella no sería ningún problema para Britney.
Todo eso de nuestra vida en Ciudad Solar parece un lejano sueño, una realidad alterna en la que tengo padres que me abandonan por sus trabajos y casi siempre estoy en casa de mi mejor amigo sin ningún tipo de interés amoroso.
Ahora estoy aquí. Preocupada por Bridge, estresada porque no tengo el suficiente tiempo para estudiar por mi trabajo, algo indignada por la familia que intenta incluirme y no sé con qué propósito y esta extraña mezcla de emociones que siento por mi mejor amigo con el que me beso y que trato como mío. A parte de un nuevo chico detrás de mi.
Un nuevo mensaje de Heron entra en la mensajería. Me recuerda sobre la fiesta de esta noche, me pide que le envíe un mensaje cuando salgamos del trabajo para pasar por nosotros. Dudo que sea nosotros después de nuestra discusión.
Heron es gracioso, siempre tiene cosas de las qué hablar. Pero recuerdo la acusación de Jay y no puedo evitar molestarme. No mentía cuando le dije a Jay que no quiero nada con él, somos amigos. Quiero hacer amigos.
Me he restringido muchas cosas en mi vida. Como el tener una infancia bonita y una adolescencia normal. Suspiro intentando absorber algo de tranquilidad.
Odio la palabra quisiera. Es para las personas soñadoras que creen que el mundo es sencillo y lindo. Dios, intento ser positiva. No estuviera aquí si no. Pero hay días en el que quiero rendirme y soltar cada lágrima que me prohibí soltar. Mamá no me dejaba tener amigos, papá no podía intervenir porque siempre estaba trabajando o haciendo algún viaje. Yo quisiera que las cosas hubiesen sido distintas.
Y me odio porque soy parte de esos soñadores, que siguen creyendo que el mundo está lleno de sueños y esperanzas, a pesar de todo.
Bajo del auto después de pagarle al conductor y agradecerle. Entro por la entrada de empleados quitándome el abrigo e intentando peinar mi cabello en una cola más o menos decente después de que la llovizna mojara gran parte de él.
—Creí que ya no vendrías—me abraza Sarah.
—Tengo que venir—intento sonreír pero me sale tan terrible que ni yo misma puedo convencerme de que es real.
—¿Estás bien?—pregunta dejando sus manos en mis codos. Me muerdo la carne dentro de mi boca—. Meg, ¿estás bien?
Por primera vez, soy honesta. Niego con la cabeza y me dejo abrazar por sus brazos.
—¿Qué ocurre? ¿Te pasó algo de camino? Puedes contarme.
—¡Llegas tarde!—la voz de Britney chilla en mis oídos.
Me alejo con suavidad de Sarah quien me mira cautelosa. Me limpio las lágrimas con el dorso de mi suéter y me enderezo.
—Se te dan permisos extras y veo que se está haciendo costumbre—cruza los brazos, Víctor sale a un lado de ella.
—¿Todo bien?—pregunta.
—Meg volvió a llegar tarde.
Víctor dirige su atención a mi desastrosa imagen, pero su mirada se suaviza al detallarme.
—Oh, cielo. ¿Está todo bien?—se acerca a mi y enrosca su mano en mi brazo con dulzura.
—Esto no es un psicólogo, Víctor.
—Deberías aprender a tratar a las personas antes de trabajar, Britney—le responde.
—Te recuerdo que yo soy la jefa aquí.
—El jefe aquí soy yo—me pega a su cuerpo—. Tú estás aquí más como una aprendiz que como una jefa.
Todo se queda en silencio. Los cocineros dejan sus paletas de lado y el único sonido que se escucha es del aceite friendo la tensión que se condensa con cada segundo que pasa.
—¿Qué están viendo? ¡Todos a trabajar!—exclama Britney yéndose en dirección contraria sin decir nada más.
—¿Estás bien, Meg?—se posiciona en frente de mi.
—Sí, estoy bien—sonrío—. Gracias por eso. Iba a despedirme si respondía yo.
—Sé que adaptarse a todo esto no es sencillo. Pero lo lograrás—frota mis brazos con cariño—. Si hoy no te sientes bien, vete. Los empleados son igual de importantes que los clientes.
Asiento, sus palabras hacen que la nube gris se desvanezca un poco. Se va guiñándome un ojo. Sarah me hace prometerle de que le contaré el porqué estaba así. A veces sí me meto en problemas.
Me coloco el uniforme de camarera de prostíbulo y me doy cuenta de el pie que doblé en las escaleras del edificio está diferente al otro. Me siento en una de las bancas para verificar de que siga pegado a mi pierna. Empieza a hacerse una inflamación y parece del tamaño de una naranja pequeña.
—¿Estás bien?—levanto la vista—. Escuché que Britney te gritó.
—Hola, Colin—sonríe—. Sí, estoy bien. Llegué algo tarde.
—No llegaste tarde, Britney está loca por la perfección—se sienta a mi lado—. Ese pie se ve feo.
—Se dobló mientras bajaba las escaleras.
—Parece un esguince. Tuve uno una vez mientras jugaba béisbol.
—¿Crees que sea uno?—se acerca a mi pie y pincha la bolita con una dedo, su expresión concentrada es más graciosa que preocupante.
—Sí, debe ser uno. ¿Corriste después de eso?
—Bastante.
—Por eso se inflamó tan rápido. No puedes correr y debes ponerte muchísimo hielo. O es lo que me decía la niñera. No estoy muy seguro si sabía algo de primeros auxilios—ríe, lo acompaño con sinceridad—. Pero era linda.
—¿Qué pasó con ella?
—Estaba... Mayor.
—Lo siento—arruga su nariz pecosa quitándole importancia.
—Está bien. Me enseñó a cuidar un esguince y ahora te enseño a ti.
—Primera vez que logro hablarte sin que tartamudees—se sonroja.
—Ya siento que te conozco, Jay habla demasiado de ti a veces—rueda los ojos pero se da cuenta después de un instante de lo que dijo—. Adiós, Luna Lovegood.
Sonrío.
—Gracias, niño Weasley.
.
.
Intento caminar lento mientras llevo bandejas de aquí a acá, la mirada de Britney me sigue como el ojo de un halcón vengativo. No sale de la cocina pero me vigila asomando su cabeza de vez en cuando. El zapato me aprieta donde mi supuesto esguince está y no dejo de pensar en lo mucho que está empezando a dolerme.
Entro una vez más a la cocina con una bandeja llena de platos y tazas sucias que tengo que dejar en el lavaplatos. Respiro antes de acercarme a Jay, no me levanta la mirada y se concentra en duchar con la manguera al ultimo plato dentro del fregador.
Coloco la bandeja a un lado para pasarle la vajilla amablemente y no tirárselo dentro del fregador, siempre me dice lo mucho que le molesta, incluso se ha cortado los dedos unas dos veces cuando se rompen por ponerlos ahí sin cuidado.
—Colin me dijo que tienes un esguince—dice después de pasarle dos platos, todavía sigue sin verme.
—Sí. No es nada grave.
—Es un esguince.
—Te fuiste sin mi—apoyo mis manos en el borde.
—Toqué la puerta muchísimas veces—hablamos en voz baja.
—Te fuiste y ya me dijeron que llegaste posiblemente con Britney.
—Se ofreció a llevarnos porque estaba de paso.
—Qué amable Britney—le paso una taza con una sonrisa—. Me pareció tan tierna cuando me gritó frente a todos.
—Llegaste tarde—me detengo a medio camino.
—A veces eres un completo imbécil—le suelto la taza en el fregador.
Agarro otra bandeja para irme por donde vine.
—Meg.
No miro hacia atrás.
—Meg—agarra mi brazo con sus manos mojadas—. Disculpa, no era lo que quería decir. No debió gritarte.
—¿Qué querías decir en entonces? ¿Que te comiste a Britney en el camino?—me suelto de su agarre.
—Eres imposible.
—Y tú un...—enrojezco— No me hables.
Regreso al trabajo prácticamente cojeando.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro