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34. Meg

Los ojos verdes de Hailee se abren con sorpresa a través de la pantalla del celular de Jay. Retuerzo los dedos de mi mano libre y muerdo la carne del interior de mi labio. Parpadea un par de veces antes de responder.

—¿Qué Jay y tú... Qué?—dice con una risa de por medio.

—¡¿De todo lo que dije, es lo que escuchaste?!—río.

—¡Estoy sorprendida! No puedes culparme—exhala—. Es mucho que digerir. ¿Entonces te conseguiste a la tía mágica y misteriosa? ¿Se están cuidando, cierto?

—Sí y sí...—no era mi intención hablar tanto pero salió como vómito expulsado por la culpa.

—¿Y Jay y tú ahora son... Novios?

—¿Qué? ¡No! ¡Claro que no!—dejo caer mi frente sobre la palma de mi mano—. No sé, Hailee. Es complicado. No hemos hablado del tema, lo dejamos pasar una y otra vez.

—Desde siempre supe que había algo entre ustedes. ¿Dónde está, por cierto?

—Nunca había pasado algo antes de la fiesta. Fue a hacer unas compras.

—¿Tampones?

—Sí—digo un segundo tarde.

—Te quiere de verdad—asiente, su cabello rizado se desliza sobre sus hombros—. No puedes dejarlo como está. Sucederá algo y no podrás pedirle una explicación.

—Jay no es así...

—Meg. La gente puede cambiar. Jay es un chico lindo por donde lo mires. ¿Me puedes decir completamente segura de que no hay ninguna chica sospechosa desde que llegaron?—alza una ceja.

La imagen de Britney es un destello en mis pensamientos. No tengo razones para odiarla y es lo que odio. Podrá ser asfixiante en el trabajo pero siempre es atenta y amable, así que no puedo responder.

—Nunca viste como te miraba Jay. Siempre lo supe, es muy evidente... ¿Estás segura de que nunca sentiste un indicio de que algo no iba bien en ti con respecto a él?—tampoco contesto, sólo recojo un hombro hasta mi barbilla—. Jay y tú tienen algo especial. Algo que muchos incluso desean, confían demasiado y tal vez un poco dolorosamente entre ustedes, han pasado cosas juntos. No puede ser una casualidad o una confusión.

—Tengo que hablar con él. Sólo que... Han habido demasiadas cosas.

—¿Amigos nuevos?—pregunta.

—Algunos, pero no es de mis mayores preocupaciones.

—¿Algún otro chico...por si acaso?—sonríe pícara.

—¡Hailee!—ríe—. Hay algunos. Pero no. Jay, bueno.

—¿Ya le dijiste que te gusta?

—No. Creo que lo sabe. Debe saberlo.

—No pierdas el tiempo en no decírselo, ¿bien?

—¡Meg!—escucho la puerta abrirse y cerrarse de golpe. Siempre le repito que no cierre tan fuerte pero sigue sin hacerme caso.

—¡Dile que lo amo! ¡Y te amo a ti, amiga! Todo estará bien—me lanza un beso y se despide prometiendo que llamará más seguido.

—¡Estoy aquí!—le grito desde mi habitación.

—¿Cómo te sientes?—entra a mi habitación con una bolsa transparente en mano.

—Estoy bien—sonrío.

—Te traje helado y tu pedido de gran urgencia.

—Eres un ángel—se sienta junto a mi y me tiende una cuchara para después darme un botecito de helado de mantecado.

—¿Estás nerviosa?-me meto una cucharada en la boca.

—No lo sé...

—¿Aún sigues queriendo que vaya contigo?—apoya una mano sobre la cama.

—Por supuesto que sí. Es de lo único que estoy segura ahora—me detengo con mi helado—. Jay...

—¿Sí, nena?

—Tengo miedo—lanzo mi cabeza en sus piernas, algunas lágrimas brotan de mis ojos.

—¿Meg?—me sacude—. ¿Meg, estás llorando?

—Sí-digo sorbiendo por la nariz—. Ve tú y di que no pude ir.

—Puedo llamar y decir que no te sientes bien—acaricia mi espalda—. Mírate, es la tercera vez que lloras hoy.

—Perdón, pero el desayuno estaba delicioso.

—¡Pero me asustaste! ¿Qué harías si me pusiera a llorar de la nada?—ríe.

—Me burlaría de ti y luego preguntaría—levanto mi torso y enjuago mi nariz con mi muñeca. Me mira con cariño—. ¡Deja de verme así!

—¡Te miro como siempre!—vuelve a reír, no puedo evitar hacerlo también. Pasa su dedo pulgar debajo de mis ojos con cuidado.

—¿Te sientes mejor con tu helado?

—Si... Gracias, Jay—junto mi barbilla con su hombro.

—¿De verdad estás bien para ir?

—No deja de enviar mensajes desde el jueves. Tenía la esperanza de que lo suspendería, pero es realmente imposible. Me contó por teléfono que lo ha planificado por tres meses. Papá me mataría si se entera que veré al abuelo.

—Todo irá bien—dice con seriedad.

—Siento que me odian.

—Nadie puede odiarte.

—Mamá sí—suspiro—. Me repitió por años, cada vez que preguntaba por qué los abuelos no nos visitaban o por qué no jugaba con mis primos como otros niños, que ellos me culpaban por haber separado a mi padre de su familia. Si no la querían a ella, mucho menos a su hija. Intento pensar que no es así, pero tanto tiempo envenenándome que... No sé qué es correcto y qué no.

Jay guarda silencio unos momentos.

—¿Cómo lloras por el desayuno pero no con esto?—pregunta. Sonrío con algo de tristeza.

—Lloré demasiado por eso antes.
.

.

Después de darme una ducha y revisar el reloj por onceava vez, camino en círculos en mi cuarto pensando en qué es apropiado usar cuando estás en esos días y verás a la familia de tu padre de los que tienes años sin saber noticias. Mi vientre esta algo hinchado como para usar las camisas que generalmente uso y no quiero usar pantalones. Fue buena idea decidirme por fin a ordenar y sacar todo de mi equipaje porque ya hubiese una gran montaña de ropa en el centro de la habitación.

No la hay en el suelo. Pero sí en la cama.

Suspiro con las manos en la cintura. Hay una última opción. Saco el vestido amarillo de su gancho y lo mido con mi cuerpo en el espejo. No he tenido la oportunidad adecuada de usarlo.

Lo compré hace un tiempo atrás con Hailee, ella se medía vestidos para una cita elegante con David. Habláblamos sobre el amigo de su novio que estaba muy interesado en mi, Hailee me insistió en buscar alguna pareja romántica pero estaba muy ocupada con mamá en casa para tener que lidiar con un novio. Sólo le respondí que no pero insistió tanto en que me lo probara y lo comprara que no tuve remedio.

Me lo paso por el cuello y brazos. Es entallado hasta el final de las costillas y lo decoran delgadas líneas blancas horizontales. Me paso una chaqueta de jean por los hombros y me veo de nuevo en el espejo.

Salgo de mi habitación y camino a la de Jay que como casi siempre, está abierta. Lo encuentro colocándose una camisa color rojo, la espalda de Jay tiene lunares que no me he dedicado a contar todavía. Quedo en mi sitio junto al dintel para verlo darse cuenta que está al revés, suspira con fastidio y vuelve a sacársela.

Quedaba mitad de camino al voltearse. Lo recibo con una sonrisa.

—Wow, ¿por qué no habías usado ese vestido antes?—termina con su camisa y se acerca a mi—. Te ves fantástica, Meg.

—¿Eso crees?—giro en mi sitio.

—No lo creo, es así. Me gusta tu trenza—me muerdo el labio con una sonrisa.

—Tampoco te ves nada mal, messie Sullivan—se inclina dejando un beso en mis labios.

.

.

La tía Patricia no vive en la ciudad. Mi pierna refleja mi ansiedad rebotando una y otra, no puedo dejar de ver la ventana a pesar de que no tengo modo de saber cuánto nos falta. Jay le dio la dirección al taxista que ella se encargó de enviar tres veces y con detalles junto con puntos de referencia y números extras por si surgía alguna emergencia. Jay se rueda en el asiento para estar cerca de mi.

—Lamento decírtelo de nuevo. Pero luces increíble—quito mi uña de entre mis dientes.

—¿Y si ponen caras raras y no quieren que esté ahí?

—Nos iremos y no volveremos—sonríe con seguridad.

—¿Podemos hacer eso?

—Haz sido más grosera antes—me codea.

—Pero ellos son mi familia.

Toma mi mano y con su pulgar la acaricia con lentitud.

—Si es demasiado para ti, nos iremos—afirma—. Te lo prometo.

—A veces haces muchas promesas—recuesto mi cabeza en su hombro.

—Tú lo vales—sé que no puede verme, pero desde mi corazón sale una sonrisa.




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Sé que ya había subido capítulo hoy. Pero estoy escribiendo nuevos y me muero porque los lean :)

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