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33. Jay

Regreso a sus labios después de ver su sonrisa más tranquila. Arde mi herida, pero sólo quiero que su labios sigan sobre los míos. Llevo una de mis manos a su cintura e inclino un poco más mi cabeza para hacerla sentir más cómoda con la altura, una de sus manos acaricia mi pecho para después entrelazarla con la otra y guiarme con ella sin parar de besarme, río mientras aprieto más su cintura contra mi cuerpo.

Abro la puerta de mi habitación y la cierro de espaldas a mi sin parar de besarla, haciendo la caricia más desesperada y necesitada. Me empuja del pecho a la cama con una sonrisa llena de problemas en su rostro, sube a mi regazo y sus labios van directo a la vena palpitante de mi cuello, el escalofrío en mis piernas es casi de inmediato cuando hace movimientos de atrás hacia adelante con su pelvis sobre mi sin detenerse en mi cuello, cierro los ojos y puedo escuchar el tamborileo de mi corazón en mis oídos. 

Sus ojos oscuros regresan a mi y me retengo de besarla a mirarla un par de segundos, mis dedos deslizan con cuidado la cola de su cabello y cae por su espalda como una cascada, sonríe y hace que me tense un poco más el tacto de sus dedos en mi abdomen para subir mi camisa y sacarla de mi torso. Bajo el cierre de su falda y ella misma la desliza por su cuerpo.

Tiro la prenda en la suelo para regresar a sus labios y tumbarla en la cama acomodándola debajo de mi. Desabrocho su camisa de botones y la paso por su brazos dejándola nada más en ropa interior que tardo un poco en darme cuenta de su color negro.

—No dejaré que vuelvas a ver mi ropa interior vergonzosa—dice cerca de mis labios.

—Esa es bonita—ríe.

Acaricio su abdomen cuando regreso a sus labios, apoyo mi peso en mi codo. La miro a los ojos cuando paseo mis dedos por su pierna y la subo a mi espalda, suelta un suspiro largo sosteniéndome la vista. Tengo el presentimiento que esta no será como las últimas, mis pantalones también desaparecen.

Hago un viaje lento besando sus labios, su cuello, bajo hasta la mitad de su pecho y sin querer mis labios saborean la piel de su abdomen superior hasta ligeramente más abajo del inferior, mi corazón va a mil por hora cuando subo mi mirada para encontrarla con el labio entre los dientes y algunos mechones de cabello sobre su rostro. Dejaré este movimiento para unos minutos más tarde.

Beso la piel de entre sus muslos y rápidamente regreso a su boca. Enreda sus brazos en mi cuello, sus pómulos y nariz enrojecidos hacen juego con sus labios hinchados por los besos. Beso su mandíbula y me apego más a su cuerpo, le quito un gemido y repito presionar mi cuerpo al de ella con sus piernas unidas en mi cadera. Clava momentáneamente sus uñas en mi espalda.

Me quita de encima de su cuerpo para nuevamente estar sobre mi, mis manos cubren su espalda mientras la beso, sus dedos juegan con mi cabello y hace que me vuelva loco su respiración agitada y el movimiento de su cadera. Desabrocho con algo de esfuerzo su brasier, todo se siente más caluroso y la desesperación es creciente entre nosotros.

Las torpezas siguen presentes pero no las risas. Todo se siente más profundo y Meg no deja de mirarme con sus ojos negros y brillantes.

—Dime si quieres parar—susurro.

—¿Quién dice que quiero parar?—río soltando aire por la nariz.

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—Eso está genial—susurra Harold junto a mi con una mancha de pintura en su mejilla, sonrío con agradecimiento.

—La tuya no está nada mal, en realidad—señalo su obra con el pincel.

—No me convence del todo.

—A Harold nada lo convence—me inclino para ver a Gemma que mantiene una sonrisa burlona.

—No es cierto—responde ofendido, de escucha un siseo de advertencia en el lugar. Espera unos segundos para continuar—. No está mal ser perfeccionista.

—No tiene que estar perfecto para que lo sea—digo, aplico algo de rojo en el lienzo—. Lo que importa es que transmita. Ahí está lo verdadero.

—Al parecer alguien tuvo una buena noche—responde Gemma volviendo a su pintura, río sintiendo el rubor esparcirse por mi rostro cuando me doy cuenta de su referencia.

—Tuviste que haber hablado así en tu entrevista para que te aceptaran—sigue Harold.

—Me gusta leer—encojo un hombro—. Mi padre era escritor.

—¿Lo extrañas?—pregunta Gemma, asiento—. Debió ser un gran escritor.

—Hacia conferencias, todo el tiempo—río con nostalgia, Harold me mira con empatía—. Siempre estaba con un libro en la mano y bueno... Creo que eso quedó en mi.

Hacen silencio un instante, Gemma tuerce su cabeza y hace un pequeño puchero.

—Debió amarte muchísimo—dice, salgo de mi pequeño trance sacudiendo un poco mi cabeza.

—Fue un gran padre—sonrío y regreso a mi obra.

Hablar de papá jamás es sencillo. Comento muy pocas cosas de él y no es porque no lo haya amado, lo sigo amando y extrañando, pero no me siento bien hablándolo. Hay cosas que nadie jamás sabrá que hicimos juntos, cosas que hablamos, porque prefiero guardarlas para mi y mis recuerdos. Estaría orgulloso si viera en dónde estoy y de en quien me he convertido.

Intento prestarle atención a la profesora, pero mis pensamientos van a otros lugares, y algunos recuerdos. No he ido a visitarlo desde que murió, no he tenido el valor suficiente para superar el hecho de que le quitó la vida un maldito borracho al volante. No lloraba en frente de mamá o de mis pequeños hermanos, tenía que mantenerme firme por ellos. 

Lloraba en mi habitación en las noches oscuras sintiendo la impotencia incontenible que me hacia querer destruir todo a mi paso. Me hicieron tratar de superar y perdonar al causante, pero no puedo perdonar eso. No me creo capaz para aceptar que papá no está más ni estará y mis hermanos vivirán sin un padre, y yo jamás podré reemplazarlo, nunca sería lo mismo.

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Espero a Meg en la entrada de Bridge, la veo acercase caminando y haciendo unos pequeños brincos ocasionales con una sonrisa sobre su cara.

—Hola, raro—dice con entusiasmo. Sonrío sin mostrar mis dientes—. ¿Todo bien?

—¿Quieres explorar un poco hoy?

—¿A dónde me secuestras?—pone sus manos en mi cintura mientras habla con picardía.

—Veremos en el camino—esta vez, la sonrisa es auténtica.

Caminamos fuera de la universidad sin ningún rumbo definido por los momento. El cielo se siente algo nublado, tal como lo están mis pensamientos. Sigo reflexivo, pero intento ponerla atención a Meg y su nuevo peinado, a penas me di cuenta de eso.

—¿Y el trabajo?—pregunta tocando la conchita de mar de su cuello.

—Nos pagan por día. Podemos permitírnoslo por ser tan trabajadores.

—Eres mi clase de persona.

—¿Floja?—me da un codazo.

—No soy nada floja. No estaría aquí—le alzo una ceja—. ¿Ya ves que siento cada vez que restriegas en mi cara que te aceptaron, verdad?

—No es divertido—respondo algo tarde.

—Es divertido cuando yo lo digo—se pone en frente de mi y da un par de pasos hacia atrás—. Tengo el hambre de mil hombres.

—Eres la persona más exagerada que conozco—regresa a mi lado.

—Y tú el más lindo—pellizca una de mis mejillas con fuerza poniendo una voz tan fina como la de una niña—. Y el más tonto. Compremos algo antes de seguir en nuestra excursión. ¿Helados?

—Eso no quitará tu hambre.

—No, pero son deliciosos. Y muero por uno de mantecado.

Ver su actitud relajada e intrépida de antes me hace sentir feliz. Acepto que los cambios son buenos pero la esencia de Meg no es una que pueda encontrar todos los días, sus ojos brillosos llenos de fascinación por lo nuevo, la valentía que tiene. Son esos detalles que no paso desapercibidos. 

Le da un lenguetazo a su helado y afirma lo mucho que le gusta cerrando sus ojos, cada vez más me siento en paz. Sabía que una excursión junto con Meg y sus excentricidades me harían sentir mejor.

—¿Te gusta el tuyo?—pregunta mientras caminamos.

—No me encanta el sabor a maní pero quería probar algo nuevo y sí. Está bastante rico. ¿Quieres probar?—le hacerlo mi helado y prueba un poco.

—¿Quieres cambiar?—río. Intercambia mi helado con el suyo y el sabor del mantecado es más agradable en mi boca.

—Fue una buena idea.

—¡Una brillante!—dice con la boca llena de helado.

—La última vez que comimos esto tenía el mismo golpe en el mismo lugar.

La herida ya está casi sana, fue bastante escandaloso su tamaño y cuando llegué al día siguiente al trabajo así, Colin no paraba de contarle a todos lo que había pasado —exagerando ligeramente las cosas— cada que se acercaban a preguntar. Tres días sirvieron para apaciguar la hinchazón.

—Las cosas vuelven a su ciclo—bromea Meg.

—Sólo espero que no termine como la última vez—ríe.

—No tengo un teléfono qué perder—bromea—. ¿Te gusta esto?

—¿Qué?—hace una pausa.

—Esto—nos señala.

—¿Y a ti?

—No evadas una pregunta con otra—responde.

—Suenas como mamá—suspiro, le paso un brazo por lo hombros—. Claro que sí—digo a su oído.

Sus mejillas enrojecen cuando me alejo a verla con una sonrisa.

—Estás sonrojada.

—No lo estoy.

—Estoy viéndote.

—Ves muy mal. Te hacen falta tus lentes.

—No me hacen falta para ver lo sonrojada que te pones por cosas como cuando tú y yo...

—¡Jay!—me codea interrumpiéndome, el rubor se hace más intenso. Junto mi cabeza con la suya—. Quita tus piojos de mi.

—Si fuera así, tú serías la que me los pegó. ¿Recuerdas a...

—Cindy—termina por mi—. Ellen quería matarnos cuando vio nuestros cabellos infestados gracias a ella—ríe—. Fue culpa de Cindy, no mía.

—Hablamos de cuando teníamos doce años. ¿Jamás lo vas a superar, verdad?

—Jamás—ríe en broma—, todos en el salón teníamos.

—Repíteme de nuevo. ¿Quién fue la persona que se lo soltó en la cabeza?

—¡No fui yo!—entrecierro mis ojos—. Bueno, quizás. Me dijo gorda.

—Por algo te bauticé como Meggy en ese entonces, por esas mejillas gorditas—le aprieto el rostro pero se escapa casi de inmediato de mi agarre, me río de su expresión ofendida.

—Vuelves a nombrarlo y me iré de Goleudy, lo juro—giro su rostro con una mano y le planto un beso rápido en los labios.

—Tú me dijiste tonto hace un rato.

—¿Nunca vas a superarlo, verdad?

—Jamás—devuelvo sus palabras.

Al entrar al edificio después de una hora de fila, Meg gira su eje par ver todo a su alrededor. Cada piso cuenta con algo característico y con un tema, en el que nos encontramos, hay esculturas abstractas y extrañas, más arriba, cuartos con espectáculos de luces y en el último piso, una vista de toda la ciudad.

Tenía una idea de cómo sería cuando anunciaron su apertura el año pasado, y no me decepciona para nada. Caminamos con el tour antes de recordarlo, Meg y yo habíamos planeado venir aquí en caso de entrar en Bridge.

Saco mi teléfono para hacer algunas fotos y no tardo en darme cuenta de que tengo dos llamadas sin contestar, me detengo un segundo mientras Meg sigue directo a una escultura de bombillas de colores.

No es de un número que reconozca y son bastante recientes, quizás el bullicio en la fila no me dejó escuchar. No es Hailee, aparecería su código y ya la tengo registrada, tampoco es Britney, guardé su número hace un tiempo atrás. Un destello de recuerdo llega a mi memoria y deslizo el dedo por la pantalla hacia abajo para verificar el historial. Es el mismo número de la noche en que busqué a Meg en la fiesta y el mismo que llamó ayer en la madrugada.

—¿Jay?—se acerca unos pasos Meg. No levanto la vista—. ¿Jay?

—¿Sí? Sí—guardo mi celular en el bolsillo trasero.

—¿Todo está bien?—asiento.

—Todo en orden, lo prometo—beso su frente y la tomo de un brazo para seguir andando.

Intento no pensar demasiado en ese extraño número. Es de otro estado, tendría que buscarlo por internet para descubrirlo. No puedo concentrarme completamente ahora, no se lo he mencionado a Meg ni a mamá porque no considero que sea importante, quizás es alguien con un número equivocado. Lo que me inquieta es que sabía mi nombre, ¿qué tan equivocado puede estar para saber mi nombre?

Entramos a una habitación oscura. Al estar la suficiente cantidad de personas, empieza a escucharse un sonido similar al de una cueva y luces empiezan a encenderse a nuestro alrededor como pequeñas estrellas, empiezan sutiles y mientras nos adentramos se siente como estar en el espacio de verdad.

—Esto es increíble—susurra Meg a mi lado subiendo un segundo a la punta de sus pies, sonrío.

La mujer que guía el tour, inicia una charla sobre los planetas. Hologramas de planetas empiezan a aparecer como neblina conforma avanzamos, la sonrisa de Meg hace que las preguntas de mi cabeza se disipen y pueda enfocarme en nuestro paseo.

Recuerdo lo que estaba haciendo antes de revisar esa llamada y devuelvo el celular a mi mano. Le tomo una fotografía mientras ve marte con fascinación. La luz del holograma se refleja en su rostro, su trenza despeja su rasgos. Sube su mirada al darse cuenta.

—Debes dejar de tomarme fotografías sin darme cuenta—me reprende.

Después del recorrido en la habitación de las estrellas y planetas, subimos en el elevador al último piso. Siento mis órganos desprenderse mientras estamos cada vez más arriba.

—¿Te da miedo?—pregunta Meg a mi lado.

—No—ríe.

—Creo que te conozco lo suficiente para saber que sí tienes miedo—la miro con cinismo, hasta que siento sus dedos buscar los míos y su sonrisa vuelve a su rostro. No puedo pelear con eso.

Todo el grupo sale del elevador, creo escuchar a un par de ellos hablar español cuando seguimos a la guía a la gran ventana que enseña toda la vista de la ciudad, no hay paredes sólo la imagen completa de Nuevo Goleudy.

¿Te gusta este... Edificio?—me volteo a Meg.

—¿Qué dijiste?—ríe.

Este edificio es bonito—digo con un poco de dificultad.

—¿Desde cuando hablas español?—responde con sorpresa.

—Papá me enseñó algo. Sigo practicando un poquito.

—¡Enséñame!—da un salto en frente de mi.

—¿Qué quieres que te enseñe, Maestra?—me inclino hacia a ella.

—Dime como decir... Eres un raro.

—¿Soy un raro?

—A veces. ¡Ahora dime!—damos unos pasos a la ventana.

—No estoy muy seguro, pero es algo así como soy una rara.

—No sé si lo recuerdas, pero vimos clases en la escuela. Y soy es yo.

—¿Estás segura?—piensa unos segundos, sonrío.

—Sí... ¿Un poquito?—se encoge los hombros en pregunta.

Vemos al frente para encontrarnos con la cima de Nuevo Goleudy, la punta de los edificios acariciando las nubes que delicadamente, dejan pasar los rayos del sol a través de ellas, llegando a las ventanas, recorriendo las calles que parecen insignificantes desde aquí. Estamos tan alto, que se logra ver el cielo azul en medio de algunas nubes.

Mirando al frente, me siento en paz. Casi victorioso.

—¿Recuerdas en el parque...—comienza Meg tocando el collar de su cuello una vez más, como cada vez que está distraída. Quizás pensando lo mismo que yo— Cuando te preguntaba si creías que Nuevo Goleudy iba a tener aquella vista sobre la rueda de la fortuna?

—Sí—ignoro todos mis temores, regreso a observarla, ella todavía mira la gran ciudad que se extiende frente a nosotros.

Alcanza mis dedos sutilmente estando muy cerca de mi.

—Es mucho mejor.

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