31. Meg
He estado evitando a Heron desde la fiesta. Yo accedí a tomarme esa pastilla, pero sus amigos son del asco, no hay que tener un gran cerebro para notarlo. Todo empezó bien, las charlas eran entretenidas y graciosas hasta que el alcohol se hizo cargo y Tonya y Sandra no paraban de burlarse de mi. Tuve que responder de forma no tan grosera para que pudieran dejarme en paz.
Una parte de mi tomó esa pastilla para no escucharlos. Fui estúpida, podía irme de ese lugar. Pero era más fuerte la parte de mi que no quería hablar con Jay. Pero le agradezco a Chris haberlo llamado, a pesar de ser el que más ruido hacía, se mantuvo sobrio y cuerdo.
No ha sido fácil, pero prefiero concentrarme en mis clases que volver a hablar con Heron y sus amigos, es una persona distinta cuando está con ellos, al parecer.
Mis dedos se mueven por las teclas del piano suavemente cuando me aseguro de que estoy totalmente sola, bloqueo cualquier pensamiento que me impida dejarme llevar por el sonido de la música. Cierro los ojos disfrutando la sensación cálida de éxtasis que me provoca el contacto del instrumento con mi piel, cada vez me siento más sumida en él hasta que escucho una nota que yo no toqué.
Abro los ojos con rapidez y miro al responsable. Heron está apoyado sobre el piano con una mirada curiosa. Hago la mejor mueca de fastidio que puedo tomando mi bolso del suelo y caminando a paso rápido con él siguiéndome llamando mi nombre. Me detiene cuando se adelanta y se interpone en mi camino.
—No puedes evitarme para siempre, dulzura—sonríe.
—En tu vida—me acerco a su rostro—vuelvas a decirme a así.
Paso a un lado empujando su hombro, pero camina a mi lado sin rendirse.
—¿Qué quieres, Heron?—le preguntó deteniendo mi caminar.
—Tú tomaste esa pastilla, no puedes culparme por eso.
—No estoy molesta por eso. Fuiste un completo idiota burlándote de mi como si fuera una payaso con tus amigos que, por cierto, son unos imbéciles.
—Meg, ellos son así. Tal vez se sobrepasaron porque no saben medirse pero créeme, dales otra oportunidad. Yo estaba borracho, no puedes esperar que sea como soy en ese estado—ríe.
Me cruzo de brazos y me muerdo el interior de la mejilla.
—Eres una chica divertida, les agradaste mientras estuvieron cuerdos. Las chicas estaban algo celosas, siempre es así que invito a una chica a salir con nosotros.
—Ya veo porqué no se queda ninguna—Heron sube una ceja pero termina riendo.
—Eres mordaz, ¿verdad?
—¿Qué es lo quieres?—evado su pregunta.
—Dame otra oportunidad. Necesitas amigos aquí. Nosotros podemos ser amigos, ya que tú y el estirado...
—Se llama Jay. Y es mi mejor amigo. No vuelvas a llamarlo así.
—¡Bien, bien!—se adelanta, suspira—. ¿Lo pensarás?
—Pensaré el pensarlo—sonríe pero no lo acompaño.
—Está bien—retrocede con las manos en los bolsillos, se despide con dos dedos en la frente.
No es la única persona a la que he estado intentando evitar.
Me siento en la última fila para que no pueda verme. Entre una vez más, esbelta y elegante, con su mono bajo bien peinado y tacones discretos negros, saludando a todos con sus manos detrás de la espalda.
La Maestra Sofia Bambach, la amiga de mi madre. Verla es el recuerdo constante que no entré por puro talento y me hace estar enojada conmigo misma, me hace sentir que no me esforcé lo suficiente y le quité la oportunidad a otra persona más talentosa que yo. No quiero verla y me siento como una completa cobarde así que, me siento en la última fila para esconder mi vergüenza.
—¿Ya lo pensaste?—veo casi de reojo.
—No.
—Tardas bastante—se desliza en el asiento—. Respóndeme una cosa. Estoy confundido.
—¿Qué?—no le quito atención a Bambach.
—¿Eres Meg o Megan?
—Meg.
—¿Sólo Meg?—rebota su pierna.
—Solamente Meg. Y ya, deja de hablar.
Queda en silencio un par de minutos.
—Lo siento. Debí decirles que pararan—comenta—. Pueden ser imprudentes.
No respondo y continuo mirando al frente.
—Lamento que haya salido así—susurra acercándose a mi, ladeo la cabeza—. Dame otra oportunidad.
Sonríe.
—Te dije que lo pensaría.
—¿Sales con ese chico? Jay—dice su nombre con burla, tampoco respondo escuchando a Bambach, si esto no fuera teoría estuviese tocando como una loca para ahuyentarlo.
—No—sólo nos besamos, dormimos juntos y un poco más, así que me siento culpable por negarlo—. No sé.
—¿No sabes?
—¿Pueden callarse?—el chico a mi lado de camisa a rayas nos mira con ojos abiertos—. Intento escuchar.
—¿Por qué? ¿Te duele no poder ser parte de nuestra interesante conversación?—le responde Heron con la expresión sería después de tomarse algunos segundos para hablar, le rueda los ojos.
—No quiero oír su interesante—hace comillas—conversación.
—Sigue con lo tuyo entonces.
—Basta—le digo. Apoyando sus codos en sus rodillas, me sube una ceja con escepticismo.
Termina por acomodarse nuevamente en su asiento. Dante, el nombre del chico de camisa de rayas, asiente hacia mi cuando le susurro una pequeña disculpa.
—¿Es complicado?—pregunta después de un rato. Suspiro.
—Sí.
—Escucha—vuelve a su posición cercana—, el viernes fue un desastre. Lo sé. Pero esta es una semana nueva, nuevas oportunidades.
—Deberías considerar ser escritor—me burlo, me muestra sus dientes.
—Así que, el punto es. Dame una oportunidad para mostrarte que son chicos geniales y no los patanes que conociste.
Nunca me dejo llevar por primeras impresiones. Antes tenía piercings y la mamá de Hailee decía que parecía una delincuente. No lo decía por ser cruel, pero ella me repetía que no era una buena impresión para nadie y era muy linda para usarlos. No pienso así.
Conocemos y vemos a personas todos los días, no sabemos cómo son sus vidas ni todas sus cualidades al momento de verlos por primera vez. Quizás Heron tenga una buena razón para pedirme que les de una oportunidad, quizás el alcohol les hizo más efecto y no estoy familiarizada con su trato.
—Lo pensaré—asiento esta vez mirándolo a los ojos.
—Este es un lo pensaré distinto—sonríe.
—No me hagas cambiar de opinión—sube las manos.
—Me callaré—retengo una sonrisa—. ¿Entraste a voz, verdad? Tienes cara de que sabes cantar.
Lo desafío con una ceja enarcada matando la conversación que intenta hacer.
—Me callo. Por ahora.
.
.
Estoy tan cansada, me visto mecánicamente para ir a trabajar. No he podido recorrer la cuidad como es debido entre el trabajo, Bridge y alimentar nuestro hogar de cosas que tal vez no necesitemos como moldes de galletas en forma de estrellas. Siento que no he dormido lo suficiente desde la fiesta de Heron, esa noche desperté algunas veces.
Jay estaba profundamente dormido mientras yo descansaba en su pecho escuchando los latidos de su corazón y pensando autodestructivamente mientras sentía la razón volver a mi.
Arrepintiéndome de actuar por el momento y no con la cabeza fría. Hice que Jay se enojara y preocupara terriblemente, le di una terrible impresión a la única familia que creo tener y la pasé terrible en ese lugar después de que el alcohol hiciera su efecto en cada uno.
No dejo de pensarlo. He tenido cabeza para esos pensamientos destructivos sobre lo irresponsable que puedo llegar a ser. Los últimos cinco días he estado más callada y no me siento con la suficiente energía para sonreír o mantener una conversación. He evitado las llamadas de papá y Hailee, incluso aparte a Jay un par de veces.
No quiero odiar este lugar. Se ha convertido en mi hogar y me estoy dejando atrapar por sus redes construidas por murallas de bloques y un gran parque como corazón. Pero cada vez me siento más agobiada por tanto que debo estudiar y llegar de una jornada ajetreada para meterme de lleno en lo que debo hacer me traba la inspiración.
No he hablado con muchas personas en Bridge porque no tengo los ánimos suficientes, si no fuera por Heron sería un cero total y tampoco es como si yo participara mucho en la conversación. Además de que está el caso de Jay...
—¿Estás lista?—pregunta desde la sala. Aprieto mi cola de caballo suspirando para quitar el tema de mi cabeza.
Hoy no deseo sentirme bien.
Salgo de mi habitación peinando algunos cabellos rebeldes desde mi raíz.
—Te siento extraña—dice Jay dejando su móvil a un lado mientras me ve caminar. Tomo asiento junto a él guardando mis palabras unos instantes.
—Perdón, Jay.
Arruga sus cejas, se acomoda sobre una de sus piernas para verme mejor.
—¿Por qué?—sube sus hombros.
—Por a veces meterme en tantos problemas...—suspiro, trago el nudo en mi garganta—No mereces estar detrás de mi... Como si fuera una niña a la que cuidar. Siempre estoy haciendo algo, o pasa algo, gracias a mi que nos perjudica—bajo la mirada en vista a mis manos—. Lo siento...
—Te metes en algunos problemas—lo miro con seriedad—, bien. Te metes en algunos pequeños grandes problemas...—su mano toma la mía con suavidad— Pero que me dejes ayudarte a resolverlos es maravilloso. Eres maravillosa, Meg. Con todo lo destructiva que puedes llegar a ser de vez en cuando.
—No mientas.
—No miento—me interrumpe—. No negaré que he estado enojado contigo al punto de querer desear odiarte...—resoplo con una sonrisa melancólica de por medio, regreso a mi mirada gacha—, pero eso sería imposible—sube mi barbilla entre sus dedos—. Las cosas entre nosotros ahora están... Distintas. Y sigo estando seguro, ahora más que nunca, que no podría llegar a odiarte. Pero sí odio la percepción que tienes ti, de que eres un problema. No lo eres. No para mi, jamás lo has sido.
Sus palabras talan en mi rincón oscuro de pensamientos. Me hacen sentir culpable y con ganas de apartarlo y decirle que no continúe. Pero la parte egoísta de mi se queda en silencio absorbiendo el color de sus ojos y la curvatura de su sonrisa segura. Quiero gritarle y pedirle que no me mienta. Una persona que necesita de cuidado cada vez que hace una locura es un problema.
También quiero agradecerle y decirle que no me deje, así publique un articulo en internet sobre política que haga que me lleven presa. Todo es... Demasiado. Hasta que una vez más siento sus labios sobre mi y sin pensarlo tanto ya lo rodeo con mis piernas subiendo a su regazo.
Acaricio su cabello que seguramente ya había peinado, todavía distingo sus manos ásperas a través de la tela de mi camisa, el toque familiar y cálido que espero no perder.
—¿A dónde vamos, Jay?—separo mis labios de los suyos bajando su cabeza desde el cabello.
—A donde tengamos que ir—ahueca un lado de mi rostro—. Te quiero, Meg. Lo digo en serio.
—Puede que yo también—ríe. Deja un pequeño beso en mis labios.
—No te apartes de mi, no quiero que estés sola.
Asiento.
—Promételo—dice. Repito mi asentimiento.
.
.
Timotie's se llena cada vez más. Sarah camina con la espalda recta y una bandeja llena de comida. Intento no perder el control con el cliente que pide que cambie su comida por tercera vez. Cada que entro a la cocina escucho a Víctor señalar y ordenar qué se debe hacer y cómo hacerse. Hay dos chicas nuevas amigables que están en nuestro turno, se lo agradezco a Víctor porque ya era una carrera para Sarah y para mi estar solas con tantas personas.
Entro a la cocina para ir hacia el baño. Peino mi cabello con mis uñas y respiro profundamente apoyándome del lavamanos. Me repito que lo hago porque lo necesito, necesito dinero. No quiero más el dinero de papá, se siente como si me aprovechara de su intento de arreglar las cosas conmigo.
Nunca acepté las exigencias de mi madre de pedirle que me comprara cosas que no necesitaba, como una cámara instantánea. Jay la quería más que yo así que se la regalé, valió la pena ver después el mural de fotografías en su habitación.
De nuevo, siento mi cabeza nublada y pierdo momentáneamente la audición.
Masajeo mi cuello y sacudo la cabeza, la puerta del baño se abre y volteo a ver. Jay tiene su celular en mano junto con una sonrisa tranquila, a penas pone un pie dentro, aunque hay un solo baño por la pronta construcción de la expansión del lugar.
—Es para ti—dice.
—¿Papá?—niega.
—Patricia—vuelve a sonreír, me muerdo el labio. No tengo muchas ganas de hablar con ella después de que Jay le pidiera ayuda por mi estado de la otra noche. Sin embargo, tomo el teléfono y tapo su audicular un segundo.
—Britney te mataría si supiera que contestaste una llamada en horario de trabajo...—enarco una ceja, Jay apoya su cuerpo en el marco de la puerta, cruzando los brazos con una sonrisa pícara.
—Digamos que estoy en mi descanso...
—¿De nuevo?—antes de que pueda decir otra cosa, coloco el teléfono en mi oreja—. ¿Hola?
—¡Meg! ¡Hola!—me muerdo una uña—. ¿Está todo bien? ¿Cómo te sientes?
Cansada, mentalmente exhausta y con ganas de enterrar mi cabeza debajo de la tierra como avestruz, reprimo un suspiro.
—Bien, estoy muy bien.
—¡Eso es bueno!—afirma con entusiasmo—. ¿Recuerdas que te hablé sobre la reunión familiar que tendríamos por la llegada del abuelo?
Mi estómago se comprime. Hace años que no veo a mi abuelo. Ni a los que creo tener como familia. Mi madre jamás se llevó bien con la familia de mi padre, sabía de la existencia de mi tía Patricia por sus tarjetas navideñas que mamá botaba a la basura sin siquiera leerlas.
—¡Sí! ¡Claro que recuerdo!—miro a Jay.
—Te estaré esperando con tu novio la próxima semana. No falten, ¡tenemos tanto de qué hablar!
—Seguro—contesto.
—Y recuerda, si necesitas algo más, llámame. No lo dudes.
—Gracias... Tía—se despide repitiendo un par de veces que no sea una aguafiestas y vaya a su reunión.
—¿Y...—regreso a Jay su teléfono, cierra la puerta detrás de él— Está todo bien?
—De maravilla. Considerando que veré a un montón de extraños de los que no sé nada y que deben odiarme por alejar a mi padre de ellos, sí. Todo está perfecto—meto mis manos debajo del grifo, tomo una toalla de papel para secarlas y la arrojo al cesto. Apoyo una vez más mis dedos en el lavamanos.
—Patricia no luce como si te odiara.
—Mi madre nunca los quiso porque la odiaban a ella. O es lo que decía.
—Eso, creo que se responde solo—ríe—. Estabas feliz de verla en el parque.
—No contaba con que de verdad me llamaría. Creí que era simple cortesía.
—No será tan malo.
—Tú también estás invitado—lo miro sin cambiar mi postura.
—Iré contigo—sonríe.
—¿Estás seguro?
—Quiero ir contigo.
—Eres irritante—lo acompaño con una sonrisa—. Lo pensaré. El decidir si ir o no.
Se acerca a mi, me posiciono en frente de él, sus ojos me tranquilizan y sus manos frotan mis brazos.
—No estás en la obligación de amar a tu familia. Tienes razón, sí son unos extraños considerando todo el tiempo que tienes sin verlos. Pero si vas... ¿Qué puedes perder? Quizás sea una oportunidad para arreglar las cosas. ¿No lo crees?
Lo abrazo por la cintura sin dudarlo un minuto más. Acaricia mi cabello como cada vez que me encuentro en tensión, me permito cerrar los ojos y deslizarme en el aroma de su piel. Encajo mi oído en su pecho, deja un beso en mi coronilla.
—Piénsalo bien. Si decides ir, iré contigo. Lo prometo—subo mi vista a su rostro.
—Creo que las cosas no están tan distintas entre nosotros—digo.
—¿A qué te refieres?
—Siempre has sido así de fastidiosamente correcto—carcajea dejando caer su cabeza hacia atrás, cuando regresa a mi, dejo un beso rápido en sus labios—. Me gusta.
—Puedo corregir entonces que las cosas están mejor—responde para devolverme otro beso corto.
Jay sale primero para no levantar sospechas, salgo después de unos tres minutos y al pasar recibo una mirada de reproche de Britney y una sonrisa de Víctor. Tomo nuevamente mi bandeja sin dejar de repetir nuestra conversación en mi cabeza, sonrío distraída de vez en cuando con el cosquilleo de mi estómago al recordarlo.
Estoy perdiendo el control.
Hace un tiempo atrás, estaba completamente segura de que no me permitiría esto, no me abriría paso a sentir algo más por Jay por el temor a estar sola una vez más, tenía miedo de que esto se volviera un revoltijo complicado del que se me haría difícil salir. Ya no sé que hacer, no quiero ser una pesimista y decir que todo irá mal.
Pero tampoco una niña soñadora que sueña con casarse, tener hijos y ser felices por siempre. Ni siquiera estoy segura qué cenaré esta noche. No tengo tiempo para procesar esto y decidir qué haremos, pero la conversación tiene que salir y las cosas no salen jamás como las espero. Al ritmo que van las cosas, nada es seguro.
—Te vi con Jay—me susurra Sarah con picardía.
—¿Qué?—sonrío—. ¿De qué hablas?
—Ay, vamos. No soy una tonta, Meg. Algo pasa entre ustedes. Desde que los vi, supe que era algo más—coloca una mano en su cintura, comienza la hora en la que los clientes se relajan y tenemos un instante para descansar los pies—. ¿Te gusta?
Subo mis hombros y boto aire.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Es... Difícil de explicar.
—¿Estás seguro que no lo estás haciendo difícil tú?—por alguna razón, quiero seguir escuchándola—. Meg, el amor no es difícil, la gente, la televisión, el internet lo quiere hacer ver difícil. Si te gusta, te gusta y ya ¿por qué evitarlo y seguir perdiendo el tiempo? Mira, somos jóvenes y hermosas—río—. No estamos en la obligación de tener un noviazgo ahora mismo. Pero no hagas tu cerebro mierda en el futuro pensando en qué pudo haber pasado si lo hubieses intentado.
Me detengo un instante en su rostro reflexionando sus palabras. Oficialmente Jay y yo no somos nada, seguimos siendo mejores amigos. Pero evidentemente algo cambio desde nuestro beso... O salió a relucir, porque recuerdo el agradable sentimiento en mi pecho en el momento que sonreía.
—Es algo complicado—termino diciendo—. Nos conocemos desde hace tanto. Su madre me cuidó como a su hija. Me aceptaron como una más de su familia.
—Eso es algo bueno. Deben amarte, dudo que sus padres estén en contra.
No estoy segura. No quiero dañar nuestra amistad.
—¿Se besaron?—enrojezco—. Qué pregunta. Viven juntos y se gustan. Eso quiere decir que probablemente ustedes—aspira aire por la boca con sorpresa, antes de que día algo más la callo con una mano.
—Promete que no dirás nada—siento mis mejillas más calientes, asiente y la suelto despacio.
—¿Dañar su amistad, decías?—sonríe.
—Muy hipócrita de mi parte, ¿verdad?
—Puedes hacer dos cosas—apoya un codo en el muro de la pared—, coquetearle a VicTOC para que se de cuenta de que estás interesada en él como él en ti—río con los dedos sobre mi boca—, o resolver las cosas con Jay y revolcarte con él hasta que no puedas venir a trabajar en dos días.
Le doy una palmada en el brazo que provoca su risa.
—Te hablo en serio, Meg. Una sugerencia de una amiga.
—¿Somos amigas?—sonrío.
—Claro—se encoge de hombros y me acompaña con una sonrisa adornada por un hoyuelo—. Andrea también lo sería. Pero se cambió de turno.
—Acaban de llegar clientes, dejen de perder tiempo, por favor—la voz de Britney detrás de nosotras nos sobresalta, evito decirle algo porque me interesa más el tema de Andrea, tomamos nuestras bandejas y taconeamos hacia los clientes.
—¿A qué te refieres? ¿Se cambio de turno?
—Sí. Me la encontré ayer mientras esperaba un taxi. Se veía extraña.
—No la veo desde la fiesta que te comenté.
—Se veía tan delgada y puedo jurar que vi algún golpe en su rostro.
La sangre me hiela y un escalofrío me recorre la espalda. No conozco suficiente a Andrea, pero el tiempo que estuvo con nosotras era risueña y bromista, no merece el trato de ese hombre.
—¿Está en el siguiente turno?
—Sí, lo está—se retira, curiosa por mi pregunta.
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