29. Jay
Hoy saldré con Matt a una cena, cariño. Haz algo divertido también hoy con Meg. Pero no tan divertido. Te quiero.
Sonrío al mensaje de mamá con algo se nostalgia. Sigo sentado en las escaleras de la salida de los empleados, no me emociona mucho llegar a casa solo después de haber pasado el día discutiendo con Meg.
Debo verme como un raro sentado aquí. Timotie's sigue abierto, no estaría mal trabajar unas horas extra pero me muero de sueño, ya hace algo se frío, quizás ya estuviera en casa con Meg.
Me alegra mucho que haga nuevos amigos, lo que me enoja es que se haya ido molesta sin decirme a dónde iba. Es cierto lo que le dije. No tiene un celular propio con el que llamarme si surge una emergencia. Además de que nuestra discusión fue por algo estúpido, Britney es una chica bastante agradable pero no es tan fantástica como Meg. Disfruto su compañía como una buena amiga y que ella lo vea de esa forma tan exagerada me confunde.
—¿No tienes frío?—Britney se sienta junto a mi teniendo cuidado con su falda—. ¿Qué haces aquí? ¿Y Meg?
Se fue a quién sabe dónde con quién sabe quién y estoy realmente preocupado porque no aprende jamás con estas cosas.
—Salió con algunos compañeros.
—Hace amigos rápido, ¿por qué no te invitó?—porque está enojada conmigo y yo enojado con ella.
—No lo sé—me encojo de hombros.
—¿Tienes algo que hacer ahora?—roza su mano con su brazo con ¿nerviosismo, quizás?
—Estaré ocupado viendo mi celular en esta puerta—ríe—. ¿Por qué?
—¿Quieres salir?
—¿Ahora?
—Sí, ¿por qué no? Si te parece buena idea, ya terminé por hoy. Víctor se encargará—finaliza y a decir verdad, me ayudaría con mi preocupación.
—Claro, espero por ti—Britney se levanta y desaparece por la puerta para buscar sus cosas.
Tiene un vestido ajustado color negro, es más delgada que Meg, supongo que se debe a su profesión. Es muy diferente a ella, con sus ojos azules y cabello hasta los hombros rubio. Camina recta y mantiene el cuello estirado, Britney es innegablemente elegante. Habla con una sonrisa en los labios y la sigo con las manos en los bolsillos.
—¿Te gusta mucho pintar?—me pregunta colocando sus manos en frente de ella, ella no gira y brinca en mi eje como lo hace Meg cuando habla.
—Es lo que más me gusta. Y la fotografía.
—¿Haces fotos?
—Sí, en Ciudad Solar tenía un mural de fotografías en mi habitación. Las traje, pero no he tenido mucho tiempo para armarlo en nuestro departamento. A Meg le gusta mucho—asiento.
—¿Qué tipo de fotografías?
—De cosas que me gustan. No me considero tan bueno pero es divertido cuando capturas las cosas que amas. Tengo de mis padres y hermanos, paisajes. Meg, Sopa.
—¿Sopa?—ríe—, ¿quién es?
—Es nuestra perra. La encontramos fuera de un restaurante llena de sopa y bueno, eso se quedó como su nombre.
—¿Meg se lo puso?—pregunta abrazándose por los codos, río.
—Sí, ella se lo puso—tomo una pausa para pensar en lo que debe estar haciendo, necesito dejar de pensar en ella—. ¿Te gusta mucho bailar?
—Es lo que más me gusta hacer—devuelve mis palabras—. No me imaginaría sin hacerlo.
—¿Desde pequeña?
—Sí. Bueno. Mi madre también bailaba.
—¿Bailaba?—sonríe.
—Ella murió.
—Oh, lo siento—siento como me convierto en una escala de rojos—. Te entiendo.
—¿De verdad?
—Mi padre también murió. Sé como te sientes con eso.
—Es bueno saber que lo sepas. No es tan sencillo, ni siquiera con el paso del tiempo—suspira, sé a lo que se refiere—. ¿Lo recuerdas?
—Mucho. Desde que no está intento recordar algo que hacia a diario. Lo tengo muy presente siempre.
—Ojalá pudiera hacer eso—me mira, sus ojos no son tan frívolos como antes—. Es como si fuera un fantasma para mi.
Queda unos instantes pensativa. Comprendo como se siente. El vacío de su pérdida sigue en mi pecho, pero sigo recordando cuando su barba me picaba al momento de obligarme a que le diera una beso. Cuando lo pienso, desearía habérselos dado sin tanta vergüenza
—Mi papá se llamaba Roy—le digo—, escribía.
Britney sonríe.
—Mi mamá Juliette. Era bailarina. Como yo.
He conocido bastante de Britney desde que se acercó a mi a hablarme. Ya no es tan incómodo como en el inicio. Colin le teme y muchos de los chicos en la cocina hablan detrás de ella como la bruja amargada, pero no me parece que sea amargada. Se toma en serio lo que hace y no está mal. Fuera de el trabajo es distinta.
—Este lugar te encantará—entramos a un local de comida italiana, no se parece al que le gusta a mamá en Ciudad Solar, este es menos formal y cálido.
El encargado saluda a Britney con un acento natal sumamente marcado y abre los brazos para recibirla.
—¿Y este señorino quién es? ¿Tu novio?—Britney ríe, llevo mi mano a la parte de atrás de mi cabeza.
—¡Domenico!—lo reprende—. Por supuesto que no. Es mi amigo, Jay. Estudia en New Bridge y trabaja en Timotie's—le extiendo la mano para presentarme pero me toma por sorpresa y me da un beso en cada mejilla.
—¡Bienvenidos! Esta noche la casa invita al amigo de Brillantina.
Un chico delgado nos lleva hasta una mesa. Hay música en vivo que ambienta el lugar y combina con el olor a orégano y otras especias. No me había dado cuenta de que de verdad tengo muchísima hambre. Meg también debe tener hambre. No dijo nada de cenar, ¿estará en una fiesta bebiendo alcohol hasta no poder más?
—¿Te gusta?—pregunta Britney después de que el chico retira los menús.
—Por supuesto, todo se ve muy bueno.
—Te prometo que así sabrá.
—¿Cómo los conoces?—cuestiono señalando con el rostro a sus amigos italianos.
—Son amigos de mi papá.
—No he visto ni una vez al que debería ser mi jefe—bromeo.
—Ni lo verás—ríe—. Siempre está tan ocupado que dudo que lo conozcas a menos que haya una reunión familiar o algo por el estilo.
—¿Tienen buena relación?—pregunto con algo de cautela.
—Cuando hablamos del trabajo. Él cambió completamente cuando mi mamá murió. Me quedé un tiempo con Domenico y su familia. Son hermosas personas.
—Se ve que sí lo son.
—¿Tienes a alguien así?—sonrío.
—Rose. Es la mujer que prepara los mejores guisados de pollo del universo entero. Créeme que no exagero.
—Si lo presentas así, no tengo dudas—sonríe.
Traen una deliciosa pizza que no dejo de comer porque es la mejor pizza que he comido hasta ahora. Britney magulla una rebanada en su plato pero se me olvida cuando retoma el hilo de la conversación.
Le cuento muchas cosas, lo que hacia en Ciudad Solar, mis clases de pintura y cómo prometí volver a enseñar después de estudiar. De Alissa, Aaron y los desastrosos que son, de mi madre y padre. Ella también se destapa y ríe con menos vergüenza que antes, toca temas profundos pero después sube. no los continua queriéndolos evitar aunque sí me cuenta cosas de Juliette, su madre. Ella también estudió en Bridge y fue la que la adentró a la danza.
—Parece que tenemos unos espías—dice Britney acercando su cuerpo a la mesa, señala con los ojos detrás de mi e intento mirar discretamente encima de mi hombro.
Domenico le da una palmada en la parte posterior de la cabeza al chico delgado y pelinegro después de darse cuenta de que los observo, logra correr al chico del lugar mientras él acaricia el lugar donde lo golpeó con las dos manos, mantiene una sonrisa traviesa en sus labios. Domenico también se va colocando una mano sobre su barriga sobresaliente.
—La discreción no es uno de sus fuertes—río, deja caer el peso de su rostro entre sus dedos entrelazados—. Es su hijo de en medio. Fabrizzio saldrá en dos años de la escuela. Es buen chico.
Britney me sonríe. Sus dedos son muy delgados y no lleva las uñas de color como siempre las lleva Meg. Le sonrío de regreso tratando de no pensar en cómo debe estar, no he recibido ni un mensaje de su parte y empiezo a preocuparme.
—Insisten en que debería salir con alguien—baja la mirada con una sonrisa tímida—. Pero no he encontrado a nadie.
—Ya llegará, eres una chica genial—asiento.
—Bueno. Eso no lo creen los de la cocina, sé que creen que soy una perra—susurra la última parte riendo—. Tal vez una chica mandona no es del gusto de nadie.
En eso se equivoca. Meg es una mandona en todo su esplendor y la quiero quizás más de lo que debería.
—Claro que no, se trata de encontrar al chico correcto. Y es tu trabajo. Si no pueden entenderlo...—me quedo pensando en como terminar la oración.
—¿Que renuncien?—deja caer la cabeza en su hombro.
—¡Sí! Que renuncien—río. Britney toma su vaso de agua y lo extiende.
—Por los que no entienden.
—Por los que no entienden—choco mi soda brindando con su agua.
—Eres un gran chico, Jay...
Mi teléfono comienza a alertar una llamada entrante. Me disculpo con Britney y lo saco de mi bolsillo, es un número desconocido. Dudo unos momentos antes de responder. No conozco todavía a demasiadas personas lo suficiente como para que me llamen.
—¿Meg?—digo cauteloso.
—¿Jay?—pregunta una voz femenina.
—Sí...
—¿Están en Goleudy?
—No puedo responder a eso si no me dice quién es—definitivamente no es Meg.
Con el ceño fruncido termino la llamada. La voz sonaba algo ronca, pero estoy seguro de que era una mujer.
Antes de que pueda volver a guardarlo repiquetea en mi mano, verifico que no sea el mismo número extraño de hace un momento.
—¿Eres Jay Sullivan?—dudo en contestar, la llamada anterior fue inusual. Asiento con la respuesta saliendo de mi labios—. ¿El amigo de Meg?
Mi boca se seca un momento y el corazón se me acelera con su pregunta.
—Sí ¿ella está bien?—miro a Britney un segundo, me mira con la expresión preocupada cuando escucha mi respuesta, dura unos instantes en responder lo que hace que sienta el corazón en las paredes de mi pecho.
—Deberías venir, no pasa nada tan malo. Sólo que... Bueno, deberías venir, será divertido—la llamada se corta y se me atora el insulto en la garganta.
Me llega un mensaje de texto con la dirección del lugar. No tengo la mínima maldita idea de donde esta ese lugar. ¿Y si le pasó algo a Meg? Sabía que debía insistirle en que me dijera a dónde iba, no tiene forma de avisarme si ocurre algo por ella misma, es un ciudad grande y repleta de gente, nadie sabe qué puede estar pensando un asesino o lo que sea.
—¿Pasa algo?—pregunta Britney.
—No tengo la menor idea—arrastro mis dedos en mi cabello, boto todo el aire que puedo por la boca—. ¿Sabes en dónde queda éste lugar?
Britney toma mi celular y frunce en ceño. Maldita sea.
—Es bastante lejos de aquí, Jay. Tranquilo, no es un mal lugar. Pero llegar tomará un rato, quizás no tanto por el camino sino por el tráfico—Britney toma un respiro—. Puedo decirle a Raphael que nos lleve.
—¿Quién es Raphael?
—Un buen amigo. ¿Necesitas llegar allá, no?—asiento—. Bien, no perdamos más tiempo.
Extiende sus palmas abiertas en la mesa llevando la silla hacia atrás, sonríe mientras hace una llamada.
Presiono mi mandíbula. Dijo que no era algo tan malo. ¿Qué es algo no tan malo para personas malas? ¿Una violación? La sangre me hierve en el rostro, ¿por qué Meg me hace estas cosas? ¿por qué peleamos? ¿por qué no entiende que para mi es maravillosa?
Ella sabe bien que es maravillosa. Meg es brillante, a pesar de ser tan increíblemente impulsiva. El susto más grande que nos ha hecho llevar fue cuando acampó en la playa dos días sin decírselo a nadie. Ni siquiera yo sabía en dónde estaba. Estoy casi igual de asustado que desde esa vez, aunque no supe porqué se fue de esa forma, esta vez sí. Y lo odio, odio que crea que Britney es mejor que ella.
Raphael es un hombre delgado con ojos café. De sesenta años aproximadamente. Maneja el coche en el que Britney se va todos los días, habla con algo de tartamudeo, quizás sea debido a su edad pero es agradable y conversador. Hay una panel que nos separa y lo escuchamos gracias a la ventana que hay en medio de él, después de un rato canturrea alguna canción de Sinatra que sale desde la radio.
Repiqueteo mi pierna y reviso una vez más mi móvil para verificar que no haya ninguna llamada perdida de su parte o por lo menos un mensaje de texto.
—¿Qué pasó con Meg?—Britney deja caer la cabeza en su mano mientras su codo descansa en el borde del asiento.
—No lo sé. Ni siquiera sé quién llamó.
—La he visto con Heron Laundry.
—¿Quién es Heron?—el corazón se me arruga y detesto ese sentimiento.
—Un chico que estudia música, es bastante bueno con el chello. Nuestros padres se conocen, éramos algo así como amigos.
—¿Algo como amigos?—le subo una ceja. Britney sonríe con picardía. Tardo un poco en entender.
—No pasó mucho, él llega a ser algo... Asfixiante—me mira unos instantes—. Lo siento, sé que estás nervioso por ella.
—No, no te preocupes. Es que me dijeron que algo no tan malo pasó. ¿Qué es algo no tan malo exactamente? ¿Qué le hayan abierto para sacarle un riñón y venderlo?—ríe.
—Respira. Ella está bien. Ese lugar no es peligroso, sólo peculiar. Ahí se reúnen los excéntricos, y aquí en Goleudy hay muchas excentricidades.
Asiento, intento que mi consciencia tome las palabras de Britney como una afirmación y no como una suposición. Si ella lo dice es porque tal vez ha ido. Meg debe estar bien. Le gusta defenderse por sí sola pero sus impulsos de vez en cuando se lo impiden, como en la fiesta de graduación. No sé qué habría hecho si Hailee no me hubiese avisado que era un cóctel de licores y no una droga.
—¿La quieres mucho?—ruedo mi vista a su rostro—. ¿A Meg?
—Nos cuidamos mutuamente desde casi siempre. Me preocupo por ella.
—No respondiste mi pregunta—dice con una risa en la garganta.
—Sí, claro que la quiero.
—Es algo seria.
—¿Seria? ¿Meg? Creo que no hablamos de la misma persona. Sólo... No confía mucho en las personas. Y a veces confía en quien no debe—como Andrea.
—Eso nos pasa a todos. Sólo para que lo sepas, no es muy buena idea confiar en Heron.
—¿Por qué?
—Es un chico algo extraño.
Siento andar el tiempo tortuosamente lento, Britney hace el intento de distraerme comentándome de lugares a los que debería ir, no dejo de rebotar mi pierna para soltar la tensión que se anuda en mi estómago. Escucho cornetas molestas y no es como si avanzáramos demasiado rápido, intento marcar de nuevo al número del que recibí la llamada pero ni siquiera suena un tono, lo que hace que el nudo se apriete más.
Raphael se estaciona al otro lado del lugar, me bajo tan rápido que por un instante olvido a Britney y espero a que baje del auto. El club se ve iluminado por luces violetas y azules, a pesar del bullicio de la calle se alcanza a oír la música del interior, mucha gente sale y entra.
—Raphael los llevará hasta su casa—me dice Britney, asiento con la cabeza.
Al entrar percibo un olor extraño, mucha de las personas tienen vasos de licor en sus manos y tropiezan entre sí. Hay linternas de colores del techo y luces en el bar que veo a lo lejos. Britney parece salida de lugar con su vestido negro elegante entre el grupo de chicos extravagantes de tacones de plataforma que pasan a un lado de nosotros caminando. Intento marcar de nuevo pero no hay señal para realizar la llamada.
Empiezo a desesperarme, hay demasiadas personas, demasiado humo y el patrón de luces de la pista de baile empieza a marearme.
—¿Estás bien, Jay?—Britney coloca una mano en mi pecho cuando ve que me detengo.
—Sí, sólo... Dame un segundo.
El dolor de cabeza estalla en mi cráneo. Todo da muchas vueltas, el olor tan inusual me marea.
—¿Por qué todo huele tan extraño?—Britney me ayuda a caminar para sentarme en los sillones a una distancia de nosotros.
Mi frente se pega a mis manos sobre mis rodillas. Britney sube y baja su mano en mi espalda.
—Es marihuana—responde.
He olido marihuana una vez en mi vida en una fiesta y no recordaba que fuese tan fuerte el olor. Ahora que detallo más, hay muchas personas con cigarros en su boca. Espero que Meg no sea uno de ellos.
—¿Te sientes mejor?—me pregunta.
—Un poco—cierro los ojos con fuerza—. Necesito buscar a Meg para largárnos de este lugar.
—¿Quieres que lo haga yo?
—No. No sería buena idea perderte de vista a ti también—sonríe con un ligero sonrojo en las mejillas. Quita su mano de mi espalda como si quemara y baja la mirada.
Le ofrezco mi mano cuando me levanto, la toma sin dudar. Es distinta, la mano de Britney es algo huesuda y se siente extraña dentro de la mía pero intento ignorarlo mientras camino entre las personas extasiadas.
En la pista, logro ver un suéter blanco parecido al que recuerdo que Meg usa, me encamino hacia allá pero no es ella. No sé donde está. No sé dónde está Meg.
¿Y si algo malo le ocurrió y no está aquí? ¿Qué si ahora mismo le están haciendo algo malo? No estoy seguro si exagero pero este lugar se me hace interminable y está demasiado lleno para ver con claridad. Intento llamar una vez más y ocurre lo mismo, no hay respuesta.
—Jay...—dice Britney detrás de mi—tienes que calmarte.
Me detengo. El pecho me sube y baja a demasiada velocidad. Rastrillo mi cabeza con mis uñas, el dolor se hace cada vez más insoportable.
—No sé... No la encuentro, no sé dónde está y no responden el maldito teléfono—pone sus dedos huesudos en mi hombro.
—La vamos a encontrar. Debe estar aquí. Pero tienes que calmarte, ¿bien?—boto aire por la boca, mi cabeza dice sí pero en el pecho siento la presión asfixiante que no me deja pensar con la claridad que tanto presumo tener con Meg.
Llamo de nuevo.
—¿Ya estás aquí?—responde después de dos intentos.
—Tengo una maldita hora en este sitio. ¿En dónde está Meg?
—Sigue después de la pista de baile, estamos en el lugar de las mesas. Hay una cortina de tapas de botella con colores.
Cuelgo sin responder y me encamino a la dirección que me indicó con Britney aún tomada de mi mano. Las personas nos empujan con sus cuerpos sudorosos al ritmo de la música, se aferra a mi brazo. La música disminuye un poco conforme nos acercamos y el sonido de otra melodía retumba en mi cabeza palpitante.
En una mesa hay un grupo varonil pequeño de amigos aspirando lo que debe ser cocaína por la nariz directamente de la mesa y en la que sigue uno más grande riendo mientras una chica de cabello rizado está encima de un chico comiéndole los labios. Meg es parte de los que se ríen, tiene la cabeza apoyada en el dorso de la muñeca.
—¡Hola, mi amigo!—dice en español el chico sentado del lado contrario de Meg. La chica con cabellos rizados se baja del regazo del chico.
—No soy tu amigo—respondo. El chico de en medio que es quien se besaba con la de cabello rizado ríe mientras los demás lo abuchean avergonzándolo.
—Hola, Heron—saluda Britney a mi lado. El que se hace llamar Heron es el chico de en medio.
—Britney. No te esperaba. No eres una chica que esté por aquí...
—Pues, entonces tienes que dejar de juzgar por las apariencias—vuelven a lo mismo del abucheo y cada vez me molesto más. Meg no voltea a verme.
—No puedes decir eso en serio cuando andas de la mano con un estirado. ¿Es tu novio?—pregunta. Britney coloca sus dos manos en su cintura.
—Eso ya no es algo que te importe desde hace mucho tiempo.
Ignoro su contrapunteo y me acerco a Meg. La tomo de un brazo para obligarla a venir conmigo para buscar un lugar retirado de este. Britney me hace un asentimiento y toma asiento en el puesto de Meg de la forma más elegante posible.
Meg no dice ni una palabra, me detengo cerca de los baños donde la música disminuye considerablemente, el piso blanco está manchado con pisadas y huele a cloro con otras sustancias humanas.
Respiro profundo, pasándome una mano por la barbilla y cuello.
Me detengo en frente de ella.
Meg cruza sus brazos y se muerde el interior de la mejilla.
—Tú—empiezo—, no tienes la maldita menor idea de lo preocupado que estaba por ti—la señalo, siento las aletas de mi nariz botar aire con rabia—. Y tú estás aquí con estos hijos de perra haciendo... ¿Qué? ¿Viendo como tienen sexo?
No responde, me cruzo los brazos.
—Respóndeme, Meg.
Me mira a los ojos. Y logro ver que están bastante enrojecidos. Me acerco a ella con el ceño fruncido.
—¿Estás drogada?—no abre la boca—. ¿Qué mierda te pasa, Meg? ¡Eres una irresponsable! ¡No me debes explicaciones sobre qué haces pero vivimos juntos y merezco saber por lo menos a los lugares que vas! ¡No tienes un teléfono para...
Su cuerpo me empuja a la esquina de la pared cuando sus labios tocan los míos con desesperación. Me toma por sorpresa su lengua abriéndose paso dentro de mi boca y enreda sus dedos en mi cabello. Ahueco su rostro en mis manos, separo un poco su rostro del mío con la respiración acelerada.
—Fue una pastilla—dice con voz increíblemente ronca—. Lo siento.
—Eres una idiota—mis dedos levantan su cabello cuando devuelvo mi boca a la suya por unos instantes largos—. Estoy más enojado de lo que jamás he estado. No puedo creer que hayas hecho esto.
—Cállate y bésame—me pega a su cuerpo agarrándome desde la cintura.
Sus labios se deslizan en los míos, siento su respiración caliente. Estamos lo suficientemente alejados y a oscuras de los demás. Quiero sentirla cerca de mi y hacerme entender que ella está a salvo y no con mercenarios camino a algún país extraño para ser vendida.
—¿Por qué me llamaron?—le pregunto.
—Cállate—me besa, pero la separo de mi obligando a que responda—. Vámonos de aquí.
—Estás muy drogada. Y estoy muy enojado contigo, Meg.
—Me estás besando—su nariz roza mi cuello—. Y te apuesto que al llegar a casa vas a querer que esté sobre ti haciéndote...
—Cállate y ya vámonos—le digo girándola de los hombros. Siento mi cara enrojecer.
Britney tiene las mejillas enrojecida de rabia mientras Heron la rodea con un brazo y le bota humo de cigarro en la cara. Mantiene su postura recta y labios relajados pero es innegable su enojo. Al verse. Se levanta alisando su vestido y recomponiéndose arreglando su cabello.
—Adiós, Meg. Espero que hayas disfrutado de la pastilla—le dice la otra chica riendo.
—¿Por qué te la llevas?—pregunta Heron al ver que la tengo a mi lado.
—Quiere irse.
—¿Quiere irse o quieres llevártela?—pregunta levantándose.
—Quiere irse—Britney le pone una mano en el pecho a Heron.
—Estás borracho. Basta de esto—le dice en un susurro alto—. Vámonos, Jay.
Da unos pasos agarrando a Meg del codo, ella le pone mala cara pero está tan lenta que dudo que pueda decirle algo. Heron se mantiene en frente de mi y lo miro a los ojos.
—Jay—recalca Britney.
Doy unos pasos hacia atrás sin dejar de mirarlo, ayudo a Britney con Meg tomándola de la cintura para guiarla.
La presión de mi cabeza disminuye mientras nos encaminamos a la salida.
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