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18. Meg

No logro dormir.

Aunque estoy infinitamente encantada con este ciudad, no puedo negar que hay demasiado ruido. Mi habitación queda justo al lado de la calle, y a pesar de que vivimos en el quinceavo piso, puedo escuchar los bocinazos y el ajetreo de las calles.

Mi cuarto no es demasiado grande, pero me encanta. Cuando entré, la cama estaba en el centro de ella pero la remodelé en cinco minutos llevándola hasta la pared cerca de la ventana. Y no sabía que sería una mala elección, pero igual no puedo dormir en el centro de una habitación.

Mis cosas siguen dentro de las maletas y bolso, esperando ser guardadas en el armario de madera blanco de dos puertas con un espejo en cada una. Frente a mi cama, hay un bello escritorio del mismo color que Ellen me dio de regalo, también hubo uno para Jay.

Mi habitación tiene un mueble en la ventana en donde puedo sentarme y admirar la vista, parece hecho justo para mi, pequeño pero privado y agradable. No podría pedir nada más.

Jay y yo pasamos el rato en el sofá, hambrientos usando la excusa del cansancio para no salir a comprar prometiendo ir mañana. Así que decidí acostarme para intentar descansar, a pesar de que es temprano. Pero hasta ahora, me resulta misión fallida.

Me levanto y voy a la habitación de Jay, a quien consigo mirando el techo con las manos sobre el pecho. Todavía no hemos puesto las estrellas.

—Ey, tú—le digo para llamar su atención apoyando mi cuerpo en el borde de la puerta.

—Ey—sonríe, me hace espacio para sentarme con la espalda a la pared—. Pensé que estabas en la tierra de los sueños.

—No puedo dormir desde el avión.

—¿Qué te parece si comemos algo?

—Ahora sería un buen momento para que Rose haga su entrada—respondo y es gracioso porque sí sería genial—. No quiero salir. En realidad ni siquiera conocemos nada por aquí. Por ahora—le levanto una ceja acompañada de una sonrisa.

—No creo que sea prudente salir a explorar ahora mismo, pero...—sonríe también— En cada esquina hay un lugar de comida.

—Bueno. Cuando llegamos vi a menos de dos cuadras un lugar de compras. ¿Qué dices?

—No me he puesto la pijama. Creo que es ahora o nunca si no queremos morir de hambre.

.
.

Jay saca por cuarta vez el paquete de gomitas que intento contrabandear en la cesta de compras.

La tienda está a menos de una cuadra de nuestro edificio, está bien abastecido con víveres, medicamentos y utensilios. Nos salva sin duda de una emergencia, como ahora que estamos a dos pasos de morir por desnutrición.

Jay El Precavido, metió un sartén, un paquete de platos, vasos y cubiertos desechables, en el fondo me alegra que se le haya ocurrido porque si fuese por mi, muy seguramente hubiésemos comido con los dedos.

Pero me encargo de la diversión y llevo una mezcla de hot cakes, un paquete de sándwiches, una caja de cereal grande y una garrafa de leche. Jay arquea una ceja cuando llega con lo que él considera comida real, pero no saca nada.

Excepto las gomitas.

—No vamos a comprar nada con el azúcar suficiente para matarte, Meg. Excepto el cereal, y sólo porque me gusta tanto como a ti.

—¿Y si sólo lo escondo y finjo estar embarazada sin que se den cuenta de que no es cierto?

—¡No!—ríe—. Consigamos un trabajo primero, ¿está bien? Ve y haz la fila mientras busco algo con qué comer estos sándwiches.

Le ruedo los ojos sin quitar mi sonrisa y tomo la cesta con las dos manos. Hay una mujer mayor y un hombre con tatuajes delante de mi. Sonrío para mi misma porque sigo sin creer que estoy por fin aquí, debo parecer loca sonriendo sola pero no es fácil ocultar la emoción que vibra en mi pecho, podría estar haciendo esta fila toda la noche y estaría igual de feliz sabiendo que estoy en Nuevo Goleudy. Algo hipotéticamente extraño porque no podría ir a New Bridge por estar siempre en la fila y...

—Hacen linda pareja—me saca de mis pensamientos la mujer en la fila.

—Gracias, pero...—Jay me interrumpe metiendo un paquete de queso cheddar y jamón, además del paquete de gomitas que no me había dejado llevar.

—Aquí tienes—le sonrío sin dejar de mirarlo—. ¡No me mires así! No cuestiones mis decisiones.

Veo la comisura de los labios de la mujer elevarse, pero se voltea y continua con lo suyo dejándome con las palabras en la boca.

Jay se ofrece a pagar todo y como siempre, me enojo con él por no dejarme hacerlo. Me insiste en que se lo pagaré más adelante pero jamás me lo permite y se queda en el tiempo. Caminamos de regreso a nuestro hogar con bolsas en las manos.

Es extraño y agradable decir nuestro hogar, es pensar también en comprar cosas para ambientarla, decoraciones y detalles que la harán más acogedora. Es raro, pero también agradable. Jay camina con una bonita sonrisa contagiosa que incluso hace que quiera cocinar algo más que sólo sándwiches. Debería hacer caso a Jay y comer más que cereal y café.

En el piso número quince, vivimos nosotros y dos vecinos más que aún no conocemos. Sueño con poner una alfombra en la entrada de nuestro hogar, también me pica la lengua por recordarle a Jay sobre el pez.

Me dispongo a ayudarlo a preparar nuestra cena que saciará las cinco horas de vuelo, nos sonreímos distinguidas veces, me empuja con el codo y hacemos más sándwiches de los que quizás comeremos.

Nos sentamos en el mueble de nuestra sala, sintiéndome tan feliz que se me es imposible dejar de sonreír. Pensando en que estoy cumpliendo lo que más soñé en todo el mundo con la persona que más quiero en el mundo.

—¿Sabes qué?—dice Jay después de tragar—. Tenemos que comprar cosas bonitas para este lugar.

Mjúm—asiento—, concuerdo con eso—respondo con la boca llena—. Antes de empezar en New Bridge.

—¿Mañana buscaremos empleo?

—Creo. Sería mejor hacerlo que esperar a tener un horario apretado y no poder buscar.

—Qué complicada es la vida de un adulto—me pongo el dorso de la mano en la frente dramatizando.

—No te dieron la beca por ser una buena actriz—me repite lo que yo le dije hace un tiempo atrás, me quita con suavidad la mano de mi cabeza—. Además, no eres tan adulto como yo. Eres una niña.

—Claro. Lo dice la persona que todavía colecciona legos—me señala con un dedo amenazante.

—No te metas con eso. Ya verás que ser un hombre no es fácil.

Jay se me acerca y empieza a hacerme cosquillas a los costados de mi abdomen. Intento empujarlo con los pies, pero es innegablemente más fuerte que yo. Que claro que eso no se lo diría jamás en voz alta.

Río a carcajadas y Jay se burla de mi risa ahogada.

—¡Voy a morir!—le grito, lo empujo con los pies desde el pecho con todas mis fuerzas—. Basta, Sullivan.

—¿Basta qué, Labrot?—respiro con esfuerzo.

—Con esto de las cosquillas. Vengaré mi dignidad perdida.

—No tengo cosquillas—se encoje de hombros.

—¡Todas las personas tenemos cosquillas!—respondo negando la cabeza.

—Yo soy la excepción. Y quita tus pies de pecho, por favor.

—¿Y si yo no quiero hacerlo?—levanta una ceja, me muerdo el labio reprimiendo la sonrisa que evita que me tome en serio en el momento.

Me toma de los tobillos y me tira al suelo.

—Te lo advertí—me dice desde el sofá.

Lo tomo desprevenido y le hago lo mismo, pienso por un segundo que se rinde porque jamás hubiese sido tal fácil.

—Eres estúpido, Jay.

—A mi me pareces linda.

—Sigues pareciéndome estúpido, ningún halago podría...—siento sus labios sobre los míos sin ningún aviso, enrojezco y lo miro con ojos abiertos.

—Cada vez que me digas estúpido, tendré que hacer eso.

—Tendrás que hacerlo muchas veces entonces—respondo y sonrío.

—No es problema—me regresa la sonrisa.

Mientras hablamos, Jay acaricia los dedos de mi mano apoyada en el sofá. Mi otra mano toca la alfombra del suelo que es más suave de lo que pensé, me recuerda un poco a la de mi habitación en Ciudad Solar. Me llego a preguntar qué puede estar haciendo papá en estos momentos. 

Su rostro en el último momento no se me borra de la cabeza, esperaba que llegara tarde cuando en la mañana me dejó una nota que volvería después del trabajo al mediodía. Pero no pasó. Incluso me alegra que haya logrado verme por última vez antes de abordaje.

Jay y yo nos quedamos callados sin darnos cuenta. Miro la punta de sus dedos ásperos acariciar de mi muñeca hasta mi manos suavemente una y otra vez, no es incómodo, se siente como una burbuja de paz en donde sólo estamos nosotros dos disfrutando ver a nuestras tímidas manos unirse. Es bastante irónico considerando que en uno de nuestros primeros besos yo estaba encima de él. 

Me mordisqueo el interior de la mejilla al recordarlo. Jay me levanta la mirada y sus cejas le hacen una sombra que he visto sólo cuando nos hemos besado. Mi cuerpo tiene una reacción a él que me incomoda porque no puedo controlarla, y cuando ya tengo su aliento rozando en mis labios no me abstengo de besarlo.

A diferencia de sus manos, su toque es suave. Disfruto la caricia de ellas en mi nuca. Lo acerco a mi del mismo modo. Me encuentro en un éxtasis cuando se aparta un momento para retirar el cabello de mi cuello y llevar su nariz entre la unión de la mandíbula y este.

—Siempre hueles increíble—me susurra con voz ronca, se me hace un agujero en el estómago al escucharlo hablar de esa forma.

Dejo que reparta pequeños besos de ese lugar hasta mis labios de nuevo, acaricio su cabello y Jay muerde con sutileza mi labio inferior. Suspiro, nos detenemos un segundo. Suspira y respira con el pecho subiendo y bajando a la misma velocidad que el mío, y le sonrío. Jay ríe con falta de aire cerrando sus ojos.

—Cuidado, Sullivan—le digo.

—No creo que quieras que tenga cuidado—me deja sin palabras un momento y odio eso, porque tiene razón.

Esconde un cabello detrás de mi oreja y me besa la punta de la nariz. No dejo que se aleje besándolo de regreso, me posiciono en frente de él para más comodidad. Desliza una de sus  manso por mi cintura y poco a poco, quedo sobre su regazo. Me mira con ojos oscuros y puedo jurar que hasta traga sutilmente. Lo beso de nuevo. 

Su espalda queda recostada del sofá mientras acaricia mi piernas como la primera vez en su auto, subiendo hasta mi cintura acariándome con cuidado. Pero por alguna razón, no deseo que tenga cuidado. Intento hacérselo saber besándolo con más fuerza. Lo tomo del cabello para inclinar su cabeza hacia atrás y llevo mis labios hasta su cuello.

—Meg...—habla nervioso— ¿Qué haces?

Absorbo un poco su piel para no tener que hablar. Su piel se torna más cálida y lo confirmo cuando suspira. Siento su corazón junto al mío, palpita tan rápido que me motiva a besarlo de nuevo, responde a mi beso con fuerza, una y otra vez une su boca con la mía, absorbe mi labio inferior y yo muerdo el mismo lugar. 

Pasa sus manos debajo de mi sudadera donde está mi piel erizada por su tacto, me mira con los labios entreabiertos. No quiero detenerme. Porque se siente diferente a cualquier otro beso que pude haber dado, mi cuerpo responde sin fuerza a él, es como si supiéramos que haremos a continuación, con la química que sigue brotando con cada beso que intercambiamos.

Le levanto la camisa hasta la mitad del abdomen y nunca pensé decirlo, pero se me hace irresistible la forma en la que saca su camisa desde su espalda y la deja en el suelo. He visto a Jay sin camisa centenar de veces, pero pasar mis dedos por su pecho, tocar su piel, genera electricidad en mi. 

Se posiciona más derecho sin dejar de besarme para abrazarme por la cintura, acaricio su espalda bronceada por el sol de nuestra antigua ciudad y creo que he descubierto una parte de Jay que me parece todo un deleite cuando la toco. Regresa a mi cuello mientras continuo acariciando su pecho desnudo con mis manos, y suspiro. El suspiro es largo y hace más fuerte el tambor en mi tórax.

Jay me sube la sudadera que termino por quitarme yo misma, me ayuda con la camisa debajo de esta. Nunca creí sentirme avergonzada en frente de Jay porque jamás pensé que me vería en sujetador en la forma en la que estamos ahora. Levanta sus cejas, pero pasa de mis pechos a mi rostro con velocidad, se sonroja. No creo que pueda estar más carmesí de lo que yo estoy. Inclina su cabeza y mete mi cabello detrás de mi oreja, apartándolo de mis hombros.

Besa mi hombro izquierdo y hace una linea de besos por toda mi clavícula hasta llegar al otro extremo. Devuelve sus ojos olivo a mi rostro.

—Podría verte y dibujarte mil veces, en serio—sonríe.

—Temo que no soy Rose de Titanic para pedirte que me dibujes.

—No necesitas ser Rose de Titanic para verte perfecta—besa en el medio de mis clavículas.

Acaricio sus mejillas con los pulgares mientras roza los lados de mi abdomen. Respiro con fuerza.

—¿Estás cansada?—pregunta ahuecando una de mis manos. Sonrío.

—No, es decir sí—ríe—. Pero esto...

—Entiendo, Meg—vuelve a reír.

—Entiendo que te pongo nervioso—bromeo.

—A cualquiera—deja caer su cabeza en mi mano, me mira con ojos entrecerrados con su mano en mi muñeca. Continúa hablando con voz rasposa.

Nos quedamos unos minutos así, solamente viéndonos y acariciándonos en completo silencio, siento mis mejillas tan rojas como las suyas, le quito el cabello sobre su frente, hay humedad en el inicio de su frente y también en su cuerpo.

Descanso mi cabeza en su hombro, con la punta de sus dedos me acaricia la espalda delicadamente. Cierro los ojos dejándome llevar por la sensación de nuestros cuerpo cerca, por la calidez que me trasmite y el olor de óleo y perfume que tanto me gusta y tranquiliza.

—Te quiero—susurra, sus dedos siguen acariciando exquisitamente a lo largo de mi espalda encorvada.

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