14. Meg
Jay respira profundamente, intento no rozar la venda de su torso. He intentado dormir desde el momento en el que apagué la luz, cada vez que intento deslizarme para ir al colchón inflable, Jay me apreta más fuerte, no quiero apartarlo y arriesgarme a tocar su costado magullado.
Cuando cierro los ojos puedo verlo lanzando el primer golpe. Hace que me sienta culpable y que quiera picarme en cuadritos.
Fui yo la que le habló en la cafetería. Nix siempre ha molestado a Jay, pero él había sido más inteligente y había decidido ignorarlo. Hasta hoy. Subo el rostro hasta su cara rota, tiene los labios entreabiertos como siempre cuando duerme. Un moretón comienza a nacer cerca de su ojo del lado de la herida de su ceja, sigue fresca la sangre de su boca. Quiero agradecerle, me molesta que se haya metido cuando pude hacerlo sola, fue valiente.
Y también estúpido. Pero más valiente. Le acaricio la mejilla con el pulgar, recuerdo un segundo como se sintió su beso en la playa, todo se está volviendo tan distinto que no puedo controlarlo.
Mi opinión sobre las relaciones siempre ha sido la misma. No funcionan. Según las historias de mi madre, el matrimonio de mis abuelos había sido un desastre y agradecía haber salido de ahí joven. No hace falta mencionar cómo acabó el de ella y mi padre. Creo plenamente en el amor, pero el amor viene de la mano con el dolor. He leído que mientras la muerte de una persona se acerca y es tranquila, siente paz.
Es exactamente con lo que lo comparo, estás muriendo y no te das cuenta porque estás concentrado en lo que sientes mientras lo haces. Hay que ser fuerte para amar tan profundamente que estés dispuesto a dañarte y no me creo capaz de soportar más de esas dosis. Quiero a Jay, como a nadie y por esa razón no quiero aventurarme a perderlo por un capricho, me lo repetiré hasta convencerme de que es así. No estoy dispuesta a tolerar más dolor. No me quedaré sin Jay para siempre.
—¿No puedes dormir?—Jay abre un ojo sonriente, aún con mi mano en su mejilla.
—Haces mucho ruido.
—Claro, tú me ganas—responde con voz adormilada.
—Te gano en todo.
Jay ríe, su labio partido lo hace lucir diferente. Recuerdo dos peleas de Jay en la escuela cuando eramos niños pero nada comparado a esto.
—Me dolió más cuando me golpeaste tú en la escuela—dice refiriéndose al día en que nos hicimos amigos.
—Eres un mentiroso.
—Tengo piel de acero.
—Por esa razón te salió sangre, tiene mucho sentido—bufo por la nariz.
—¿No me dejarás ganar ni una sola vez, no?
—Está bien. Esta vez porque lo mereces.
—Yupi—dice con sarcasmo.
—No robes mis líneas, además deberías dormir.
—Ya me despertaste de la emoción de haberte ganado en algo.
Jay sigue con la mano en mi cintura, sus dedos tocan la piel desnuda donde la sudadera subió. Cierro los ojos, necesito dormir, dudo que a estas alturas sea posible.
—Gracias, Jay.
—¿No estás enojada?
—Puedo defenderme sola. Pero esta vez fue diferente.
—Volvería a hacerlo.
—Para de decirlo.
—Sabes que sí—me calla—. Deja de culparte por todo.
Suspiro.
—Deja de culparte por todo—repite con su nariz cercana a la mía, susurra—. Y si te interesa saberlo, tuve que aprender a defenderme de ti. Por eso sé golpear.
—¡Jay, eres un mentiroso!—le empujo con mi hombro, hace una mueca de dolor pero no quita su sonrisa—. Lo siento.
—No te preocupes por eso.
—Ellen va a querer ahorcarnos—digo.
—Ahorcarme.
—Fue culpa de los de los dos.
—Sabrá que fue por una buena causa—responde convencido.
—Puedo preguntar, ¿por qué estás tan cerca?
—No es malo querer estar cerca de ti.
—Sé tu razón, lagartija—le doy un toque en la nariz.
Me da un beso rápido, abro los ojos en el momento que lo hace.
—Jay.
—Es el pago por mi ayuda.
—No te rindes, ¿verdad?
—No ahora que necesito averiguar algo—casi susurra, pero hay firmeza en su voz.
Lo miro a los ojos y me encuentro con sus bonitos ojos olivo oscuro. ¿Por qué Jay es siempre tan diferente a los demás? No lo hace a propósito, es solamente él, es todo. Por esa razón le regreso el beso, lidiaré conmigo misma mañana, no necesariamente debe llevarnos a nada, es solamente un beso. Me apega más a su cuerpo desde la cintura, siento una corriente cuando lo hace, Jay aspira aire entre los dientes separándose un segundo de mi.
—¿Te duele?
—No.
Desliza su mano sobre mi pierna para subirla a su cadera conforme me besa, me prohíbo suspirar e intento ser cuidadosa por su labio partido. Le acaricio el cabello, con sus dientes muerde mi labio inferior con suavidad.
—¿Por qué tan serio?—mojo la punta de su nariz con mi lengua, su respiración es acelerada. Como la mía.
—No estoy serio.
—No deberíamos hacer esto...
—No empieces—me interrumpe.
—Por los golpes.
—Ah—sonríe con vergüenza.
Sus dedos se sienten igual de ásperos como siempre cuando me acaricia la zona de la mejilla y la barbilla.
—Si te arde.
Se encoge de hombros.
—Puede arreglarse con unos cuantos besos más.
—Ya fueron suficientes por hoy, tigre.
Estiro mis piernas de nuevo y me odio por ser tan aprensiva, me he besado con algunos chicos antes pero no es la misma situación.
—Estaba cómodo.
—No es buena posición para tus lindas costillas.
—¿Será mañana igual?
—Eso tendrás que averiguarlo durmiendo.
—Me hablas como un niño.
—Lo eres, Jay Sullivan.
—Soy unos meses mayor que tú. Decídete.
—Duérmete, Jay.
—Si te duermes tú.
—Bien.
—Bien.
—Cierra los ojos—le digo cerrando los míos como un buen ejemplo—. Y ahora duerme.
—Y ahora, necesito que dejes de hablar si quieres que me duerma—sonrío—. Mi sueño desapareció.
—El mío no.
Mi cara está deliciosamente hundida en la almohada, la sensación de los labios de Jay sigue acompañándome y la disfruto tanto como mi comodidad en este momento.
—Tienes que enseñarme a tocar la guitarra—dice.
Asiento, me pregunto porqué quiere que le enseñe pero la boca me pesa al tiempo de responder. Me rindo con mi cansancio eterno y me gustaría quitarme algunas ojeras antes de hacerme vieja.
.
.
Una vez más, la habitación se ilumina con ligera luz solar, Jay detesta despertarse con el sol y por esa la razón de cortinas oscuras y paredes del mismo tono. Caigo en mi misma cuando veo su rostro un poco más hinchado que ayer, tiene las cejas ligeramente unidas. Se remueve al sentir que me siento en la cama, pero todavía no despierta del todo.
—Meg, duérmete—río.
—Hola.
—Hola—sonríe, su herida empieza a cicatrizar.
—¿Cómo te sientes?
—Como un saco de boxeo.
—¿Busco algo por ti?
—El valor para mostrarme a mi mamá así—bromea—. Se volverá loca.
—Yo le diré. Es mi culpa, después de todo.
—Lo haré yo. ¿Dormiste bien?
—Muy bien—estiro mi espalda—. Recuperé mis fuerzas para cuando sea una anciana.
—Al menos uno de los dos descansó.
—¿No dormiste?
—No mucho, roncabas como puerco.
—¡Jay, yo ni siquiera ronco!
Alissa abre la puerta de la habitación interrumpiéndonos vestida con su pijama de conejos, me sonríe y cuando pasa la mirada a su hermana se queda boquiabierta.
Grita.
—¡Alissa no...—dice Jay para detenerla antes de que salga corriendo.
—Estamos en problemas—digo.
—Maldita sea.
—Maldita sea—repito.
Ayudo a Jay a levantarse, tiene el cabello arremolinado y profundas sombras negras maquillan sus ojos, las vendas de los nudillos tienen algo de sangre. Se endereza cerrando los ojos, cruje como árbol.
—¡Jay!—grita Ellen desde abajo. Y no es un grito agradable.
Me mira. Y lo miro. Hemos estado en estas situaciones antes, y es mejor Ellen que Miranda.
—No es tu culpa—dice Jay—. Bajemos.
Ellen nos ve con brazos cruzados y ojos demandantes. Tiene pantalones de vestir y un saco negro que la hace ver más intimidante. Me muerdo el interior de la mejilla, no nos atrevemos a bajar los últimos escalones.
—Alissa sale de tu habitación, gritando—comienza a hablar desde el suelo—. Diciendo... Que su hermano está sangrando.
—Mamá—lo corta.
—Agradece que esto fue fuera de la escuela. Dime que esto no se va a repetir en ninguna parte, Jay Sullivan—su mandíbula se prensa con furia.
—No se va a volver a repetir—suspira.
—¿Qué pasó?—pregunta.
—Un tipo quiso sobrepasarse conmigo—hablo por Jay antes de que Ellen lo asesine—. Jay intervino. Nos íbamos a ir, pero comenzó a hablar y... Bien, Jay lo golpeó.
—Eso cambia las cosas...—suaviza el agarre de sus manos—Vengan aquí.
Jay y yo estamos hombro con hombro, continuo sintiendo el peso en en pecho, una cosa que odio es que se encarguen de mi y aquí está mi... Mejor amigo, con feos golpes hasta en Dios sabe dónde. No dejo de agradecerle en mi interior porque Nix hubiese sido capaz de en serio sobrepasarse más allá de molestarme porque es uno de esos hombres que no entienden un no. Y sabe que si presenta algún tipo de cargo, las cosas pueden irse en su contra, me tranquiliza pensar en esa posibilidad. También dudo que volvamos verlo.
—Entiendan que se irán a otra ciudad a vivir. Deben aprender a ser más responsables. Tendrán que tener control de las cosas que hacen porque yo no estaré para cuidarlos. La vida adulta es buena, es un cambio grande. Pero también viene con deberes. ¿Entienden?—coloca cada mano en nuestros brazos—. Están teniendo nuevas experiencias, no son ya niños pero tampoco son completamente adultos, es difícil lo sé. Pero la honestidad y responsabilidad hacen al adulto.
Miro por el rabillo del ojo a Jay con su ceja partida. Las palabras de Ellen me recuerdan a la noche anterior, donde nos besamos. La honestidad y responsabilidad. Estamos evadiendo cualquier consecuencia de lo que estamos haciendo.
Le medio sonrío a Ellen y al momento en que quita sus ojos de mi, trago el nudo en la garganta que empieza a asfixiarme. Nunca había pensado en la idea de Jay y yo juntos, no sé a qué nos está llevando pero tampoco quiero saber el límite. Ellen nos abraza a ambos.
—Meg, sabes que te quiero como a una hija—dice. Eso hace que me sienta aún peor, se me cae una lágrima de ojo, intento contener el resto para después—. Y a ti, Jay Benjamín Sullivan. Necesito ver porqué estás como un boxeador.
—Bueno, no fueron sólo estas.
Jay se levanta un poco su camisa para que su madre vea el vendaje del torso.
—No se qué te pasó por la cabeza.
Mientras su madre se lo lleva a la cocina para verlo —y posiblemente reprenderlo— subo al baño. Cierro la puerta detrás de mi con cuidado de que puedan escucharme. Me miro en el espejo y lo que veo es culpa y decepción de mi misma. Todo se me viene encima de un segundo a otro pero contengo todo dentro de mi, no puedo permitir que Jay me vea con la cara roja de llorar si fue él quien llevó los golpes por mi.
Me apoyo en el lavamanos, me lavo el rostro. Esto con Jay se me está saliendo de control y dentro de mi sé que terminará muy mal. No puedo controlar lo que está floreciendo en mi, ocultarlo está siendo más difícil de lo que creí, siempre hubo algo extraño. Pensé que podríamos superarlo. Olvidarlo. Pero no es así. No es tan fácil superar algo que no dejas de pensar.
—¿Meg?—tocan la puerta—. ¿Todo bien?
Respiro antes de abrir con una sonrisa.
—Sí, todo bien. ¿Qué te dijo Ellen?
—Nada importante.
De regreso a su habitación, empiezo a guardar mis cosas para ir al departamento de mi papá, que no es más que la pijama que le robé a Jay los últimos días. No nos hemos escrito mi padre y yo, pero tampoco es como si fuera extraño no saber de él en mucho. De mi madre tampoco hay demasiado que decir.
—¿Ya te vas?
—No quiero fastidiarte más—río.
—No me molestas. Es que, bueno. Pensé en que tal vez, quisieras no sé...
—¿Salir? No te gusta estar en casa.
Su mano se enreda con la mía para llamar mi atención. Me encuentro de nuevo con sus ojos olivo.
—No es eso. Te debo un helado desde la vez pasada.
—No sé, Jay.
—Te dejaré en casa. Tomaremos un taxi.
—Mira tu rostro, necesitas descansar.
—Estoy bien—le quita importancia con los hombros—. Me da un aire a chico malo.
—Jay. No serías un chico malo ni volviendo a nacer. En esta amistad, yo soy el chico malo.
—No tienes tatuajes.
—Eso no lo sabes.
Le sonrío, me mira con ojos abiertos. Lo empujo desde el pecho hasta la puerta para que me deje sola.
—¡Meg, no puedes tener un tatuaje y no decirme!—dice mientras camina de espaldas.
Le cierro la puerta. Me paso la mano por el cabello teniendo mi sonrisa intacta en el rostro. A veces siento que todo está igual hasta que recuerdo sus labios.
.
.
Caminamos lado a lado, como siempre. Nuestros pies van al compás, no hablamos. No es un silencio incómodo, es un silencio en el que todo va extrañamente bien. Algunas personas se quedan mirando el rostro de Jay. En realidad, no se ve tan mal. Su ceja y labio partido si puedo admitir que le da un aire misterioso junto con el moretón naciente en su pómulo, cualquiera que lo conozca bien puede decir lo contrario. Jay es un chico dulce, puede ayudar a ochenta personas y no esperar que le den nada a cambio, es lo que veo en él.
El día en Ciudad Solar es tan agradable como siempre, la luz del sol iluminando los apartamentos rojizos que raramente pasan de diez pisos y las copas de las árboles se ven relucientemente verdes. Las nubes en el cielo parecen no acabarse y se ven tan grandes que casi puedo imaginarme sobre una de ellas.
—Debo decirte una cosa—comienza.
—Adelante.
—Mi madre nos ayudará con los dos primeros meses de alquiler.
Respiro con alivio, pensé que tendría que gastarme todo el dinero reunido. El departamento no es tan costoso, pero llegar sin tener nada asegurado dudo que sea sencillo.
—Eso está muy, muy bien—le respondo.
—Está muy, muy bien—me muestra sus dientes—. Así que, es momento de hacer nuestro equipaje.
—Siguen faltando algunos días. Pero no quiero dejar esto de último minuto.
Entramos a una pequeña heladería, la inauguraron hace unas semanas. Siempre decíamos que debíamos venir. Al parecer su especialidad es hacer helados de frutas, se ven deliciosamente cremosos y quién no quiere algo frío con el calor del verano.
Sus paredes son de color chicle, cuenta con sillas y mesas altas de blanco granulado, la cerámica del piso está decorada con círculos verdes, naranja y rosa. Le da más ambiente los carteles junto con dibujos de helados hechos de tiza.
Jay se pide uno de limón y yo uno de sandía, el chico nos entrega el vaso lleno de nuestro pedido. Hasta me guiña el ojo sin mirar a Jay quien le hace un gesto con las cejas. Nos sentamos en una de las mesas porque ninguno de los dos desea seguir caminando porque somos flojos sin remedio de vez en cuando.
—Esto está...
—Muy rico—termino por él.
—Fue buena idea venir, está aún mejor que el batido de frutas—le entrecierro los ojos, me mira divertido dándole otra cucharada a su helado.
—Cállate. Eso debí ganarlo yo—digo refiriéndome a nuestra última apuesta.
—No te esforzaste lo suficiente.
—¡Claro que sí! No podemos seguir con estas competencias.
—Podemos seguir toda la vida—me quita con su cuchara helado de mi vaso.
—Te mataré si repites eso.
—A veces es bueno arriesgarse—y aquí vamos.
—Jay...
—No tenemos porqué hablarlo hoy.
—Se nos está saliendo de las manos.
—Pensé que te gustaban lo nuevo.
—No de esta forma. No entiendo a dónde nos llevará.
Le quito mirada jugando con la paleta y el helado. Mi amistad con Jay es más fuerte que cualquier otra cosa, más fuerte que mi amor por la música. No quiero que termine por un momento de confusión.
—Meg. Esto va desde hace mucho tiempo atrás. Esto no es reciente.
—Ya sabes que pienso de esto.
—No insistiré más si no quieres. Pero recuerda que yo tampoco sé muy precisamente que está ocurriendo conmigo. No sé porque no dejo de verte. Ni de pensarte en las diferentes formas en las que te puedo hacer sonreír.
Después de oírlo, pienso lo que diré con cuidado. Me pauso un segundo y siento su mirada todavía sobre mi.
—Eres lo que me queda. Jay, yo no tengo una familia a parte de mis padres. Hace años que no tengo contacto real con la única tía que creo que me recuerda, ni siquiera tengo un perro. No quiero ver atrás y que esto no tenga solución después.
—¿Por qué tendría que tener solución algo que no es un problema?
—No podemos dejar que esto continúe.
—¿No sentiste nada ayer?
—Yo...
—Dime sólo sí o no.
Mi corazón se detiene. Maldición, que sí sentí. Claro que sentí algo por él. No quiero negárselo por eso dejo que el silencio responda por mi.
—Eso pensé—sonríe.
—¿Qué buscas?
—Lo mismo que tú. Ya te lo dije, no tenemos que hablarlo hoy—responde.
—Estamos evitándolo desde la fiesta.
—Meg. ¿Crees que quiero perderte también?
Su mano viaja detrás de mi oreja. Desde siempre hemos podido distinguir lo que piensa el otro y lo que veo en él ahora es miedo. ¿Es cierto lo que dice? ¿Que esto no es algo nuevo? No creo estarme complicando por algo fácil, esto no es fácil. Todo puede cambiar si alguno de los dos dice lo que siente en voz alta.
—Meg, yo...
—No lo digas, Jay. Por favor.
—Si te vas, sabes que iré detrás de ti.
—¿Y si te pido que no me sigas?
—Sé que querrás que lo haga.
Me levanto sin verle la cara, no volteo atrás al salir de la tienda con una mano en el cabello y mordiéndome los labios lo más fuerte que puedo. Y como lo esperaba, siento pisadas rápidas detrás de mi, Jay tenía razón.
—No me respondiste—dice a mis espaldas.
Continuo mi camino, aunque no sé a donde voy, no sé muy bien llegar hasta el departamento desde donde estoy, me dejo ir lejos de Jay.
—Meg—me toma del brazo—. ¿Puedes detenerte un segundo?
Me escapo de su agarre enfrentándolo.
—Esto tampoco está siendo de maravilla para mi—dice—. Quiero descubrir qué es lo que pasa.
—¡Yo no quiero, Jay!—miento. Su cara queda en seco y veo más allá de su dolor físico—. Esto no está bien para ninguno, nosotros no somos esto.
—¿Sentiste algo cuando te besé?—pregunta una vez más—. Respóndeme con sinceridad. Quiero una respuesta cla...
—No.
Mete las manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Baja su cabeza y casi quiero gritarle que miento. Que sentí su beso como cada nota musical.
—Es bueno escucharlo—murmura.
Siento el desgarre en mi garganta. Como el triste sonido de la soledad se aproxima y me traga, Jay detiene un taxi en la calle. No puedo hablar, no puedo articular una palabra en mi boca ni tampoco en mi cabeza. Unas pocas gotas me mojan el rostro.
Empieza a llover y sé que el cielo empieza a sentirse igual que yo, cada vez más fuertes, hasta tenerme el cabello lo suficiente húmedo para que se me pegue al cuello.
—El taxista te llevará a casa—su cabello también empieza a chorrear.
Muchas personas sacan sus paraguas o se cubren de la lluvia, pero yo me quedo en el mismo lugar.
—No tengo todo el día—dice el taxista.
—Debes irte.
—No tengo más dinero—consigo decir.
—Ya está pago.
Me subo a la parte trasera del auto, conservando mi trágica expresión de ojos perdidos. Hace frío o no sé si es la ultima visión de los ojos olivo de Jay que me deja sin calor antes de que arranquen las ruedas sobre el pavimento mojado.
—Pelea de novios, ¿eh?—comenta el conductor
No le respondo, tengo los labios entreabiertos y casi ni me doy cuenta de es porque estoy tiritando, el aire acondicionado hace más helada el agua de lluvia.
—Parece un chico rudo.
—No lo es—contesto.
—Uh, tú pareces mordaz—desde el retrovisor me levanta las cejas con diversión—. Muy bonita.
—Sí lo soy, por favor sólo conduzca—lo corto.
—Como diga, señorita serpiente.
Evito cualquier contacto con el hombre, le doy unas vagas gracias cuando me bajo de su transporte pero no espera ni dos segundos para arrancar y dejar un chirrido del hule mojado detrás de él.
La entrada del edificio está enfrente de mi, espero el semáforo. Un auto rojo se detiene en frente de mi abruptamente cuando me toca pasar dándome un largo cornetazo.
—¡Veo que no sabes cómo cruzar la calle!—me grita el dueño.
—¡Y yo como no sabes conducir, imbécil!
Me abrazo por los codos, continua lloviendo. La camisa no me da precisamente cobertura para protegerme de la temperatura baja. Siempre tengo un suéter conmigo y hoy tenía que ser el día que no traigo ni mi bolso.
Paso de largo por el vestíbulo con las cejas tan juntas como si tuvieran pegamento, un tipo con bigote me sisea al presionar el botón del ascensor.
—¿Quién eres, jovencita?—me pregunta con un brazo detrás de la espalda al salir detrás del recibidor.
Camino unos pasos hacia él sin quitarme mi abrigo hecho de mis propios brazos.
—Meg Labrot, vivo aquí con mi papá. Eric Labrot. Temporalmente.
—Bueno, señorita Megan...
—Meg—lo interrumpo. Le sonrío por mera educación antes de que decida que no me quiere dejar pasar.
—Señorita Meg. Me temo que su padre no ha dicho nada de tener una hija viviendo con él. Temporalmente.
Maldición.
—Pues, llámelo. Seguro le dirá lo mismo que yo.
Después de dos intentos de llamada desde el recibidor y una yo más enojada que el demonio, el recepcionista con aspecto de pingüino con deficiencia de carbohidratos me mira con una sonrisa para nada real.
—Lo llamaré yo—le digo, saco mi teléfono desde debajo de mi camisa, donde se supone que no iba a mojarse.
—Déjeme acompañarla a la salida.
—¿Qué?
Miro a la puerta de vidrio, donde veo claramente que continúa la lluvia y no tendrá ánimos de detenerse ahora mismo.
—Sigue lloviendo.
—No puedo mantenerla aquí. Ensucia el vestíbulo y no tiene ningún conocido aquí. Son órdenes del condominio—vuelve a sonreír el flacucho con bigote.
—Ya le dije que mi papá vive aquí.
—Eso no puedo creérlo hasta comprobarlo—junta sus dos manos delante de sí, señalando con sus ojos la salida.
—Váyase a la mierda usted y el condominio.
Dejo fuertes pisadas mientras camino a la salida. Me volteo a verlo detrás del vidrio. Continúa sonriendo, hace un ademán que vaya más lejos. Bajo hasta el último escalón y le muestro las palmas para mostrarle si está bien mi posición, el idiota aplaude finamente con sus patéticos guantes y su ridículo bigote.
Estoy a una gota de lluvia más de gritarle al mundo cuanto lo odio ahora. Me siento de golpe con un puño en las mejilla, mi teléfono no enciende porque tiene la batería muerta. Claro, perfecto. Suelto un risa y dejo el teléfono a mi lado.
.
.
Dos horas y treinta minutos. Dos horas y treinta minutos que estoy afuera. Mojada, con frío y con nada más que un sándwich y medio helado de sandía en el estómago. Intento repetidamente encender mi celular pero es en vano porque nada de lo que haga funcionará porque mi cargador está en el penúltimo piso de esta mugrosa torre. Donde se supone que debería estar. Sigue lloviendo, mis zapatos están tan mojados que podría ser una piscina para hormigas.
Tengo las palmas de las manos en los ojos mientras tarareo Mr. Blue Sky de Electric Orchesta. Que es ciertamente irónico considerando mi situación. Balanceo los pies con los talones y me debo ver muy extraña, pero ya no me importa después de hacerle morisquetas con la boca al charco en frente de mi mientras pasaban los autos e insultar a todos los recepcionistas con bigote.
Me subo con el trasero a un escalón más arriba mirando que el recepcionista pingüino siniestro no me vea y esté hablando por teléfono. Juego con las puntas de mi cabello y pienso en Jay. No se me había pasado por la cabeza desde que el imbécil del auto casi me choca. ¿Estará bien? ¿Estará pensando en lo idiota que soy? ¿O simplemente pensará en mi en la forma habitual en que lo hace? No. Ya lo habitual no existe para nosotros.
Cinco horas.
Llueve menos que antes, la hora del almuerzo pasó hace mucho rato y la barriga me gruñe como león. Me acuesto en el mismo escalón en el que he estado la mitad del día. Jay y yo salimos de su casa aproximadamente a las dos de la tarde y aquí estoy, cinco horas después.
Algunas personas han entrado al edificio y ni han volteado a verme. No he parado de repetir en mi cabeza cada beso con Jay, me cuestiono cada decisión que tomé con respecto a eso y estoy al borde de una conclusión cuando veo al pingüino macabro sostener un saco negro en frente de mi.
—Ten, curiosa amiguita—dice—. Debes tener frío.
—Después de eternas horas aquí, sí. Gracias—acepto la chaqueta, evito que mi tono sea más sarcástico de lo que mi molestia quiere.
—Eres una niña muy rara.
—Soy una niña común y corriente.
—Casi me caes bien—dice—. ¿Por qué sigues aquí?
—No tengo a dónde ir y seguramente me perdería intentando volver. Tampoco tengo dinero. Peleé con mi mejor amigo con el que me besé, empezó a llover, alguien me dijo serpiente y un idiota casi me choca ¡Cuando me tocaba a mi cruzar la calle! ¡Y usted no me quiere dejar entrar porque mi padre se olvidó que tiene una hija viviendo con él por su trabajo!
—Sí eres una niña rara. Todo saldrá bien, Megan.
—Es Meg—digo después de mi histérico momento, me palmea la cabeza para retirarse de nuevo a su trabajo—. ¡Gracias por la chaqueta!
—¡De nada, Megan!
Once de la noche.
Once y nueve minutos.
Mientras tengo la cabeza apoyada en la pared y gólpeandola repetidamente como una mendiga moribunda sorbiendo por la nariz con una chaqueta para un hombre de tamaño yeti, mi padre hace su aparición con su maletín en la mano con las mismas ojeras de siempre.
—¿Meg?
Me levanto con mis pies haciendo un sonido bizcoso digno de la baba de un bulldog, me limpio la nariz con el dorso de mi muñeca cubierta por la chaqueta.
—Hola... Papá.
/////////////
¡Hola! Espero que se encuentren muy bien y felices.
Realmente agradezco su apoyo, y me encantaría saber lo que opinan sobre los capítulos y el transcurso de la historia. Qué piensan sobre los personajes y hasta sugerencias.
Lamento si los capítulos son algo largos, es que me emociona mucho jejejej, todavía los estoy editando y siempre encuentro cosas nuevas que agregar.
Una vez más gracias por su amor♥.
//////////////
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro