12. Meg
Camino en círculos. El pasto es suave y verde, pero aunque pincha mis pies, es agradable y casi siento paz si no estuviese tan confundida por caminar en círculos irracionalmente. No tengo razones para caminar en el mismo lugar, pero tampoco puedo avanzar ni observar otra cosa que no sea el pasto y mis pies.
Abriendo los ojos, puedo sentir la pesadez en donde mis ojeras se hacen cada vez más grandes, y todavía no amanece. Siento que tengo algodón detrás del paladar, además que mi boca no debe tener un olor muy digno de pulcritud. Puedo culpar al vómito. Pero, ¿por qué vomité?
Jay sigue a mi lado, duerme con el brazo sobre sus ojos. Trae puesta la camisa blanca de su traje y los pantalones negros de vestir. Con esto recuerdo la fiesta de graduación.
Junto con la maldita bebida que me mantuvo verde casi toda la noche.
Maldigo a Nix y a su alcoholismo asqueroso. Se salva de que no lo vuelva a ver en mi vida, aunque desearía poder vomitarle encima lo que sea que le haya puesto a la bebida.
Cuando inclino mi cuerpo para sentarme, entrecierro los ojos con incomodidad. Si no estuviese medio despierta pensaría que están friendo huevos sobre mis ojos, estoy viviendo una vez más las consecuencias de no pensar lo que hago. El mareo sigue torturándome menos que antes, pero no evita que haga una mueca de asco cuando siento la acidez subir en medio de mi pecho y por mi cuello. De recordarlo, quisiera poder regresar el tiempo y arrancarme el cerebro.
Regreso a ver a Jay, quien tiene los labios entreabiertos mientras duerme, generalmente suspira cuando lo hace y respira de vez en cuando por la boca. Me hacía pensar que estaba despierto, pero me acostumbré.
Suprimo el agrio recuerdo de él saliendo con Vanessa, claro a charlar no fueron.
Debimos bailar un poco más.
Admito que fue un poco ventajoso el hecho de que no tuvo que lidiar con el inicio de mi estado... Pero sí con el proceso y, fue mucho peor. Qué análisis tan inútiles hago. Me tumbo de nuevo.
Sigue oliendo bien mientras yo tengo una ligera capa de sudor cubriéndome la nuca a pesar del aire acondicionado, acerco mi nariz a su pecho, la liga entre su perfume y el óleo no es común. Es lo que me gusta de su peculiaridad.
Basta, ya para. Me digo a mi misma.
Un destello de un nuevo beso aparece, se sintieron reales sus palabras. Jamás he dudado de Jay. Es demasiado que procesar, la noche hace que mi cabeza me atosigue de pensamientos dañinos y ansiosos. Mamá. ¿Qué estará haciendo? ¿Estará bien? No debería pensar en eso después que sus palabras se convirtieron en dagas, pero es mi mamá. No se veía bien ese día.
¿Estará papá en casa o de turno? ¿Habrá dormido algo? Jamás lo he visto dormir, sus ojeras resaltan bajo su piel blanquecina, admito que siempre se ha visto algo demacrado. Le pregunté una vez qué sentía cuando tocaba un corazón, y recuerdo que única vez sentada en la cafetería del hospital frente a él, me sonrió y dijo que debía de tener mucho cuidado, pero temía de vez en cuando que se le cayera.
Eso me hizo reír, le conté a Jay al día siguiente imaginando a papá temblar como una gelatina mientras tenía un corazón en la mano, todavía no sé por qué me causó tanta gracia, porque aunque recuerdo que Jay río, dijo que también era asqueroso.
Conservo tanto ese recuerdo, tan pocas memorias tengo con papá que me enternece pensar en la Meg más pequeña con medias de rayas de colores sentada frente a papá, pensando que él era el más maravilloso del mundo por comprarme medias que mamá desaprobaría, pero que él me dejaría usar a escondidas sin decir una palabra.
Me hubiese gustado pasar más tiempo con papá. Me gustaría seguir pensando eso.
Jay suspira por segunda vez, viéndolo pienso en que es lo único que tengo ahora. Evito esa idea, pero la verdad es que estoy tan deprimentemente sola que perderlo a él sería devastador.
Tantas son mis ideas, que recuerdo que el viaje a Nuevo Goleudy está cada vez más cerca, y no he preparado ni la primera maleta.
—¿Meg?—dice Jay, respira con fuerza antes de continuar y estira algo su espalda—. ¿Cómo te sientes?
—Como si me hubiese caído un ladrillo en la cabeza.
—¿Qué hora es? ¿Por qué despertaste tan temprano?
—Ya iba a volver a dormir.
—Oh...—responde. Se pasa las manos por la cara en un intento por quitar su mirada somnolienta—. Tengo hambre.
—Yo igual.
—¿Qué me dices si bajamos en completo silencio y desaparecemos algunas papas?
Le sonrío en respuesta. Pasa una sudadera por su cabeza y en la punta de los dedos bajamos por las escaleras hasta la cocina. Todo está en oscuridad y el estómago me gruñe suplicándome comida, no como nada desde el almuerzo con Jay y su familia. Jay me pasa primero una bolsa de papas y luego una de doritos, nos reímos cuando casi hace caer una taza de la mesa.
Siento dolor en medio de la cabeza y el cansancio en los ojos será permanente por lo menos hasta después de unas horas, pero ahora solamente pienso en lo delicioso que sabrán estas papas en mi boca cuando sin querer me las coma sin compartir con Jay.
—Esta es la forma más extraña de celebrar nuestra graduación—digo al entrar a la habitación, mis ojos se acostumbran a la poca claridad.
—Es la mejor forma de celebrar nuestra graduación. Disfrutemos de estas deliciosas papas y brindemos.
Levanta una papa ondulada en mi dirección para brindar junto a él. Las chocamos y me llevo la fritura a la boca donde cruje y se va a mi barriga. Por instantes vuelve a ser como antes. Siento tan distante el momento de la fiesta que me resulta hasta extraño no mencionar que nos besamos y dijimos cosas que se nos pasarían en mil años por la cabeza decir, pero aquí estamos, sentados como niños comiendo bajo la luz tenue de las estrellas de plástico.
Me reconforta un poco la comida, no es la cosa más saludable que pude haber escogido para después de una gran oleada de vómito. Lo último que puedo recordar es a Jay saliendo con Vanessa y a Hailee aullando junto con la música. Y es asqueroso, cada vez que recuerdo el sabor del líquido se me revuelve el estómago y no tengo ganas de sacar los pocos mordisquitos que le he hecho al contenido de la bolsa.
—Estás muy callada.
—Intento recordar lo que pasó.
—No creas que porque estamos haciendo un picnic improvisado ya no estoy enojado.
—¿Estás enojado conmigo porque tomé lo mismo que tú tomaste en tu fiesta de cumpleaños?—reímos un momento, hasta que me detengo a pensar lo que dije. Carraspeo la garganta, como un poco más para no tener que volver a hablar mientras.
—La diferencia es que yo no iba morir.
—Yo no iba a morir. Tal vez un coma de tres días. Lo suficiente para que me extrañaras.
—Sí. Y cuando despertaras, volvería a inducirte en un coma por no aprender a cuidarte un poco de lo que sabes que te hace daño.
Río. Pero sé que tiene razón. Pudo ser peligroso, por mi estado cualquiera pudo aprovecharse de mi. Tuve suerte de que todos se concentraran en la pista a bailar.
—¿Haz hablado con Miranda?—pregunta—. Mamá me dijo que tu padre fue a buscarla.
—No. Para nada. Dudo que volvamos a hablar en mucho tiempo. Es extraño el desear lo contrario.
—¿Qué quieres decir?
—Que quisiera que hablara conmigo—recojo un hombro—. No lo entiendo. Debería no querer verla jamás en mi vida, pero no. Sí quiero verla...—tomo una pausa—. Papá tuvo un intento de disculpas.
—¿Cuándo? ¿De verdad?
—El día en el que estabas con Lisa—veo como hace una mueca con la boca que le dura un instante—. Charlamos un poco. Tenía la idea de que mamá y él habían tenido una conversación o algo. Antes las tenían. Cuando terminaban de discutir. Pero a la mañana siguiente, era igual. Soy una tonta por esperar lo contrario.
—Creo que lo mejor de ti es que esperas lo mejor.
—Considero que es lo peor de mi. Esta semana he sido un muy mal ejemplo de positivismo—de mi garganta brota una risa que hasta yo puedo escuchar que no es sincera.
—No todos los días son días buenos. Es lo normal. No te sientas mal porque esta semana no te trató bien, habrán días mejores. Nuevo Goleudy se acerca.
—Las papas nos ponen sentimentales.
—Sí—reímos con melancolía, el sonido de las bolsas se nos une.
El vacío emocional de no poder tener lo que quieres es desesperante. Debí haberlo superarlo hace tanto pero sigue volviendo a mi cabeza con dolor y preguntas de qué hubiese pasado si las cosas fueran diferentes. Pero a la vez que pienso en lo que pude ser, pienso en lo que está haciendo. El dolor premia, lo vemos en pequeñas cosas, como lo estoy viendo ahora.
Este momento, por más espontáneo que es, me hace feliz y me ayuda a reflexionar que hay gente que me quiere. No tengo a demasiada, tengo a la real, a la honesta y a la que está conmigo cuando lo necesito.
Corrí con la suerte de encontrar a quienes me entienden, de vez en cuando me canso de ser o sentirme víctima porque termino cayendo una y otra vez en las garras de mis temores pero ahí están, puedo contar si necesito ayuda. He aprendido a la fuerza que la compasión no es mala, no debe avergonzarme, odio el orgullo que se encaja junto a él, pero por esa misma razón lucho. Veo a Jay lanzar una fritura al aire para alcanzarla con la boca y me hace sonreír, quiero quedarme aquí un tiempo porque a veces me canso de tanta guerra sin sentido, a pesar de eso no dejo de pelear.
—Inténtalo tú. Te la lanzaré—me reta.
—Lo haré porque no dejaré que me ganes en el juego que yo te enseñe.
Logro alcanzarlo desde la barbilla, cuando cae la segunda en mi pierna me la meto en la boca lo más rápido que puedo e inculpo a Jay de hacer trampa. Así nos lleva un buen rato, en tirarnos comida y en reír en susurros. Cuando se nos acaban, nos echamos de nuevo con los estómagos llenos y las envolturas en el suelo. No amanecerá todavía, no hay más claridad de la que está acostumbrada nuestra visión, bostezo.
—¿Tienes sueño?—Jay recuesta su cabeza sobre su brazo.
—No. Me siento mejor de lo que me veo, te lo aseguro.
—¿Qué crees que pase en Nuevo Goleudy?
He evitado pensarlo pero me gana la imaginación. Mi mamá me insistía que jamás debía adelantarme a los hechos porque no está bien esperar y decepcionarse. Tiene razón, dolorosamente la tiene. Pero he soñado tanto con esto que ni siquiera puedo terminar de asimilar que se esté cumpliendo.
—No sé—respondo.
—Quiero ver el piso. Entrar a la universidad y ver si en serio es como dicen.
—Debe ser como dicen.
Apoya su peso sobre un costado, lo imito recogiendo mis piernas.
—¿Y si no lo es?
—Habrán otras cosas con las que soñar.
—¿Por qué siempre sabes qué decir?
—Pues, ahora mismo no sé que decir—bromeo.
—Casi te matas hoy.
—No exageres.
—Esa será otra regla. No beberás más de la cuenta. Dormirás en la puerta si no cumples con esta. Lo juro.
—Bueno, si rompes una regla tendrás que comprarme un pez.
—No tengo que romper una regla para comprarte un pez. Mientras no lo mates, podemos tenerlo.
—No lo había pensando. Déjame pensar en una mejor advertencia—ríe.
—¿De verdad quieres un pez?
—Me gustan los animales. Sabes la razón por la que en mi...en la casa de mis padres, no teníamos mascotas.
—Podemos tener un pez de verdad.
—Pero no le digas a Sopa.
—La extrañaré.
—Yo también.
Me callo. No quiero permitirme extrañar cosas aquí. Vuelvo a meterme la idea en la cabeza que volveré a ver a Sopa. Y a todo lo que no quiero permitirme extrañar.
—Elegimos un sitio bastante diferente del de aquí para estudiar—digo.
—Será divertido el cambio, nos adaptarémos a la gran ciudad y sus raras costumbres.
—Esperemos a llegar.
—Si no puedes dormir, siempre estaré en la puerta de en frente.
—Seremos vecinos de pasillo—respondo.
Jay me mete un cabello detrás de la oreja. Cierro los ojos, no sé porqué lo hago, será porque su mano masajeando mi cuello se siente bien.
—Deberías dormir—me dice, siento como también cierra los párpados.
—Estoy bien—de mi voz sale la voz ronca que me desmiente.
—Deberíamos dormir. Ha sido una noche larga.
—Muy larga. No quiero que acabe.
—Ni yo.
Le doy un empujón a su mano con mi hombro.
—No te duermas.
—No estoy dormido. Tú te estás quedando dormida.
—Porque no me hablas.
—Meg.
—¿Sí?—contesto unos segundos más tarde, estoy tan relajada que mi boca se mueve a la misma lentitud con la que pienso.
—No sé si sea propio decirlo pero...—su voz se desvanece—me gusta besarte.
—Ajá—siento que logro decir.
La neblina en mis pensamientos es densa, todo lo que pasó en la noche se repite pero con lentitud de forma borrosa. Como si hubiesen pasado años de todo cuando no fue hace más que unas horas.
—¿Meg?
—Mh.
—¿Estás despierta?—pregunta somnoliento.
—Mjúm.
Siento su respiración caliente cerca. No se acerca más ni se aleja, estoy borracha de sueño. Yo tampoco deseo quitarme porque la posición que tengo es la más cómoda que he logrado tener quizás desde que nací, Jay se queda dormido.
.
.
Vuelvo a despertar con lentitud cuando escucho el cauteloso rechinido de la puerta abriéndose.
—¿Crees qué estén vivos?
—Cállate, no sé.
—Es tarde.
—Tú no comprendes la vida adulta. Los adultos se levantan a la hora que quieran.
—Entonces, ¿por qué vinimos?
—A ver si siguen respirando.
La voz hace una pausa.
—Le prometiste a Jay que no entrarías más a su habitación.
—Sí. Pero tú no. Así que ve.
Las pisadas se hacen cercanas conforme camina hacia la cama, se hunde bajo su peso. Aaron me pone un dedo debajo de la nariz, abro muy poco un ojo y me concentro en no reír, le hace un gesto de aprobación a su hermana con el dedo gordo. Sigue con Jay. Hace lo mismo y dura un poco más, le pone la mano en el pecho, agita su mano de un lado a otro.
—¿Qué significa eso, Aaron?—susurra en voz alta.
—Que está más o menos vivo.
—¡Nadie puede estar más o menos vivo!
—¡Pues Jay sí!
—Tú estarás medio muerto si no te bajas de mi cama en tres segundos—Aaron corre por la advertencia de su hermano y cierra la puerta detrás de él.
Me levanto desde la mitad de mi cuerpo. Estoy segura de que mi maquillaje está como una pintura abstracta sobre mi cara, no fue mala idea convencer a Hailee que fuera sencillo. Jay me da la espalda mientras deja caer sus piernas fuera del colchón, se estira y lo imito. Me siento como nueva.
—¿Qué hora es?
—Deben ser las diez.
Miro su reloj sobre la mesa de noche.
—Jay, son las dos de la tarde.
—Wow. Sabía que eras de muy mala influencia para mi, Labrot.
Le tiro una almohada, se cae al suelo haciéndose el muerto.
—No te dieron la beca por buen actor.
—Si la pidiera, me la darían—responde desde el piso, boca abajo.
Me siento en su lugar, me acomodo el cabello de un lado aunque no lo intento demasiado, siempre despierto hecha un desastre. No conté con el don de ser una gota fresca por la mañana. Una gota fresca de la tarde, en este caso. Le pongo los pies a Jay en la espalda.
—Si no quitas tus enormes pies de mi espalda no podré ni siquiera pisar el aereopuerto.
—No son grandes—ríe con sarcasmo—. ¡Mira los tuyos!
Hago un intento por meterle mi dedo gordo del pie en la nariz. Jay lo quita riendo y se da la vuelta para sentarse y arrodillarse en frente de mi quedando a mi altura, apoyo mis manos en el colchón subiendo mis hombros.
—No sabes el destino que te espera si vuelves a mencionar algo sobre mis pies—amenazo.
—Uy, qué miedo. Seguramente me pisarás hasta la muerte.
—Jay, no sé si te lo han dicho, pero haces bromas malísimas.
—Aprendí de la peor—me guiña un ojo.
—Mis bromas son muchísimo mejor que eso. Por lo menos yo las invento y no las copio como tú.
—Hoy estás de buen humor.
—¡Siempre estoy de buen humor!—me defiendo con énfasis.
—Dile eso al Jay que te buscó cada mañana en casa de tus padres para ir a la escuela y tenía que esperar afuera hasta que salieras con cara de perro a decirme que no te desperté y no te llamé para decirte un lunes en la mañana que había clases—responde.
—¡No pretendías que me levantara sin motivo! Jamás se sabe que puede pasar, alguna invasión alienígena, qué se yo.
—No veremos más esa clase de películas.
Lo empujo suave desde los hombros, se aprovecha de esto para tomar mi manos y empujarme al lado contrario, logro detenerlo un rato y siento que estoy haciendo más fuerza de la que él.
—Te suelto si te rindes.
—¡Jamás!—respondo con esfuerzo.
—Es la ultima oportunidad que te doy.
—¡No!
Hago un círculo con mis manos agarradas a las de él y lo pulso hacia atrás desde el pecho.
—Eres un débil.
—¡Me dejé!—se defiende.
—Sí, claro. No quieres admitir que una chica te venció
—Sigue creyendo eso para no herir tus delicados sentimientos.
—Delicadas mis b...—me tapa la boca con una mano en nuca. Está vez me aprisiona un poco más fuerte para no poder abrirla y sacar mi lengua.
—Eres una mal hablada—lo imito detrás de su palma, Jay me besa la punta de la nariz—. Jamás cambias.
Me suelta con fuerza para dejarme caer en el colchón una vez más. Ignoro su acto y sonrío.
—Mira quien dice que soy mal hablada.
—¿El chico que maldice una vez cada cinco meses?
—Finjamos que jamás te he escuchado golpearte el dedo del pie con la puerta cada vez que pasas corriendo. Ahí podría ser una vez cada dos meses.
Antes de que pueda contestar, su teléfono suena y mi tripa gruñe. Las papitas no fueron suficientes.
—¿Ahora mismo?—responde al teléfono—. Iremos más tarde. No lo sé, Meg no se siente muy bien todavía.
—Claro que sí me siento bien—susurro. Me hace una señal de que haga silencio.
Siento la cabeza pesada, ya no siento ganas de vomitar pero de vez en cuando se me revuelve un poco el estómago, sin contar que tengo ojeras que me llegan al piso.
Pero no quiero quedarme acostada todo el día sin hacer por lo menos una cosa divertida. Antes de irme a Nuevo Goleudy quiero ir por última vez a la playa donde conservo tanto recuerdos. Jamás aprendí a surfear, aunque lo intenté. Puedo vivir con eso.
—Era Hailee—dice después de colgar el teléfono—. Harán una fogata y se preguntaba si nos interesa.
—Sí me siento bien.
—Ajá. Y yo soy millonario dueño de un viñedo en Italia.
—¡Es de verdad!—le palmeo el brazo.
—Iremos con la condición de que no bebas ni una, escúchame bien, Meg Labrot. Ni una sola gota de alcohol. Ni un pequeño cóctel.
—¡Bien! Está bien. No soy alcohólica, no necesito alcohol para subsistir.
—Bien. En serio dejaré de hablarte hasta que lleguemos a Nuevo Goleudy—río—. ¡No bromeo!
Después de las advertencias de Jay, bajamos a comer. Me siento culpable por solamente haber dormido y comido pero no contaba con intoxicarme con lo que sea que haya bebido la noche anterior. Rose está revolviendo algo en un sartén y huele delicioso, cada vez siento más hambre. Los gemelos ven la tele, me hubiese gustado tener un hermano, pero si mi madre no me planeó menos a otro yo, me imagino que de seguro sabría tocar algún instrumento por mi ayuda o saldríamos a lugares divertidos con Jay, Aaron y Alissa.
A estas alturas es completamente imposible, pero me pregunto si a papá le hubiese gustado tener más hijos o una esposa que de verdad lo amara. Se quedó con mi madre por mi. No le dejó irse. Por esa parte intento perdonarlo, pero no entiendo la razón de su adicción al trabajo.
Rose me da un plato con panqueques y sabe tan bien como se ve, mis niveles de azúcar se lo agradecen. Jay es el primero en darle una mordida y hace la misma expresión que yo, su cabello está en todas las direcciones y no se ve nada mal con el suéter azul de lana que usa de pijama. Me sigo concentrando en el sabor esponjoso del panqué.
—¿Qué tal su fiesta?—pregunta Rose, Jay me mira buscando ayuda.
—Bastante bien—sonrío al responder.
—Llegaron algo temprano, o es lo que dijo Ellen.
—¡No!—Jay se sobresalta un poco, se da cuenta de su repentina respuesta y carraspea la garganta—. Quiero decir, no. Es que, estuvo bien. Pero no tan bien como para quedarse toda la noche. Además, no quería arriesgarme a conducir tan tarde.
—Veo que mis sermones sobre conducir de noche han funcionado—lleva a sus labios sonrientes una taza de café, pone una igual al frente de mi.
—Sí, no es prudente conducir tan tarde—digo. Jay me entrecierra los ojos.
—¿Mamá fue a trabajar?—Jay cambia el tema.
—Algo así. Dijo que volvería temprano.
—¿Hay posibilidad de que podamos salir?
—¿A dónde irán?—Rose toma asiento en frente de nosotros.
—A la playa. Harán una fogata.
—Si llegan a más de las dos de la mañana, me haré responsable de un castigo.
—No creo que dure demasiado. Hailee vendrá por nosotros—responde.
No traje ningún traje de baño, no fue precisamente una de mis prioridades al momento de escapar de casa. Por lo tanto no tengo más opción que pasarme los pantalones de emergencia que siempre guardo en el último cajón del mueble del cuarto de Jay. La camisa blanca me queda holgada y en realidad últimamente no he pasado a otro color que no sea de blanco y negro a negro y blanco. Guardo una sudadera en mi bolso, siempre tengo frío en cualquier lugar y es mejor ser precavida antes de que mi trasero se congele.
—Estás bonita—dice Jay en la entrada de su habitación.
—Estoy como siempre, pero gracias. Tampoco estás mal. ¿De verdad Hailee vendrá por nosotros?
—Ni en mil años le mentiría a Rose—ríe—. Tu papá llamó. Le dije que se nos había hecho tarde, dijo que llamaras cuando pudieses. Está en el trabajo.
—Claro, eso es obvio.
—¿Sigues pensando en Miranda?
—¿Cómo sabes que pienso en mi mamá?
—Sólo lo sé—encoge los hombros.
Dudo un momento mordiéndome el interior de la mejilla, pero termino por rodear su torso con mis brazos. Jay me devuelve el abrazo, me conoce. Quiero olvidar el tema, quiero restarle importancia y espero que con cada día que pase se haga más fácil el aceptar que ella no me quiere cerca nunca más. Una parte de mi dice que está bien, pero la parte autodestructiva me grita que es lo que merezco, que ella no me quiera.
—Meg, tu vida no puede restar porque alguien no te ame.
—Es mi mamá.
—Es tu mamá. Y jamás será igual. Pero a muchos nos importas y te amamos con todo y tu mal humor.
—No soy malhumorada—siento desde su pecho su risa y es una sensación tan agradable que me quiero quedar aquí un poco más.
—Eres terca y obstinada. Pero si no lo fueras, no serías tú.
—Y tú torpe y ruidoso.
—No intentes vengarte de mi. Recuerda que aún puedo cargarte—me separo de su cuerpo.
—No te atreverías.
Jay me levanta desde las piernas, mi cabello queda en el aire y ya siento como la sangre se me va a la cabeza. Grito diciéndole que me baje pero me sacude más fuerte y empiezo a marearme.
—¡Jay! ¡Bájame!
Me suelta con urgencia sobre su cama.
—¡Lo siento! No recordaba que estás al borde la muerte todavía.
—No estoy al borde de la muerte, sino que sencillamente me quieres matar.
Se sienta junto a mi y lo que hace me deja enternecida y confundida. Empieza a peinar mi cabello y a meterlo detrás de mis orejas, después de la montaña rusa en su espalda quedé con el cabello hecho un lío pero parece que le gustara así. He profesado en voz alta que quiero cortarlo pero siempre me dice que aunque me vería bien con el cabello corto, le gusta mi cabello largo y es estúpido, pero no lo hago por eso razón. Nadie más me pide que no lo haga.
—Me gusta así.
—¿Detrás de mis grandes orejas?
—No tienes grandes orejas. Una gran cara sí—lo empujo desde el hombro, me toma una mano y la enreda con la suya.
Lo miro a los ojos y como siempre, está sonriendo. La textura de sus manos nunca cambia, siempre es áspera y familiar. Mis dedos se ven delgados junto a la suya, la imagen de esto podría ser una fotografía pegada a su pared junto a las demás. Me preguntó si las llevará a Nuevo Goleudy o las dejará aquí.
Hailee llama a su teléfono para informarnos de su llegada y mientras caminamos a la puerta, escuchamos como Rose nos da el sermón una vez más. Nos reímos sobre eso. David está en el asiento del copiloto con lentes de sol oscuros, Hailee tiene la parte de arriba del traje de baño, me lanza un beso cuando me ve.
El viento me mueve el cabello de un lado a otro y creo que no fue buena idea para tenerlo suelto hoy, en en momento que me giro hacia Jay me doy cuenta que ya me está mirando. Y me sonríe. Lo odio. Porque me provoca cosquillas en las palmas de las manos. Le sonrío de vuelta porque no puedo reprimirla, quiero saltar del auto.
La mano tímida de Jay recorre el asiento hasta llegar a mi meñique, me acaricia los dedos de la mano con el anular. Sonrío como una idiota, quiero quitarle la mano pero se siente tan bien que lo único que quiero es estar aquí un momento más de paz conmigo misma.
—Adelántense, iremos en un momento—nos dice Hailee al bajar del auto.
Hailee sube el techo de su descapotable y es bastante evidente lo que trata de hacer.
—Se quedarán ahí un buen rato—dice Jay.
—Cállate. No quiero esa imagen en mi cabeza.
La playa siempre se ve pacífica y calmada detrás del puente Trinidad, con su arena dorada tan agradable y tibia cuando se camina sobre ella. Las palmeras, altas y con grandes hojas verdes cubren los autos que se estacionan debajo de ellas buscando su sombra, aunque a esta hora lo que se ve en el cielo es un exquisito atardecer de luz naranja que ilumina mágicamente todo lo que toca.
Sus olas se ven algo feroces a lo lejos donde todavía surfean algunos osados, pero siempre llegan a la orilla como una caricia dejando a su paso conchitas de mar de todos los colores y formas, Jay que ha surfeado y buceado me dice que debajo parece otro mundo, con peces casi bailando y mostrando todos su colores cerca de sus corales, algas y anémonas.
Este paisaje, de esta playa llena de recuerdos y luz dorada, este pequeño rincón del mundo en donde vivo, es algo que extrañaré hasta en mis sueños. Jamás podría olvidar los rayos de este sol tocando mi piel, y mucho menos el olor del mar que aunque se siente en toda Ciudad Solar, es más presente caminando sobre Trinidad, el camino para llegar a este lugar después de un largo día de escuela, a este lugar casi sagrado que absorbía mis penas sentada sobre la arena, observando el espectáculo crepuscular desaparecer detrás del gran mar cristalino.
Nuestros compañeros hicieron una fogata rodeada de piedras grises, anclando en la arena algunas estacas para crear un camino circular de luces blancas, hacen de algunos troncos asientos alrededor del fuego que crepita y crece en medio, calentándonos de la fría brisa nocturna de hoy, extiendo mis manos temblorosas sobre el calor, la piel de me eriza por la corriente de aire.
El sonido de las olas es tranquilizador. Pero conforme sube la luna, el agua aunque hermosa, también se ve algo aterradora. Algunos de nuestros compañeros celebran felices nadando y surfeando bajo la luz de luna que asciende lentamente en el cielo. Me agradezco a mi misma no haber hecho ni siquiera el esfuerzo de buscar ropa para nadar, adoro cada centímetro de esta playa, pero de sólo imaginarme a mi misma más allá de la orilla me da escalofríos.
—¿Tienes frío?
—No—miento.
Jay acuna mis manos con las suyas, con su aliento les devuelve el calor que necesitaba.
—¿Mejor?—pregunta sin soltarlas.
—Mejor.
—Debiste traer algo más abrigado. No queremos más inconvenientes de salud—sonríe.
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