10. Meg
Los birretes se suspenden unos segundos en el aire y la toga empieza a darme calor. Hailee me abraza empapando mi hombro de lágrimas nostálgicas, no puedo evitar apretarla con cariño. Mis compañeros gritan eufóricos y se siente la felicidad cuando se respira.
Aunque ninguno de mis padres vino a verme, están aquí personas que amo. Ellen, los gemelos, Rose. Incluso el profesor Montes se acerca para darme un buen apretón de manos y un abrazo como felicidades. Ellen me rodea por el cuello cuando nos encontramos, Jay está un poco despeinado y una pequeña capa de humedad cubre su rostro como el mío. A Ellen se le escapan lágrimas de felicidad mientras los gemelos abrazan mis piernas.
Jay habla y felicita a sus compañeros cercanos con emoción. No hemos hablado demasiado desde nuestro último beso, papá me pidió vivir con él en el departamento que alquiló unos días después del incidente con mamá. De todas formas, estuve sola con los muebles haciéndome compañía. No escribió, tampoco llamó. Aunque no tenía muchas ganas de hablar si esperaba tener una conversación sobre lo que está pasando, sí por lo menos un intercambio básico de palabras.
Un chico vestido de amarillo radiactivo se me acerca con un bello ramo de flores. La letra de médico de papá es inconfundible pero logro captar un te quiero y más abajo un felicidades. Me desconcierta por lo que extraño que siente su afecto después de tanto tiempo.
Abro mi toga luciendo el vestido rojo que me obsequio papá. Es entallado en el pecho y su falda suelta y movible, me siento tan cómoda que hasta enderezo un poco más mi espalda. Fue tan buena elección que sospecho que no fue su idea. Aunque lo usaré sólo un momento, me parece un lindo detalle. También extraño. Supongo que esta intentando acercarse a mi.
Me gustaría que Jay voltease a verme pero esta demasiado ocupado hablando con Lisa y su diminuto vestido pegado a la piel como cinta adhesiva de color azul oscuro que resalta su cabello casi naranja sujeto en un cola alta. No parece estar en lo absoluto enojada por haberla dejado en medio de la calle. No sé siquiera si logro llegar a la fiesta pero no le reclama. Pestañea y sonríe coqueta.
La tristeza causada por Jay se espanta de un soplo. Hago lo mismo que él, ignorarlo. Me concentro en disfrutar del momento con Hailee y mis demás compañeros. De vez en cuando siento su mirada sobre mi y hago un esfuerzo sobrehumano por no mirarlo de regreso. El enojo me palpita en el pecho como tambor africano, no debería importarme.
Pero si me importa.
—¡No llegues tarde!—me pide Hailee, su cremoso color canela hace contraste con su vestido fucsia y tacones altos brillantes, que estilizan aún más su figura delgada y delicada. Su cabello rizado ahora con reflejos caramelo cae como una cascada sobre su espalda, con mucho volumen, resaltando sus ojos verdes.
—Te espero en casa.
Me da un beso en la mejilla. Se va con sus padres de la mano, su madre la besa. Puedo ver que sus mejillas están sonrosadas por lágrimas orgullosas, mientras que su padre la abraza y le extiende, frente a un auto rojo, unas llaves.
Hailee se alegra tanto que salta y grita agradeciéndoles con lágrimas en los ojos, lanzándose al cuello de su padre muy parecido a ella. Pero no evita que trague el nudo en mi garganta, una parte de mi quisiera ser yo quien tuviera siquiera a sus padres presentes.
Intento ser positiva, sonríe en mi dirección y aplaudo con sincera alegría, ella deseaba este auto desde hace mucho.
No quiero recordar este día como el día en el que mi mejor amigo no me dirigió la palabra y mis padres no asistieron a uno de los momentos más importantes en mi vida.
Maldición. Estoy triste y llena de optimismo estúpido y superficial.
.
.
—¡Estoy tan feliz y orgullosa!—Ellen me observa desde el retrovisor, intento sonreír—. ¡Es todo un logro! Jamás dudé que lo lograrían.
Jay está del otro extremo de la ventana y Aaron y Alissa en el medio separándonos. En parte, lo agradezco. No deseo en absoluto su cercanía ni nada que tenga que ver con el recuerdo de Lisa Audrey sonriéndole seductoramente en este momento. Por primera vez, no quiero estar con Jay y me entristece aún más.
—¿Qué quieren comer? No quise preparar nada para que escojan lo que quieran.
—Pues, no lo sé... ¿Comida italiana?—escucho la voz de Jay cuando la calle se me hace la cosa más interesante de este mundo ahora mismo.
—¿Qué dices, Meg?—pregunta Ellen, aunque no presto mucha atención a lo que hablan.
—¡Sí!—no tengo la menor idea de lo que dijeron pero espero que haya sido una pregunta importante.
Alissa molesta a su hermano sacándole la lengua. Evito mirarlo pero me traicionan mis ojos y me encuentro con la sorpresa de que me mira a mi. Nos reponemos tan rápido que me da vergüenza. Y rabia. No lo entiendo, pero me prometí no hablar más del tema, ni nombrarlo, ni pensarlo.
Pero me sigue molestando la sensación del recuerdo de sus labios. Me molesta e incómoda. Hace que me odie un poco por no poder tener la suficiente fuerza de voluntad para dejar de torturarme. Y es que ni siquiera puedo controlar mi cabeza para que no se vaya en su dirección.
.
.
El ambiente huele deliciosamente a orégano. Me gruñe la barriga, se me hizo eterna la entrega de mi título, las manos me sudaron pero estaba tan feliz que dejé los nervios en segundo plano, es una liga eufórica de alivio con temor por no saber que pasará, además de que ahora Jay está más extraño que nunca.
El restaurante parece muy sofisticado con sus sillas negras acolchadas y mesas del mismo color, altas con un jarrón de vidrio y tulipán blanco de tallo verde por centro de mesa. Casi parece ser al aire libre por el espacio abierto a su alrededor, todas sus paredes son reemplazas por vidrios ofreciéndole mucha luz al lugar y el techo está decorado con paneles blancos ondulados con lámparas colgantes negras que cubren las bombillas con un elegante tallado.
Ellen se va a hablar con la persona encargada del restaurante para que nos permita ir a la terraza que está cerrada hasta la noche, pero gracias a su trabajo ha estado aquí quinientas veces y conoce al gerente. Bajo la mirada, me quedo callada. Lo odio. Hay muchas cosas que desearía decirle pero no me salen de la garganta.
—Estás hermosa—dice Jay a mi lado, con el birrete en la mano.
—Gracias.
Por primera vez en horas, veo sus ojos. El color oliva siempre me ha gustado gracias a ellos, cremoso y denso. Ahora es distinto, es un asqueroso revoloteo en mi cerebro que me gustaría ahogar. Me niego a sentir eso, a cambiar las cosas, por lo que vuelvo a poner mi atención en cualquier otra cosa.
—Nadie dejaba de verte.
—Qué bien—bufo por la nariz.
—Ni siquiera yo.
—Pues, tampoco oí que me hablaras hasta ahora.
Me muerdo la mejilla.
—Lo siento, Meg.
Sigo mirando al frente, Alissa empuja a Aaron en juego unos pasos lejos de nosotros. Suspiro.
—Yo...
—Jay, no hablemos más del tema. No tenemos porqué hacerlo, te lo dije, olvidémoslo.
Su dedo meñique se enreda en el mío con discreción, se me seca la boca y llevo mi expresión de cejas unidas a él, siento cómo las suavizo con nostalgia.
—No quiero.
—Bien—se acerca Ellen taconeando. Aparta su toque de mi mano, el vacío en el estómago vuelve y estoy segura de que no es por hambre—. No pude hacer nada, están decorándolo para un evento especial. Espero que no les moleste comer aquí abajo.
—No, está bien. En realidad, tengo tanta hambre que no me importaría comer en el baño del restaurante—Ellen ríe, aunque Jay no cambia su mirada de decepción.
Mientras pedimos, tengo el impulso de integrar a Jay en la conversación pero es un trabajo que se lleva Ellen y se lo agradezco. Lo extraño. En este momento no estoy segura de que haya sido bueno que nos besáramos, ni siquiera de haber ido a la fiesta. Seguir con la tradición lo hubiese evitado, aunque de nada vale ver al pasado. Pienso en lo diferente que estaríamos ahora, como Jay y Meg siempre han sido.
El queso se derrite en mi boca tan deliciosamente que dudo que esto lo haya hecho un humano, ni mis sándwiches de atún superan esto. Mi apetito vuelve después de haberme alimentado dos días de cereal y café, no iba a cocinar sólo para mi estando papá afuera todo el día. Intento que en mi tenedor no se note tanto lo exquisito que está, la cantidad es tan moderada como la yo con hambre puede hacerlo, que no demasiado.
—Veo que sí te gusta—Ellen habla de cómo hacen este tipo de comidas, viene con regularidad y en su abdomen no se nota—. Créeme que esto no es lo mejor, todas las pastas de este lugar las hacen a mano, y hay un pasticho que es para chuparse los dedos, si amas esto, amarás aquello. ¿No te gusta el tuyo, Jay?
Luce desconcentrado, siento un pinchazo de culpa, quizás no fue la forma de contestarle. Pero pasé dos días sin un mensaje si quiera después de lo ocurrido. Fue un completo error, me dejé llevar pero, cuando no. La impulsividad tiene un asqueroso costo, me muerdo el labio.
—No, está delicioso. No tengo tanta hambre, es todo.
Alissa le dice a su madre que la lleve al baño, Ellen me hace una seña con la cabeza hacia Jay. Ayúdame, es lo que intenta decir, lo sé.
—¿De verdad no tienes hambre?—intento bromear.
—No.
—Podría comerlo yo—se vuelve incómodo, mira su plato.
—Meg. No quiero jugar.
Hago una mueca indiscreta.
—Lo siento—dice.
—No es nada... Lo entiendo.
—¿Irás conmigo al baile?—pregunta.
—No tengo a más nadie con quién ir—ríe mostrando los dientes, su camisa blanca de vestir le luce.
—No miento cuando te dije que te ves hermosa.
—No hagas ese tipo de comentarios, Jay.
—Perdón. Es que todo se volvió tan...
—Extraño—lo completo.
—Sí. Pero intento averiguar el por qué no me molesta sentir esto nuevo. Te dije que lo olvidáramos primero. Pero, yo no puedo.
—Yo quiero seguir como estábamos, no quiero que cambies conmigo y todo se vaya a la...
—No digas groserías—Aaron levanta su rostro rápidamente.
—Lo siento—hago lo mismo que él hace unos momentos, miro mi plato que en poco tiempo estará frío del todo—. No sé, Jay. Ya pasó, no le demos más larga a esto.
No hablamos de nuevo cuando su madre y Alissa llegan, su enojo es evidente. No tiene sus lentes hoy, su expresión es más legible, este día va mal y ya no espero que cambie. Sigo ingiriendo mi comida y quedo tan llena que hasta me atrevo a rechazar el postre que se veía igual de delicioso que un ángel, pero no. Debo controlarme así sea con algo tan simple como la comida. Y con las personas, ahora con Jay. Quiero estar igual de molesta pero no encuentro la misma cantidad de razones que tengo de tristeza así que, me quedo con ella.
Ellen lo entiende. Después de agradecerle todo, incluso el vestido, me deja en el elegante edificio donde papá se resida temporalmente. Me bajo del auto una vez más sin mirar a Jay quien lleva su atención a la ventana.
Sola una vez más, me quito los zapatos desde los talones y los dejo en la esquina de la puerta. Seguro mamá ya me habría gritado. Sin quitarme el vestido, me lanzo sobre el sillón con el teléfono en mano. Algunos amigos suben sus fotos y vídeos de graduación. Olvidé por completo las fotos. Ellen y los demás son mi salvación de que no haya quedado en el limbo de las graduaciones.
Recibo un mensaje de Hailee diciéndome que vendrá por mi a las cinco, supongo que quiere probar su auto nuevo. Aún faltan dos horas para eso. No hay nada de Jay. No ha subido nada desde su cumpleaños en donde estamos Hailee, él y yo. Sonrío demasiado en esa foto, pero no le pediré que la borre.
Nadie llama o escribe, todos deben estar con sus familias. Considero caminar a casa de Hailee para hacer tiempo pero desde aquí sí es algo lejos. Mi dinero se quedó en casa donde seguramente estará mamá, aquí no tengo lo suficiente para un taxi.
Justo frente a mi, hay un gran ventanal que deja ver gran parte de Ciudad Solar, incluso Trinidad con la playa detrás deslizando sus olas sobre la arena. Desde aquí arriba veo los autos, la gente pasar. Aquí si es transitado. Me permito extrañar un poco mi vieja casa. El sonido de la puerta que rechina y una parte del piso que tiene un sonido hueco, este lugar tan grande sólo hace que me sienta más sola.
Canto la primera canción que se me ocurre para no aburrirme demasiado. Es la canción en que sonaba mientras buscaba a Jay en casa de Hailee.
Es algo que me reservo, pero odio la soledad. Hubiese preferido estar en casa de Jay así él no quiera hablarme, pero papá insistió tanto que hasta sentí lástima. Compró comida que sabe —o piensa— que me gusta y preparó una habitación para mi.
Además, no hace daño hacerle compañía mientras espero la fecha de viaje. No me emociona de la misma manera estar con Jay en un piso, pero no hay marcha atrás. De alguna forma intentaré arreglarlo. Me echo de nuevo en el sofá.
No sé porqué papá alquilaría algo tan grande para dos personas. Hizo un comentario negativo alguna vez de los espacios cerrados y creo que esta vez se lo tomó en serio. Hace eco cuando chasqueo la lengua con el paladar, estoy tan aburrida que la excursión a casa de Hailee me está seduciendo. Aquí no tengo de quién escapar. El tono de mensaje de Jay suena en mi celular.
—Pasaré por ti en casa de Hailee a las ocho con David.
No contestó, lo dejó a un lado junto con mis ganas de responder.
—Estás bien?
Resoplo.
—Sí, estoy bien—respondo a través de la pantalla. Puedo imaginarlo en la misma posición en la que me encuentro.
Estrello un cojín sobre mi rostro maldiciendo mis sentimientos. Se me hace nuevamente un pequeño nudo en la garganta que me apresuro por tragar, hoy no. Hoy no quiero llorar por nadie. Pero, quizás si mi madre fuera otro tipo de madre y mi padre otro tipo de padre, todo sería más fácil. Ya estaría en la peluquería con mamá y papá se encargaría de fotografiárme y de alguna forma, apoyarme con esto de Jay. Es estúpido querer eso, pero ¿qué deseo esperanzado no lo es? Me causa impotencia y repulsión por mi misma por no poder superarlo.
Me iré a Nuevo Goleudy y los dejaré atrás, extrañando todo lo que pensé alguna vez que podía tener.
Una lágrima se resbala de mis ojos abiertos que pestañean para contener las demás. Hoy no será el día que llore por eso. Jamás llegará, no pasó antes. Menos ahora.
—Bien—responde Jay como último mensaje.
Hailee pasa por mi ya maquillada, y con rizos recogidos sobre su cabeza. Sus shorts de jean le quedan a la cintura, su estilo despreocupado combina con su nuevo auto rojo y sandalias de plástico.
Me sonríe y me carcajeo cuando besa el volante refiriéndose al auto como su bebé.
—Carajo, estoy tan feliz que podría llorar—dice cuando andamos.
Me contagia de su alegría cuando cantamos a Beyoncé a todo volumen pero se me hace inevitable extrañar a Jay.
Quizás estaría aquí con nosotras.
.
.
Hago lo que puedo con mis dientes para quitar la mancha de esmalte de mi dedo índice mientras Hailee plancha mi cabello para rizarlo y peinarlo mejor. Raspo la carne de mi dedo, ¿qué clase de esmalte es este? Hailee de burla de mi cuando ve mis dientes manchados.
—No entiendo el punto de hacerlo el mismo día de la graduación. En serio quieren deshacerse de nosotros, necesito por lo menos una semana para arreglar todo esto—me señalo.
—Te ves y eres hermosa, no necesitas tanto.
—¡Tú igual, mírate!—me sonríe pasando una vez más la plancha por un mechón de cabello.
—Entonces, Meg... ¿Qué está pasando entre Jay y tú?
Respiro con fuerza.
—Nada, en serio.
—Eso es imposible de creer.
—¡Bien!—me pauso. Quema mi cuero cabelludo con el calor de la plancha—. Nos besamos.
—¡Ah!—grita haciéndose sorprendida—. ¡Meg Labrot! ¡No puedo creerlo! Se fueron de la fiesta sin que nadie los viera. Claro que pasaría algo.
—No paso nada más que unos besos. Quisiera que no hubiese pasado—alisa el último mechón y se sienta en frente de mi, agarra una pinza para cejas.
—Te ama.
—Como una hermana.
—¡Ay! ¡Por favor, Meg!
—Auch—siento el vello salir de mi cara con dolor.
—¿Nunca te has dado cuenta cómo te mira?
Mi corazón palpita provocando que me sonroje. Me enojo con Jay.
—Jay piensa en ti en todo menos como una amiga, si sabes a lo que me refiero.
—¡Hailee!—la empujo, juro que me siento enrojecer todavía más.
—¡Yo sólo digo la verdad! Ustedes son demasiado ciegos. Los lentes no le sirven de mucho a Jay.
—Es mi mejor amigo. No va a cambiar. Además, sé que tiene otro tipo de interés físico, no yo.
—Meg, eres hermosa...
—Nunca dije que fuera fea. Simplemente él busca otro tipo de chica.
No sabía que decirlo iba a doler. Jamás he tenido la inseguridad de no ser suficiente para alguien. Excepto para mamá. Para ella nada es suficiente, claro está. Pero con Jay... Se siente como un pinchazo de aguja. ¿Es cierto lo que digo o es sólo son ideas estúpidas? Dudo poder saberlo pronto.
—Estoy segura de que él solo se dará cuenta que no hay nadie mejor que tú.
—No quiero que se de cuenta. Hailee. Estoy bien así, estamos bien—me subo de hombros.
—No esperes que sea muy tarde—baja la pinza para enfrentarme, sus ojos verdes se agrandan—. A veces, todo lo que soñaste se esfuma en frente de ti. Y te das cuenta cuando ya es demasiado tarde.
La idea de estar con Jay es extraña e incluso irreal. Lo es, hasta que recuerdo su cuerpo durmiendo junto al mio después de nuestro último beso. Respira demasiado fuerte pero no me molesta, me tranquiliza porque sé que está ahí. La aspereza amigable de su mano, estoy familiarizada con su forma de moverse. Conozco su humor al despertar y cómo se queda pensando cuando se detiene a observar sus pinturas. Son esos detalles que hace que me sienta repentinamente diferente, con ganas de conocerlo más allá de lo que ya lo hago. Pero, no puedo.
—Estamos bien. Lo juro—respondo.
Me miro en el espejo. Me sigue gustando tanto el vestido como cuando lo usé en la tienda. Hice jurar a Hailee de que no me veo pálida con el vestido blanco pero me dio la misma respuesta que Ellen y Jay, un ángel. No uso demasiado maquillaje, la sombra aplicada por Hailee abre mi mirada discretamente y mis rasgos se despejan por mi peinado semi recogido. Hailee también luce espléndida en su vestido largo y estallado color crema, que tiene un corte en v sobre su pierna, dejándose ver. Contrasta con su preciosa piel morena, no deja de tomarnos fotos. Me pregunto en el qué dirá Jay al verme, me esforcé para verme así y es difícil cuando el peinado más complicado que logro hacerme es una cola de caballo. Mierda, es algo que no debería importarme.
—Van a babear cuando nos vean.
—David no se resistirá ante esas curvas—palmeo su cadera.
—Pareces un sexy caramelo, nadie dejará de verte—me abraza, la extrañaré tantísimo.
Jay y David llegan casi al mismo tiempo. Hailee baja por las escaleras abiertas de mármol con el paso digno de una princesa, disfrutando de su dramatismo. David se tapa la boca con sorpresa, sabe que luce como una diosa. Apoya su peso en una rodilla sobre el suelo y le ofrece un ramo de girasoles después de dejarle un beso en su mano. Mientras veo la escena, siento la mirada de Jay sobre mi desde la entrada. No se mueve y me atrevo a decir que sí parece estar impresionado. Intento actuar lo más casual que puedo. Detrás de su espalda, saca una margarita blanca mientras los padres de Hailee fotografían a su novio y a ella.
—Estoy al tanto sobre tu gusto raro por estas flores—le sonrío.
—Me encanta, Jay. En serio.
Detrás de Jay, Hailee me guiña el ojo. Te lo dije. La ignoro.
Jay viste de traje negro. Hace que luzca misterioso y elegante. Me ofrece su codo para escoltarme hasta la camioneta, Hailee y David se toman de la mano, se acarician y ríen hasta llegar al auto de David. Veo la margarita en mi regazo mientras la camioneta está en marcha.
—Estás callada.
—¿Sí?
—¿Qué te pasa?
—Nada, veo mi flor. Me gusta mucho, no lo esperaba.
Percibo su sonrisa.
—Sabía que te gustaría. Luces bellísima.
—Es la tercera vez que me lo dices hoy... Gracias.
—No lo creí cuando te vi peinada.
—¡Eres estúpido! Sí me peino.
—En ocasiones como hoy, nada más.
La escuela se ve iluminada. Será la última vez que estaré aquí y me emociona tanto que casi no puedo parar de sonreír. Antes de bajar, Jay me toma la mano.
—Meg. Antes de que bajemos... Quiero que sepas que intentaré olvidarlo. Volveremos a ser como antes.
Bien.
—Bien. Me parece bien.
Todos se ven elegantes y para ser sincera, me siento de la realeza. Adoro mi vestido y la bonita forma en que se mueve cuando camino. Es absurdo, pero jamás me disfracé de princesa y hoy me siento como una.
El gimnasio, que eran gradas tristemente grisáceas con el resto del suelo azul descolorado, está irreconocible. Desde la entrada, un arco de globos nos da la bienvenida. Del techo cuelgan hermosas enredaderas con flores y luces blancas, y en el centro el reflector alterna su luz con morados, azules y rosados, dándole sutileza al resto de la decoración.
Una de las paredes está decorada con globos plateados, blancos y rosa de todos los tamaños, con una cortina de tiras brillante de fondo, junto a ella, una mesa larga cubierta por un delicado mantel en donde reposan dulces, bebidas y jarrones con flores similares a las del techo sujetas con cintas plateadas, igual de admirables que las mesas de vidrio con asientos blancos que tienen bellísimos centros de mesas de buqués con flores rosadas.
Al fondo, un gran equipo de sonido que tiene detrás más reflectores, máquinas de humo y burbujas, con la misma temática de enredaderas florales y cintas plateadas, ningún lugar queda a la vista sin detalle, toda esquina parece meticulosamente decorada en el esfuerzo de hacer de esta noche inolvidable.
Y espero que así sea.
Aunque ya parecen haber suficientes personas, las parejas y compañeros siguen llegando quedando igual de sorprendidos por los detalles de la velada. Jay y yo nos quedamos junto a una de las mesas, en donde esperando por Hailee, aparece Lisa junto a su acompañante caminando sobre sus tacones de aguja con decisión. Pasa a mi lado y me recorre con la mirada, aguanto el impulso de quitarle su rinoplastia de jalón con mis dedos.
—No te ves tan mal—dice, subiendo uno de sus hombros—. Considerando que te lo compraste en una tienda de segunda.
Antes de que pueda responder, Jay se me adelanta.
—Yo pienso lo contrario.
Lisa se va de un chasquido después de reírse sarcástica de la opinión de Jay. Es un patético intento de Regina George.
—Puedo defenderme sola—le digo a Jay cuando me aseguro de que Lisa se aleja lo suficiente.
—No me molesta hacerlo. No te pierdas—desaparece tan rápido como lo hizo Lisa.
El lugar todavía está algo calmado, pero bailo junto a Hailee mientras el primer trago de alcohol me pasa por la garganta. No me doy cuenta de lo irresponsable que soy por beber de un termo del grupo de Nix hasta que lo finalizó. Ahora estaré paranoica el resto de la noche sin saber qué fue lo que bebí, me apego más a Hailee. No dura demasiado mi tranquilidad cuando se va a bailar con David y gesticula con su boca que ya volverá. Está con su novio, no volverá hasta después de un rato. Peter de mi clase de historia y el mismo chico con quien bailé en la fiesta, me invita una canción y no dudo en aceptar porque realmente, es un buen bailarín.
—No pudimos terminar nuestro baile en la fiesta—dice, se me acerca—. Te ves muy bella.
—Gracias, tú igual luces bien—me guiña un ojo.
Peter siempre ha sido amable y de gran personalidad. Siempre fue muy educado conmigo, hablábamos en clase. No sabía q ue escondía una faceta coqueta hasta que me pega a su cuerpo desde la cintura, no me siento incómoda porque no da indicios de tener la intención de sobrepasarse.
—Entonces, ¿irás a Nuevo Goleudy?
—Hasta ahora sí. ¿A dónde irás?
—A Darson, en la facultad de ingeniería. Mis padres tienen un contacto y, bueno.
—No luces muy convencido—me da una vuelta, el vestido se mueve conmigo.
—Es lo que ellos quieren.
—Sí—suspiro—. Te entiendo completamente.
—¡Pero no hablemos de eso! Esta noche es para celebrar lo bonita que te ves—me río, continuamos dando pisadas junto los demás a nuestro alrededor.
Algunos profesores tienen el ojo sobre nosotros, otros mueven la cabeza y siguen el ritmo con el pie con la intención de no dar el mal ejemplo. Aunque no creo que sea mal ejemplo el bailar. Peter se ofrece a traerme una bebida y se lo agradezco porque me muero de sed. Una pequeña gota de sudor hace camino por mi cuello, empieza a hacer algo de calor.
—Sigues sin bailar conmigo—la voz de Jay habla a mi espalda.
El sonido a mi alrededor se aisla cuando nuestra burbuja nos separa unos segundos de los demás. Se hace más alto estando cerca de mi. Sonríe sin sus dientes subiendo una ceja, me extiende su mano.
—Peter está bailando conmigo.
—No le molestará—me lo señala con la barbilla. Desde aquí puede ver que habla con una chica de cabello pelirrojo, ella le sonríe y él igual.
—Siento que es uno de tus frívolos planes en los que termino haciéndote caso—se ríe para después tomarme de la mano y llevarme con él.
—Tengo que cobrarte lo que me debes. Lisa no deja de seguirme desde que llegó.
—Sí, lo sé. Es como una pulga.
—Perdón por dejarte sola. Te vi tomando, jamás aprendes la lección.
—No me lo recuerdes. Hasta ahora no ha pasado nada, pero no debí hacerlo y menos si es de parte de Nix—me reprocha con una mirada dura—. No beberé ni una gota mas de alcohol, lo juro.
—De parte de nadie, Meg. Así venga del mismísimo presidente.
—Ni de la primera dama, tenlo por seguro.
La música no es para nada lenta pero nos movemos como si tratase de un vals. Sus dedos recorren mi espalda desnuda hasta mi cintura. Me contagia del brillo de sus ojos y su mano se siente cálida sosteniendo la mía. No había notado el que ya no es más un niño, su rostro está cambiando a uno un poco más maduro. Quizás sea el traje o la forma en que me mira que lo hace ver así. Su padre estaría tan orgulloso de él como yo lo estoy ahora. Acerco me mejilla cerca de su hombro, en el costado de pecho. A centímetros de su corazón.
—¿A qué se debe eso?
—A nada. Te abrazo mientras bailamos.
—¿Deberíamos hacerlo más seguido?
—Tú dime.
Levanto mi rostro a su altura. Mi pecho palpita como cuando escucho una orquesta en armonía, se siente de la misma forma. No se entiende la sensación porque es música, pero si la conexión. Es tan palpable como cualquier instrumento, lo que no se ve es lo que emite. Pero sí se siente. Como su respiración cercana a la mía, sus ojos entrecerrados y los míos en el mismo proceso.
—¿Por qué caemos una y otra vez en esto cuando dijimos que lo olvidáramos?—dice mientras movemos nuestros pies sin ningún sentido de ritmo.
—No sé.
—Meg, no puedo olvidarte.
Mis cejas se hacen una con la confusión plasmada en mi ojos al detenerme.
—Jay...
—Entiendo lo que dirás, ¿bien? Pero no puedo—ríe—. Yo. No puedo, Meg. Intenté decírtelo pero las palabras no... No podían salir.
—¿Estás ebrio?
—¿Qué? ¡No! No estoy ebrio.
Nos apartamos de la pista de baile y me sigue mientras me levanto el vestido de forma nada sutil para poder dar pisotadas. Se desajusta un poco la corbata del cuello. Nos detenemos a pocos metros de entrada para no llamar la atención de los profesores, aunque dudo que puedan hacer algún drama por nosotros porque nos encontramos con una pareja besándose con pasión en los casilleros a una distancia de nuestra posición. Suelto el agarre de mi vestido con la molestia que crece dentro de mi y no logro entender por qué cuando prometí que hoy no sería el día para llorar ni enojarme. Ya veo que nunca me hago mucho caso.
—Antes de que digas algo—interrumpe—. No pienso olvidarlo, porque lo intenté y... Ya no pude.
Deja caer sus palmas.
—Entonces, intenta más fuerte—ríe con sarcasmo.
—¿Tú pudiste hacerlo? ¿Olvidarlo?
Me muerdo el interior de la mejilla. De las veces que lo hago en el día siento un poco de sabor a sangre. No debe ser mucho, porque se va casi de repente. Como las ganas de quedarme en este baile.
Jay me sujeta de los brazos, respira. Y me besa. Hace una línea por mi mandíbula con sus dedos mientras absorbe mi labio inferior. No tengo ganas de detenerme porque se siente tan malditamente bien después de pensar en esto cada segundo desde su cumpleaños.
—¡No!—me separo abruptamente de su tacto. Hasta yo logro quedar nuevamente confundida—. Nosotros no podemos, no somos así.
—¡Yo tampoco lo entiendo! Pero yo... ¿Cómo logras fingir que no te importa?
—No es que no me importe.
—¡No hablas de ello! Y te niegas a hacerlo.
—Tú lo dijiste. Dijiste que lo olvidáramos. Y yo también prometí que así sería.
—¡Te repito que no puedo, Meg! Quiero besarte una y otra vez cada vez que te recuerdo y no es sólo después de mi cumpleaños. Cada vez que te veo sonriendo es como... Ahg, no puedo hacer esto.
Se detiene a pensar relamiéndose los labios, sus manos sujetan su cadera. Esto es tan complicado como atarse uno mismo el nudo para ahorcarse. Que es lo que desearía hacer ahora por la presión que siento en el pecho.
—No quiero pelear más contigo—suavizo mi voz con la más pura sinceridad hablando por mi.
—Ni yo. Me sacas de quicio.
Sonríe, enreda sus dedos con los míos.
—Pero eso es siempre—dice.
Con mi mano libre acaricio su pómulo, me siento tonta. Pero por mero impulso de deseo, lo beso. Un beso rápido del que de inmediato me arrepiento, no me muevo porque en realidad es un sentimiento que yo misma me provoco. No entiendo si es él, pero se siente diferente unir mi boca con la suya.
—No quiero que nada cambie—murmuro cerca de su rostro.
—Respetaré eso. ¿Por qué todo contigo debe ser tan complicado?
Porque ahora eres todo lo que tengo, quisiera decirle. Pero en cambio niego la cabeza. Hay ideas que están destinadas a estar en mi cabeza luchando entre ellas. Comiéndose mi cerebro que es el culpable que quiera seguir en este momento por siempre porque es que, por primera vez en mucho tiempo me siento pequeña y protegida, que no tengo la necesidad de tener la coraza de la Meg que nunca se rompe y está tan mal. Culpo a todas las adversidades por hacerme así. Pero no tengo más remedio que ponerlo difícil para protegerme a mi misma. La soga al cuello es más atractiva que hacerle daño.
—Debemos volver—digo.
—Sí. Solamente quiero estar así un minuto más antes de volver a la realidad en la que no puedo besarte más.
Y el resto de la fiesta no es lo mismo para mi. Tomo un vaso que me trae Hailee para borrar momentáneamente el dolor que yo misma provoqué. Me tomo otro al ver a Jay lejos de mi. Quiero buscarlo, decirle que sí, que veamos donde nos llevan los besos. Pero no. Es muy mal momento para decidir no ser impulsiva por una vez en mi vida. O el mejor. Ya no lo sé. Lo quiero es que esté aquí conmigo y no caminando afuera con una chica que lógicamente no soy yo. Me odio dos segundos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro