07. Jay
Dejo el pincel en remojo y limpio la pintura de mis dedos con un viejo trapo de tela. Está terminada, valió la pena el trabajo.
El rostro sonriente de Meg lo acompaña una margarita decorando las hebras de su cabello negro que mueve el viento, con un cielo azul despejado. La observó un minuto más, el rojo de sus mejillas se ve auténtico, parecido al sonrojo que le provoca el calor permanente de Ciudad Solar. No puedo esperar para dársela y ver su reacción, espero que la amé tanto como lo mucho que me esforcé.
Me doy la vuelta para limpiar mis herramienta de trabajo. Escucho unos pasos acercándose y sonrío esperando que de un salto para intentar asustarme.
—No intentes nada, ya te escuché—guardo la última pintura—. Llegas justo a tiempo.
—¿Por qué? ¿Me esperabas?—su voz chillona me decepciona, la veo de reojo antes de dirigirle mi atención.
—Ah... Hola, Lisa.
—Suenas decepcionado. ¿Esperabas a Meg?—coloca su mano en su pequeña cintura.
—Sí.
Se acerca contoneándose, se detiene en frente de la pintura. Se da unos toquecitos con el dedo en sus labios. Sonríe subiendo una ceja.
—Guao. ¿Lo hiciste tú?—la señala, nada más asiento y cierro la caja de óleos—. Impresionante. Realmente impresionante. Quizás podrías pintarme a mi alguna vez.
Bufo. Me doy cuenta de que es algo descortés cuando regresa sus ojos en mi dirección, cruzo mis brazos.
—No es tan sencillo.
—Bueno, podrías contarme de ese meticuloso procedimiento en la fiesta.
—Estaría bien, pero ya te lo dije. Voy con Meg—señalo sin apartar demasiado mi mano de mi brazo.
Chasquea su lengua.
—Es una pena. Realmente quería ir contigo y darte tu regalo.
Me mira seductoramente desde los ojos hasta mi entrepierna. Usa su traje de porrista para la última presentación del año y como siempre sus labios pintados de color carmín.
—Será en otro momento.
Camino a la mesa de trabajo para retirar mis cosas e irme, puedo escuchar las pisadas de bailarina de Lisa acercándose. Me giro hacia ella. Pasa la punta de sus dedos por algunas sillas hasta llegar a mi que retrocedo, mi espalda baja choca con la mesa de madera.
—Ahora estás libre—dice.
—Lisa, lamento decírtelo. Pero—choco mis palmas frente a mi—, otra persona podrá recibir mi regalo gustosamente.
—¿En serio?—dice con sarcasmo cruzando sus brazos—. Es casi imposible que puedas resistirte.
—Claro. Lamento romper tu récord de ser el primer hombre de tu lista que desiste. No estoy interesado.
Hablo con firmeza, pero eso no evita que se acerque y acaricie mi cuello con su nariz. Contengo mi respiración cuando con la punta de su lengua hace un camino a lo largo de mi barbilla. Su mano suavemente se desliza por mi pecho hasta mi abdomen bajo, la sostengo de los hombros apartándola.
—¿Qué haces? Ya te dije que no.
—No tomará demasiado tiempo—dice jugando con el botón de mi pantalón. Tomo su mano para apartarla.
Se sube en la punta de sus pies sosteniéndome el cuello e intenta abrirse paso en mi boca con su lengua y me agarra de la muñeca para forzarme a tocar su pecho. No siento más que el deseo de apartarla de mi de inmediato y es lo que hago.
—Jay, adivina quién...—Lisa se aparta tranquilamente, como esperando que ella lo vea.
Meg se queda con el resto de la oración. Todo rastro de tranquilidad se desvanece de su expresión y es reemplazada por una de decepción conforme mira a Lisa. Y después a mi. Me hace entrar en razón la ácida reacción de su rostro y su bolso que me da la espalda regresando por donde vino.
—¿Hice algo malo?—pregunta Lisa con inocencia. Siento como los músculos de mi cuerpo se contraen con rabia.
—Sí.
—No sabía que todavía se acostaban.
Mis ojos la miran con furia pero no le dedico ni un minuto más, voy detrás de Meg. Camina a través del pasillo a paso pesado, no responde a mi llamado. Me interpongo en su camino, pero me esquiva sin ni siquiera verme.
—Meg—la agarro del brazo para detenerla—. Escúchame, Yo no...
—No tengo nada que escucharte. No es mi problema tu vida sexual en lo absoluto.
—¿Podrías escucharme?—se suelta de mi agarre, la correteo en un intento por deternerla—. Lisa vino a mi y...
—¡No quiero oírte!
Me enfrenta. Ninguno de los dos se mueve, pero parece que está al borde un ataque, peina su cabello hacia atrás.
—No fui yo.
—Ya te lo dije, no tengo nada que opinar aquí.
—No entiendo porqué no me crees si te hice una promesa, yo...
—Pues, ya veo lo bueno que eres para romperlas.
—Por Dios—presiono mi tabique—, ya te dije que no fui yo.
—¡Ya eso no importa, Jay! No soy nadie para decirte qué hacer y que no.
—Sabes que no es mi culpa.
—No voy a discutir contigo por algo que no puedo reclamarte—quisiera que me gritara, que me golpeara, pero a cambio recibo indiferencia.
—Puedo jurarlo.
—Está bien.
—¡Ni siquiera me crees!
—No me debes explicaciones.
No mueve un músculo de la cara, inexpresiva y sólida como piedra. Maldigo a Lisa a mis adentros e intento alcanzar su mano. Rápidamente se aparta.
—Meg...
—No quiero oír nada más.
Me rodea dejándome solo en el pasillo. Pienso un momento en alcanzarla pero creo que la mejor decisión es dejarlo estar. Coloco las manos en mis caderas, miro el piso sintiéndome molesto, aunque no decido si con Lisa, con ella o conmigo.
Regreso al estudio.
Lisa sigue aquí, con las piernas cruzadas sobre mi mesa de trabajo y observando sus uñas como lo más interesante del mundo. Me sonríe cuando me ve y camina para acariciar mi cuello y llevar sus labios a mi mandíbula. Me besa, pero no siento nada. La levanto golpeando su espalda con la pared más cercana mientras enreda sus piernas alrededor de mi cintura. Su lengua entra en mi boca y se siente igual de desagradable que hace un rato. Se quita el suéter de su uniforme dejando sus pechos al descubierto, mis manos aprietan sus muslos con fuerza. Con rabia.
—Esperé esto durante un tiempo—susurra en mi oídos. Mis dedos viajan a uno de sus pechos, suspira—. Me gustas mucho, Jay.
Confusión es lo primero que logro identificar. Abro y cierro la boca intentando buscar las palabras adecuadas para responder a eso, pero con Meg en la cabeza se hace mucho más difícil. Lisa succiona mi cuello pero no logro sentir ninguna atracción por ella. No logro imaginarme una situación en la que nos involucre a ambos.
—Tócame.
—¿Qué?—no quiero hacerlo.
—¿Qué? ¿Meg se enoja?—se burla.
Meg. Deslizo el cuerpo de Lisa para poner sus pies sobre el suelo. Le doy la espalda y discretamente limpio con el dorso de la muñeca mis labios. Aspiro aire caliente que quema mis pulmones como el arrepentimiento.
—Lo siento, Lisa.
—¿Me dejarás así?—no parece ofendida, sino más bien enojada.
—No quise faltar tu respeto.
—Lo haces dejándome así. Hay muchos chicos que darían lo que fuera por tenerme así.
Acerca sus manos a mis hombros masajeándolos en un intento por convencerme.
—Vamos. No le diré a Meg. Ella no lo sabrá.
Pero lo sabré yo y tendré que vivir con la culpa en la consciencia. Por eso recojo mis cosas y me largo en un intento de compensarlo.
Camino con el lienzo en mano. Eso estuvo mal, no pude sentir ni un poco de pasión o emoción por tener a Lisa Audrey semi desnuda en mi entrepierna. Casi tres semanas... Sacudo la cabeza, no es buen momento para pensar en eso. Con Lisa no. Lo único que lograría es hacerle daño a Meg.
En el momento que besé a Lisa, el rostro de Meg pasó por mi cabeza. Suspiro. La sensación de sus labios fue dura y lujuriosa. No creo que Meg bese de esa forma.
Me obligo a buscar dentro de mi cualquier signo de excitación que pude sentir por Lisa. Pero no hay nada, vacío neutral. Lisa no está mal, pero no pude sentir nada y sólo intento darle explicación.
.
.
Cierro la puerta con el talón al llegar a casa para darme cuenta de que las luces están apagadas. Los niños deben estar en sus actividades de los viernes, así que Rose debería estar con ellos. Mi alumnos de la escuela de arte salieron de vacaciones hace una semana, quizás si tuviese que darles clases hoy, mi mente inquieta estuviese distraída sin la necesidad de buscar una excusa a lo que pasó hace un rato.
—¿Mamá?
—Jay, cariño—responde a través de su celular—. Estaré en casa dentro de un rato, tuve una reunión de último minuto. Debo colgar, iré a casa en un rato, te quiero—repite en un susurro.
Se corta la llamada, todo está demasiado callado. La guitarra de Meg descansa en la sala. Si se hubiese ido, no dejaría su guitarra.
Subo a mi habitación y veo a Meg dormir en mi casa con sus piernas casi hasta el pecho. Su respiración pausada me hace pensar que tiene un rato dormida.
Llegó a casa creyendo que no besé más a Lisa. El aire acondicionado está apagado, odia arroparse.
El teléfono junto a ella vibra, tiene algunas llamadas perdidas de Hailee. Palmeo mi frente, la fiesta. No lo recordaba pero ya no estoy muy seguro de querer asistir.
Siento a Meg moverse, estira sus brazos con los ojos entrecerrados. No tarda en levantarse y huir de mi apenas me ve.
—¡Meg!
Me cierra la puerta del baño en la cara, la golpeo con la palma de mi mano. Meg se vuelve insoportable cuando se molesta, pero me trago el comentario porque tiene razones válidas en este momento.
—Abre.
—Dije que no quería hablar contigo.
—¿Podrías abrir la puerta?—suspiro—. Por favor.
Escucho el grifo de agua abrirse y con el rostro mojado, se asoma. Me apoyo en un puño en la pared.
—No quiero hablar, Jay.
—Lo siento.
—¿Sientes no haberla besado más?—suelto aire por la boca buscando paciencia.
—Siento haberte hecho daño.
—¿Qué te hace pensar que lo hiciste?
Meg sale del baño de brazos cruzados. Se queda viéndome fijamente con sus ojos azabaches, manteniéndose firme.
—Te perdiste de lo mejor—digo.
—Estuve con Hailee—auch—. Y en tal caso de que no hubiese estado, no tendría los pechos de Lisa rebotando en mi cara.
Inmediatamente me convertí en el responsable cuando permití que Lisa continuará besándome, es casi como tener un carbón en la garganta. Le fallé a Meg con una chica que dejó por el suelo su reputación. Es inevitable que no hayan consecuencias.
Luego de salir del estudio, estuve un rato en la despedida de año. Las animadoras hicieron un pequeño número, todos dejaron volar sus libretas en medio de abrazos. Quería compartirlo con Meg, despedir está etapa con ella.
—Quería estar contigo. Todos cantaron feliz cumpleaños.
—Se notó mucho. Especialmente cuando besaste a Lisa—responde sarcásticamente.
—Si tanto insistes en que no te molesta, ¿por qué continuas nombrándolo?
—Porque sabes lo que pasó con Lisa.
—No fue mi culpa que ella se acercara a besarme—pero sí lo fue después. No sé como logra quedar en una modalidad inexpresiva—. Lo siento.
Me da la espalda para bajar a la sala. No me disculpa.
—¡Meg, lo siento!
—Te dije que me da igual.
—Yo quiero que me disculpes.
—No sé cuantas veces te diré no me debes explicaciones.
La atrapo entre mi cuerpo y la pared antes de que continúe escabulléndose de mi. Evita mi mirada. La culpa me recorre el esófago como veneno, la mentira siempre queda con un sabor amargo.
—¿Podrías mirarme?—pedírselo es como hablar con una pared—. Sabes que mi intención no fue hacerte daño. Cuando prometo algo, lo cumplo—ríe.
—Se nota. No quiero escucharte más.
—Bien—palmeo mis piernas, empiezo a subir nuevamente las escaleras—. Sólo quería que lo supieras.
—Para que sepas, besaste a alguien que ha tenido contacto con más de la mitad de la escuela.
—¡Ella me besó a mi! ¡No entiendo porqué te cuesta tanto trabajo creerme!
—¡¿Cómo puedo creerte si tenías toda tu mano en su teta?! Jamás te he pedido explicaciones de con quién te acuestas o a quién besas. Es tu cuerpo, haz lo que quieras. ¡¿Pero Lisa?! De todas, y cada una de las chicas de la escuela, ¡ella! Que dejó la peor imagen de mi y te consta. ¡Tú mismo estuviste ahí!
—Yo... Sabes que no soy así.
—¿Ah, sí? Pues, dime—se cruza de brazos—. ¿Qué hiciste cuando regresaste al estudio?
—Buscar un lienzo.
—Nunca vi a Lisa salir.
—¿Entonces volteaste?—arqueo una ceja.
—No es el punto, Jay.
No contesto. Estoy entre la espada y la pared. Quiero decirle la verdad, pero me avergüenzo lo suficiente como para que mi boca no me lo permita.
—Meg...
—Nunca la vi salir.
Respiro. No puedo guardarme nada.
—Me quedé ahí.
—¡Eres un mentiroso!
Corre cuesta abajo y la sigo. Nuevamente la tomo del brazo pero no tarda en forjecear así que la cargo desde las piernas como a un saco de papas.
Me acuesto sobre su espalda cuando la lanzo sobre el sillón, intenta empujarme y gritar pero sabe que no puede ceder en contra de mi peso.
—¡Me asfixias, imbécil!
—Morirás así si no dejas que te explique.
—¡No me importa, Jay! ¡Cógete a quien quieras!
—Cállate.
—¡No!
—¡Eres una histérica!
—¡Y tú un estúpido por tirarte a Lisa! ¡Maldición, me asfixias! ¡Quítate!
—Me quito si cierras la boca. Y deja se insultar y maldecir.
—¡Maldeciré todo lo que quiera! Maldito, maldito, maldito.
Me aparto y logra respirar aire ferozmente con el cabello hecho una maraña, le tapo la boca con mi mano que sin pensarlo dos veces, la babea con su lengua.
—¡Eres asquerosa!—no me quito, siento el impulso de limpiarme su saliva con su ropa.
—¡No más que tú besando a Lisa!—responde detrás de mi palma.
—¿Puedes escucharme? ¡Eres una fastidiosa!
—¡Si soy tan fastidiosa entonces me voy para que no veas mi fea cara!
Me río, lo que hace que se enfurezca más e intente escaparse de mi agarre como un gusano. Da en seco contra el piso, espero que se mueva pero no lo hace, su vista se queda fija al techo. Sus mejillas están rojas por el esfuerzo y tal vez tenga que peinarse unas horas. Me tumbo a su lado.
—Nunca dije que te fueras. Y no pienso que tu cara sea tan fea.
Veo la forma de su nariz recta, ligeramente respingada buscar aire audiblemente.
—Me cansé.
—¿Estás bien?
—No me hables.
—¿Estás bien?—insisto.
—¡Sí! Qué fastidioso eres.
No aparto mis ojos de ella. Luce tranquila pero sé que hay mucho fuego deseoso de quemar todo a su alrededor dentro de ella.
—¿Me vas a escuchar?
—Lo que sea.
—No llegamos a nada. Yo la dejé. Quería que la tocara...
—Asqueroso.
—Y le dije que no.
Acomoda su cabeza en una posición cómoda para verme después de unos segundos.
—¿Cómo sé si es cierto?
—El único fluido que está en mi mano es tu saliva.
—Iugh.
—Asco tú. Si la hubiese tocado...—bromeo.
—¡Cierra la boca! ¡Qué desagradable!
Logro sacarle una risa, permanece un momento. Asfixiarla salió bastante bien, lo estoy considerando para berrinches futuros.
—¿Sigues enojada?
—Sí—encoge sus hombros.
—¿Considerarías perdonarme?
—Quizás.
—¿Ni siquiera por ser mi cumpleaños?
—Qué manipulador—suspira—. Supongo que eso te da algo de ventaja. Lamento no estar para cantarte.
—No importa. Te perdono si me perdonas.
—Lo pensaré.
Agarra un cojín y me lo pone en la cara, hace esfuerzo para aplastar mi nariz.
—¡No intentes matarme de nuevo!
Busco aire, pero no puedo evitar reírme.
—¡Está bien, está bien! ¡Me rindo!
La empujo.
Meg recuesta su cabeza en mis piernas. Hace chistes sin parar de lo sucia que debe estar mi boca ahora.
—Si es así, te babearé y estarás igual de sucia—me mira amenazante.
—No hace falta jurar que te voy a matar con ese cojín si lo haces.
Mi teléfono suena, espero que sea mamá, pero Hailee es quién aparece. Dudo en contestar y es Meg quien me arranca el teléfono.
—¡La fiesta! ¿Por qué no me acordaste?
—Meg, no sé si tenga ganas de ir—bajo el teléfono junto con su mano.
—Vamos, Jay. Sí quieres.
—No. En serio no creo tener interés en esa fiesta.
—¡Te encantará! ¿Vamos? ¿Por favor? Si no te gusta nos iremos. Lo prometo.
Dejo que responda. Escucho a Hailee gritar feliz cumpleaños con una fuerza que ni la misma Meg tiene.
—Sí, estoy con él—responde Meg luego de su pregunta que no logro oír—. A las nueve, lo sé. No lo sé, unos jeans tal vez. No, Hailee. Está bien. Lo voy a pensar.
—Te prometo que tendré razón—oigo alcanzar al oír.
—¿Qué te dijo?
—Que me vistiera con un vestido negro que compré hace bastante tiempo. Ni estoy segura si lo traje—se burla.
—¿Fue el que era para un baile al que íbamos a ir y resultó ser una piscina cuando cambiaron los planes porque se inundó el salón?
—Ese.
—Deberías ponértelo.
—No, Jay.
—¿La fiesta es casual?
—Sí. Creo que es un vestido bastante elegante para la ocasión. Prometo vestirme mejor, pero no con él.
.
.
Espero por Meg en el espejo de la sala donde mamá adopta una extraña postura de querer hacerme ver presentable. Me pide que me acomode el cabello mientras estira las arrugas imaginarias del suéter gris y blanco que compró para mi.
—Quizás sea la última vez que te vestiré—dice con nostalgia—. Por lo menos hasta el día de tu boda.
—Si es que algún día me caso.
—Ay, lo harás. Después de que seas un gran pintor exitoso y feliz—me da un beso en la mejilla, sus ojos se humedecen—. Tu papá estaría orgulloso de ti... Feliz cumpleaños, mi amor.
Mamá se retira a la cocina y Meg baja en un trote las escaleras cambiando de dirección su cabello. Su suéter tortuga vinotinto hasta la mitad del abdomen hace contraste con su pantalón negro alto. Tiene unos tacones cruzados del mismo color que no le proporcionan la suficiente altura como para alcanzarme, le sigo ganando por unos centímetros. Sus pestañas están más rizadas de lo normal y lleva pintados los labios del mismo tono que su suéter.
—Oye—sonrío—, luces muy bien.
—Lo sé, tú también.
Después de un pequeño sermón, mamá espera que lleguemos al auto para cerrar la puerta. Meg camina con seguridad, me impresiona lo bonita que se ve. Su cabello liso le corre la espalda bajando por su cintura, me espera sosteniendo la manilla de la puerta.
—¿Qué?
—Te ves muy bien—sonríe expresando obviedad.
—Gracias. Pero ya abre está cosa—río.
—Pensé que usarías el vestido negro—no me responde. No puedo verla hasta que abro la puerta del auto. Si cara está contraída en una mueca de asco mezclada con sorpresa—. ¿Qué pasa?
—¡Jay!—esa voz.
Lisa camina hacia nosotros con sus zapatos altos color fucsia tan chillón con su timbre de voz. Sus amigas le siguen hablando y riendo entre ellas. Meg cierra la puerta con fuerza, se detiene en frente de ella con los brazos cruzados. Esto no está bien.
—¿Qué estás haciendo aquí?—pregunta con enojo.
—Estábamos de paso y para no caminar, me preguntaba si Jay podía darnos un aventón—cruza sus manos detrás de la espalda con una sonrisa.
—Jay—Meg me mira y lo hace de un modo que recuerde como le rogué para que me perdonara.
Abre los ojos, sus gruesas cejas le hacen sombra.
—Por favor, Jay—Lisa hace un puchero—. Somos sólo nosotras. Ya es algo tarde para irnos, es de noche.
—Sólo puedo llevarlas.
Es cierto. Es tarde y son tres mujeres. Dan unos saltos de alegría menos Meg que podría estallar si le ponen un dedo encima. Lisa corre al asiento de adelante, sus amigas se suben a los asientos de atrás dejando a Meg en medio. Se hunde en el asiento con los brazos cruzados por más de tercera vez en el día.
Se aparecieron aquí, lo que quiero es dejarlas para no tener que lidiar con los ojos acusadores de Meg que me miran desde el retrovisor. Me va a mar. Debí pedirles un taxi, debí decirle a Lisa que se fuera atrás. Siento las manos de Meg en mi cuello ahorcándome sin necesidad de que estén ahí en realidad.
—¿Sabes, Meg? Tu cabello no favorece tu tono de piel. Deberías probar con algo más claro—le sugiere Susan, una de las amigas de Lisa.
—Está un poco... Quebradizo—responde Savannah a su amiga—. ¿Haz intentado con algún tratamiento?
Lisa se ríe.
—Por favor. No creo que Meg sepa ni siquiera usar un rizador de pestañas.
—Y yo realmente dudo que sepas que la tierra es redonda, Lisa—dice Meg en respuesta. Se me escapa una risa. Lisa gira su cuerpo hacia mi jugueteando con mi cabello.
Intento apartarla por segunda vez en el día con sutileza. No aprendo.
—¿No te gusta broncearte? Te verías linda con la piel morena.
—También podrías ir al salón a acomodarte las uñas, las uñas postizas son mágicas.
—Ella no las necesita—digo antes de que Meg pueda hacerlo—. Déjenla en paz si no quieren caminar el resto.
Hacen silencio. Después de unos minutos veo a Lisa sonreír.
—Me encantan tus cejas, por cierto—empieza Lisa, no será un buen comentario—. Muy masculinas, supongo que eso es lo que te va.
—¿No hay nada bueno en ti que siempre tienes que buscarme cosas?
—Es sólo un comentario, no tienes porque enojarte—pasa su brazo por mis hombros.
—Suéltame. No puedo conducir así—sí puedo. Pero no quiero. Me estoy arrepintiendo de esto. Si pudieron llegar a mi casa caminando, también podían irse de la misma forma.
La situación se pone todavía más tensa.
—Mi respuesta igual. Eres tan vacía que te dedicas a destruir la vida de otros.
—Yo no destruí tu vida, revelé la verdad que escondías.
La cauchos chirrían contra el pavimento cuando freno en seco cerca de la acera, nuestros cuerpos se inclinan hacia adelante.
—Bájate—le digo.
—Jay, pero...
—Bájense. No permitiré esto—le fijo la vista a la calle detrás de la ventana.
Lisa y Meg se enfrentan una vez más quedando de cara. Me tenso desde el volante, este tipo de discusiones eran comunes en el pasado cuando Lisa esparció el rumor.
—Eres una perra arrastrada igual que tu madre. Necesitas tanta atención que te acostaste con Jay para hacerte popular.
—Por lo menos logré lo que tú estabas tan ansiosa por hacer. Lamento arruinar tu única meta de vida.
Dejamos a Lisa y a sus amigas en la calle arrancando la camioneta. Aprieto con fuerza el volante mientras sigo manejando.
Por el costado del ojo, puedo ver a Meg limpiarse con la punta del dedo una lágrima creciente en su ojo, se muerde el interior de la mejilla y traga el nudo de su garganta.
—¿Qué tienes?
—Nada. Sigue conduciendo.
—Sabes que todo lo que dice Lisa es mentira. Tus cejas son geniales.
—No me importan... Mis estúpidas cejas.
—No necesitas ninguna de esas estupideces que te dijeron, Meg. No sé en qué mundo viven.
—Jay, eso da igual.
Me detengo en la fila de autos estacionados cerca de la casa de Hailee. Meg saca su teléfono enviando un mensaje pero su sonrisa sigue siendo inexistente. Dejo las manos sobre el volante esperando que diga algo.
—Nos quedaremos aquí hasta que me digas por qué llorabas.
—No estaba llorando.
—Claro que sí. No tiene que afectarte lo que Lisa diga.
—No es eso—suspiro antes de preguntar.
—¿Entonces qué?
Nuevamente cambia su cabello de dirección, mira sus manos hechas puños.
—Nunca debí contarle nada acerca de mi mamá. Le dije un par de cosas en un momento de debilidad la última vez que estuve en su casa. Jamás debí ser su amiga.
—Escucha. No eres igual a tu mamá—sus ojos negros vuelven a mirarme llenos de tristeza—. Lisa no es nadie para decirte quién o qué eres. Lo importante es lo que pienses tú. Dentro de ti hay cosas muy buenas, tienes el mejor corazón—ríe negando con la cabeza.
—No lo vendas, por favor—río con ella, rodando los ojos.
—Ya acabemos con esta fiesta.
Abro la puerta pero antes de poder salir, la siento rodear mi cuello en un abrazo que recibo con gusto. Hay personas que amamos tanto que moveríamos continentes de ser posible para verlos felices.
—Gracias, Jay.
.
.
No se escucha música ni personas dentro de la casa. Todo está a oscuras y en silencio. Meg sonríe sospechosamente. Mi corazón se agita.
—¿Qué es esto?
—Ve y verás. Toca la puerta.
Se abre, pero no hay nadie detrás de ella. Meg entra detrás de mí y a la vez todas las luces se encienden, aparecen todos con gritos y sonrisas, la música se hace presente de inmediato.
—¡Sorpresa!—gritan en unisonido.
Del techo caen globos de colores, nuestros compañeros aplauden con alegría. Sospeché de esto demasiado tarde, realmente no lo esperaba y me hace feliz que se hayan tomado el tiempo de hacer esto por mí. Ya entiendo porqué Meg estaba insistiendo más de lo normal.
La música suena en cada rincón de la casa, vuelven a apagar las luces pero la iluminación viene de linternas de colores, todos bailan y saltan con la misma felicidad del principio.
Hailee y Meg me bombardean con preguntas que no me dejan responder por su emoción.
—¿Todo esto es para mi?
—¡Claro!—dice Hailee.
—¿Te gusta?—pregunta Meg.
—¿Que si me gusta?... ¡Esto es increíble! ¿Cómo lograron hacer esto?
Hailee me besa la mejilla con cariño.
—¡Feliz cumpleaños! Fue idea de Meg.
—Gracias, chicas. Mantuvieron el secreto muy bien.
Miro a mi alrededor detallándolo, la casa de Hailee es lo suficientemente grande para hacer una fiesta de esta talla. La sala, que es donde está la mayor parte de la decoración está cubierta en sus paredes de tela negra llena de pintura fluorescente en todas direcciones, del techo cuelgan fotografías y globos brillantes que destacan por las luces led que se encienden y apagan en parpadeo. Más allá en la cocina puedo ver la mesa repleta de bebidas y vasos, varias personas ya fotografían el momento con alcohol en sus manos disfrutando de lo vivo que se siente el ambiente. Incluso hay un DJ con su propio equipo bastante impresionante.
Afuera la piscina, detrás del panel de vidrio que da su vista al patio trasero, puede verse en su borde con luces moradas, naranja y azul eléctrico iluminando en agua en donde flotan los mismos globos del techo, y aún lado en la grama una cama elástica en donde podrían caber fácilmente unas diez personas.
—También alquilamos una cama elástica—me dice Meg, no me dejan de sorprender—. Por si te interesa.
—Es impresionante.
—Digamos que Ellen fue cómplice y una gran, gran ayuda.
Hailee me pasa un vaso. Lo olfateo y efectivamente es alcohol con una ligera esencia a piña, también le da uno a Meg que lo lleva a su boca sin titubear.
—No. Gracias, Hailee.
—Es tu cumpleaños, hay que celebrar—insiste.
—Sí, Jay. Por hoy.
Dudo por un segundo, llevo el líquido hasta mi garganta, el vaso queda vacío en un instante.
—¡Uh! No debí hacerlo—un escalofrío me recorre el cuerpo—. Esto está demasiado fuerte, Hailee.
—Especialmente para el cumpleañero.
Meg se va con Hailee a bailar, las sigo de cerca y más que bailar, saltamos y hacemos movimientos que no podrían considerarse ni de cerca pasos de baile. La gente a nuestro alrededor se nos une, al ritmo de la música sudan y gozan del momento. El alcohol del sexto vaso y medio me ablanda, mis acciones son un poco más lentas de lo que me gustaría. Meg por el contrario se ve igual de fresca.
—¿Por qué no bebes?—le pregunto.
—Alguien tiene que cuidarte—sonríe. Se ve bonita. Le sonrío—. Y ya veo que te está haciendo algo de efecto.
—No—niego, pero me da un par de vueltas la cabeza cuando lo hago—. Estoy muy, muy bien.
—Ya lo veo.
—¿Por qué te burlas?—no sé porqué me causa gracia, pero me río.
—Jay. No me burlo de ti—me quita el vaso de la mano—. No creo que sea buena idea que continúes por el momento.
—Estoy bieeeeen—lo aleja de mi cuando intento tenerlo de vuelta.
El contenido se lo termina ella y suelta el vaso en el suelo.
—Ya. No más para ti.
La pierdo de vista. Sigo bailando, una chica morena se me acerca y me sigue el ritmo, está muy cerca de mi.
—¡Feliz cumpleaños, Jay!—grita en mi oído.
—¡Gracias! yo... ¿Podrías decirme tu nombre?
—Jessica. Estaba en tu clase de ciencias—claro que la recuerdo. Siempre se sentaba en el siguiente puesto de mi.
—Perdón es que tengo algo de...—pierdo la línea de mis pensamientos pero me limito a sonreírle.
Mientras le sigo el paso para bailar junto a ella. Veo a Meg a unos pasos de mi. Ella y un chico cantan a pulmón la canción de fondo. Le susurra a Meg algo en el odio que la hace reír, su cuerpo hace movimientos rítmicos y delicados. El chico la atrae por la piel desnuda de su cintura, como siempre su sonrisa ilumina su rostro.
—Discúlpame un minuto—Jessica continúa bailando con una de sus amigas.
Camino para llegar a ella entre la multitud. Enredo mi brazo con el suyo apartándola bastante poco sutilmente del muchacho quien queda confundido y algo molesto.
—Estaba bailando con ella.
—Pues, ya no.
No le encuentro el sentido al por qué hice eso. Todo está revuelto en mi cabeza por las luces con patrones que me parecen demasiado brillantes de repente.
—¡Jay! ¡Suéltame! ¿Qué te pasa?
La llevo hasta la mesa de las bebidas en la cocina, le ofrezco una pero la rechaza colocándola de nuevo en su lugar.
—Estaba bailando. No sé si lo sabes.
—Sí lo sé.
—¡No!—vuelve a apoderarse de mi vaso cuando lo llevó a mi boca—. ¡No beberás más de esto!
—¿Por qué no?
—¡No y ya, Jay! Estás ebrio.
—Claro que no—arrastro las palabras—. ¿Dónde están mis lentes?
—Los dejaste en casa—pego mi frente en su hombro.
Doblo un poco la espalda para estar a la altura de sus hombros donde dejo caer mi frente. Mi cabeza duele. Meg palmea mi espalda tranquilizándome.
—Mh.
—Y yo soy la intolerante.
—Mi cerebro se va a morir.
—No, Jay. Tu cerebro vivirá.
—Explotará. Y no podré caminar.
—¿De qué hablas?
—De que eres bonita.
—Estás muy borracho.
—No pienso eso sólo cuando estoy borracho. Lo pienso siempre.
—¿Piensas que yo soy bonita?
—Cuando sonríes te ves taaaaaan bonita. Estoy estúpido—Meg se ríe—. No te pedí que bailaras conmigo.
—Estaba bailando con ese chico.
—¿Y por qué no bailaste conmigo?
—Porque estabas con Jessica. Y no me lo pediste—vuelve a reír.
—Lisa no está aquí.
—Con Jessica, no Lisa.
—Lisa besa horrible. Y no huele bonito como tú.
Antes de dejarla responder siento la presión en la garganta.
—Ay, no.
Corro dando tumbos hasta el fregador. Vomito. El sabor es asqueroso, Meg se queda a mi lado. Vomito de nuevo.
—Ya, ya.
Busca un vaso de agua para mi.
—Enjuágate.
Lo hago sin reclamar.
—¡Aquí están! ¡Los estuve buscando!
—Hailee. ¿Qué le pusiste a la bebida de Jay?
—Querrás decir bebidas. Las hice literalmente personalizadas.
—Lo embriagaste.
—Es su cumpleaños. Vamos a jugar, estamos reunidos en mi habitación.
—No creo que pueda subir las escaleras...
—No. Sí puedo—respondo.
—¡Bien! Ya los escuchaste. Andando.
Se adelanta. Mi cabeza palpita, me vendría bien un poco de silencio. La vibración del sonido se siente en todos lados.
—¿Por qué no bailaste conmigo?—vuelvo a preguntar. Meg me ayuda con los escalones.
—Ya te lo dije, estabas con...
—Lisa. Lo sé. Estás enojada.
—Jessica, Jay.
Si ella está enojada. Entonces también lo estoy.
El cuarto de Hailee es igual de espacioso, pero hay demasiado rosa y salmón. Sus sábanas, la alfombra en donde están sentados los jugadores, su espejo, muebles, hasta los cuadros tienen algo de rosado. Pero por lo menos no hay luces parpadeando.
Además de que es más silencioso, la música a penas se escucha como un eco. En la alfombra salmón de felpa se sientan algunos de nuestros compañeros en un círculo. Me hago un espacio lejos de Meg porque no quiero volver a discutir con ella, yo no estaba con Lisa.
Cuando la veo, me pregunta con sus ojos.
—¿Son muy grandes para jugar con esto?
Saca una botella detrás de ella, gritan y silban. Mi cabeza podría estallar en cualquier momento.
—No estoy muy segura de...
—Ay, Meg. No seas aburrida. Yo la giraré, ya que Jay está muy borracho para hacerlo—la interrumpe.
Se ríen pero Meg mantiene su expresión. Sigo preguntándome que fue tonto no preguntarle si quería bailar.
—Damas y caballeros. Uno. Dos. Tres.
Al detenerse queda entre una chica y otra. No parecen impresionadas pero si nerviosas.
—Ya saben lo que tienes que hacer.
Las dos chicas se besan, todos los demás aullan. Mi dolor de cabeza va en ascenso.
—¡Siguiente ronda!—Hailee y su novio David—. Ven aquí, bombón.
Cada pareja que le toca pasa al centro. Algunas besos resultan bastante eróticos, como el Hailee y su novio, otros resultan ser sólo un pico que abuchean. Le toca a Meg con un chico rubio, se une al grupo de los picos.
—A eso ni se le llama beso—le dice el muchacho.
—Tómalo o déjalo—responde Meg.
—Alguien no está de buen humor—grita Hailee.
Pasan tres rondas más, donde uno de los chicos se negó a besar al otro y tuvo que salir del juego. El efecto del alcohol toma posición, las risas son más fáciles y el ambiente más caliente.
—Jay no ha besado a nadie—dice David con Hailee entre sus piernas.
La mención de mi nombre hace que ponga atención, finalizo mi primer vaso de lo que sea la liga de Hailee desde que vomité.
—¿Que yo qué?
—Es cierto.
Todos los demás están de acuerdo. Hailee se levanta. Camina entre nosotros generando suspenso.
—Veamos, Jay Sullivan. No has besado a nadie esta noche y Lisa Audrey, bendita sea—se carcajean—. No está con nosotros.
—¡Con Meg!—grita Emma.
—¿Qué? No. Nosotros no.
—¡Sí! ¡Tienes toda la razón!—David se pone de acuerdo.
—Eh, no—Hailee cambia su expresión jocosa cuando todos resultan de acuerdo.
—¿Por qué no?
Quedan en silencio a mi respuesta. Meg tampoco dice nada.
—Bien, si así lo prefieren—Hailee regresa con David después de una pausa dudosa.
Me arrastro por la alfombra desde mis rodillas para llegar a su lugar, sus cejas están juntas. Siempre se ve bonita.
—No bailaste conmigo—mi nariz roza con su mejilla.
—Ya te dije que estabas con Jessica—me responde su voz ronca seguramente por el frío, la punta de su nariz está carmesí. No hace ningún movimiento—. No hagas esto, Jay. Estás ebrio.
Respiro cerca de sus labios jugando con su nerviosismo. Escucho como intenta tragar discretamente.
—Estás ebrio—repite después de pestañear un par de veces.
—Ya cállate, lo sé—afirmo con una sonrisa—. Pero no lo suficiente.
La beso. Mis dedos tocan la piel de cuello y mandíbula. No me importa el tiempo que pasa, simplemente me enfoco en conservar su sabor y textura. Mi pulgar acaricia su mejilla, su labial tiene una ligera esencia a fresas.
La sensación de electricidad viaja por mi cuerpo como la luz cuando atrapa mi labio inferior entre sus dientes.
////////////////////////////
¡Hooooola te digo con mucha emoción!
Sin duda, este siempre ha sido uno de mis capítulos favoritos, ha tenido varias ediciones pero la esencia siempre es la misma.
Espero que lo hayas disfrutado y si pusieras dejarme tu opinión en los comentarios me haría muy feliz, quiero saber todo lo que pienses sobre la historia.
¡Un millón de gracias!
///////////////////////////
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro