05. Jay
Revuelvo el cabello de Aaron y Alissa al llegar, casi de inmediato subo las escaleras con Sopa siguiéndome para cerrar la puerta con el talón con más fuerza de la requerida. Sopa busca mi atención apoyándose en sus dos patas ladrando y saltando con alegría.
—Hola, amiguita—rasco su barriga, la lengua le cuelga fuera de su hocico—. Hoy no está Meg para acariciarte, tendrás que conformarte conmigo.
No supe del momento en que se fue. Desapareció justo cuando el timbre de salida anunció a la muchedumbre de adolescentes que era hora de irnos y aunque intenté buscarla, simplemente se esfumó dejándome en la emocionante situación de estar con Lisa quien no se apartó de mi hasta que decidí ir a casa. También me di cuenta de que Meg no exagera. Lisa habla tan agudo que creo que perdí por lo menos un dos por ciento de mi audición.
Acompaño a Sopa sentado sobre la cama después de sacar mi teléfono del bolsillo. No hay ningún mensaje de su parte, tampoco una llamada. Mucho menos una notificación. No puedo evitar decepcionarme, y aunque algo me dice que debería escribirle, echo el teléfono a un lado pasándome las manos por el rostro.
Me avisa sobre alguna notificación y casi evito rogar porque sea Meg, pero me encuentro a mi mismo rodando los ojos tanto como puedo cuando veo el nombre de Lisa. Me arrepiento todavía más de haberle coqueteado cuando me insiste por quizás quinta vez en el día que vaya con ella a la fiesta. Reconozco que fui un imbécil, pero por más enojado que esté con Meg, no cambiaría la idea sobre ir con ella.
Aunque busco repasar para mi examen de historia de mañana, tal como en mi última clase, no puedo dejar de pensar en ella. Me siento tan terriblemente culpable por gritarle, únicamente espero que esté bien y quiero pedirle disculpas.
Además de que la carta sobre mi mesa de noche hace palpitar aún más mi culpa, dejo a un lado mi libreta para tomar la carta todavía con Meg en la cabeza, pienso en sus ojos vidriosos y sus pómulos enrojecidos por el enojo. La suelto sobre el escritorio con la frustración acumulada desde el instante en el que se acercó a ese idiota, vi en cámara lenta como le comía el cuerpo con la vista sin ninguna vergüenza.
Quise golpearlo, siempre ha habido cierta tensión entre nosotros, específicamente por Meg, quien no fue la que inició el coqueteo en la última fiesta, estoy seguro.
¿Y que sí lo comenzó? ¿Qué hay si... Le gusta Nix?
—Ay, no puede ser—aprieto mi cabeza entre las manos.
Si de verdad le gusta Michael, no tendré más remedio que hacerla entrar en razón. La llamo, pero su teléfono suena una y otra vez hasta que responde la contestadora.
Sigue enojada, intento de nuevo aunque ocurre lo mismo. Hemos estado peor, y ha respondido mis llamadas aún así.
—Vamos, Meg. Responde.
¿Pasaría algo en el camino? Estoy casi paranoico, si no hubiese llegado a casa, Miranda posiblemente hubiese recurrido a mi.
O ella no lo sabe.
Con esa idea, mi corazón de paraliza un segundo. Muerdo la uña de mi dedo pulgar con nerviosismo. Debí llamarla en vez de soportar a Lisa, debí obligarla a irse conmigo y no sola. Decido que si no contesta esta vez, iré sin pestañear.
Al carajo. Ni siquiera espero que suene la primera vez. Bajo por las escaleras con pies rápidos.
—¿A dónde vas con tanta prisa, Jay Sullivan?—pregunta Rose asomándose desde cocina a verme en la puerta de entrada.
—Meg no contesta el celular, no la veo desde la tarde porque tuvimos una discusión y no se dónde está—hablo con emergencia.
—Oh...—su cara se transforma como la mía, agarra las llaves del mueble junto al espejo y me las lanza—, conduce con cuidado.
Los últimos rayos del sol resplandecen cuando salgo. Las ruedas suenan contra el pavimento sobre el puente Trinidad, donde a la derecha puedo ver el mar agitar suavemente sus olas. No hay demasiado movimiento en la calle, y nuevamente una incómoda sensación se asienta en mi pecho de imaginar a Meg caminando sola hasta casa.
Observo mi reflejo en el retrovisor para después soltar el aire contenido mientras aprieto mis dedos en el volante, tengo un mal presentimiento. Ignoro eso, sólo me enfoco en que posiblemente esté en casa, tomando un baño o una siesta. Una muy larga siesta. Trato nuevamente marcar su número, pero continua sin responder.
Todo está saliendo increíblemente bien.
El edificio entra en mi campo de visión luego de sentir que estuve manejando por horas, aunque son sólo unos quince minutos. Su departamento tiene las luces encendidas, es una buena señal que hace que me tranquilice un poco. Sus padres no llegan aún, así que es ella quien debe haber encendido la luz.
Estaciono mi auto en frente. El edificio es bastante similar al exterior, algunas paredes son del mismo ladrillo rojizo liso, mientras que otras son paredes texturizadas pintadas de color crema decoradas con pinturas abstractas de tonalidades vibrantes con marcos dorados, plantas verdes aguardan en algunas esquinas y al fondo a unos pasos del ascensor, espera el encargado detrás de un mostrador blanco y alfombra terracota, quien me hace un asentimiento de cabeza sin levantar del todo su vista del periódico entre sus manos.
Presiono el número cinco dentro del ascensor, con mi pie impacientado sonando contra el piso. No espero que abra del todo la puerta del elevador cuando salgo encaminado por el pasillo al departamento del fondo a la derecha, que iluminado por focos amarillentos le dan un aspecto sombrío, además de que el suelo lo recubre una alfombra blanca que le otorga todavía más la apariencia de una sala de hospital.
Antes de tocar la puerta, suspiro con mi puño al aire.
—Jay, hola—dice Miranda compartiendo la misma expresión de sorpresa que yo al verla. Puedo ver que aún tiene puesta su falda de tubo y camisa de volantes, así que no llegó hace mucho—. No te esperábamos.
—Sí, hola, señora Turner. Ahm...—dudo antes de preguntar—, ¿está Meg?
—Creo que...—mi respiración se corta inconscientemente. Me doy cuenta que tiene maquillaje corrido debajo de los ojos, como si hubiese estado llorando—, no es buen momento.
—Oh, bueno. Es que necesitaba saber si está bien—asiente con una sonrisa a medias, meto mis manos en los bolsillos del pantalón.
—Le diré que viniste.
La puerta se cierra casi sin piedad. Nuevamente me quedo solo con las lúgubres luces del pasillo. Pero no será tan fácil deshacerse de mi, estoy decidido en ver a Meg.
Corro de nuevo por el vestíbulo y me voy por detrás del edificio, en donde están las escaleras de emergencia que empiezo a subir hasta ver que la luz de su habitación está apagada. Agradezco que no viva en el último piso cuando mi respiración se acelera. No soy mucho menos un enclenque, mi cuerpo se mantiene por el ejercicio regular obligatorio del que mamá siempre se queja del que no hago suficiente, y tiene algo de razón porque me encuentro jadeando al llegar a la ventana de Meg en el quinto piso.
Me pongo en cuclillas para no llamar la atención antes de tocar el vidrio de la ventana con los nudillos, aunque veo movimiento desde su cama después de tocar por segunda vez. Está vestida como en la tarde, o es lo que me permite ver la poca iluminación que viene del exterior. Abro la ventana ya que me ve y entro con cuidado de que no me escuchen, no sería agradable que Miranda me encontrara aquí luego de haberme dicho muy sutilmente que me largara.
—Ay, Meg. Estaba tan preocupado por ti, no respondías mis llamadas—no tuve respuesta, tampoco se movió—. Sé que estás despierta.
Me siento en el borde de la cama acariciando su espalda que después me doy cuenta que hipa con sollozos. Su rostro está hundido en la almohada con sus manos debajo de ella. Intento tranquilizarla acariciando uno de sus hombros a la esperaba de que me diga algo, una palabra, una mirada, pero así pasan un par de minutos en los que parece solamente querer ahogar sus gemidos de dolor junto con sus lágrimas en la almohada.
—¿Meg? Ey, Meg... ¿Qué ocurre?—digo cauteloso—. Háblame, dime algo.
Con lentitud y casi con dolor arrima su posición a la pared. Sentada, abraza sus piernas en busca de consolar las lágrimas que continúan cayendo sobre su rostro, sorbe y suspira por la nariz calmándose mientras me ruedo a su lado rodeándola con uno de mis brazos. Su cabello cubre la mayor parte de su rostro evitando que la vea llorar, pero por mechón lo peino detrás de su oreja esperando que se tranquilice.
—Me preocupas. Aquí estoy, aquí estoy para ti—susurro.
Se rinde en mi pecho, así que la acuno entre mis brazos quedando finalmente entre mis piernas, abrazándola y siseando para intentar calmar su llanto. Llora en silencio, escucho cómo trata de aspirar aire conforme mis dedos pasean en su espalda encorvada de sentimiento.
Tengo una idea de lo que podría llegar a ser, sé que Meg ha estado terrible por eso, pero pocas veces la había visto así. Tan vulnerable y rota.
Los padres de Meg tienen una relación complicada. Su padre no deja de trabajar y no regresa hasta altas horas de la madrugada por su profesión. Miranda es terriblemente estricta, la obliga en pocas palabras, a ser como ella. Quiere que sea tan perfecta como ella se siente. La dejan sola todo el día, todo el tiempo. Está acostumbrada, o es lo que trata de hacerme creer, pero sé que en el fondo le duele. Que sus propios padres la ignoren y que sienta que no se preocupan por lo que hace o lo que no.
—¿Me dirás que ocurre?—intento suavizar mi voz. Niega con la cabeza—. ¿Es por nuestra discusión?
—No.
—¿Por tus padres?—asiente tímida. Contengo mi enojo—. ¿Qué ocurrió?
—Es muy vergonzoso.
—¿Cuando te he juzgado?
Levanta su vista, sus ojos están hinchados y reflejan tristeza, hasta lucen algo morados de tantas lágrimas. Sólo quisiera quitarle todo ese sufrimiento y llevármelo lejos. Limpia con el dorso de la muñeca por la nariz, sus pestañas están humedecidas. Todavía no la suelto, la sostengo entre mis brazos y mi cuerpo.
—Lo siento, Jay—se disculpa en susurro, hipa.
—No. No te disculpes, fui yo. Debí escucharte. No mientes cuando dices que la voz de Lisa pueden escucharla los perros a kilómetros, tengo el pitido en el oído.
Me regala una débil sonrisa en medio de un llanto más calmado. El pecho se me calienta, como un cálido fuego.
—Perdóname a mi. Jamás, nunca. Ni en esta vida ni en otra, la buscaré de nuevo—le muestro el dedo meñique—. Lo prometo.
Cierra su dedo con el mío. El alivio se expande por todo mi sistema al tener en cuenta de que está a salvo aquí, conmigo.
.
.
—¿Estás bien?
—No—la parte posterior de su cabeza descansa en mi rodilla. Mira hacia la calle, con los rayos de la luna empapando su rostro con luz blanquecina que cruza a través de la ventana—. Sí, porque estás aquí. Creí que estaríamos tres días sin hablarnos.
—Lo recuerdo, fue el peor fin de semana.
—Pero por otro lado—su mirada se pierde—. Mi mamá... Mi mamá llegó a casa con un hombre.
Me quedo sin habla. Las cejas se me alzan inesperadamente después que regresa su atención a mi a la espera de que diga algo.
—Oh...
—Sí. Me explicó que era uno de sus pacientes y se enamoró de él. Llevan un par de años así. Creo que lo soltó por la sorpresa de descubrirla porque cuando dije que no quería escucharla más. Me gritó hasta quedarse sin voz. No entiendo, Jay. Reconozco que tienen problemas, pero jamás pensé que se engañarían.
—¿Engañarían? ¿Tu papá lo hizo igual?—asiente.
—Primero. O eso fue lo que me dijo. Él sigue ahí afuera. Es un imbécil, me habló como si fuera una maldita niña y hasta me sobornó para no decirle a papá.
—¿Le dirás?
—No es mi problema, pero si ella no lo hace, lo haré yo. Es mejor que se separen antes de que el daño sea peor. No me importa.
—¿Estás segura?—sus ojos negros son suaves, como si estuviera maquinando lo siguiente que dirá.
—Sí—no aparenta estar segura—. Nunca han estado para mi como padres. Son tan ajenos a mi que no puedo recordar una vez que hayamos tenido un día como una familia unida. Prefiero ser realista y decir que no la tuve que inventármela. Los quiero, Jay. Pero no pienso seguir soportándolos, que ellos no se sientan felices juntos no tiene que afectar mi futuro ni mi felicidad.
Su voz se quiebra con la última oración y baja su rostro apenada, nuevamente escondiéndose detrás de su cabello.
—¿Qué hora es?—le pregunto.
—No lo sé. Las nueve, tal vez.
Con una sonrisa, me levanto de su cama hasta llegar a la ventana para abrirla y sacar una de mis piernas. Me mira confundida, apoyando su rostro su hombro.
—Conozco de algo que te hará feliz—termino por salir y soporto mi peso en mis manos sobre la ventana.
—Jay, no tengo dinero aquí. Dejé mi bolso afuera.
—No te estoy preguntando. Yo invito.
—Jay.
La noche luce iluminada, el cielo está despejado brillando por la luz de la luna y de la ciudad. Ciudad Solar pese a su resplandor en el día debido a los cálidos rayos del sol y el calor, por las noches parece casi como un sueño. Todo cobra vida por el movimiento de las calles, la música y luces en las terrazas. Hasta la playa brilla, la marea sube celebrando las fiestas sobre la arena hasta el amanecer.
Irradia felicidad, diversión. Justo lo que necesitamos esta noche.
Empiezo a bajar por las escaleras estando seguro de que Meg me seguirá. Miranda cree que estará encerrada llorando en su habitación, pero no. Estará mal influenciada por mi y la idea de escaparse de las autoridades del hogar.
—¡Jay!—grita en susurro.
—¡Vamos!
Termina por cerrar su ventana apretando los labios con nerviosismo. Después de bajar, caminamos hasta la camioneta que enciendo y acelero de casi de inmediato. Luego de unos momentos, regreso a ver Meg quien distraída mira a la ventana. Quizás pensando en todo lo que Miranda le gritó, que son palabras dolorosas. Pero las hace peor que vengan de su propia madre.
Enciendo la radio, subiendo su volumen cuando identifico la canción. Muevo la cabeza al ritmo de Maroon 5 y aunque no tengo precisamente una voz armoniosa, intento cantarla buscando su sonrisa. Aunque me observa con una ceja arqueada unos instantes.
—¿Qué haces?—muestra los dientes a medias mientras separa el codo de la ventana.
—¡Following, following, following!—grito, por fin ríe—. No es divertido si no la cantas conmigo.
—Estás loco.
Vuelve su vista al frente mirándome de reojo y mordiendo su labio. Con la siguiente estrofa, empieza a cantar mientras chasquea sus dedos. Aunque no intenta hacerlo perfecto, disfruto escucharla y verla así de feliz.
.
.
La feria se ilumina con brillantes luces en cada juego y esquina, todos los colores parecen vividos, casi como si pudiesen tocarnos con toda la felicidad que buscan trasmitir. La rueda de la fortuna y la montaña rusa se alzan por encima del lugar en todo su esplendor, con gritos eufóricos, la música envolviéndonos.
Es notable el olor de palomitas y caramelo, podría decirse que en cada esquina hay un puesto o carros de comida rápida con vapor saliendo de su cocina. Está algo lleno, algunos juegos parecen tener una fila interminable pero todos aparentan estar satisfechos, riendo y estando alegres esperando su turno. A nuestro alrededor también hay personas vendiendo globos de helio de todas formas y tonalidades, burbujas levitando por los aires y grandes muñecos de peluche esperando ser ganados o comprados.
Descubro a Meg observando con nostalgia el carrusel a nuestra izquierda, sonriendo a los niños que suben y bajan sobre los caballos blancos de plomo que giran sobre la plataforma mientras sus padres les saludan y toman fotografías, esperando por ellos con algodones de azúcar.
La abrazo por los hombros para sacarla de sus pensamientos, su piel se siente algo fría. Vuelve en sí regresando sus azabaches ojos a mi quienes ahora se ven más luminosos, al igual que su rostro se ve más relajado.
—¿Estás bien?
—Tenía tanto sin venir aquí—dice repasando el lugar con la mirada, empezando a andar.
—Lo sé. Te conozco bien.
—¿No te parece que somos muy grandes para estos juegos?
—Tú. Yo no—respondo.
Meg me señala uno de los juegos que llama su atención, llevándome tras ella en medio de un tropiezo. Conversa conmigo con emoción, detallando todas sus expresiones y cada gesto puedo pensar que olvidó momentáneamente su dolor, porque insiste en competir conmigo como si tratara de vida o muerte en cada juego al que llegamos.
Encesta pelotas, tira dardos con precisión y le dispara a las botellas con pistolas de plástico y agua con la que amenacé mojarla si no me dejaba ganar fingiendo tener el ego herido. Así que disparó. Insistiendo en toda su actuación de que no lo hizo con intención, a mi cara.
En una atracción de pesca, gana y elige un horrible muñeco color verde viscoso de ojos saltones y cabellos purpuras de tamaño mediano que pone en mi mano, la observo con confusión.
—¿No se supone que yo debería regalártelo a ti?
—No, yo gané. Soy mejor en estas atracciones que tú—me mira con superficialidad.
—Bueno. Gracias, Meg. Es un muñeco realmente horrendo—lo miro con una mueca de desagrado, tiene demasiadas patas. Supongo que es una especie extraña de cangrejo extraterrestre.
—Es porque se parece a ti, no pasaron los cinco minutos cuando lo vi y pensé que debías tenerlo—muerde el algodón de azúcar extra-grande que le compré.
—Eres muy mala.
—¡Tú fuiste quien amenazó con dispararme agua! Yo sólo me defendí—me ofrece algodón de azúcar, que rechazo y en respuesta se sube de hombros.
—Conservaré este horrible peluche hasta el día de mi muerte.
—No te creeré hasta que no te vea con él dentro de la urna. Tiene mucho valor—se pone una mano en el pecho con un puchero en sus labios, dándole énfasis a su voz.
¿Cómo no podría quererla? Se siente tan bien hacerla sentir bien, el brillo en sus ojos, su sonrisa sincera. Meg es tan viva como el fuego. Con verla, siento podría lograr cualquier cosa.
Me detengo, borro mi sonrisa cuando recuerdo esa pequeña y molesta duda que creó mi cabeza en el peor momento de tensión de estos meses.
—¿Qué pasa?—pregunta.
—Tengo una pregunta para ti—inclina la cabeza con curiosidad.
—Claro.
—¿Te gusta Michael?
Pestañea.
—¿Qué?—ríe.
—Porque si te gusta patearé tu cerebro hasta que entiendas que no es bueno para ti...
—Jay, yo no...
—Es un asco de tipo, Meg. Eres demasiado para él.
—Escucha, Jay Sullivan—responde con diversión, veo que no se lo toma nada en serio cuando empuja mi hombro con un dedo, posicionando la mano en su cintura—. No conozco absolutamente nada de Nix, y hazme caso cuando te digo que ese no sería el tipo se chico con el que estaría. No me enamoro desde Daniel en segundo, hace mucho tiempo.
Respiro aliviado.
—¿Te preocupas por eso? Estoy segura que ni en un millón de años estaría con alguien como él. ¡Vamos ahí!
Me lleva con ella de la mano cambiando de tema rápidamente. Me guía a la rueda de la fortuna que tiene poca fila. Es realmente enorme, desde aquí al llegar a la cima se ve tan alto que me eriza la piel, no debe ser algo bueno para alguien destinado a ir a Nuevo Goleudy.
Son dos asientos en cada puesto, pero siento que podría vomitar con sólo pensar en lo alto que llegaremos. Y más por ayudar a Meg a terminar con el algodón de azúcar que evidentemente, no podíamos subir según el cartel que lo prohibía.
—Tengo tanto sin subir a uno. Desde hace unos tres años que vinimos con los de la clase—dice.
—Viniste sin permiso. Lo recuerdo—me codea.
—Nadie supo, fue divertido. Admítelo. Sobre todo cuando Jessica vomitó en tus zapatos luego de la montaña rusa.
—No sé como recuerdas eso, qué asco. El olor se quedó días por más que intenté limpiarlos. Tuve que tirarlos a la basura—Meg ríe, su cabello largo hasta la cintura se mueve con la brisa de la noche.
—Lo siento, no puedo recordarlo sin reír—dice después de mirarla con reproche.
Cuando subimos, observo mis pies despegarse del suelo. Aunque intento controlar mi respiración, el corazón se me acelera tanto que me aferro al asiento con los nudillos visibles. Pero Meg quién deja caer relajadamente sus brazos sobre la barandilla de seguridad, hace que me tranquilice y preste mi atención al paisaje.
En lo alto, se ve lo majestuoso de Ciudad Solar, sus luces y puentes, hasta Trinidad decorada por el mar. Tantas personas ajenas a lo que vivimos ahora, pero bajo el mismo cielo despejado.
—Es muy hermoso, ¿crees que así sea Nuevo Goleudy?
—Claro que sí, puede ser que mejor.
—Esta mañana nos gritamos y ahora estamos en la cima del mundo—balancea sus pies en el aire—. Cuando veo hacia abajo, siento vacío en el estómago.
—Se llama vértigo.
—Sí, exacto. A lo que voy es que así debe ser vivir.
—¿A qué te refieres?
—Sólo algo que se me vino a la cabeza. Que todo lo que hagamos debe de ser así de emocionante.
La veo sonreír, apoya el costado de su cabeza en el hombro.
—¿Hay alguna razón para que me veas así?
—Gracias—respondo.
—¿Por qué?—pregunta.
—Por ser mi amiga.
Me da un golpe suave con el puño en el brazo.
—Yo también te tengo estima.
Durante la segunda vuelta, quedamos en silencio. Cada uno gozando de sus pensamientos y de la emotiva sensación de estar tan lejos. Aunque al subir estaba seguro que nos caeríamos, ahora siento que no quiero bajar.
Mientras desvelo mis ideas, recuerdo a papá. La graduación está tan cerca y él no está para verme cumplir lo que soñó para mi. El vacío de su pérdida jamás se llenará, todavía se siente irreal que no esté para aquí para mi diciéndome qué hacer.
Daría lo que fuera por regresar el tiempo, estar con él por lo menos en una de sus interminables charlas de lo que significa ser un verdadero hombre, ahora las valoro más que nunca que debo hacerme cargo de mi familia.
He pasado noches enteras pensando en mi culpa, en que debo dejarlos. Mamá insistió, pero no hay nadie más que lo cuide, excepto yo. Estando tan lejos no podré hacer mucho para protegerlos y es algo que sin duda me aterra, se hace tan insoportable imaginar que suceda algo y no esté aquí para cuidarlos.
No dejo de pensar en qué diría papá. ¿Querría que siguiera mis sueños? Sí. Pero, ¿querría que su familia estuviese desprotegida?, es un conflicto que aún no he resuelto, por más que pienso en las variables.
Meg continua mirando el paisaje iluminado, con esa mirada esperanzada que apacigua muchos de mis tormentos. Sonrío dejando para después las demás ideas, enfocándome en esa mirada.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Pero es extraño. Aún me parece un mal sueño toda esta situación, no quiero volver a casa y tener lidiar con esto. Mamá no le dirá nada.
—No es tu responsabilidad, Meg. Es su vida, tienes la tuya. Si quieres, puedes quedarte en la mía.
—Créeme que me encantaría, pero estallaría otro problema. No necesito más—toca su collar distraída, girándolo entre sus dedos.
—Ya todo cambiará.
—Eso espero. En serio que sí.
Deslizo por la barandilla mis dedos hasta tomar los suyos. Me mira con sus ojos negros como una noche tormentosa, aceptando la calidez de mi mano sobre la suya y la caricia de mi pulgar sobre el dorso de su mano. Seguridad es todo lo que puede describir este momento.
Aún tiene sus uñas pintadas de color blanco.
.
.
Regresamos al auto, el estacionamiento está casi vacío. Meg abraza un gran... No sé que sea, un extraño muñeco. En esta feria, venden juguetes extraños. Ganó en lanzar aros un gran cerdo celeste con cola de zorro. Sostengo mi cangrejo extraterrestre de cabello morado luminiscente y llego a la conclusión de que no sé cuál es más extraño u horrendo.
—Estos peluches causarán pesadillas en niños de mente débil—dice Meg.
—No hay uno más espantoso que el que me regalaste.
—Hay que ponerle un nombre.
Empiezo a conducir, pero no a donde deberíamos. Solamente espero que Miranda no tome la decisión de empezar a ser una buena madre, se interese en cómo está Meg y decida ir a su habitación porque conduzco entre las calles con la confianza de que mamá no llegará hasta tarde por su junta de directivos y en estos casos, Rose se queda en casa hasta la mañana siguiente cuando los niños se van a la escuela. Así que no tengo prisa en estar temprano.
Reviso con rapidez mi teléfono en uno de los semáforos, tengo catorce llamadas perdidas de Lisa. Y una de mamá, busco recordar en que debo llamarla más tarde.
—¿Qué me dices de Shaggy?
—Me gusta, suena tan asqueroso como él.
—Perfecto. El mío es Blue.
—Guau, qué original eres. No se me habría ocurrido—digo, me mira reprochándome.
—Claro que sí. Otra persona se hubiese torturado en buscarle un nombre, pero yo no. No saben que Blue es un nombre realmente bonito, así como este peluche.
—Lamento desilusionarte, pero es tan horrible como Shaggy.
—¡Estás celoso de que el mío es más grande! Y que lo gané por un talento innato de atinarle a las estacas con los aros que tú no tienes—hace bailar sus hombros con vanidad.
Me saca una risa. Andamos sin rumbo a una velocidad prudente para la hora, quisiera que nunca se acabara.
—No quiero llegar a casa.
—No vamos hacia allá.
—Lo sé, nada más lo digo. El día cambió para bien. Jamás esperé ir al parque de diversiones—se apoya en su puño, tararea la música de fondo.
—Tengo un regalo para ti—no planeaba decirlo, pero no quiero que está noche se arruine.
—¿En serio? ¿Qué es?—no respondo—. Dime qué es, Jay.
—No puedo, faltan algunos detalles.
—¿No soy yo la que debería regalarte algo en tu cumpleaños?
—No está de más que lo haga, llevo trabajándolo un tiempo. El jueves terminaré los detalles y el viernes lo sacaré del estudio de la escuela.
—No me digas que es lo que creo que es—responde con emoción.
—Hago muchas cosas, Meg—soy un bocón—. No tiene que ser una pintura nada más porque pinto.
Es una pintura.
Me lo ha pedido desde que puedo recordarlo y quise dejarlo como una sorpresa. He trabajado un tiempo en ella con algunos tropiezos porque no me convencía al inicio, tuve que memorizar rasgos de su rostro para perfeccionarla.
—Así que tal vez no pueda pasar por ti el jueves, entras más tarde y necesito aprovechar la primera hora, pero para compensártelo podemos pasar por un helado de camino al regresar.
—Me parece bien—sonríe complacida—. Después invito yo. Gracias por hoy, Jay.
—No tienes que hacerlo, lo hice para que te sintieras mejor.
Ya pasan de poco menos de las tres de la mañana. Después de mucho hablar, decidimos ir a casa.
Me detengo justo cuando llegué, debajo de su ventana. Meg se queda estática y se muerde la mejilla, hábito que hace desde mucho tiempo intenta corregirse.
—No creo tener valor suficiente para subir.
—Claro que sí, me quedaría contigo. Pero si no llego a casa con el auto, mamá no me lo dará para el fin de semana para la fiesta, no quiero caminar a casa de Hailee ni tampoco que nos dejen de nuevo a mitad de camino—bromeo.
Descanso mi brazo en el asiento de la camioneta, acercándome para sostener su rostro. Me mira directo a los ojos, con algo de inseguridad y temor mordiendo nuevamente el interior de su boca.
—Tienes más valor del que crees. Esto es nada comparado a lo que puedes soportar—acaricio su mejilla con el dorso de mi mano.
—Mañana será otro día—suspira.
—Otro día con nuevas cosas que hacer y más cerca de recibir tu carta para irnos muy lejos y cumplir nuestros sueños.
Recuesta su cabeza en mi hombro y acaricio su cabello negruzco.
Tengo que decirle que recibí esa carta. Las palabras de mamá giran y gritan en mi mente. Hoy no. No quiero arruinar su momento de paz.
Nos quedamos unos segundos más en nuestra burbuja, ignorando todo lo que pueda pasar afuera y en el futuro. Le doy apoyo con una sonrisa antes de que baje del auto.
—Envíame un mensaje al llegar—cierra la puerta y corre a la escalera.
Su mano blanquecina desde la ventana me da un último adiós. Su luz sigue apagada, así que nadie entró. Giro para ir directo a mi casa.
—Hola, mamá.
—¿Todo está bien? Rose me comentó lo que ocurrió—se escucha el bullicio desde su línea.
—Sí, todo está en orden.
—Debiste llamar cuando saliste, pude contactar a Miranda para saber si Meg estaba en casa y decirte, si tanta vergüenza te da llamarla al celular.
—Es más complicado que eso. No me diría nada. Te lo contaré luego. ¿Llegarás a casa?
—Estoy esperando a Matt.
—¿Matt? ¿Le dices Matt a tu jefe?—me río de ella.
—Ay, Jay. Tiene casi mi edad, es por trabajo.
—Lo que digas. Tienes que comprarme un auto cuando seas novia de un millonario. No hay más cliché que eso.
—Conduce con cuidado. ¿No te he enseñado a que no debes tener el teléfono en mano mientras lo haces?
Cuelga, casi pude verla sonrojándose.
He pensado en esta posibilidad, en mamá con otro hombre. Me dolería sin duda, pero no merece estar sola.
Nadie merece estar solo.
En el camino, mis pensamientos son únicamente ideas de Nuevo Goleudy y de Meg.
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¡Hola! Espero que se encuentren súper bien. Extrañaba estar por aquí.
Nuevamente, estoy editando la historia. He tenido muchos inconvenientes y bloqueos, incluso consideré no seguir escribiéndola. Pero realmente esto es algo que me apasiona, amo escribir y amo esta historia.
Quiero que ustedes la amen tanto como yo, y me encantaría que pudieran dejar sus comentarios sobre lo que opinan, sobre lo que les gusta o desagrada. Estaría muy feliz de compartir con ustedes.
Una vez más, les agradezco todo su apoyo. Deseo que puedan seguir esta historia con la misma pasión con la que la escribo.
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