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04. Meg

—Despierta.

Siento como si pincharan mi rostro con una ramita. O quizás sigo soñando y sigo en el hermoso bosque de pinos verdes que casi tocan el cielo. Aunque no puedo estar en un bosque ¿Cómo podría?

—Despiértate, Meg. Debemos ir a la escuela.

Estoy sola caminando a través de lo que tal vez podría ser el Bosque Prohibido de Hogwarts. No está nada mal, hasta que recuerdo que estudié hasta tarde, pero no sé qué.

Biología.

Por eso estoy en el bosque. 

Mis pensamientos no tienen una linea concreta, logro despejarme hasta abrir un ojo para descubrir que no estoy en mi habitación. Tampoco en un bosque. Mucho menos en el de Hogwarts, sólo en mis sueños podría recibir mi carta e ir. 

Entro en medida de mi cansancio. Siento que no pude dormir demasiado y me siento tan cómoda a pesar del insoportable frío del aire acondicionado.

No me siento capaz de levantarme, ni mucho menos de ducharme, así que simplemente me levantaré.

Mhes lo único que logra procesar mi cerebro como respuesta a las súplicas de Jay. Siento mi boca pegajosa.

—Por favor, no quiero llegar tarde.

Mi visión se aclara hasta distinguir a Jay vestido en un suéter azul marino de lana, ya casi listo. Lleva sus lentes dorados delgados y redondos puestos, seguramente estuvo repasando antes de levantarme.

Apoya los nudillos sobre su cadera luego de peinar su cabello con algo de desesperación. Me empuja con la rodilla, pero no quiero moverme.

—Meg, levántate. Te dije que debíamos dormirnos más temprano.

Termino por mirarlo con odio para después sentarme antes de escuchar sus insoportables quejas por más tiempo. Sorbo mi nariz mientras deslizo arriba la tira de mi franelilla que cae sobre mi hombro mientras Jay se va sin decir una palabra. Seguramente lo espantó mi cara de pocas horas de sueño que se asemeja bastante a la de un adicto.

Muerdo el interior de mi mejilla, me pasó por encima la sudadera roja guardada en mi bolso y conforme entro en mis sentidos, recuerdo que casi siempre dejo algún cambio de ropa por ahí. Abro los cajones del Ordenado Jay, mi ropa de emergencia sigue ahí. Sigo helada. Y asqueada porque acabo de analizar que vi condones en el segundo cajón. 

Jay no está ni cerca de ser mujeriego, pero tiene sus aventuras ocasionales. Es incómodo tener esa idea de él con una chica que probablemente conozca de la escuela. Y que posiblemente estoy en la misma cama donde él...

—Asqueroso.

Me esfuerzo por cepillar mis dientes, sigo con los pómulos enrojecidos por el frío y ojeras interminables debajo de los ojos. No pasó por alto mi cabello al momento de arreglarme, aprovecho de colocar algo de máscara de pestañas y unas gotas de corrector para ocultar los agujeros espaciales que seguirán creciendo si no regulo mis horas de sueño.

—Hay cereal para desayunar—dice Jay asomando la cabeza por la puerta de la habitación.

—Es lo que necesito ahora.

—Y café.

—Me conoces bien—mi dedo índice le toca la punta de la nariz al salir.

Disfruto del desayuno lleno de frutas, Ellen rueda hacia mi una taza de café a través de la mesa con una cálida sonrisa. Aaron le pide un poco, pero Ellen se niega. Le doy un sorbito del mio silenciando el acto con el índice sobre los labios cuando nos da la espalda para seguir rebanando frutas. Después de una larga noche de estudio, agradezco la existencia del café porque si se extinguiese por razones del destino, no tardaría en desaparecer yo también.

—Creo que exageras con el azúcar—dice con sarcasmo Jay sentándose frente a mi entrelazando sus dedos, señala con la cabeza mi mano disolviendo con una cuchara el azúcar extra dentro del café.

Sh—lo silencio—. Comes doritos de cena—le doy un sorbo y hago una expresión gustosa, le enseñó la taza—. ¿Ves esto? Me hace feliz. Delicioso, energizante y azucaroso.

—Se dice azucarado, no azucarosose burla.

Azucaroso, amigo mío—tomo un poco antes de continuar—, es como decimos las personas que apreciamos la vida.

.

.

Aspiro aire entre mis dientes antes de empezar la prueba en un intento por drenar el intenso nerviosismo que crece con cada segundo que pasa. Jay está sentado a tres puestos a mi diagonal mientras que yo estoy casi de primera junto a Hailee quien muerde el borrador rosa de su lápiz con la misma intensidad con la que reboto mi pierna en el suelo. Atrapo la carne dentro de mi boca, el corazón me palpita tan fuerte que casi siento que hace eco en toda el aula.

Estoy paranoica, es completamente producto de mi imaginación... O eso espero. Trato de enfocarme en el examen y en sus tortuosas preguntas pero el profesor Montes se pasea entre nosotros, sólo logra inquietarme. Siento sus ojos en mi nuca.

Tarareo una pequeña canción inventada con nombres de bacterias, fue completamente en broma cuando Jay sugirió en que debía estudiar con una canción, pero no resultó tan mala idea. Sigo el ritmo con la punta de mi zapato. Relleno espacios, escribo algunos conceptos y borró de vez en cuando.

Miro a Jay de reojo, luce relajado. Se desliza los lentes por el puente de la nariz, tiene la lengua entre la boca demostrando completa concentración. Eso me pone más ansiosa. Mis uñas rascan mi cabeza involuntariamente, contorsiono mi rostro en preocupación. Lloraré aquí mismo y ahora.

—¿Todo bien, Meg?—veo a Montes enfrente de mi con sus brazos detrás de la espalda. Su expresión tranquila me inspira la confianza que me falta para terminar esto.

—Por ahora, no. Todo está bien—miento.

Asiente con suavidad para seguir caminando con pasos nada amistosos. Al reloj se le agotan los minutos.

Continuo, boto el aire que tomé antes de entrar pero lleno de estrés, algo simbólico. Voy a lograrlo. Sólo me falta...  La mitad de la hoja. Mi frente se estrella con la madera de la mesa. No sería mal plan fingir un desmayo y decir que la biología me causa mareos y no puedo completar el examen, existe la posibilidad de que me crean.

Pero si no la hago y repruebo, mi promedio quedará pisoteado por la manada de docentes... Guardado en mis documentos como una sucia y repugnante mancha en mis notas. Nadie querrá darme una beca con eso si no entro en New Bridge. Tal vez exagero, pero no quiero arriesgarme.

—Sí necesito ayuda—levanto la mano y me trago el orgullo. Siento a Jay reírse de mí, no es necesario pensarlo antes porque mi mirada llena de amenazas es inminente.

Montes regresa como un ángel, le explico rápidamente lo que no me deja avanzar. Pide mi lápiz  y con serenidad me indica ciertas pistas para que pueda descifrarlo por mi cuenta. Regresa mi lápiz cuando logro entender. Debo darle algo de crédito al cabezazo contra la tabla.

Hailee levanta su dedo pulgar con aprobación y me guiña el ojo antes de marcharse al terminar su examen. Me apodero de todo el tiempo que me queda, uno a uno entrega y sale a la libertad hasta que sólo quedamos Jay y yo. Estoy segura que lo completó como uno de los primeros, pero lo hace para esperarme y supervisar que no entre en una crisis emocional de nuevo.

Reviso por última vez toda la página, unas dos veces para estar tranquila. Al momento de ponerme sobre mis pies, Jay hace lo mismo y le extiende el papel al maestro, no deja de mirarme hasta que llega el instante de irse por la puerta con morral en hombro. Dudo antes de dárselo, tamborileo con mis dedos en lo que es uno de mis últimos exámenes.

—Labrot—sonríe el profesor con la mano extendida al papel—. Seguramente lo sabes, pero eres mi alumna favorita.

—Eso debe decirle a todos—bromeo, ríe.

—No todos cuentan con ese gran ingenio tuyo. Pero va más allá. Va por tu resiliencia. No me quedan dudas de que lo lograrás.

Comprendo a dónde quiere ir con el que lo lograré.

Sus palabras cincelan mi temor, incluso mis cejas descansan de estar juntas. Con lentitud, suelto la hoja y la veo desaparecer en la carpeta con el montón de exámenes aseguradores de futuro como la mía. Quiero entrar sólo para sentir que lo merezco.

Jay espera por mi afuera con sus brazos abiertos esperando un abrazo que no niego. Todo el pasillo está vacío. Tenemos treinta minutos libres para la siguiente y última clase para el examen de mañana que ya no representa problema para mí.

—Creí que jamás lo terminaría—digo contra su pecho con alivio.

—Pero lo hiciste. ¿Sabes? Debes dejar de ser tan terca y aceptar un empujón de vez en cuando—su risa burlona me contagia. Me alejo sin soltarme de su cintura.

—Casi muero. Fue un campo de batalla sin antibióticos—me mira con una expresión mezclada entre disgusto y diversión.

—Haces los peores chistes del mundo.

Nuestros pies se mueven sin destino por los pasillos, disfrutando de nuestro pequeño triunfo. Observo a algunos de nuestros compañeros conversar y compartir lo que posiblemente serán nuestros últimos momentos en este lugar. Nunca nos damos cuenta de ellos, de los últimos momentos, hasta que quedan como recuerdos.

Es como si a penas ayer hubiese decidido que tocaría la guitarra, aunque fue hace poco más de ocho años. El tiempo es como un reloj de arena, pasa tan sutilmente que parece imperceptible. Pero me siento feliz, y también algo nerviosa por todos los cambios que vendrán, así que me esfuerzo por disfrutar de la espera.

—No sé cómo se pasaron dieciocho años—suspira con nostalgia.

—Estaba pensando lo mismo. Aunque el fin de semana ya serás todo un abuelo de diecinueve.

Aunque Jay no es específicamente un amante de las fiestas, ha ido conmigo a cada una de las que se han hecho desde que somos amigos. En su cumpleaños, tenemos la tradición de ver maratones de sus películas favoritas con todo tipo de comida chatarra, para finalizar con el extraordinario pastel de chocolate negro que hornea Ellen todos los años sin falta, pero quise hacer algo distinto este año para él.

Le pedí a Ellen ayuda para su fiesta sorpresa, quisimos hacer algo especial ahora que estamos por graduarnos, cosa que Jay ha soñado desde tiempo inmemoriales. Y ese sueño viene acompañado de mucha pintura, así que decidimos ambientarla con lo que más le gusta: el arte. Hailee ofreció su casa en donde hay una gran piscina y suficiente espacio para decorar, además de que logramos alquilar con ayuda de algunas amigos más una cama elástica para hacerlo más divertido.

Cuento con que sea de su agrado porque si no es así, planeo dejarle el cabello como un feo vikingo descabellado con alguna navaja.

—Tampoco estás lejos de eso tú—me codea.

—Pero eso no quita que envejezcas más rápido—le regreso el codazo, lo miro unos segundos más esperando su sonrisa que no aparece—. ¿Qué pasa?

—Nada—niega dejando salir el aire sostenido—. Estoy algo nostálgico, supongo. Estoy feliz, pero... Nostálgico.

Ladeó la cabeza con una sonrisa.

—Qué sentimental—rodeo mi brazo por su cintura, me siento igual que él—. Hasta ahora han sido los mejores años de mi vida. Con problemas y todo incluido.

—Igual. Con problemas y todo incluido—lanza su brazo por mis hombros.

Nos miramos a los ojos. El contorno de sus labios se ilumina una sonrisa. Besa rápidamente mi frente. En mi corazón late la esperanza de que nos iremos pronto. O eso espero, porque no veo la hora de que esa carta entre por mi puerta para gritarle al mundo entero que lo logré. Pero tendría que decirle primero a Jay, porque se enojaría si le dijera primero al mundo entero antes que a él. 

—Pronto será una gran vida—dice guiñando un ojo—. Qué mejor nuevo comienzo que Nuevo Goleudy.

—¡Jay!

Detenemos nuestros camino. Lisa llama su atención desde las áreas verdes. Jay le regresa el saludo con cortesía pero me arrastra con él susurrando que me apresure, de reojo veo como se levanta para seguirnos y escucho su trote suave detrás de nosotros.

—Jay—su repugnante voz chillona hace juego con su cara. Agarra a Jay del brazo para hacerlo girar hacia ella, me suelta. Muestra sus dientes perfectamente rectos hacia mi pero sólo puedo devolverle una extraña mueca de nariz y labios arrugados.

Sus amigas, las mismas que insulté ayer, se posicionan detrás de ella. Las tres, fieles seguidoras a su secta de animadoras, por supuesto, porque los clichés pueden ser reales. Y yo era parte de ese cliché. Y era uno muy divertido, hasta que Lisa se encargó de que corriera el rumor de que la única razón de la amistad entre Jay y yo era el sexo. 

Me dejó de gustar inmediatamente, dudo que pueda levantar la pierna hasta mi oreja como antes. Intenté seguir, pero la presión fue demasiada. Desde entonces, he aprendido a ignorar los malos comentarios.

Sé que está mal vivir con rencores pero ni volviendo a nacer sería su amiga, deposité mi confianza en ella y la pisó hasta hacerla polvo. Por supuesto Jay lo desmintió todo, Lisa no era mi mejor amiga, pero llegué a quedarme un par de veces en su casa y sí le tenía aprecio.

Aparta su brazo de su agarre, no le quita su mirada cortés pero me atrevería a decir que está incómodo y se arrepiente de haberla besado en aquella fiesta. Aprendió una lección: no besar a la primera chica que tenga en frente. Internamente me burlo de su situación y lo codeo a propósito cuando levanto los brazos para sujetarme el cabello, resopla como respuesta en mi dirección.

—Me preguntaba si quisieras ir conmigo a la fiesta del viernes en la noche—retuerce uno de sus mechones rojizos—. Ya sabes, para celebrar los exámenes finales—me mira con complicidad cerrando un ojo con la boca abierta, pude ver el chicle marcado con la forma de sus dientes.

—Gracias, Lisa. Pero ya te dije que iría con Meg por ser mi cumpleaños—aprieto en mi puño la correa del bolso. Hago todo lo que puedo para detener la amenaza de la sonrisa en mis labios.

—Sí, lo sé. Pero me gustaría darte un regalo antes de la fiesta.

Desagradable. No me parece asqueroso que tenga sexo, me parece atroz que haya arruinado muchas relaciones por mero capricho.

—Bueno, podrás darme el regalo durante la fiesta. Ahora—hace una pausa cuando desliza los lentes por su tabique y une sus manos en una suave palmada—, debemos irnos. Hay mucho que estudiar.

Jay me agarra del codo arrastrándome y me susurra un ruido para señalar nuestra salida de esta incomoda situaciones. Giro sobre mis talones siguiéndole el paso para retomar nuestro camino por segunda vez. Lisa se queda repiqueteando un pie sobre la baldosa con sus manos en su cintura.

No sé si fingió no saber cual sería el regalo o lo dijo en serio. Por esa razón retengo las palabras en el paladar para esperar su respuesta. No me debe explicaciones pero tengo un atípico sentimiento en el pecho. Levanto la barbilla de su lado, se mueve como siempre, con la cabeza de un lado al otro y el cabello en un copete suave con remolinos. Va tan tranquilo que me perturba.

—¿Sabías a qué se refería con el regalo, no?—entrecierro los ojos, me empuja del brazo pero mantengo mi expresión neutra.

—¿Por qué esa mirada? Claro que sí sé. Y no. No lo haré. Fue una forma de decirle que no.

—Eso espero.

—Sé lo que te hizo, pero algunas personas puede cambiar.

—¿Por qué la defiendes tanto? Acaba de decirte que te acuestes con ella en frente de mi—resopla.

—Ni que fueras mi novia, Meg.

Me freno en seco.

—Lo sé bien. Si tantos deseos tienes de tirártela, adelante. No te diré nada más.

Hago una seña con los dedos en mi mochila de desinterés. Camino al lado contrario de él para regresarme.

—Meg—llama, no miro atrás.

.

.

Mi espalda está tan recta que podría partirse en dos de la tensión. Me da completamente igual su vida sexual y ahora mismo, no me importa lo que haga o no. Estoy evitando pensarlo.

Remojo un palito de queso nada saludable en catsup distraída una y otra vez mientras Hailee habla sobre los detalles finales de la fiesta. Lo que verdaderamente hierve mi sangre es que sea Lisa Audrey. Hay muchas chicas en la escuela y específicamente debe ser ella. Este palito de queso se ve asqueroso, así que lo dejo en la bandeja y me limpio los dedos con la servilleta, el coraje se apoderó de mi hambre.

—Mira hacia allá ahora mismo—dice Hailee en voz baja, volteo con tanta rapidez que la silla rechina contra la baldosa desagradablemente.

Jay tiene a centímetros el rostro de Lisa, ella le sonríe con plástica timidez, Jay susurra en su oído algo que hace que ría con la suficiente discreción para que todos se enteren de que están coqueteando. No la toca, sólo lo hace para molestarme. Pero si a este juego quiere jugar, yo soy la mejor.

—No entiendo qué ocurre—Hailee arruga sus cejas confundida—. ¿Qué hace que Jay esté con lengua de serpiente?... Meg, estás a una fuerza de romper tus uñas.

Es cierto, no me doy cuenta que tan cerrado tengo el puño hasta que lo menciona. Me quedo callada.

—No hagas ninguna estupidez, Meg.

Voy directo a Michael Nix cuando me levanto chirriando la silla para llamar su atención ignorando la advertencia de Hailee. Oigo como palmea su frente. Nix está riendo con su grupo de amigos hasta que me ve llegar y repasa mi cuerpo con sus ojos azul hielo. Me causa repulsión su forma de comerme con la vista pero un poco de diversión no le hace daño a nadie. Hace enojar a Jay. Pero no le hace mayor cosa.

—Hola, Nix. Lamento lo de la fiesta—posiciono las manos en mi cintura dándole un poco de forma a mi cuerpo.

—Bueno, no te disculpes. Para mi no fue molestia. Incluso estaba pensando en ir hacia a ti, pero ya que viniste...

—Me pareció buena idea venir a disculparme antes. Pero ya que dices que no fue molestia—le sonrío seductoramente mojando mis labios. Los demás a su alrededor silban y exclaman con sorpresa. 

Siento que me toman del brazo con fuerza. Reconocería su tacto donde fuese por eso me aparto de su agarre cuando me arrastra unos pasos lejos de Nix y su grupo.

—¿Qué rayos te pasa por la cabeza?

Me habla entre dientes, cosa que detesto. Y hace que me enoje más.

—Nada que te importe.

—Claro que me importa. Sabes lo que hace.

—Tranquilo, Sullivan. Sólo conversamos—Michael se pone sobre sus pies y mete las manos en su chaqueta. Está cerca de Jay.

—No hablo contigo. Hablo con ella—me señala con la barbilla sin apartar la mirada.

—Dudo que puedas hacerme algo con un pincel y un lienzo—sus amigos ríen. Me estoy arrepintiendo y pienso que debí escuchar a Hailee.

—Que sea pintor no evitó que te partiera la nariz hace dos años—se cruza de brazos.

Me muerdo el interior de la boca, respiro con el aire contenido.

—Jay, basta.

—Y puedo volverlo a hacer si no cierras la boca—lo observa encima de los lentes con rabia.

Michael da un paso hacia él y de inmediato me pongo entre ambos, no me gustan los espectáculos. Miro a Jay debajo de mis cejas.

El lugar queda en silencio. Jay se enoja muy poco y me sorprende que haya reaccionado así. Michael no dice ni una palabra más, sobre mi hombro veo como proyecta su mandíbula y camina hacia atrás para retirarse. Esto no quedará así, lo sé.

Dejo atrás la escena al salir por la puerta sintiendo la mirada de Jay sobre mi, no hace falta que camine demasiado para escuchar sus pasos siguiéndome. Estamos una vez más solos en el pasillo exceptuando a algunas personas a unos metros de nosotros, la puerta se abre y repite unos segundos su molesto sonido hasta que finalmente se cierra. Me volteo hacia él cruzando los brazos.

—¿Estás loca o qué? ¿Qué te pasa, Meg?—dice con tranquilidad sospechosa.

—¿Por qué te metes? ¡Yo no pedí que lo hicieras!

—¡Sabes lo que él...—corto su oración.

—¡Tú mismo dijiste que todos cambian!

—No, no dije todo. ¡Sabes que a ese idiota le gusta mucho hablar idioteces!

—Tal vez ya no—me subo de hombros.

—Claro, desde el fin de semana pasado. Pensó: "Hoy seré bueno con todas las mujeres, hasta con Meg que es lo suficiente tonta para creerme".

—¡Y Lisa supongo que dijo lo mismo!

—No es lo mismo, Meg.

—¡Madita sea, Jay! ¡Ella dijo cosas peores de lo que dijo Nix! ¡Y la estabas besando!

—¡No eres nadie para decirme a quien o no besar!—me señala.

Siento el rostro caliente de ira.

—¡Ni tú para decirme con quién salir!

—¡Quiero lo mejor para ti!

—¿Crees que yo no?—señalo mi pecho—. ¿Crees que soy tan hipócrita para ser tu amiga y querer que algo malo te pase? ¡A veces eres un idiota!

—¡Deja de gritarme!

—¡No te estoy gritando! ¡Deja de gritarme tú a mi!

Aprieta los labios, su rostro está sonrojado. Hacia mucho tiempo que no discutíamos. Uno las cejas con enojo. Él lo comenzó.

—Qué histérico eres, Jay.

—¿Histérico yo? ¡Mírate!

—¡No... Te soporto!—se interpone en mi camino cuando intento pasar.

Se queda viéndome a los ojos. Puedo ver algunos lunares salpicados por su rostro.

—¿No me soportas? ¿De verdad?—habla con cierta dolencia, me da un pinchazo en el corazón.

—No quise decir eso—me cruzo de brazos bajando la cabeza.

Lo digo en serio. Ninguno dice nada, pero la tensión sólo crece. Apoya su palma en el casillero. Nos encontramos en una burbuja a punto de reventar, veo como algunas personas voltean a vernos a lo lejos con atención.

Le hace presión al casillero. Jay se va.

No me devuelve la mirada, tampoco me dirige una última palabra. Me enderezo apretando mi abdomen por los codos, no quiero moverme porque reventaré a llorar. Tampoco volteo para ver cómo entra de nuevo por donde salió, me basta escuchar sus pies enojados y el bullicio de los demás cuando pasa por la puerta una vez más.

Camino de regreso a casa sola. Ellen deja a Jay a menos de una cuadra en las mañanas porque está de paso en su vía al trabajo, vive un par de calles más que yo. Cada vez que recuerdo nuestra estúpida discusión siento la boca amarga.

No hablamos más el resto del día, cada quien estuvo por su lado. Oportunamente, salimos un poco antes, no me emociona estar en casa temprano, pero tampoco tengo ganas de charlar con nadie. Hailee me ofreció quedarme con ella, pero no me siento bien con esa idea ahora.

Entro a casa cerrando la puerta detrás de mí, hay algunos papeles en el suelo. No puedo evitar emocionarme y desilusionarme tan rápido. Ninguna para mi.

—Llegué—digo luego de dejar las cartas sobre la mesa, nadie contesta.

Me alivia. Más espacio para pensar. Mi habitación está justo como la dejé, la cama sin hacer y la cortina corrida para dejar entrar el sol. La guitarra en la esquina no me motiva ni siquiera a tocar. Dejo caer mi bolso en el suelo después de sacar mi celular de ella. Ningún mensaje de Jay.

No hablamos durante tres días la última vez que discutimos. Fue el fin de semana más largo y aburrido de la tierra. Me perdí en una fiesta estando algo pasada de tragos, un chico quería besarme. Jay me llevó hasta su casa, cuando desperté no me dirigió la palabra. Me dejó en casa y no supe de él hasta ese lunes que vino por mi y me disculpé. 

No fue porque besara a alguien, fue por la impulsividad. Ya me trae suficientes problemas.

Me tiro en mi cama. Veo su chat en la mensajería. En su foto de perfil está la más reciente que nos tomamos, la playa y el atardecer detrás de nuestras sonrisas. Es buena señal, supongo. No está lo suficientemente molesto para borrarla... Pero sí como para no hablarme de momento. Me muerdo el labio, tengo los ojos humedecidos. Qué discusión más estúpida.

—Soy realmente estúpida. Realmente estúpida. Eres una estúpida, Meg. Eres la reina de los estúpidos—la palabra pierde el sentido.

El silencio me permite escuchar el cerrojo de la puerta ceder seguido de un taconeo y lo más extraño, algunos pasos más pesados. Es demasiado temprano para que papá esté en casa. Me levanto para dirigirme a la sala, se escuchan como si fueran... Besos. Nunca he visto a mis padres besarse. Me quedo quieta un momento agudizando mi oído.

En mi cara se plasma la sorpresa cuando veo a mi mamá besando apasionadamente sin camisa a un hombre que evidentemente no es papá.

—¿Mamá?—se sobresalta tapando con sus brazos su torso desnudo.

Creo que sí debí quedarme con Hailee.

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