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03. Jay


—Creo que será lo mejor—sonríe.

Suelto el lápiz y cuaderno sobre el escritorio segundos después de verla cerrar sus ojos. No tengo dudas de que algo ocurre por eso, me recuesto a su lado con la intención de averiguarlo. Llevo uno de mis brazos detrás de mi nuca sin apartarle la mirada, tiene una terrible manía de tratar de no preocuparme cuando las cosas van mal y no he conseguido cómo convencerla de que deje a un lado su terquedad.

—¿Todo bien?—pregunto. Sus largas pestañas le hacen sombra sobre la piel, y repite su melancólico suspiro.

La duda vislumbra en su expresión mientras retuerce sus dedos con nerviosismo. Quiero saber lo que ocurre, pero en las situaciones menos convenientes se convierte en un enigma difícil de descifrar, podría intentar interpretarlo pero a veces no sé si mis conclusiones son correctas.

—Sí—responde después de un momento, abre la boca para añadir algo más, pero luego aprieta sus labios en un suspiro—. Estoy algo molesta, es todo.

—¿Por alguien?

—No, no tiene nada que ver con alguien—niega con sus manos sentándose y suspirando de nuevo. Deja caer su peso en la cama en rendición—. No nos aceptarán a ambos.

—Tenemos que ser un poco positivos, es difícil...

—Es imposible—me interrumpe.

—Es difícil, no imposible—acaricio su cabello con la mano que la rodea—. No hace falta decirte que eres talentosa.

—No basta el talento.

Retuerce sus dedos desesperadamente. Entiendo lo frustrada que se siente, hace unos pocos meses atrás hicimos petición a New Bridge más como un sueño que una opción. Cuando supe que abrirían una rama en la pintura y escultura lo consideré, pero no estaba lo suficientemente seguro de ir tan lejos por la responsabilidad que tengo con mi familia, hasta que mamá insistió y Meg me amenazó con enviarla por mi sí no me decidía, de todas formas no perdíamos nada con intentar.

Meg no miente cuando dice que el talento no basta. A pesar de que logramos llegar hasta la audición presencial no nos garantiza un puesto seguro. Son muy exigentes, no es por menos porque es una de las universidad más completas dedicadas exclusivamente al arte.

La incertidumbre ha sido una tortura. Sobretodo para Meg. He perdido la cuenta de todas las veces que ha soñado despierta con cambiarlo todo, teme no poder alejarse de aquí. Su única oportunidad depende de esto. Me rompería el corazón que no lo logre.

—Las cosas jamás salen bien—dice. Apoyo mi barbilla en su coronilla—. Siempre pasa algo que echa todo a perder.

—Siempre hay algo bueno de cualquier situación.

Ahg, odia la vida conmigo un rato, por favor—río.

—Eso lo aprendí de ti.

Cuando papá murió, algo se quebró y sentí que jamás podría volver a ser el mismo. Alejé a todos de mi lado, incluso a Meg que fue lo suficiente insistente para quedarse y no importarle perder algunas —varias— clases de piano para traerme galletas que claramente compraba, pero mentía haberlas hecho ella misma para hacerme sentir mejor. Un día, desperté y me di cuenta de que el dolor que creí sería profundamente eterno, fue más llevadero.

Tuve momentos en los que me sumergía en esa tristeza y siempre estuvo para recordarme que aunque papá no estuviese conmigo, él querría que yo fuese feliz. Así que, volví a pintar, a salir. A vivir como papá hubiese querido que lo hiciera. Es algo que hasta hoy en día, mantengo presente.

—Esto es lo que me queda. No tengo más opciones a parte de posiblemente... No. A parte de estudiar medicina.

—Lo lograrás, lo prometo.

—No puedes prometer algo que no sabes si se cumplirá.

—Tendrías razón si dudara. Pero no lo dudo.

Veo el atisbo de una sonrisa. Nuestras voces se pierden en el silencio mientras su respiración se hace más lenta hasta que logra quedarse dormida. Tiene mucho de su padre, así jure que no. Ojos oscuros debajo de densas pestañas y cejas negruzcas, nariz recta ligeramente respingada en la punta, cabello largo y abundante igual de azabache. Su piel blanquecina matizada de rojos suaves. La observo un poco mientras duerme, pocas veces luce así de tranquila y es algo que me hace sonreír. Sabe que la he dibujado muchas veces, en garabatos, colores y a lápiz.

Nos complementamos en lo que el otro no tiene, donde soy más sensato y precavido, ella explosiva y quizás, algo impulsiva. Le parece bien decir su opinión sin importar lo que puedan pensar. Indescifrable, hasta el momento en el que canta. Lo hace con tanta pasión que las palabras propias se hacen innecesarias para describirlo...

Si no llega su carta, buscaré la forma de mover el cielo y la tierra.

Dormida deja caer su cabeza en mi pecho, mi sueño también empieza a aparecer. El ambiente es frío por el aire acondicionado, pero Meg me transmite cómoda calidez que continúa emanando su cuerpo. El cansancio se va haciendo cargo de mi hasta que me rindo con él.

.
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Despierto sobresaltado cuando Meg se levanta abruptamente. Me sobrepasa para ver la hora en el reloj digital sobre la mesa de noche con un gruñido. Se arrastra por la cama hasta llegar a su bolso balbuceando tantas palabras que no logro comprenderle, aunque lo intento aún somnoliento. Me froto los ojos pesados de agotamiento todavía con el pesado trabajo de mantenerme despierto después de mi profunda laguna de sueño.

—¿Qué sucede?—pregunto con la voz adormilada.

—Debería haberme ido hace dos horas, ya anocheció. Mi mamá se va a poner como loca y me asesinará, no estoy preparada para eso—habla con urgencia y rapidez doblando los dedos como garras.

La sigo mirando con mi cara adormilada que lentamente busca despertarse.

—¿No ibas a quedarte?—abre la boca como si sus palabras se hubiesen esfumado.

Gira los ojos mientras se tumba de regreso a mi lado sosteniendo su celular sobre su abdomen.

—Dormía tan bien. No lo recordé.

—Le avisaré a Miranda. Cuando llegues a casa mañana, mantendrás todas tus extremidades. No te preocupes.

Deben ser aproximadamente las ocho, la habitación está casi a oscuras. No es demasiado tarde, pero sí para dos adolescentes que tomaron la terrible decisión de irse de fiesta sin medir consecuencias y sólo durmieron dos horas la noche anterior. No tuve más remedio que aceptar ir con ella porque sabía que se le iba a pasar la mano con el alcohol y nadie iba a cuidar de ella como yo.

Tuve razón al darme cuenta de que Michael tenía intenciones bastante claras con ella, así que no tuve más remedio que darle un chapuzón en la piscina para hacerle entrar en razón.

Michael fue un amigo hace un tiempo por el equipo de baloncesto, pero siempre me incómodo la forma en la se expresaba de las chicas. Era un orgullo para él utilizarlas y regar información sobre ellas después. Aunque evité a toda costa ser parte de ese tipo de conversaciones que eran más frecuentes cada vez e hice lo posible por apartarme, la gota que colmó el vaso fue cuando hizo comentarios obscenos sobre el cuerpo de Meg. 

A pesar de que me alejé de él, mi enojo se intensificó todavía más cuando la llamó por nombres nada agradables después de que ella se negara a salir con él.

Supe que debí dejar de ser su amigo mucho antes, le partí la nariz dos años atrás cuando acosó a Meg durante una de sus práctica de atletismo y jamás volví a dirigirle la palabra. No me arrepiento de nada, aunque sí de empujar a Meg en la piscina, pero fue la forma más sutil que se me ocurrió en ese momento.

—Estás perdiendo la cabeza. El estrés no hará que la carta llegue más rápido—le digo.

—La audición fue hace más de dos meses—se frota la frente con los dedos—. Y sigue sin haber una respuesta.

El corazón se me retuerce en el pecho, temo por sus sueños como ella por los míos.

—Todavía hay tiempo. Pronto estará en tus manos y todo marchará como debe.

Arruga su nariz en desacuerdo, pero me mira por encima de la cabeza para agradecerle con una sincera sonrisa, relajándose.

—Sabes—agudiza su tono de voz—. Hailee me comentó sobre una fiesta el fin de semana...

Mh—mi expresión se contrae con desagrado—. ¿Iremos a otra? No paramos desde el primer día de clases.

—Tú mismo dices que graduarnos merece una gran celebración. Además, es tu cumpleaños—golpea mi hombro. Trueno los dientes, tiene razón.

—Meg—levanto mi dedo índice como amenaza—. Esta será la última. Lo digo de verdad.

—La última de secundaria. Luego de la fiesta de graduación y esa de verdad será la última. Este año me prometiste celebrar tu cumpleaños.

Niego con la cabeza, resoplando condescendientemente en medio de una risa cuando toma mi mano y enreda sus dedos con los míos. Su mano blanquecina contrasta con la mía, sus largos dedos terminan en uñas redondas pintadas con esmalte blanco que seguramente requiere de un retoque. Nuestro silencio no es incómodo, nunca lo es. Me siento bien con Meg. Juega a medir nuestras palmas intentando que la suya se vea más grande aunque sabe que es imposible, sonrío.

—No puedo creer que estamos por graduarnos. Cuando te conocí, no eras más alto que un enano.

—¿Qué?—la risa se atasca en mi garganta—. Siempre he sido más alto que tú.

—Si yo no lo recuerdo así, no te puedo dar la razón.

—Entonces tienes pésima memoria.

Se apoya sobre su codo enfrentándome ofendida, su cabello lacio le hace una cortina del otro lado de su rostro cuando se inclina. Hago lo mismo, dejando mi peso en un brazo para retarla a continuar con la conversación.

—Tú tienes pésima memoria—responde—. Te pregunté esta mañana cuándo era mi cumpleaños y no sabías la fecha.

—Jamás olvidaría el nacimiento de una bruja como tú, estaba bromeando—me cachetea suavemente la mejilla riendo con el labio entre los dientes—. Estoy casi seguro que es el veinticuatro de octubre.

—¿Casi seguro? Eres lo peor.

—Eres peor que yo—respondo con una risa atascada.

Me guiña un ojo con una sonrisa llena de picardía.

No quiero irme de aquí sin ella.

Es tan difícil imaginar mi vida sin Meg. Es inevitable perder el contacto con las personas que pasan por nuestras vidas, pero no ahora. No mi Meg. Pienso regularmente en el cómo sería no poder verla como habitualmente, la mayoría del tiempo estamos juntos, pero algún día ella tendrá una vida en la que quizás no disponga del mismo tiempo que ahora. Sería complicado estar presente en algunos momentos, los dos tendríamos otras cosas de que preocuparnos, otras responsabilidades.

Trato de no tomarle demasiada importancia a la idea, no vale la pena gastar tanta energía y dejar pasar el presente del que se puede disfrutar.

O es lo que intento repetirme, cuando pierdo el tiempo en eso.

Aunque es Meg quien ha estado hundida en el incierto futuro que nos espera.

Algo de optimismo surgió cuando mamá se encargó de buscar un alquiler relativamente económico para dos recién llegados a la universidad, y también para la ciudad. De alguna u otra forma, tendremos que trabajar. Aunque mi beca no está nada mal, es mejor estar bien abastecimiento y seguros.

—¿No te asusta?—pregunta girando la pequeña caracola de dije, que cuelga del collar que jamás se quita.

—¿Qué?

—Que las cosas no salgan bien. Realmente desde que nacemos, todoestá riesgo y no hay nada asegurado.

—Papá decía que era lo atractivo de la vida.

—¿Y lo crees?

—Sí. Creo en que escribimos nuestra vida—sonríe sin mostrar sus dientes—. Además, no te preocupes. Alguien tan horrible como tú tarde o temprano debe ser reconocido.

—¡Qué idiota eres!—me golpea con sus dos manos reprimiendo su risa.

—Jay, me voy—anuncia Rose desde mi puerta alisando su camisa, Sopa apoya su peso en dos patas para lamer su brazo—. Los niños están viendo la tele y la ropa la dejé en la habitación, por favor, ¡por favor! si algo más está sucio, déjenlo ahí.

Se acerca a mi para dejarme un estruendoso beso en la mejilla, acaricia el cabello de Meg en despedida.

—¡Meg está a cargo hasta que llegue Ellen!—grita bajando las escaleras. Regreso a ver a Meg, quien ya me observa con superioridad.

—Ella se sorprendería si supiera que yo no soy quien necesita ir a un grupo de alcohólicos anónimos.

Empuja mi cabeza en broma con una sonrisa floja, de nuevo aprieta la caracola en su mano, una muletilla que tiene cuando hay demasiadas cosas en la cabeza.

—Te quiero—le suelto.

—También te estimo—río. No puedo irme de aquí sin Meg.

Mamá hace saber su llegada desde la entrada, aunque supe que estaba cerca por los ladridos ansiosos de Sopa hace dos minutos. Meg se levanta de la cama para bajar a saludar, la sigo con la mirada, viendo de último su larga melena moverse con sus pasos.

Deslizo mis lentes de nuevo sobre el puente de mi nariz frente al espejo, y realmente no me veo nada mal. Meg debe estar celoso porque sí me queda el estilo y a ella no.

—¿Ansiosa por volver a Nuevo Goleudy ?—las escucho hablar mientras me acerco y detengo en el último escalón de la escalera. Meg la ayuda a sacar algunas cosas de la bolsa de compras.

—Sigo esperando la carta...

—Sé que llegará, todo irá perfecto.

Alissa obliga a Meg a irse con ella a pintar en el suelo, le gusta pintar desde que tiene uso de razón y lo irónico es que no he sido yo, su hermano pintor, quien le ha enseñado. Sino Meg. Su amiga músico. Las observo pintar el cielo azul, Meg muy entusiasmada por dibujar casas de todos los colores con crayones.

Saludo a mamá con un beso en la mejilla, me sonríe con calidez. Tomo una manzana de las compras nuevas mientras me cuenta sobre su día. Es secretaria del dueño de una firma de abogados. Gana una suma generosa que nos alivió muchísimo. 

Parlotea sin parar sobre cómo la peluquera le dejó el cabello un poco más claro de lo que quería. Su cuerpo delgado se mueve de aquí allá guardando las compras y sus ojos pequeños y marrones acompañan su historia. Sus pómulos altos se mueven con su sonrisa, me pellizca el abdomen diciéndome que la ayude.

No me parezco demasiado a mi madre. Sólo el cabello ondulado. Aunque siempre lo mantiene liso por las constantes visitas a la peluquería para asistir a fiestas y campañas de ejecutivos multimillonarios. Me repite que soy la versión adolescente de papá; nariz larga con cejas perfiladas y de color marrón medianamente claro, manos gruesas y ásperas por el trabajo del pincel y la madera, los ojos oliva fuerte. Cuando Aaron ve las fotos de papá insiste en que podríamos ser como trillizos, aunque los niños son la viva imagen de su madre.

—Jay—susurra con un puño en la cadera, levanto la cabeza de la alacena inferior—. ¿No le dijiste a Meg que sí llegó tu carta?

Contengo la respiración antes de contestar y me pongo de pie, apoyo mi cadera en el fregador, cruzando los brazos.

Ehm, digamos exactamente, que no.

—No te he enseñado a mentir. Eso no está bien y menos si es a Meg.

—No quiero que se sienta mal—dirijo mi vista a una Meg sonriente y orgullosa del dibujo de mi hermana.

—Hacer lo correcto no es fácil, pero es necesario. Y si de verdad la quieres, no le escondas algo tan importante.

Me vuelvo a ella con la cara contraída pero a pesar de que está de espaldas a mi, tengo la certeza de que conserva su expresión de saberlo todo.

—¿Qué?—río—. Conozco a Meg desde que era una mocosa.

—Nunca dije cómo—se voltea con el cuchillo señalándome, sonríe.

—Somos amigos, así será siempre.

Meg sigue en el suelo con Alissa entretejiendo una trenza en su cabello que despeja su rostro, Aaron le da un beso en la mejilla y la abraza por el cuello, Meg le susurra en el oído que debería mostrarme su dibujo de mamá conduciendo la camioneta. Felicito a mi hermano por su gran trabajo mirando a Meg de reojo.

Para mi, sigue siendo la misma. Excepto por su altura, y su cuerpo contorneado por el club de atletismo de la escuela. Odiaba correr hasta que hizo parte del equipo motivada por la rabia. Aunque resultó ser buena, no asiste a competencias por más que los entrenadores se lo piden, dice que hay demasiado riesgo de que su padres se enteren y la obliguen a más cosas que no quiere hacer, así que prefiere no hacerlo.

Algunos chicos no disimulan sus miradas, tiene curvas que no podrían pasar desapercibidas. Tienen razón, la franelilla negra que trae puesta lo comprueba. Aparto mi vista más rápido que la luz para ayudar a mamá con la cena, y para despejar mis pensamientos.

Pico zanahorias cuando se acerca dejando caer sus brazos recogidos delante de mi, pero no la miro.

—¿Por qué esa cara tan seria?—se burla.

—Por nada. Pico zanahorias—sonrío sin dirigirle atención.

—No creo que así se corten—está muy estirada y pequeña, así que toma el cuchillo de mi mano y me ayuda—. No soy tan buena cocinando, pero he visto a Ellen hacerlo así.

—Creo que esa sí es la forma correcta. Gracias.

—Estás algo extraño. No eres así cuando hay comida de por medio.

—Estoy bien.

Me elevo de hombros con la intención de restarle importancia, continúa cortando las zanahorias así que voy en busca de las otras verduras para pelar. Algunas papas ruedan por el piso cuando las tropiezo así que Meg me ayuda a subirlas de nuevo al mesón.

—Torpe—dice, le empujo por el hombro.

Guardo silencio durante la cena, apuñaló mi comida con el tenedor mientras una mano sostiene mi cabeza. Los vegetales con pollo están deliciosos pero el nudo en mi estómago no deja que los disfrute. Hago un esfuerzo en escuchar la conversación entre Meg y mi madre, pero se terminan haciendo ecos en mi cabeza, como si mi subconsciente estuviese a cargo de mi. Vago en mis pensamientos, noto que mi madre se da cuenta de esto al verme de reojo cuando bebe vino de su copa.

Meto un brócoli a mi boca por inercia, está bueno. Sin embargo, no los degusto por el delgado carril de mis pensamientos. Veo a Meg desenfocada, ríe de algo que no capto. Todavía tiene trenzado el cabello aunque con algunos cabellos salvajes enmarcando su frente.

.
.

—¿Te imaginas cómo será cuando estemos allá?

—Claro que lo imagino—arrastro las palabras densas.

Las luces las apagamos luego de que termináramos de estudiar biología para la siguiente evaluación, calculo que deben ser como mínimo las dos de la mañana. Duermo en un colchón de aire en el suelo. Eso pasa cuando tienes una mejor amiga que se adueña de tu cama.

Meg habla sin parar, me esfuerzo por escucharla pero el sueño se apodera lentamente de mis acciones. Mis manos descansan sobre mi pecho y mi respiración es cada vez más lenta, pero la culpa hace que no pueda terminar de quedarme dormido, estoy empezando a odiarlo.

—Será genial, Jay. Lo mejor que nos haya pasado... ¿Jay?—asoma su cabeza de la cama hacia abajo—. ¿Estás dormido?

—No tendría sentido preguntar eso estando dormido.

—Claro. Pero lo entendiste. Así que no lo estás.

Vuelve a acostarse de espaldas. Continua hablando y hablando por los codos, puedo sentir como me arden los ojos de retener el cansancio. Me doy la vuelta aún con la idea en la cabeza, analizándola.

—Meg.

—¿Sí?

—Cállate.

Mamá tiene razón. No puedo mentirle, estaría decepcionada. Mis párpados vuelven a abrirse como dos ventanillas por más que intento descansar. Me estoy arrepintiendo de callar a Meg, ayudaba a mantener a raya la línea de mis pensamientos.

Las estrellas de plástico en el techo ya no brillan como antes, me hacen algo de compañía con la poca luz que irradian. No está en mis planes quitarlas.

—Maldición—digo entre dientes negando con la cabeza.

Quizás deba esperar un poco más, debe estar cerca. Si no llega para esta semana, se lo diré el sábado en la fiesta. Me arriesgaré a que mi cerebro se consuma unos días más. Podría decir que llegó el día anterior. Es mentir de todas formas, además que la carta tiene la fecha.

Me pasó las manos por el rostro buscando alguna señal espiritual de cómo decírselo sin destruirla. Estará feliz por mi, eso no lo pongo en duda. Pero ella lo desea tanto como yo.

Podría falsificar la carta. No. Sería muy obvio. Mi sueño se desvanece del todo. Quedo solo en la habitación con la respiración dormida de Meg y las viejas estrellas.

Me levanto por un vaso de agua con cuidado de no despertarla. Volteo a verla antes de salir por la puerta, está completamente cubierta por la manta gruesa como un capullo por su intolerancia al frío aunque la luz de afuera que atraviesa la habitación me permite ver su nariz enrojecida. Cierro la puerta detrás de mí.

—¿Cómo puedo mentirte?—susurro al aire.

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