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02. Meg


El timbre arrebata las palabras de mi boca. Casi de inmediato, los pasillos empiezan a quedarse solos cuando comienzan a entrar en las aulas mientras que Jay con lentitud, me regresa su atención.

—Estamos juntos en esto—coloca sus manos en mis hombros, me da un corto beso en la frente.

Lo sigo con la mirada hasta que desaparece. Pateando el aire y arrastrando los pies me decido en que sí debo entrar a la clase. No sin antes intentar suprimir la idea de fracasar y quedarme aquí. Mastico el interior de mi mejilla con el temor que se dispara en mi pecho cada que lo pienso.

Soy casi la última en entrar al salón, le echo un vistazo rápido en el camino a la pizarra y me doy el lujo de hacer una mueca de aburrimiento al tema escrito para el examen final suspirando en respuesta. Repito en mi cabeza que no tiene que gustarme, que sólo tengo que tener una buena calificación. Pero hacer cosas que no están ni cerca de apasionarte es casi imposible. Prefiero los números que la sangre y saliva.

—Esto no es tan difícil como se ve—el profesor Montes es un hombre cincuentón de canas generosas y con muy buen humor. Quizás el único en esta escuela que da sus clases con ánimo.

Nos saca una risa. Insistió en ayudarme con tutorías para no bajar mi rendimiento en su clase, siempre me ha sido de mucha ayuda así que es inevitable no apreciarlo, porque no hay muchas personas como él, que motivan a los demás a no perder la esperanza.

Aunque la estoy perdiendo. Siguen sin darme un respuesta.

La uña de mi pulgar está por desaparecer gracias a la ansiedad. Mis emociones se encuentran con la mención de la palabra futuro. Me pierdo tanto en la vida de fracasada que crea mi imaginación que ni siquiera presto atención a la clase.

Y, ahora entiendo el no prestas atención a las cosas importantes de Jay. 

Estoy a punto de arrancarme la uña de raíz cuando pienso de nuevo en que la probabilidad de que nos acepten a los dos es prácticamente nula. Me aterra quedarme sola en este lugar.

—¿Meg? ¿Estás bien?—pregunta Hailee a mi lado.

La pregunta la acompañan sus grandes ojos verdes cuando lentamente llevo mi atención a ella. El cabello abundante le enmarca los rasgos finos de su piel tersa y morena.

—Sí—respondo con un suspiro—. Estoy bien.

—Es la segunda vez que te lo pregunto—susurra. Escucho la voz del profesor Montes de fondo hablar sobre lo que deberían ser las respuestas de mi examen.

—Es que... Estoy pensando—me pauso.

—Los chicos y yo planificamos decorar un día antes para la fiesta.

—Ya no estoy segura de querer hacerla. Acabo de salir con un dolor de cabeza con la de ayer—bromeo.

—No podría hablarte de nuevo ni en sueños.

—Ya lo sé. Queda de parte de los demás no abrir la boca y arruinar la sorpresa. Aunque con los exámenes, nadie debe tener cerebro para pensar en una fiesta hasta el fin de semana.

Hailee llegó a la escuela hace dos años cuando se mudó de ciudad por el trabajo de su mamá. La conocí en una práctica del club de atletismo, ella quería entrar al equipo pero en la segunda vuelta a la cancha, se desmayó. Así que, me ofrecí a acompañarla a casa y al día siguiente en medio de una conversación de lo que había pasado durante la práctica, nos dimos cuenta de que nos llevábamos muy bien.

 Y a pesar de que tenemos la mayoría de nuestras clases separadas, siempre buscamos la forma de estar algo de tiempo juntas entre ellas, al igual que en las fiestas a la que siempre nos arrastra que terminan en situaciones como las de anoche, con algo de tragedia pero nunca sin diversión.

—Nosotras sí—me sonríe con complicidad.

Copio algunos términos escritos en la pizarra fijándome de su cuaderno.

—Mi neurona viva debe estar sobre-ejercitada de fórmulas y calculadoras—susurra refiriéndose al examen de hoy.

—Nos irá bien. Estudiamos lo suficiente antes de la fiesta.

—Sí, claro. Lo dices porque eres un pi andante.

—No lo soy. Aduladora—sonrío. Le regreso su libreta.

—Claro, simple modestia de tu parte.

Me preparé para tener una nota aceptable. Me gustan los números, pero no para considerarme un erudito. Podría serlo. Pero lo dejaré como plan b si no me funciona la música.

—No me preocupa, no me preocupa, no me preocupa—me repito al rato y reboto mi pierna, cuando se me sale el corazón del pecho al recordar que no me han aceptado.

—¿Qué te preocupa?

—New Bridge. Ya te dije que no me preocupa. Y estamos diciendo demasiado la palabra preocupa.

—Todo saldrá bien—me codea—. Jay dijo que te fue increíble con los jueces. Irán derecho a la fama—le hago un puchero.

—A veces, eres un ángel—le digo.

—Preferiría que me llamases, un diablillo bueno—me guiña el ojo.

El resto de la clase, intento mantener sus palabras en mi cabeza.

https://youtu.be/8463BZqzjQY

—Necesito ocho tazas del café—le digo a Jay mientras caminamos de regreso a casa sobre Trinidad y el suave sonido de las olas de media tarde de cielo dorado crepuscular.

—¿Por qué necesitas tantas?

Mientras caminamos, veo al frente desaparecer progresivamente el sol en un exquisito atardecer. Sin duda, es una de mis cosas favoritas de este lugar, mi cabello se mueve con la brisa de Ciudad Solar, trayéndome su olor a mar en suplica de ir a la playa a pausar un rato mis pensamientos, pero no siento que pueda caminar hasta ahí y de regreso después de anoche.

Jay esperó por mi hasta que finalizó mi última clase, todas fueron extensas y cada una la sentí como un siglo, excepto por el examen. Fui la tercera en terminarlo, así que fue mi turno de esperarlo hasta que él lo hiciera, entreteniéndome durante casi media hora con la trenza de mi zapato hasta que terminó. De último. Pero compartí su alegría cuando salió con un puño de triunfo al aire y una enorme sonrisa.

—Estoy muriendo de sueño, pero quiero aprobar y el café es lo único que puede hacerme permanecer de pie—le digo mientras abre la puerta de su casa dejándome pasar primero.

La casa de Jay siempre es cálida y agradable, Sopa al vernos llegar salta eufórica a nuestro alrededor ladrando con alegría y le siguen Aaron y Alissa, quienes con su mirada traviesa y el rostro cubierto de pecas, abrazan a su hermano en recibimiento. Sus cabellos son tan oscuros como los de su madre, pero estoy segura de ver las narices de su padre, que también es la misma de Jay. Acaban de cumplir ocho años, pero son increíblemente inteligentes llenos de energía que drenan en clases de karate y béisbol.

Mientras Sopa continua saltando para llamar mi atención, Alissa extiende sus brazos hacia mi y me impulso para tomarla en mis brazos y a la vez rascar la parte posterior de la oreja de Sopa antes de que nos eche al suelo a las dos.

Rose nos saluda con una cesta llena de ropa en las manos. Bajo a Alissa y me dirijo a ella para ayudarla con eso. Su cabello gris recogido en un mono algo despeinado demuestra que no tuvo una tarde tranquila con los niños pero en su rostro maduro conserva la dulzura que tanto la caracteriza, ríe mientras me susurra lo nerviosa que la tenían los gemelos y sus habladurías. Aaron me sigue mostrándome su dibujo después de llevar el cesto a su lugar y Alissa se ofrece a trenzarme el cabello, los dos me bombardean con las historias de sus travesuras de hoy.

—Cálmense—dice Jay riendo—. No queremos volver loca a Meg.

Le entrecierro los ojos y no puedo decirle lo que pienso con los gemelos presentes.

—Ya Meg está muy loca—dice Aaron corriendo antes de que pueda atraparlo, se ríe con la nariz arrugada.

Siempre he pensado que la casa de Jay es mi definición de una casa perfecta, o quizás yo vivo en una lugar frío y demasiado pequeño. Los colores tierra de sus paredes combinan con los muebles terracota acolchados de la sala decorada con hermosos cuadros de brillantes colores y al fondo un estudio con el mismo gusto que discretamente, esconde la escalera de madera que lleva a las dos habitaciones y baños de los hermanos, mientras que desde ahí, se logra ver la cocina en su mayoría de madera y granito oscuro con el comedor largo de seis personas, que lleva por medio de una puerta caoba parecida a los bares de vaqueros, hasta dos cuartos más junto con un baño y un pequeño patio cubierto de jardinería.

Les prometo a los gemelos volver dentro de un rato conforme subimos hasta su habitación, Mi bolso se siente lleno de piedras volcánicas en vez de libros y camino porque si caigo, no me levantaré hasta que el sol vuelva a salir en diez años. En la pared a la derecha que acompaña la escalera, cuelgan bellas fotos familiares que no puedo evitar mirar, aunque siempre me detengo en la misma.

Los gemelos, Ellen y Jay. Roy.

Ellen procura mantener estás fotos tan limpias y libres de polvo como Jay las placas de reconocimiento en el estudio de su padre.

Aunque Ellen tuvo que encargarse, Jay ayuda con los gastos. Para continuar con sus clases de arte, limpiaba gratis las aulas hasta que se enteraron de su situación y le ofrecieron el trabajo de enseñar a los más pequeños. Y ahora que tiene más años de experiencia, da clases los viernes de cuatro a cinco de la tarde a chicos hasta los trece años.

Mientras apoya su talón en la rodilla, tamborilea el lápiz en la mesa enfocándose en el cuaderno sobre su pierna. Se desliza los lentes por el puente de la nariz al colocárselos cuando los toma de la mesa. Cada que lo recuerdo me siento orgullosa de su pasión por entregar todo de sí.

Me mira curioso con una sonrisa asomándose en sus labios.

—¿Por qué me miras de esa forma?—vuelve a ajustar sus gafas.

—Es que...—me saca de mis pensamientos—, te ves gracioso con los lentes.

—Los necesitaré por el resto de mi vida. Tendrás mucho de que reírte.

Se desliza con la silla rodante desde su escritorio, algunos cabellos le caen sobre la frente e inclina su rostro a un lado.

—Yo no tengo de nada de que burlarme de ti—dice señalándome con la borra del lápiz.

—Puede ser que use lentes algún día, que sean tan ridículos como los tuyos—le aprieto la nariz entre los dedos índice y medio.

—Horrenda—responde con voz gangosa, lo empujo con una mano soltando el agarre.

Me rindo dejándome caer en la cama que rebota un poco después del impacto. Se siente tan cómoda que de solamente cerrar los ojos me dormiría. Estoy tan cansada que podría dormir cien horas seguidas. Mi cansancio va más allá de la fiesta de anoche, me es difícil conciliar el sueño sin moverme como un gusano en la cama y generalmente despierto por las noches. 

De vez en cuando tomo algún té calmante para que ahogue mis pensamientos y, ahora que lo pienso... Suena como si tuviera problemas de alcohol. No lo diré en voz alta.

Durante las noches oscuras y solas, todo luce más grande e invencible momentáneamente, intento guardármelo para mi porque me parece injusto que otros deban lidiar conmigo a parte de problemas propios. Hace días que no duermo lo suficiente por la ansiedad del futuro y aquí, no quiero ni mover un dedo. Estudié lo suficiente o de eso trato de convencerme.

—¿Quieres dormir aquí? Hoy no tengo la camioneta y mamá no llegará hasta tarde.

—Creo que sería lo mejor—le sonrío.

Siento la cama hundirse a mi lado. Los dos miramos el techo. Sé que está igual de asustado que yo por el gran cambio que significa graduarse. El silencio lo dice todo.

La habitación de Jay es azul oscuro. Huele a pinturas de óleo y perfume de hombre, tal y como es su olor. La iluminación viene de una lámpara de estudio que le regaló Roy cuando cumplió doce, justo al lado de su escritorio y de un caballete doblado en la pared. Hay fotografías que decoran la pared al lado de su cama: de su familia, Sopa, lugares que ha visitado, de nosotros y también de mi. Lo heredó de su padre. No tiene sangre sino pintura por las venas.

No habla jamás sobre lo mucho que sufrió cuando Roy murió. Eran tan unidos, y tuvo que verlo mientras poco a poco se extinguía su vida. Perder a alguien tan dolorosamente, debe dejar un vacío que consume un trozo del alma, y sin embargo, su familia sigue siendo unida y me aceptan en ella, y eso se lo agradeceré eternamente con la sinceridad más pura que puedo.

Respiro profundamente y cierro los ojos. Disfruto de la burbuja de paz en la que estamos. Así sea unos minutos antes de que me pase el futuro otra vez por la cabeza.

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