01. Meg
https://youtu.be/LaYxcGVj38k
El agua con sabor a cloro y a quién sabe qué más me entra por la boca, nariz y quema mis ojos antes de que pueda reaccionar contra el responsable que me lanzó a la piscina como a un simple saco de papas. Busco subir a la superficie a respirar, rastrillo mis uñas por mi cabello mojado cuando mis pulmones se llenan de aire de nuevo. Escucho los alaridos de felicidad junto con gritos de apoyo de las personas secas que no parecen un pez agonizante como yo, que toso repetidamente apoyándome desde la orilla de la piscina.
Regreso mi vista a Jay detrás de mí quien nada y aparta el cabello que cae sobre su frente de un movimiento, sonríe victorioso. Las cosas me siguen dando vueltas. Supongo que el chapuzón me ayudó a reaccionar un poco del abuso del alcohol porque puedo reconocer la expresión de fastidio que hace Michael cuando se retira de tener una fallida conversación conmigo después de tomar una de las bebidas de la mesa rebosante de botellas.
Jay me ayuda a salir de la piscina extendiéndome una de sus manos desde afuera, el frío se hace inmediato en mi cuerpo.
—¿Qué... Carajos... Te pasa?—alargo las palabras por lo pesada que siento mi lengua, sigo buscando aire. Hago el intento de golpear su pecho, no creo que haya sido tan fuerte como para que le haya dolido considerando la poca fuerza que me queda.
—Te salvo la vida—encoge sus hombros con diversión antes de contestar como si fuera evidente.
—¿Lanzándome a una piscina?
—Te divertiste. Además, yo también estoy mojado, así que no puedes quejarte—río. No me parece gracioso, me molesta. Pero estoy en las redes de los shots de tequila—. Ya debería ser la hora de irnos.
—¡Esto está genial como para irnos!—grito, los demás concuerdan conmigo con alaridos, igual de borrachos que yo.
—Mañana hay escuela, Meg.
—La única forma en la que me saques de esta fiesta es que consigas a un dragón volador.
—Eres imposible. Camina—me voltea desde los hombros y apresura mi andar empujándome por la espalda.
—No quiero irme—pienso y creo decir, mi mente no sigue del todo clara. Clavo los talones en el suelo.
—Debemos irnos si quieres dormir un poco antes de la escuela.
—¿Y si no vamos jamás otra vez a la escuela?—Jay me arrastra con mis talones dejando huella en el jardín que conecta al patio y puerta trasera, echo mi cabeza hacia atrás—. ¡Podríamos ser fugitivos en acción!
—Estás mal de la cabeza. Te dejo un minuto y esto pasa.
—¿Vas a ser mi acompañante fugitivo o no?
Lo piensa por unos segundos.
—Bien. Pero si caminas y te callas hasta llegar al auto.
—Cárgame—se detiene. Me mira con una ceja cínica y suspira, pero termina por subirme a su hombro, sonrío—. Veo el piso.
—Dijiste que te callarías.
—Sí, perdón—mis brazos le cuelgan por la espalda rebotando con el movimiento de sus pasos—. ¿Qué dices de un helado? ¿compramos uno?
—No hay manera de conseguir un helado a las cuatro de la mañana.
Jay me deja en el suelo cuando llegamos a la camioneta negra de uno de nuestros compañeros que amablemente se ofreció a llevarnos cuando nos encontró a mitad de camino de venida. Qué amable. Nos subimos a la parte trasera, me acuesto en el suelo con la cabeza sobre un viejo caucho para usarlo como almohada, hay una caja de herramientas a mi lado. Está algo sucio por la tierra, además de que la acompaña manchas de aceite y un trapo viejo en la esquina junto a la caja.
—Te vas a marear—dice cuando empezamos a andar después de unos minutos.
—Estoy viendo el cielo, cállate.
Ríe.
—¿No es bonito?—le pregunto. Mi nuca golpea el caucho cuando caemos en un bache, el estómago se me revuelve y...—voy a vomitar.
De mi boca sale amargura, cae sobre el pavimento cuando saco la cabeza fuera de la camioneta en movimiento lo más rápido que puedo. Jay se acerca y recoge mi cabello todavía húmedo.
—Te dije que ibas a marearte.
—¡El capitán se hunde con su barco!
—¿De qué hablas, Meg?—dice mientras de su garganta brota una risa burlona.
—De que no me iba a marear. Y no me mareé, sólo vomité.
—Porque te mareaste. Y ya, siéntate bien antes de que vuelvas a vomitar—le ruedo los ojos.
—Qué mandón.
—Y tú eres una terca—lo imito con la lengua afuera—. Qué madura eres.
Le pellizco un brazo. Aspira aire entre los dientes, frota para desaparecer el dolor conservando la sonrisa de su rostro.
El sonido de los frenos deteniéndose me borra a mi la sonrisa, estaciona en la acera, frente a una tienda con vidrios oscuros.
—¡Aquí cruzo!—grita John desde la cabina del conductor, el chico lindo y benévolo del aventón.
Estamos a unas dos cuadras lejos de mi departamento. Busco la mirada de Jay pero ya está con los pies sobre la calle fuera de nuestro transporte.
—Ya no me parece tan lindo—le digo, Jay me sisea para callarme.
John arranca su camioneta al momento en el que me bajo despidiéndose de nosotros con un cornetazo. Cada vez hace más frío, me abrazo a mi misma en un intento de conservar calor y Jay hace lo mismo, espero que esto no prometa un resfriado.
La calle cuesta arriba sigue iluminada con focos de tonalidades naranja, la solitaria farmacia de esta calle es lo único que parece tener vida esta noche porque el resto de departamentos que componen la mayoría de las siguientes dos cuadras y las pocas tiendas que los acompañan parecen estar en completo silencio, y en un profundo sueño que desearía compartir con ellos. La noche ayuda con la claridad, pero el viento helado me hace insoportable la idea de lo mucho que tenemos que caminar. Junto mis cejas.
—¿Y si nos quedamos a dormir aquí?—pregunto.
—¿Seguro que no quieres llegar a casa y acostarte en tu cama? ¿O de verdad quieres dormir en el piso sucio y congelado?
—Piso sucio y congelado si así no tengo que caminar—niega con la cabeza.
—Camina, antes de que sea peor—dice adelantándose un par de pasos haciendo una señal con la cabeza. Continúo caminando, de mi garganta brota un claro sonido de desagrado cuando troto para llegar a su lado.
—Bien. Si me resfrío, tendrás que comprar sopa de pollo.
—Ni siquiera te gusta la sopa.
Nuestros zapatos mojados suenan como esponjas sobre el pavimento grisáceo de la acera amplia y plana. Mis dientes chocan entre sí en un intento de darme calor. Jay parece no inmutarse, a pesar de que está igual de mojado que yo, pero sospecho que se burla de mi y de mi subida de alcohol endemoniada.
Me cubre con su suéter verde, que aunque está igual de húmedo que el resto de mi ropa, se lo agradezco. Todo está en silencio, pero nuestras risas hacen un eco ligero en la calle antes de mi cuadra que es casi igual que todas las demás por donde vivo subiendo por esta avenida hasta llegar al puente Trinidad, que divide la ciudad con la playa; departamentos de no más de diez pisos hechos en su mayoría de ladrillos rojos y marrones, casas de dos pisos con complejas enredaderas decorando sus fachadas en tres de cada dos, tiendas y un par de restaurantes con vividos colores y letreros, una farmacia abierta las veinticuatro horas en donde el encargado generalmente duerme setenta y dos. En los días siempre hace calor y humedad, los rayos del sol alcanzan cada parte de la ciudad.
Las escaleras de emergencia de mi ventana en el quinto piso son visibles después de un rato de caminar, los ladrillos rojizos del edificio parecen casi negros a la sombra de su altura. Agradezco que hayan vaciado el basurero que siempre se encuentra junto a las escaleras, podría vomitar una vez más. Mi cabeza duele, siento como si flotara en el mar todavía, pero apoyo un pie en el primer escalón asegurándome de que no me caeré como una idiota.
—¿Estás segura de que no necesitas que te ayude?—me pregunta Jay cuando le paso de regreso su suéter.
—Sí... Estoy segura—dejo caer mis manos en el barandal, aseguro mi peso en el escalón.
—Si caes, te dejaré en el hospital y correré—dice mientras subo con lentitud.
—No lo harías.
—No, no lo haría—responde. Resbalo y me aferro al hierro frío del barandal lo más fuerte que puedo—. ¿Estás bien?
Alcanzo a pasar una de mis piernas a través de la ventana sin ser en absoluto cuidadosa o cautelosa, porque me río por el rechinido que hace mi ventana cuando la abro lo que considero lo suficiente para pasar el resto de mi cuerpo como si estuviese en pleno día.
La ventana atrapa mi pie y mi peso cae sobre mi costado. La risa se escapa de mi boca y estrello mi mano sobre ella para que no se vaya de ahí.
Nada de lo que estoy pensando tiene ningún sentido.
—¡Meg!—grita en medio de un susurro Jay—. ¡Voy a subir si no me dices que estás bien!
Con lentitud, saco mi dedo pulgar por la ventana.
.
.
El mosquito que zumba en mis oídos no se espanta con mis manos, arrugo los ojos aún adormilada. Siento sus patas en mi nariz lo que hace que me de por vencida y me siente en la cama. Empuño la sabana arrugada a mi lado y con ella me lanzo al suelo para quedarme boca abajo. No pienso levantarme, así que aprovecho la poca tranquilidad que unos quince minutos más pueden ofrecerme.
El zumbido regresa haciendo circuito por toda mi cabeza. De todas formas, dos horas de sueño sí resultan reparadoras. Y si no es así, no me interesa saberlo por el momento. Me levanto con ayuda de mis manos del piso que misteriosamente resultó más cómodo que mi propia cama.
Siento mi cuerpo tan pesado que apenas logro moverme. Sin mi ayuda, se mueve para pasar al baño donde veo de reojo mi espantoso reflejo que bosteza como un gato. Dos círculos negros marcan mis ojos y el maquillaje corrido no favorece mucho mi aspecto. Miro mis pies para encontrarme con medias de estrellas, mis cejas se hacen una.
No recuerdo en qué momento me quité el resto de mi ropa, pero en mi estado de embriaguez me pareció sensato no perder los pies por congelamiento sin importar que el resto de mi cuerpo no tuviese nada para protegerse.
La vena palpitante en mi frente se siente incluso con el agua bajando por ella. Intento hacer un recuento de los sucesos de la noche anterior. La mayoría se hace borroso, el recuerdo más claro es el de Jay tirándome a la piscina como un maldito.
El ringtone de The Muppets Show me quita concentración cuando lo escucho vibrar desde el lavamanos. Me envuelvo en una toalla antes de salir e intento secar un poco mi mano con ella para contestar la llamada y no terminar estúpidamente electrocutada y, posiblemente muerta en el baño.
—Hola—respondo mientras me paso una mano por mi cara pálida y mojada.
—Estoy impresionado. ¿Cómo lograste levantarte tan temprano?
—¿Qué te ocurre? Soy una madrugadora innata—respondo, Jay ríe detrás de la linea, bostezo nuevamente.
—Te dije que debíamos regresar más temprano—me reprocha.
—¡Estoy más que bien! Fresca como una gota—estiro un brazo por encima de mi cabeza.
Mis dedos se enredan en mi cabello húmedo en un intento de peinarlo, el disgusto no tarda en pasar por mi rostro cuando me obligo a ir por un peine. La vena de mi frente se siente como una bomba nuclear a punto de estallar.
—Cuando entraste por la ventana escuché muy bien como caíste. Consideré muy seriamente en subir y coserte la cabeza hasta que sacaste el pulgar por la ventana.
—Cállate, no sabes ni cómo coser una herida. Te espero en quince minutos.
—Sí presté atención a la clase de primeros auxilios, no como tú—cuelgo la llamada antes de que siga con su sermón del cómo no presto atención a cosas importantes.
Saco la cabeza de la habitación, hago una revisión rápida de perímetro. Parece ser completamente seguro que estoy sola. Me encamino a la cocina por el pasillo tranquila hasta que me encuentro con mi mamá sentada con una taza de café y la barbilla apoyada en los nudillos.
Me muerdo el interior de la mejilla mientras me acerco al refrigerador para tomar el cereal encima de él. Me siento en frente de ella sin quitarle la mirada esperando su siguiente movimiento. Todavía está vestida con su bata de seda y lo que hace más sospechosa la situación es su moño despeinado en lo que siempre es negro, liso. Perfecto.
—Buen día, mamá—intento decirlo en un tono casual en tanto sirvo el cereal en el plato. Si está enterada de mi misión imposible de anoche, estoy muerta.
—Buen día—responde sin apartar la vista del punto de la pared.
Castañeo los dientes y lleno un poco las mejillas de aire antes de llevar una cucharada de cereal a mi boca. Estoy casi segura que no hice tanto ruido. Me esforcé en ser lo más cercano un ninja. El problema es que tiene oído de perro y visión de águila.
Trato de no mirarla demasiado mientras desayuno, pero es como estar mirando un ratón acercándose a una trampa.
—¿Vendrá por ti Jay?
—Sí... Como todas las mañanas—asiente con la mirada perdida—. ¿Estás bien?
—Totalmente.
Nuestra atención se la lleva el timbre que hace eco por la casa. Llevo el plato hacia mi boca para terminarme todo y me detengo cuando veo el labio torcido de desaprobación de mamá. Salgo por la puerta con la boca llena de mi insípido desayuno pensando en su inusual calma.
Me hace creer que no sabe nada de la escapada de anoche y que fui lo suficientemente sigilosa y afortunada para no ser atrapada con las manos en la masa, debió de estar dormida.
Eso espero.
Jay me espera con un pie apoyado en la pared de ladrillo rojizo, tecleando en su teléfono con los dedos igual que una bala.
—Tu bolso—dice sin levantar la mirada.
Tenía la sensación de que olvidaba algo.
Abriendo nuevamente la puerta de golpe, corro a mi habitación agarrando mi bolso de la cama tirando al piso la ropa que descansa ahí desde que lavé hace una semana, lograrán dormir lo que yo no pude. Debería de ordenar más tarde.
Bajamos a brincos las escaleras de la entrada, Jay no aparta su vista del teléfono y antes de empujarlo por distraído y arriesgarme a matarlo sin querer, decido preguntar.
—¿Con quién te mensajeas tanto, galán?
—Lisa Audrey—dice indiferente.
—¿Lisa Audrey? No puedo creerlo, Jay.
—Es linda—guarda su teléfono en su bolsillo trasero—. Fue un beso, nada más.
—Es tu boca.
—Siempre dices que no hay que juzgar a una chica por su vida sexual. Además, no estuve ni cerca de estar con ella.
—No quiero saber si estuviste con ella—respondo con rapidez, Jay echa la cabeza hacia atrás riendo—. Y es cierto, nadie debe encasillar a una mujer.
—Puedo jurarte que fueron unos besos, nada más.
—¡Habías dicho que uno!—lo señalo con el dedo índice acusándolo con gracia.
—Igual no besa tan bien.
—No me importa, Jay—me empuja con su hombro.
Me sonríe con complicidad luego de que le ruede los ojos divertida dando tumbos con los pies.
—Eres una tonta, Meg. Y una intolerante al alcohol. Cuatro shots de tequila y estabas ebria.
—Eran muy fuertes, los hizo el mismo diablo. Y no estaba tan ebria, así que silencio.
—Mentirosa.
—No puedes saberlo si no tomaste ni una gota.
—Tenía que cuidar a mi amiga borracha. También quería decirte que empezaste a hablarle bonito a Michael Nix, tuve que sacarte de esa incómoda situación.
—Sí, arrojándome a la piscina. Lo recuerdo bien.
—Me sorprende, porque ya con lo de ayer deberías ser parte de un club de alcohólicos anónimos—respondo con una risa estruendosa llena de sarcasmo. En realidad, sí fue gracioso, pero no le daría el gusto ni tratándose de vida o muerte en este momento.
—Eres tan gracioso como comediante de restaurante barato.
Rodea mis hombros con sus brazos para unir nuestras cabezas, terminó por ceder abrazándolo por la cintura.
—No tienes remedio, Meggy.
—Ya no tienes mi perdón. Odio que me sigas llamando así.
Si camináramos un poco más, fácilmente podríamos ver la playa detrás de Trinidad. Aunque contamos con la suerte de lograr verla desde el segundo piso de la escuela que tiene ventanales lo suficientemente amplios como para no sentirse sofocado por sus paredes amarillentas en donde el sol impacta de lleno durante el medio día, por eso la mayoría prefiere ver sus clases en el piso de abajo, con pasillos abiertos que llevan a áreas verdes y aire fresco en donde siempre hay algún grupo reunido.
Hay suficiente ventilación como para dejar abiertas las puertas de las aulas así que por aquí, jamás hay silencio pero sí muchos afiches anunciando el fin de año y los últimos juegos de basquet antes de la graduación.
Caminamos por los pasillos abiertos saludando a algunos compañeros y conocidos, Jay quien camina con seguridad con una mano sosteniendo el tirante de su morral, le guiña el ojo y sonríe a una de las chicas que pasan por su lado. La chica le sonríe en respuesta y no evito hacerle una mueca de asco a mi amigo quien me empuja por el hombro. Si fuera de esos idiotas que usa a las chicas solamente por sexo ni siquiera me le acercara. Tiene carisma. Supongo que es eso.
Saludo a algunos amigos del club de atletismo mientras Jay se me adelanta unos pasos. Troto para llegar a su lado y veo como se acerca un nuestra dirección con su minifalda roja y sus piernas esqueléticas Lisa Audrey con sus amigas, es tan cliché la situación que no puedo evitar reír.
Tiene los labios pintados de color rojo cereza que sobresalen cuando ve a Jay estar más cerca de su camino. Lisa lo observa de pies a cabeza seductoramente para después agitar su cabello rojizo en una cola alta hacia mi.
—Hola, Jay—dice con una sonrisa.
—Lisa—responde sin detener nuestro camino.
Jay se adelanta unos pocos pasos, no desaprovecho la oportunidad para levantárles mi dedo medio a sus miradas acosadoras.
—Vi eso—dice Jay, me levanto de hombros con picardía.
—En serio no la aguanto—río.
—Me invitó a salir—tardo medio segundo en entender.
—Qué bien.
Espera un momento antes de responder.
—Le dije que no, Meg. Ella se me acercó ebria y malinterpretó mi ayuda para llevarla hasta el sillón a descansar. Y bueno, me besó. No haría nada con ella sabiendo la situación entre ustedes.
—Eres un mentiroso—le creo, y también le sonrío.
—Ya seremos libres—dice refiriéndose a las vacaciones.
—Faltan algunos exámenes.
—Vamos a graduarnos. ¿No estás feliz?—me mira.
—No me importa mucho—y es cierto, una vez más me subo de hombros—. No hasta que pase lo que quiero que pase.
—Tenemos un tiempo para esperar mientras llega la fecha del viaje. Debemos estar unos días antes según el dueño para verlo en persona y pagar el primer mes de alquiler.
—Si es que me aceptan. No podré hacer nada si no llega.
—Sí llegará.
El timbre me quita las palabras de la boca. Todos empiezan a entrar a sus aulas. Jay me da una última mirada antes de despedirse.
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