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❥ 15

Desperté adolorido por haber dormido en el sillón, pero demasiado cálido rodeado de los brazos de Chan.

Me arrimé más en él hasta que después de un rato también despertó.

Ambos nos levantamos y fuimos hasta la cocina por un poco de sopa y arroz con leche que había sobrado del día de ayer.

Encendimos de nuevo la televisión y hablamos de cosas triviales, jugamos las cartas y damas chinas, después nos acurrucamos de nuevo en el sillón.

Cuando me di cuenta ya eran las cinco de la tarde.

—¿No tienes hambre? —pregunté—. Puedo intentar hacer algo.

—Mejor pido pizza —dijo tomando su teléfono y yo me moría por pedirle su número—. Ya lo hice —regresó y se sentó a mi lado con la cabeza recostada en el sillón, mirándome, sonrió y pasó su mano por mi mejilla—. Eres tan bonito.

Me sonrojé ligeramente y dejé que me tocara, mi mano se movió hasta tomar la suya.

—Chan.

—¿Eres tan amable siempre?, tengo miedo de que alguien te haga daño, pero tengo mucho más miedo de que ese daño lo provoque yo.

—No, Chan, tu jamás vas a hacerme daño, lo sé, siento que puedo confiar en ti, que puedo darte mi vida y la tomarás como si fuera lo más preciado. Chan, ya no te contengas conmigo, ya no trates de apartarme.

Me jaló con fuerza abrazándome, hundiendo su rostro en mi cuello y besándome ahí ligeramente.

Me estremecí contra él.

—Chan... Chan, hazlo —dije cuando empezó un camino de pequeños besos de mi cuello hasta la comisura de mis labios, me moví para juntarlos hasta lograr que sus belfos chocaran contra los míos, los abrí ligeramente probando sus labios, Chan se unió a mi ritmo besándome suavemente y con cariño.

Una y otra vez, no podía dejar de besarlo, no podía dejar de sentir el calor de sus labios contra los míos.

Nos separábamos sólo para mirarnos y volvernos a besar.

El timbré sonó e hice un puchero, fui hasta la puerta y tomé el dinero que Chan me dio, recogí las pizzas y pagué al hombre, además de darle unos wons de propina.

Dejé las dos cajas en la mesa y salí a comprar algunas bebidas gaseosas.

Cuando regresé Chan ya estaba comiendo.

Hice un puchero, pero él sólo río y palmeó sus piernas.

—Siéntate conmigo.

Caminé y me acomodé entre sus piernas nerviosamente, Chan me abrazó y empezó a comer detrás de mí.

La pizza estaba deliciosa, pero no más que los labios de Chan y la sensación de sus brazos rodeándome.

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