Capítulo 18
SILVIA
No me importaba tener que esperar allí sola. Estaba entretenida viendo como Marc preparaba las copas para su compañera y atendía a los que se acercaban a pedir a la barra. El local estaba lo suficientemente lleno como para que ambos no bajaran el ritmo. Tampoco me había dado conversación, ni cuando se entretenía en secar la vajilla limpia a poca distancia de mí. A veces me miraba de reojo, pero fingía que no estaba ahí. Me dijo que esperara al cierre y sentí su vacío como una especie de venganza por haber estado evitándolo.
Se había guardado el mando que le di en el bolsillo y no parecía hacerle caso.
Su compañera, que llevaba su melena roja recogida en una coleta alta, entró en la barra para ponerse la última comanda.
—Ha venido la chica con la que ligaste la semana pasada —le dijo en voz baja.
Dirigió la mirada a una mesa a mis espaldas. Después, soltó una risa de suficiencia.
—No esperaba volver a verla tan pronto.
Pero esperaba hacerlo en algún momento.
Su compañera rio.
—Van a tener que darte un extra por hacer que vuelvan aquí.
Me miró de reojo y yo fingí que no estaba atenta a lo que decían.
—Pues sí —comentó Marc—. Deberían compensarme que vengan hasta buenas mujeres a las puertas del matrimonio. —Sentí el veneno de esa indirecta.
—Bueno, bueno. Tampoco te vengas tan arriba, ¿eh?
Sonrió de una forma divertida. No me había fijado en lo bonita que podía ser esa expresión de desenfado. Las veces que me la había mostrado, era porque quería burlarse de mí. Apreté las piernas de forma inconsciente al pensar en ello.
Marc sacó un plato pequeño y rectangular y sobre él colocó varios vasos de chupito. Los llenó de un licor de arroz y espolvoreó un poco de canela por encima. Después se acercó personalmente a la mesa.
—Unos chupitos de invitación. —Le escuché decir.
Miraba de reojo en aquella dirección y pude ver como una de las mujeres le comía con la mirada, mientras las amigas le murmuraban por lo bajo. Debía ser ella de la que estaban hablando.
Me retorcí en mi asiento y me centré en mi teléfono, molesta. Me había dicho que esperara a que acabara para estar ignorándome y viera como flirteaba con otras. Y yo era tan masoquista que continuaba allí sentada con un refresco sobre la mesa.
—¿Qué bebes?
Un hombre acercó un taburete al mío. Iba bien vestido y su perfume era agradable.
—Nada —dije.
Enarcó sus espesas cejas.
—¿Te puedo invitar a una copa?
Instintivamente, miré de nuevo a aquella mesa, donde continuaba Marc hablando.
—Está bien.
—Disculpa —llamó a la camarera que se había quedado en la barra—. Un vaquerito de ron y...
—Un vermut.
No me interesaba ese tipo. Olvidé su nombre, nada más presentarse, pero conversar con alguien ayudaría a no prestarle tanta atención a mi alumno.
Llevábamos un rato hablando, cosas banales, como a qué me dedicaba o de dónde era, cuando de repente un agudo salió de mi boca, breve, pero completamente fuera de lugar. Mi interior había empezado a vibrar y sentí como un calor abrasador recorría todo mi cuerpo. Marc había entrado a la barra, cargado de copas vacías en la bandeja, y, de forma casual y desinteresada, comenzó a llenar el lavavajillas.
—¿Estás bien? —preguntó mi acompañante.
—Sí. Creía que iba a estornudar —inventé.
La sonrisa perversa de Marc estaba ahí, para mí. Con sutileza, me mostró el mando en su mano, escondido en el mandil. Después, la vibración se detuvo y pude regresar a la conversación que me estaba dando aquel individuo, pero que tan poco me interesaba.
Pasaron varios minutos hasta que regresó, esta vez con mayor intensidad. Me sentía ridícula. Mientras Marc secaba las copas y las colocaba en su respectivo lugar, yo luchaba por aparentar normalidad, mientras notaba el calor aglomerarse en mis mejillas y mi voz desentonaba cada vez que intentaba enunciar algo.
—Marc —habló la camarera—. He hecho los cascos y he llenado las cámaras. ¿Necesitas algo antes de que me vaya?
—No, está bien. Ya cierro yo.
Se despidieron y en el local nos quedamos el hombre que intentaba ligar conmigo y la mesa de atrás. Había acercado más su taburete al mío, e inclinaba su cuerpo hacia mí, con el codo apoyado en la barra. Yo trataba de mantener la compostura ante las provocaciones de Marc y el vibrador, que hacía que mis pezones se erizaran descarados y llamaran la atención. La cercanía del individuo me empezaba a hacer sentir incómoda, mi cuerpo se alejaba de él por instinto.
—Oye —una joven se había acercado a la barra—. Cóbrate lo de la mesa. —Asumí que era con la que mi alumno había tenido relaciones, pero lo confirmó su siguiente comentario—: ¿Haces algo luego?
Marc me miró de reojo, parecía pensarse la respuesta. Como si no me hubiera dicho que le esperara hasta que acabara.
—No.
—¿Te apetece que vayamos a algún lado?
Mi mano se aferraba con fuerza al vaso, en tensión. Temía la respuesta.
—Hoy creo que me iré a casa. Estoy cansado.
El alivio me hizo sentir culpable. Lo había dejado hacía una semana con mi pareja y yo estaba más preocupada por lo que hacía mi alumno en su vida privada que por cómo debía estar Fran.
—¿Me estás escuchando?
Volví a la realidad. Marc estaba recogiendo la mesa y el tipo cada vez más cerca de mí.
—Sí. Claro.
—Aquí van a cerrar, ¿vamos a otro lado?
La vibración de mi interior se mantenía, ahora suave.
—Creo que me iré a casa.
Posó su mano en mi pierna, y su roce resultaba muy poco agradable al tacto.
—Venga, lo pasaremos bien. —Acompañó su comentario con una mirada que me recorrió de arriba a abajo, centrándose en mis pechos sin sujetador. Me arrepentí de mi atrevimiento en aquel momento.
Agarré su mano y la aparté de mí.
—De verdad, no.
Fue a insistir, pero Marc se colocó entre los dos.
—Se va a casar —sentenció—. ¿No has visto el anillo de su mano?
Aquello fue un martillazo directo a mi frente. No me había dado cuenta de que seguía llevando la alianza.
—Chaval, no te metas.
—Voy a cerrar. Además... —Pasó su mano sobre mi hombro—. No es contigo precisamente con quien quiere ser infiel.
Sus palabras descontrolaron mi mente y un cúmulo de emociones contradictorias empezaron manifestarse. Me levanté rápidamente y me alejé de ambos, bajando mi falda por si se había levantado.
—No decidáis por mí.
Marc sonrió.
—¿Entonces qué quieres hacer?
Miré a la persona que me había estado dando conversación.
—Ha sido una buena charla, pero suficiente.
El tipo agarró sus cosas y se fue, ofuscado. Me daba pánico que derivara en una escena, pero por fortuna no fue así. Marc recogió lo que quedaba sin decir nada. Ni mirarme. El vibrador ya se había detenido.
Una vez fuera del local, dijo:
—Te llevo a casa.
El camino en coche fue en silencio. Las cosas continuaban tensas entre los dos. No habló hasta que estuvimos en la puerta de casa.
—Hasta el lunes, maestra.
Me quedé paralizada. No quería irme. Había reunido valor para ir hasta su trabajo, para darle el mando y concederle mi sumisión. Y él solo se había reído de mí mientras le veía trabajar y le escuchaba tontear con otras.
—¿Estás enfadado conmigo?
Soltó una risa, mientras movía la cabeza.
—Claro que no. Lo que no quiero es que luego te arrepientas y estés deprimida.
—Es distinto. Yo...
—Silvia. Este es tu castigo. No voy a seguir tu petición después de que me pidieras que me alejara. Si realmente estás decidida a querer divertirte conmigo, y luego no te vas a arrepentir, la semana que viene hay una fiesta en un club. Nos veremos por allí.
Asentí y salí del coche. Entendía perfectamente sus palabras. Estaba un poco decepcionada, pero no había tristeza.
Me había decidido a matarlo de deseo por mí.
***
Hola!
Perdón por la tardanza. Lo peor de esto es que cuanto más tardas, luego más te cuesta seguir, porque pierdes el hilo, porque luego sientes que no está al nivel, llegan nuevas lectoras y te sientes más presionada... En fin, al menos es lo que me pasa a mí jajaja
Este capítulo necesitará que le haga una corrección, pero no quería hacer esperaros más.
Porque encima, el siguiente será narrado por Marc y tengo muchas ganas. Hace muchísimo que no nos metemos en su cabeza.
Nos leemos <3<3<3<3
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