Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 17

SILVIA


Estaba sentada en el sofá, con el portátil frente a mí, en la mesa baja. En la pantalla se veía a una mujer de pelo rizado y gafas redondas, pequeñas, que descansaban en la punta de su nariz. Mostraba una expresión afable.

—Me alegra que me llamaras.

Beatriz era mi psicóloga desde hacía más de un año. Me había costado sesiones con diversos profesionales hasta dar con ella. Era fácil hablarle de lo que pensaba y sentía, aunque fueron muchas las veces en las que sentí que todo me sobrepasaba y no podía continuar. Para esas ocasiones, ella me ofrecía una infusión calentita y palabras de aliento, suaves y dulces, que me ayudaban a frenar el malestar.

—Siento haber tardado.

—Entiendo que has tenido cambios importantes. Nuevo empleo, nueva ciudad... Me preguntaba si te estaba yendo todo bien.

Me miré los dedos bailando entre ellos, nerviosos.

—Empezó bien... —No, en realidad, el primer día ya se vio enturbiado por culpa de Marc, pero ni de lejos, como me encontraba en aquel momento—. Pero estas últimas semanas estoy volviendo a perder el control.

Su boca era una fina línea recta antes de hablar.

—¿Cómo?

Entendía la pregunta. A menudo era de formas distintas.

—Estoy bebiendo de más.

—¿Cuánto es de más?

Mi mirada recorrió los estantes del salón. No me atrevía a mirarla a la cara. Aunque fuera a través de una pantalla.

—Me ayuda a dormir.

Se tomó unos segundos para pensar.

—¿Sientes que no puedes controlar las ganas de beber?

Negué con la cabeza.

—Eso lo puedo controlar... Lo que no puedo es controlar mis emociones. Me abruman.

—Dime, Silvia. ¿Ha ocurrido algo en estos dos meses que haya podido afectarte emocionalmente?

Apreté los labios con fuerza.

—Sí... Y no me gusta. Me avergüenza.

—¿Quieres hablarme de ello?

Mi vista en mis manos.

—Ha entrado una persona en mi vida.

Casi pude sentir que se recostaba en el asiento y se cruzaba de brazos. No lo sabía a ciencia cierta porque era más fácil si no la miraba directamente.

—¿Te refieres a un interés amoroso? ¿Sexual?

—S-sí. Lo segundo.

—Háblame de él. ¿Cómo os conocisteis?

Eso hice. Le conté que era más joven que yo. Que era mi alumno en la universidad. Que le gustaba provocarme, desafiarme. Le expliqué que no habíamos llegado a pasar ciertos límites, pero que habíamos compartido una complicidad que ya era escandalosa. Y lo más importante, aunque no entré en detalles, que él sabía de mis preferencias sexuales y no me juzgaba, sino que me alentaba a liberarme.

Después de explicar todo lo que consideré necesario, vino la pregunta.

—¿Tu novio lo sabe?

—No. No me atrevería a romperle el corazón. Por eso estoy manteniendo las distancias con Marc.

—¿No crees que, a lo mejor, tu aventura con ese chico, se debe a tu necesidad de castigarte por lo que pasó?

Mi respiración se aceleró. Por un instante todo se volvió oscuro, hasta que unos focos me iluminaron directamente, cegándome, haciéndose cada vez más grandes.

Mi pesadilla.

—No lo sé...

—¿En qué punto se encuentra tu relación con Fran? Había planes de boda, ¿no?

—Siento que no merezco a alguien como él a mi lado.

Me hizo algunas preguntas más sobre mi relación. Hasta que formuló una que me volvía a colocar en la casilla de salida.

—¿Has vuelto a conducir?


*

Le dediqué tiempo a reflexionar acerca de lo que me dijo Beatriz al finalizar la sesión. Que tenía que facilitarme la vida a mí misma en la medida de lo posible. A ojos de cualquiera, eso sería ignorar lo que Marc despertaba en mí, ese instinto primario que alejaba toda neurona de mi cerebro. Esos momentos en los que no pensaba y me dejaba llevar... Me sentía tan libre. Aunque fuera a costa de mi dignidad.

Aguanté las ganas de no beber entre semana. A veces, cuando el recuerdo me acechaba, sentía ganas. Traté de complacer ese deseo de no pensar de otras maneras. Música a todo volumen, audiolibros y horas y horas pintando. Siempre y cuando, claro, no estuviera trabajando.

El trabajo ayudaba a mantener los pensamientos a raya. Había empezado a hablar más con mis compañeros de departamento. Había una mujer bastante joven, tenía 35 y un bebé en casa, con ella era muy fácil conversar. Incluso me sugirió quedar fuera del trabajo. Sería mi primera amiga en Valencia.

Decidí que necesitaba encontrarme antes de tomar una decisión tan importante como casarme. Quería a Fran, estaba segura de ello. Por eso también tenía bastante claro lo que debía hacer.

Me costó muchísimo realizar la llamada. Habíamos hablado varias veces esos últimos días, pero entre que no me había decidido y que me daba pánico pronunciar esas palabras no fui capaz de hacerlo antes.

—Hola, cariño. ¿Y eso que me llamas a esta hora?

Me había armado de valor, estaba decidida a decirlo claramente, pero mi voz sonó débil cuando hablé.

—Tenía que hablar contigo.

Casi pude sentir como se reincorporaba.

— ¿Sobre qué? ¿Estás bien?

Tomé aire. Sabía que estas cosas era mejor hacerlas cara a cara, pero aun así era tan difícil.

—He estado pensando mucho en... todo. Me abrumo por cualquier cosa y... No estoy segura de estar preparada para dar el paso.

Su silencio al otro lado me mantenía los músculos tensos. Volví a hablar, animada por su silencio.

—He hablado con mi psicóloga y creo que lo mejor será que nos demos un tiempo.

Lo solté rápido. Directo. Mi corazón tamborileando.

—¿Qué...? —musitó.

—Será lo mejor para los dos.

—Habla por ti, no por mí. —Estaba molesto, dolido por mi repentina petición, pero no sonaba tan duro conmigo como yo merecía.

—Lo siento.

—No te preocupes. No dudes en llamarme si me necesitas. Esperaré el tiempo que necesites.

Colgó.

Me quedé paralizada unos momentos. Mi cabeza era una nube oscura. No dejaba de preguntarme si me había equivocado y, sin embargo, el peso ya no estaba sobre mis hombros. Me sentía más liviana.

Quizá estaba siendo egoísta.


*

Aquel sábado estaba dispuesta a evadir mi mente y sabía que no había una forma de hacerlo que fuera más efectiva que aquella. Cogí el metro, porque no me apetecía andar tanto tiempo con tacones hasta llegar al barrio de Ruzafa. Tenía las piernas muy juntas, sentada en un asiento cerca de una de las puertas de los vagones. Sentía la mirada de un grupo de hombres a unos metros. Fingí que no me importaba mientras prestaba atención a mis redes. Estaba incómoda, pero me había atrevido a salir de casa vestida de aquella manera y no tenía intención de regresar en horas. Llevaba un vestido de cuadros rojos, escotado y cuya falda estaba por encima de las rodillas. Me lo había puesto en tan pocas ocasiones porque nunca lo veía apropiado para ninguna situación. Así que estuvo cogiendo polvo en el armario hasta ese día.

Bajé en mi parada y apenas tuve que andar dos calles hasta llegar al pub en cuestión. Los tacones eran gruesos y la suela tenía un poco de plataforma. Me gustaba sentirme un poco más alta de vez en cuando. Miré el reloj antes de entrar. Eran casi las doce de la noche. Estaba tan nerviosa que apenas había cenado. No reparó en mí hasta que me senté en uno de los taburetes libres de la barra.

—Buenas noches... —Al fin sus ojos cayeron en mí. Se abrieron por la sorpresa, aunque pronto volvió a su expresión habitual—. ¿Qué desea tomar?

Presioné mis labios pintados de rojo antes de responder.

—Una Coca-Cola, por favor.

—¿Seguro que no quieres un lingotazo de whisky? —se burló. Aún tenía presente la última conversación que tuvimos en privado.

—No.

Colocó frente a mí un vaso con hielos y al lado la botellita de refresco.

—Serán 2,50€, por favor.

Abrí mi bolso, sobre mis rodillas, para sacar la cartera.

—Con tarjeta.

En el momento en que él se giró a por el datáfono, yo le esperaba con la tarjeta en una mano. Pagué y, a continuación, la otra mano que mantenía cerrada en un puño, la extendí hacia él.

—Y esto, es para ti.

De nuevo, su rostro se contrajo por la sorpresa. Después, esbozó una sonrisa cargada de diversión y cierta maldad. Debía esperar propina, pero le había algo que estaba segura de que le iba a gustar más que un par de monedas. El pequeño mando del vibrador entre sus manos. Me lo devolvió hacía semanas.

Apreté las piernas sobre el asiento, nerviosa. Trataba de mantener la vista en sus ojos de plata, que me miraban como mira un lobo a su presa. Recorrió con sus pupilas mi cuerpo, o la parte que se dejaba ver pese a tener la barra entre nosotros. Me miró el escote, y supongo que se dio cuenta de que no llevaba sujetador cuando mis pezones se marcaron, erizados por los nervios.

—Me he portado muy mal... —susurré, olvidándome de que había gente ocupando alguna de las mesas—. Merezco que me castigues.

Esa sonrisa de nuevo.

—Bien. Pues quédate ahí quieta hasta que termine. Hoy cierro.

Asentí con la cabeza y me quedé quieta, esperando a que quisiera jugar conmigo. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro