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— ¡Buenas tardes!, ¿se encuentra TaeHyung?
Silencio. Incómodo y extraño silencio. Tan incómodo y extraño como la aparición en frente mío. Parpadeo repetidas veces. Podría jurar que esos enormes ojos que me observan son exactamente los mismos. Firmaría una declaración jurada de que esos labios de corazón sonríen con la misma curvatura. Le contradeciría al mismísimo Dios, si me negara que esa tersa piel no es igual de blanca y brillante.
Y saldría perdiendo. Porque no puede ser él.
— ¿Disculpe? ¡ Me he equivocado de casa?
¿Disculpa? ¿Me has dicho que me he equivocado? No solo puedo recordar su voz como en ese momento, las palabras me recuerdan ese momento específico. Han pasado demasiados años desde que vi una foto suya, no debería recordar el ancho de su espalda, o como se sonrojan sus mejillas por el frío. Han pasado veinte años desde que escuché su voz por última vez, o su risa me envolvió, y aún así juraría que esta persona enfrente mío tiene el mismo timbre.
Por un momento me siento como un joven esperando el momento de una segunda oportunidad. Una que lo arregle todo.
Lo noto incómodo, sin saber qué hacer.
— ¿JongSoo?
Giro al escuchar a mi hijo, que nos mira extrañados.
— Papá, el es mi compañero, Oh JongSoo, vino a hacer un trabajo.
Asiento, sonrío y me disculpo con el muchacho en la puerta, moviéndome para que pueda ingresar. Hace una pequeña referencia, una diminuta y sutil sonrisa y sigue a Tae, que me avisa que estarán en su cuarto trabajando.
Cuando desaparece por la puerta juraría que puedo escuchar mis latidos desbocados en toda la habitación. ¿Cómo es posible? No puede ser él. Él está muerto.
Hace 20 años.
Se podrían oír los jadeos en la oscura habitación. También el sonido de los cuerpos hundiéndose en el sillón, o del pequeño movimiento de este. Se oía placer, se olía sexo, pero casi no se veía nada.
KyungSoo disfrutaba del sexo a oscuras. No por complejos. No por miedos. Menos por inseguridades. Él no era el temeroso de la relación. Simplemente disfrutaba darle más atención a esos sentidos que se dejaban de lado en la cotidianeidad cuando se podía ver.
A él no le calentaba mucho la vista. Su punto débil era el roce de pieles. Los gemidos ahogados. Y su olor.
— Ah... Ah... Ahí... Más fuerte, mierda.
Hoy le había tocado ser el de arriba. Y mierda que lo disfrutaba. Bueno, también amaba ser el de abajo. Amaba el sexo.
Cuando estaba arriba, disfrutaba un hermoso y caliente canal envolviéndolo. Si estaba abajo su próstata le generaba otro tipo de placer. Uno doble. Más intenso, pero no tan constante.
Sintió la lengua de JongIn mientras subía por su cuello. La pose favorita de su novio cuando recibía era montarlo, amaba estar encima suyo, tocar su cabello, chupar su cuello y dejar pequeñas mordeduras. Sospechaba que JongIn disfrutaba más ser el de abajo, pero por su altura, apariencia de macho y crisis de heterosexualidad fallida, este nunca lo había confirmado.
— Kyunnng, má..s, jus..to a..hí
KyungSoo río.
— Nini quiere que le dé bien duro, pero Nini está arriba. Dale, amor, acelerá para papi.
JongIn podía tener crisis de homosexualidad no asumida por completo fuera del cuarto. Pero dentro sabía bien quién dominaba la situación, sin importar quién se la metiera a quién.
El sexo entre ellos siempre era increíble. Ambos buscaban lo mismo: placer y aventura. El problema se daba fuera de la cama, o de otros artefactos cuando no se usaban para el sexo.
Mientras que KyungSoo había asumido, abrazado y amado su homosexualidad, JongIn aún se avergonzaba. Hecho curioso, ya que él realmente no era gay. Era bisexual, amaba el sexo con ambos géneros, pero haberse enamorado de un hombre (y disfrutar "que se la metan") le generaba miedo. Miedo al rechazo. Miedo a la burla. Miedo a la discriminación.
El pequeño mayor pensaba que era cuestión de tiempo, de costumbre, pero cuando al año el moreno seguía intentando ocultar muchas veces su relación, supo que solo había dos caminos: O JongIn aceptaba su amor en público, o KyungSoo cortaría con la relación. Lo amaba, pero sabía que se amaba más a sí mismo como para dedicarse a vivir una mentira.
— JongIn, tenemos que hablar.
Podría jurar que vió como su tono canela palidecía ante esa frase. Es mundialmente sabido que si alguien te dice eso, está buscando hablar sobre algo que no querés escuchar.
— ¿Qué pasó, amor?
— Justamente eso. No me siento como tu "amor". Ocultás la relación a tu familia, muchas veces rechazás mi contacto en público... No quiero eso Innie, te amo, pero no quiero un amor a oscuras. A oscuras me gusta el sexo, no el amor.
JongIn lo sabía. Sabía que tenía razón. Pero solo en el fondo lo reconocería. En ese momento intentó jugar la carta que siempre le funcionaba. Que necesitaba más tiempo. Que sabía que su familia era homfóbica. Que en la academia no podía saberse. Que... Era varias excusas que venía repitiendo hacía tiempo. Solo que esa vez no funcionaron.
— Te amo KyungSoo, dame más tiempo, yo...
Pero fue interrumpido por un rostro lleno de lágrimas saladas y sonrisa quebrada.
— Sé que me amás. Pero así como vos te amás más a vos y te priorizás, es hora de que yo haga lo mismo. Te amo, pero quiero ser completamente feliz, no a medias.
Y así terminó su relación. JongIn esperó que al enano se le pasara el enojo. Él era así, explotaba y luego, tras pensarlo, se calmaba y volvía. Ya habría otra oportunidad para hacerlo bien.
Paso una semana, no hubo noticias. Pasaron dos, alguien le comentó que lo habían visto en un bar de la zona universitaria. Pasó un mes, lo vió mientras observaba un sweater de ositos. Pasó un año, y aún no había vuelto. Él tampoco, tenía miedo de lo que podía llegar a pasar si volvían. ¿Y si su familia le sacaba la ayuda económica? ¿Y si su hermana no lo dejaba volver a ver a sus sobrinos? ¿Y si la gente lo rechazaba?
Había guardado en una caja todos los recuerdos que tenían. Fotos, pequeños regalos, un frasco de perfume que había olvidado en su cuarto. Lo recordaba todos los días, lo anhelaba en cada momento dibujado y lo extrañaba desde dentro. Lo amaba como nunca había amado a nadie, y lo había dejado ir no por amor propio, como había sido acusado. Por miedo. ¿Y si lo amaba tanto y renunciaba a todo... por nada? Las relaciones terminaban todos los días, KyungSoo bien podría haberse aburrido de él y dejarlo solo, sin familia y con el corazón roto en el suelo, pisoteado por las ilusiones rotas.
Eran solo excusas, esas pequeñas mentiras piadosas que te contás a vos mismo cuando sabés que cometiste un error enorme. Incluso con esas excusas él creía, en el fondo de su alma, que habría otra oportunidad para hacer lo correcto. Para arreglar las cosas y estar juntos.
No fueron hasta dos años después de su ruptura que volvió a tener noticias firmes de su ex y que lo volvió a ver. Si a eso se lo puede llamar "volverse a ver".
Había salido con su hermano menor, Taemin. Paseaban por entre las tiendas mientras tomaban un chocolate caliente (de esos takeout tan de moda) cuando vibró el celular de su hermano. Abrió el mensaje y lo vió fruncir el ceño.
— JongIn, ¿has visto a tus compañeros?
— No. Estoy preparando los finales y ninguno es grupal.
— ¿Has revisado tu teléfono?
— Taemin, estamos yendo a la tienda a ver teléfonos, el mío se rompió por pisarlo mientras practicaba.
Lo miró molesto, su hermano podía vivir en las nubes cuando quería.
— Yo... Esto... ¿recordás a tu amigo KyungSoo?
Si Taemin hubiera nacido para a empatía, más que para el baile, hubiera notado la falta de color en su hermano, la rigidez de sus manos, y tal vez un pequeño cambio en su respiración. Afortunadamente para JongIn, a su hermano las personas no se le daban muy bien.
— Sí, ¿por?
Casual, JongIn, casual. Solo dijo su nombre. No apareció, no te mostró fotos de él con un nuevo y sensual novio. Solo lo nombró.
— Tuvo un accidente, parece... Falleció, están realizando el servicio en estos momentos.
Cuando estás practicando una coreografía y te sabés la melodía de memoria, si el parlante se queda sin batería y se apaga no pasa nada. Sabés el ritmo, el movimiento, y configurás cada sonido dentro de una melodía silenciosa. La única manera de sacarte de tu mundo musical es resbalándote, quizás un portazo de alguien que se metió a la sala de prácticas y carece de delicadeza. JongIn pudo sentir como si estuviera en la sala de prácticas, y alguien hubiera humedecido el piso apra que el resbalara.
Su corazón dejó de latir un momento, para comenzar a empujar con fuerza un segundo después.
— ¿Qué?
Taemin siguió hablando. Había sido un accidente automovilístico. Un chofer borracho, decía el mensaje. Lo estaban velando en ese momento. Había sido muy trágico, decía.
— ¿No será otro KyungSoo?
— No, acá me dijeron. Do KyungSoo, ¿no? De hecho me preguntaron por qué no estabas. ¿No eran buenos amigos hace como un año?
Buenos amigos. No precisamente. Amigos no sería la palabra real. Si la pública, si la oficial, pero no la real.
Se le secó la garganta. Se le cayó el takeout. Y comenzó a llorar.
Su hermano menor no comprendía la angustia de su hermano. Había sido su amigo, sí. Solían estar siempre juntos, sí. Pero de eso hacía años. No lo había nombrado en años. Intentó calmarlo, recurriendo a lo único que nunca falla cuando alguien tiene el corazón roto. Lo abrazó y lo dejó llorar.
Kim JongIn, exnovio de KyungSoo, y su, aún, enamorado, se presentó al funeral al otro día. Tenía la mirada perdida y el alma apagada.
Veía su foto en el velorio, una foto donde esa sonrisa con forma de corazón iluminaba todo lo que se la encontrara. Lo único que vino a su mente en ese momento era que las cosas no debían ser así.
Deberían haberse reencontrado en la calle. Sonreído tímidamente. Recordar equeños detalles juntos. Volver a verse seguido. Después de un tiempo algún beso tímido. Finalmente retomar su relación, aún más enamorados que antes.
Esto no era un reencuentro. Era un final. No solo el final de KyungSoo, también era el de JongIn.
La persona que más había amado, la persona que aún amaba y cuyo corazón había roto, se había esfumado. Desaparecido como la lluvia en un día de verano. Solo vivía en sus recuerdos y, allí, sabía que vivía triste.
Hubiera pagado cualquier precio por verlo de nuevo. Dado lo que sea por una oportunidad más junto a él. Y, aún así, ningún precio podría pagar lo que Kim JongIn debía aprender en esa vida. Y lo hizo.
A sus 22 años Kim JongIn aprendió que amar es de valientes, que el verdadero perdón nos lo tenemos que dar a nosotros mismos, y que los muertos encuentran la paz que los vivos pierden al descubrir que la muerte no tiene remedio.
JongIn aprendió que no siempre hay otra oportunidad para hacer las cosas bien.
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