Capítulo 22
A pesar de estar de espaldas a él, noté cómo le daba una patada a una vieja lata de aceite de coche y esta se deslizaba unos metros sobre el cemento del taller hasta detenerse a pocos metros de mí. Los pasos se reanudaron, caminando en círculos lentamente, aunque con una incomodidad palpable que no era capaz de ignorar.
- ¿No puedes estarte quieto un minuto? - Pregunté, girándome hacia él y alzando una ceja, medio demostrando mi desesperación y medio compartiendo su cansancio. Shiloh se quedó paralizado y se pasó una mano por el tupé negro, fingiendo una paciencia infinita.
- Los guerreros podemos esperar con paciencia hasta a la muerte si hace falta, pero no soporto estar aquí parado sin hacer nada, mirando cómo tú tampoco haces nada. - Murmuró, volviendo a sentarse en el bidón destartalado que había al lado de mi mesa. Era la cuarta vez en los últimos diez minutos que se dejaba caer sobre el recipiente y yo estaba esperando placenteramente que la tapa cediera y él se embadurnara de que lo que fuera que hubiera en su interior.
- Vete si quieres, no va a pasarme nada por estar un rato sola. Sé defenderme. - Dije, siendo consciente por primera de la cantidad de horas que llevábamos en aquel lugar. Me había pasado tanto tiempo mirando mi antiguo interfono, sujetando un par de cristales de manera estratégica para que funcionaran como una lupa, que los ojos me dolían y la sangre parecía haber dejado de circularme por los brazos.
- Gracias a quien te ha enseñado. - Le lancé una mirada llena de fingido odio, porque sabía que era cierto y porque sabía que estaba bromeando conmigo. Ladeó la cabeza, sonriéndome, y yo no pude evitar devolverle el gesto.
Shiloh y Rona me comprendían, o al menos lo intentaban con todas sus fuerzas. Uno por una bofetada de realidad que le había abierto los ojos, y otra por una deuda de sangre que la había obligado a acercarse a mí un poco más.
Todavía quedaban restos de nuestros antiguos altercados, pero ellos habían llegado a un punto de razonamiento en el que entendían mi condición. Me habían tratado como a un animal por desconocimiento, por estar acostumbrados a rechazar todo aquello que les recordara la antigua guerra que había condicionado sus vidas desde incluso antes de nacer. Me habían humillado y maltratado a causa de una mezcla visceral entre el pánico y la rabia. Y a pesar de que aún me dolía en el alma por lo que me habían hecho, yo lo entendía y ellos se arrepentían. Ahora que me conocían, eran conscientes de que mi único objetivo era sobrevivir, al igual que ellos, y que lo que mi pueblo había hecho no implicaba que yo pensara y actuara igual que ellos.
Ya no me seguían para evitar que me escapara o para supervisar mis actos, sino que me cubrían las espaldas, al igual que lo harían con cualquiera de los suyos en peligro; porque a pesar de que ellos estaban de mi lado y aunque Zay había dado órdenes a mi favor, el miedo y la desconfianza seguían en el cuerpo de muchas personas de la comunidad Green, por no hablar de las demás.
- De verdad que puedes irte, yo no tardaré en bajar, no me apetece que me pille la noche. - En mi mente resonaron entonces los rugidos de los carnívoros nocturnos.
- No importa, de todos modos tenía pensado arrastrarte de vuelta en poco tiempo aunque fuera en contra de tu voluntad. - Se levantó de nuevo y dio un par de vueltas más a mi alrededor. - Te has pasado aquí toda la mañana y toda la tarde, tranquilízate, ahora tienes tiempo de sobra para arreglar ese trasto porque Xena te ha dado todo el tiempo que necesites. Relájate. - Se asomó por encima de mi hombro y frunció el ceño al ver la maraña de cables en miniatura del aparato.
- ¿No estabas deseando que desapareciera? - Bromeé, dejando caer los instrumentos sobre la superficie y destensando las articulaciones.
- Como soy de las pocas personas de fiar de Zay, me pone a vigilar lo que se conspira contra ti y no a cavar zanjas. Mientras estés por aquí no tendré que trabajar demasiado.
- Creí que te dedicabas a entrenar niños y a ser una especie de consejero del gobierno.
- Cierto, pero cuando andamos bajos de personal soy una herramienta multiusos.- Se frotó los ojos marrones y el mentón con barba incipiente, como si quisiera despejarse después de una larga siesta. - ¿Qué te parece si hacemos un cuerpo a cuerpo rápido? Me apoyó las manos en los hombros y me hizo girar del todo para ponerme frente a él. - El ejercicio te ayudará a desconectar un poco la mente.
- No me gusta el deporte. - Murmuré con voz quejumbrosa mientras me tiraba del brazo para ponerme en pie, pero a pesar de lo que dije no opuse demasiada resistencia.
- ¿En serio? Cuando llegaste creí que estabas acostumbrada. - En cuanto me coloqué frente a él me lanzó un golpe flojo que no me costó esquivar.
- En mi trabajo necesitaba estar en forma, saber defenderme y ser rápida. - Todavía tenía los músculos agarrotados por haber estado demasiadas horas en la misma posición, por eso cuando me lanzó el siguiente puñetazo, y a pesar de haber sido tan débil como el anterior, casi consiguió acertarme en la barbilla. Frunció el ceño, advirtiéndome en silencio.
Los agujeros del techo, las pequeñas ventanas rotas y la puerta abierta dejaban entrar una gran cantidad de luz que proyectaba extrañas formas geométricas en el cemento del garaje. Sin embargo, a pesar del cielo sin nubes, la corriente helada de otoño hacía que sintiera los huesos como si estuvieran inmersos en escarcha.
- Eso no es suficiente para sobrevivir. Tienes que ser silenciosa, ágil y fuerte. No sirve de nada saber miles de técnicas teóricas si no sabes ejecutarlas o si no tienes la fuerza necesaria para que tengan efecto: tienes que hallar un punto débil, y si a pesar de los entrenamientos no consigues tener fuerza bruta, debes saber cómo redirigir la de tu adversario para usarla en su contra. - Me lanzó entonces una potente arremetida hacia el vientre y yo salté hacia un lado, le sujeté la muñeca y tiré en la misma dirección hacia la que él se había lanzado. La potencia de su cuerpo se unió a mi ataque y perdió el equilibrio hacia adelante hasta casi dejarse los dientes en el mismo lugar en el que yo había estado un segundo antes.
Retrocedí rápido, sabiendo que iba a intentar saltar sobre mí, pero trastabillé con la lata con la que él había estado jugueteando durante toda la tarde y el susto casi me hizo caer sobre el bidón que él había utilizado de asiento.
- Ser sigilosa y ágil puede hacer que ni siquiera necesites defenderte, porque si nadie te ve, ni nadie te escucha... - Se movió a tal velocidad que en un momento lo tenía detrás y al siguiente estaba frente a mí, clavándome en la pared. Me quedé boquiabierta y sin aliento por la sorpresa. - La gente suele tener espalda, ¿sabes? Es algo habitual aquí, tú también la tienes, ¿ves? - Habló sonriendo, victorioso, y como si se lo estuviera explicando a una niña pequeña. Entonces presionó sus dedos en el punto de unión de las costillas con la columna y yo tuve que apretar los labios para no reírme y parecer una guerrera furiosa. Tenía su cara a un palmo de distancia, y cuando forcejeé para zafarme de él, la distancia se redujo a menos de la mitad, acorralándome. Su otra mano pasó a mi hombro, apretándome para que no me separara ni un centímetro de la roca, y no pude ignorar el contacto de su pulgar en el inicio de mi clavícula.
No tenía los ojos marrones, en realidad eran como la miel, y se deslizaron por mi cara hasta la boca. Me tensé y él perdió la sonrisa. Se separó incluso más rápido de lo que se había acercado.
- Deberíamos irnos ya, están organizando una fiesta y pienso ser de los primeros en la cola de la barra. - Recogió su mochila con provisiones y elementos de emergencia. Yo guardé todos los materiales que había estado usando en una caja y la escondí en el fondo de una estantería llena de trastos.
- ¿Una fiesta? - Me eché la capucha por encima y me tapé el rostro con un paño, tratando de ignorar la imagen de Shiloh estudiando mis labios.
- Ya sabes, el día de los muertos. - Dicho esto, ambos salimos al exterior cuando el frío sol de octubre se estaba hundiendo en las montañas.
***
Los tambores se escuchaban incluso en los pasillos aislados y lejanos. Había también instrumentos de viento y timbre grave, pero no supe identificar cuáles. Era un ritmo alegre y gutural, casi prehistórico, seguido por un griterío descomunal de lo que parecían cientos de personas. Shiloh me dirigió por zonas del laberinto de roca por las que nunca había pasado y me di cuenta entonces de que toda la comunidad había abandonado las bombillas para regresar, solo por aquella noche, a las velas de cera amarilla.
Sombras espectrales en los salientes y esquinas, sonidos cada vez más intensos que me hacían vibrar la sangre hasta ahora aletargada en las venas. El corazón se me aceleró por la anticipación. Y de repente, unas cortinas verdes y naranjas, raídas, abiertas de par en par para dejar ver una inmensa sala atestada de seres humanos, muchos de ellos vestidos de dichos colores.
- No sé si debería. - Grité para que él pudiera oírme, pero sin mirarle, ya que no era capaz de despegar los ojos de las personas que hacían sonar cuernos curvados e inmensos. Esos eran los instrumentos de viento. - Si se dan cuenta de quién soy...
- No nos separaremos de ti. Además, hay tanta gente que no se fijarán en ti . - Shiloh también habló alzando la voz, porque el bullicio era tan tremebundo que casi hacía daño en los oídos. Cuando iba a preguntarle quién más estaría allí, señaló una de las mesas que había cerca de una improvisada barra, donde pude ver un par de caras conocidas. - Normalmente esto es un comedor común, pero cuando hay algo que celebrar se quitan mesas y se abre espacio. Venga, no te separes de mí.
Naranja y verde, por todos lados. Gritos de alegría y conversaciones que se entremezclaban y se perdían. Hombres y mujeres con baquetas que estrellaban con todas sus fuerzas contra los bombos. Personas empleando las cornamentas de distintos animales para hacer resonar música profunda y llena de eco. Había individuos disfrazados con las pieles y cráneos deformes de animales, de echo, cuando un hombre se me acercó, aullando y con la calavera de un lobo sobre el rostro, no supe si asestarle un golpe o salir corriendo del susto.
La sensación era tan abrumadora que tuve que agarrar a Shiloh por un brazo o la multitud me engulliría sin darme cuenta. Nos movimos a base de empujones, y cuando creí que me ahogaría entre la masa de carne y extremidades, alcanzamos lo que estábamos buscando. Me quedé anclada e incómoda.
- Si puedes salir de tu habitación para trabajar, también puedes hacerlo para pasarlo bien durante un rato. - Zay apareció a mi lado y sus palabras encajaron justo con lo que estaba pensando, probablemente leyéndolo en la tensión de mis hombros. Sostenía una bandeja de jarras destartaladas de metal, madera y barro cocido, de tamaños y formas distintas, y verlo así, sosteniendo bebidas para la gente que se arremolinaba alrededor de la mesa, hizo que la imagen de líder desapareciera y surgiera un atisbo de Peter. - Venga, siéntate, tienes que probar esto. - Dejó uno de los vasos entre mis manos antes de que pudiera negarme. Rona cogió otros dos y bebió de uno mientras escudriñaba lo que había a su alrededor en busca del que sería el dueño del segundo recipiente.
- Va a morirse. - Shiloh habló con el chico refiriéndose a mí y mirando por encima de su hombro para comprobar el contenido de las tazas y pequeñas vasijas. - Espera, ¿no hay nada para mí?
- No contábamos con Brett, vas a tener que ir a pedir más.
- Cuando lo atiendan ya habremos terminado esta ronda. - Rona señaló a Shiloh con el dedo índice. - Aprovecha para pedir la siguiente ya. - El chico frunció el ceño mientras se giraba para observar la marea viva que se agolpaba alrededor de unas tablas de madera por las que circulaban botellas.
- Tendríamos que haber bajado antes. - Me miró de manera acusatoria y luego se disipó entre la muchedumbre.
- ¿Quién es Brett? - Pregunté, olisqueando el líquido anaranjado. Era dulzón pero muy fuerte.
- Mi hermano. - Rona, más alegre de lo que nunca la había visto, se sentó en el banco de madera y yo terminé por imitarla, con ella al lado y Zay de frente. - Que por cierto me gustaría saber dónde está. - La miré de reojo, intentando que no percibiera lo que estaba haciendo, y le saqué una imagen mental a su rostro desprovisto de tela. Mandíbula torcida, cicatrices en las mejillas que curvaban sus labios amoratados en una mueca de sonrisa permanente y nariz con una aleta más pequeña que la otra.
- Busca a las aprendices de último año de Shiloh y lo encontrarás a él. - Al fijarme en Zay, que se inclinaba por encima de la mesa para hablar con nosotras, descubrí un par de líneas verdes y naranjas en lo alto de sus pómulos, a modo de pinturas de guerra, y por los colores que reinaban en el lugar, intuí que tendrían una fuerte relación con el pueblo. Alcé las cejas de manera inquisitoria.
- Si yo no soy patriótico ¿Quién va a serlo? - Rona se levantó, ignorando por completo la conversación, y se alejó de nosotros murmurando algo sobre ir a buscar a un bastardo. Por cómo se entrecerraron sus ojos, supe que el chico estaba sonriendo. - Prueba eso. - Señaló la destartalada jarra de metal que yo tenía en frente. - Y no te preocupes por ellos, se pasan el día así.
Me quité la tela de la boca y aproveché para deshacerme también de la capucha, ya que allí dentro hacía un calor infernal, más de lo que creía posible en el subsuelo. Miré de nuevo el licor con desconfianza, pero le di un trago de todos modos. Sentí papel de lija en la garganta y la temperatura de mi cuerpo se elevó hasta casi parecer fiebre. La risa de Zay llegó a mis oídos.
- ¿No hay cerveza? - Empujé aquella cosa unos metros de mí, aún con la nariz y la frente arrugada.
- Eso es para blandos.
- Me gustaría verte a ti, fiera. - No creí que fuera a hacerlo, más por el hecho de tener que quitarse la tela de la cara delante de tanta gente que por no ser capaz de tragarse aquel mejunje. Sin embargo, de un tirón se apartó el paño, cogió su vaso y dio tres largos tragos que me dejaron boquiabierta. Debería estar en el suelo. Inconsciente. O convulsionando. Pero no hacía más que reírse descaradamente.
- Te toca. - Fruncí el ceño, cogiendo esta vez su recipiente porque probablemente estuviera menos cargado...pero no fue así. Me tapé la nariz, cerré los ojos y bebí con tragos profundos lo que él había dejado.
Empecé a toser mientras mis tripas se contorsionaban. En realidad estaba bastante bueno, pero el sabor intenso del alcohol hacía que fuera casi imposible percibir el resto de sustancias que conformaban aquella extraña mezcla. Tenías que estar muy acostumbrado. Cuando abrí los párpados de nuevo, Zay ya tenía la faz oculta otra vez.
- ¿Todavía no ha vuelto Shiloh? - Rona apareció de nuevo a mi lado siendo perseguida por un chico tan alto que probablemente le sacaría una cabeza incluso a Zay.
- ¿Es ella? ¿En serio? ¿La que cayó del cielo? - El joven, una copia masculina de su hermana incluso hasta el nivel de sus lesiones, se inclinó desde detrás de ella para observarme de cerca con aquellos ojos ambarinos propios de un gato. Tenía el cabello rubio largo hasta los hombros y le enredaba en la gran cornamenta de ciervo que llevaba en la espalda.
- Teóricamente no caí... - Iba a continuar hablando, pero él, eufórico como no había visto a nadie nunca, me interrumpió.
- ¿Es verdad que es anatómicamente perfecta? - Sentí la rojez fluir por mis mejillas, seguramente combinación del alcohol y de aquellas palabras que podrían interpretarse de mil maneras.
- Deja de mirarla así, que no es un mono de feria. - Las palabras de la chica no trasmitían ni de lejos una pizca de ira, más bien miraba la situación con mucha diversión.
- Me gustaría saber hasta qué punto es perfecto su cuerpo. - Él se coló entre Rona y yo, aproximándose tanto a mí que casi me caí del banco intentando guardar las distancias. Zay estaba riendo y muy atento a la conversación. Rona observaba a su hermano con los ojos entrecerrados pero una sonrisa en los labios. Y entonces supe que el chico, poco mayor que yo, estaba jugando y riéndose de mí, porque si fuera a hacerme daño, ni Rona lo hubiera traído con ella ni Zay lo hubiera dejado quedarse.
- ¿Sabes qué es lo más perfecto de mi cuerpo? - Dije las palabras en el tono más sensual que pude, reduciendo los centímetros entre nosotros, tanto que incluso contuvo la respiración. Shiloh apareció a mi lado con la segunda ronda de bebidas y se quedó petrificado ante la conversación. - El oído. Puedes hablarme a mí ¿Sabes? Estoy aquí delante. - Rona estalló en una carcajada y Zay casi se atragantó con el líquido de lo que antes había sido mi vaso.
- Me caes bien. - Murmuró Brett, con una mirada extasiada.
- Tranquila Lizzé, habla mucho pero no hace nada. - Rona empujó al joven rubio del banco y se colocó a mi lado.
- Discrepo ¿Quieres saber lo que hago? - La sonrisa burlona de él hizo que la chica fingiera una arcada.
- Por el amor de Cristo, que soy tu hermana.
- Tú lo que eres es una bastarda.
- Búscate un insulto propio. - Le propinó un nuevo empujón. - Ya la conoces, ahora vuelve a correr detrás de las niñatas, que al menos tienen la misma edad mental que tú.
- ¡Hasta luego, Liz, nos veremos pronto! - Dicho esto, despareció rápidamente ignorando la pulla de su familiar.
- Voy a hacer como que no acabo de escuchar nada. - Shiloh se sentó al lado de Zay y dejó el nuevo lote de vasos sobre la mesa. Yo no estaba muy segura de poder seguir bebiendo aquella cosa sin que me diera un ataque, pero no tuve tiempo a decir nada en contra porque Rona dejó uno de los recipientes delante de mí. Di dos sorbos, ¿llevaba miel? Quise comprobarlo y continué bebiendo un poco más, ¿leche?
A lo largo de la noche el espectáculo fue aumentando. Empezaron a volar bandejas de comida, potajes y cocidos, dulces y bebidas...Los más atrevidos se subían a las pocas mesas y a la barra, cantando a pleno pulmón canciones tribales. Cada vez aparecían más individuos disfrazados incluso con pellejos de alimañas que no era capaz de identificar.
La gente no paraba de acercarse a Zay, saludándolo con fuertes palmadas en la espalda que a mí me hubieran tumbado y obsequiándolo con tantos cumplidos que resultaban excesivos. Parecían querelo tanto que lo trataban como si fuera un miembro de su propia familia, sangre de su sangre. Y le hacían mucho la pelota. Rona y Shiloh también estaban bastante ocupados conversando con pequeños grupos dispersos que se les acercaban de vez en cuando y los llenaban de elogios. Supuse que se debía a sus posiciones cercanas a Zay y a aquel extraño gobierno que ellos tres tenían montado. Al final las multitudes se acababan alejando de la mesa cuando Rona les ponía mala cara después de un largo rato de charlas poco sustanciosas.
Durante el poco rato que el líder estuvo comiendo, lo hizo, evidentemente, sin el paño sobre la boca, e inclinando la cabeza lo suficiente para que la capucha y la escasa luminosidad hicieran que apenas se pudieran distinguir los rasgos de su rostro. Intuí entonces, por su comportamiento y por el modo en el que sus compañeros rehuían la mirada, que no era habitual que Zay cenara con ellos.
Mucho más tarde, cuando ya las agujas del reloj marcaban las horas cercanas al amanecer, caminaba acompañada de Zay intentando que el trayecto hasta mi habitación no fuera demasiado penoso. Shiloh iba algunos metros por delante de nosotros, se metió en el cuarto que había justo en frente del mío y murmuró una rápida despedida antes de dejarnos solos en el túnel.
- No sabía que dormía tan cerca de mí.
- Se la asigné para que pudiera cuidarte los primeros días. - No me fijé en el saliente e roca que había en el suelo, tropecé y me hubiera dejado las rodillas en las piedras si el chico no me hubiera sujetado por la cadera.- No creí que pudiera afectarte tanto, si lo llego a saber te doy agua. - Se burló.
- Estoy bien, es solo que entre la bebida y el ruido me he quedado un poco mareada. - Se limitó a reír, pero por mucho que fingiera no iba a engañarme, sabía que a él las paredes también le estaban dando vueltas.- Entonces no te importará que no te deje descansar un rato aquí. - Dije, separándome para meter la llave en la cerradura y apoyándome en la entrada. Pestañeé un par de veces, a ver si así las velas dejaban de bailar por los corredores. - Supongo que no te va a costar nada cruzar lo que queda de pasillo sin montar un espectáculo. Sería un poco vergonzoso que los buenos pueblerinos se dieran cuenta de esa mirada vidriosa del líder Pashler. Buenas noches. - Estaba a punto de cerrar tras de mí cuando su mano bloqueó la puerta.
- Un minuto me vendrá bien para que se me asiente el estómago del todo. - Dijo, pasando a mi lado y pulsando el interruptor de la luz varias veces, sin resultado. - Por una noche al año en la que bebo con mis amigos solo me faltaría que... - Se detuvo. - ¿Por qué aún no han vuelto a poner en marcha las turbinas? - Escuché que trastabillaba con algo que había en mi mesilla de noche antes de que una par de llamas lamieran la cera.
- ¿Qué es lo que más echas de menos? - Me desplomé boca abajo sobre la cama y el mundo se agitó todavía más ante el repentino movimiento. - Bueno, ya lo sé, tus padres, tus amigos, tu perro y hasta el periquito... dime algo que me sorprenda. - Me removí como pude entre las mantas, sintiéndome más torpe de lo habitual. Él me miró sorprendido ante la pregunta inesperada que ni yo misma había planeado, sonrió, puso el pestillo y se deshizo de su capa y de las telas que le cubrían la cara. Luego echó mano de una sábana suelta, la arrojó al suelo y se sentó sobre ella para mitigar el frío de la roca.
- Err... mi moto o mis gafas. Voy a decir que mis gafas, porque soy muy miope y cada vez me cuesta más ver quién me saluda por los pasillos.
- Tú lo que estás es ciego de licor, no mientas. - A ambos nos entró la risa floja. - Las gafas y las motos no casan bien.
- Cuando conducía usaba lentillas, por si tenía un accidente que los cristales no... - Hice una mueca de aprensión, sabiendo lo que quería decir sin que hiciera falta que terminara la frase.- ¿Y tú? ¿Cuál es la cosa inanimada que más echas en falta? - No tardé demasiado en pensarlo, la imagen apareció en mi cerebro sin que yo pudiera decidirlo.
- ¿La cúpula? Ya sabes, por eso de haber mantenido a salvo a gran parte de la humanidad durante años. - Hice una pausa y me acomodé de lado para poder mirarle con mejor ángulo, ya que las velas hacían que fuera difícil percibir detalles de su faz. - He vivido toda mi vida con una monstruosa estructura sobre mi cabeza, ahora que no está, lo noto.
- Es una repuesta muy transcendental para estar borracha.
- Aquí el que no debería estar borracho eres tú, que se supone que eres un figura política importante. - Yo, poco acostumbrada a beber algo diferente a cerveza, había empezado a sentir los efectos del alcohol a la segunda copa, y tuve la decencia de detenerme antes de que pudiera acabar perjudicada, mientras que él no había tenido la mano vacía en toda la noche.
- Tengo más aguante y estoy más habituado, apenas voy a tener resaca.
- ¿Puedo ver tus tatuajes? - Ignoré lo que estaba diciendo, porque no tenía ganas de pensar en cómo iba a levantarme la mañana siguiente. Él se subió la manga del jersey rojo y extendió el brazo sobre el colchón. - Motos y tatuajes, la combinación clásica de un chico malo. - Murmuré, pasando los dedos por la piel entintada. Él se deslizó un poco más encima de la cama, liberando un suspiro y apoyando la cabeza porque probablemente le estaba empezando a dar vueltas.
- Salvo que yo soy un blando. Eso de tratar mal a las personas a las que quiero no va conmigo.
- ¿Qué significan? - Su antebrazo derecho estaba lleno de trazos oscuros como petróleo y yo deslicé las yemas por todos y cada uno de ellos. En la posición en la que estaba tumbado, pude atisbar los lunares paralelos de su garganta y tuve un impulso arrollador de hacer que mis de dedos viajaran allí también, pero me contuve.- Si no te importa, claro.
- Este fue el primero que me hice. - Señaló una calavera humana que tenía una fractura en la frente de la que surgía la vigorosa raíz de un árbol, la mandíbula abierta repleta de rosas y margaritas, los huecos de los ojos llenos de libélulas y colibríes alzando el vuelo. - Quería recordarme que la muerte no siempre es un final triste y oscuro del que debamos escapar. Después de ella siempre viene más vida, y es un doloroso ciclo contra el que no podemos luchar. La muerte, aunque pueda llegar a ser terrible, puede servir para algo bello, en muchos aspectos, y aunque sea atroz pensarlo fríamente, también es una salvación para muchos.
Hicimos un pausa de unos minutos en el que ni siquiera nos movimos, permaneciendo él con medio cuerpo sobre el colchón y la otra mitad en el suelo. El silencio era tan denso, únicamente roto por nuestras respiraciones calmadas, que tuve que obligarme a despegar los ojos de los dibujos para asegurarme de que seguía despierto. Tenía los párpados cerrados, pero debió de percibir mi mirada porque continuó hablando.
- El otro me lo hice cuando a mi madre le trasplantaron el corazón, pocos meses después del primero. El significado del tatuaje es el mismo, cruel, pero bello. La muerte de una persona le salvó la vida a mi madre. - Su voz era tan leve que, a pesar de la quietud de mi habitación, me costaba escucharle con claridad.
Había un corazón humano tatuado también en su antebrazo, con venas y arterias que empezaban marcándose bien, pero terminaban difuminándose y cambiando de forma hasta convertirse en flores. Cada vaso sanguíneo terminaba en ramilletes o pies independientes de orquídeas, tulipanes, hibiscos...
Más tiempo de silencio.
- Cuando te quedaste aquí, aislado, en peligro, al límite de la vida... ¿Pensaste en acabar con todo? - Pregunté con suavidad, pero esta vez, cuando volví a alzar el rostro para contemplarlo, sí que se había dormido.
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