Me moví rápida y dejé caer el peso de mi cuerpo sobre la puerta, haciendo que esta retrocediera de golpe el par de centímetros que había llegado a abrirse. En el transcurso de un parpadeo, Zay se ocultó entre sus ropas habituales y se alejó de la cama para apoyarse en la pared sobre la que yo había estado recostada un momento antes. Mi corazón había pegado un brinco dentro de su cavidad y ahora aún continuaba martilleando con ímpetu, pero a pesar de la sorpresa del momento, Zay pareció calmarse tan pronto como se había sobresaltado. Me dedicó una ojeada en la que advertí un ápice de diversión. O quizás no fuera diversión, sino complicidad y gratitud, porque yo había corrido a ocultar su secreto al igual que él había escondido el mío.
Puede que su tranquilidad fuera el resultado de la sangrienta batalla que se había llevado a cabo en su interior mientras me revelaba su verdadera identidad. A lo mejor aquel momento de paz interna era fruto de una decisión que yo había tomado casi de manera inconsciente. Había elegido guardarle las espaldas, no a Zay, él no necesitaba a nadie más a su lado, sino a Peter.
¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿Tenía sentido delatarle a pesar de que él había jugado con mi vida como si yo fuera poco más que una muñeca de trapo? ¿No me beneficiaba acaso guardarle el secreto para que él continuara siendo un apoyo? ¿Por qué perder la oportunidad de demostrar mi lealtad?
– ¿Lizzé? – La voz de Rona llegó hasta mi oídos desde el otro lado de la habitación y que fuera ella la culpable de la interrupción hizo que me sintiera todavía más nerviosa. Entreabrí la puerta sin mucha convicción a pesar de que ahora Zay ya podía ser visto por los demás. – ¿Estás bien? – Preguntó, probablemente leyendo en la expresión de mi rostro parte de la confusión y angustia que había sufrido en los últimos minutos dentro de aquella habitación. Me obligué a relajarme, y no fue hasta que liberé un suspiro que me di cuenta de lo agarrotados que tenía los músculos del cuerpo.
– Sí, claro. – Me hice a un lado para que pudiera entrar, pero no avanzó más de dos pasos al ver a Zay, descubriendo que acababa de cortar una conversación importante. El muchacho había adoptado una posición desenfadada, con una mezcla de aburrimiento y cansancio en su postura, aunque puede que esto último no fuera del todo parte de su actuación.
– Volveré en otro momento. – Dijo la chica, haciendo amago de regresar por el mismo camino por el que había llegado.
– No, solo había venido a comprobar que Lizzé estaba bien, os dejo solas. – Cuando el joven pasó por mi lado y desapareció en la penumbra del pasillo, tuve la necesidad de sujetarlo por el hombro y pedirle que se quedara un rato más. Tenía tantas dudas que mi cabeza parecía una cacerola con agua en ebullición, a punto de rebosar preguntas que no podría mantener en calma durante mucho tiempo. ¿Qué trato había hecho exactamente con Xena? ¿Le había contado que yo no iba a poder regresar a casa jamás? ¿Alguien más aparte de mí sabía quién era él realmente?
En cuanto la puerta se cerró con sigilo noté la presión de la mirada de Rona. Me di la vuelta y arreglé un par de mantas en mi cama con aire distraído, tratando de no establecer contacto visual y dejando claro que no me apetecía mantener una conversación con nadie más por el momento. Estaba agotada por el ejercicio físico y además nos estábamos adentrando en la madrugada. Mi mente estaba aún asimilando el falso ataque de Xena y la verdadera identidad del líder de la comunidad. Quería sumergirme entre las mantas, presionar un interruptor para apagar el rebumbio que me calcinaba las neuronas.
– ¿Por qué lo has hecho?– Alcé la vista hacia ella por primera vez y descubrí que sus labios formaban una tensa línea.
– ¿Qué?
– ¿Por qué me has salvado la vida? – Su voz reflejaba desconfianza e incluso algo de enfado. Entrecerró los ojos, como si estuviera buscando en mi cara la respuesta a su pregunta.
– ¿Estás cabreada porque yo te he salvado la vida y no por el hecho de que Zay te haya jugado una mala pasada igual que a mí?.
– Confío plenamente en sus actos, además, estoy habituada a jugarme la vida por causas que no llego a comprender demasiado bien, como el hecho de que Zay prefiera mantenerte con vida a pesar de todos los problemas que estás causando a esta comunidad.
– Te salvé la vida porque tengo conciencia. Aquella pelea me pareció muy real y el motivo por el que se había desencadenado era yo. No puedo dejar morir a nadie por mi culpa, y menos si puedo hacer algo para evitarlo. – No supe si mis propias palabras eran verdad. En el momento de la disputa la adrenalina había entrado a chorro en mis venas, por lo que había actuado más por impulsos inconscientes que porque me hubiera dedicado más de un segundo a pensar en ello. Si me hubiera detenido un momento a meditarlo ¿Habría evitado que la espada del gemelo atravesara a Rona? ¿De verdad habría merecido la pena salvar a una de las personas que más me había torturado en aquel lugar?
– Eres leal. – Lo dijo más como una afirmación que como una pregunta, y supe que lo estaba diciendo como si fuera el mayor cumplido que pudiera hacerle a nadie jamás. Fue entonces cuando Rona levantó la mano hacia mí como una ofrenda de paz.
Era la mujer con aspecto de león, la que me había encerrado en la oscuridad hasta perder la noción del tiempo, la que había deseado rajarme la garganta para poder ver cómo me desangraba lentamente.
Acepté el gesto y la estreché.
***
El invierno estaba tan próximo que una simple tormenta de otoño se estaba convirtiendo en un temporal de granizo y fuertes rachas de viento. Las bolas de hielo se hacían cada vez más grandes y nos golpeaban con más fuerza a medida que pasaban los segundos. Llevaba tres días lloviendo sin parar, y a pesar de que esta era la primera vez que salía al exterior desde que había estado en los viejos garajes, no me hacía falta estar fuera para saberlo. La humedad helada se colaba bajo tierra y se filtraba en las habitaciones y pasillos, mojándolo todo a pesar de que a tanta profundidad apenas se podían encontrar un par de goteras dispersas. La ropa en los armarios estaba más fría y a veces encharcada. La comida aguada. La gente tosía más a menudo.
Cuando había escuchado la conversación entre Rona y Shiloh sobre las pocas reservas de alimentos que habían conseguido almacenar para el invierno, me ofrecí voluntaria para acompañarlos en su próxima exploración; más emocionada por salir de las cuatro paredes que me encerraban que por matar animales indefensos. A pesar de que al principio se negaron y me advirtieron de lo duras que eran las jornadas de caza a aquellas altura del año, nunca habría imaginado algo como lo que estaba sucediendo.
Habíamos partido antes del amanecer, Zay, Shiloh, Rona, dos hombres y una mujer cuyos nombres desconocía, y yo. Ya entonces el día no parecía estar recibiéndonos con alegría. Un denso banco de niebla lo bañaba todo y había una lluvia fina pero constante que al final acabó por calarnos a todos hasta los huesos. Lo bueno de aquel clima era que podíamos movernos por el bosque de manera más silenciosa: las hojas estaban tan mojadas que nuestros pasos eran apenas imperceptibles. Habían pasado largas horas en las que ninguno de nosotros se había atrevido a abrir la boca, y si en algún momento alguno de nosotros llegaba a avistar el más mínimo de los movimientos entre la maleza, nos comunicábamos mediante señas ensayadas que yo rara vez conseguía comprender.
La noche empezaba a cernirse sobre aquel mundo salvaje y todavía no habíamos conseguido cazar nada con lo que aumentar nuestras reservas. Sin embargo, por la apariencia del cielo, si posponíamos la caza hasta que hiciera mejor tiempo quizás no volveríamos a salir al exterior hasta dentro de unas semanas.
Zay se movía a la cabeza de aquel grupo. Desde nuestro último encuentro no había podido volver a encontrarlo sin compañía. Actuaba igual que siempre, bastante indiferente hacia mí, como si no me hubiera revelado nada más importante que una receta familiar.
– Será mejor que nos refugiemos en las ruinas de las ciudades durante unos minutos, hasta que lo peor de la tormenta pase. – Apenas se inmutaba ante el granizo que rebotaba en su capucha y caía al suelo, tiñéndolo de blanco. Unos segundos después, mientras nos poníamos en marcha en una nueva dirección, el hielo se transformó en grandes gotas de agua que precipitaban con fuerza. El cielo comenzó a iluminarse por rayos y los truenos sonaban cada vez más cercanos. Dejamos de caminar con sigilo, ya que en el alboroto de la tormenta nuestras voces apenas podía ser escuchadas. Comenzamos a correr tan rápido como el suelo embarrado nos lo permitía.
Al poco rato atisbamos las primeras viviendas medio derruidas entre las que se enmarañaban árboles y arbustos. Las malas hierbas alcanzaban nuestros hombros. Zay seleccionó una casa al azar, demasiado concentrado en intentar ponernos a cubierto en un lugar de fácil accesibilidad que en escoger la que estuviera en mejores condiciones. Dio un par de patadas para echar abajo la puerta oxidada que había sido tapiada por tablas ahora llenas de moho. El líder desenfundó una de sus dos espadas y se adentró en la oscuridad dispuesto a vaciar el lugar de cualquier animal que pudiera intentar sorprendernos con la guardia baja. Rona pasó justo detrás de él, con un arco y una flecha listos para ser utilizados. Yo me moví un paso por detrás de ellos. Shiloh y un par de hombres más vigilaban la retaguardia. Justo en la entrada, había otra habitación sumergida en las sombras y pude distinguir el gesto silencioso que el chico le hizo a nuestra compañera, indicándole que revisara aquella estancia.
En el momento en el que la mujer que tenía detrás cruzó el umbral de la puerta, escuché el repiqueteo de las piedras, y asumí que el lugar estaba demasiado oscuro para poder ver bien el suelo que pisábamos, y en lugar de ser sigilosa, no podía evitar darle patadas a los trozos de cemento desperdigados. Pero estaba equivocada. Unos cuantos hilos de polvo cayeron del techo y me quedé paraliza. Más piedras rebotando. La mujer que tenía detrás chocó contra mi espalda, susurré una disculpa que quizás no llegó a escuchar y corrí los metros que me separaban de Zay porque aquel lugar en penumbra estaba haciendo que me volviera paranoica. Pero él también lo había notado.
– No os mováis. – Dijo, anclado al suelo en su posición de guardia y con una mano extendida hacia nosotros. Miró hacia arriba, muy atento, como si estuviera tratando de escuchar un sonido que solo él pudiera llegar a apreciar. Las ratas estallaron en gritos y lo que antes habían sido delgados hilos de partículas, se convirtieron en lo que parecían columnas de guijarros que caían del techo. – ¡Corred! – Un gran fragmento del piso de arriba se desprendió y aplastó a la mujer que estaba apenas unos pasos por detrás de mí. Un charco de sangre y restos de carne se extendió por el suelo y me salpicó la ropa. El grito que se me escapó de lo más hondo de las entrañas quedó oculto por el rebumbio del edificio viniéndose abajo. Zay tiró de mi muñeca hacia atrás cuando un nuevo bloque de hormigón se estrelló en el lugar en el que había estado medio segundo antes. La salida de aquel lugar quedó tapiada y todo se sumergió en una oscuridad tan profunda y fría como la del fondo de un océano.
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