
Capítulo 17
Al principio me sentí mareada y confusa, como si acabara de atravesar el agujero de una tormenta en pleno auge, pero lentamente la neblina de incertidumbre se fue disipando para dejar paso a una mezcla de sentimientos que me dejaron anclada al suelo.
Cuando me di cuenta de que Zay había pactado con Xena para probar mi lealtad, para asegurarse de que yo no era una amenaza, lo primero que sentí fue una oleada de aprensión y de traición. Había dejado que me convenciera para confiar plenamente en él. Había depositado mi vida en sus manos y él la había manejado como si careciera de valor. ¿Qué habría pasado si hubiera decidido huir de allí? ¿Hubiera sido por ello más peligrosa y más merecedora de la muerte? ¿Se habría acabado todo para mí?
Luego de esas emociones vino una punzada de rabia que me taladró por dentro. Todos habían estado jugando con los latidos de mi corazón. Se repartían delante de mis propias narices los derechos que tenían sobre mí como si fueran las cartas de una baraja. Había perdido toda la capacidad de decisión que tenía sobre mí misma y eso me hacía tener un arrollador torbellino de impotencia en el estómago que provocaba que unas lágrimas de rabia asomaran en el borde de mis ojos. Tuve que morderme la lengua para soportar las inmensas ganas que tenía de romper a llorar de frustración.
Y finalmente, cuando todos los presentes parecían por fin estar comprendiendo lo que había tenido lugar minutos antes, tuve una ligera sensación de alivio por haber hecho lo que se suponía que era lo correcto. Pero aquel sentimiento era tan tenue que se enmarañó y se disipó en el torrente de emociones.
Permanecí inmóvil mientras todos los presentes comentaban aquella partida de poker en la que la mayor apuesta había sido la que Zay había puesto sobre la mesa. Xena avanzó unos pasos hasta mí, el planeta se volvió a paralizar por la tensión y nadie más salvo ella se movió.
– Si supones una mínima molestia para mí. – Susurró en mi oído con suavidad. – No enviaré a nadie para acabar contigo. – Hizo una nueva pausa, dio un paso hacia atrás sin darme la espalda y volvió a hablar de nuevo. – ¿Lo has entendido?
– Sí. – Respondí en un murmullo tan leve como el suyo.
Supe desde el primer momento en el que la había visto que ella podría acabar con sus propias manos con cualquier persona que se interpusiera en sus objetivos, y teniendo en cuenta la profunda repugnancia que ella sentía por mí, era evidente que no se lo iba a pensar dos veces si se daba la oportunidad de matarme.
– Bien. – Dicho esto los gemelos se movieron hacia ella y cada uno se colocó a un lado para ayudarla a orientarse. – Espero que no llegue el día en el que me arrepienta de esto, Zay. – Ella deslizó una de sus delicadas manos blanquecinas por su hombro y luego caminó, ligera como una pluma, entre la multitud que abrió un pasillo ante ella.
– Se acabó el espectáculo. – Zay avivó la voz para que todos los presentes pudieran escucharle. – Ya habéis visto que esta chica no tiene otras intenciones a parte de sobrevivir. – Una ola de murmullos se alzó como si de una marea viva se tratara.
– ¿Qué acaba de pasar aquí? – Rona, claramente frustrada por haberse visto envuelta en una grave disputa que había resultado ser una simple función, se cruzó de brazos frente a Zay.
– ¿Nos has engañado? – Shiloh tampoco parecía satisfecho con el curso que habían seguido los acontecimientos.
– No, os he demostrado a vosotros también que ella es de fiar y que os prestaría su ayuda al igual que cualquier otro miembro de esta comunidad. – Zay contestó ojeando a Rona, dirigiéndola a ella especialmente.
– ¿El gemelo sabía que todo era un montaje? ¿O de verdad iba a intentar matarme? – Aunque respondió entre dientes, era evidente que se estaba empeñando en contener su enfado todo lo posible.
– No estoy seguro.
Para aquel entonces la conversación era como un eco en el fondo de mi mente. De repente me encontré a mí misma demasiado concentrada en intentar mantenerme serena.
Me dediqué a inspeccionar los rostros de las personas que, antes de abandonar la sala tal y como su líder les había pedido, se giraban en el último momento para echarme una rápida ojeada. Encerraban sus ojos tantos pensamientos que lo único que se podía llegar a leer en ellos era la duda. Y el recelo. Incertidumbre porque quizás todo en lo que creían se estaba viniendo abajo. Shiloh me había dicho una semana atrás que confiar en mí era casi como ir en contra de todo lo que él conocía. Sin embargo, no fue hasta entonces cuando me di cuenta de la profundidad que podían alcanzar aquellas palabras. Porque ver cómo se desmorona todo tu mundo, al igual que un edificio tambaleante siendo golpeado por la realidad, puede llegar a ser más doloroso como una profunda herida física.
– ¿Lizzé? – Volví a la realidad cuando Zay pronunció lo nombre. Intenté mirarlo con una expresión neutra, intentando ser prudente porque no estaba segura de poder seguir conteniéndome si comenzaba a hablar. Probablemente no llegué a conseguir mi objetivo, porque el chico debió leer algo en mi cara que le hizo entrecerrar los ojos.
– Lo siento. – Dicho esto, y antes de que pudiera obligarme a permanecer en aquella sala, me apuré en salir de allí justo cuando el lugar ya se había despejado del todo. Después de recorrer el pasillo principal y descender por las escaleras, entré en mi habitación y me dejé caer sobre la cama sin ser realmente consciente de cómo me sentía con respecto a todo aquello. ¿Se suponía que debía estar feliz por haber conseguido que todos confiaran en mí un poco más? ¿Debía pasar por alto el hecho de que Zay me la hubiera jugado de aquella manera?
Concentrada en intentar desenmarañar aquella selva de pensamientos, me acurruqué entre las sábanas y lentamente mis párpados empezaron a cerrarse. Fue entonces cuando me di cuenta del agotamiento: días en los que no había dormido lo suficiente para poder hacer el tendido eléctrico a tiempo, las agujetas que los estrictos entrenamientos me estaban causando, las magulladuras por todo el cuerpo... Me deshice perezosamente de los zapatos y dejé que la oscuridad me arropara.
Me desperté cuando escuché el roce de los nudillos sobre la puerta. No sabría decir si había transcurrido la noche entera o apenas unos minutos, porque me encontraba desorientada y tan cansada como cuando me había acostado. Decidí quedarme quieta y en silencio, esperando desde lo más profundo de mi corazón que me cedieran unas horas de tranquilidad.
– Lizzé, ábreme la puerta. – Tardé un poco más de la cuenta en reconocer la voz por estar todavía medio sumergida en el mundo de los sueños, pero cuando me percaté de que era Zay el que me llamaba, supe que no tenía otra opción y que iba a tener que enfrentarme a una charla con él. Sin embargo, esperaba al menos tener algo de margen para amueblar mi cabeza y meditar sobre lo que le iba a decir. Encendí la luz, liberé un suspiro y me arrastré fuera de las mantas.
– Creo que deberíamos hablar de lo que ha pasado. – Dijo en cuanto entró en la habitación. Se quedó observando la extraña bombilla que pendía del techo e hizo un gesto hacia ella. – Aún no me acostumbro a eso.
– ¿Qué hora es? – Me froté los ojos, cegada por la repentina luminosidad. El frío del suelo de piedra se me clavó en los pies descalzos y ascendió rápido por todo mi cuerpo.
– Medianoche. He tenido que hablar con Xena antes de que se fuera.
– Bien. – Hubo una pausa en la que intenté no mirarlo directamente.
– No pareces contenta.
– ¿Debería estarlo? – Pregunté, notando cómo la pequeña semilla de ira, latente hasta el momento en mi pecho, comenzada a echar las primeras raíces.
– Te he conseguido un voto de confianza. – La voz le salió igual de calmada que cuando discutía con Xena, pero esta vez cruzó los brazos sobre el pecho y entrecerró los ojos.
– ¡Has apostado mi vida a todo o nada! – Mis palabras sonaron más altas de lo que yo pretendía.
– Tu vida ya estaba en juego de todas formas. – Aquella frase me pellizcó el vientre y el hecho de que la hubiera empleado para justificarse hizo que, si no hubiera sido el líder de la comunidad, probablemente lo hubiera echado de aquella habitación inmediatamente.
Tomé aire lentamente para calmarme antes de volver a abrir la boca.
– Podrías haberme avisado. ¿Qué habría pasado si hubiera decidido esconderme hasta que el mal trago hubiera pasado? – Esperé una respuesta durante unos segundos, pero él se limitó a mirarme. – Vale. – Concluí, y esta vez tuve que darle la espalda, porque si continuaba de aquel modo pronto estallaría en lágrimas y gritos enfurecidos. Y lo habría hecho, en cualquier otra circunstancia le habría plantado cara y le habría hecho saber cuán cabreada estaba... pero todo estaba en sus manos. Todo con respecto a mí estaba en sus estúpidas manos.
– Sabía que le ibas a hacer frente. – Dijo, aparentemente sin demasiado interés.
– ¡No! ¡No lo sabías! – Dejé que mis pulmones se inflaran. – Pero tú también necesitabas una prueba de que podías confiar en mí ¿verdad? – Su expresión continuó neutra. – ¿No era suficiente la desesperación de una chica por seguir respirando? ¿Ni siquiera era bastante prueba de lealtad que supieras mi mayor secreto: que no voy a poder volver a casa? – Volví a girarme hacia él. – ¿Cómo se supone que voy yo a fiarme de ti si a la mínima oportunidad haces tratos con mi vida?
– No deberías hablarme de ese modo. – Su voz se volvió un poco más grave. Sin embargo, no movió ni un músculo, ni sus ojos se inmutaron ante el desgarro de emociones que estaba sufriendo ante él. No cambió su frialdad. Continuó lejano y ajeno.
Y no lo entendí. Porque primero parecía estar empeñado en querer ayudarme, en ser un líder con principios, en tratarme como a una igual. Me había tendido su mano por una razón que aún no encajaba del todo en mis esquemas, pero ahora permanecía totalmente indiferente ante la conversación y ante lo que ocurriera conmigo.
Al final, todo aquello me hizo rebosar. No explotar, sino rebosar. Porque la ira desapareció y me invadió una sensación de culpabilidad, incomprensión y derrota. Las lágrimas me mojaron el rostro y solo me di cuenta cuando noté el sabor de la sal en los labios. Automáticamente me restregué las mangas contra la cara llena de heridas y pequeñas cicatrices y volví a girarme para que no pudiera verme en ese estado.
– Tienes razón. – Suspiré, intentando recuperar la compostura. – Gracias por haberme ayudado.
Pasó un minuto en el que le supliqué al universo un poco de tranquilidad y soledad, deseando que aquel chico desapareciera de la habitación. Escuché unos pasos y un suspiro lento, luego noté sus dedos en mi hombro. Hizo que me diera la vuelta para quedar frente a él. Algo se revolvió en mi cuerpo, y también en el suyo al parecer, porque su mirada, clavada en mí de nuevo, parecía ahora realmente agotada y mucho menos gélida.
– No. – Murmuró. Cerró aquellos ojos negros como pozos en una extraña mueca. Una expresión de frustración, o quizás incluso un dolor tan evidente que yo misma noté en las entrañas. – Lo siento. A veces se me olvida que no todo el mundo es como Xena. – Sus párpados parecieron entrecerrarse en una sonrisa poco real. – Hoy me has demostrado mucho, y te la he jugado de una manera cruel y rastrera... pero si yo no me hubiera arriesgado, ella no habría aceptado el trato. – Los labios se me entreabrieron por la sorpresa de aquella repentina ola de sinceridad. Él retrocedió un paso y apretó los puños hasta que incluso yo pude escuchar el sonido del roce de la tela de sus guantes. – He visto que te habrías sacrificado por el simple hecho de que yo te he dado un lugar en el que resguardarte. He sido testigo incluso de cómo has ayudado a Rona, quien solo te ha cubierto las espaldas por obligación. Pero quiero que tú también te fíes de mí. – La voz le salió de la garganta de un modo tan amargo, casi animal, que hizo que un escalofrío me mordiera la columna vertebral. – Si al igual que yo, tú también necesitas una muestra de confianza... – El mundo se paró.
Todo se paralizó de un modo en el que casi me hace vomitar, al igual que un coche que frena de manera brusca cuando va a gran velocidad y el estómago se te encoge dolorosamente.
Vi cómo Zay se deshacía de los guantes negros con un par de tirones y los aferraba con fuerza y frustración.
Sus dedos blanquecidos se movieron desnudos hasta el paño que siempre le cubría la boca y se lo arrancó sin titubeos. Observé su mentón recto, labios rosados, la nariz, un pequeño lunar en la sien izquierda y me quedé sin respiración cuando me di cuenta de que aquellos ojos, ahora burbujeando emociones, me observaban directamente al alma. Leí en ellos el ansia y el dolor, las ganas de mostrarse y también de ocultarse. Pero él no se detuvo, continuó adelante de una manera mortecina, como si se estuviera torturando.
Se deshizo también de la capucha y de la capa, que se deslizaron al suelo y emitieron un sonido sordo como una manta pesada que cae de la cama durante una noche silenciosa. Una maraña de cabello peinada sin ningún sentido, negra como petróleo y que contrastaba con aquella piel que probablemente poca luz había visto. Otros dos lunares paralelos en la garganta.
Se remangó el jersey oscuro y vi tatuajes incluso más negros que sus ojos, sus cejas y su pelo. Dibujos tan perfectos que solo podrían haber sido hechos de un modo. Y en un lugar.
Me estaba ahogando con el aire bloqueado en la garganta. Él se estremeció bajo mi mirada inquieta, que iba y venía por su cuerpo deforme. Tan deforme como el mío.
– Peter Pashler.
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