Capítulo 16
"Donde hay lealtad, las armas no sirven."
Paulo Coelho
Con las bombillas alumbrando como focos sobre mi cabeza, la madera de la plataforma crujiendo bajo mis pies a cada paso, la voz de Shiloh girando a mi alrededor debido al movimiento y los ojos felinos de Rona clavados en mí con intensidad, la escena parecía formar parte de un mundo místico e imaginario. Sujeté con ambas manos la pesada vara cruzada frente a mí y bloqueé el golpe que la chica mandó en mi dirección. Alcé uno de los extremos durante el proceso y este se hundió en su vientre. Ella respondió con un gruñido, más como una muestra de frustración que de lamento, y se desplazó unos pocos pasos hacia atrás. Lanzó un segundo ataque hacia mi cabeza, que conseguí esquivar agachándome. Fue en ese pequeño intervalo cuando su pie colisionó con mi pecho y me doblé hacia atrás, manteniéndome aún de cuclillas porque conseguí llegar a apoyar la mano en el suelo. Lanzó el arma improvisada hacia abajo, alcé la mía y el ruido se propagó como una honda. Conseguí recobrar la posición antes de que pudiera tumbarme definitivamente.
– ¡Ataca, Lizzé! – Escuché la voz de Shiloh, que se movía sobre la tarima mientas nosotras nos deslizábamos por la sala casi como si de un baile se tratara. Durante medio minuto más continué apartándome y respondiendo a sus embestidas sin demasiado empeño, más concentrada en observar meticulosamente el modo en el que ella se desplazaba. Rona se movió agresiva hasta mí, y de un potente golpe envió mi utensilio hasta la otra punta de sala. Hice descender mi cuerpo de nuevo cuando quiso asestarme un golpe contra la cara, y pillándome algo desprevenida, repitió la jugada pero esta vez con su puño. Noté cómo se abría un corte en el interior de mi mejilla derecha, pero me tragué la sangre y continué en mi posición. Esquivé el siguiente ataque y me puse en pie antes de que pudiera volver a hacer una buena jugada.
Sin embargo, no tardé mucho más en darme cuenta que Rona siempre se olvidaba de las piernas. De las mías y también de las suyas.
Le golpeé las manos de una patada, haciendo que ella también perdiera el objeto, y aprovechando la distracción corrí para recuperar el mío. Ella hizo lo mismo y nuestras armas continuaron chocando con rapidez, emitiendo sonidos que llenaban la estancia. Me aproximé a ella a toda velocidad, y de manera agresiva, haciéndola retroceder hasta una de las esquinas. La próxima vez que arremetió contra mí, directa hacia las costillas, la intercepté de nuevo y con el pie le golpeé el tobillo, provocando que hincara una rodilla en el suelo sin apenas una mueca de dolor en el rostro. Ella alzó su vara y la quiso bajar hacia mí, pero le cerqué el paso contra la pared, clavé mi rodilla en su esternón y terminó recostada contra la pared sin escapatoria posible.
Durante unos segundos de tensión, en los que nuestra respiración agitada fue lo único que se pudo llegar a escuchar, nos sujetamos la mirada y ambas nos dimos cuenta de que yo había sido la ganadora. Shiloh se quedó quieto a mis espaldas, probablemente observando la situación que estaba teniendo lugar. Extendí la mano hacia Rona, como una ofrenda de paz y para que pudiera ponerse en pie con mayor facilidad. De manera sorprendente ella aceptó la ofrenda, y aunque no apartó la mirada envenena de mi rostro, se levantó y se movió rápida hacia un lado justo cuando noté un empujón desde atrás y que alguien me hacía girar hasta acabar apoyada contra un rincón.
– Debes vigilar siempre tu espalda. – La sorpresa del momento y la cercanía del rostro de Shiloh hizo que el aire se me atrancara en la garganta. Se separó de mí tan veloz como se había acercado. – Yo me voy a cenar. – Dejó su mano en el hombro de Rona a modo de despedida antes de dirigirse hacia la salida.
Estaba él a punto de desaparecer entre las cortinas de la puerta cuando todos los presentes ecuchamos unos gritos que cada vez resonaban más próximos.
– Otra vez no. – Murmuró Rona mientras corría a recoger del suelo su auténtica espada.
– ¡Sácala de aquí! – Zay entró en la habitación con tanto ímpetu que casi derribó a Shiloh. Su calma habitual se vio substituida por un vocerío que nos dejó helados como si hubiera sido una tormenta de invierno la que hubiera irrumpido en el lugar.
– ¿Qué? – Shiloh lo miró con el ceño fruncido, aparentemente confuso por aquel extraño momento, pero moviéndose hacia mí tal y como él le había indicado.
– ¡Lizzé tiene que irse! Xena se ha enterado de todo esto y no le ha gustado nada! – Zay, con los ojos llenos de furia y alzando la voz como nunca lo había hecho, gesticuló hacia arriba, en dirección a la maraña de hierros y cables de los que pendían toscas bombillas. Rona y mi profesor se miraron con el rostro marcado por una pizca de rabia. – ¡Está aquí y viene a por ella!
El líder se movió rápido hacia una de las paredes que estaban cubiertas por una maraña de telas de colores apagados. Las apartó e un tirón y pude ver entonces un viejo armario de madera de cuya presencia no había sido consciente hasta el momento. Cuando lo abrió, los labios se me abrieron por la sorpresa y por un instante tuve la necesidad de dar un paso hacia atrás. En el interior de aquel mueble había todo tipo de armas de aspecto mortecino. Hachas de todos los tamaños, dagas de aspecto antiguo y otras que parecían haber sido forjadas recientemente y discos cortantes como los que en su día alguien había lanzado contra mí con la intención de matarme. Zay sacó de su interior una espada que permanecía resguardada dentro de su vaina, la lazó hacia Shiloh, que la cogió al vuelo, y le hizo una señal hacia mí con la cabeza. Cuando el chico tendió la empuñadura oscura en mi dirección, me quedé petrificada y tardé medio segundo más de lo normal en hacer que mi cuerpo obedeciera.
La sangre comenzó a moverse como un torrente en mis venas, y aunque al principio sentí una punzada de terror que me carcomió por dentro, como un animal carnívoro dándose un festín de vísceras, hice acopio de valor, aferré el instrumento con firmeza y abroché el arma a mi espalda al igual que los que estaban allí presentes. Después de haber matado a una persona para sobrevivir, había llegado a la conclusión de que si quería que mi corazón continuara latiendo, iba a tener que luchar y asumir todas las consecuencias que eso implicaba. Si ahora existía una posibilidad de seguir con vida en tierra firme y contaba con un apoyo tan importante como el de Zay, entonces merecía la pena pelear por ello.
– Yo no me voy. No soy de su pertenencia, no puede decidir qué hacer conmigo. – Me empoderé de mis propias palabras y sentí un reguero de adrenalina que se entremezclaba con todo lo que había en mis vasos sanguíneos. Me anclé a aquel lugar dispuesta a defenderme con todo lo que hiciera falta.
– Por una vez, estoy de acuerdo con ella. Xena no toma las decisiones aquí. – Rona caminó hacia Zay y se colocó en su retaguardia. El sonido de una muchedumbre se escuchaba muy próxima. Quizás en esta ocasión las cosas no iban a ser tan fáciles.
– ¿En serio? Todavía no está preparada para enfrentarse a nadie. – Shiloh se colocó a mi lado y se justó el arma en sus hombros.
– Oh, cállate. Hoy me ha tumbado. – Rona me dedicó un vistazo por encima, como si todavía no se lo acabara de creer.
– A mí no.
– A ti nadie te tumba.
– Tiene derecho a pelear por su propia vida si eso es lo que quiere. Debemos dejar de tratarla como a una enemiga cuando ella también se ha quedado sola en tierra firme. – La voz de Zay estaba ahora más calmada y neutra, al igual que la otra vez que había tenido que enfrentarse a la mujer que ahora se acercaba a nosotros.
– Hasta que la rescaten. – Rona desenfundó su espada y se colocó en guardia cuando las primeras telas comenzaron a agitarse.
– Si. – Y en cuanto el líder pronunció el monosílabo, Xena se abrió paso en la sala con una escolta constituida por los dos gemelos y una mujer esbelta de piel oscura. Los guardianes desenfundaron sus armas y tras ellos llegó, exactamente que la vez anterior, la multitud berreante que formaba parte de la comunidad, pero esta vez Zay no los expulsó de la sala. Allí había decenas de personas.
– ¿Sigue sin suponer un riesgo para ti? – Xena vociferó las palabras, escupiéndolas a pocos centímetros del rostro de Zay. Los gritos hicieron que todos los presentes callaran de repente y observaran la situación con los ojos muy abiertos. La mujer, con su vestimenta impoluta, no encajaba en aquella imagen en la que todos parecíamos estar cubiertos con los restos que las ratas habían dejado en el armario. El vestido verde le llegaba hasta los pies y la capa blanca que la abrigaba contrastaba intensamente con su cabello naranja.
– Yo se lo permití, y me hago responsable de ello. – Zay pronunció las palabras con una calma que nadie salvo él hubiera sido capaz de mantener. El silencio era sepulcral y los espectadores estaban tan rígidos que parecían haber dejado de respirar.
– Entonces estás tan loco que no mereces el puesto que ocupas. – La mujer pronunció las palabras entre dientes.
– ¡No te atrevas a cuestionar mi autoridad! – Zay avanzó un paso y la miró desde arriba mostrando con todo su cuerpo una rabia que a cualquiera le haría retroceder. Sin embargo, aunque ella no podía llegar a verlo, la mujer alzó la cabeza con elegancia para hacerle frente y su pelo cayó como una cortina de lava incandescente sobre su espalda.
– No voy a permitir este ultraje contra una comunidad por parte de esa escoria humana.
– Eres una líder despreciable si esa escoria hace que te amedrentes. –La bofetada resonó contra la mejilla del chico como si hubiera sido una bomba arrasando todo a su paso.
Sentí que el corazón me dejaba de latir y eso me provocó un tremendo pinchazo en el pecho. Mi conciencia empezó a dar chillidos de desesperación porque estaba dejando que la única persona que me había apoyado hasta el momento se humillara delante de todas las personas que debían respetarle y obedecerle. Por mi culpa. La energía de mi cuerpo se intensificó como una corriente arrolladora interna.
Todos en la sala aguantamos la respiración y Zay permaneció inmóvil con la cara girada hacia un lado. En los labios de la chica se dibujó una sonrisa, como si estuviera saboreando un momento delicioso. Él recobró lentamente la compostura, con los ojos llameantes y apretando tanto lo dientes que se le marcaron los tendones del cuello. Shiloh se tensó a mi lado, Rona se adelantó un paso de manera amenazante y los enemigos respondieron de igual manera. Sin embargo, el chico al mando se limitó a alzar una mano enguantada para mantener a raya a su compañera.
– Se acabó. – Ella asintió hacia los gemelos y ellos se movieron en mi dirección rápidamente. Rona se interpuso en el camino de ambos. Xena pasó por el lado de Zay sin titubeos y él aferró su muñeca antes de que pudiera continuar su camino, la mujer de su escolta corrió a su lado, pero en un abrir y cerrar de ojos Shiloh también estaba allí. Solo yo permanecí encima e la plataforma, observando la situación que por mi culpa estaba teniendo lugar. Me carcomían los nervios. Apreté las manos en puños y di unos pasos hacia adelante.
– Para quebrantar mi palabra tienes que acabar conmigo primero. – Zay no había liberado a la chica de su agarre. Ella tenía aquellos ojos blancos, inertes y llenos de protuberancias fijos en él.
– Dije que no quería una guerra, pero si quieres luchar... – Xena giró su propia muñeca y envolvió con su mano el puño en Zay. En un simple pestañeo le golpeó la cara con el nudo de dedos al mismo tiempo que lo hacía caer de rodillas frente a ella con un golpe en los tobillos.
Bajé de aquel escenario de vieja madera y entonces se desencadenó la locura.
Rona se lanzó hacia la pelirroja, pero los gemelos enfermizos le cerraron el paso. Ella intentó abrir un tajo en el vientre de uno, pero el otro se tiró hacia ella y evitó el corte. Rona, con los dientes apretados por la rabia, le hizo frente y lanzó el siguiente ataque, pero él la bloqueó de nuevo. Sin embargo, el impulso del impacto hizo que este se tambaleara y cayó al suelo cuando ella le propinó una patada en el estómago. En este pequeño intervalo de tiempo, el segundo hombre ya tenía el arma alzada hacia ella, a punto de hundírsela por la espalda, pero mi filo apareció cuando el suyo describía un arco hacia abajo. El choque del metal retumbó en la habitación y Rona se giró entonces, sin poder ocultar la sorpresa de verme a su lado evitando que una espada la atravesara de lado a lado. Mantuve el instrumento del enemigo en lo alto y Rona aprovechó mi repentina aparición para desarmarlo y mantenerlo acorralado.
Por otra parte, la mujer de la escolta arremetió contra Shiloh, él se movió hacia un lado y sujetó con fuerza el brazo con el que ella asía el arma y se deshizo de su instrumento. Ella le dio una patada en la pierna que él no tuvo tiempo a esquivar y se tambaleó.
El hermano que había caído primero, ese puso en pie de nuevo y arremetió contra Rona con renovadas energías.
Zay estaba arrodillado en el suelo. A los pies de Xena. Humillado ante toda su comunidad.
– Suéltalo y yo me entrego. – Dije mientras me acercaba a la mujer que miraba en mi dirección sin llegar a ver. En ella se podía leer todo el asco y repulsión que sentía hacia mí. Todo el mundo se detuvo. Rona se separó del hombre enfermizo, pero sin bajar la guardia. Shiloh se quedó conmocionado, observando la situación con los labios entreabiertos y el ceño fruncido.
La multitud me prestó atención entonces más que nunca, esta vez sin menos odio en sus miradas, pero si con desconfianza y nerviosismo.
Ni yo misma era consciente de lo que estaba haciendo. Iba a pelear por mi vida, pero me estaba metiendo en la boca del lobo. Estaba dispuesta a luchar, pero desenfundé el arma y la dejé caer lejos de mí para que ella supiera que estaba desarmada. Quería tener un plan para salvarme, pero confiaba en poder salir adelante sin una espada. Como había hecho hasta ahora.
– ¿Te lanzas a los brazos de la muerte para salvar a tu líder?
– Él está ahora mismo en esta situación por mi culpa y ha sido el único que no ha amenazado con matarme. Tengo conciencia y como mínimo le debo lealtad. – Hice una pausa, siendo consciente de que la elección de mis palabras podría salvarme la vida. – Tenía la esperanza de que comprendieras que lo que he intentado hacer es ayudar y aportar algo útil. Yo necesito un lugar en el que resguardarme durante un tiempo y a cambio yo puedo ofrecer mi ayuda. ¿Hay algo en eso que represente una amenaza? – La expresión de su rostro no cambió ni por una milésima de segundo. La repugnancia que sentía por mí parecía llegarle hasta el tuétano. – Matarme no va a reparar lo que sucedió con nuestros antepasados.
– A diferencia de este hombre. – Señaló al chico a sus pies. – yo no puedo confiar en ti.
– ¿Confías en toda la gente de esta sala? – Pregunté, haciendo referencia a todos los pertenecientes a la comunidad de Zay. Probablemente no conociera ni sus nombres.
– Por supuesto que no.
– ¿Entonces por qué tienes que confiar en mí? ¿Me consideras una amenaza para Zay?
– No. – Respondió con los dientes apretados y con las venas del cuello marcadas a causa de la ira.
– ¿Y para ti? – Supe que mi pregunta era osada, pero aún así, estaba dispuesta a salirme con mi objetivo. Aunque tuviera que ser sin un arma.
– Menos aún.
Un silencio denso como el petróleo se propagó por el lugar, impregnándonos a todos y casi ahogándonos como si de una marea negra se tratara. El corazón me bombeaba con tal potencia que lo sentía incluso en las sienes, como si estuviera empleándose al máximo en los últimos latidos. Nadie estaba dispuesto a mover un solo músculo.
– ¿Te es eso suficiente? – Zay se puso en pie con simpleza. Como si no hubiera pasado nada. Todos los presentes lo miraron con expresiones ilegibles en la faz. Rona y Shiloh, estupefactos y con los ojos casi fuera de las órbitas, no paraban de mirarse como si se estuvieran pidiendo explicaciones mutuamente. Xena se cruzó de brazos e hizo un gesto con la mano que su escolta interpretó como una señal de que mantuvieran la calma. ¿Qué está pasando?
– No lo sé.
– Hicimos un pacto. – Zay se colocó a su lado, mirándome con un extraño brillo en los ojos. Era una mueca que le daba luz a la mirada y que me hizo sentir todavía más mareada. Estaba sonriendo. Estaba sonriendo en un momento en el que nadie debería estar feliz. – Y te he dejado darme una bofetada.
Mi cerebro comenzó funcionar tan rápido que de repente toda la sala giraba a la velocidad de la luz. Mis neuronas parecían estar dándose cabezazos por una información incomprensible. Los murmullos que comenzaron a escucharse en la sala no contribuyeron favorablemente a que mi mente pudiera llevar a analizar lo que estaba sucediendo.
– ¿Qué? – Pregunté.
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