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PARTE 3

VOLKER


Después de que ella huyera del supermercado, Volker supo que la mejor opción era dejarla ir y ya no molestarla. Había arruinado su plan como un amateur, y ahora ella podía descubrir su verdadera personalidad.

Pero no pudo. Tuvo que llamarla.

Era adicto a la emoción del juego, disfrutaba el sentido de la caza. Aunque, en el fondo, era más que eso. No podía negar la intensa atracción que sentía hacia ella, la necesidad de poseerla por completo.

La tensión crecía en su interior, amenazando con consumirlo. Podía sentir cómo se le escapaba el control, cómo se despertaban sus instintos primarios. Estaba en una pendiente resbaladiza, dirigiéndose hacia un lugar peligroso, pero no podía detenerse. Pensar en ella, su olor, su voz, su presencia... Todo lo consumía.

Fue incapaz de resistir la atracción y ahora ella sabía de su verdadero rostro.

Había puesto en riesgo su vida y todo para no perderla.

Esperó el momento adecuado para actuar. Caminó hacia su casa, poniéndose unos guantes quirúrgicos y con una sonrisa en los labios. En el costado de la casa, pegó una cinta adhesiva a los botones. El polvo había manchado las huellas digitales, por lo que logró dar con la nueva clave tan rápido como la primera vez.

Fue entonces que recibió la foto de Molly Dolly.

Ya no tenía tiempo, tenía que actuar rápido.

Después de intercambiar mensajes, generó un corto circuito que provocó un apagón en la casa. A medida que se acercaba, percibía su aroma, tenue, e inconfundible. Era como una droga que le hacía sentir vivo. Podía oír sus movimientos dentro de la casa, el leve sonido de su agitación.

Llegó a la puerta principal y se quedó parado un momento, preguntándose si debía llamar o probar con el pomo. Sabía que ella se asustaría, que intentaría resistirse. Pero él no tenía miedo, en realidad, estaba excitado, con la adrenalina corriendo por sus venas.

Casi podía imaginarla en su mente, desesperada y asustada. Imaginó cómo le caería el pelo por la cara, cómo se vería su cuerpo bajo la ropa, cómo sus ojos mostrarían el mismo miedo que lo vio aquella primera vez que lo descubrió dentro de la casa.

Respiró hondo, inhalando el leve y persistente aroma de su presencia. Era embriagador, le hacía sentirse casi borracho.

Decidió intentar un enfoque diferente. Se apartó de la puerta y empezó a mirar alrededor de la casa en busca de otra forma de entrar. Vio una pequeña ventana en la parte trasera de la casa, la misma por la que había entrado un par de veces antes y con unos movimientos, esta se abrió.

Subió y se encontró dentro de la cocina. La habitación estaba casi a oscuras, la única fuente de luz provenía del débil resplandor de las farolas del exterior.

Se movió en silencio por la casa, con los sentidos agudizados, en busca de cualquier señal de ella. Oyó su respiración, agitada y constante, y siguió el sonido hasta la sala. Ella levantó la cabeza cuando percibió su presencia y su rostro se contorsionó hacia el horror.

—La clave para abrir la ventana trasera es sacudirla un par de veces y levantarla, eso quitará el seguro. Creo que Alex descubrió esto y me dejó la tarea mucho más fácil.

La mención de su exnovio provocó que saliera del shock y se abalanzó sobre él para golpearlo con el bate. Volker logró esquivar el primer golpe por poco, y agarró el bate para quitárselo. Ella era más resistente de lo que esperaba. Estuvieron unos segundos forcejeando hasta que el bate fue a parar a varios metros de ambos.

Desarmada y asustada, Serena cogió su celular de la mesa y trató de esconderse en el baño. Volker se dio cuenta de lo que intentaba hacer y estaba decidido a impedirlo. Se abalanzó sobre ella, tirándola al suelo justo antes de que pudiera agarrar el teléfono. La inmovilizó y apretó su cuerpo contra el de ella, impidiéndole moverse. Intentó defenderse, forcejeando y agitándose, pero él era más fuerte. La sujetó por las muñecas, limitando sus movimientos, asegurándose de que no pudiera escapar ni pedir ayuda.

El corazón de Serena latía desbocado en su pecho, su cuerpo temblaba de miedo y adrenalina. A Volker no le pasó desapercibido esto, estaba tan cerca que incluso podía olfatear su aliento caliente.

—Shhh —susurró como consuelo—. No te resistas. No te haré daño, solo quiero hablar.

—¿Hablar? ¿Has entrado en mi casa para hablar? Eres un psicópata, no te creo nada —recriminó como respuesta, tratando de zafarse.

Volker rio mientras su agarre sobre ella se hacía más afanoso.

—Eres inteligente, eso te lo reconozco. Pero también te equivocas. —Se inclinó hacia ella, con la cara cerca y los ojos clavados en los suyos—. No soy un psicópata, solo soy... único. Y sé lo que quiero.

Por una fracción de segundos sus ojos se conectaron y la intensidad fue tanta que podrían haber saltado chispas. Ella pudo sentir el deseo de él palpable y sus maliciosas intenciones. Hizo una mueca de desprecio.

—¿Y qué quieres? —preguntó ella con cautela, y también con la voz llena de odio, sin dejar de tirar de sus brazos para liberarse.

Él sonrió ante su pregunta, disfrutando de la forma en que ella lo miraba. Sus ojos estaban llenos de fuego y sus labios formaban una línea firme. Le gustó que, por más que tratara de soltarse, él la tuviera bajo su control.

—A ti —respondió con simpleza—. Te deseo a ti.

Serena abrió los ojos al oír sus palabras, con una mezcla de sorpresa y confusión. Se inclinó más hacia ella y sus labios casi rozaron su oreja.

—Llevo mucho tiempo observándote, Serena. Sé todo sobre ti. Sé lo que te hace vibrar, lo que te hace feliz, lo que te da miedo...

—No sabes nada de mí —lo frenó.

Él dejó escapar una risa baja.

—Te equivocas, sé más de lo que crees. Sé cómo te gusta el café, el tipo de libro que lees, cómo te muerdes el labio cuando estás nerviosa, sobre tu autodestructiva forma de lidiar con el estrés, sé sobre tu novio, el sabor de tu cerveza favorita, tus gustos musicales, donde guardas tu ropa, donde compras tu comida, el sabor de tu carne favorita, cuánto tardas en ducharte... Sé lo que te hace feliz y lo que te hace llorar.

Cambió de postura y apretó aún más su cuerpo contra el de ella.

—Sé lo que sueñas por las noches, lo que esperas, lo que más temes. Conozco tus puntos fuertes, tus debilidades, tus secretos más oscuros —dijo, con el aliento caliente contra su piel—. Y sé cuánto me deseas.

Se tensó debajo de él ante sus palabras. La verdad la golpeaba con fuerza. Estaba enfadada y asustada, pero debajo de todo eso, él percibió una sensación de deseo y atracción que ella intentaba negar.

—Para... —le ordenó, débil.

Volker no pudo evitar disfrutar del efecto que poseía sobre ella.

—¿Por qué iba a parar si por fin te tengo donde quiero? —susurró, rozándole el lóbulo de la oreja con los labios.

Serena se estremecía al contacto, su respiración entrecortada en la garganta. Luchaba por mantener la compostura, por mantener su fachada de resistencia, pero era cuestión de tiempo que cediera. Se podía ver el rubor en sus mejillas, la dilatación de sus pupilas, la forma en que su pecho subía y bajaba al respirar.

—Puedes negar todo lo que quieras, pero los dos sabemos que deseas esto —murmuró, mientras sus labios recorrían la línea de su mandíbula—. Me deseas tanto como yo te deseo a ti.

Le mordisqueó el lóbulo de la oreja y ella jadeó, subiendo los hombros como reacción.

—Ríndete —habló, con voz grave y seductora—. Deja a un lado tu orgullo, tu miedo. Deja que te enseñe lo bueno que puedes ser si te rindes a mí.

La escuchó quejarse y notó cómo la línea de su mandíbula se pronunciaba. Y, por un momento, pensó que ella cedería.

—Te están escuchando.

Volker se detuvo un momento, con los labios sobre su piel y el cuerpo aún pegado al de ella. Ladeó la cabeza.

—¿De verdad? Porque desactivé el sistema de alarma —respondió en un tono calmado.

Se separó un poco y escudriñó la habitación en busca de cualquier señal de una cámara o cualquier otro tipo de dispositivo de grabación

Serena aprovechó la distracción para darle un cabezazo.

Volker se echó hacia atrás, sorprendido por el ataque, y se cubrió la frente como reflejo, sin percatarse de que la había soltado. Luego, sintió un empujón. Se quejó de dolor mientras la veía ponerse de pie y correr.

Al salir de la conmoción fue tras ella sin poder alcanzarla, pues se había encerrado en el baño. Escuchó el chasquido de la cerradura justo frente a su nariz y tomó el picaporte para comprobar si podía forzarla.

—Chica lista —dijo con una sonrisa en los labios.

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