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7

VOLKER


—¿Cómo te atreves, Serena...? ¡CÓMO TE ATREVES!

Volker lanzó contra la pared el vaso de whisky y este estalló en cientos de pedazos, manchando la pared de su departamento. Pero no le importó. Nada le importaba en absoluto, solo el hecho de que Serena había decidido abandonarlo.

Abandonarlo como a un miserable animal.

Cada vez que revivía en su cabeza aquel momento, apretaba el puño de la rabia.

Agarró la botella de whisky y pensó en tirarla a la pared también. La ira le corría por las venas, necesitaba descargarla en alguna cosa.

Había pasado tiempo desde que se sentía así de impotente y miserable. Apretó el cuello de la botella como si fuera a romperla. Se contuvo y le dio un sorbo que le quemó la garganta. Su gruñido gutural resonó en las cuatro paredes de la habitación. Pensar en ella, en su rostro, en la manera en que lo miró por última vez antes de salir de su oficina, hacía que el fuego viperino de su interior le quemara los sentidos.

¿Acaso se estaba burlando de él?

¿Esa era su intención?

—Eres mala, Serena. Muy mala.

Cerró los ojos con fuerza para deshacerse de la imagen de ella.

No podía entenderla. No comprendía por qué ella lo miró con tanta lástima si fue su decisión dejarlo.

—¿Estás tratando de burlarte de mí? ¿Es eso?

Se apoyó en el mueble donde guardaba sus bebidas, con la espalda curva y los músculos tensos ciñéndose a la camisa planchada a la perfección que siempre usaba para sus sesiones, y comenzó a reír.

Sí, ella se estaba riendo de él.

Ella lo deseaba.

Ella había fantaseado con él.

Ella quería que él la buscara.

Su risa se hizo más histérica, echándose los mechones de cabello hacia atrás con frustración. Necesitaba calmarse, mantener el control de la situación como siempre hacía. Se convenció de que ella estaba jugando, haciéndose la difícil para que él pudiera mostrar interés, y sabiendo esto él podría empezar a manipularla.

Iría tras ella, tal cual deseaba, entonces la tendría de nuevo en sus garras.

Inspiró hondo y enderezó la espalda. Tenía que mantener la compostura que había perdido en su arranque de ira. Él era un terapeuta de renombre, con una prestigiosa reputación que conservar. Y hoy en día las apariencias pendían de un hilo.

Sin embargo, su calma solo pronunciaba su enojo. Y ese enojo que despertaba el calor de sus venas gruesas que marchaban por su piel, empezó a recorrer los rincones de su cuerpo.

Se dirigió a la mesa de noche junto a la cama y sacó una braga que había robado de su armario en una de las noches mientras la espiaba, y se la llevó a la cara para olerla. Olía a limpiador de ropa, y había un sutil aroma que le recordó a ella.

—Hueles tan bien, mi amor...

Inspiró hondo y suspiró, dejando caer la cabeza hacia atrás, pero su cuerpo reaccionó a la emoción de sentirla. Cerró los ojos y se cubrió la nariz oliendo la braga al mismo tiempo que su otra mano desabrochaba su pantalón.

Recordó con detalle sus finas manos, cómo la piel alrededor de las uñas apenas sanaba a causa de las veces que ella se desgarraba. Imaginó que era ella la que deslizaba el pantalón con sus pequeñas y destrozadas manos, que se metía dentro de su ropa interior y lo acariciaba. Cubrió su polla con las bragas y apretó la mano alrededor, moviéndola por la longitud.

La idea de que fuera ella a quien tenía alrededor, hundiéndose en su carne, lo estaba volviendo loco. Presionó con fuerza, cerró aún más los ojos y apoyó la otra mano sobre la mesa de noche, aumentando el ritmo de las sacudidas.

Pero no era suficiente, necesitaba que fuera ella.

~

Decidió hacerle un seguimiento yendo a su casa para estudiar sus movimientos desde su auto. Fue en la tercera tarde cuando la vio salir de su casa y subirse al viejo automóvil que tenía.

Con tan solo verla, sonrió. Ella ni siquiera se había percatado de su presencia, vivía en una ignorancia en la que creía que su acosador era su exnovio o que estaba loca, y eso lo hizo reír porque sabía que estaba a salvo de sospechas.

La siguió hasta el supermercado y se le ocurrió un plan. Tomó un carro de compras, echó algunas latas de cerveza, las cuales eran de la preferencia de ella, y dio la vuelta al pasillo para chocar con su carro.

Caminó con la mirada puesta en ella, decidido a llevar a cabo su plan. Esa noche sería de él, la tomaría entre sus brazos y la haría suya. Era como un cazador acechando a su presa, esperando el momento perfecto para tenderle una emboscada.

Serena estaba tan distraída que no se percató de él hasta que sus carros de supermercado colisionaron. Ella volteó a verlo con el ceño fruncido, y él pensó que iba a maldecirlo por el accidente intencional. Sin embargo, sus oscuros ojos lo reconocieron al instante y Volker pudo ver el brillo que iluminó su rostro mientras formaba una sonrisa. Jamás había visto un rostro tan puro e inocente, y no pudo evitar sonreír, perdido en su belleza.

—¡Doctor Kingsley! —exclamó con sorpresa.

—Señorita Serena, qué sorpresa verla tan pronto.

—Imposible no verlo, maneja un carro como si fuera la autopista —dijo con su típico humor desastroso, pero que a él le parecía fresco y opuesto a lo que solía estar acostumbrado. No había dudas de que ella le daba nuevos aires a su vida—. ¿Qué tal está?

—Muy bien. De compras para salir un poco de la rutina.

Ella bajó la mirada hacia su carro y silbó al darse cuenta del pack de cervezas.

—Oh, veo que tiene buen gusto.

Volker se echó a reír; no por su comentario, sino porque había caído justo donde él quería.

—¿Te gusta? Nunca he probado la marca y me dio curiosidad.

—Para ser barata tiene buen sabor —respondió—. Aunque, quién sabe, tal vez le guste.

Alzó una ceja ante tal respuesta y apoyó los brazos sobre su carro.

—¿Detecto cierto clasismo? —cuestionó con la voz más ronca de lo habitual.

Él creyó que ella se disculparía, pero se encogió de hombros y lo miró de pies a cabeza. Esos ojos oscuros de ella recorriendo su cuerpo lo tensaron, aunque su postura no lo evidenció.

—Sin ofender, parece más la clase de persona que bebe whisky caro o vino; las cervezas no parecen estar dentro de su menú.

—¿Lo dices por mi camisa? La compré en rebajas. Dos por el precio de una, muy conveniente.

Ella volvió a reírse. Volker quedó fascinado por la manera en que se cubría la boca para que nadie más la escuchara reír, en sus ojos entrecerrados y sus pómulos brillantes.

—No esperaba que tuviera ese humor, doctor.

—Ni yo que me siguieras tratando con tanta formalidad, después de todo, ya no soy tu doctor.

—Sí... —reconoció, pensativa—, pero es extraño tutearlo... Tutearte.

—Mi vida está llena de acontecimientos extraños, Serena, que no te preocupe sumar uno más. Aunque nunca había conocido a alguien que usara un destornillador como defensa personal.

El rostro de Serena se fue apagando poco a poco. Fue tan evidente que la sonrisa carismática de Volker desapareció.

Hubo una especie de reconocimiento entre ambos, algo que nunca debió salir.

—Y-yo... Tengo que irme —dijo Serena, haciendo un ademán antes de empujar su carro hacia las cajas.

Volker apretó los puños.

Había sido muy descuidado.

Demasiado.

Observó cómo se dirigía a la caja del supermercado, rápida y nerviosa.

Se quedó a unos metros.

No había vuelta atrás esta vez. 


SERENA


Al llegar a casa empecé a olisquear cada rincón en busca de cualquier señal de su presencia, ahora convencida de que no había sido mi exnovio el que irrumpió en mi casa, sino Volker.

Todo parecía en orden, no había rastro de él por ninguna parte, no echaba en falta nada, excepto...

—Mi destornillador.

Me agaché junto a la cama para buscarlo debajo, y no estaba. Había desaparecido. Entonces recordé aquella noche que salí del baño y percibí su aroma. Su maldito e inconfundible aroma.

Podía ser una coincidencia, pero el olor había sido tan vívido y justo antes de que viera a la persona de la habitación.

Seguí oliendo mi cama, mis sábanas, mi ropa y, por último, la silla en el rincón de mi habitación. Su inconfundible olor estaba impregnado en toda la silla. Todo este tiempo había confiado en la persona equivocada.

Dejé escapar un grito cuando, de pronto, mi celular sonó.

Era él. Su nombre estaba escrito en la pantalla.

—Buenas noches, Serena —habló en un tono burlón y a la vez encantador—. ¿Supongo que has descubierto mi pequeño secreto?

En ese instante, empecé a sentir de nuevo la ansiedad recorrer mi cuerpo. Fue como aquella noche en la que Alex trató de matarme. Temblaba y todo me daba vueltas. En mi pecho se formaba un hueco que daba paso a la traición.

—¿Por qué...? ¿Por qué no me dijo la verdad, doctor? ¿Por qué tratarme como a una loca sabiendo que fue usted todo este tiempo? —pregunté, molesta y traicionada.

—Ya, ya —su voz estaba cargada de condescendencia—. Creía que eras lo bastante lista como para darte cuenta por ti misma. Debo decir que estoy un poco decepcionado contigo.

—¡Dígame! —exigí con el cuerpo tan frágil que creí que me rompería— ¿¡Por qué entró a mi casa!? ¿¡Por qué!? ¿Es que quería volverme loca para conseguir más dinero?

—¿Dinero? No, no, querida. No se trata de dinero. Se trata de curiosidad. No he podido evitarlo. Quería saber más de ti, verte en tu estado más vulnerable. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que verte dormir?

No supe qué decir. Mi cabeza daba vueltas y sentí asco. Empecé a respirar a bocanadas y me apreté el muslo para poder sentir algo de dolor, así al menos no me desvanecería.

—Debe de estar muy contento, ¿verdad? Burlarse así de mí... mirarme mientras dormía y luego actuar normal... Todo esto debe parecerle muy divertido, ¿verdad? Y luego permitirme dormir en su despacho...

Recordarlo me hizo temblar de rabia y también de miedo. Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta.

—Oh, fue absolutamente delicioso, Serena —dijo a una raya del cinismo—. Verte dormir, soñando con las pesadillas que tenías, fue muy entretenido. Y permitirte dormir en mi oficina fue la guinda del pastel. No pude resistir la oportunidad de tenerte en mi espacio así de indefensa.

Me abracé a mí misma, sintiéndome tan expuesta y vulnerable. Si no podía confiar en mi terapeuta, entonces ¿en quién?

—¿Te sientes desprotegida? —preguntó con un dejo de burla en la voz.

Mi lado más paranoico temió que él estuviera en casa, mirándome en ese mismo instante. Corrí a las puertas y ventanas para asegurarme de que estuvieran cerradas mientras que él seguía hablándome:

—Debe de ser difícil no saber en quién confiar. Después de todo, si tu propio terapeuta puede engañarte tan fácil, ¿en quién puedes confiar en realidad?

—¿Cómo burló mi alarma de seguridad, doctor?

Él se rio.

—¿De verdad quieres saberlo, Serena?

El maldito se burlaba de mí.

No aguanté más y colgué la llamada.

Quise tirarme al suelo a llorar, sintiéndome igual de impotente que con Alex las veces que discutía por cosas sin razón. Respiraba a bocanadas, mi mano en el pecho como si tratara de que el corazón no me saliera del tórax.

Tuve la idea de ir con mis padres. Agarré un par de cosas y me subí al auto, dispuesta a resolver todo el problema lejos de mi casa. Sin embargo, el mensaje que llegó a mi celular me dejó claro que ni siquiera ahí estaba segura.

Volker: Puedes huir, pero no puedes esconderte. No de mí.

Apreté los dientes al leer el mensaje y miré hacia todos lados para ver si andaba cerca. La calle parecía desierta, con solo la incertidumbre acechándome por la espalda.

Él estaba jugando conmigo, quería volverme loca.

Quise marcar a la policía para saber si podía denunciarlo, pero después de que no me creyeron cuando les dije que alguien había entrado a mi casa, necesitaba más evidencia, y un simple mensaje no me serviría.

Antes de regresar a casa, cambié la clave de la alarma. Supuse que hacerlo me mantendría más segura, aunque tampoco sabía cómo había burlado la seguridad las veces anteriores.

Me senté en el sofá y miré su mensaje.

Si quería sacarle información no podía ser desafiante, eso iba a demostrar que en el fondo me sentía desamparada y asustada. Debía ser algo más casual, como hizo él en el supermercado, y al mismo tiempo que revelara sus intenciones.

Serena: Hay otras formas de ligar.

Su respuesta no tardó en llegar.

Volker: ¿Ah, sí? Ilústrame.

Serena: No irrumpir en mi casa es una de ellas...

Volker: Serena, jamás he irrumpido en tu casa.

Serena: Mentiras..., sí lo hizo. Todo este tiempo fue usted.

Volker: Ya te lo dije, no he irrumpido en tu casa. ¿Has tratado con la doctora que te recomendé?

Él estaba jugando conmigo. Lo imaginaba riéndose de mí en su maldita oficina.

Serena: Es un maldito bastardo. Voy a hacer que lo metan preso por acoso. Está enfermo. Es un cínico y no merece ser el terapeuta de nadie.

Volker: Serena, esa es una acusación muy grave.

Al final le puse que destaparía todas sus mentiras, a lo que él respondió con un:

Volker: Lo espero con impaciencia.

Aquella noche me dediqué a leer todos los artículos posibles que pude encontrar sobre Volker Kingsley. Como era de esperar, su reputación en el medio era impecable. Había muchos artículos sobre convenciones y charlas en universidades e instituciones de renombre, conocidos famosos que habían estado bajo su cargo y otros psiquiatras que agradecían sus tutelas.

A medida que profundizaba en la investigación, empecé a formar una imagen de su vida tan blanca y normal, que su fachada contrastaba con el lado más oscuro y siniestro.

Volker había construido un personaje que resistía mi escrutinio.

Solo hubo algo que llamó mi atención.

Era el trozo del directo de Molly Dolly, donde mencionaba que estaba yendo con Volker Kingsley.

Para nadie debió ser sospechoso que Molly Dolly estuviera desaparecida luego de relacionarse con él, y tampoco debió parecerles sospechoso que Volker decidiera cambiarse de ciudad luego de su desaparición. Para mí, claro, era una oportunidad perfecta para destapar todo lo que estaba escondiendo.

Le tomé una foto a la chica y se la envié.

Volker: ¿Curioso?

Maldije entre dientes. No era la respuesta que esperaba.

Puse mi celular a grabar y le marqué. Ni siquiera esperé a que hablara cuando solté:

—Muy curioso. Justo después de su desaparición tan mediática, nuestro respetado psiquiatra huyó de la ciudad. ¿Está ocultando algo, doctor?

Escuché su risa nasal.

—Tus acusaciones sin fundamentos me tienen sin cuidado, Serena. Estás paranoica.

Mis dientes chirriaron.

—¡No te atrevas a poner en juicio mi salud mental! Conozco tu verdadera cara, sé que eres peligroso.

—Oh, así que ya has decidido tutearme. Y, no te preocupes, tu expediente médico habla por sí solo, querida Serena.

—¡Hijo de puta!

En cuanto corté la llamada, las luces de la casa se apagaron y quedé en completa oscuridad. Mi pánico se alió con mi torpeza y, antes de que pudiera llamar a emergencias, el celular resbaló de mis manos al suelo.

—Mierda, mierda —murmuré, agachándome para buscarlo.

La pantalla se trizó y había cierto retraso a la hora de responder a mis toques.

Encendí la luz de la linterna y me guie hacia la cocina en busca de mi bate de béisbol. Tenerlo entre mis brazos me dio algo de seguridad, y el saber que mi sistema de alerta funcionaba incluso sin electricidad, calma.

Sin embargo, sin electricidad en casa, las cámaras de seguridad no funcionaban, lo que significaba que si Volker entraba podría irse de rositas.

Entonces, lo vi.


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Tan tontito el volker... 

Ay, iba a publicar este capítulo ayer, pero se me fue T-T Así que les paso el capítulo doble. Díganme si prefieren lunes o domingo (además del viernes, obviusss)

Aquí termina la parte 2 y comienza la parte tres, que se llama "Cacería" :)

Como curiosidad, en el libro publicado se ven así los diálogos :3 Pero aquí se que a veces leen sin conexión así que mejor los dejé como ya leyeron.

Por cierto, gracias por leer! Ya alcanzamos los 10k de lecturas :')

Un abrazote y nos leemos el viernes sin falta~

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