6
SERENA
Con el paso de los días me armé de valor y decidí descargarme una aplicación de citas, y, la verdad, no me iba nada mal. Fue todo un rollo tener que buscar fotos en mi galería y también hacer match. Al final, logré congeniar con un sujeto llamado Richard con el que acepté juntarme.
Era mi primera cita en alrededor de dos años. Nunca había tenido una pareja más allá de Alex y la sola idea de tener que encontrarme con un hombre que conocí por internet me hacía sentir nerviosa. Hablar con el sexo opuesto era algo normal, lo hacía en reuniones por videollamadas con clientes o con mi jefe, pero ¿con un desconocido con el que había acordado tener una aventura? No sé, era algo nuevo para mí.
Incluso, me resultó extraño tener que maquillarme y elegir mi atuendo. No tenía que preocuparme de esa clase de cosas con Alex porque nunca quise gustarle más de lo que ya lo hacía; y cuando deseaba hacerlo, él se ponía celoso, así que prefería evitar enojarlo.
Después de arreglarme, mirarme al espejo fue refrescante. Tenía la autoestima por los suelos, por eso, al verme diferente a como siempre me veía cada vez que me apoyaba en el espejo, me sentí bonita.
—Todo saldrá bien —dije como una declaración irrevocable.
Salí de casa para encontrarme con Richard. Se suponía que nos veríamos en el festival de la ciudad, un sitio bastante concurrido y lleno de entretenciones, bares, etc. Sin embargo, de camino a nuestro punto de encuentro, vi que quien me esperaba no era Richard, sino mi exnovio.
Mi cuerpo empezó a temblar de forma involuntaria y el pulso se me aceleró en respuesta a las oleadas de ansiedad que me recorrían. El deseo de huir de la situación se apoderó de mí y me encontré buscando un lugar apartado donde pudiera recomponerme y recuperar algo parecido al control.
Volví a comprobar que se trataba de Richard, que Alex no estaba cerca, que era presa del miedo y que mi mente se había sumido en una mezcla caótica de pensamientos a causa de mis traumas pasados. La expectativa de conocer a alguien nuevo, sumada a los recuerdos inquietantes de mis experiencias, me dejaron vulnerable y abrumada.
Allí fue cuando recordé las palabras de Volker y decidí llamarlo.
Él tardó en atenderme, así que insistí hasta escucharlo.
—¿Hola?
Jadeé varias veces en busca de aire, tratando de recomponerme antes de hablar.
—Lo siento, lo siento, lo siento... —repetí con la respiración contenida y unos enormes deseos de llorar—. No me siento muy bien. Iba a una cita, ¿recuerda? Pero yo... Dios, yo... —Tragué saliva. Tenía la garganta seca y los labios agrietados—. Lo siento, perdóneme...
—Tranquilízate. Respira profundo y concéntrate en mi voz. ¿Puedes hacerlo?
Lo intenté, aunque seguí temblando y respirando por la boca.
—Perdón por llamarlo a estas horas, pero... No me siento bien, doctor. Iba a tener esa cita y me dio miedo que fuera mi ex... Soy una idiota... —dije con la voz entrecortada y comencé a sollozar.
—No eres idiota —me aseguró con calma—. Te sientes abrumada, no pasa nada. Respira profundo; inhala y exhala. ¿Puedes hacer eso por mí?
—No —dije en mi desesperación, todavía temblando—. ¿Por qué haría eso por usted? —me quejé mientras trataba de hacer los ejercicios que me había pedido.
—Porque soy tu terapeuta y estoy aquí para ayudarte —respondió, manteniendo un tono autoritario—. Y porque la respiración profunda es buena para reducir la ansiedad y los síntomas físicos como el temblor. Así que, por favor, respira conmigo.
Obedecí hasta que poco a poco logré calmar mi respiración, aunque los temblores continuaban.
—Muy bien... Sigue respirando, lo estás haciendo bien. Ahora, ¿puedes decirme qué desencadenó este ataque de pánico? ¿Fue la cita?
—Sí... creo que fue una mala idea. No estoy lista para esto. Veo a mi ex en todas partes... Entré en pánico pensando que era él, pero... —Volví a mirar hacia donde Richard aguardaba por mí—. Pero no era él.
—Es comprensible que tus experiencias pasadas te hagan sentir aprensión por volver a salir con alguien. Lo que debes hacer es recordar que no todo el mundo es tu ex o igual a tu ex.
—Gracias por la aclaración —me burlé con sarcasmo ante su respuesta obvia. Y luego, tras un silencio, miré la hora, preocupada por la cita—. Dios mío, él debe estar pensando que lo dejé plantado.
—No te preocupes por eso. Vivirá. Ahora mismo tu bienestar es nuestra prioridad.
«Nuestra», rondó por mi cabeza hasta que me obligué a deshacerme de ese pensamiento absurdo.
—¿Y si le explico lo que me pasó? Quizá salga corriendo y piense que estoy loca —me lamenté.
Lo escuché reírse de mi comentario y luego suspirar. Su risa era tan única que podía imaginarlo frente a mí, sentado en su silla.
—Si se asusta por tu vulnerabilidad, entonces no vale la pena perder el tiempo con él. No necesitas explicar nada si no quieres, pero ser honesta acerca de tus sentimientos y experiencias, podría ser una buena manera de descartar parejas inadecuadas.
—Está bien.
Hice una pausa mirando hacia Richard y luego bajé la mirada a mi mano temblorosa, apretando el puño.
—Me haré cargo de mis nervios, lo prometo.
—Ese es el espíritu —me animó.
—Gracias, doctor. Deséeme suerte. Y lamento interrumpirlo.
—De nada —dijo—. Y no necesitas suerte. Eres más fuerte de lo que crees. De todos modos, te deseo suerte. Mantén la calma, concéntrate en tu respiración si comienzas a sentirte abrumada y recuerda, tienes el control. Puedes manejar esto.
Una vez colgué, pensé en sus palabras y me dirigí al punto de encuentro.
Tenía mucha más confianza en mí misma ahora, aunque en un principio el intercambio de palabras no fue demasiado bien. Traté de explicarle el motivo de mi retraso, pero acabé mintiendo. La excusa fue que había tenido un inconveniente con el auto. En general, la antepuesta de la cita había ido mejor de lo que esperaba. Hablamos sobre nuestros intereses, sobre la aplicación y la comida que pedimos en uno de los restobares cercanos a la feria. Con el paso de los minutos la conversación se volvía más íntima y los dos dejamos claros nuestros puntos de vista. Él, divorciado; yo soltera desde hace dos años. Las fichas estaban sobre la mesa. Bastaron unas cuántas cervezas, una invitación y la regla de «solo sexo casual».
Nos dirigimos al dormitorio mientras nos besábamos. Fue como la primera vez: algo salvaje y desesperado, como si los dos estuviéramos ansiosos por volver a sentir algo de calor humano. En la habitación nos empezamos a desvestir.
Richard se sentó en el borde de la cama y yo apoyé mi rodilla rozando la erección que empezaba a pronunciarse entre sus pantalones. Un torbellino de pensamientos me mareó un instante al ser consciente de lo que estaba haciendo.
Él me desabrochaba los jeans y yo le desabotonaba la camisa. Ambos éramos una maraña de carne caliente, solo separados para coger algo de aire. Hasta que en un momento, imaginé que Volker Kingsley era quien me besaba.
Cuando pensé en él, aparté a Richard por instinto.
—¿Ocurre algo? —preguntó sin comprender por qué había dado un paso atrás.
—N-no... nada —dije en voz baja, pero sin evitar pensar en que Richard en realidad era mi jodido terapeuta.
No quería ni debía pensar en él en un momento así. Sin embargo, cuanto más intentaba olvidarlo, más viva aparecía su imagen en mis pensamientos. Ese pensamiento era como una mala hierba que crecía en el fondo de mi mente.
Mientras intentaba concentrarme en mi cita y en el momento íntimo que compartíamos, más culpable me sentía. Y, aun así, cuanto más trataba de borrar su imagen de mis pensamientos, más me sentía atraída por él: su mirada intensa, su intelecto agudo, su comportamiento gentil.
Miré la cara de Richard e imaginé que era Volker. Mi excitación creció con esos pensamientos. La idea de su mano recorriéndome, de su aliento contra el mío... Era demasiado bueno. La imagen de él estaba ahora arraigada a mi cabeza y se negaba a ceder.
Pero me resistí.
Di un paso atrás.
—Lo siento, no creo que pueda hacer esto —le dije a Richard.
Al menos, él lo comprendió.
Al día siguiente, me desperté con una mezcla de culpa y confusión. No sabía por qué había pensado en Volker de esa manera. Era vergonzoso y tuve que recordarme que él era mi terapeuta, nada más.
Durante todo el día traté de mantenerme ocupada para no pensar en él, pero cada vez que tenía un momento de tranquilidad, su imagen aparecía en mi mente, provocando que una oleada de culpa y confusión me invadiera una vez más.
A medida que se acercaba la próxima sesión, sentía una mezcla de nerviosismo y emoción. Una parte de mí quería confesar lo que había sucedido, aclarar las cosas y buscar orientación; la otra parte de mí estaba aterrorizada por las consecuencias, por el posible rechazo o la decepción.
Finalmente, el día llegó.
De camino a la oficina mi corazón se aceleraba paso a paso. Respiré hondo varias veces, tratando de calmarme. Tuve que recordarme que él era mi terapeuta y que mis fantasías solo habían sido producto del calor del momento, nada más. Pero no podía quitarme de encima el deseo y el pensamiento sobre lo excitante que sería ser tocada por él.
Llamé a la puerta y oí su voz profunda invitándome a pasar, sintiendo un vuelco en el estómago por los nervios. Entré y me senté en el sofá de siempre, justo frente a su silla. Traté de actuar con naturalidad, lo que fue difícil. Estaba segura de que él podía percibir mi tensión, que estaba más nerviosa que de costumbre y que mi lenguaje corporal delataba la agitación de mi interior.
Después de un momento de silencio incómodo, comencé a juguetear con mis manos. Lo miré con la cabeza gacha, encogida de hombros. Abrí la boca para hablar, sin embargo, las palabras se me habían atascado.
—Y-yo... —Me aclaré la garganta, intentando que la voz no sonara entrecortada—. Por fin he conseguido mi cita —dije con un intento de sonrisa.
Él asintió con expresión neutral y esperó a que continuara.
Respiré hondo y me miré las manos una vez más, todavía incapaz de mirarlo a los ojos.
—Estuvo bien. Comimos en un restobar, bebimos y luego... —Me quedé en silencio, con las mejillas encendidas de vergüenza.
—¿Y luego qué? —insistió.
—Y entonces las cosas se pusieron un poco... íntimas —murmuré apenas por encima de un susurro.
Levanté la vista y me encontré con su mirada. Su expresión era la de siempre, aunque percibí cierta seriedad en él.
—¿Y cómo te sientes al respecto? —preguntó.
Me encogí de hombros y volví a mirarme las manos.
—No lo sé... —admití—. Fue agradable, supongo. Pero...
Me mordí los labios en un debate sobre la idea de contarle lo que había pasado o no.
Él se inclinó hacia delante en su silla, con curiosidad.
—¿Pero...? —me instó a continuar.
Dudé un momento y mis mejillas se calentaron todavía más.
—Pero no podía dejar de pensar en usted —solté, arrepintiéndome de inmediato por contárselo.
Levanté un poco la mirada, solo para ver su expresión ante mi declaración. Los ojos de él se abrieron de par en par, sorprendido, y su serenidad se tambaleó por un breve instante. No esperaba que le admitiera algo así.
Recuperó la compostura y trató de actuar con indiferencia.
—¿Qué quieres decir? ¿Pensabas en mí durante una cita con otro hombre?
Me moví en el asiento con el peso de su mirada cayendo sobre mí como un pesado saco de mierda.
—No fue a propósito —me defendí—. Solo... pasó. Y una vez que comencé a pensar en usted, no pude parar.
—¿Por qué crees que estabas pensando en mí? —preguntó, cauteloso.
—No lo sé —mi voz apenas era audible—. Fue algo en la forma en que me miró, o la forma en que me tocó... que me hizo pensar en usted.
Lo miré con una mezcla de vulnerabilidad y confusión en los ojos.
—¿Y qué piensas de esto? —preguntó, sin delatar ningún rastro de agitación en su interior—. ¿Qué crees que significa que estabas pensando en mí durante un momento íntimo con otra persona?
—Tal vez significa que estoy hecha un desastre. Quiero decir, estaba con otro hombre, pero usted era el único dueño de mis pensamientos. No es normal, ¿verdad?
—«Normal» es un término subjetivo. No hay un estándar universal para lo que es considerado normal. Cada uno experimenta una gama de pensamientos y sentimientos, y no nos corresponde a nosotros juzgar lo que es correcto o incorrecto. Lo importante es comprenderlos y procesarlos de una manera saludable.
Lo miré buscando con los ojos algún tipo de consuelo, que me dijera que todo estaba bien. Sin embargo, cuando nuestros ojos se encontraron como solía pasar antes, todo lo que sentí fue un revuelo interno. Aparté la mirada al instante y mis hombros se tensaron.
—Entonces, ¿no cree que esté loca?
—No, no creo que estés loca. Creo que estás lidiando con sentimientos y emociones confusas.
—¿Y qué hago? Es decir, no quiero tener estos pensamientos. Es... inapropiado, ¿verdad? Pero parece que no puedo evitarlo, incluso ahora lo miro a los ojos, pienso en ello y me siento incómoda... y patética.
—Hay varias cosas que puedes hacer para enfrentar estos sentimientos. Primero, es reconocer y aceptarlos, al fin y al cabo, son parte de tu experiencia y no tiene sentido tratar de ignorarlos o reprimirlos. Cuanto más luches contra estos, más pensarás en ellos. En segundo lugar, podría ser útil explorar las razones detrás. ¿Qué necesidades o deseos satisfacen? ¿Existen experiencias pasadas o necesidades emocionales que se desencadenen a partir de lo que piensas y sientes?
Hizo una pausa y me miró pensativo.
—Y, por último, si estos pensamientos persisten y causan angustia, podría ser útil hablar de ellos con alguien de confianza.
—Creo que entiendo lo que está diciendo, es solo que... —Me quedé en silencio, con un dejo de vulnerabilidad volviendo a aparecer en mi ser.
—¿Qué? —me animó a continuar.
—Es que me siento culpable —admití—. Me siento culpable por pensar en usted de esa manera cuando estaba con otra persona. Siento que lo traicioné de cierta forma. Supongo que con esto he cruzado una línea entre terapeuta y paciente que no debería haber cruzado.
Volker negó con la cabeza.
—No, no has cruzado la línea —dijo con firmeza—. Es normal que los pacientes desarrollen sentimientos hacia su terapeuta. No es algo que podamos controlar y no significa que hayas hecho algo malo. Ahora, volvamos al tema en cuestión. Mencionaste que comenzaste a pensar en mí durante tu momento íntimo con otra persona. ¿Puedes describir la situación con más detalle?
—Fue... intenso. Sentí una mezcla de emoción, culpa y vergüenza. Sé que no debería haber estado pensando en usted de esa manera, pero no pude evitarlo.
Su expresión permaneció neutra, sin mostrar ningún cambio o emoción al respecto. Era como si ni siquiera le importara.
—¿Y qué crees que significan esos sentimientos?
—No lo sé —respondí con frustración, poniéndome de pie, ya sin poder contener la vergüenza y lo mucho que me intimidaba estar frente a él, con esos retorcidos pensamientos en la cabeza—. Siento que me estoy volviendo loca. En un minuto estoy con mi cita y al siguiente estoy pensando en... —me negué a repetirlo—. No entiendo por qué. No quiero tener estos pensamientos. Tal vez debería derivarme a otro terapeuta y no trabajar más conmigo, sería lo mejor para ambos. Yo... yo no quiero sentirme así.
Solo entonces, después de mi sugerencia, pude notar que su expresión cambió casi de manera imperceptible.
—¿Eso es lo que quieres?
Asentí apretando los labios.
—Muy bien.
Se levantó de la silla y se dirigió a su escritorio, donde guardaba un directorio de otros terapeutas. Revisó la lista, buscando a alguien que creyera que sería una buena opción para mí. Después de unos momentos, encontró el nombre que estaba buscando.
—La doctora Michaels es una terapeuta con mucha experiencia que se especializa en problemas de pareja. Creo que sería una buena opción para usted.
«Usted», repetí en mi cabeza, sintiendo que él ya había marcado una distancia entre ambos.
Me entregó el papel y nuestros dedos se rozaron en la brevedad. Sentí una descarga eléctrica al contacto, una que me hizo estremecer. Estoy segura de que él también la sintió, pero la ignoró y se aclaró la garganta.
—Conozco a la doctora Michaels desde hace mucho tiempo y confío en que podrá ayudarla.
Tomé el papel y lo observé con cuidado. Él tenía razón, pero la idea de dejarlo y trabajar con otra persona me llenó de una sensación de pérdida. Me había encariñado con él, por lo que la idea de no volver a verlo me angustió. Aun así, seguir siendo su paciente solo aumentaría mi confusión y culpa.
—Gracias —dije en voz baja.
—Estará en buenas manos.
Quise decirle más, pero nunca fui buena expresando mis sentimientos en momentos en los que me sentía así de vulnerable.
—Debería irme ya —dije en voz baja, mirándolo por fin—. Gracias por todo, doctor Kingsley.
Él me sonrió y asintió.
—Cuídese y no olvide pedir una cita con mi colega.
Le dediqué una pequeña sonrisa y caminé hacia la puerta. Allí, me detuve con una mano en el pomo, deseosa de mirarlo una última vez.
—Adiós, doctor.
Una parte de mí quería que él me detuviera. Mi decepción creció cuando, al voltear para verlo, él se dirigía a su escritorio con aire desinteresado.
—Tenga un buen día, señorita Serena.
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Creo que Volker no contaba con que ella lo dejara juejujejue
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