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FELIX DÍA DEL AMORRRRSH Y LA AMISTAD <3 Y para celebrarlo, qué mejor que un capítulo de estos dos loquitos. Aunque les viene mejor la canción de noooo, no es amoooor, lo que tu sientes se llama obsesiónnn~
Disfruten del capítulo y nos leemos el domingoooo :)
SERENA
Me desperté temprano por la mañana con una punzada en el brazo. La herida me dolía como los mil demonios y la piel ardía como el infierno. Estuve varios minutos quejándome en el baño, con la duda de si quitarme la gasa, hasta que escuché que Volker golpeaba.
—¿Pasa algo, Serena?
Antes de que le respondiera, abrió la puerta y miró mi expresión de dolor a través del espejo. Su semblante tranquilo no dijo mucho al principio, pero le bastó ver mi brazo y la sangre para darse cuenta de lo que pasaba.
—Se soltaron dos puntos —dije una vez me revisó el brazo.
Tenía los dientes tan apretados que apenas podía hablar. Eso, acompañado de los temblores en mi cuerpo al ver mi piel suturada y llena de sangre, me recordó a la época en que Alex me golpeaba y luego sentía remordimiento por algo que él mismo ocasionaba.
—Lo siento, las sábanas también se mancharon con sangre.
Fue lo único que atiné a decirle mientras los dientes me castañeaban.
Volker elevó la mirada de mi brazo para encontrarse con mis ojos, los cuales estaban rojos y llenos de lágrimas alrededor que traté de secar. Tendió su mano hacia mi mejilla y la acarició en un gesto tierno e inesperado. Estaba convencida de que se molestaría.
—No te preocupes, yo me ocuparé de eso —dijo usando el mismo tono tranquilizador que le oí aquella vez que tuve un ataque de pánico, antes de mi cita.
Recordé lo que me había afirmado la noche anterior, sobre su calidad como asesino serial y mi bocota actuó antes que la precaución de mi cerebro.
—Supongo que ya tienes experiencia con manchas de este tipo.
Me mordí el labio inferior una vez me di cuenta de lo que dije. Sin embargo, lejos de hacerlo enfadar, Volker sonrió al mismo tiempo en que examinaba mi herida.
—En efecto.
—Y lo dices como si fuera lo más normal del mundo...
—No merece la pena ocultarte lo que soy. No a ti. Pero ya habrá tiempo para historias, ahora tú eres mi prioridad.
Me guio hacia el comedor, me sentó en una silla y luego se metió a la cocina. En unos minutos regresó con un botiquín de primeros auxilios que colocó sobre la mesa y examinó la herida de cerca otra vez.
—Tendré que suturar la herida de nuevo.
Mi pulso se aceleró y las manos empezaron a sudarme a la vez que temblaban.
—¿Me va a doler?
—Por supuesto que sí —se rio—. No te preocupes, intentaré ser amable.
Su mirada se volvió juguetona y me pregunté qué tan cierto era eso. Después de todo, era un sádico y cruel. Todas las veces que me tomó por tonta lo dejaban en evidencia.
Limpió la herida con un antiséptico. Para mi sorpresa, su tacto era cuidadoso, casi tierno. Notó en mis músculos la tensión y me tomó de la mano con una caricia sedosa.
—Trata de relajarte. Cuanto más te tenses, más te dolerá.
—¿No puedes darme algo para el dolor?
—Podría, pero me gusta escuchar cómo gritas —dijo en un tono juguetón.
Quise lanzarle las cosas por la cabeza. Mi amenaza solo provocó una carcajada burlona, por lo que no me quedó de otra que cerrar los ojos y apretar los dientes para no gritar de dolor.
Volker continuó trabajando en la sutura con movimientos precisos y seguros. Por mi parte, lancé muchas maldiciones y gemidos. Sentía la piel afiebrada y pronto empecé a sentir leves náuseas.
—Solo unos minutos más —me consoló con voz suave—. Lo estás haciendo muy bien.
Jadeé de dolor. Sentía temblores por todo mi cuerpo. Mi piel estaba sensible al toque y la frente me sudaba. Lo que más odiaba de ello era que él era feliz con mi sufrimiento.
—Resiste un poco más y esto acabará, cariño.
—Cabrón, deja de llamarme así —hablé con resentimiento y busqué algo para distraerme.
—Puedo llamarte como quiera —me corrigió con la voz llena de condescendencia—. Y seguiré llamándote cariño, te guste o no.
—Eres como un adolescente cachondo. Llamarme de esa manera no me ablanda el corazón. Todavía te odiaré aunque te preocupes por mí. ¿Lo sabes, verdad?
—Oh, cariño, estás equivocada. No me importas. No en el sentido en que estás pensando. Por supuesto que es importante, pero quiero más de ti. Eso no significa que no pueda aprovecharme de tu debilidad. Y llamarte «cariño» hace que sea más fácil quebrarte.
Reí hasta que un quejido interrumpió mi risa.
—Es un poco irónico: en lugar de romperme, me estás cosiendo.
—Eres muy testaruda, ¿no? —Había cierta admiración en su pregunta—. No te preocupes, aún no he terminado contigo. Te voy a tener destrozada y bajo mi control antes de que te des cuenta.
Abrí los ojos y lo miré tratando de tener una confrontación con él.
—¿Por qué?
Alzó las cejas en busca de más información.
—¿Por qué me quieres destrozar? ¿Por qué parece que quieres dominarme y también tenerme a tu lado? Eso es muy contradictorio de tu parte.
—Porque tienes que dejar de ser tú para poder entender lo que quiero de ti.
—Así como suenas, parece que esperas bastante de mí.
—Sé lo que eres y lo que tienes para dar. Por supuesto que pongo toda mi fe en tu persona.
—¿Con qué fin? ¿Matar personas juntos?
La comisura de su labio se elevó.
—Eso sería formidable, sin dudas.
Hice una pausa.
—¿También buscabas eso en Molly Dolly?
Detuvo sus movimientos al instante.
—Lo que ocurrió con Molly fue diferente —dijo con un dejo de irritación en la voz.
Ni siquiera me miró a los ojos como antes. Su semblante tranquilo incluso había cambiado y tuve que darme un golpe mental para recordarme que de él dependía que no me desangrara.
—Ella era imprudente, demasiado ruidosa. Una chica superficial que se preocupaba por la cantidad de números que tenía en sus redes sociales y nada más.
Hablaba con desprecio de Molly, como una peste infecta que no merecía ser recordada. Pero él lo hacía, y muy bien, porque se seguía hablando de ella en todos sitios.
—¿Por eso la mataste? —pregunté con cuidado.
—Ella quería ser famosa, que se hablara en todos lados de ella. Yo solo le concedí su sueño. —Su cinismo me dejó helada y mi cuerpo se tensó. Esto no pasó en vano para él y sonrió—. Tú, por el contrario, eres mi afín. Nos complementamos el uno al otro.
Era increíble como de un momento a otro podía pasar de estar irritado a sonreír y hablar con tanta ternura. Me recordó al gato que tenía de niña, que a veces me buscaba para que lo acariciara y luego me mordía la mano. Como si las ironías que nos rodeaban no fueran suficientes, Volker poseía una sonrisa muy similar al hocico de un felino.
Aparté la mirada y volví al tema.
—Pero... ¿hacerlo en vivo?
—Mayor impacto. ¿Crees que se seguiría hablando de ella si solo hubiera desaparecido? No, necesitaba que fuera estrepitoso.
Guardé silencio y recordé los gritos de Molly Dolly al ser arrastrada hacia la oscuridad.
—¿Y qué fue lo que hiciste con ella?
—Si te dijera dónde está, te arruinaría la sorpresa, Serena. —Se rio por lo bajo—. Eres muy curiosa.
—Es parte de mi encanto —solté con sarcasmo.
—Sí —afirmó, muy serio—. Lo es.
Continuó cosiendo la herida con movimientos precisos. No me di cuenta de que estaba apretando el puño hasta que él posó su mano encima.
—Relájate, cariño.
Terminó de coser la herida y ató el hilo.
—Listo. Debo decir que lo hiciste bien. No gritaste demasiado y solo me maldijiste un par de veces.
Miré la piel roja y maltratada, los puntos que surcaban la carne y la larga línea roja.
—Genial, otra cicatriz para la colección —solté con sarcasmo.
—Una pequeña cicatriz no te hará daño. De hecho, hasta podría hacerte parecer más interesante...
Extendió la mano y tocó la piel alrededor de la sutura. Fue cuidadoso y procuró no lastimarme.
—Además, creo que te sienta bien. Un recordatorio de a quién perteneces.
—Si esta cicatriz significa que te pertenezco, la que me hizo Alex significa que también le pertenezco a él —respondí y aparté el brazo de su toque.
La expresión de Volker se ensombreció cuando mencioné a mi exnovio.
—No —dijo con voz fría y posesiva—. No perteneces a nadie más que a mí. La cicatriz que hizo tu ex no significa nada. No tiene importancia.
Ladeé la cabeza en busca de su expresión.
—¿Estás celoso?
—No estoy celoso. —Su mirada se volvió intensa y me atravesó como un puñal—. No me gusta la idea de que otro hombre te haya marcado.
—Pues no tienes nada de qué preocuparte, él ya está lejos. Solo está en mis pesadillas. ¿Entiendes ahora? Ya he experimentado con gente demente como tú.
Volker reprimió el impulso de sonreír ante la comparación.
—Oh, amor, me siento halagado, pero soy mucho más refinado que cualquier otra persona loca que hayas conocido. No soy un psicópata común y corriente.
—Eres un asesino serial, claro que lo eres.
Se inclinó hacia delante en su silla, con la mirada fija en mí.
—No, Serena, no lo soy. Tampoco soy un asesino serial descuidado que trabaja por impulso y que tiene problemas de control de la ira. Soy un gourmet, cariño.
Fruncí el ceño sin comprender.
—¿Qué?
Mi confusión solo le trajo satisfacción.
—Déjame explicártelo en términos más simples: soy más que un psicópata estereotípico. Tengo clase. Tengo estilo. —Hizo una pausa por un momento, sus ojos brillaban con una mirada peligrosa—. Soy un conocedor, cariño. Aprecio las cosas buenas de la vida. Puedo distinguir entre un buen vino y uno malo. Entre una comida deliciosa y una mediocre.
—¿Y crees que tu clasismo te hace diferente? Eres muy pretencioso.
—Prefiero llamarlo tener estándares altos, Serena. No me conformo con nada menos que lo mejor. Y tú, querida, eres un trabajo en progreso.
Se movió en su silla y se acercó un poco más.
—Eres como un diamante en bruto, crudo, sin cultivar, y con mucho potencial —dijo en un tono casi seductor—. Podría pulirte, enseñarte a apreciar las cosas buenas de la vida. A saborear lo mejor que esta tiene para ofrecer. Veo potencial en ti. Tienes una chispa dentro, un fuego que ha sido sofocado por la mediocridad del mundo.
—¿Por eso me elegiste?
Él hizo una pausa por un momento, con sus ojos clavados en los míos. Quise voltear, pero estaba atrapada en su red.
—Te elegí porque veo ese fuego. Veo ese diamante dentro de ti que espera ser pulido. Y quiero ser yo quien lo haga.
Se inclinó más cerca y rozó su rodilla con la mía.
—Pero tienes que dejarme, cariño. Tienes que permitirme que te moldee, que te convierta en algo más grande. Tienes que entregarte a mí por completo.
~
Me pasé toda la tarde con lo que habíamos hablado dando vueltas en mi cabeza.
Volker hablaba de mí como si tuviera un propósito en mi vida, como si viera algo especial en mí. Yo, por el contrario, solo veía a una mujer destrozada que no sabía lo que quería. Deseaba volver a mi casa, y al mismo tiempo sabía que allí solo me esperaban pesadillas. Quería una vida tranquila, aunque eso, a la larga, me aburriría y volvía a sentirme insegura por culpa de Alex.
Desde aquella noche, todo se había ido en picada y pensarlo me hacía sentir furiosa.
Estaba deshecha, impotente y no podía hacer nada. Era demasiado cobarde y siempre regresaba al oscuro pensamiento de que si hubiera matado a Alex cuando tuve la oportunidad, ya no estaría encerrada con un asesino.
Aunque... si quitaba el siniestro hecho del secuestro y la posible muerte al acecho, vivía mejor que en mi propia casa.
—Estás muy callada esta tarde, Serena.
Volker me arrebató de mis pensamientos. Me había quedado con la vista perdida hacia el exterior, ya que las enormes ventanas daban hacia el bosque. La vista era hermosa, tranquila y me hacía olvidar que estaba encerrada.
—¿Hay algo que te preocupa? ¿O estás disfrutando de la vista? —preguntó al ver que volvía a prestarle atención a la comida que él, como ya era costumbre, había preparado.
Jugueteé un poco con el bistec del plato y suspiré.
—Pensaba en que... tienes una linda cabaña en medio del bosque, llena de muebles modernos y elegantes, enormes ventanales... Es un lindo lugar para tenerme encerrada. Y también es un lugar del que puedo escapar con facilidad.
Se recostó en el asiento y me observó con una mezcla de diversión.
—¿Aún buscas la posibilidad de escapar, cariño? —cuestionó y pude notar un matiz de fastidio—. ¿De verdad crees que te dejaría fuera de mi vista?
Me llevé un pedazo de carne a la boca antes de responder. Estaba delicioso, como un manjar exquisito que se derretía en mi boca. Verme comer lo hacía feliz, pues siempre me miraba con los ojos brillantes.
—No, creo que no me dejarías ir. Por eso estaba preguntándome qué es lo que escondes. ¿Por qué tenerme encerrada en una cabaña sin seguridad y no en algún sótano secreto o habitación de tortura?
Mi última pregunta le sacó una carcajada seca. Bebió de la copa de vino para aclararse la garganta y su sonrisa permaneció.
—Siempre intentas fisgonear en mis secretos, pero nunca conseguirás la historia completa.
—¿Por qué no? ¿Te avergüenzas?
—No, no me avergüenzo —respondió—. Es solo que... no es para que tú lo sepas. Al menos, todavía no. No estás preparada para ese tipo de conocimiento.
—¿Y cuándo estaré lista para descubrirlo?
Se inclinó hacia delante, con los brazos sobre la mesa. Sus ojos recorrieron mi rostro y observaron cada uno de los rasgos. Se veía hermoso. Era hermoso. Tenía sus facciones marcadas y su cabello siempre bien peinado. Su confianza le daba un plus y la manera en que tenía los brazos flexionados, marcaba sus músculos a través de la camisa. Me gustaba cuando llevaba desabotonados los dos botones del cuello, pues dejaba a la vista la clavícula y ese era el sitio donde más podía oler su aroma.
—Cuando crea que puedes soportar saber la verdad. Ahora mismo no estás preparada. No eres fuerte.
Fruncí el ceño y mis hombros se tensaron.
—¿Para qué carajo me estás preparando? —insistí
Disfrutó de mi frustración. Se inclinó aún más cerca, bajó la voz hasta convertirse en un murmullo bajo y seductor:
—Te estoy... dando forma. Moldeándote para que seas algo mejor. Tienes tanto potencial, tanto poder sin explotar dentro de ti... Quiero sacarlo a la luz.
Su respuesta ambigua otra vez me irritó.
—¿Potencial para qué? ¿Para ser tu puta? ¿Para que me uses como una maldita muñeca sexual?
Me levanté de la mesa.
Sus ojos brillaron de ira ante mi arrebato, pero fue rápido al controlar sus emociones y su expresión se volvió serena. Se puso de pie con movimientos tan prolijos como los de una pantera.
—Yo no lo llamaría así. Pero sí, es parte de ello. Quiero sacar a la luz esa oscuridad interior que mantienes tan bien escondida, esa parte de ti que te da demasiado miedo reconocer.
—¿Qué parte? No soy como tú, no soy una asesina, no me gusta ser sádica.
—Oh, amor mío, no te conoces tan bien como crees. Todos tenemos un lado oscuro. Todos tenemos el potencial de ser crueles y sádicos. Es solo cuestión de sacarlo a la luz, y yo sé cómo hacerlo.
Caminó alrededor de la mesa y cortó la distancia. Se detuvo frente a mí, tan cerca que podía sentir su aliento golpearme el rostro. Sus ojos recorrieron mi figura, estudiándome.
—Te ves... deliciosa.
Extendió la mano y recorrió con un dedo la línea de mi mandíbula. Su toque era suave, pero había algo de posesividad que me erizó la piel de la nuca. Mi ser reaccionaba de manera automática a él y a su olor.
No podía dejarme seducir. No esta vez.
Detuve su toque agarrando la mano y lo miré con las cejas fruncidas, casi tocándose entre ellas.
—Déjame ir.
Dio un paso más y se presionó contra mi pecho, atrapándome entre él y la mesa.
—No —dictaminó con voz baja, al mismo tiempo en que destilaba sensualidad—. No creo que lo haga, Serena.
El calor que desprendía su cuerpo era embriagador, la forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiración me volvía loca. Y él podía oler mi miedo, el ligero temblor de mi mano atrapado bajo su tacto cálido, una mezcla deliciosa que solo sirvió para excitarlo todavía más.
Pasó los dedos por mi pelo, con un tacto posesivo, y luego se reclinó sobre mí y sus labios rozaron mi oreja, haciéndome estremecer a causa de ese aliento cálido y pesado.
—Me deseas —susurró, bajo y lento, tan caliente que podría haberme quemado—. Puedo sentirlo, puedo olerlo en ti.
Apreté los dientes y quise golpearlo, empujarlo y salir corriendo; sin embargo, su olor me estaba volviendo loca y, en un gesto desesperado, agarré su camisa y jalé para besarlo. Él se sorprendió por mi repentina audacia, y tras procesar lo que ocurría, me devolvió el beso con el mismo fervor. Me rodeó con sus brazos, atrayéndome, y nuestros labios se unieron en un abrazo posesivo, casi violento.
Tras lo que pareció una eternidad, rompí el beso y, jadeante, lo miré. Lo odiaba y le temía por partes iguales. Apreté con más fuerza la camisa, casi como si fuera a arrancarla de su torso, y mi pulso se aceleró.
—Por favor... quiero volver a casa. Mis padres deben estar preocupados... Necesito irme.
Su corazón latía con fuerza ante mis palabras.
—Sabes que no puedo hacer eso. Todavía no.
Tragué saliva con fuerza para disipar el nudo en la garganta. Bajé la cabeza y solté su camisa, hasta que mis manos cayeron, derrotada y sin esperanza.
Aunque, todavía la había.
Ya no me dolía el pie, lo que significaba que podía correr como antes.
—Juguemos a algo —propuse.
Inclinó la cabeza a un lado y sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa.
—¿Un juego, dices? ¿En qué clase de juego estás pensando, Serena?
Iba a pedir algo muy absurdo, pero era la única manera de tener una salida.
—Yo corro y tú intentas atraparme. Si no me encuentras en más de media hora, soy libre. Si me atrapas, entonces... me entregaré a ti, tal cual lo quieres.
Aquella propuesta era una locura, pero al menos el juego me serviría para reconocer el área o buscar algo de ayuda.
Volker lo meditó unos segundos y pude notar que detrás de su máscara de neutralidad, habitaba cierta curiosidad que le daba un aire más humano.
—Muy bien, cariño —convino él—. Jugaremos a tu jueguito. Aunque no te liberarás tan fácil. Si te atrapo... bueno, ya sabes lo que pasará.
—¿Vas a matarme?
La idea me tensó los músculos.
—Nada tan drástico como eso —aseguró—. Serás mía. Toda mía. Me pertenecerás en cuerpo y alma. Nunca podrás escapar de mí otra vez.
Caminó hacia la puerta e ingresó la clave. El instante en que la puerta se abrió y la suave brisa del exterior se coló por la casa, sentí que mi pecho se infló de esperanza. Fue como si algo allá afuera me llamara, como si por fin pudiera tener algo por lo que luchar. Vi el mismísimo paraíso, y el canto de las aves era el canto de los ángeles llamándome.
—Tienes media hora, amor. Media hora para esconderte o correr, y si te encuentro después de que pase el tiempo... bueno, descubrirás lo que significa ser mía.
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