13
SERENA
Así estaban las cosas ahora: estaba secuestrada por un jodido demente que me folló sobre las encimeras de su cocina, sin poder escapar.
Había pensado que si me dejaba follar, él iba a dejarme ir.
Grave error.
Mi poca negativa solo había encendido su deseo por mí.
Después de hacerlo en la cocina, me cargó en brazos para llevarme a la habitación y me dejó encima de la cama, todavía anclado a mí. Sus movimientos me hicieron gemir un poco y eso lo encendió como una máquina, pues todo su cuerpo se agitó de deseo.
Me recorrió con sus manos en un toque posesivo y exigente, sus dedos se presionaron como si quisiera enterrarse en mi piel.
—No puedo tener suficiente de ti —murmuró entre jadeos, manteniéndome prisionera debajo de él igual a un animal que ha atrapado a su presa, listo para morderle el cuello.
Muy en lo profundo de mi ser, me decía una y otra vez que debía buscar alguna manera de escapar de sus garras, que actuar dócil no me serviría de nada porque, en realidad, Volker era peor que Alex. Y, al mismo tiempo, sentía una atracción absoluta por él, por la manera en que me tocaba, besaba, me embestía. Me gustaba su olor fuerte, cómo le brillaba la cara con la capa de sudor, la manera que jadeaba y gemía, cómo sus músculos tensaban la tela de su camisa...
¿Había perdido el juicio y la razón? Pensé que sí, y por esa noche no me importó en absoluto.
Empezó a moverse otra vez y no hice más que rodearlo con mis brazos por el cuello para atraerlo y besarlo. Mi yo razonable chilló por dentro, pero ahogué la voz y busqué los labios de Volker para consumir mi cordura en ellos.
Él debió notar que por fin estaba cediendo por completo, que había ganado esa batalla, y en un movimiento rápido, me puso encima de él para que lo montara. Estaba desconcertada, entonces empezó a moverse, y no pude pensar más que en la deliciosa sensación de su polla vibrando dentro de mí en un ángulo tan exquisito.
Me agarró por las caderas y sus dedos se hundieron en mi carne, guiando mis movimientos. Me balanceaba contra su pelvis a un ritmo lento. La tensión crecía en mi interior, la espiral del deseo que se enroscaba cada vez más fuerte. Apoyé mi mano sobre su abdomen todavía cubierto por su camisa y lo cabalgué imaginando que había domado al furioso animal que ardía dentro de él.
—No puedo contenerme.
Verlo suplicar sin la fachada de psiquiatra sofisticado despertó algo dentro que creí muerto. Se veía tan vulnerable debajo de mí, entre jadeos y gemidos, enterrando los dedos en mi piel y dejándose montar... Fue como si yo llevara el control.
Aunque en el fondo era consciente de que eso era una mentira.
Igual que la que me decía cada vez que mi exnovio me golpeaba y después venía a disculparse llorando.
Decidida a alejar ese pensamiento, empecé a moverme más rápido encima de él. Acomodé las piernas a cada costado y salté sobre su polla. Se puso rígido y la respiración se le entrecortó. Al mirar su expresión descubrí que se estaba riendo, que el hecho de que lo montara era algo que estaba deseando desde hace mucho tiempo.
Apoyé mis manos sobre su pecho y sus manos me recorrieron, detallando cada curva en mi cuerpo.
—Eres tan perfecta, tan condenadamente perfecta —jadeó—. No voy a durar mucho más, me estás volviendo loco.
Cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación, por la fricción, por el encuentro indebido.
Me fundí en él una última vez hasta que se estremeció viniéndose dentro. Su calor me llenó y lo apreté sin dejar de moverme. Él jadeó y en un gesto desesperado, se aferró a mi cintura.
Ya sin fuerzas, me dejé caer sobre su pecho, y por unos instantes, el único sonido en la habitación fueron nuestros jadeos en el lento descenso de la cima.
Mi mente daba vueltas, entonces sentí que me abrazaba.
Cerré los ojos un momento intentando asimilar lo que había sucedido y suspiré. Sus manos me acariciaron como un dulce consuelo. Todavía temblaba y tenía sutiles espasmos con la sensación resbaladiza entre las piernas. Estaba agotada.
—¿Estás bien, cariño? —lo oí preguntar.
Apoyé las manos en su pecho y me levanté para mirarlo.
—No me llames así. Y... estoy bien, solo un poco agotada. No recordaba que la experiencia fuera tan... intensa —admití, mirando hacia otra dirección con algo de vergüenza.
—Lo siento, Serena —dijo en un tono de voz comprensivo y dulce. Extendió la mano y tocó mi mejilla—. No hay nada de qué avergonzarse, lo que acabamos de compartir fue increíble.
—No me da vergüenza, es solo que... bueno, hace mucho que no hacía esto —respondí moviéndome sobre él para acomodar las piernas, lo que le hizo recordar que él todavía estaba dentro.
Me bajé de encima y me senté sobre la cama, todavía sintiendo mi intimidad caliente.
Él siguió todos mis movimientos.
—¿Y lo de tu cita?
—No pasó nada con él. No pude porque... pensé en ti, ¿recuerdas?
Tomó mi rostro entre las manos y acarició las mejillas con los pulgares.
—No me extraña que fueras tan receptiva, tu cuerpo pedía a gritos liberarse.
Eso sí me hizo sentir avergonzada.
—Oh, cállate... —Le tapé la boca con una mano—. El único desesperado eres tú.
Sonrió detrás de la mano con sus ojos brillantes de pura picardía.
—Nunca dije que no lo estuviera, es lo que provocas en mí —habló en un tono juguetón—. Pero no puedes negar que lo deseabas tanto como yo. Lo sentí en tu cuerpo, la forma en que te movías contra mí, la forma en que jadeabas de placer.
Chasqueé la lengua apartando la mano de la boca. La idea de que notara mi deseo me hacía sentir mal.
—Fue por tu olor, eso es todo.
—¿Así que es eso? ¿Te atrae mi olor?
Me reí de mala gana ante su tono de falsa inocencia.
—No finjas que no lo sabes. Puedes leerme como un libro. Sabes que tu olor me vuelve loca, por eso me alejé de ti en la primera sesión y salí huyendo.
Sonrió con sorna. Volker era demasiado perspicaz para haber pasado por alto mi deseo por su aroma, tan solo buscaba regodearse de ello.
—Ah, me has pillado —dijo con un dejo de diversión en la voz—. Sí, soy consciente de que mi olor tiene un efecto sobre ti, igual que el tuyo sobre mí. ¿Puedes culparme por estar contento con tu confesión?
—No, no te culpo. Seguro que es lo que querías oír desde el principio —respondí, sentándome en el borde de la cama—. Todavía no entiendo por qué te fijaste en mí en primer lugar. Eres guapo, inteligente, influyente... podrías tener el mundo entero a tus pies... Y, al final, preferiste buscarme a mí.
Apoyó la espalda en el respaldo de la cama y sonrió lleno de diversión.
—Me halagas, amor —dijo, con un tono de burla—. Aunque debes entender que eres única. Muy diferente a cualquier otra mujer que haya conocido. Y tu mente... tus pensamientos...
Se quedó en silencio, como si estuviera perdido en los recovecos de su psique.
—¿Qué? —insistí.
—Tu mente es como un océano, profundo y misterioso. ¿Cómo podría no ahogarme en ti?
—Oh, así que también eres bueno con las analogías —me burlé—. Sabes que en cuanto tenga la primera oportunidad voy a salir corriendo, ¿no?
Se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y sus ojos no se apartaron de mí, disfrutando de la plática post sexo.
—Entiendo lo que dices, cariño. Pero, en el fondo, sé que te sientes atraída por mí. Puedes negarlo todo lo que quieras, sin embargo, no puedes negar la atracción magnética que hay entre nosotros. Así que adelante, intenta correr, yo disfrutaré de la persecución.
Esbocé una sonrisa cínica y llena de rabia.
—Que te jodan.
Mi desafío e insolencia alimentó aún más su deseo por mí.
—Me gusta cuando hablas así.
Me levanté de la cama y luego lo miré. Por un momento había olvidado que me había secuestrado y ahora estaba en una cabaña en medio del bosque con su apetito insaciable.
—¿Cuándo vas a dejarme ir?
—No puedo hacerlo, cariño. —Su voz era firme, pero había cierto atisbo de gentileza que me tomó por sorpresa, aunque no lo demostré—. Sabes demasiado y tenemos mucho de qué hablar.
—¿De qué quieres hablar? ¿Qué posición me gusta más? Vamos, doctor, no tenemos nada de qué hablar —dije con tono sarcástico y casi defensivo—. Y, por el amor de Dios, deja de llamarme «cariño». Es un apodo cursi y demasiado íntimo.
—Te llamaré como quiera, cariño. Nena, amorcito, mi querida...
Me estaba tomando el pelo.
—Iré a limpiarme.
Él se rio por lo bajo y se apoyó en una mano sobre la cama.
—¿Quieres que te acompañe?
Lo ignoré, pues en el fondo jugaba conmigo. Aunque no dudé que, en caso de decirle que sí, me acompañaría encantado.
No podía entender cómo alguien que se veía tan serio, sofisticado y correcto, se había transformado en una especie de animal salvaje y sediento de sexo. De mí. Era surrealista y a la vez extraño.
Más allá de las relaciones, la incertidumbre de lo que pasaría, me tenía mordiéndome las uñas mientras me duchaba. Él actuaba muy tranquilo y, pese a mis agresiones, no se había enojado o alterado.
Excepto cuando lo acusé sobre haber matado a Molly Dolly.
Si seguía escarbando en sus secretos, ¿qué encontraría?
Al terminar de bañarme, salí de la habitación con la misma bata de antes. Volker no estaba cerca y lo busqué en la cocina, luego en el comedor y después en la habitación. Él no estaba en ningún lado, así que decidí subir las escaleras.
Lo encontré en el segundo piso, sentado detrás de un escritorio, leyendo una carpeta. Había un estante con libros detrás de la mesa y el techo estaba decorado con detalles florales. Abajo, una alfombra que se veía cómoda. Pero lo que sin dudas llamó mi atención, fue la ventana a un costado y el teléfono encima del escritorio.
—Ahí estás —dijo a modo de saludo, mirándome por encima de unas gafas de marco dorado.
—Mis padres deben estar preocupados.
Se quitó las gafas y dejó de lado la carpeta.
—Sí, te deben estar buscando muy preocupados. Y las autoridades también, por eso hablé con mi asistente para decirle que me ha surgido un viaje de urgencia. Tú y yo estaremos juntos, en este lugar.
Eso me dio un vuelco el corazón.
—¿Hasta cuándo? ¿Hasta que te hartes de mí?
Apenas escuchó mi pregunta, se echó a reír.
—Serena, jamás podría cansarme de ti. Mírate. Eres todo lo que deseo. Quiero tu mente, quiero poseerte. Eres mi obsesión, mi fijación. Eres la llama que enciende mi alma y no tengo intención de apagarla.
—Qué... intenso, pero no sobreviví a mi ex para quedarme con otra persona así de demente..., Volker.
Decir su nombre todavía me costaba. Era extraño romper con esa matriz de doctor-paciente incluso tras nuestro encuentro.
—Cariño, no hay comparación entre tu ex y yo. Puedo apreciar y comprender tus miedos después de tu experiencia traumática, sin embargo, te aseguro que mis intenciones hacia ti son diferentes. Lo único que quiero es que te entregues a mí.
—¿Es que no has tenido suficiente?
—Lo quiero todo, Serena. Te lo dije antes: te quiero a ti.
Sentí escalofríos.
—No me rendiré contigo, cariño. Sé que lo que tenemos es especial y estoy dispuesto a esperar el momento oportuno hasta que estés preparada para aceptar la profundidad de mis sentimientos por ti.
Se levantó del escritorio, caminó hacia mí y extendió la mano hacia mi mejilla para acariciar mi piel sonrojada por la temperatura del baño.
—No tardes demasiado —murmuró bajo, aunque percibí cierta advertencia—. Soy un hombre paciente, mas tengo mis límites.
Le agarré la mano y la aparté de mi rostro.
—No me pidas eso, ni siquiera siento algo por ti. Además, eres terrible coqueteando y me secuestraste. Así que empezaste con el pie izquierdo. Créeme, eso te quita muchos puntos.
Volker se rio cogiendo mi mano, divertido por mi franqueza.
—Ah, y yo pensaba que estaba haciendo progresos. Pero entiendo lo que dices. Secuestrarte y causar una mala impresión no fueron las mejores decisiones que tomé.
Hizo una pausa y una leve sonrisa burlona se dibujó en la comisura de sus labios.
—O tal vez sí, después de todo, tu cuerpo responde por sí solo a mí.
—Sentir amor y placer son dos cosas diferentes. —Me defendí. O hice el intento.
Él disfrutó la sutil implicación de mis palabras y su pulgar acarició el dorso de mi mano.
—Vaya, entonces, ¿admites que sientes placer en mi presencia? Supongo que es una pequeña victoria para mí.
—¿Qué sentido tiene el placer si puedo odiarte toda mi vida?
—Bueno, cariño, es sencillo. El placer es una deliciosa forma de distraerte del odio. Y te aseguro que puedo satisfacerte más que cualquier cantidad de odio que sientas por mí.
Sus ojos recorrieron mi cuerpo con tanta intensidad que podía sentirlo como un toque furtivo.
—Además, tengo la sensación de que tu odio hacia mí no durará para siempre. Si tienes el incentivo adecuado...
—Te voy a matar —declaré interrumpiéndolo—. Pero primero...
Se mordió el labio sacando una faceta infantil, tan diferente a la primera impresión que me había llevado de él en la primera sesión.
—¿Qué pasará primero? Vamos, no me dejes en suspenso.
—Primero voy a exponer todos tus secretos.
Levantó una ceja, intrigado por mi determinación.
—¿Quieres revelar mis secretos? —Su tono era una mezcla de desafío y diversión—. Debo decir que admiro tu ambición. Pero ¿de verdad crees que puedes desenmascararme?
—Soy paciente. En algún momento acabarás confesando lo cabrón que eres o cometerás algún error. ¿O vas a negar que es la primera vez que secuestras a alguien? Si lo hiciste conmigo es porque no es tu primera vez.
Sus ojos se oscurecieron al hablar, y sus caricias se detuvieron.
—Tienes razón, cariño. Tengo experiencia en... coleccionar gente, digamos.
Mi cuerpo se tensó y mi mano se puso rígida.
—Eres un asesino en serie... —Mi voz era temblorosa, llena de miedo.
La sonrisa burlona de Volker se hizo más grande y pude confirmar lo que antes era difuso. Mi miedo alimentó su sadismo.
—Ah, comprendes rápido, mi pequeña y encantadora detective —dijo con la voz llena de una satisfacción retorcida—. Sí, soy un asesino en serie. Un coleccionista de individuos intrigantes, se podría decir. Y tú, Serena, has captado mi atención de una manera en que jamás nadie lo ha hecho.
Mi pulso se aceleró y los latidos del corazón resonaron en mis tímpanos. ¿Estaba confesando que sería otra víctima suya? Mis ojos se abrieron de par en par y di un paso atrás.
—Vamos, vamos, amor. No tienes por qué alarmarte. Eres demasiado especial para ser una víctima más. Eres algo... diferente.
Avanzó acortando la distancia entre ambos. Acunó mi rostro y su aliento me hizo cosquillas en los labios.
—Serena, no tengo intención de hacerte daño —continuó buscando persuadirme—. Quiero conservarte.
Pasé por su lado para mantener una distancia entre ambos mientras buscaba en la habitación algo para defenderme.
—¿Es eso lo que quieres o es una forma de manipularme para que no huya de ti?
Una sonrisa burlona apareció en la comisura de su boca. Se acercó un paso más, sin apartar la mirada de mí.
—Oh, cariño... —Al hablar destilaba un encanto peligroso—. No es solo lo que quiero, es lo que necesito. Nunca he conocido a nadie como tú, alguien que tenga el poder de cautivarme por completo. Y no, no estoy tratando de manipularte, solo estoy diciendo la verdad. Eres mía, amor.
Dio otro paso más cerca. Su proximidad era casi intimidante, pero también embriagadora.
—Piénsalo. Puedo darte cosas que nadie más puede darte. Placer más allá de tus sueños más locos, protección contra cualquier cosa o persona que pueda hacerte daño.
—No necesito que consigas todas esas cosas, mucho menos siendo un asesino en serie. E insisto, tú y Alex... los dos son iguales: manipuladores que me hicieron daño con la excusa de que era por mi bien.
En los ojos de Volker apareció un dejo de ira. Apretó la mandíbula y dio otro paso más cerca.
—Vuelvo a repetirlo, no te estoy manipulando. Te estoy ofreciendo una nueva vida, una vida de emoción y placer que de otra manera nunca encontrarías.
Se acercó y me atrapó contra una pared colocando las manos a ambos lados de mi cabeza.
—Estabas destinada a ser mía, y yo a ser tuyo. Ya lo verás, cariño. Con el tiempo, te darás cuenta de que resistirte a mí no tiene sentido. Lo único que tienes que hacer es entregarte a mí.
Estaba cerca lo suficiente para sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su crueldad y su excitación mezclándose en un potente cóctel. Y su olor... Su maldito olor aceleraba mi pulso.
Se inclinó más cerca, sus labios a escasos centímetros de los míos.
—Déjate llevar, entrégate a mí por completo... Deja que te consuma.
Comenzó a besarme con ternura. Sus labios se movían contra los míos en una danza lenta y seductora, sus manos vagaron por mi cuerpo, y sus dedos trazaron un camino de fuego sobre mi piel.
Profundizó el beso y su lengua se deslizó dentro de mi boca, saboreándome, poseyéndome; al mismo tiempo en que se presionó contra mí, su necesidad se hacía más urgente con cada segundo que pasaba. Y yo probé su boca entregándome a él y tiré de su camisa para acercarlo más. Mis senos se aplastaron contra su pecho y envolví una pierna alrededor de la suya para acariciarla.
—Te odio —le dije entre besos, ya sin aliento.
Volker gruñó en respuesta.
—No me importa si me odias. Si sigues entregándote así, cariño, no me importa nada más.
Mi vida pendía de un hilo, pero en un acto de pura ironía, esa noche por fin pude dormir sin tener pesadillas.
Me pregunto si fue porque la verdadera pesadilla estaba durmiendo a mi lado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro