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12


VOLKER


Estaba dándole los últimos retoques al plato cuando oyó que se abría la puerta de la habitación. Levantó la vista y la vio a través del reflejo de la ventana. Volteó a verla sin poder resistir el deseo de mirarla con detalle. El pelo todavía húmedo por la ducha y el cuerpo envuelto en una de sus batas.

Sintió una oleada de deseo al verla, sus ojos recorrieron su figura envuelta en la bata que apenas escondía sus curvas.

—Te ves perfecta con mi ropa. —Tenía la voz ronca por el hambre—. Tan perfecta. —Se acercó a ella y levantó la mano para tocar los mechones húmedos de su cabello—. Te preparé una cena especial —dijo y le acomodó el cabello detrás de la oreja—. Algo que creo que te gustará.

Ella todavía se resistía a sus intentos de tratarla bien. No sabía si mantener la guardia alta o empezar a relajarse. Volker podía atacarla en cualquier momento y no quería despertar su lado sádico. Pero al mismo tiempo, sentía que si le seguía el juego, se traicionaría a sí misma al ceder. Esa lucha interna no pasó desapercibida para Volker, quien presionó los labios en una fina línea al ver cómo ella formaba un mohín del que ni siquiera era consciente.

—¿Qué has preparado? —le preguntó encogiendo su cuerpo. Había estudiado por mucho tiempo a las personas y sabía que ella estaba cuidando sus palabras.

—Cautelosa —murmuró, moviendo sus manos hacia la bata—. Es admirable, de verdad. E innecesario. Te acabo de preparar una buena comida, nada más. Ve a cambiarte y te lo diré.

No pasó mucho hasta que ella regresó a la cocina vistiendo una de sus camisas, la cual le quedaba holgada. Abajo llevaba un pantalón que apenas se ceñía a sus caderas. Sonrió dejando pasar lo adorable que le parecía la diferencia de contextura y la condujo hasta la mesa del comedor.

—Tenía la sensación de que podrías tener hambre después de todo lo que pasó antes —explicó y le hizo un gesto para que tomara asiento—, así que preparé algo especial solo para ti.

Ella se sentó donde le indicó, con la espalda recta y los brazos sobre la mesa. Parecía una muñeca.

—Estás siendo demasiado misterioso.

Él se sentó frente a ella y la miró con una intensidad posesiva.

—Me gusta que las cosas sigan siendo interesantes. Y pensé que un poco de misterio podría ser divertido.

Se inclinó sobre la mesa y le sirvió una copa de vino.

—Toma, cariño —dijo sin apartar la mirada de ella en ningún momento, siguiendo cada uno de sus gestos como un animal a la caza—. Bebe. Es un buen Cabernet Sauvignon, uno de mis favoritos.

Notó que ella se esforzaba en ocultar la sorpresa. No esperaba un recibimiento tan cálido. Tomó la copa con su mano sana y antes de beber olió su contenido.

—No tiene veneno ni ningún tipo de droga, ¿verdad?

Él se rio ante su sospecha.

—No, es solo vino, nada más. No necesito drogarte para conseguir lo que quiero. Te entregarás a su debido tiempo.

La observó mientras bebía, sin apartar la mirada de ella incluso después que dejó el vaso sobre la mesa, intentando no hacer ruido.

—Creo que estás demasiado confiado.

—Y yo creo que eres demasiado testaruda —dijo en un tono divertido y también bebió de su copa—. Esa cualidad me resulta encantadora, ¿sabes? Hace que las cosas sean mucho más interesantes.

Se reclinó en su asiento y la observó escudriñando en lo más profundo de su ser.

—No te fías de mí, lo entiendo. Y te aseguro que no planeo hacerte daño. Al menos, no de la forma en que crees.

—Entonces, ¿de qué manera?

Sus ojos brillaron en la penumbra.

—Oh, tengo mis propias formas de causarte dolor. Formas que ni siquiera puedes imaginar.

—Tus palabras no ayudan a ganarte mi confianza, y lo sabes muy bien.

—Ah, esa es la belleza de todo esto, Serena —dijo, inclinándose hacia delante—. No necesito tu confianza. Te tendré, de una forma u otra.

Se levantó y caminó alrededor de la mesa, deteniéndose detrás de ella, y colocó las manos sobre la silla.

—Y lo vas a disfrutar. Vas a amar cada segundo de esto. Incluso si intentas luchar contra ello, no puedes ocultar el placer que sentirás cuando te toque, cuando te posea... —le susurró al oído, su aliento caliente contra su piel.

Serena se encogió de hombros de forma involuntaria, casi queriendo esconderse de él. Podía sentirlo detrás de su silla, cargando su peso sobre el respaldo, inclinándose hacia ella como un animal hambriento.

Tragó saliva en un vano intento por hablar. Quería decirle que nunca sería suya, que nunca se rendiría ante él, que era un psicópata y que por eso no podía confiar en sus palabras. Entonces recordó el caso de Molly Dolly.

—¿También le dijiste lo mismo a la chica que mataste hace un año?

Su cuerpo se quedó inmóvil ante sus palabras. La mención de la chica del año pasado, le tocó la fibra sensible. No esperaba ese golpe. Quería gruñirle, obligarla a callar, pero mantuvo la calma.

—Cierto, has estado investigando. Eres toda una detective, ¿no?

—Yo no quería hacerlo, tú y tus mentiras me obligaron —dijo ella, volviéndose para mirarlo—. La atacaste delante de todos, sin ningún tipo de repudio... Por eso te mudaste a esta ciudad pequeña, porque tu crimen fue un escándalo, ¿no? Para que los ojos de los investigadores no cayeran sobre ti.

Sus ojos se entrecerraron mientras ella hablaba, sus palabras lo atravesaban como dagas. La ira y la frustración crecían en su interior, pero las reprimió, obligándose a mantener la calma.

—No deberías haber investigado mi pasado.

Habló en un murmullo bajo y frío, sin embargo, ella continuó presionándolo.

—¿Por eso me trajiste aquí? ¿Vas a matarme como hiciste con ella porque sé tu secreto? ¿Por qué la mataste? Ella era tu paciente, igual que yo.

Se ponía cada vez más nervioso con cada pregunta que le hacía. Su insistencia en sacar a relucir el pasado lo estaba llevando al límite. Pero aun así logró mantener la voz serena y sus ojos nunca se apartaron de los de ella.

—No deberías hacer preguntas cuyas respuestas no quieres conocer.

—Si hago una pregunta es porque quiero una respuesta —habló con firmeza, mirándolo desde su silla.

Sus ojos oscuros intentaron escrutarlo. Él, que siempre era tan directo, estaba siendo vago en su respuesta y Serena no pudo evitar sonreír triunfante.

Apretó los puños ante su tono, su confianza en desafiarlo lo estaba volviendo loco. Se negó a perder la compostura.

—Realmente no sabes cuándo parar, ¿verdad?

Serena podía sentir la tensión y cómo su lado seductor había sido reemplazado. Había tocado una fibra sensible y oscura en él, y el miedo que sentía por él regresó. Por suerte para ella, la campana del horno sonó indicando que la comida estaba lista.

Volker se tomó un momento para recomponerse y fue a la cocina. Se acercó al horno y abrió la puerta. El aroma de la carne recién hecha inundó la habitación. Sacó la bandeja y la colocó sobre la encimera, aprovechando el tiempo para ordenar sus pensamientos.

Tras unos minutos, regresó al comedor con los platos, llevándolos con movimientos controlados. Colocó uno frente a ella.

—Espero que te guste.

La vio empezar a comer sin apartar la mirada de su fisonomía. Se veía hermosa bajo la luz cálida de la lamparilla. Sintió una punzada de deseo en lo más profundo de él, una necesidad de poseerla y hacerla suya.

Mientras él también comía, estudiaba cada uno de sus movimientos. Observó la forma en que se llevaba el tenedor a los labios, la forma en que sacaba la lengua para probar la comida, la forma en que cerraba los ojos de placer.

Todo era tan... seductor.

—Esta carne es... —Hizo una pausa, frunciendo el ceño mientras miraba el trozo de carne en el tenedor—. Está deliciosa.

Él sonrió satisfecho por sus elogios, orgulloso de sus habilidades culinarias y de sus gustos.

—Me alegra escucharlo, puse mucho esfuerzo en hacerlo especial.

—Entonces, además de psiquiatra, secuestrador y asesino, ¿también eres chef?

Sus ojos brillaron con diversión.

—Sí, tengo muchos talentos —respondió, con un dejo de arrogancia en su tono—. Soy un hombre con muchas habilidades, Serena.

La observó seguir comiendo y sus pensamientos empezaron a volverse cada vez más obscenos. La forma en que sus labios se movían alrededor del tenedor, en que su garganta se movía al tragar, la manera en que su lengua se movía para capturar cualquier gota de sabor que quedara... Empezaba a sentir un movimiento en sus pantalones. Luchó por controlarse, por mantener su mente concentrada en la comida que tenía delante, pero era difícil, sobre todo cuando ella se veía tan hermosa frente a él. Quería pasar los dedos por su cabello, atraerla hacia su regazo y saborear esos dulces y deliciosos labios.

Sus nudillos se pusieron blancos el instante en que apretó las manos en su lucha por mantener el control.

—¿Por qué me miras en lugar de comer?

Su pregunta lo sacó de sus pensamientos y volvió a fijar la mirada en su rostro. Se rio para esconder la vergüenza en su expresión.

—Lo siento, amor. Solo estaba admirando tu belleza. Es difícil apartar la mirada de ti, te ves tan hermosa con mi ropa —dijo en un ronroneo.

Tomó el tenedor y empezó a comer, intentando actuar con indiferencia. Se obligó a mantener la calma, controlarse. No podía ceder a sus impulsos... al menos, todavía no. Pero sus ojos seguían desviándose hacia ella, con la mirada fija en cada uno de sus movimientos.

Iba a ser una cena larga y tortuosa, así que intentó entablar conversación, distraerse de sus pensamientos.

—Bueno, Serena, ¿cómo te has sentido desde nuestra última sesión?

Ella se rio y lo miró con una ceja enarcada.

—¿En serio me preguntas eso cuando me tienes secuestrada en tu cabaña? Eso es muy gracioso.

—Supongo que es un poco gracioso, ¿no?

—Un poco no, mucho, diría yo.

—Créelo o no, me preocupo por tu bienestar. Quiero asegurarme de que estés cómoda y te sientas segura bajo mi cuidado.

—Alex dijo que la vida es una ironía... Supongo que tiene razón.

La expresión de Volker se ensombreció al oírla mencionar a su exnovio abusivo. La idea de que alguien la hubiera lastimado, que se hubieran aprovechado de ella, le hizo hervir la sangre.

—Parece un idiota. No debiste creer ni una palabra de lo que salía de su boca, cariño.

Ella sonrió y siguió comiendo. Tenía hambre y la carne estaba tan deliciosa que ni siquiera podía dejar un trozo.

—Me pregunto... —murmuró tras unos segundos en los que sus ojos parecían vacíos.

Volker arqueó una ceja con curiosidad, con los ojos fijos en su rostro.

—¿Qué te preguntas?

Ella se sorprendió sin darse cuenta de que había hablado en voz alta y negó con la cabeza.

—No, no, nada... —respondió y miró la comida.

Se dio cuenta de que ella mentía o que ocultaba algo. Él era un experto en leer a la gente, y ella no era una excepción.

—¿Estás segura, amor? —dijo con un tono curioso y a la vez amable—. Puedes contarme lo que quieras, lo sabes. No te juzgaré.

Su mirada se oscureció y lo miró a los ojos, con un brillo desafiante que no pasó desapercibido para él.

—Me preguntaba cuál sería tu reacción si enterrara el tenedor en tu mano y aprovechara la oportunidad de correr.

Él sonrió. Ella nunca dejaba de sorprenderlo, sobre todo las veces que hablaba sin tapujos.

—Bueno, eso sin duda sería una sorpresa —comentó como si fuera una plática normal—. Debo admitir que no estoy seguro de cómo respondería. Pero no pareces ser una persona violenta, apenas pudiste dar un golpe con el bate cuando entré a tu casa.

Ella suspiró y asintió. Volker percibió la resignación en su ser, la manera en que sus hombros caían y apoyaba un codo sobre la mesa.

—No, no lo soy —asumió sin muchos ánimos, casi decepcionada—. ¿Y tú? ¿Lo eres?

Los oscuros ojos de Serena lo escudriñaron.

Volker hizo una pausa por un momento, pensando en su respuesta.

—Puedo serlo si es necesario —respondió, sereno y controlado—. Yo prefiero usar otros métodos para lograr mis objetivos, la violencia a menudo es innecesaria y desordenada, ¿no crees?

—Desordenada... —repitió y echó un rápido vistazo alrededor—. ¿Siempre fuiste así de organizado?

—Sí, siempre he sido muy organizado y meticuloso —habló con un dejo de orgullo—. Me gusta tener todo en orden y en su lugar. Me ayuda a mantener un nivel de control y orden en mi vida.

—Bueno, ya sé con qué hacerte enojar —ella sonrió con malicia.

Arqueó una ceja y entrecerró los ojos con curiosidad.

—¿En serio? —Apoyó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia ella con interés—. ¿Cómo?

—Voy a ensuciar toda la habitación con tu preciado y lujoso vino.

Él se rio, bajando la guardia.

—Oh, eso sería una pena... Limpiar ese desastre tomaría tiempo, sin embargo, Serena, el castigo sería mucho más lento y severo, así que te sugiero que lo pienses dos veces antes de hacer algo tan imprudente.

—¿Habría alguna diferencia? De todos modos, me tienes encerrada aquí.

—Es cierto, estás a mi merced —habló con un tono frío y calculador—. Pero tengo formas de hacerte la vida... menos cómoda. Te sorprendería lo creativo que puedo ser cuando se trata de disciplina.

Ella separó los labios para responderle, y él pudo ver la manera en que ella apretó los cubiertos hasta darse por vencida. Resignada, dejó los cubiertos en su plato vacío.

—Gracias por la comida —dijo en voz baja.

Volker sonrió ante su apreciación, complacido de que hubiera disfrutado de su cena.

—Me alegra que te haya gustado. Me enorgullece crear comidas deliciosas y bien preparadas.

—Pues debo reconocer que lo haces mejor de lo que esperaba. Quizá podrías enseñarme más tarde. En casa no suelo cocinar, prefiero la comida a domicilio.

—¿De verdad?

Serena asintió.

—Soy propensa a quemar todo.

Lucía entusiasmado con la idea de enseñarle a cocinar, como un niño pequeño. Aunque debajo de su sonrisa inocente, se escondía un deseo más carnal.

—Cocinar puede ser bastante divertido si sabes lo que estás haciendo. Y a mí me gusta enseñar.

A ella se le escapó una sonrisa al captar su insinuación y trató de esconderla al ponerse de pie.

—En vista de que tú preparaste la cena, lavaré los trastes.

—No lavarás nada, Serena, yo me encargaré de los platos. Tú siéntate y relájate. Eres mi invitada, ¿recuerdas?

—Insisto —dijo ella y empezó a recoger los platos.

Una vez estuvo en la cocina, agarró el mismo delantal que él había usado antes y trató de colocárselo sin emitir ningún sonido de dolor. Sin embargo, una mueca se cruzó por su expresión cuando la herida suturada en el antebrazo rozó su cuerpo al intentar ponérselo.

Volker observó su lucha y la mirada se le oscureció al ver su herida. Se levantó y se dirigió a la cocina.

—Déjame ayudarte —se ofreció. Se colocó detrás de ella y tomó los tirantes del delantal en sus manos—. Deberías tener más cuidado —su tono era una mezcla de preocupación y fastidio—. Y deberías dejarme a mí hacer los quehaceres. No debe sentirse muy bien, cariño.

—Solo necesito unos analgésicos, los tomaré después de lavar los platos —respondió ella, todavía quejándose mientras él le ataba el delantal.

Él suspiró, cada vez más molesto por su tozudez.

—Eres muy terca...

Escuchó su risa y vio por encima de su delgado hombro que empezaba a agarrar la esponja de limpieza.

—Está bien —dijo más para sí—. Puedes lavar los platos; después revisaré esa herida. No hay discusión.

Ella asintió y continuó con el trabajo en silencio, todavía sintiendo su presencia en la espalda.

La observó trabajar, con la mirada fija en su cuerpo. Podía percibir su incomodidad, la rigidez de sus movimientos. Estuvo tentado a ofrecerle su ayuda, a quitarle la esponja de cocina de las manos y fregar los platos él mismo. Pero ella era demasiado testaruda como para aceptar su ayuda, así que se quedó allí, con la mirada fija en su cuerpo, en la forma en que el delantal abrazaba sus curvas.

Sintió que la sangre le hervía al verla, esbelta y vulnerable frente a él, y necesitó apretar los puños para controlarse. Quería tocarla, pasar las manos por su piel, saborearla.

Ella era testaruda, sí, y también deliciosamente frágil.

Dio un paso hacia Serena, su pecho casi tocaba su espalda. Podía oler el aroma de su pelo, el jabón en su piel. Quería enterrar la cara en su cuello, inhalar su aroma, saborear su piel...

—Serena..., no tienes ni idea de lo que me haces —susurró, su voz ronca y áspera. Se acercó aún más y le respiró en la oreja. Ella se encogió de hombros haciéndose pequeña—. Eres tan hermosa, tan frágil... Quiero tocarte, besarte, hacerte mía.

Serena tragó saliva. Tuvo que recomponerse y continuar lavando los platos como si su presencia no le hubiera afectado.

—¿No tienes que ir a trabajar mañana?

Volker se carcajeó entre dientes ante su intento de cambiar de tema.

—Eres una persona transparente, Serena —habló cerca de su oído, rozando su pecho en la espalda de ella—. Intentas fingir que mi presencia no te afecta, pero puedo ver cómo te estremeces cada vez que me acerco. Es tan adorable ver cómo intentas ocultarlo.

—Solo... solo tengo curiosidad —intentó decir.

—No quiero pensar en el trabajo, ahora mismo tengo cosas mucho más interesantes en la cabeza... —continuó él, moviendo las manos hacia sus caderas y las apretó.

Ella se tensó ante su toque y permaneció inmóvil por un momento.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Qué parece que estoy haciendo? —respondió con un ronroneo burlón—. Estoy disfrutando de tu compañía. Estás tan cerca, tan deliciosa... No puedo evitar querer tocarte.

Con disimulo, Serena tomó uno de los cuchillos y pensó en la posibilidad de enterrárselo.

Volker percibió su movimiento y se dio cuenta de inmediato lo que planeaba, y apretó sus caderas en una advertencia silenciosa.

—Ah, ah, Serena, ya hemos hablado de esto. Sabes que es inútil intentar hacerme daño. Soy más fuerte, más rápido e inteligente de lo que tú jamás podrás ser. Así que... sé una buena chica y baja ese cuchillo.

Se acercó aún más, el pecho presionado contra su espalda, sujetándola entre él y la encimera.

—Y no olvides que yo establezco las reglas, haz lo que te digo. No querrás hacerme enojar, ¿verdad...?

Ella dejó el cuchillo a un lado en señal de rendición.

—Buena chica.

Su cuerpo se apretó más contra ella, sus caderas contra su trasero. Podía sentir el calor que irradiaba, la forma en que su figura temblaba. Se inclinó más cerca, su aliento caliente en su cuello.

—Eres tan obediente, Serena —continuó, rozando su oreja con los labios—. Disfruto verte así, acorralada, sometiéndote a mí. Es bastante... apetitoso, en realidad.

Ella jadeó y se inclinó hacia adelante, apoyando sus manos a ambos lados del fregadero.

—Doctor Kingsley...

—Ah, ahí está... El sonido de la rendición. Es música para mis oídos.

Su cuerpo se amoldaba al de ella, sus labios rozaban la piel sensible de su cuello.

—Di mi nombre otra vez. Dilo con ese adorable gemido en tu voz.

—E-estoy lavando los platos, por favor...

Se burló de su intento de oposición. Podía percibir un dejo de excitación, a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo. Sabía muy bien que ella no podía resistirse a su olor y que había tenido fantasías con él.

—¿De verdad crees que me interesan algunos platos ahora mismo, cariño? Tengo cosas mucho más importantes en la cabeza y tú estás en el primer puesto de esa lista...

Sus manos recorrieron su figura, cartografiando su piel, explorando sus curvas. Empezó a desatar el delantal que le rodeaba las caderas, moviendo los dedos deliberadamente.

—¿Aún llevas esto puesto? —murmuró con burla—. No me gusta esta prenda, cubre demasiado tu hermoso cuerpo.

Dejó que el delantal cayera al suelo y sus manos quedaron libres para recorrer su cuerpo sin restricciones.

—Mucho mejor. Ahora puedo sentir tu piel, tu calor sin ese maldito delantal en el medio.

Se acercó aún más, su pecho contra su espalda, sus manos recorriendo su estómago, sus caderas, sus muslos...

—Por favor...

Trató de hacerlo entrar en razón, aunque su voz era débil y nerviosa. Quería detenerlo, pero su olor y el calor de sus manos la estaban volviendo loca.

—Quiero tocarte, amor —gruñó bajo—. Necesito sentirte, saborearte, hacerte mía. Tienes que dejarme, Serena. Un asentimiento, un simple sí bastará. Dilo.

—Yo... —la dócil voz de ella era irregular.

—Dilo —instó él.

La respiración de Serena se pausó durante unos instantes antes de hacer un leve movimiento asertivo con la cabeza. Bastó ese simple ademán para que él se dejara llevar por completo. Sus dedos se movieron hacia los botones de su camisa, desabrochándolos uno por uno con una lentitud tentadora.

—Sabes, es una pena llevar tanta ropa. Tantas capas que ocultan tu hermosa piel de mi tacto...

Desabrochó el último botón y le quitó la camisa de los hombros, dejando la piel de su espalda al descubierto ante sus ojos.

—Ahí está esa deliciosa piel tuya, pidiendo a gritos que la toquen, que la adoren...

Él movió sus manos hacia su espalda, recorriéndolas por su columna, sintiendo el calor que irradiaba su cuerpo. Ella jadeó y se presionó contra la encimera, sintiendo su calor en la espalda, recorriéndola y cosquilleando su piel. Quiso protestar, pero en lugar de eso presionó sus manos contra las esquinas de la encimera para sostenerse. Se sintió mareada por el deseo y la culpa.

—¿Te das cuenta de lo deliciosa que eres? —murmuró él—. ¿De lo irresistible que me pareces cada vez que actúas tan vulnerable y sumisa?

Inclinó la cabeza hacia su cuello y comenzó a besar y mordisquear su piel, recorriendo con la boca la longitud de su cuello, rozando con los dientes la sensible carne.

—Tienes un sabor agradable. Tan dulce y delicado como un delicioso banquete que pide a gritos ser devorado.

Le mordió el hueco del cuello con los dientes ejerciendo la presión justa para hacerla arquear y jadear más fuerte.

—Eso es, Serena —murmuró, moviendo los labios hacia su oído—. Entrégate a mí, déjame reclamarte, hacerte mía.

Se cernió sobre su cuerpo y sus manos se movieron hacia las caderas, sujetándola firme en su lugar.

—Quiero tomarte aquí mismo —ronroneó, posesivo—. Aquí mismo, en esta cocina.

Empezó a desabrocharle los pantalones, moviendo los dedos con rapidez y urgencia, desesperado por sentir su piel contra la suya.

—Quiero hacerte gritar —dijo con los labios pegados a su oído—. Quiero oírte decir mi nombre, suplicar por más, que te pierdas por completo en el placer que solo yo puedo darte.

Ella se agarró con fuerza a las esquinas de la encimera mientras él le bajaba los pantalones hasta los muslos, dejando visible la tela de su ropa interior. Ante su insistencia, se inclinó hacia adelante, curvando la espalda hacia abajo y levantando el culo.

—Qué buena chica, presentándote ante mí de esa manera...

Acarició su rostro contra su cuello, inhalando su aroma, su lengua saliendo para saborear su piel. Sus dientes rozaron su piel caliente en un descenso por su columna vertebral. Sus manos vagaron por su cuerpo, explorando cada centímetro.

—Hueles tan bien. Tan dulce y tentadora que podría devorarte.

Continuó besándola con sus manos agarrándole las caderas con rudeza al mismo tiempo que se presionaba contra su carne. Deslizó una mano por su vientre, recorriendo el borde de su ropa interior.

—Quiero tocarte. Necesito sentirte, sentir tu calor, tu humedad, hacerte mía...

En un gesto desesperado, presionó sus caderas contra las de ella para que pudiera sentir la dureza entre sus piernas, y exhaló contra su oreja a la vez que sus dedos se hundían bajo el borde de su ropa interior.

La acarició por un momento, provocando escalofríos por todo su cuerpo. Empezó a mover la mano hacia abajo. Sus dedos eran largos, y su toque exigente y metódico, casi estudiado.

—Mierda... —murmuró ella cuando le separó las piernas para acariciar su piel más sensible.

Deslizó sus dedos con un toque firme y movimientos exactos.

—Estás tan mojada, lista para mí, tan ansiosa por ser tomada. Me vuelves loco, Serena. No puedo resistirme a ti, necesito poseerte por completo.

Aumentó la presión de su toque, sus dedos metiéndose entre sus pliegues de carne con más urgencia.

—Quiero hacer que te corras para mí —susurró contra su oído mientras ella curvaba la espalda y se deshacía en sus dedos.

Su mano se movió más rápido, sus dedos rodearon su clítoris, sabiendo cómo volverla loca. Ella gimió, contrayendo su cuerpo. Se sentía débil y maleable. Él notó que sus piernas temblaban, que la carne estaba húmeda ante su toque implacable.

—E-esto está mal —habló con voz ronca y fracturada—. Por favor, no...

Deslizó un dedo dentro de ella sin previo aviso y lamió su cuello mientras ella se tensaba.

—¿Por qué debería detenerme? Estás disfrutando esto, puedo sentirlo.

Él hundió el dedo en ella más profundo.

—Puedo sentir cuánto necesitas esto, cuánto me necesitas.

La protesta de ella solo quedó en un gemido. Metió otro dedo dentro y empujó fuerte, causando la risa de Volker... y también su deseo. Las delgadas piernas de Serena temblaron y se juntaron, pero él las separó con un rápido movimiento de pies.

—¿Es esa la forma de tratarme, Serena? Qué descortés de tu parte.

Continuó con su tormento, sus dedos ejerciendo su magia. Podía sentir su cuerpo tenso, su respiración agitada y frenética.

Ella apretó las manos. Su cuerpo se contraía y los gemidos comenzaban a aumentar de nivel. Miró su reflejo borroso en la ventana y lo vio detrás de ella, cerniéndose como una sombra, satisfecho con el placer que le estaba dando, en cómo ella se derretía en sus dedos.

Él se percató de ello, clavando la mirada en su rostro y detalló en cada expresión, cada jadeo, cada gemido que escapaba de sus labios.

La empujó mucho más profundo con el fin de que ella alcanzara el borde y cómo acto reflejo ella arqueó la espalda, levantando el culo, y él aprovechó de frotarse contra ella al salir y entrar de su interior. Sus dedos mojados, sus piernas débiles.

La ola de éxtasis la invadía y sonrió al ver su desesperación cuando se apoyó contra la encimera, con casi la mitad de su cuerpo sobre el mueble. Noto que estaba cerca de ella, que le faltaba poco para que se derramara en sus dedos.

Su cuerpo empezaba a temblar, su respiración se volvía entrecortada y desigual, sus gemidos se hacían más urgentes.

—Córrete para mí. Déjame sentir cómo te deshaces.

Sintió que su cuerpo se tensaba y luego convulsionaba al llegar al clímax. Los músculos se apretaron alrededor de sus dedos mientras ella se dejaba llevar por la ola de placer. Continuó moviéndolos, prolongando su liberación, y la mantuvo al borde del éxtasis tanto como fuera posible.

Con la otra mano tiró de su cabello y la obligó a voltear la cabeza hacia él. Quería ver su rostro compungido por el dolor y el placer, sus cejas hundidas, la manera en que jadeaba y sudaba. Y todo gracias a él. Se veía tan deliciosa, y sus labios rojos eran una tentación. Le devoró la boca con un gruñido, metiendo su lengua de manera demandante.

Ella ahogó un gemido todavía derramándose en sus dedos, convulsionando hasta que su cuerpo cedió.

Volker la abrazó y sacó sus dedos, lento, para acariciar su carne sensible y roja.

—Te ves hermosa cuando te deshaces así. Me vuelves loco. Necesito más de ti cada vez que te toco.

Él giró su cuerpo entre sus brazos, de modo que quedó frente a él. Capturó sus labios en un beso duro y desesperado. La agarró por las caderas y la levantó hasta dejarla sobre la encimera, colocándose entre sus muslos, tenso y rígido por la necesidad.

—Te deseo.

Empezó a manipular su ropa con manos torpes, ansioso por estar dentro de ella.

—No puedo esperar.

Se liberó y se alineó con su entrada. Su cuerpo tembló de necesidad, sus manos le agarraron las caderas con fuerza y la miró. Vio que ella también lo deseaba, que estaba jadeando, todavía frágil por correrse en sus dedos, pero que estaba más que dispuesta a darle lo que quería.

Se empujó dentro, con su polla erecta y dura, su cuerpo tenso, su respiración entrecortada y superficial. Serena apretó los dientes a medida que entraba en ella, abriéndola y llenándola poco a poco. Se apoyó con los brazos sobre la encimera y la cabeza inclinada hacia atrás.

Volker no podía tener suficiente de ella, necesitaba estar más cerca, más profundo, más conectado.

—Te sientes tan bien —murmuró, hundiendo su perfil en el cuello de ella para olerla como un animal hambriento—. Tan apretada, tan perfecta, tan mía.

Sus primeros movimientos fueron lentos y medidos para que ella se acostumbrara, pero fue aumentando el ritmo cada vez que la embestía. Más adentro, más apretado.

Ella respondió a sus movimientos moviéndose contra él, balanceando sus caderas, aún sentada en la encimera. No pudo creer lo bien que se sentía tenerlo dentro, sentir su miembro cada vez más grande y duro, ignorando lo incorrecto de la situación, el hecho de que él la mantenía atrapada dentro de esa cabaña, en medio del bosque.

Ese instante de placer puro sobrepasaba a todo lo malo. Juntos se balanceaban en perfecta armonía.

—Eso es... Llévame dentro, déjame llenarte.

Con el paso de los minutos, su ritmo se volvió más urgente e insistente. Le agarró por las piernas, sujetándolas alrededor de su cintura y las manos apretaron su cadera con fuerza dispuesto a marcarla. Cada embestida por su coño húmedo sacaba un gemido que lo hacía querer ir más profundo y rápido.

No solo estaba deleitado por la sinfonía de gemidos, también por la manera en que sus tetas rebotaban cada vez que la empalaba.

—Me vas a romper —le dijo entre gemidos, apoyando una mano sobre su hombro para no perder el ritmo.

—Esa es la idea.

Apoyó la frente contra la de ella y la rodeó con los brazos, atrayéndola hacia sí. La atrapó contra su pecho, y se movió a un ritmo animal. Sintió que su cuerpo se tensaba y supo que estaba cerca del borde, que su cuerpo se meneaba por reflejo, que sus movimientos se volvían más frenéticos.

—Estoy cerca —jadeó con la voz ronca—. Tan cerca, tan cerca, tan cerca.

No hizo falta que se lo dijera, su polla dura vibraba. La sensación alimentó la excitación de ella y echó la cabeza hacia atrás.

Él se estrelló contra ella, con el cuerpo tembloroso y tenso.

—Estoy cerca...

Sus músculos se tensaron como un resorte. Estaba a punto de explotar.

—Un poco más...

Ella gimió y se corrió de nuevo, liberando su néctar que se desbordó entre sus piernas y sobre la encimera. Su cuerpo se tensó y sus piernas temblaron mientras él continuaba sacudiéndose de placer. La embistió una última vez y soltó un gemido áspero, corriéndose dentro, haciéndola gemir de nuevo.

Cayó hacia delante, con el cuerpo tembloroso. El pecho le subía y bajaba con cada respiración entrecortada. Apoyó la frente contra la de Serena, todavía conectado a su carne.

El pecho de Serena subía y bajaba debajo del de él, todavía sintiéndolo vibrar dentro de su cavidad.

—Eres mía —le dijo con ojos oscuros y posesivos—. Lo entiendes ahora, ¿verdad, cariño? Me perteneces.

Ella jadeó y lo miró con las cejas hundidas.

—Ya te he dado todo de mí, tengo que volver a casa.

Volker se rio, moviendo su cadera contra ella para hundirse de nuevo.

—No lo creo. No irás a ninguna parte. Ahora eres mía, cariño —susurró, sus labios en su oído—. Harás lo que yo diga, cuando yo lo diga. Y aún no te he dado permiso para irte.

—Pero... Pero tú...

Él silenció sus protestas con un beso intenso, su lengua hundiéndose en su boca con una fuerza autoritaria.

—Shhh, mi dulce Serena. No necesitas hablar, haz lo que te digo y todo será mucho más fácil.



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Volker obtuvo lo que quería D: 

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