10
VOLKER
Volker la observó desaparecer en la oscuridad. Su mente se agitaba con pensamientos sobre cómo continuar la cacería.
Apretó los puños y entrecerró los ojos en lo que planeaba su próximo movimiento. No dejaría que ella arruinara todo lo que había construido, no después de todo el trabajo que había invertido en cultivar su imagen de psiquiatra respetado.
Respiró hondo, intentando calmar sus pensamientos.
—Primero te encontraré, Serena —dijo con voz baja y decidida, la mirada fija en donde ella había desaparecido—. Y luego veremos quién manda realmente aquí.
Miró a su alrededor, considerando sus opciones. Necesitaba moverse rápido y con cuidado. La policía no tardaría en buscarle y no podía arriesgarse a que le pillaran. Empezó a moverse entre los árboles, en dirección contraria a donde ella había ido. Se movió en silencio y con sigilo, mezclándose con las sombras y utilizando la cobertura de la noche a su favor. Conocía bien el bosque y sabía cuáles eran las mejores rutas para evitar ser detectado.
Mientras caminaba, repasó en su mente lo sucedido, intentando averiguar en qué había fallado. Se dio cuenta de que se había descuidado. Había bajado la guardia y subestimado su valentía.
Su mandíbula se tensó. Había estado tan cerca de tenerla bajo su control, y ahora se había escapado.
Tenía que atraparla.
Caminando encontró la forma de cruzar al otro lado del río, solo tenía que saltar entre las rocas.
Una vez llegó al otro lado, se movió entre los árboles, intentando averiguar la mejor manera de localizarla. Era consciente de que ella estaba en algún lugar, agotada y herida.
De repente, vio su figura a un lado de la carretera, sostenida por un árbol. Estaba al borde de la inconsciencia, vomitando.
Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendido. Cogió una roca, dispuesto a noquearla, y se acercó asegurándose de que no lo vieran. Ni siquiera fue necesario, ella estaba tan deshecha que tras vomitar, perdió el conocimiento.
Se agachó a su lado y observó su brazo herido y el rastro de sangre y vómito en el suelo. Había tragado mucha agua y los efectos de la adrenalina habían menguado.
Le levantó la muñeca para tomarle el pulso con un tacto cuidadoso. Sintió satisfacción al sentir el latido constante bajo sus dedos. Seguía viva, pero débil.
Miró a su alrededor, asegurándose de que no había nadie cerca. La carretera estaba desierta en ambas direcciones y no había rastro de coches ni de policía. Sonrió para sus adentros, esa era una oportunidad.
Levantó su cuerpo inerte con facilidad y se la echó al hombro. Empezó a caminar, moviéndose rápido y eficaz, procurando no llamar la atención. Ella era ligera y frágil, igual que una muñeca de trapo en sus brazos, con el cuerpo flácido y maleable.
Volvió a adentrarse en el bosque con paso decidido. Sabía con exactitud hacia dónde la llevaba: un lugar donde tendría tiempo y paz para tratarla de manera adecuada.
~
Llegó a su cabaña oculta, un lugar apartado en lo profundo del bosque que había utilizado para sus actividades más encubiertas. Abrió la puerta, la llevó dentro y la tumbó con cuidado en la cama de la habitación principal.
Una vez ella estaba acostada, dio un paso atrás, estudiando su forma inconsciente. Parecía tan vulnerable y tranquila. Tenía la cara pálida y el pelo húmedo y enredado por el agua. Sintió una punzada de compasión por ella, pero la apartó rápido. Era una amenaza para él, y no podía permitirse sentir otra cosa que desdén y desprecio.
Se dirigió al mostrador, donde recogió algunos suministros médicos. Tenía un alijo de todo lo que podía necesitar en situaciones como esta, incluidas suturas y antisépticos.
Dejó las cosas en la mesa de noche y situó una silla del comedor junto a la cama. Respiró hondo y empezó a limpiar la herida. Trabajó con rapidez y profesionalidad, con manos firmes y hábiles, fijándose en los detalles de su estado. Notó el aumento de la temperatura y su tos frecuente, y dedujo que estaba desarrollando fiebre por el agua fría y la exposición a los elementos.
Luego, le levantó la manga con suavidad para examinar el corte del brazo. La herida era profunda y el agua la había limpiado, pero aún había que suturarla.
Respiró hondo y se preparó para la tarea. Siempre había odiado suturar, era un proceso sucio y lento. Recogió la aguja con el hilo y los esterilizó con alcohol antes de empezar. Limpió la herida, escuchando su quejido, y después comenzó la puntada. No pudo evitar notar lo tersa y flexible que la piel era. Tuvo que resistir el impulso de prolongar el proceso, de tocarla más de lo necesario.
Una vez que terminó de cerrar el corte, la vendó con fuerza. Luego pasó a examinar el resto de las heridas. Observó la hinchazón y los hematomas de la pierna. A continuación, comprobó que la mano estaba hinchada y enrojecida, seguro que por el impacto contra el suelo al caer desde la ventana. Se apresuró a vendarle la pierna y la mano. Al terminar, se sentó sobre sus talones, estudiando su forma aún inconsciente. Parecía tan pequeña e indefensa en la cama...
Al ver el pecho de ella subir y bajar con cada respiración, una punzada de algo que no podía definir pinchó su pecho. Se apartó ese sentimiento, recordándose a sí mismo que ella era un peligro para él y que tenía que tratarla en consecuencia.
Se levantó, se dirigió a la pequeña encimera de la cocina y se sirvió un vaso de whisky. Bebió un sorbo, saboreando el ardor en la garganta mientras el líquido se extendía por su cuerpo.
Volvió a la cama, observándola. Seguía dormida, con la respiración constante y uniforme.
Bebió otro sorbo de whisky, con la mente llena de pensamientos y planes. Serena iba a despertarse pronto, y tenía que estar preparado para ello. Tenía que decidir qué hacer con ella, cómo asegurarse de que no hablaría de lo que había visto.
Tomó otro trago, intentando calmar los nervios. Era un maestro manipulando a la gente, pero nunca se había enfrentado a una situación como esta. Ella era diferente, no podía manipularla como hacía con los demás.
Cuanto más pensaba en ello, más intrigado se sentía.
Volvió a mirarla, esta vez estudiando sus rasgos con más detenimiento. Era hermosa, tenía que admitirlo. Traía el pelo enmarañado, y aun así se marcaba su rostro a la perfección. Su piel era pálida y perfecta, sus labios carnosos y sonrosados, incluso al dormir. Su esbelto cuello y sus clavículas eran visibles a través del escote de la camisa, y él sintió deseos de besar aquella delicada piel, sentir su pulso bajo sus labios.
Sacudió la cabeza para aclarar sus pensamientos. No podía dejarse distraer por esos sentimientos, tenía que concentrarse.
Bebió otro trago de whisky, tratando de ignorar las extrañas sensaciones que recorrían su cuerpo. No tardó en notar cómo abría los ojos y la mueca de dolor cruzaba su rostro.
—Ah, estás despierta.
Se acercó a ella con movimientos lentos y deliberados, dejando a un lado el vaso.
Ella soltó un grito ahogado al reconocerlo. Se sentó en la cama y recogió su cuerpo en un ovillo, olvidando su débil estado de salud.
Al ver su reacción, Volker rio.
—No tienes por qué asustarte, cariño, ya te dije que no quiero hacerte daño —trató de calmarla.
—¿Dónde estamos? ¿Por qué estoy aquí?
—Estamos en mi casa de verano —respondió con aire despreocupado—. Y estás aquí porque te desmayaste a un costado de la carretera.
Se acercó a la cama y se colocó a su lado. Observó el miedo en sus ojos, disfrutando de su vulnerabilidad. Ella contrajo su cuerpo en el rincón de la cama, jadeando entre el dolor y el miedo.
—No te acerques más —le ordenó con firmeza, pero la voz le temblaba—. Si te acercas, yo...
—¿Qué harás? ¿Luchar conmigo? —la cuestionó con una sonrisa divertida, casi tierna—. No estás en las mejores condiciones para hacer gran cosa ahora mismo. —Su cuerpo se elevó por encima de ella.
La respiración y la tensión en su ser aumentaron. Ella, que no podía hacer otra cosa que usar las palabras como un perro indefenso que ladra de miedo, empezó a temblar mientras se encogía de hombros y abrazaba sus piernas. Era una visión familiar para él, algo que había visto antes en innumerables pacientes y víctimas.
Se acercó más, con la cara a escasos centímetros de la de ella.
—Es inútil que intentes luchar contra mí. Ahora estás en mis dominios y no puedes huir. Eres mía.
—No soy tuya —objetó con los dientes apretados, molesta y desafiante.
Sonrió satisfecho, con los ojos entrecerrados.
—Lo eres. Puede que no quieras admitirlo, pero ahora estás en mi poder.
Llevó una mano a su cara y le pasó los dedos por la mejilla sonrojada.
Serena enarcó las cejas, sin comprender a qué venía aquel gesto. Le apartó la mano de un manotazo y encogió los hombros, refugiándose de él.
—Eres una luchadora, lo reconozco —dijo con un dejo de diversión en la voz, y acortó todavía más la distancia que los separaba antes de añadir—: Pero cuanto más te resistes, más me dan ganas de jugar contigo. No puedes escapar de mí, cariño. Eres impotente, y lo sabes.
Pasó la mano por el pelo húmedo, apartándoselo de la cara.
—Estás loco. —Su voz fue como una declaración. Frunció los labios y lo miró con las cejas hundidas—. Suéltame y te prometo que no le diré a nadie nada de esto, ni quién eres en realidad.
¿Ella estaba tratando de manipularlo?
Volker se rio de su adorable intento.
—Ah, ¿crees que voy a dejarte marchar solo porque prometes no contárselo a nadie? Qué linda eres.
Le cogió la barbilla con la mano, obligándola a mirarlo.
—No estás en posición de negociar, cariño. —Su dedo pulgar acarició el labio inferior—. Estás atrapada conmigo ahora, es mejor que lo vayas aceptando.
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