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Capítulo dedicado a _notfound404 por corregir tantos "mente".



PARTE 1

SERENA


Se había cumplido un año desde la desaparición de la influencer Molly Dolly y las noticias no dejaban de hacer reportajes sobre el suceso. Y no era para menos, había ocurrido en las narices de todo el mundo, pero no había rastro de su paradero. Ella transmitía en vivo el instante en que el celular cayó al suelo y sus gritos se oyeron hasta que todo quedó en completo silencio. Fue uno de sus seguidores, preocupado por lo que había pasado, quien encontró el celular y lo reportó a la policía. El caso fue tan mediático que sacaron documentales, noticias en el extranjero y libros sobre los posibles acontecimientos.

A mí todo eso me daba escalofríos y trataba de no pensar demasiado en ello. Suficiente tenía con las pesadillas que me acechaban a la hora de dormir, razón por la que había puesto parte de mis ahorros en visitar a un psiquiatra.

Estaba nerviosa. La idea de tener que abrirle una parte de mí a un desconocido siempre me había parecido aterradora. Lo fue cuando estuve encerrada en una sala de interrogatorio y lo fue después, en una corte.

Habían pasado dos años desde eso y todavía me sentía inquieta.

Apagué la televisión y empecé a pasearme de un lado a otro, convenciéndome a mí misma de que había sido una buena idea buscar ayuda y que ya no podía arrepentirme porque el dinero estaba pagado.

Mi indecisión me persiguió incluso minutos antes de que me llamaran a entrar. Escuchar «el doctor Kingsley te verá en un momento» fue, sin lugar a duda, mi bienvenida al infierno.

La entrada a la oficina era de una puerta doble de color negro, algo que en un principio me dio una mala impresión. Sin embargo, al entrar, me di cuenta de que había juzgado mal. Cerré la puerta y pude percibir un extraño aroma; era una combinación de libros viejos, lavanda, suelo recién lustrado y muebles nuevos. El sitio era más grande de lo que imaginaba. Con las paredes de color beige y el piso de porcelanato blanco, un sofá modular de color gris azulado ocupaba la esquina y un poco más, justo el sitio donde me senté a esperar. Frente a mí, una pequeña mesa circular que tenía encima una caja de pañuelos desechables.

Torcí los labios al mirar el pañuelo que sobresalía de la caja. No estaba en mis planes echarme a llorar como Magdalena, y la sola idea me incomodaba más de la cuenta.

Algo que me llamó la atención fue que en cada sitio, incluso en los cuadros que colgaban por la pared, podía ver plantas. Nunca me agradaron, era de las que estornudaban cada vez que se acercaba a oler una rosa, pero estaba tan tensa que aprecié ver algo orgánico dentro de ese espacio moderno.

A mi costado izquierdo estaba el escritorio y, detrás de este, los diplomas que decoraban el expediente del doctor Kingsley. Había una escalera circular que daba a una media planta donde pude ver estantes llenos de libros, además de una pizarra con el dibujo de un cerebro y flechas que indicaban cosas que no logré distinguir.

Trataba de leer lo que decía el momento que la puerta que se encontraba al lado de la entrada se abrió. Me puse de pie, enderezando la espalda, y esbocé el intento de una sonrisa.

El doctor Kingsley salía del baño mientras se abrochaba los botones de la manga de la camisa. Era más joven de lo que pensaba, lo que me hizo preguntarme cómo había obtenido tantos diplomas y renombre.

Alzó las cejas como si no esperara encontrarme en su oficina, pero pronto me regaló una sonrisa relajada, tan diferente a la mía, que me quise hacer bola y rodar lejos.

—Tú debes ser Serena. Por favor, toma asiento —dijo y señaló el sofá donde antes descansaba. Sus palabras eran profundas y destilaban tranquilidad.

En cuanto me senté, mi cuerpo se contrajo y mi pierna empezó a moverse.

Él se sentó en el asiento frente a mí, cruzando con elegancia una pierna sobre la otra y con una libreta en una mano y un bolígrafo negro. Estaba segura de que mi nerviosa reacción no había pasado desapercibida para él.

—Gracias por venir —dijo con voz tranquila—. ¿Es la primera vez que visitas a un terapeuta?

Negué con la cabeza.

—Lo hice hace dos años, pero lo dejé después de un mes.

—Ya veo... —Asintió, lento, como si comprendiera mis palabras pese a que no había dado mayores explicaciones—. Entiendo que es difícil abrirse a un extraño, mas te aseguro que yo siempre tendré las puertas abiertas para ti.

—Y para mi dinero —añadí sin pensar y me sentí avergonzada por haber dejado que mis pensamientos intrusivos salieran con tanta facilidad—. Lo siento, no quise decir eso... Bueno, sí quise hacerlo, aunque no de esa manera.

Mi lengua empezaba a trabarse y antes de pasar más vergüenzas, me disculpé en un tono bajo y avergonzado.

—No hay necesidad de disculparse —respondió. No esperaba que siguiera sonando tan profesional y amistoso—. Ser honesto es algo bueno durante la terapia. Y tienes toda la razón: la terapia es una inversión. Una inversión en ti misma.

—Y en su bolsillo —volví a decir, esta vez con esa intención. Lo observé al mismo tiempo que mordía el cuerito suelto alrededor de la uña y percibí el sutil sabor a sangre. Bajé la mano y añadí—: Supongo que eso es lo que pasa con la inversión, ¿verdad?

Él inclinó la cabeza en señal de reconocimiento.

—No te equivocas —dijo con una leve sonrisa—. Pero déjame asegurarte que mi principal motivación es ayudarte, y si tienes alguna pregunta, no dudes en hacerla.

Su mirada bajó de mis ojos hacia mi mano antes de volver a mi rostro.

—Al parecer tienes el hábito ansioso de morderte los dedos —señaló y lo vi escribir en la libreta.

Me miré el dedo, que todavía sangraba un poco, y asentí.

—Lo es. No puedo evitarlo, siempre lo hago cuando estoy nerviosa. Supongo que todo el mundo tiene un hábito como ese.

Él asintió con la cabeza.

—De hecho, cada uno tiene sus propios hábitos nerviosos —afirmó—. Algunas personas se muerden las uñas, otras juguetean con el pelo o dan golpecitos con los pies. Es la forma que tiene nuestro cuerpo de liberar tensión o expresar ansiedad. ¿Siempre has tenido la costumbre de morderte los dedos?

—Sí, me muerdo los dedos o como un poco de sal también —respondí, ya más relajada.

—¿Sal, dices? —Se inclinó un poco hacia adelante, con la mirada fija en mí. Un mechón castaño de su flequillo bien peinado hacia el lado cayó por su frente—. Interesante... ¿Deseas sal con frecuencia? ¿O es algo que solo haces cuando estás ansiosa?

Me tomé un momento para pensarlo y me encogí de hombros.

—Es algo que siempre he deseado. Es como si mi cuerpo lo necesitara. ¿Es malo?

Él se rio por lo bajo y pude notar que se le formaban hoyuelos en las mejillas.

—Tener ansias de sal no es malo en sí mismo —explicó—. Aunque a veces puede ser un síntoma de una deficiencia de nutrientes o un desequilibrio en el cuerpo. Exploraremos eso más a fondo en nuestras próximas sesiones.

—Está bien...

Suspiré y lo miré por un momento, en silencio, sin saber qué más decir. Era mi primera sesión en mucho tiempo, y pese a que no estaba siendo tan mala como esperaba, todavía estaba incómoda.

—Es normal sentirse un poco perdido durante la primera sesión de terapia —dijo con voz amistosa, como si me hubiera leído la mente—. Si no sabes qué decir, está bien. Podemos sentarnos en silencio por un rato, o si tienes alguna consulta para mí, no dudes en preguntar.

—Quedarme callada sería el colmo con todo el dinero que pagué. La verdad es que no sé qué decir, por dónde empezar o qué se supone que debo hacer.

Me mordí los labios con frustración y quise volver a morderme los dedos.

—Veo que eres bastante sincera. —Sonrió. Le había caído bien por mi franqueza, algo que no era muy usual. Mi larguísima lista de amigos lo evidenciaba—. No hay necesidad de preocuparse por lo que se supone que debes hacer o por dónde empezar. La terapia se trata de ti y podemos abordarla de la manera que te resulte más cómoda.

—Está bien, iré al grano para no perder el tiempo. ¿Le parece, doctor?

Ante mis palabras, se reclinó en su asiento y cruzó las manos con cuidado sobre su regazo.

—Por supuesto. Por favor, habla con total libertad. Estoy aquí para escucharte y ayudarte en todo lo que pueda.

Mis nervios estuvieron a flor de piel en tanto la duda se acentuaba en mi cabeza. Me mordí el dedo, pero no quería desgarrarme otro. Él notó mi angustia y se levantó para dirigirse a un mueble junto a la puerta principal. En unos segundos regresó a su asiento y dejó una pelota antiestrés en la mesita.

—Lo pondré aquí por si te apetece jugar con esto en lugar de tus dedos. ¿Te parece?

Asentí y le agradecí en voz baja para luego agarrar la pelota. La aplasté un par de veces mientras la duda me seguía atacando. Temía que al hablar me señalara o me culpara, aunque también sabía que tenía que hablar o habría desperdiciado mi dinero y tiempo.

—Yo...

Respiré hondo y expulsé todo el aire que tenía por la nariz, armándome de valor. Apreté la pelota y dije:

—Tengo miedo de lastimar a las personas.

Como todo un profesional, él mantuvo la calma y escuchó mis palabras con atención.

—Continúa. ¿Puedes explicarme qué quieres decir con «tener miedo de lastimar a las personas»?

—Yo... ¿Cómo digo esto? —Me levanté del sofá y caminé de un lado a otro jugando con la pelota—. Siempre estoy pensando en la muerte. Personas heridas, asesinadas, accidentes... A veces incluso los escucho gritar. Sé que está mal, pero en ocasiones siento curiosidad por esas cosas, en saber cómo la vida se les escapa de los ojos... Es algo enfermizo, pero la curiosidad me está matando.

La expresión de él permaneció imperturbable, sus ojos seguían mis movimientos al caminar.

—Interesante —dijo, sin delatar juicio ni sorpresa—. ¿Así que tienes esos pensamientos y fantasías intrusivas sobre matar y herir a la gente, dices? ¿Alguna vez has actuado en base a esos pensamientos?

—No —respondí, casi ofendida por su pregunta—. Nunca he hecho algo así, por eso estoy aquí. No puedo evitar ser morbosa y, al mismo tiempo, me gustaría arrancarme los sesos para dejar de pensar en ello. Me siento sucia.

Entrecerró los ojos mientras escuchaba mi respuesta. Para mi extrañeza, estaba tranquilo y eso me tranquilizó a mí también.

—Estás en conflicto. Por un lado, estás horrorizada y disgustada por estos pensamientos, y por el otro, parece haber una parte de ti que los encuentra atractivos o incluso... ¿excitantes?

Al escuchar eso último, me detuve y lo miré con aflicción.

—¿Qué me pasa?

Se inclinó hacia delante y miró a un costado, casi pensativo antes de hablar. Luego, al notar que tenía su atención, volví a mi asiento para escuchar su explicación.

—Parece que estás lidiando con algo llamado «TOC de daño». ¿Has escuchado de esto antes? —Tras negar con la cabeza, continuó—: Es un trastorno obsesivo-compulsivo en el que una persona experimenta pensamientos intrusivos sobre dañar a los demás o a sí misma. A menudo desencadena conductas compulsivas como una forma de aliviar el malestar.

—No quiero lastimar a nadie. Está mal, es... enfermizo...

Él asintió comprendiendo mis palabras.

—Por supuesto, es normal sentirse así. Tener estos pensamientos no te convierte en una mala persona.

Aquellas palabras me tranquilizaron lo suficiente como para dejar de apretar la pelota durante unos segundos.

—Estás aquí buscando ayuda porque no quieres actuar según estos pensamientos, lo que significa que tienes un sentido inherente de moralidad y consciencia —añadió con una sonrisa empática—. Eso es una señal positiva.

Suspiré aliviada, y volví con la pelota.

—¿Y qué puedo hacer para dejar de tenerlos?

—En primer lugar, trabajaremos juntos para comprenderlos y manejarlos. Exploraremos qué los desencadenan, cuáles fueron sus causas. Trabajaremos buscando maneras para afrontar esas situaciones de la forma más saludable posible. Es un proceso que requiere tiempo, y mucha paciencia.

—Y supongo que también hará falta más dinero.

—Bueno, la terapia cuesta dinero. Piensa en ella como una inversión en tu bienestar. Tu salud mental es tan importante como tu salud física, y la terapia es una forma de mantenerla.

—Genial, me desharé de estos pensamientos, pero no de mis deudas bancarias —dije con ironía y eché mi cuerpo hacia atrás, casi recostándome en el sofá.

Se rio entre dientes de nuevo.

—Veo que no tienes miedo de decir lo que piensas... —comentó. Sus ojos fijos en mí—. Es una buena cualidad, aunque quizás no tan buena para el bolsillo —bromeó y me sacó una sonrisa—. Entiendo tu preocupación por el aspecto financiero, pero recuerda que la terapia consiste en invertir en tu bienestar y en tu futuro. Es una herramienta esencial para tu salud mental.

—Sí, lo sé, es necesario. La salud mental en el mundo es una porquería y hoy en día la terapia está tan... ¿Cómo decirlo? Menospreciada, ¿tal vez?

Su expresión se tornó seria.

—Sí, todavía existe un estigma en torno a la búsqueda de terapia. Algunas personas lo ven como un signo de debilidad o algo reservado solo para quienes luchan con una enfermedad mental grave. La verdad es que la terapia puede beneficiar a cualquiera. Es una pena que no se acepte.

—¿Va a terapia, doctor?

Levantó una ceja, sorprendido.

—¿Yo? —preguntó con un atisbo de sonrisa tirando de la comisura de sus labios—. ¿Por qué lo preguntas?

—«Si tienes alguna consulta para mí, no dudes en preguntar» —repetí sus palabras—. Eso es lo que dijo antes y eso es lo que estoy haciendo.

Parecía que apreciaba mi comportamiento desafiante. Mientras me sonreía de vuelta, yo apreté de nuevo la pelota.

—Tienes razón —respondió, con expresión todavía divertida—. Es justo.

Hizo una pausa, con los ojos fijos en mí. Al parecer, consideraba con cuidado sus siguientes palabras.

—Para responder a tu pregunta, la respuesta es no. No asisto a sesiones de terapia.

—¿Y cómo lidia con la carga de tratar con personas con pensamientos intrusivos? —pregunté, levantando una ceja y notando el cuidado en las palabras que usó para responder. —¿Y por qué, si la respuesta fue no, tardó tanto en responder?

Él se rio. Su risa melódica y profunda.

—Tus habilidades de observación son bastante agudas —comentó en un tono casual—. Me tomó más tiempo responder porque no esperaba una pregunta personal. No es común que los pacientes cambien la situación y pregunten sobre su terapeuta tan pronto.

—Bueno, creo que tengo derecho a saber con quién estoy tratando, ¿no lo cree?

Alzó una ceja y su expresión era una mezcla de diversión e intriga.

—Si te preocupa mi profesionalismo, puedo enseñarte mis expedientes. Además, puedo asegurarte que nada de lo que hablemos será de conocimiento ajeno.

—¿Y si confieso un delito?

—En ese caso, habría que evaluar el tipo de delito en base al riesgo para el paciente o para terceras personas. En caso de tus pensamientos intrusivos...

—Hay algo más. —Lo interrumpí y apreté la pelota entre mis manos—. No solo tengo esos pensamientos que me atormentan, a veces me obsesiono con alguien y... bueno, lo espío. Me gusta seguirlo, conocerlo a través de mis observaciones. Me gusta ver qué son, qué hacen... Es como mirar televisión.

Había un atisbo de intriga en sus ojos, observando..., analizándome.

—Así que has desarrollado el hábito de observar a la gente, casi como un pasatiempo. Y dijiste que te obsesionas con ciertas personas. ¿Puedes describir qué desencadena esta conducta en ti?

—No lo sé. No soy consciente al hacerlo, solo sucede —respondí con frustración, apretando más y más la pelota—. Puedo caminar por la calle, mirar a alguien y empezar a seguirlo. Me gusta cuando los persigo sin que se den cuenta, me siento como un animal que acecha a su presa. Nunca he tenido intención de hacerles daño, solo observar.

Sentí algo de alivio al ver su expresión calmada. Parecía estar atento a mis palabras con la mirada fija en mi rostro.

—Estos comportamientos pueden parecer inofensivos, y también plantean algunas preocupaciones.

Descansé la espalda en el respaldo y suspiré.

—Sí, lo sé, empezando por el hecho de que seguirlos y espiarlos es un delito. Puedo discernir lo bueno de lo malo. Es solo que... no soy consciente de cuándo empiezo a hacerlo.

—Ya veo. Hay que abordar el hecho de que seguir y espiar a personas sin su consentimiento es, de hecho, una violación de la privacidad y se considera ilegal —explicó—. En cuanto a tu falta de conciencia, parece una respuesta automática o un hábito para ti. Podría ser útil explorar los desencadenantes y las situaciones que conducen a estas conductas. ¿Hay algo que estás tratando de obtener o realizar a través de esta observación de personas?

Me miró casi como si quisiera meterse dentro de mi cabeza. Le devolví la mirada sin parpadear y respondí:

—No, no la hay.

Él levantó una ceja, el escepticismo era evidente en su rostro.

—¿Estás segura? A veces nuestros deseos subconscientes y las razones detrás de nuestros comportamientos pueden ser difíciles de reconocer o admitir, incluso ante nosotros mismos.

—Bueno, no, no lo hay. Al menos, no que yo sepa —insistí.

Él me estudió por un momento, sintiendo que podría haber algo más en mi comportamiento de lo que quería admitir. Era demasiado perspicaz, y yo era un libro abierto.

—Exploremos esto un poco más. ¿Puedes pensar en algún patrón o tipo específico de personas que sea más probable que sigas y observes?

Cerré los ojos para concentrarme y un extraño aroma llegó a mis fosas nasales. Las imágenes llenaron mis pensamientos; la noche, la lluvia, el olor de mi propia sangre, las luces rompiendo con la oscuridad...

—El olor —respondí.

—¿El olor? —repitió con un tono curioso—. ¿Puedes dar más detalles sobre eso? ¿Te refieres al olor de las personas a las que sigues?

Abrí los ojos y lo miré algo confundida. Ni siquiera esperaba darle esa respuesta.

—Sí... Creo... creo que se debe a eso. No es un olor que se siente, es... diferente. Es un olor inherente a ellos...

—Interesante... —Su tono traicionó la pasividad que había mostrado en toda la sesión—. ¿Estos aromas son... específicos de ciertos individuos? ¿Que se «pegan» a ellos?

Sacudí la cabeza, comenzando a sentirme ansiosa de nuevo.

—No lo sé. Solo sé que es su olor lo que me atrae hacia ellos.

—Parece que este «olor» tiene un efecto poderoso en ti —señaló—. ¿Puedes describirme este olor un poco más? ¿Es algo dulce? ¿Quizás algo almizclado o terroso? ¿O algo distinto?

—No lo sé —insistí, apretando la pelota con mucha más fuerza—. Es un olor y ya está. Es como el olor de los bebés. Los bebés tienen un aroma particular que se va desvaneciendo con el tiempo. Lo mismo pasa con esas personas. Ellos tienen un aroma especial, no como el de los bebés, sino que... es... es diferente y... me gusta...

—Así que no eres capaz de describir el olor, pero te atrae y te hace querer seguir y observar a estos individuos —aclaró—. Y mencionaste que este es único para cada persona y te atrae. Y encuentras placer en perseguirlos y observarlos desde la distancia, no con la intención de hacerles daño, sino por el simple placer de perseguirlos. ¿Es correcto?

—Me dan ganas de morderlos —dejé escapar, con la mirada perdida en ese oscuro pensamiento—. Es tan placentero y relajante, que deseo apretarlos... como si quisiera comerlos.

Un destello de sorpresa se dibujó en su rostro.

—¿Quieres comértelos? —repitió tras carraspear—. ¿Qué quieres decir con eso? ¿Estás diciendo que tienes pensamientos de canibalismo?

—Es más profundo que eso... No puedo ser más específica...

Bajé la cabeza y, afligida por mis propios pensamientos, apreté la pelota con fuerza. Esta salió disparada de mis manos y cayó a los pies de la mesita. Me agaché para recogerla estirando la mano al mismo tiempo en que él lo hacía. Allí, los dos agachados tratando de recoger la pelota, lo vi tan cerca...

La garganta se me secó y mi pulso aumentó. Él notó que algo andaba mal conmigo cuando levantó la mirada y sus ojos me escudriñaron.

Dejé escapar un grito ahogado y me eché hacia atrás, apartándome de él.

—C-creo que debería irme...

Tomé mis cosas y salí de la oficina tan rápido como me fue posible, ignorando el hecho de que todavía faltaba para terminar la hora.

Dejé el edificio casi con el corazón en la mano y llena de nervios. Nunca había pensado que me abriría así a alguien, mucho menos en mi primera sesión. Me sentía sucia, en conflicto y decepcionada de mí misma. Le había contado mis más oscuros secretos como si no fuera nada, como si necesitara decírselo a alguien, y ahora me sentía expuesta y vulnerable.

Pero... también había algo más.

Volteé la cabeza y olisqueé mi chaqueta.

Olía a él, y él tenía ese olor tan particular que me intrigaba... El mismo que me hacía seguir a la gente. El mismo aroma que despertó mi lado más primitivo.

Mis pensamientos intrusivos regresaron y, antes de que pudiera decidirme, bajé al estacionamiento y busqué mi auto. Necesitaba abandonar ese lugar, deshacerme de su olor antes de que comenzara a obsesionarme.


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AAAAAAAAAAAAl fin puedo enseñarles en lo que he estado trabajando casi la mitad de este año TvT Es mi primera autopublicación después del 2023 del carajo que tuve JAJAJ 

Espero que les guste lo que tengo preparado, que le den mucho amor y, obvio, si les interesa que puedan obtenerlo en físico! Me haría mucha ilusión <3 Decidí hacer esta serie con todo el boom oscuro que hay últimamente y ahora estoy escribiendo sobre un enmascarado que uy...

En fin, estoy feliz de volver a Wattpad :)

Díganme qué día les gustaría que haya actualización~

Ah, y síganme en ig @vhaldainomas porque iré subiendo costas por ahí, incluyendo parte del interior del libro jiji

Hambrienta, feliz y escribiendo bajo un nuevo seudónimo pa que no me funen,

Mon~

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