9.- Secretos de los Ignotes Furiosos (3/4)
Seguimos al sirivi hacia una puerta junto al público. Al atravesarla nos encontramos nuevamente en un pasillo, solo que este estaba mucho más iluminado que el anterior, el piso era de madera ruidosa y las paredes estaban pintadas, incluso tenían cuadros de paisajes. Nos llevaron a lo que me pareció una sala de espera; con un par de sillones en un rincón y hasta un dispensador de agua, aunque sin vasos de dónde sacar.
—Siéntense, por favor. Spapz se está preparando después de su discurso. Los atenderá en cualquier momento— nos espetó el sirivi.
Luego fue y golpeó la puerta cuatro veces. Mientras no nos veía, Prípori me tomó con una mano, con cuidado, y me acercó a su cara.
—Ve— me susurró— cuídense.
Luego me dejó detrás de su pie, en el suelo bajo la silla de visitas. Desde ese lugar yo podía esperar el momento adecuado y vigilar al asistente de Spapz sin que este me viera. Se me hizo raro que dijera "cuídense" en vez de "cuídate", pero supuse que había escuchado mal.
El sirivi se recostó contra la pared frente a Prípori, paciente como una estatua. En eso la puerta se abrió, dejando pasar a Spapz. No le vi la cara, el ángulo me lo dejaba difícil, pero su cola se arrastró muy visiblemente por el suelo, tan pesada que me hacía temblar las patitas.
—¿Y qué tenemos aquí? Una de las damas más refinadas de toda Luscus— la saludó— Prípori, dime que vienes a pasar un buen rato y nada más, por favor. Cualquier excusa para raptarme de todo este trabajo.
Se acercó mientras hablaba y le tomó las manos con cariño, o un gesto que se supone debía ser cariñoso. Prípori le siguió el juego como si estuviera encantada. La verdad no sé si estaban actuando o de verdad estaban contentos de verse, no soy bueno descifrando estas cosas.
—Ay, Spapz, solo porque venga por trabajo no quiere decir que no podamos divertirnos un poco— contestó esta— ¿Cómo te ha ido por aquí? Hace mucho que no visito.
—Así es, así es. Hace mucho que no visitas. Ven, hablemos en mi oficina.
Ambos se retiraron y cerraron la puerta. El sirivi, sin nada más que hacer, se fue por su parte hacia la sala donde estaba el público.
Cuando Prípori y su gran presencia mágica se retiraron, advertí otra mente de mago por ahí cerca, justo detrás de mí. Comprendí que había estado ahí desde hacía un rato, solo que no la había sentido por la potencia de tener a Prípori al lado; es como intentar escuchar a un flautista cuando se tiene un parlante enorme tocando metal a todo volumen.
Me di la vuelta esperando encontrarme a una persona, pero en vez de eso hallé a una livita: una especie de reptil del tamaño de una mano, con membranas grandes entre las patas que actuaban como alas para planear por el aire, como una ardilla voladora. Por un segundo pensé que me equivocaba, mas luego reparé en que las extensiones mentales provenían de esa livita. No había duda; era una maga. Esa mente se me había confundido antes, pero estando ahí solos los dos, sin interferencias de otros magos, por fin me di cuenta que se trataba de Silvina. Tenía que ser ella, se sentía como su manera de pensar. Más encima nuestras mentes congeniaban demasiado bien para ser otra persona.
Atónito, salí de debajo de la silla de espera y miré a todos lados para asegurarme de que no hubiera nadie por ahí. Para mi fortuna, todos parecían estar en el salón grande. Entonces desmuté y me giré a ella.
—¡Silvina!— la llamé en susurros— ¡Silvi! ¡¿Cómo llegaste aquí?!
La livita salió también desde debajo de la silla, creció de un momento a otro y volvió a su forma original. De repente ante mí no tenía a un reptil del porte de mi mano, sino que a Silvina. Esta me sonrió con emoción.
—Muté en una livita y me colgué de tu ropa cuando se iban— me explicó— los demás no me notarían, porque nuestras extensiones tienen potencia y alcance similares. Me preocupaba que tú te dieras cuenta, pero parece que la mente de mi mamá sirvió de cortina.
Recordé la impresión que se había llevado Prípori en el salón grande y de las palabras que me dedicó: "cuídense". No había escuchado mal; Prípori había notado su presencia poco después de que llegáramos.
Esto complicaba la misión. El hecho de que ambos estuviéramos desnudos tampoco ayudaba. A pesar de los nervios, mi pene comenzó a llenarse de sangre. Intenté enfocarme en la misión.
—Como sea, tengo que encontrar información sobre las desapariciones— le espeté— deberías esconderte hasta que vuelva por ti.
Miré a ambos lados. No teníamos mucho tiempo antes de que alguien apareciera desde cualquier esquina y nos pillara. Ciertamente dos jóvenes desnudos en medio de un pasillo llamarían la atención.
—Sé que debí haberme quedado en casa, pero estoy aquí— alegó, también en voz baja— y tú no me mandas; solo gastarías tiempo y energía intentándolo. Voy contigo. Sigo siendo mejor maga que tú.
—Yo he ganado más duelos— alegué.
—Por pura suerte.
—Y pensé que a ti no te importaba la cantidad de magias que alguien sabía— recordé— ¿Qué es eso de "mejor maga"?
—Lo soy ¿O no?
Hice rodar los ojos. No podía perder tiempo en discusiones como aquella.
—Como quieras, pero debes hacer todo lo que te diga ¿Entendido? Recuerda que por muy magos que seamos, seguimos siendo igual de mortales que cualquier persona normal; basta con un buen golpe en la cabeza para matarnos. No te permitiré dar un paso más si no lo internalizas.
—Sí, lo sé. No soy una niña— alegó.
—Técnicamente sí— le espeté— dime que lo entiendes.
Ella tomó aire como para seguir reclamando, pero apretó los labios para guardarse esas ideas.
—Está bien. Soy mortal, soy frágil, tenemos que ir con cuidado, las consecuencias son muy graves. Lo entiendo.
—Bien.
Sin más retrasos, me concentré en la biología de un ratón; repasé sus partes, sus sistemas y fui conectándolos con mi propio cuerpo. Antes de que me diera cuenta, mi cara se había acercado al suelo y todo se veía mucho más grande. Frente a mí tenía a una lagartija, digo, a una livita que me miraba con ojos desorbitados y un constante puchero en la cara.
—Tengo que matarla— fue lo primero que pensé, antes de recordar que era un chico civilizado y que ella era mi amiga.
Había estado practicando bastante mi mutación y ya podía mantener el control la mayoría del tiempo, solo a veces tenía lapsus en que mi mente caía a su forma primitiva de roedor.
Para mi fortuna, Scire se había quedado pegada a mi espalda y no se me había salido con la mutación. Eso era importante.
Entre el salón principal, donde había tenido lugar el concierto y el discurso de Spapz, y la oficina donde habían entrado con Prípori, había un pasillo. A la mitad de este pasillo, antes de la sala de espera, había un cruce en forma de "T". Silvina y yo nos dirigimos a la esquina y nos fuimos por la intersección que aún nos quedaba por explorar.
Nos esperaba un largo pasillo con unas cuantas salas por ambos lados, separadas no por puertas, sino que por umbrales abiertos. Al final pude divisar una puerta grande, cerrada con llave. Esa debía ser la oficina secreta de Spapz. Nos dirigimos allá por la esquina del pasillo y nos asomamos al primer umbral; hallamos un montón de escritorios pegados unos con otros, con oficinistas trabajando frente a pantallas holográficas. Iban vestidos de manera casual y tenían música algo escandalosa para estar trabajando en oficina, pero eran oficinistas de todas maneras. Seguramente trabajaban en administrar la organización, con lo cual me pregunté cuánta gente pertenecería a ese grupo rebelde.
Atravesamos el primer umbral rápidamente y nos detuvimos detrás de la pared que le seguía, atentos. Miramos atrás, paré mis grandes orejas, pero no oí nada. Nadie siquiera había lanzado una exclamación; no nos habían visto.
Con los corazones latiendo a toda prisa, pasamos rápidamente junto a la pared, dado que desde el otro lado cualquier persona nos podría ver si giraba su cabeza un poco. Nos apresuramos hacia el próximo y último umbral, pero entonces un pie gigante nos hizo parar en seco. Silvina y yo miramos arriba, listos para desmutar si hacía falta defendernos. Ante nosotros había un volir mirando la proyección de unos documentos holográficos mientras caminaba. Pasó de largo, sin reparar en nuestra presencia y se perdió en el umbral anterior.
Si no me moría de un pisotón, me moriría del susto.
Continuamos a toda prisa hacia la puerta de la oficina secreta. Se trataba de un portón doble, con bellos acabados; demasiado importante para tratarse de una simple bodega, pero la única habitación cerrada en horas de trabajo. Eso solo podía significar que era la sala que Prípori me había indicado.
Por un momento me pregunté cómo podríamos atravesarla sin alertar a la gente de atrás. Quizás podíamos desmutar un momento, abrir y entrar de inmediato, pero corríamos el riesgo de que nos vieran. No había escondites donde pudiéramos ocultar nuestra forma original, tampoco.
Mientras pensaba, Silvina se dirigió a toda prisa a la puerta y se metió por debajo, en el ínfimo espacio entre esta y el suelo. Me apresuré a agarrarla de la cola para sacarla de ahí, pero antes de poder tomarla, esta pasó su cabeza, luego su torso. De pronto ya estaba en el otro lado.
Me quedé ahí, perplejo, sin saber qué pensar. Era una solución tan simple que no se me había ocurrido.
Yo me asomé a la rendija, pero era un poco más grande que ella y no estaba seguro de que iría a caber. Mis bigotes me decían que no era una buena idea meterse ahí. Sin embargo, no lo necesité; de pronto la puerta se abrió, apenas con el espacio suficiente para permitirme entrar. Silvina me miraba en su forma original desde el otro lado, sonriente.
Yo pasé, Silvina cerró, entonces desmuté. Ella me dio una palmada en el hombro.
—¡Lo hicimos!— celebró ella en voz baja.
Me recosté contra la puerta, aún demasiado nervioso como para que me importara que ambos estuviéramos desnudos, mas pronto tendría bastante tiempo para notarlo. Silvina me rodeó para adentrarse en la oficina secreta. Aunque estuviera oscuro, intenté no mirar en su dirección general. Buscamos las luces unos segundos a tientas, Silvina las encontró.
Cuando las encendió, nos encontramos frente a una oficina espaciosa, limpia, llena de estanterías con libros y archivadores. Me dirigí al escritorio, donde la pantalla holográfica del computador mostraba un gif de un pequeño dastal celeste balanceándose en un columpio. Me lo quedé mirando estupefacto por unos segundos, hasta que a Silvina se le cayó un libro de un estante y me espabilé con el impacto. Antes de volver a quedar hipnotizado, tomé a Scire y la dejé cerca de la consola.
—Necesito que busques información sobre desapariciones recientes. Busca un punto de inflexión en la frecuencia. Si no encuentras datos relevantes, guíate por las búsquedas del tema en las que este sujeto haya pasado más tiempo.
—Entendido.
Miré a Silvina, la cual hojeaba documentos tan rápidamente que parecía una máquina. Inmediatamente después pensé que se parecía mucho a su mamá, con eso recordé el par de veces que lo había hecho con Prípori, con lo cual mi pene comenzó a levantarse nuevamente. Avergonzado, intenté concentrarme en otro lado. Miré la estantería contraria, tomé un archivador cualquiera y comencé a hojearlo.
—¿Estás bien?— inquirió Silvina de repente.
Sentí que se me salía el corazón. Casi llegué a soltar el archivador del susto.
—¡S-sí! Sí.
Me giré a verla, asegurándome de no cambiar mis caderas de posición, esta me devolvía una mirada inquisitiva.
—Sentí una emoción fuerte— explicó— ¿Estás nervioso?
Por un instante pensé que me había pillado, pero luego reparé en que se refería a los nervios de ser descubiertos dentro de esa oficina, cosa que casi se me había olvidado.
—Sí, sí, estoy bien. Descuida— fue todo lo que pude decir.
Ambos volvimos a nuestra tarea. Para mi fortuna, el trabajo me ayudó a olvidarme de los nervios, pronto surcaba informes y gráficos tan rápido como lo que me demoro en pasar de página.
—Arturo, encontré algo que te puede interesar— indicó Scire de repente.
Me giré hacia el computador y me incliné para ver. Era apenas una nota en el calendario.
"2:30 a.m.
Cita con patrocinador.
Llevar carpeta con fichas.
NO PUEDO FALTAR!!!"
—La hora es sospechosa— observé— ¿A qué fichas se refiere?
—No hay ningún otro registro que haga referencia a ninguna "ficha"— indicó Scire— pero hay rastros de que los hubo una vez, y de que fueron impresos.
—¡¿Puedes saber eso?!— exclamé— Entonces... ¿Quizás los tiene impresos en algún lado? ¿Crees que lo haya hecho para evitar que hackearan su computador?
—Es lo más probable.
Miré la biblioteca ante nosotros, llena de estantes con libros y archivadores. Revisar cada rincón no sería mucho problema, lo difícil consistía en hacerlo antes de alguien llegara y nos pillara ahí.
—Lo encontré— dijo Silvina.
Desconcertado, me giré a ella y noté que me tendía una carpeta con un informe. La tomé en mis manos y comencé a hojearla. Se trataba de un registro de... algo. Había una lista de varios "sujetos" enumerados: N°001, N°002, así hasta el N° 068. Estos sujetos no tenían nombre, pero se describían algunas de sus características, como su especie, edad estimada y detalles físicas. Más aun, aparecía la ubicación exacta de donde habían sido halladas y su estado de salud al "momento de la despedida".
Pasé las páginas, leyendo cada uno de los casos. Era un registro muy sospechoso, pero no nos decía mucho, al menos hasta que reparé en cierto caso.
N°48. Especie: volir. Edad estimada: 8 años. Ojos: azul marino...
Había varios detalles que confirmaban mis sospechas, pero lo que más me golpeó fueron el lugar y la hora; eran exactamente el punto y el momento en que Izarel había desaparecido.
—No...— musité.
—Los Ignotes Furiosos son los que han estado secuestrando gente— concluyó Silvina— o al menos a una buena parte de estos.
Estaba tan enojado que se me hacía difícil pensar. El pobre de Iza había sido secuestrado por esa gente, aquellos que se autoproclabaman los oprimidos, los rebeldes que luchaban contra las injusticias del gobierno.
Sin darle más vueltas, tomé a Scire conmigo y me dirigí a la puerta. Preparé un argumento para cuando Silvina me detuviera, mas pronto crucé la habitación, sujeté el pomo de la puerta y reparé en que ella no había dicho nada. Me giré a verla, extrañado.
—¿Vienes conmigo?— le pregunté.
—Para eso me escabullí— apuntó.
Yo asentí, abrí la puerta y salimos.
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