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8.- Ausente (2/2)


Mientras caminábamos, fuimos examinando los alrededores por rutas por donde Izarel pudiera haberse ido, pero todo el canal estaba bien hundido y las paredes de roca no tenían huecos o maneras de subir, no para un niño como Izarel.

Después de unos minutos, nos topamos con la calle sobre nuestras cabezas; un puente de concreto la mantenía a nivel del suelo y evitaba que se hundiera en el canal. El agua continuaba a través de una reja gruesa y bien instalada, sin huecos para que un niño pasara. Más encima, se podía apreciar que después de la reja solo había espacio para un hueco por donde el agua caía y continuaba por otra cañería. No había manera en que Izarel se hubiera marchado por ahí. Sin embargo, también había otra salida; un camino similar al que vimos junto al campamento, que ascendía por la pared contraria hasta el nivel de la calle. Coni y yo subimos y continuamos nuestra búsqueda, pero entonces nos hallamos en un terreno pedregoso, junto al inicio de la autopista. Ya no había paredes que limitaran nuestro progreso, ni el de Izarel; podría haber marchado en cualquier dirección.

Me alteré por un momento; las pistas se me escapaban. Pero supe que eso no me ayudaría a encontrarlo. Respiré y me obligué a permanecer tranquilo. Luego examiné mis alrededores con mayor detenimiento: la autopista consistía de tres pistas de autos, y aunque no solía haber mucho tráfico en Nudo por la abundancia de naves voladoras, en barrios pobres como Vallermoso generalmente había más autos. La autopista, en ese momento cerca del mediodía, no descansaba cinco segundos hasta que volvía a pasar otro auto; en la noche sería menos. Difícilmente un niño como Izarel podría haberla atravesado.

Mientras ponía mi atención en otras zonas alrededor, una parte de mi mente me advirtió que aún cabía la posibilidad de que hubiera atravesado la autopista. Si me equivocaba y dejaba pasar una posibilidad, podría perderlo para siempre. No podía equivocarme, no en ese momento.

Decidí que contemplaría todas las posibilidades, luego iría desde la más a la menos probable, descartando una a una hasta que diera con él.

Por el lado que habíamos venido, había una reja que cercaba el acceso hacia una montaña. Al otro lado del canal se encontraba el camino al campamento, pero el camino por donde habíamos subido no llegaba allá, y por lo tanto era menos probable que Izarel se hubiera dirigido allá.

Finalmente, hacia la izquierda de la autopista, entre esta y la reja de la montaña, había una angosta vereda de tierra por donde una persona podía pasar si caminaba con el torso de lado e iba con cuidado, o si no le atemorizaba ser atropellado por un auto a toda velocidad.

—¿Crees que fue por allá?— inquirió Coni.

—Es lo más probable, pero no es nada seguro— expliqué— ¿Qué crees tú?

Hizo una pausa. Me giré a verlo, extrañado de que no dijera nada. Coni se sujetaba el extremo de una oreja, pensativo. Miraba el camino que yo había señalado con ojos analíticos.

—Es lo mejor que tenemos por ahora. Vamos.

Lo tomé en brazos y nos llevé por encima de los autos y la reja. No quitamos los ojos del camino y sus alrededores por si veíamos a Izarel.

—¿Qué se te ocurre?— le pregunté mientras flotábamos.

—Mmm... sé que tú estás analizando todo como detective, contemplando posibilidades y probabilidades. Eres muy bueno en eso. Yo soy mejor para entender a la gente, estoy contemplando ese tipo de posibilidades.

—¿Posibilidades de gente?— repetí.

—Pienso en la gente del campamento, en sus relaciones con Izarel.

—¿Crees que uno de ellos lo escondió?— inquirí.

—No sería la primera vez; quizás una broma, quizás un adulto embriagado que le pegó muy fuerte y se dio cuenta muy tarde de lo que había hecho, quizás... algo peor.

Mi cuerpo se tensó. No había pensado en esos casos; hacerlo no me hacía sentir muy seguro.

—Por ahora sigamos hasta donde nos lleve el camino, deberíamos encontrar algo— me apremió.

—Sí.

La reja y la autopista continuaron paralelas un buen trecho, hacia una zona industrial. De pronto nos encontramos con bodegas, fábricas de materiales de construcción y tiendas de maquinarias pesadas. La reja que limitaba el acceso a la montaña se terminó antes de que llegáramos a la primera tienda y dejó espacio para una calle lateral. No mucho después, otras calles se abrían y esparcían por el resto de la ciudad. Desde ese punto comenzábamos a perder su rastro.

Dejé a Coni en el suelo y me puse a pensar. Miré en todos lados. Izarel no estaba, no había pistas. No había nada de dónde agarrarme. Tenía que pensar, pero no podía, los nervios me carcomían.

—Arturo— me llamó Scire.

Traté de ignorarla para concentrarme, pero esta formó un holograma frente a mis ojos; una flecha brillante que apuntaba a un lado. Al girar mi cabeza, advertí que me señalaba uno de los almacenes.

—Detecto un sistema de cámaras, seguramente para encontrar posibles ladrones— indicó— si Izarel pasó por aquí por la noche...

—¡Es posible que lo hayan grabado! ¡Excelente, Scire! ¿Puedes descargar sus grabaciones?

—Necesitaré que te acerques más.

Me giré a Coni.

—Espérame aquí, solo tomará un momento.

—Sí, sí, ve— me apremió.

Me elevé rápidamente, me dirigí al techo de la fábrica, esperando que desde ahí no me detectaran.

—¿Puedes hacerlo desde aquí?— pregunté a Scire.

—Descargando grabaciones. Las estoy revisando ahora mismo. Un segundo, porf...

De inmediato me mostró una pantalla oscura con una línea clara. Me tomó un momento darme cuenta que se trataba de la calle, de noche. Scire aumentó el brillo automáticamente para dejarme ver. Pude apreciar una silueta diminuta desplazándose lentamente desde un lado a otro de la pantalla. Estaba muy de lejos para distinguirlo, pero era un niño caminando por su cuenta. Esa grabación era de la noche anterior; era la mejor pista que teníamos hasta ahora.

—Bien, entonces tenemos que hacer lo mismo con otros edificios hasta dar con su paradero— pensé en voz alta.

—Espera. Mira el video completo— me pidió Scire.

Un mal presentimiento se apoderó de mí. Me quedé ahí agachado, mirando, tenso. Scire aceleró el video un rato; el niño cruzó media pantalla en un instante, luego regresó a su velocidad normal. Izarel dio uno, dos, tres pasos. Caminaba cabizbajo, como un niño perdido y cansado que no sabe cómo volver a casa. Entonces, un vehículo descendió a nivel de la calle, de este se bajó un sujeto en traje semi formal, agarró a Izarel del torso, lo metió dentro de la nave, cerró la puerta y se fue volando.

—¡No!— exclamé.

Me llevé las manos a la cabeza. Sentí la adrenalina y el miedo erizarme la piel, pero traté de concentrarme, de pensar. Tenía que seguirle la pista, identificar a esa nave ¿Y si revisábamos otras grabaciones de otras cámaras para saber por dónde había ido? Pero en ese video no encontramos una manera de identificar la nave, tampoco es que no se vieran naves voladoras por Vallermoso ¿Y si identificábamos al sujeto que lo había raptado? Pero el video tenía tan mala calidad que no se distinguían unas caras de otras ¿Y si... ¿Y qué tal...

Pero por más que busqué posibilidades para continuar con nuestra búsqueda, no las encontré. Se habían llevado a Izarel. Un completo desconocido se lo había llevado y no nos había dejado nada para seguirle la pista. Me tiré los pelos de la cabeza. Tenía que haber una forma de encontrarlo, pero no la había. Lo habíamos perdido.

Volví con Coni con la vaga esperanza de que a él se le ocurriera algo que a mí no. El bimbiom se llevó ambas manos a la boca, preocupado.

—¡No!— exclamó.

Scire le mostró el video. Coni lo vio entero, se fijó bien en el momento del secuestro, pausó y retrocedió varias veces, pero no consiguió extraer ningún detalle destacable de la cara del secuestrador.

—Tenemos que informarlo a su madre— dijo.

—A ella no le interesa— bramé.

Me apreté la cabeza con una mano. Nunca me había sentido tan inútil ¿Cómo había dejado que alguien se llevara así a Izarel?

>>Porque no era mi responsabilidad, no había manera de cuidarlo si solo iba a verlo una vez a la semana.

>>Aun así, no dejaba de sentirme impotente.

—Maldito desgraciado ¿Quién se lleva así a un niño de la calle?— alegué.

—¿Y si preguntamos en la policía?— se aventuró Coni— en una de esas, el que se lo llevó era una buena persona que quiso ayudar a un niño perdido.

Levanté la mirada, expectante. Por la manera rápida y brusca en que el sujeto había agarrado a Izarel, dudaba mucho que hubiese tenido buenas intenciones, pero no estaba mal probar nuestra suerte.

Fuimos al cuartel más cercano, esperamos nuestro turno, le explicamos el caso al policía de turno.

—¿Y qué relación tienen con el niño?— nos preguntó, mirando un formulario.

—Somos profesores— expliqué.

El policía me miró extrañado.

—Es algo informal. Él tenía algunas preguntas y nosotros las respondimos. Desde entonces le ayudamos a estudiar— explicó Coni— no es que seamos sus profesores de verdad.

El policía asintió.

—Ya veo ¿Y los padres de este niño?

Nos miramos las caras. Si Coni sabía qué y qué no responderle al policía, prefería que él continuara explicando la historia.

—No sabemos de su papá— indicó el bimbiom— su mamá está... enferma. Muy enferma. No estaba en condiciones de levantase, por eso lo buscamos nosotros. Al principio pensamos que estaría jugando en algún lado, pero no conseguimos encontrarlo y ya ha pasado una noche.

—¿Solo una noche? ¿Están seguros que no se quedó en casa de un amigo por ahí? A veces los niños hacen eso— comentó el policía— independientemente, si la mamá no está dispuesta, necesito que venga el siguiente familiar más cercano. Desde ahí podremos iniciar una solicitud de búsqueda. Por mientras, necesitaré que llenen estos formularios.

Nos entregó dos papeles en que nos pedían nuestros datos, la mayoría no tenía nada que ver con el propósito de nuestra visita. Lo rellené de mala gana, lo más rápido que pude y se lo entregué. El policía me miró con cara de pocos amigos, pero Coni intervino.

—¡Muchas gracias!— dijo con una sonrisa— Nosotros seguiremos buscando, estamos un poco preocupados. Pero le notificaremos a la madre para que venga en cuanto pueda ¡Hasta pronto!

Sin más, me tomó de la mano y me llevó con él a la salida. No dijo nada hasta que nos hallamos a media cuadra de la comisaría.

—Ten más cuidado al tratar con policías— me pidió.

—Lo siento, estoy nervioso— me excusé.

—Sí, lo sé. Pero enemistarnos con ellos no nos ayudará a encontrar a Iza más rápido. Ahora vamos, creo que deberíamos decírselo a la maestra.

Yo asentí.

Partimos hacia Goerg a paso veloz.

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Encontramos a Prípori investigando junto a Otoor y Marisa un caso de unos altos cargos de gobierno. Ni siquiera me fijé en los nombres o fotos que tenían pegados en la pared.

—¡Prípori!— exclamé.

Los tres se giraron a nosotros, consternadas. Abrí la boca para decirles lo que había pasado, pero mi garganta se cerró; aunque ese niño no hubiese sido mi responsabilidad, aunque se hubiera perdido en un momento en que yo no podía vigilarlo, el peso de la culpa me embargó como una guillotina; implacable y cruel. No se me quitaba la sensación de haber fallado, de haberlo abandonado y estar pagando las consecuencias.

Mi maestra se acercó, preocupada. Su cara reflejaba atención y un estado de alerta, lista para saltar si llegaba a necesitarlo, dependiendo de mis palabras.

—Izarel... desapareció.

—¿Quién?

—Es un niño al que le enseñamos en nuestras clases semanales— explicó Coni— no asistió a la clase de hoy, nadie sabe dónde está. Le seguimos la pista y encontramos un video de alguien raptando a un niño de noche.

Prípori lo miró intensamente, luego se giró a mí.

—Scire...— musité.

La asistente mostró el video que habíamos visto. Prípori lo examinó con detenimiento.

—Podría ser cualquiera ¿Cuándo desapareció?

—Este video es de anoche— indicó Scire.

—Tendremos que separarnos. Lo buscaremos exhaustivamente— puso una mano sobre mi hombro— ahora es cuando él te necesita, Arturo. Concéntrate en la búsqueda, no pienses en nada más.

Yo asentí, no muy esperanzado.

—Esa es una orden, Ignorancia.

Yo volví a asentir, esta vez con más energía.

—¡Sí, maestra!

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