8.- Ausente (1/2)
Cierto día, cuando me iba a dormir, encontré a Papel en mi cama. Se entretenía jugando con Coni.
—¡¿Qué hace él aquí?!— alegué.
—Trajo una carta— dijo Coni.
Me la mostró y la tendió. Algo confundido, atravesé la habitación y tomé la carta en mis manos. Estaba arrugada, se notaba que había pasado por mucho. La abrí.
"Arturo
¡Hola!
Iré a la capital de Atídima, Ditílum, el primero del mes del cielo. O sea, como en dos semanas, más o menos.
Lo siento, no estoy muy segura de la fecha.
¿Te parece si nos encontramos allá? Ya van a pasar 6 meses desde que comenzamos a entrenar y no puedo esperar a verte otra vez.
¡Besitos!
Érica"
La miré por todos lados por si acaso tuviera un mensaje escondido, pero no, era una simple carta de Érica. Miré a Papel, quien parecía muy contento con las caricias de Coni.
—¿Érica te pasó la carta a ti?— quise saber.
—¡Eeeeek!— exclamó.
Finalmente se hartó del cariño de Coni, se revolcó en la cama para quitárselo de encima y se marchó a toda prisa por la puerta abierta.
—¿Por qué siempre se va tan rápido? ¿No puede quedarse?— alegó Coni.
—Papel es un misterio— indiqué— más importante, tengo fecha de partida.
Coni se echó hacia atrás, consternado.
—¡¿Partida?! ¡¿O sea que te vas?!
—Es una carta de Érica. Me está citando de aquí a un par de semanas más— expliqué— seguramente ya se hartó de entrenar por su cuenta y quiere retomar la búsqueda de su papá.
—Oh...
Me fijé en Coni, parecía decaído, de repente.
—¿Qué sucede?— quise saber.
Me senté a su lado, atento a lo que fuera.
—Nada... es que pensé que te quedarías por más tiempo.
Abrí la boca para decirle que solo me iría unos días, pero en ese momento me di cuenta que no estaba tan seguro de ello. La última vez nos tomamos más de medio año en derrotar a uno solo de los anillos del Encadenador, y aún nos quedaban otros seis, sin hablar del mismísimo dios de las cadenas. No sabía cómo lo conseguiríamos, ni cuánto tiempo nos tomaría, ni si lo lograríamos en primer lugar. Seguro alguien nos mataba a medio camino y todo ese tiempo entrenando no había servido de nada...
Me sacudí la cabeza para quitarme esos pensamientos. No, no era tan simple y yo lo sabía. Había ciertos aspectos del plan de los encadenados que no encajaban para nada. Aun así, asegurar una fecha de regreso habría sido ingenuo de mi parte.
También pensé en invitarlo, pero cabía la posibilidad de que el mismísimo Encadenador nos encontrara y nos matara a todos, o quizás nos teníamos que enfrentar a alguien del nivel de Tur. No estaba muy seguro de si Coni aguantaría ese tipo de combates.
—Nos volveremos a ver— le aseguré.
Él se giró hacia mí, inquisitivo.
—Cuando termine, volveré a verte. Y si mi aventura con Érica se toma mucho tiempo, haré una pausa y vendré de todas maneras. Te lo prometo.
—¿En serio?— musitó.
—¡Claro!— le pasé una mano por los hombros— tú me importas. Yo QUIERO verte otra vez. Es solo que tengo que ir y volver con mis chicas, es todo.
—¿"Tus chicas"?— bramó este de repente, con un tono burlón.
—Ya sabes a qué me refiero.
Coni rio entre dientes y se acurrucó en mi pecho. Yo lo abracé. Nos quedamos así un rato. Lo extrañaría, pero en ese momento extrañaba a Lili y a Érica; necesitaba verlas.
--------------------------------------------
También tenía que avisar a mi clase que se quedarían sin uno de sus profesores de forma indefinida. Coni tendría que hacerlo por su cuenta, aunque arreglamos que Jrotta dejara a Otoor sola para ir a ayudarlo clase por medio.
Esa mañana partimos como ya era costumbre al ex campamento de Vallermoso. Yo ya había hecho las paces con dejar de ver a esos niños, solo esperaba no ponerme a llorar frente a ellos.
Como todas las semanas anteriores, nos instalamos en la sala y esperamos a que los chiquillos comenzaran a llegar. Uno a uno fueron tomando sus puestos. Noté que Izarel no había llegado, pero me imaginé que se habría quedado dormido o estaría jugando en el canal de por ahí, ya había ocurrido en una ocasión. Pronto se daría cuenta de que habíamos empezado y se apresuraría a ir. Estaba seguro.
A la mitad de la clase anuncié que me iría. Los niños, para mi sorpresa, se mostraron algo desilusionados. Incluso hubo unos cuantos que me pidieron que no me fuera, pero yo les aseguré que estarían bien con Coni y con la otra profesora que vendría a ayudarlo. Hubo un par de quejas, un par de risas, sentí que ya nos llevábamos bien.
Sin embargo, Izarel aún no llegaba. Nunca se había demorado tanto, me pregunté qué le habría ocurrido.
La clase terminó rápidamente, como siempre. Entregamos los sánguches, pero no había rastro de Izarel. Algo preocupado, tomé a una de las últimas niñas por el brazo para detenerla, porque no se pararía solo si se lo pedía.
—¿Dónde está Iza? ¿Está enfermo o algo?— quise saber.
Ella miró al puesto del niño, algo extrañada, como si recién reparara en su ausencia.
—No lo he visto desde ayer— aseguró— no sé qué le habrá pasado. Debe estar jugando por ahí.
Me giré a Coni, extrañado. No había razón para preocuparse, pero una idea macabra comenzó a tomar forma en mi cabeza. De inmediato me volví a la niña.
—¿Te acuerdas de la última vez que lo viste? ¿Qué estaba haciendo y qué hora era?
Ella hizo memoria.
—Estaba en el canal, cazando varpos. Creo que fue tarde, porque se estaba haciendo oscuro, pero no sé qué hora era.
—¿El anochecer?
La niña asintió. La dejé que se fuera. Con un gesto de la mano, le indiqué a Coni que me siguiera. Nos dirigimos de inmediato a su casa, donde nos encontramos con su mamá en la puerta. Esta era una volir de ojos cansados, mirada ida, pelo grasiento y hedor a sudor, incluso más que la gente de por ahí.
—Señora, buenos días. Soy el profesor que ha estado viniendo las últimas semanas— me presenté con la mejor voz de niño inocente que pude brindar— no vi a Izarel durante la clase y quería saber si le había pasado algo.
—¿Eh? ¿Iza?— repitió en un tono lento.
Si no estaba despertando de una buena siesta, debía estar drogada con algo. Miró sobre su hombro para buscarlo en su casa, luego se volvió conmigo y negó con la cabeza.
—No...
—¿No qué? ¿No está?— pregunté, algo tenso.
—No... no está...
—Pero... ¿Está bien? ¿Está jugando? ¿En la casa de un amigo? ¿Sabe si está seguro?
La señora me miró con los ojos entrecerrados, como si intentara reconocerme. Sus movimientos eran tan lentos que me irritaba, su mirada se perdía, su cuerpo se mecía como un árbol en un día de viento fuerte.
—No...— dijo al fin.
—¡¿No qué?!— exclamé.
Ella negó con la cabeza.
—Iza... no sé... estará jugando...
Me llevé las manos a la cabeza. Comenzaba a exasperarme.
—¿Cuándo fue la última vez que lo vio?— quise saber.
La señora se quedó mirando el suelo a un lado. Pensé que estaba haciendo una pausa, pero luego noté un hilo de saliva escapando de sus secos labios hacia su mentón. Ni siquiera estaba en condiciones de responder.
Sentí serias ganas de mandarle una bofetada por su negligencia, pero me reprimí; obviamente porque estaría mal visto que el profesor le pegara a alguien del ex campamento, pero también porque sabía que ella era más víctima que perpetradora. Aun así, saberlo no me hizo sentir mejor.
—Arturo...— me llamó Coni.
—Sí. Vamos.
Sin decir nada más, dimos media vuelta y nos fuimos.
Nos dividimos para preguntar. Por una vez reprimí la repulsión que sentía al interactuar con desconocidos. Recorrí la mitad de las casas, le pregunté a todos los que vi, pero nadie recordaba haberlo visto últimamente. Izarel se había perdido.
Me junté con Coni tras haber preguntado a prácticamente todo el ex campamento. Él tampoco había oído nada del muchacho.
—Es como si se hubiera desvanecido— indicó.
—Tenemos la pista que nos dio la niña— recordé— estuvo jugando en el canal cerca del anochecer.
—¿Estás seguro de que ella decía la verdad? Los niños suelen equivocarse harto.
Asentí, pero no había mucho más que pudiéramos hacer.
—Vamos.
Nos dirigimos rápidamente al canal que pasaba por ahí. Olía incluso peor que el ex campamento y su superficie estaba hundida unos cinco metros. Normalmente los habitantes de por ahí descendían usando un caminito por el borde, de apenas medio metro de ancho. Coni y yo bajamos usando mis zapatos con suelas metálicas.
El canal no era más que un riachuelo de apenas unos centímetros de profundidad, infestado de varpos que saltaban y croaban ruidosamente. Había un espacio angosto por el que se podía caminar; por el lado de donde el agua venía se podía apreciar el fin de una cañería, tapada con una reja y envuelta en una gruesa y alta pared de concreto. Para cualquier persona normal que se encontrara ahí abajo en el canal, sería prácticamente imposible escalar por esa pared de concreto de vuelta al nivel del suelo, por lo que me imaginé que, si Izarel había caminado sin rumbo fijo desde ese punto, seguramente habría tenido que ir en la otra dirección; hacia la calle. Eso, o había conseguido regresar al ex campamento y burlar a todo el mundo para huir hacia otro lado desconocido.
Pero era un niño, así que Coni y yo nos dirigimos por la ruta más lógica y continuamos por el canal hacia abajo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro