3.- Policías y Rebeldes (2/2)
—¡Oigan, miren! ¡La policía!— exclamó Marisa.
Los demás nos giramos a donde apuntaba y nos encontramos, para nuestra sorpresa, con un grupo de varias naves voladoras acercándose. Su diseño reforzado y colores distintivos las distinguían de otras naves; sus blancos y azules resaltaban fácilmente. No eran suficientes para ser una flota, pero eran más de las que se pudieran contar a simple vista, quizás diez o quince. Más importante, no eran simples naves con tamaño para una familia, sino que eran naves grandes, equipadas con sistemas de inteligencia militar, metrallas láser y hasta misiles.
Aun así, una se alzaba grande e imponente sobre las demás: un Tanque Alado, un tipo de nave tan poderosa que podía acabar sola con cientos de naves de batalla normales, tan bien reforzada que pocas cosas podían atravesar su casco. El tanque alado consistía de una nave de tres pisos de alto y casi media cuadra de largo, con una forma similar a una banana encogida o un zapato; sin salientes o colas que pudieran romperse con facilidad. A pesar de lo que su nombre indicaba, no tenían alas; ninguna nave voladora las tenía, sino que era más una metáfora. Eran tanques, solo que en el cielo; Tanques Alados. Vehículos así se veían en libros y películas sobre guerra, no dentro de una ciudad, frente a un montón de civiles.
—¿Por qué trajeron esa cosa?— bramó Aversa.
—Prepárense para actuar, polímatas— nos espetó Prípori— recuerden usar sus nombres en clave y no se muevan hasta que yo les dé la orden.
—Sí, maestra— contestaron los demás.
—S-sí— me apresuré a repetir.
En eso, el tanque alado proyectó un holograma, el cual tomó la forma del torso de una persona: se trataba de una mujer pico, no tendría más de 40 años. Sus plumas eran rubias y caían brillantes por su cuerpo, sus ojos eran agudos y severos, su pico chato y grueso. Llevaba las alas detrás de su espalda, la espalda recta y la cabeza en alto. Vestía un uniforme de la policía, impecable y con distintivos que indicaban un rango muy alto.
—Ciudadanos de Luscus, les habla su directora general de la policía: Kristina Vigilia— saludó ella misma— como bien sabrán, debido a los constantes ataques terroristas llevados a cabo en nuestra querida Luscus, he decidido que la policía llevará una mano más dura con los crímenes cometidos en la ciudad, incluyendo los destrozos injustificados producidos en marchas como esta. Les daré 5 minutos para esparcirse y retirarse a sus hogares. Luego de ese período, todos los que permanezcan en esta calle serán tratados como delincuentes. La cuenta comienza ahora.
Directora General de la policía. Era el rango máximo; ella comandaba a toda la fuerza policial de Luscus, y dado que se trataba de una ciudad estado, ella tenía la facultad para ejercer la fuerza dentro de los límites de esta.
El holograma de Kristina Vigilia se esfumó y en su lugar dejó un reloj contando hacia atrás.
Miré a los demás, no muy seguro de cómo debíamos reaccionar frente a eso.
—¡¿Van a intervenir con ese tanque alado?! — exclamé.
—Eso parece— verificó Vanidad.
—¡¿Qué se creen esos policías?! ¡Vamos a pelear!— exclamó Indiferencia.
—Hay demasiada gente junta en la calle— observó Negligencia.
—Tiene razón— agregó Intolerancia— si peleáramos ahora, pondríamos a muchos civiles en peligro. Ni con la maestra podríamos salvarlos a todos.
Vicio contempló la gente en la calle por un momento. Yo seguí la línea de su vista al público general, corriendo en todas direcciones. Había mucho caos, quizás alguien se caía y se hacía daño bajo los pies de los demás, pero si íbamos y los ayudábamos, llamaríamos la atención a nosotros y causaríamos un confrontamiento con la policía, lo cual pondría la vida de las personas en peligro.
—Nos vamos— dijo la maestra.
En cuanto lo dijo, una nave se acercó y se detuvo en el aire, sobre nosotros. Era una de las naves más pequeñas de la policía, pero aun con eso estaba equipada hasta la última esquina con metrallas y cañones.
—¿QUÉ HACEN USTEDES AHÍ?— reclamó alguien desde adentro de la nave, a través de un parlante— NO PUEDEN ESTAR SOBRE ESE EDIFICIO NI... ¿ESAS SON MÁSCARAS DE HUMO? ¡ESTÁN ABSOLUTAMENTE PROHIBIDAS! ¡QUIETOS AHÍ!
Vicio nos tomó a todos con su mente y nos elevó del edificio. La nave nos disparó rayos láser, que ella desvió para que se perdieran en el cielo.
—¡MALDICIÓN! ¡SON LOS POLÍMATAS!— exclamó la misma persona desde la nave de policía.
—¡¿LOS POLÍMATAS?!— dijo otra voz, no desde la nave chica, sino desde el otro lado; el tanque alado. Esa había sido Kristina Vigilia.
Nos giramos hacia el tanque. En su zona superior, su escotilla se abrió y levantó a una persona hasta la superficie a través de un ascensor interno; aquella persona era una policía de plumas amarillas.
—¡¿Es ella misma?!— exclamé— ¡¿Por qué la jefa de la policía sale de su tanque?!
—Ay, no— musitó Indiferencia.
—Será mejor que nos vayamos— indicó Vicio.
Formó una burbuja de aire a nuestro alrededor para mantenernos juntos. De inmediato partió con todos nosotros en la dirección contraria al tanque alado. Pasamos junto a la nave chica, la cual se dio la vuelta para seguirnos mientras disparaba.
Miré hacia atrás; Vigilia volaba hacia nosotros a una velocidad impresionante, mucho más rápido de lo que pensé que cualquier pico pudiera volar. En poco tiempo alcanzó a la nave que nos perseguía y se aproximó a nosotros.
Detrás de ella surgieron tres motos voladoras, sobre las cuales iban tres policías distintos; un sirivi, una humana de largo pelo rojo y una volir con una garra metálica, todos con un traje similar al de Vigilia, solo que con menos distintivos.
—Vienen detrás Pretteo, Izerta y Freslinu— anunció Vanidad.
Vicio miró atrás un momento.
—Eso complica las cosas. Detengan a Vigilia.
—Entendido— dijo Vanidad— Igno, usemos magia de gases.
Yo asentí, comprendiendo perfectamente lo que quería. Ambos nos centramos en el aire que la burbuja de gas dejaba atrás y lo acumulamos para enviárselo de golpe a Vigilia. Dado que esta usaba sus alas para impulsarse, también sería más susceptible a cambios en la dirección del aire.
Sin embargo, nuestro golpe no le afectó en lo más mínimo.
—Ella es una maga de gases, tendremos que usar más potencia— indicó Vanidad.
En eso, Kristina y los demás policías se acercaron lo suficiente para dispararnos, mas no ocuparon armas; Freslinu, la humana pelirroja, me miró, me guiñó un ojo e hizo un gesto como que arrojaba algo de su cinturón. Antes de que me diera cuenta, una llamarada se alzó sobre nosotros, amenazando con abrasarnos en unos segundos. Para nuestra sorpresa, Intolerancia alzó las manos, tomó control de las llamas y las juntó en un solo punto al rojo vivo. Entonces Indiferencia descargó la llamarada de vuelta hacia las motos voladoras.
Izerta, la volir, se acercó por el otro costado y nos arrojó su garra de metal. Los segmentos estaban separados entre sí, pero se podía mover como cualquier brazo. La garra atravesó la burbuja de aire como si nada y agarró a Indiferencia del brazo.
—¡Mierda!— exclamó esta.
Negligencia rápidamente tomó control de la garra de metal y se la devolvió a la policía, enterrándola en su moto.
Entonces el sirivi, de rostro serio, lentes transparentes y uniforme perfecto, se nos acercó por debajo y aplaudió. Tarde me di cuenta que era un mago de sonido, justo cuando el estruendo de su aplauso, tan fuerte como una explosión, nos removió y rompió la burbuja de aire de Vicio.
Todos caímos por varios metros. Mientras giraba, advertí que me acercaba peligrosamente hacia un edificio. Rápidamente tomé control del aire para dejar de girar y cambiar de trayectoria antes de que me impactara. Sin embargo, en ese momento mi cuerpo recobró estabilidad por sí solo y cambió de dirección. Me di cuenta que Vicio había vuelto a tomar control de nuestros cuerpos y nos llamaba. Nos aproximamos a ella, la cual se había detenido y se encontraba parada en la calle. Habíamos avanzado tanto que ya casi no veíamos civiles alrededor.
Los polímatas nos paramos en la calle, alrededor de la maestra. Los policías, por su cuenta, se acercaron al suelo, pero permanecieron a unos cuantos metros de altura, sin aterrizar. Los tres subordinados de Vigilia sacaron sus armas y nos apuntaron con ellas. La directora general ni se molestó, solo nos miró con ojos fieros, como si pensara en la manera en que nos iba a ejecutar.
—Hasta aquí llegaron, polímatas— anunció— no permitiré que aterroricen a la buena gente de esta nación nunca más ¡No se resistan!
—Pero si de eso se trata, Kristina. Si no, no estaríamos aquí— contestó Vicio— aunque ahora no vinimos preparados. Lástima, tendremos que volver a jugar otro día.
—¡Disparen!
Vicio erigió una pared entre nosotros y los policías, tan grande que no les permitió alcanzarnos desde donde estaban.
Entonces, nuestros cuerpos se volvieron a elevar, esta vez fuimos atraídos los unos a los otros a toda prisa, tanto así que chocamos. Permanecimos unidos como pedacitos de metal atraídos por un campo magnético.
—Silencio— pidió Vicio en un susurro.
Luego, la tierra detrás de nosotros se abrió, como una gran boca que saliera del suelo para tragarse algo del tamaño de un auto.
Apenas unos segundos más tarde, los policías rodearon la pared para volver a atacarnos, pero en vez de apuntarnos con sus armas, se quedaron mirando en nuestra dirección general. Me fijé en los ojos del sirivi de los lentes y el traje recto; parecía confundido, como si ya no nos pudiera encontrar.
—¿Somos invisibles?— susurró Indiferencia.
—Sssshhh— Intolerancia le pidió silencio.
—¡Escaparon por ese hoyo!— exclamó Freslinu, la policía pelirroja. Lo dijo con un tono extrañamente risueño, como si le divirtiera todo eso.
Me pregunté por qué me había guiñado un ojo ¿Quizás porque éramos los únicos dos humanos en todo eso? Era una mujer muy bella.
Me sacudí la cabeza, desconcertado. No podía creer que de todo, eso era lo que me tenía absorto.
—¡Vamos a buscarlos!— exclamó Pretteo, el sirivi.
—Espera ¿A dónde se fueron?— inquirió Izerta, la volir de mechones rubios— investiguemos el túnel.
Al verla mejor, advertí que le faltaba un brazo; su garra de metal le llegaba hasta el muñón en el hombro y podía usarla como si fuera parte de su cuerpo. La garra no consistía en un brazo cibernético, nada más eran muchos pedazos de metal que asemejaban la forma de un brazo. Las piezas flotaban en el aire, por lo que me imaginé que la tenía en su lugar usando magia.
Vigilia, la pico de plumas rubias y mirada asesina, descendió desde la pared de roca y miró el hoyo, luego buscó con la mirada por los alrededores. Me pregunté si a esa distancia podía percibir alguna de nuestras extensiones mentales, pero luego recordé que Prípori podía también "recoger" las extensiones, como quien recoge su pelo largo en un moño, para evitar que abarcaran mucho espacio. Esa debía ser la razón por la que no nos hubieran disparado desde que nos detuvimos. Por eso éramos invisibles, por eso había abierto ese hoyo en la tierra que no se tragó a nadie; era una treta. Si los policías se marchaban, nosotros podríamos partir tranquilos.
—¿Directora?— la llamó Pretteo, el sirivi. Parecía impaciente por ir a buscarnos, a donde fuera que nos hubiésemos ido.
Vigilia alzó una mano, sobre la cual se formó una bola luminosa, que pronto se volvió negra. Sus alrededores se oscurecieron. Yo reconocí esos signos y me puse en alerta. De súbito, un rayo láser surgió desde la esfera, directo hacia nosotros. Prípori lo desvió hacia un lado antes de que pudiera hacernos daño, con lo cual el rayo láser destrozó una buena sección de concreto y derritió el asfalto que no había vaporizado. Ese rayo láser había sido mucho más grueso y potente que el que usaban las armas convencionales; se asemejaba más a los rayos láser que disparaban las naves militares.
—¡También es una maga de luz!— pensé, alarmado.
—Así que te escondías ahí, escoria— saludó Vigilia.
—Hola, Kristina— contestó Vicio.
Los demás policías también aterrizaron y sacaron sus armas. Supuse que en ese momento ya no éramos invisibles. Kristina esbozó media sonrisa; su pico flexible, como el de todos los picos, le permitía gesticular sin problemas.
—Hasta aquí llegó el dolor de cabeza llamado Vicio— anunció, satisfecha consigo misma— a ti te ejecutaré en público, después de matar a todos tus seguidores fanáticos. Pagarás por todo lo que has hecho.
—Yo también te tengo en estima, Kristina ¿Pero de verdad piensas iniciar una pelea en desventaja?— le espetó Vicio.
—No volveré a perder contra ti— gruñó la directora general— ¡Disp...
Pero antes de dar la orden, se cortó y apretó un aparato junto a su oreja. Me tomó unos segundos darme cuenta que había contestado una llamada.
—¿Señor? ¿Qué sucede?...— saludó en un tono ligeramente menos severo. Luego se mostró sorprendida— ¡¿Ahora?! ¡Pero tengo a los polímatas aquí mism... ¡¿Qué?!... Mierda. Entendido, señor. Voy de inmediato.
—¿Tu papi no te deja jugar con los niños grandes?— se burló Vicio.
—Mi padre te salvó el pellejo— gruñó Vigilia— Aunque no lo creas, tengo asuntos más importantes que atender que tu banda de indeseados. No hay de otra, tendremos que dejarlos ir por ahora.
—¡Ay, no puede ser!— exclamó Freslinu, con un tono juguetonamente desilusionado.
Me llamó la atención que alguien tan despreocupada estuviera, por lo que parecía, en un cargo altísimo de la policía.
—Será mejor así. No podemos enfrentarnos a Vicio con solo cuatro personas— Izerta, la volir, se ajustó sus gruesos lentes con la garra metálica que tenía por brazo.
Pretteo, el sirivi de lentes menos gruesos y uniforme impecable, se giró a nosotros y nos dedicó una última mirada de desprecio. Finalmente, los policías se marcharon en sus motos por el cielo. Vigilia ascendió usando sus alas y el aire alrededor.
—No queda mucho para su fin, escoria. Respiren tranquilos mientras puedan.
Con esas últimas palabras, se marchó y nos dejó solos. Entonces boté una buena bocanada de aire que no me había dado cuenta que estaba reteniendo hasta ese momento.
Las extensiones mentales de Vigilia tenían un largo alcance; había podido sentirlas a pesar de la lejanía, estaban por ahí con Kan'fera, aunque no alcanzaban a las de Vicio, a mi parecer.
—Eso estuvo muy cerca— comentó Vanidad.
—Nos distrajimos. Deberemos ser más cautos a partir de ahora— indicó Negligencia.
—¿No van a arrestar gente injustificadamente? ¿No deberíamos ir a ayudar?— inquirió Intolerancia.
—No— contestó Vicio— hay que saber elegir nuestras batallas. Esta no es una en la que deberíamos participar.
Tenía sentido; no nos habíamos preparado, podíamos hacerle daño a otras personas si cometíamos algún error y, más encima, nosotros apuntábamos más a los causantes de los problemas de la sociedad en vez de a intervenir en conflictos producto de estos problemas.
Sin nada más que hacer allí, nos retiramos, nos aseguramos de que no éramos seguidos y volvimos a Goerg.
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