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29.- Mesa de Té para Tres (4/4)


Hablamos largo y tendido. El Encadenador me pidió explicarle todo lo que yo había deducido de sus planes y sus secretos. A cambio, confirmó algunas de mis sospechas. Sin embargo, me dijo que no podía hablar de esos secretos con nadie, o me iba a mandar a un mundo isla como castigo.

Luego de que terminamos nuestra discusión, el Encadenador generó un puente a otro mundo, uno que yo desconocía, y saltó hacia él sin mirar. El puente se cerró inmediatamente detrás de él y Prípori y yo nos quedamos solos, callados. Yo me terminé mi té, que para ese entonces se había quedado frío. No me molestaba, seguía exquisito.

—Gracias por comprender— me espetó ella— mi jefe puede ser un poquito intenso.

—Oh, sí. Supongo.

Aunque solo habían confirmado datos que yo ya sospechaba, no dejaba de sorprenderme. Hasta ese momento solo eran ideas locas, pero quizás todo se volvía loco cuando se trata de esta gente.

—¿Vas a hacer lo que te pidió?— inquirió Prípori.

—¿Mmm? Claro. Digo, no es que tenga el poder de oponerme al "gran señor dios de las cadenas". Pero creo que tiene un gran fallo en su plan.

—¿Un fallo?

—Sí: aunque yo no le pueda contar el plan del Encadenador, Érica terminará comprendendiéndolo. Ella puede ser muy bruta y directa, pero también es bastante inteligente. Seguramente ya ha pensado mucho en este tema. Tarde o temprano, aunque yo no diga nada, Érica descubrirá qué está ocurriendo de verdad.

Me puse de pie. Prípori me siguió con parsimonia, como si quisiera quedarse en ese momento aunque el Encadenador se hubiera ido ¿Quizás estaba aliviada de que no hubiera decidido matarme? No podía estar seguro, no entendía cómo pensaba un dios.

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Nos dirigimos de vuelta a la casa. Volamos hasta las afueras del pueblo y desde ahí volvimos caminando para relajarnos y decantar la conversación. Después de los trámites del funeral, de ayudar con las preparaciones del festival y la entrevista con el Encadenador, yo extrañaba mi almohada. Las calles estaban oscuras, los ánimos apagados.

—Han sido un par de semanas intensas ¿Eh?— me comentó Prípori.

—Sí— suspiré— sucedieron muchas cosas.

—¿De verdad quieres volver con tus amigas?— preguntó— Puedes quedarte aquí. Puedes pasar tu vida ayudando gente.

Su proposición me produjo un remolino de emociones que me tomó trabajo controlar del todo; contento de que me quisiera ahí, enfadado de que jugara con mis sentimientos de esa manera. Al final, me pregunté si de verdad jugaba con mis sentimientos; quizás solo me apreciaba en general y no había más vueltas que darle al asunto.

—No puedo dejar a mis chicas por su cuenta— le espeté.

—Je ¿"Tus chicas"?— comentó divertida.

—No veo nada malo con llamarlas así— alegué.

—Está bien, Arturo. Solo te molestaba. Yo también soy tu chica, y tú eres mi chico, en cierto sentido— Prípori suspiró— aunque admito que te extrañaré. He llegado a acostumbrarme a cederte buena parte de las responsabilidades en las misiones.

Sus palabras me llenaron el pecho de orgullo como unos repentinos fuegos artificiales.

—Gracias. He progresado mucho bajo tu tutela— le espeté.

Ella sonrió. Yo me quedé pensando un poco más en sus palabras; también la iba a extrañar.

Luego recordé mi conversación con Coni. Me volví a ella.

—¡Vamos a tener que enfrentarnos!— le espeté— ahora que sé que eres uno de los anillos del Encadenador, tendré que decírselo a Érica.

—¿Eh? ¿Le puedes decir eso?

—No es parte del plan del Encadenador. Además, él está esperando que encontremos a los anillos; yo tengo que decirle a Érica sobre ti, y ella no esperará mucho para venir a retarte por el derecho a tu anillo.

Prípori suspiró. Se llevó una mano a la cabeza, como si al día siguiente tuviera que levantarse más temprano que de costumbre.

—Tienes razón. Qué lata— entonces me sonrió y me dio un toque en el brazo— ¿Y tú? ¿Tienes ganas de ser mi enemigo?

Su proposición me hizo reír un poco.

—Ni en un millón de años.

En eso llegamos a la casa. Asdate estaba solo en la sala de estar, sentado en el sofá, leyendo un pedazo de papel.

—Hola, amor ¿Qué haces aquí?— saludó Prípori.

—Oh, Pripo. Ven, toma asiento, por favor.

Su manera de hablar era más solemne que de costumbre. Prípori se acercó a él.

—Arturo— me espetó Asdate— ¿Te molestaría darnos un momento?

—Sí, sí. Claro.

Subí por las escaleras mientras Prípori se sentaba con su marido. Comencé a acomodar todo para acostarme; tomé mi cepillo de dientes y me dirigí al baño al otro lado del pasillo, cuando de súbito, un golpe de nervios me sorprendió y me recorrió todo el cuerpo. Por un momento pensé que alguien me había comunicado el fallecimiento de una persona cercana, pero luego me sacudí la cabeza y reparé en que esos sentimientos no eran míos.

De inmediato partí hacia abajo, sin pensar bien en lo que estaba haciendo. Regresé a la sala de estar en cinco segundos y me asomé apresuradamente por el umbral, solo para encontrar a ambos vole sentados, abrazándose con fuerza. Recién entonces me di cuenta que quizás no debí haberme inmiscuido en su momento íntimo.

Comencé a balbucear una disculpa y una excusa para regresar, pero antes de formular nada en mi mente, advertí que mi presencia no le importaba mucho a Prípori. De Asdate no podía percibir su mente, pero él me sonrió con pena y me indicó con la cabeza que ahora sí podía acercarme. Yo me aproximé con cautela.

—¿Qué...— quise preguntar, pero no encontraba las palabras correctas— ¿Qué ocurrió? ¿Qué...

Prípori me pasó la hoja de papel. Yo la tomé y la leí por completo de un tirón.

"Queridos mamá, papá, familia y amigos

Como bien saben, desde temprana edad se me dio bien la magia, tanto por una tutela privilegiada como por mis talentos propios. Conseguí abrir mi mente a una edad en la que muchos aún no han siquiera comenzado a estudiar para convertirse en aprendices. Tengo de talento todo lo que me falta de humildad.

Algo que quizás no todos sepan, es que se me dio tan bien aprender magia porque siempre tuve un objetivo claro para aprenderla. Ese objetivo era ser como mi madre: la maga inquieta, liberadora de Vriclim, uno de los anillos del Encadenador, la gran Magi. Crecí escuchando historias épicas de mi madre, historias heroicas en que salvaba al débil y se enfrentaba a los malvados. Las ganas de acercarme a ella, de ser como ella, de vivir historias románticas como ella me impulsaron a través de toda mi vida. "Algún día iremos en una aventura tú y yo", recuerdo que me dijo en mi décimo cumpleaños. Yo estaba eufórica.

Sin embargo, cuando sentí que por fin estaba preparada, mi madre me prohibió acompañarla. Dio argumentos sobre falta de experiencia y de impulso juvenil, que no me había ganado un puesto en su equipo. Durante mucho tiempo me vi frustrada, incluso traicionada por este cambio de opinión. Insistí una y otra vez, hasta que, hace unos días, madre por fin accedió a llevarme con ella a una de sus misiones; una para la que ella estaba en desventaja y necesitaba a todos los magos que pudiera conseguir. Pensé que por fin había llegado mi oportunidad, pero mientras luchábamos con la policía de Luscus, me di cuenta de una diferencia crucial entre los polímatas y yo; que yo no estaba luchando por nadie. Anteriormente había dado la excusa de que me preocupaban ellos, de que no quería que nada le pasara a mi madre, pero aunque sé que es una posibilidad, no es algo que siento que pueda ocurrir, no de verdad. Mi mamá es una de las magas más poderosas de la red de mundos, una heroína sin igual; ella no va a morir en una tonta pelea con unos meros policías.

En esa pelea uní mi mente a la de Arturo; un mago tan brillante como yo. En un momento en que todo parecía perdido, en que la decisión obvia era retirarse y salvar nuestras vidas, él seguía dispuesto a ayudar a otros, a sacrificarse por los débiles. Sentí el romance altruista a través de su cabeza, la devoción hacia mi madre junto con esos sentimientos. En ese instante, comprendí que yo nunca sería así.

Nunca seré una heroína, nunca me sacrificaré por un extraño. Arturo, creo que tú también lo entendiste; no estoy segura de lo que quiero en verdad, pero sé que no es el sacrificio por los débiles e indefensos. No me malinterpreten, me parece admirable, solo que no es lo mío.

No estoy satisfecha bajo la protección de mi madre, pero peleando a su lado me siento como un estorbo. De la manera que sea, no estoy cómoda, no mientras me quede. Por este motivo, decidí partir.

No soy una polímata, dudo mucho que consiga llegar a ser una Magi como mi madre, pero quiero ver hasta dónde puedo llegar. Quiero explorar mis talentos y enfrentarme al mundo. Soy una maga poderosa, sé que puedo vivir por mi cuenta, de alguna manera.

Esto no es un "hasta nunca", pero no me esperen; no sé cuánto tiempo me tome en quedar satisfecha.

Con cariño:

Silvina

PD: Sé que pueden rastrearme fácilmente. Por favor, respeten mi decisión de partir y vivir sola. Saben que puedo cuidarme".

Me separé de la carta, desconcertado, y se la entregué de vuelta a Asdate. Prípori lloraba a mares y no había manera de calmarla.

—¡Es mi culpa! ¡Todo es mi culpa!— chillaba.

Noté que le chorreaban los mocos, así que me apresuré a la cocina a buscarle servilletas para que se sonara y se secara las lágrimas. Estuvimos un buen rato ahí, consolándola. Ella alegaba que había sido muy dura con Silvi, que sabía que la admiraba, que sabía que le frustraba no salir con los polímatas.

—No, no, amor. Yo también se lo prohibí ¿Te acuerdas?— le dijo Asdate.

—¡Pero... ¡Pero fue por mi culpa! ¡Si no le hubiera enseñado magia...

—No, amor, tranquila— decía Asdate, pero él también tenía los ojos cuajados de lágrimas— Silvi va a estar bien, te lo prometo. Pidámosle a tu amiguito que la cuide ¿Sí?

Por "su amiguito", supuse que se refería al Encadenador. Silvina también había mencionado algo similar: "no me rastreen". Debían referirse a las cadenas que nos conectaban con otras personas, como las que teníamos mis amigas y yo. Me pregunté con qué personas estaría conectada Silvina en este momento.

—¡Se fue porque me odia!— sollozó Prípori de repente.

—Silvi te ama más que nunca— le aseguré, fuerte y claro.

Ambos vole me miraron hacia arriba, con caras acongojadas, desesperanzados. Por un momento me chocó ver a los dos adultos, los que siempre permanecían calmados, los que siempre tenían algo sabio que decir, sollozando como niños chicos que se habían raspado las rodillas, pero luego recordé que también eran mortales; solo porque eran "los adultos", no significaba que nunca se sintieran perdidos.

Por una vez en mi vida, supe que podía ayudar un poco a esas personas que tanto me habían ayudado a mí, así que me agaché sobre sus rodillas y los tomé de las manos.

—Cuando uní mi mente a la de ella, cuando nuestra "relación" despertó y cobró consciencia, pude sentir lo que ella sentía. Después de eso, me quedé con algunas sensaciones, cosas fuera del momento; ideas del subconsciente. No sabía que iba a tomar esta decisión, pero sabía que había llegado a una resolución contigo y que ya no te tenía resentimiento. Silvi te ama, ahora más que nunca; confía en que respetarás sus sentimientos. Silvi se puede cuidar sola, estoy seguro. Estará bien.

Prípori me miró con un puchero.

—¡Es que estoy tan preocupada!— dijo con un hilo de voz— ¿Y si le pasa algo y yo no estoy para cuidarla?

Miré un instante a Asdate. Parecía llevarlo mejor, pero de todas formas estaba preocupado.

—Entonces aprenderá. Silvi es una genio; ella se desempeñará ejemplarmente. Pero necesita hacerlo por su cuenta, eso lo sé bien.

Prípori volvió a abrazar a Asdate con fuerza, pero asintió con la cabeza, haciéndome saber que comprendía. Yo suspiré, me puse de pie e hice distancia para darles su espacio.

—Tómense su tiempo para procesarlo. Intenten dormir— les dije con una voz suave.

Asdate me contestó con un asentimiento de cabeza. Prípori seguía leyendo la carta con lágrimas en los ojos, como si las palabras escritas fueran a cambiar de significado.

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