26.- El Legado de los Nigromantes (2/5)
Ambos nos pusimos de pie y fuimos a buscarlo. Sin embargo, mientras nos acercábamos al frente de la casa en donde se había producido la discusión, advertimos que ya no se encontraba ahí. Percibimos la mente de Prípori por detrás, incluso antes de oír sus pasos.
—¿Estás lista, Jrotta?— preguntó con ánimo.
Ambos nos giramos a ella. Yo abrí la boca para pedirle que esperara, pero Jrotta asintió.
—¿Estás segura?— salté— Puede que no vuelvas a ver a Coni en varios días.
—¿Qué pasó? ¿Cuál es el drama?— alegó Prípori— ¿Querías despedirte también de Coni? Podemos ir a buscarlo, debe estar por ahí.
—No... no, gracias— le pidió Jrotta— la verdad es que aún tengo todos los sentimientos revueltos, y no sabría qué decirle si lo viera. Quizás sea mejor así.
—¿Qué le hiciste, Arturo?— alegó Prípori.
—¿Por qué asumes que fui yo?— protesté.
Jrotta fue a buscar su mochila. Se veía algo deprimida.
—Estoy lista.
Prípori descansó las manos en las caderas, pensativa.
—¿Estarás bien así?
Jrotta suspiró.
—Me mantendré estable, no prometo nada más— indicó.
—Me da un poco de pena dejarte sola en la universidad de esa forma— le espetó Prípori— Arturo ¿Por qué no la acompañas?
—¡¿Yo?!— salté.
—¡¿Él?!— exclamó Jrotta.
—Sí, ya saben, tu amigo.
Jrotta se puso azul, sorprendida.
—¿Dices que Arturo vaya a conocer a mis padres?— saltó.
—Ah, bueno, no era mi idea. Yo solo estaba pensando en que te acompañara hasta tu casa, pero... no es que me incumba. Es cosa de ustedes si lo quieres llevar.
Miré a Prípori, sorprendido, pero esta parecía indiferente.
—Quizás sería mejor que me preparara ¿No?— le recordé— Vamos a enfrentarnos a los policías cuanto antes.
—Aún tenemos un par de preparativos que hacer— aseguró la maestra— además de que tengo que ir a mirar la comisaría central. Preferiría que te aseguraras de que todo está bien con ella. No es como que te vaya a tomar todo el día... a menos que de verdad no quieras ir.
Lo que decía tenía algo de sentido; si solo iba a ser un rato, yo también prefería asegurarme de que Jrotta llegara sana y salva a su casa. Me volví hacia ella, me pasé una mano por la cabeza, lo pensé un momento. Me encogí de hombros.
—Nunca he estado en tu casa— dije— pero no te voy a exigir que me invites. Es tu decisión, Jrotta.
Esta se llevó las manos a las mejillas mientras decidía. Parecía más importante de lo que cualquier persona normal se hubiera tomado, pero yo la entendía; no es fácil invitar amigos a tu casa cuando no tienes la costumbre. Entonces levantó la mirada a Prípori, atenta. Me volví hacia mi maestra y la noté moviéndose rápido para hacerse la que había estado quieta todo ese rato, pero alcancé a advertir que le hacía alguna clase de señas, solo que no sabía qué ni con qué motivo.
—Eh... sí. Sí, me gustaría... me gustaría llevarte, si no te molesta— me pidió.
Admito que estaba un poco aliviado de no tener que dejarla en ese estado.
—Muy bien, pero voy a necesitar a Arturo para mañana ¿Bien? Solo tienen una noche ¿Entendido, Jrotta? Una noche.
Esta asintió, como si entendiera perfectamente a qué se refería Prípori. Yo no podía estar más perdido.
Con eso, se fue a despedir de los demás. Coni no estaba en ninguna de las habitaciones de la casa, así que no lo vio. Yo aproveché de ir a tomar un bolso y echarle una muda de mi ropa. Prípori le pasó un paquete a Jrotta, algo envuelto en una tela, no alcancé a ver qué era. Le ofrecí a ponerlo en mi bolso para cuando lo necesitara, pero ella se rehusó, su cara azul como un arándano. No entendí por qué, pero terminó guardando el paquete ella misma. No es que me interesara del todo.
Finalmente nos dirigimos a la bodega en donde habíamos dejado el sombrero y lo atravesamos para llegar a la habitación de Jrotta en la universidad.
Apenas pasar, su sombrero me cayó en la cara.
—¡No veas!— exclamó.
—Jeje. Vaya, no sabía que te gustaban estas cosas— comentó Prípori.
—¿Qué cosas?— quise saber.
—¡Nada!
—Arturo, dale espacio a la chica— me pidió Prípori.
—¡Pero si no he visto nada! ¿Qué ocurre?
—¡Solo no veas!— rogó Jrotta.
Con su sombrero en la cara, me hicieron salir. Prípori me siguió de cerca y juntó la puerta tras su espalda. Jrotta fue la última, su velo cubriendo su cara. Aunque no había pasado mucho tiempo de la última vez que la vi así, se me había olvidado por completo que solía llevarlo puesto en Nudo.
—Muy bien, Arturo. Recuerda permanecer junto a ella en todo momento mientras estén dentro de la universidad— me mandó Prípori— aquí nos despedimos, jóvenes. Jrotta— se giró a ella— ya sabes qué hacer.
Sin esperar su respuesta, Prípori mutó en su típica forma de dastal y se largó a corretear por el pasillo. Jrotta tomó su ropa tendida en el piso y la guardó en un cajón. Yo también muté en un ratón, y mientras trepaba por la túnica de la nigromante, esta recogió mi ropa y la metió dentro de mi bolso. También se puso a Scire en la oreja, no era la primera vez que la llevaba. Me daba algo de pena tenerla tan cargada, con su gran mochila y mi bolso, pero en ese momento no teníamos muchas manos en las que apoyarnos.
Para bien o para mal, Jrotta no protestó por su situación y se llevó todo sin mucho problema a pesar de que el volumen de su equipaje probablemente la superaba a ella misma. Caminó lento y seguro. Pronto bajamos por el ascensor hasta la base. Luego atravesamos el patio, rodeamos las fuentes y edificios, y llegamos a la entrada de la universidad. Estaba esperando que alguien nos detuviera o nos hiciera problemas, incluso encontrarnos con Jonás, Qabera o incluso Aurelio, pero nada de eso ocurrió, simplemente pasamos a la calle, Jrotta pidió un taxi y partimos.
Yo desmuté solo una vez estuvimos unas cuantas cuadras lejos de la universidad, por si acaso. El taxista se sorprendió un poco, mas no se hizo problema una vez le explicamos que era yo era un mago.
—No hay más de ustedes escondidos por ahí ¿Verdad?— inquirió, algo preocupado.
—No, no, descuide. Solo somos dos— le aseguró Jrotta.
Fuera de eso, no hubo ningún problema. Yo me vestí de inmediato en el taxi, obviamente. Jrotta evitó mirarme, pero el taxista no tuvo reparo en echarme varios vistazos. Creo que debí haberme sentido un poco ofendido, pero ya estaba tan acostumbrado a que otros me vieran desnudo, que no me importó. Me pregunté si así se sentía Érica todo el tiempo.
El resto del viaje fue tranquilo, o quizás un poco más tranquilo, a medida que las probabilidades de encontrarnos con alguien de la universidad disminuían. Cuando dejamos el centro detrás y nos metimos en la autopista, noté a Jrotta contemplativa.
—¿Estás contenta de ir a ver a tu familia?— le espeté.
—Un poco— admitió— aunque me dan nervios la manera en que te puedan tratar a ti. Mis padres pueden ser... un poco insensibles, a pesar de su postura. Siento que te vayan a tratar indebidamente.
Yo asentí. Ya me imaginaba que serían tanto o más clasistas que Jrotta, que la Jrotta que existía antes de conocernos a Coni y a mí, antes de que comenzáramos a exigirle un buen trato hacia nosotros y a los demás.
—Bueno. Sea lo que sea, vine por ti. Si crees que pueda ser fuente de conflicto con tus padres, no tengo problemas en regresar— le espeté— solo quería asegurarme de que estarías bien.
Jrotta se quedó largo rato sin decir nada, mirando en mi dirección general, supongo que a mí, aunque no podía saberlo con su velo tapándole la cara. Se me hacía muy raro hablarle a una cortina negra, tanto que no podía creer que hacía unos tres meses, eso era normal.
Finalmente se giró hacia otro lado.
—Gr-gracias— musitó— gracias, Arturo. Pase lo que pase en un futuro, no sabes lo mucho que te aprecio ahora mismo. Eres... un gran amigo.
Abrí la boca para responder, pero me intimidé, sin saber bien qué decir. Jrotta parecía trastocada por algo y no sabía qué.
Pasamos un buen rato en silencio. Me asomé a la ventana para tratar de adivinar qué barrio correspondería al de la familia de Jrotta. Sabía que eran nobles, así que quizás no estarían viviendo junto a la autopista. El camino fue más largo de lo que esperaba; nos desviamos por una calle tortuosa, pasamos por un barrio de casas antiguas y subimos por una colina. En la cima se hallaba una casa grande, no tanto como para llamarla mansión, pero sí una casa grande. El taxista se detuvo enfrente. Jrotta pagó, mucho más de lo que yo habría esperado, pero ella no pareció aproblemarse.
Nos bajamos y contemplamos la gran casa frente a nosotros. Antes que nada, había una reja negra cubierta en enredaderas marchitas que nos permitía ver el patio frontal. Este contaba con dos caminos de piedra oscura, ambos rodeaban el centro, en donde se hallaba una pequeña fuente con el busto de un volir de tiempo antaño. Había cuatro o cinco árboles por cada lado, a los extremos. Por todo el piso se apreciaba una buena cantidad de hojas de azul gris repartidas, casi formando un manto. La casa misma no se veía mucho más acogedora: las paredes eran blancas y estaban cubiertas de enredaderas como la reja.
Jrotta tocó un timbre. Casi al instante salió una volir para recibirnos. Estaba entrada en edad, tenía ropa formal y un delantal de uniforme; me imaginé que sería una sirvienta de la familia. En Luscus no estaba permitido poseer esclavos, pero yo sabía bien que un par de leyes nunca serían suficientes para impedir a ciertos nobles actuar a sus anchas. Tenía una cara inexpresiva y un caminar desinteresado, manteniendo el mentón en alto en todo momento. Sin embargo, al fijarse en Jrotta, abrió los ojos de par en par con una cara de sorpresa y, no estoy seguro, pero me pareció que de incomodidad. Como fuera, pronto se recompuso como si nada hubiera ocurrido.
—Me alegra verla de nuevo, Maga Jrotta— le espetó la sirvienta, con una voz monótona. No supe si estaba siendo sarcástica o le costaba expresarse.
—Gracias, Amérima. También me alegra verte— contestó Jrotta con naturalidad.
Amérima nos abrió y nos guio hacia la puerta de entrada. No la había podido ver desde afuera, pero al acercarme advertí que tenía una calavera incrustada justo sobre la altura de los ojos. Se veía bastante real, quizás hasta lo era.
Mientras nos guiaba, Amérima se giró hacia Jrotta unas cuantas veces, como si en cualquier momento esta fuera a desaparecer.
Por dentro, la casa se veía bien arreglada y limpia, aunque un poco oscura. Las cortinas estaban abiertas y la cantidad de ventanas debería bastar para una buena iluminación, pero por alguna razón no entraba suficiente luz del día, a pesar de que afuera hacía sol. Al asomarme por el pasillo, advertí que por arriba, en el techo, se asomaban copas de grandes árboles que cubrían todo de hojas y disminuían la cantidad de luz que entraba. Fuera de eso, estaba un poco fría, quizás por los altos techos y la falta de radiación solar. Gran parte del suelo era de baldosa reluciente, lo cual le entregaba un ambiente elegante, pero también distante.
Nos dirigimos a una sala de estar, con sillas más grandes de lo necesario, con bordes de madera excesivamente adornados con complejos tallados y acolchadas con materiales que supongo que eran finos, no sé, no sé sobre muebles caros de Luscus. La mesita de centro era de cristal, también con bordes excesivamente detallados. Las lámparas, las ventanas, las cortinas, todo gritaba "caro" y "fácil de romper". Jrotta se sentó en un sillón y me indicó que me sentara junto a ella. Le pasó su bolso y mochila a la sirvienta.
—Tráenos té y galletitas, por favor— le pidió con naturalidad.
Se me hacía raro verla actuar tan a sus anchas, cuando siempre era tan tímida y nerviosa para todo. Amérima se retiró con el equipaje. Jrotta se quitó el sombrero y el velo. No parecía muy contenta.
—Necesitaré presentarte a mis padres apenas lleguen— me espetó— son muy interesados por las reglas, suelen exigirlas de aquellos con menor estatus... lo siento de antemano.
—Está bien, yo quise venir— dije, aunque comenzaba a ponerme nervioso.
Apenas terminé de decir eso, se abrió la puerta que conducía al jardín. De ella surgió un volir de cara demacrada, pelo corto negro peinado hacia atrás y túnica formal con el diseño de una calavera negra en el pecho. El hombre me miró con desdén unos segundos antes de hablar.
—Hija— saludó— ¿A quién traes así, sin anunciarte?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro