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2.- El Pueblo de Gerodeg (1/2)


Aunque no teníamos vehículo, volver fue menos problema de lo que uno pensaría en un principio, dado que Vicio podía levantar el mismo cuerpo de las personas y moverlas a grandes velocidades protegiéndolas de la presión y el roce del aire.

El caso es que pronto regresamos a Goerg, el mundo inexplorado en donde los polímatas teníamos nuestra base.

Apenas llegamos, Coni salió de la casona a recibirnos.

—¿Cómo les fue?— nos saludó mientras se acercaba.

Coni era mi novio: un bimbiom joven, de facciones redondas, bastante extrovertido y bueno para socializar. Tenía las orejas largas como los conejos, los ojos rojos y el pelo y el pelaje blancos. Habíamos ingresado juntos a la universidad, pero después del incidente de hacía un mes, había decidido quedarse en Goerg para estudiar bajo la tutela de Prípori, como yo.

Nos dimos un beso de saludo, ya se había vuelto costumbre. No podía creer que un gesto como ese se hubiera vuelto algo normal. Nunca lo pensé posible, no para mí.

Coni se giró a la pareja que habíamos traído, confundido.

—¿Y ellos?

—Nuevos habitantes de la aldea— indicó Prípori— A todo esto, prefiero llevarlos cuanto antes. Igno, Coni ¿Por qué no me acompañan? Será una buena oportunidad para que vean a Gerodeg.

—¿Gerodeg?— repetí.

—¿No lo he mencionado? Es el pueblo... el único pueblo de Goerg. Es donde llevamos a todos los que rescatamos.

Hice memoria. Me parecía que había escuchado algo así en conversaciones, pero nunca recibí una explicación de verdad hasta ese momento.

—¡Yo sí quiero ir!— anunció Coni.

—Ah... sí, yo también— me apresuré a decir.

Los demás se marcharon a la casona para descansar y quitarse los trajes. La pareja, Coni, Prípori y yo rodeamos la casona de los polímatas y nos dirigimos a la parte de atrás, donde teníamos una nave de medio tamaño que rara vez usábamos. Cuando nos subimos, me di cuenta que lo más probable era que Prípori la tenía precisamente para transportar gente al pueblo. Me pregunté por qué no íbamos más, siendo que podíamos.

La nave no era nada espectacular, de hecho era un modelo algo viejo, pero con eso bastaba para un cielo despejado. Al despegar no hizo ruidos raros, que es la señal más preocupante de que algo ocurre. Desde el cielo miré el paisaje bajo nosotros; los altos árboles formaban una especie de manto azulado. A lo lejos, hacia el norte, se veían montañas. Más allá estaba el desierto, sentía que recién habíamos ido allá el día anterior para mi entrenamiento en gases, pero ya había pasado un mes.

Me giré hacia Prípori, inquisitivo. La pareja de vole hablaba en susurros cariñosos, parecían contentos y esperanzados de su nueva vida. Coni parecía tan distraído con el paisaje como yo, Prípori se mantenía mirando al frente, operando la nave en modo semi automático; no necesitaba apretar los pedales ni girar el volante, solo mantenerse atenta por si ocurría algo.

—Vicio ¿Por qué no vamos al pueblo más seguido?— quise saber.

Coni se giró hacia mí, la pareja se quedó en silencio. Prípori nos miró a ambos jóvenes antes de meditarlo un momento, como si se preguntara si era un buen momento para explicarlo.

—Prefiero mantenerme al margen— indicó— si me quedara allá, o incluso si tuviera más contacto con la gente de Gerodeg, creo que terminaría controlándolo todo, que es precisamente lo que intento evitar que ocurra en otros lados.

—¿Te harías con el poder?— inquirí, extrañado— se me hace difícil que te transformes en una especie de tirana.

—No tirana, ni tampoco es algo que se daría de la noche a la mañana— continuó— pero sin duda la gente acudiría a mí por ayuda. Soy quien fundó el pueblo, después de todo. Resolver los problemas de la gente me otorgaría cierta autoridad, que solo aumentaría con el tiempo. Antes de darme cuenta, estaría dirigiéndolo todo. Pero no quiero esa responsabilidad, ni quiero que nadie acapare tanto poder; la gente de Gerodeg debe tener la facultad para elegir su camino por ellos mismos... o eso es lo que creo. Tampoco es que esté segura de ser tan espectacular para convertirme la líder por defecto a donde quiera que vaya. Jeje.

Nunca lo había tomado de esa manera; nunca había escuchado de alguien que repudiara esa clase de poder, al menos por una razón distinta de timidez, como era mi caso.

Luego de unos diez minutos comenzamos a descender. Aterrizamos en una pista amplia y nos bajamos. Desde ahí nos dirigimos a un corto caminito que atravesaba una hilera de pilares vigías; torres de diez metros que disparaban rayos tranquilizadores a los monstruos que se acercaban. Era normal ver uno o dos en pueblos grandes o entradas de ciudades en Nudo, pero nunca había visto tantos juntos puestos a modo de barrera. Estaban instalados apenas a unos 50 metros unos de otros, aunque la hilera se perdía por ambos lados, me imaginé que rodeaban el pueblo a distancia uniforme.

Luego de pasar junto a los pilares vigías, nos encontramos con una linda entrada con un gran letrero sobre un arco labrado en piedra. El letrero decía "Bienvenidos a Gerodeg, capital de Goerg" con letras bonitas y un fondo armonioso. El arco separaba el estacionamiento de un túnel de árboles, iluminado con lámparas flotantes, de las mismas que había junto a la base de los polímatas. Las hojas azul gris caían de a poco. Me pregunté si era otoño en ese hemisferio; uno tiende a perder la cuenta de las estaciones cuando se mueve entre distintos mundos. El suelo de madera gruesa dejaba escapar golpes secos a cada paso, como si alardeara de su robustez.

Finalmente el túnel se abrió, el cambio de iluminación nos tomó por sorpresa, mas no nos cegó. De pronto nos vimos sobre una pendiente que descendía a una gran cuenca, sobre la cual se hallaba construida el pueblo de Gerodeg. No esperaba mucho: un círculo de casas y una granja, pero lo que vi me dejó sorprendido; el pueblo tenía unas cientos de casas, incluso unos cuantos edificios. Las construcciones estaban separadas unas de otras más de lo común, las calles eran anchas por lo mismo, labradas en piedra lisa; alrededor se veían campos de cultivo con avanzados sistemas de irrigación, por un costado noté una laguna, un anfiteatro y, más allá, una granja con ganado. La arquitectura en general conservaba un solo estilo de un lado a otro, como techos ladeados de azul pastel y pilares oscuros visibles desde el exterior de las construcciones, pero cada parte del pueblo tenía sus propios detalles que lo hacían ver como un bonito cuadro en un museo. A esto lo cerraba un cerco de árboles altos como torres, escondiéndolo de miradas exteriores.

—¿Aquí viviremos?— exclamó la señora.

Me giré a ella, parecía más sorprendida que yo. Me preocupé por un momento que algo no le hubiera gustado, pero entonces el hombre se adelantó unos pasos, abrió los brazos y exclamó.

—¡Es increíble!

—Es... demasiado lindo ¿Cuál es la trampa?— alegó la señora.

—¿Trampa?— saltó Prípori— ¡Pfff! Vengan, acompáñenme.

Continuamos por el camino para adentramos en el pueblo. Al estar más cerca, noté más fácilmente las diferencias con una sociedad industrializada; esos era una comunidad pionera, por lo que naturalmente no tendrían acceso a todos los productos que países insertos en la gran Red de Mundos podían permitirse; las calles estaban hechas de varias piedras perfectamente lisas, no de concreto; las casas eran similares, pero únicas, cada una con sus propios imperfectos.

Las personas eran muy distintas unas de otras: había vole, fufos, humanos, sirivis, incluso unos picos, y eso que era un pueblo chico. Se notaba que provenían de lugares diversos a través de toda la red.

—Como mencioné antes, este pueblo es una comunidad; no usan dinero, la gente solo toma lo que necesita de quienes lo proveen. Cada uno tiene un rol. Hay algunas labores más necesarias que otras, hay algunas más desgastadoras y desagradables, también hay algunas que imbuyen de mayor poder, pero para eso tenemos sistemas rotativos y voluntariados que evitan que se formen jerarquías.

—¿Qué pasa si hay una emergencia?— inquirió la mujer— ¿No necesitarían líderes en ese momento?

—Tenemos un departamento de guardia. Son como policías, pero trabajan para mantener la seguridad de la población en vez de proteger los intereses de los ricos y poderosos.

—¡Pero si es Prípori!— escuché a una señora.

Al girarme, noté a una sirivi entrada en edad que caminaba con dos niños sirivi, más o menos de mi altura. Prípori le contestó el saludo y ambos grupos continuamos con nuestro camino.

—¿Pero y qué pasa si alguien acapara más de lo que necesita?— alegó la mujer, aún reacia— Otros entrarían en pánico y tomarían lo que pudieran también. Pronto los recursos se drenarían y nadie tendría nada.

—Si se vaciaran las arcas, tenemos planes que nos permitirían rellenarlas con recursos de sobra; si alguien pidió algo, no lo usó y aún sirve, se devuelve— otra persona la saludó, esta vez un pico de mediana edad. Prípori le devolvió el saludo y regresó con nosotros— Recursos como agua y comida se conservan dependiendo del consumo de la gente dentro de la misma comunidad, pero siempre se guardan más de lo que se necesita, por supuesto— entonces un grupo de chicas humanas se acercó a saludarla. Parecían querer hablar un rato con ella, pero se contuvieron al ver que venía con gente nueva— Si eso fallara, tenemos reservas extras en zonas seguras, que se renuevan cada tantos períodos.

—¡Hey Prípori!— saltó una voz potente.

Al girarnos al otro lado, nos encontramos con una señora humana de unos sesenta años. Era grande, algo obesa y tenía el pelo largo, canoso y enrulado, arreglado hacia arriba.

—¡Túpita, hola!— exclamó Prípori.

Ambas se acercaron con los brazos abiertos, se dieron un abraso delicado y se dieron un beso en la mejilla.

—Ya me extrañaba que no aparecieras— comentó la señora Túpita.

—He estado ocupada con otros asuntos, ya me conoces— se defendió Prípori.

—Sí, ya me doy cuenta— contestó Túpita.

Prípori se giró para que la señora pudiera ver a la familia recién llegada.

—Chicos, Túpita es la alcaldesa de este período— explicó Vicio— ella los ayudará a acomodarse. No sé qué tan ocupada esté, pero para asuntos importantes, diríjanse a ella.

—Oh, pueden acudir a mí para lo que sea, incluso para saludar, no se preocupen— les espetó la alcaldesa— si por alguna razón me encuentro muy ocupada, se los haré saber, pero por lo general puedo atender a la gente. Me imagino que necesitarán una casa ¿No?

La pareja de jóvenes se miraron, preocupados.

—Les agradeceríamos que nos facilitaran un techo— le pidió el hombre— mi esposa y yo podemos dormir a la intemperie, pero mi hija...

—¿De qué están hablando? Aquí nadie ha dicho nada de dormir a la intemperie— alegó la alcaldesa Túpita— ¿Prefieren una casa con vista al lago? ¿O quizás una que esté más cerca del centro? Es todo lo que necesito saber para entregárselas.

—¿Qué?— saltó la mujer.

La alcaldesa abrió las manos, en un gesto que indicaba que era su elección.

—Acostumbro traer personas nuevas— explicó Prípori— así que construyen casas de más para recibirlos.

—Hay 14 casas libres en este momento— aseguró Túpita— ¿Les gustaría ir a verlas ahora?

Fue así como terminamos yendo al centro del pueblo. 

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