12.- Cuando no te Dejan Explicar que no eres un Monstruo (2/2)
El resto no fue muy espectacular, nada más trabajo de costumbre; preparamos nuestros trajes y los equipos que usaríamos, repasamos los planes, comimos liviano. El tiempo de partida llegó antes de lo que esperábamos.
Nos dirigimos a Luscus y usamos un aparato de hackeo, uno que Otoor, Aconte y Prípori habían construido juntos durante los primeros días de los polímatas. Simplemente conectamos este aparato por señal inalámbrica a los principales monitores del centro de Luscus, todo operado desde un celular que usamos para grabar. Luego de cerca de veinte minutos de verificar conexiones, audio, iluminación y códigos, Prípori dio la señal para comenzar. Su casco apareció en los dos monitores que teníamos a la vista, dos enormes pantallas que proyectaban sobre algunas de las principales avenidas de Luscus, visibles tanto para autos como para naves. Vanidad le dio una señal para indicarle que todo iba bien.
—Damas y caballeros, mi nombre es Vicio, líder de los Polímatas, y vengo a apuntar dedos— se presentó con una ligera reverencia— tal parece que hay chicos y chicas traviesos que andan acusándome de ciertos crímenes. Qué conveniente, porque yo misma pued...
De súbito, una potente ráfaga de rayos láser cayó del suelo y desintegró parte del concreto del techo del edificio sobre el cual nos encontrábamos. Ninguno le dio a Prípori, pero estuvieron cerca.
Rápidamente miramos hacia arriba y notamos cinco naves de la policía; negras como la noche y tan silenciosas que a 200 metros no las escuchamos venir. Entonces, de estas descendieron decenas de oficiales, todos cubiertos de uniformes especiales muy similares a los nuestros, pero armados hasta los dientes. Los policías echaron a volar hacia nosotros mientras disparaban sus rifles láser.
—¡Cortaron la comunicación!— exclamó Vanidad.
Me giré hacia los monitores que veíamos desde ahí, ahora con una imagen genérica de "no hay señal". Comprendí que nos habían estado esperando. Comencé a preocuparme. Miré a Prípori, listo para seguirla al combate, pero esta se mantenía tranquila. Con un simple movimiento de la mano desviaba los rayos láser, aunque dudaba que esa táctica funcionara cuando los policías se acercaran lo suficiente para atacarnos desde varias direcciones.
—¡Polímatas: retirada!— exclamó.
—¡¿Qué?!— salté, atónito.
—¡Dispérsense! ¡Yo los distraeré!
Sin decir más, tomó vuelo y se disparó hacia los policías. Yo me quedé paralizado, entre las ganas de seguir sus órdenes y las ansias de dejarla sola contra todo un batallón, pero entonces Vanidad me tomó de un brazo y me sacudió.
—¡Ven conmigo!— apremió.
No esperó a mi respuesta, simplemente me asió mientras echaba a caminar y me arrastró al borde del edificio, por donde nos arrojamos. Ambos tomamos vuelo en medio de la caída.
—¡¿Ella estará bien?!— inquirí.
—Sí, todo estará bien mientras la jefa de la policía no se aparezca. Puede defenderse sola contra un par de naves de sigilo.
Reparé en que ya no nos disparaban, así que me giré un momento para mirar la batalla. Vi a las naves girando descontroladas en el aire, arrastradas por un remolino, mientras que los policías abajo hacían llover rayos láser a Vicio y esta volaba por todos lados y devolvía los láseres a las naves.
Al menos parecía tener control sobre la situación.
Nos retiramos rápidamente y nos escondimos. Tuvimos que asegurarnos de que nadie nos seguía para recién comenzar a dirigirnos al puente hacia Goerg; el primer trecho lo hicimos bajo tierra.
Cuando llegamos, solo nos encontramos con Jrotta, Coni y la familia de Prípori, ninguno de los miembros activos de los polímatas. De inmediato se me pusieron los nervios de punta y me imaginé que les habría ocurrido algo, pero Asdate me aseguró que las chicas debían estar bien, que solo se estaban tomando su tiempo.
Tal y como dijo, apenas cinco minutos después, aparecieron Otoor, Marisa y Aversa desde el puente, sanas y salvas. Antes de que termináramos de comprobar su estado, llegó Prípori, intacta.
Todos nos reunimos en torno a ella, luego de que saliera de la cueva en donde se hallaba el puente. Se quitó el casco, apenas sudando. No se veía muy animada, pero tampoco muy decepcionada, como si desde un principio hubiera esperado que algo malo fuese a ocurrir.
—¿Estás bien?— inquirió Otoor.
—¡Pfff! ¡Claro! ¿Por qué se preocupan? Apenas eran unas cinco naves— contestó como si nada— ¿Está lista la cena?
Comenzó a caminar hacia la casona, despreocupada. Los demás la seguimos sin pensarlo mucho. En pocas palabras nos contó lo que había ocurrido, que era lo que nos esperábamos; ella había acabado con los policías, sin herirlos de gravedad. Luego había revisado la zona por si había oficiales escondidos. Tras no hallar nada, había decidido volver y dar esa misión por perdida.
—Estos policías están aprendiendo— indicó ella— nunca habían intentado emboscarnos en medio de una grabación. Siempre habían reaccionado, pero nunca se habían preparado.
—¿Crees que hayan contratado a un asesor especial?— inquirió Aversa.
—Es probable... pero da lo mismo. Si la oportunidad se presenta, intentaremos limpiar nuestro nombre otra vez. De momento, lo más importante es encontrar la fuente de las desapariciones. Ya tenemos una pista.
Se giró hacia mí y supe de inmediato a qué se refería.
—Hitrasta— contesté.
—Así es. Podemos seguirlo durante el día para ver a dónde va. Así encontraríamos los otros laboratorios en que trabaja, sean cuantos sean.
—Pero tú eres la única con la habilidad para hacerlo— apuntó Aconte— no te podemos dejar todo a ti.
Marisa tuvo una idea.
—¿Qué tal si contratamos a una s...
—¡No!— la interrumpió Prípori.
Todos guardamos silencio, atónitos. Prípori se pasó una mano por la cabeza, avergonzada por haber hablado tan fuerte.
—Lo siento. No, no hace falta pagarle a nadie. En primer lugar, quiero seguirlo por mi propia cuenta; en segundo lugar, necesito que descansen. En cuanto descubra el segundo laboratorio, lo asaltaremos ¿Entendido?
—¡Sí, maestra!— contestamos.
—Ah... yo podría... podría ir a su oficina en la universidad e investigar sus documentos— indicó Jrotta.
Todos nos paramos en seco y nos giramos a ella, desconcertados. Nunca se me ocurrió una sugerencia así de su parte, creo que a los demás tampoco.
—Eh... eso nos podría ayudar bastante, siempre que no te pillen— observó Prípori.
—¿Qué le harían si la encuentran husmeando?— inquirió Marisa.
—El castigo no debería ser muy grave. Soy una noble, después de todo— indicó.
Prípori apretó los labios, no muy satisfecha con ese comentario, pero no le dijo nada por ofrecer su puesto privilegiado para ayudar en la misión, supuse que esa era un área gris que en ese momento podíamos ignorar.
—¿Y qué harías si el profesor Hista se vuelve loco y te ataca?— alegó Coni— ¡Es muy peligroso!
—Dudo mucho que Hitrasta ataque a un noble aunque le cueste la vida— le recordé— pero es posible que alguien más aparezca y cause problemas. No deberías confiar solo en tu estatus, Jrotta. Mejor te acompaño.
—¡No!— exclamaron esta y Coni.
—¡¿Se te olvidó que Hitrasta sabe que fuiste el que trató de matar a Aurelio?!— alegó Coni.
—Además, todos saben que usted entró a la fuerza al dormitorio de aprendices nobles y atacó al aprendiz Balurto— me espetó Jrotta— No sería bienvenido de vuelta en la universidad tan fácilmente.
—No, no, me refería a ir como ratón— indiqué— así nadie me reconocerá.
—¿Y qué hay de tus extensiones mentales?— apuntó Aconte— Todos sabrían que eres tú cuando vayas caminando como animal. Te atraparían de inmediato.
—No si me escondo en el sombrero de Jrotta— afirmé.
—Heh. Muy bien, Arturo. Es un truco ingenioso el que inventaste, Silvina.
Me giré a verla. Yo iba a darle crédito, pero Prípori se me adelantó. Silvina solo se ruborizó de color azul y miró a otro lado, tímida.
—¿Pero funcionará?— inquirió Otoor— Silvina solo se pudo ocultar porque su mente es similar a la de Arturo.
—Yo creo que sí— indicó la misma Silvina— yo necesité ser tan cuidadosa porque tenía que engañarlos a ustedes por un periodo prolongado; si Jrotta no se detiene a conversar mucho tiempo, dudo que otros magos distingan la presencia de Arturo.
—¿Pero están seguros que quieren hacer esto, chicos?— preguntó Prípori una última vez— Es verdad que sería un buen aporte a la misión, pero es arriesgado.
—Por mí bien— indiqué.
—Yo también. Puedo hacerlo— aseguró Jrotta— además, mientras antes descubramos los laboratorios, antes salvaremos a esas personas ¿No?
Prípori puso una sonrisa de oreja a oreja y le revolvió el pelo con fuerza en un gesto de cariño.
—¡Muy bien, Jrotta! ¡Vas aprendiendo rápido!
La nigromante, sin saber qué hacer, agachó la cabeza y recogió los brazos para encoger su presencia.
—Ah... gracias— musitó.
—Entonces está zanjado— concluyó la maestra.
Avanzó los últimos pasos hacia la casona, abrió la puerta de entrada de par en par y nos hizo pasar a todos.
—¡A descansar, entonces!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro