18. Historias
Irina se había quedado plantada en el sitio. Daniel y Burke la alcanzaron mientras hablaban.
-Conque recuerdos, ¿eh?-dijo Daniel.
-Sí, eso ha dicho-contestó Irina andando con ellos.
-Vaya oído tienes- dijo Burke.
-Suele pasar cuando no ves. Pero también ha hablado bastante alto, ¡a ver si vas a ser tú el que tiene orejas de Pinocho!
-¿Orejas de Pinocho? What?
-Ya sabes, de madera... Jolín, no se puede decir nada raro con vosotros dos.
-Es raro eso de soñar con recuerdos-dijo Burke por cambiar de tema- a mí nunca me ha pasado.
-Ni a mí.
-A mí sí-dijo Irina.
-¿En serio?
-Hum, sí.
-¿Y con qué sueñas?
-Con...-se calló de golpe-es difícil de contar. Son cosas tristes.
-Todos tenemos nuestros momentos. Yo casi muero en un accidente de avión-le dijo Burke.
-¿En serio? Bueno, es con...-parecía necesitar coger valor. Respiró hondo antes de seguir hablando- con la muerte de un familiar. Si... Si hablo de ello me voy a echar a llorar.
-Lo siento-dijo Daniel a pesar de saber lo vacías que sonaban esas palabras-mi padre murió de cáncer cuando yo era pequeño.
-Yo también lo siento. Pero no era uno de mis padres, ella... Lo siento, no puedo...
-Eh, tranquila-dijo Burke pasándole el brazo por los hombros. Irina cerró los ojos unos segundos-se nota que estabais muy unidas.
-Sí... Lo pasé muy mal. Al menos ahora tengo a Marcos.
-¿A quién?
Irina se sonrojó y se sintió increíblemente tonta. ¿Cómo había olvidado que ellos no le conocían?
-Nadie. Eh... ¿Elena sabe a dónde va?
-No-contestó Elena y le dio una patada a una raíz. Estuvo a punto de caerse de culo pero mantuvo el equilibrio y soltó una carcajada- que torpe que soy.
-¿Vas mejor?-le preguntó Daniel. Elena se encogió de hombros.
-Se me ha pasado el enfado.
-Eso no es estar mejor-dijo Irina.
-¿Qué te pasa?-le preguntó Elena. Irina tenía los ojos brillantes y las mejillas rojas.
-Nada.
-Vosotros lo sabéis, ¿verdad?
Daniel asintió con la cabeza.
-Es bastante tarde. Podríamos parar un rato-dijo Burke.
-Busquemos un sitio un poco mejor. Solo son las... Eh... Ni idea. ¿Alguien lleva reloj?
-No.
Andaron mientras Elena seguía intentando averiguar qué demonios le pasaba a Irina, porque nadie le decía nada. Al fin, llegaron a una especie de claro con troncos caídos y piedras sueltas junto al río, pero más elevados. Se sentaron ahí en círculo.
-Estábamos hablando de recuerdos-le explicó Irina.
-¿Por eso estás así?-le preguntó Elena.
-Sí. Es que...yo también sueño con recuerdos, ¿sabes? Siempre el mismo...
-Vaya. No parece muy feliz.
-Really? No, claro que no. Odio los cementerios.
-¿Cementerios? ¿Quién ha muerto?
Daniel y Burke negaron la cabeza, como diciendo que no preguntara. Irina miró al suelo.
-Entiendo. No quieres hablar... El mío tampoco es muy bonito.
-¿Qué es?-preguntó Burke.
-¡Venga ya! Tardé meses en contárselo a mis padres, ¡no voy a decírtelo a ti en dos días!
-Pero vaya días-dijo Daniel. Irina asintió con la cabeza.
-Han sido más interesantes que el resto de mi vida junta-dijo Irina.
-Como para escribir un libro, ¿no?-dijo Burke. Los otros rieron ante la idea.
-Eh, yo ya he dicho algo y Daniel también. Os toca.
-Yo ya he dicho lo del accidente.
-¡Ey, yo no he oído nada de eso!
-Ya, claro, pero sí cuando Irina ha preguntado si sabías a donde ibas, ¿no?
-Touché.
-¿Por qué usáis tantas palabras extranjeras?-preguntó Burke.
-¿Qué?
-Habéis usado inglés y francés.
-Ni que los alemanes no lo hiciéseis.
-Yo no lo hago.
-Ya, claro. ¿Y ahora qué estás haciendo?
-¡Esto no cuenta, Irina! ¡No me voy a poner a hablar alemán en España!
-Di algo en alemán-dijo de pronto Elena.
-¿Como qué?
Daniel, Elena e Irina empezaron a decir palabras sueltas o incluso frases pequeñas, hasta acabar preguntando insultos y Burke los iba traduciendo.
-Ah, los alemanes sonáis siempre enfadados-dijo Irina al final con una sonrisa.
-¿Qué? ¡Eso no es cierto!
-Sí lo es- dijo Daniel.
-Y los españoles gritáis mucho.
-Eh, tampoco tanto.
-Vale, no gritáis, pero habláis muy alto. Y tenéis horarios raros.
-No, nosotros somos normales, los horarios raros son los vuestros. Lo lógico es comer a las dos, no a las doce-dijo Irina.
-Y cenar a las nueve y no a las seis-dijo Daniel.
-¿Cenar a las seis?-preguntó Elena.
-Hay quien lo hace-dijo Irina.
-No, lo que pasa es que en España hay más sol. Nosotros nos adaptamos a las horas de luz, también nos despertamos antes.
-Vamos, ni que pasaras de Rusia a Hawai.
-Sí, a veces me siento como país tropical cuando la gente habla tanto del sol de España.
-¡Como se nota que no han ido a Asturias!-dijo Elena.
-O al País Vasco.
-¿País Vasco?
-¡Dios mío, Burke, que no te oiga mi profe de geografía! Ese tío estaba loco, si no sabías algo así te bajaba ochomil puntos de nota.
-¿Pero qué es?
-Asturias y el País Vasco son unas provincias del norte. Iba a Asturias de vacaciones cuando era pequeña-dijo Elena. Luego sonrió-cuando acabe todo esto te llevaré allí.
-Yo iba al País Vasco. Que sitio más bonito...tengo familia allí-dijo Daniel sonriendo.
Irina iba a decir a dónde iba ella: Fuengirola. El mejor sitio del universo. Pero entonces se le formó un nudo en el estómago y empezó a tener una sensación extraña, así que se abrazó como si tuviese frío. Burke les dijo algo y nadie sabía de qué sitio hablaba, y esa vez fue él el que se rió de ellos por no saber geografía. Los tres seguían hablando, pero Irina guardaba un extraño silencio. Su cara se había ensombrecido y miraba hacia otro lado. Había reconocido esa sensación: tristeza.
Le había subido desde el estómago hasta el corazón, como una mano de hielo apretándolo para evitar que latiera. De pronto la sintió latiendo en su cabeza y todo se veía borroso. Trató de no parpadear para que no cayeran las lágrimas, pero notaba los ojos secos y acabó parpadeando. Una, dos, tres veces. Las lágrimas caían por sus mejillas ya irremediablemente.
-Irina-le dijo Elena, sorprendida. Se levantó y se sentó al lado suya. Le pasó el brazo por los hombros a modo de abrazo. Irina se apoyó en su hombro y cerró los ojos con fuerza-¿qué te pasa?
-Fue culpa mía...
-¿El qué?
Irina se separó y la miró a los ojos antes de decir lo que nunca se había atrevido a decir.
-Su muerte. Ella... Ella murió por mi culpa.
-No, seguro que no es cierto-le dijo Burke.
-¡Sí lo es! Tendría que haberla parado... Si lo hubiese hecho...
-Todos nos arrepentimos de algo del pasado. Pero culparnos...-Elena empezó a hablar, pero la fría mano de la tristeza también la atrapó a ella y las lágrimas también corrieron por sus mejillas-culparnos no cambia nada. ¡Yo no tuve la culpa tampoco! ¿Qué es lo que hice... Qué hice mal? ¿Qué hice para merecerme eso? No...no es justo...solo era una adolescente...
Se cubrió la cara con las manos mientras lloraba. Los otros no entendían nada. Burke se acercó a Elena.
-Eh, tranquila...
Verlas llorando le daba pena. No aguantaba cuando había varias personas llorando a la vez porque a él también le daban ganas de llorar. Daniel también tenía el corazón encogido y no sabía qué hacer.
Al final Burke se separó de Elena y giró la cara para que no le vieran.
Él también lloraba.
Murmuró algo en alemán, puede que para que no le entendieran, o a lo mejor le salió solo. A él también e invadía la tristeza, como un espeso manto que cubría el lugar en el que estaban.
Daniel era el único que no lloraba. Quizá por eso que siempre había tenido de no llorar aunque la tristeza le hiriera el corazón como una flecha clavada en el pecho, o quizá porque el fuego de sus ojos evaporaba las lágrimas. Pero él también estaba triste.
-Alto...¿no oís como... Violines?-preguntó de pronto.
-¿Vi...violines?-preguntó Elena quitándose las manos de la cara. Daniel agudizó el oído.
-S-sí, juraría que sí.
Elena se levantó de golpe con los ojos muy abiertos. Aun con las mejillas brillantes y los ojos rojos, tenía aspecto decidido.
-¡Tapaos los oídos!
-¿Qué?-preguntaron los otros.
-¡Que os tapéis los oídos! ¡Rápido! ¡O moriremos de pena!
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