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Una vida nueva

Fue un viaje largo hasta Charleston. Casi un día de camino, con otros cuatro antes de llegar a Virginia.

La salida de la pareja de recién casados de Savannah previo a su primera noche de bodas fue una decisión poco ortodoxa. Se esperaba compartieran las primeras horas de su matrimonio en la casa de los Devereaux, pero Magnolia fue firme en pedir lo contrario. Esas paredes encerraban secretos que, a pesar de contar con su complicidad, no merecían exponer a Jackson. Además, ¿quién garantizaba que algún espíritu decidiera manifestarse? Jax era parcial a ver conexiones al mundo espiritual a través de ella, cosas que la joven no podía controlar. A veces los espíritus guardan silencio, otras expresan su sentir sobre el pasado, presente y futuro sin muchas consideraciones... pero una vez fuera de esas cuatro paredes, serían solo ella y su consciencia.

Las horas de viaje entre Georgia y Carolina del Sur se convirtieron en parte de ese juego que siempre caracterizó a Jackson y a Magnolia. Ella hacía preguntas que podían correr en el espectro desde lo formal hasta lo completamente escandaloso; él se esforzaba en contestarlas, no con una actitud completamente sincera, más bien tratando de adivinar qué alternativa sería la más conveniente en ese mar de interrogantes capciosas. Si lograba una respuesta acertada, recibía un premio. Y desde la salida de Savannah a esa parte, los premios se habían hecho no solo fáciles de ganar, sino también mucho más tentadores.

— Y, ¿por qué Charleston? ¿Qué diferencia hay entre esperar llegar a Virginia, o haber aprovechado un hotel cualquiera en Savannah? —La recién nombrada señora Pelman estaba haciendo de las suyas en la intimidad del coche cerrado. Estaba casi sentada sobre las piernas de Jax, tanto como le permitía el ancho de su falda. Su esposo la sostenía, descansando sus manos de tanta caricia.

—Tú insististe no pernoctar en Savannah. De todas maneras, amarás este lugar y será el primer y perfecto recuerdo de nuestra vida juntos.

Jax se sintió orgulloso de haber podido pronunciar toda una oración sin excitarse. Maggie lo estaba matando con la anticipación. Pero valió la pena. Todo fue perfecto.

Llegaron a la casa de playa justo cuando el reloj marcaba las diez. Con apenas dos horas hacia la medianoche, el ventanal panorámico de la segunda planta invitaba el aire nocturno subiendo del Atlántico. Delicados arreglos de magnolia y azahares, en honor a su esposa, colgaban del barandal de la escalera, de la cual él no permitió que ella pisara un solo escalón, cargándola entre risas hasta la alcoba nupcial.

Las horas juntos en el coche habían sido una antesala y, aun así, tomaron su tiempo. Ella, que siempre fue arrojada, se descubrió presa de una inesperada timidez, la cual él recibió con cierto alivio. No era su primera vez, en eso le había fallado, a sus casi veinticinco, ya varias mujeres habían despertado su interés. Primero por la presión de la curiosidad de adolescente, luego por lujuria. Nunca por amor.

Y ahora le tenía ante él, cómo nunca la había apreciado. La desnudez de su cuerpo hecha evidente bajo el fino camisón de algodón por la luz de las velas. Ella sintió que a pesar de que él ya mostraba su torso al descubierto, le llevaba ventaja. En una acción discordante, a pesar de mantener su confiada sonrisa, sostuvo sus brazos sobre sus senos, creando una barrera entre ambos. Jackson tomó su mano derecha, levantándola y llevándola a dar una vuelta. Maggie siempre se sintió segura al bailar. La atrajo, dejando resbalar sus manos hasta ese sostenerla por la cintura que sin duda invitaba a algo más.

—Tranquila —susurró mientras besaba el delicado arco de su ceja. Besó sus pómulos y luego sus labios, a excepción de que esta vez el beso no se detuvo donde lo exigía la decencia. Ella se relajó, y aunque temblaba, no era por miedo, era por descubrir una nueva e intensa habilidad en las manos de Jackson. Ese toque que la llevaba a entrecerrar los ojos, mientras Jax acariciaba sus senos, su estómago, sus caderas, ayudándole a deshacerse de la tela, invitándola a hacer lo mismo con él, para encontrarse de piel a piel.

—Jackson, sé gentil.

Él jamás sería menos que gentil con ella.

—No te preocupes. Todo estará bien. Solo relájate y reacciona como tu cuerpo indique.

El aire estaba tocado de sal y en un instante, se confundió con el sabor de su piel. Encontraron un ritmo apropiado, donde ella era un tabernáculo y él un adorador ferviente. Suave, tierno, acaparándola toda. Hubo un breve momento de dolor que se transformó en un dulce espasmo y eventualmente le provocó a responder con igual deseo. Mientras, ignorante al significado de la hora, el vocero de la plaza anunciaba la media noche...

✨✨✨

De ahora en adelante, dondequiera que estemos, no importa la circunstancia, esto es casa.

Magnolia se inclinó sobre su costado, mirando a Jackson de perfil. Estaba profundamente dormido. Tan en paz se observaba, que las sábanas apenas se movían bajo la cadencia de su respiración. Pasó los dedos entre el rubio de sus cabellos, agitándolos suavemente. Maggie sonrió a la oscuridad. Por primera vez, desde que discutió su futuro con Trinidad, se sentía segura. Atrás quedaron todos los secretos de su infancia. Y aunque sentía un pesar por ocultar ciertas cosas de Jackson, llegó a la conclusión de que sería un asunto pasajero. Eventualmente, ella le explicaría sobre el pacto, y sus temores. Él sabía sobre el mundo espiritual. No le sería difícil entender. Ante todo, Magnolia tenía la certeza de que él no le juzgaría culpable. Juntos encontrarían una solución.

Jackson abrió los ojos, la miró frunciendo el ceño y chasqueando la lengua.

—Tsk, tsk. ¿Contenta? No por el hecho de que hayas puesto un anillo en mi dedo no significa que no me hayas desvirtuado. Siento que algo tengo que confesarme, no sé si con mi madre o el padre Silpher, quien estoy seguro anda rosareando por nuestras almas a estas horas.

Le arrancó una carcajada irreverente que fue a morir sobre su pecho. Maggie besó la piel bronceada del torso de su esposo. Se acomodó sobre él, y esta vez tomó la iniciativa acunando su rostro, besándole posesiva y profundamente.

Tomó solo unos minutos para provocarle de nuevo. Cuando su erección se hizo evidente, él trató de voltearla sobre su espalda, pero esta vez, ella quería control total. Comenzó a moverse sobre él, con un aliento entrecortado. Cuando las palmas de sus manos se posaron otra vez sobre el pecho de Jackson, no las utilizó para ganar mejor balance.

Curvó sus dedos, hundiéndolos en su piel, confiada en que el frenesí que experimentaba le llevaría a poseerlo completamente. Las puntas de sus dedos se transformaron en finas garras, las cuales hundió justo bajo el esternón del sorprendido Jackson.

Al halar con insistencia inhumana, descubrió músculo y hueso. No se trataba de sentirlo dentro de ella, debía hurgar hasta lo más profundo.

—¡Eres mío! —Pronunció jadeante, queriéndole hacer entender que aun cuando su cuerpo desfalleciera bajo ella, deshaciéndose en sangre, todo terminaría cuando Magnolia así lo expresara. Alimentó a Jackson dándole a comer un jirón de su propia carne, la cual arrancó con sus manos de la manera más salvaje. Su esposo tenía un rostro transformado, una expresión a iguales partes lujuria y dolor. Jackson canibalizó sus propias entrañas con gusto, con tal de no perderla.

Magnolia despertó de la pesadilla sobresaltada, arrastrando la sábana y dejando a Jackson al descubierto.  Por puro instinto, él la jaló hasta obligarla a caer sobre el colchón, atrapándola entre sus brazos.

—¡Maggie, por Dios! ¿Qué te pasa?

—Olvidé en donde estaba de repente. Disculpa.

—Y ¿dónde tenías la sensación de estar, en el infierno? ¿Tan mala impresión dejé, mujer? Vas a hacerle todo un numerito a mi frágil ego. — Trató de animarla con sus tonterías, hasta que ella confesó haber tenido una pesadilla. La mención casual del infierno no fue bienvenida.

—¿Estabas soñando? — Ante la afirmativa, Jax meditó por un instante antes de decir—Yo también.

—Mi sueño fue horrible, y las pesadillas no se cuentan. Tú te veías tan tranquilo. ¿Con qué soñabas?

—No lo vas a creer. —Le contestó acomodando las hebras de su alborotado cabello y atrayéndola en un abrazo—. Soñaba con mi padre.

—Entonces fue un buen sueño —contestó Magnolia, quien ya comenzaba a dormitar.

—Sin duda.

Nadie nunca pretende mentir a quien ama. A veces es más consideración que conveniencia, pero esos pequeños silencios que jamás llegan a hacerse confesiones, a veces resultan fatales. Jackson le dijo una media verdad. Había estado soñando con su padre.

Lo que no  le dijo es que se trataba de la primera vez desde la muerte del señor Pelman. En su sueño, su padre estaba protegido por una mujer de tez morena y ojos topacio a cuyos pies descansaba una serpiente quien le miraba con el más profundo disgusto. La mujer a su vez parecía estar detenida de actuar por una figura envuelta en un destello del más puro blanco, mientras sombras giraban entre Jackson y Magnolia a velocidad vertiginosa, tratando de separarles.

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