Hoodoo, voodoo y Jax
Diciembre del 1860, Carolina del Sur
Llevaban poco más de un año de casados, lo suficiente para considerarse aún felices, a pesar de los rumores. Era extraño que una pareja establecida y de relativa posición privilegiada como eran los Pelman no tuviesen ya a su haber ni siquiera un encargo. A Jackson solo parecía preocuparle aquello que creaba angustia en Magnolia, y si ella no aquejaba por no tener hijos, no sería él quien trajera a colación el tema.
De todas maneras, había situaciones más apremiantes. Las condiciones en el país estaban tomando una vuelta amarga y el mes de noviembre había desencadenado toda una locura. El partido republicano se elevó al poder contando con el fuerte respaldo de los estados del norte, lo que creó una reacción extraordinaria, convirtiendo a Carolina del Sur en el centro de una atención no deseada.
Para Jackson, ser un militar de carrera garantizaba que su alianza siempre habría de ser al gobierno federal. Como abolicionista, no podía evitar sentir simpatía por el nuevo gobierno, encabezado por Abraham Lincoln. Como sureño y relacionado por matrimonio a familias de terratenientes, las cosas se estaban complicando.
Mientras doblaba el periódico sobre la mesa y observaba a Magnolia servir el café, tuvo la impresión de que la historia se le estaba viniendo encima, y que solo aquellos capaces de prever el futuro estarían del lado correcto de la misma.
—Maggie, ¿has tenido la oportunidad de echarle un ojo al periódico?
Magnolia intuyó que no sería una buena conversación. Ese era el único tema sobre el cual no solían coincidir desde adolescentes.
—Ve a saber, Jax. Creo que vi algo sobre un senador plagado de excentricidades... calores de verano que se le quedan a la gente pegados en la cabeza.
—Una de las razones por la que me casé contigo es tu admirable intelecto. No vas a empezar a hacerte la estúpida por el hecho de que haces los mejores huevos con tocino en el condado. Estamos hablando de un acto de secesión, liderado por uno de los políticos más prominentes de la región. De allí a la franca rebelión hay un paso, y de la traición no se vuelve.
—¿En realidad quieres pasar la mañana del sábado discutiendo hipotéticas? ¿No haces eso todo el día en el fuerte Sumter?
—No estoy casado con mis comandantes.
—¿Qué quieres que te conteste, Capitán Pelman? —Llamarlo por el rango era su último recurso, la advertencia de que no quería seguir discutiendo el tema —. ¡Haré lo que digas, iré donde quieras! Si se te ocurre desarraigarnos, entonces me mudaré al norte y seguiré siendo una ejemplar esposa.
Lamió sus labios, como si con eso pudiera quitarse la sensación de haber dicho palabra y cerró los ojos, simulando una jaqueca. Jax se acercó a ella, posando una mano sobre la de su esposa. Del tema no haber sido tan serio, se hubiese reído a carcajadas.
—Deja los ojitos cerrados Maggie, que si los abres, probablemente quede petrificado. Me consta que eres buena para esas cosas de amar e ir de riqueza de Savannah a casa modesta en Carolina del Sur y más de una vez de una vez me has cuidado de un resfriado del que pensé que no iba a levantarme. Pero el asunto de obedecer no te queda. ¿Por qué crees que vivimos solos en esta cabaña? Si contáramos con la opinión de terceros en la manera en que nos conducimos, ya hace tiempo nos hubiéramos divorciado. Pero hay que reconocer algo, el hecho de que te hayas alejado de tu... patrimonio, no significa que no exista. Nunca entendí esa parte tuya. No me impide amarte, pero si me deja un espacio, uno que ya no podemos evitar tratar. Tu familia y tu dinero vienen de la trata humana. Es imposible no trazar una línea en la arena. Ya está llegando el momento en que no podemos pretender que esto no está pasando.
—No concibo dejar de ser, Jackson. Amo a esta tierra —sus ojos se cuajaron de lágrimas —; no quiero empezar en otro lugar, siendo nadie, en una situación donde no se va a arreglar nada. Además, estoy cansada de escuchar sobre la virtud del norte. ¿No estuvo el gobierno federal asentado en el norte por años antes de mover la capital al sur? ¿Dónde estaba su piedad entonces?
Jackson levantó la mano de su esposa, besando tiernamente sus nudillos.
—Tienes razón en muchas cosas, Magnolia. Al declararnos libres en 1776 debimos haber sido libres del todo, echando a un lado los horrores. Pero eso es el pasado y esto es el presente. Yo también soy sureño, ¿o lo olvidas? Puedes amar la tierra sin ser indiferente a lo que pasa en ella. Puedes soñar un sur que sea lo suficientemente grande y fuerte como para no desquebrajarse, pero debes soñar con las condiciones adecuadas. ¿No quieres ver un lugar donde nuestros hijos puedan crecer sin cargos de consciencia?
La mención de los hijos le hizo recordar que cuando Jax le decía que no le importaba, lo hacía por honrarla. Encontró una ruta de escape indirecta. Terminaría la conversación.
—Sabes que ese es un tema delicado para mí. —Retiró la mano aprisa, haciendo evidente su dolor, no sin que antes Jackson notara algo que provocó que la retuviera, sin permitirle levantarse.
—¿Qué es esta marca en tu brazo, Magnolia? No la tenías ayer cuando fuimos a dormir.
El movimiento brusco de su esposa había hecho que la manga de su bata de casa se expusiera hasta la altura del codo y allí se podían apreciar tres quemaduras con la apariencia larga y fina de unos dedos.
—No tengo idea. Estuve horneando, tal vez pegué el codo de la parrilla del horno.
—¿Y no lo sentiste?
—No te preocupes Jackson, no estoy leprosa ni nada por el estilo.
La mañana fue más corta de lo que esperaba. Él sabía que si la seguía terminarían teniendo una discusión fuerte, y Jackson prefería sus guerras en el campo.
✨✨✨
Esa noche, ella prometió que consideraría lo que él tenía que proponerle. Jackson entendió el sentir de Magnolia y le prometió que no la forzaría a mudarse al norte. Tratando de congraciarse con ella, le dijo que era libre de volver a Savannah, a vivir con Trinidad y Martha. Solo sería por un tiempo, hasta que las cosas se calmaran en las Carolinas y los políticos volvieran a linearse con el gobierno. Esto último lo dijo tras una pausa, a lo que añadió que no quería mentirle, no podía garantizar que la estadía fuera corta o que él pudiese acompañarla.
Magnolia se disculpó como mejor pudo, teniendo en cuenta no exagerar, como lo había hecho en la mañana. Esperó a que él se quedara dormido entre sus brazos, lo cual no fue difícil. Llevaba días mezclando belladona en el jerez que tenían acostumbrado a tomar para cerrar la noche. Su esposo no solo dormía profundamente, sino que su descanso estaba libre de sueños, y su percepción nublada.
En el poco tiempo que llevaban juntos, Magnolia había comenzado a mentir al punto de no regreso. Odiaba enfrentarlo. Se volteó en la cama para observarle dormir. El sueño y la academia militar eran de esas pocas veces cuando Jax podía verse completamente solemne y relajado.
Desde que ambos eran unos críos, Jackson había entrado a su mundo por virtud de amarla y ella le permitió creer que esa entrada era libre. No. Las brujas Devereaux no se le debían a nadie, ni siquiera a los seres que profesaban amar. Le permitía pensar que él podía protegerla, cuando no había nada más lejano a la verdad. Era ella quien debía mantenerlo al margen de ese aspecto de su vida que no podía compartir con nadie.
Magnolia trazó una palabra sobre el pecho de su esposo utilizando su dedo índice, con un movimiento rítmico. Lo sintió responder tensándose por un instante antes de volver a su profundo estado de inconsciencia.
JAC... Su mano se detuvo y su mente se perturbó al punto de olvidar cómo se deletreaba su nombre. Alguien estaba invadiendo la privacidad de su habitación. La protección nocturna no había surtido el efecto deseado.
La bruja respiró profundo. No se dejaría vencer hasta que sellara el conjuro sobre su esposo y descubriera quién o qué trataba de malograrlo. Una vez más.
JA... X... X
Su mano se detuvo temblorosa. Ella no había determinado esas equis. Con la visión que se le fue otorgada, pudo observar como la última letra se convertía en una marca putrefacta sobre la piel de su esposo, cruzando dos veces diagonalmente desde su clavícula hasta el asiento de sus costillas, antes de desaparecer por completo.
Escuchó una voz retumbar en sus oídos, no la voz familiar del hombre de negro, quien últimamente le interrumpía la vida en momentos inesperados. Esta pertenecía a una mujer, con un aire conocido, el cual no podía descartar fácilmente. El ritmo de un acento creole, semejante al de Trinidad y al suyo propio, le advirtió.
—Cherie, proteges con hoodoo y contestan las voces del voodoo. Ve y habla con tu mentora antes de que termines matando a tu marido. Triste brujita. Tsk, Tsk. —Una risa forzada que comenzó con un dejo de tristeza y nostalgia se convirtió en una carcajada que la hizo levantarse y correr—. No quiero participar de sus estupideces y, sin embargo, me obligan. Tus negligencias, tus secretos, le han dado parte a Brigitte del Cementerio en lo que seguro ha de ser un maravilloso entierro. Tu lindo Jax es más mío que lo que ha de ser tuyo, pero algún día me lo has de agradecer.
✨✨✨
A cientos de kilómetros de distancia, Trinidad había sentido la presencia de Brigitte del Cementerio. No hicieron falta palabras. Mientras caminaba a las orillas de River Street sintió un dulce olor a pacana y clavos. La boca se le llenó de sabor a ron de especias. El oráculo no podía abandonar Nueva Orleans, pero eso no impedía que de vez en cuando le advirtiera que no le perdonaría sus transgresiones.
—Así sucede, mi hermosa señora —una voz elegante la sacó de entre sus pensamientos—. El mundo espiritual puede estar silente por meses y en cuestión de horas, todo converge sobre un par de oídos abiertos.
El hombre alto de tez oscura, cabello crespo y labios gruesos se manejaba con una familiaridad que no se le conocía ni a la gente de color libre. Pero era sin duda un esclavo, evidente en el fino collar de que adornaba su cuello. El hecho de que el mismo estuviese forjado en oro y no en metal, no evitaba su triste condición. Los ojos de Trinidad se encontraron con los de Gerard, quien le regaló una sonrisa pícara.
—Eres un demonio. Y no es la primera vez que cruzamos nuestros pasos. —La morena clara declaró de forma seca.
—Pero es la primera vez que he de invitarle a un trago, hermosa dama. Le ruego me acompañe a La Escalera y si en algo vale la palabra de un demonio, le aseguro que no le ha de acontecer mal alguno.
Extendió su brazo en deferencia y ella lo tomó sin pensarlo dos veces. Después de todo, ella había danzado con el hombre de negro y vivido para contarlo. Un demonio no le haría más daño a su alma.
—¿Es cierto lo que dicen del barman?
—Probablemente —contestó Gerard sin preocuparse por entretener cuál era el rumor—. Pero puedo asegurar que el ángel no le hará tomar nada que usted misma no exprese querer llevar a sus labios. Después de todo, ya se conocen. ¿Bailaron en una boda, no? Sin ánimo a ser indiscreto, Sage carece de vida social y habló de eso por días. Eso sí, será una noche larga. Pocas veces el cielo y el infierno se sientan a tomar una copa entre mortales, y cada vez, el desenlace es fatal.
✨✨✨
Magnolia abandonó las inmediaciones de la casa. No de la manera cautelosa en que solía hacerlo. No le molestó correr, o dejar la puerta trasera abierta. El latido acelerado de su corazón era lo único que podía acallar la voz burlona de la mujer. Tenía que hablar con Trinidad, meses de silencio habían creado una sensación de seguridad entre ambas, al punto de que la joven no le contó a su nana de sus experiencias con el hombre de negro.
Al llegar a la ensenada en donde solía hacer sus conjuros, se sintió más segura.
Sal en el agua, sal en el suelo, sal en el aire—murmuró para sí misma mientras visualizaba un círculo que habría de mantenerla anclada mientras su alma viajaba, protegida por los colores.
A su derecha, un pequeño arbusto de mirto carente de hojas estaba sembrado en el suelo arenoso. Las extensiones de las ramas se veían coronadas por botellas de colores, las cuales destellaban como pícaros guiños de ojo cuando la luna se asomaba entre las nubes. Botellas iguales a esa rodeaban su casa, al norte, sur, este y oeste. Jax siempre las pensó caprichos ornamentales, pero el propósito de las mismas era proteger. Si algún espíritu sintiera el impulso de atacarla mientras estuviese en el círculo, quedaría atrapado en el cristal durante el restante de la noche y sus malos augurios se desaparecerían con el rayar del alba.
Trinidad —pronunció mientras cerraba los ojos y dejaba que su cuerpo descansara en un trance inducido. Por lo general su nana sabía perfectamente cuando ella precisaba de hablarle y le esperaba en el cuarto de costura, rodeada de tranquilizantes colores suaves y el aroma tranquilizante del té de menta. Esta vez tuvo la impresión de cruzar a otro lugar, donde sentía una paz tensa en un ambiente oscuro con el olor indiscutible a madera de roble y el sabor de licor fuerte...
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Sage saludó a Gerard con el acostumbrado gesto silencioso, una inclinación de la cabeza que indicaba agradecimiento. El demonio, por su parte, llevó a la mujer de tez morena a sentarse en la única cabina privada de la barra, que se convirtió en un mundo de tres, a la espera de una cuarta.
—Bienvenida a La Escalera, madame Trinidad. ¿O prefiere que la llame por sus apellidos? —Inquirió el barman—. Espero me recuerde. Si acaso no, mi nombre es Sage y ya usted conoce a Gerard.
—No se apure por los formalismos, joven. Yo he leído las Santas Escrituras y los linajes en el buen libro son extremadamente largos. Si fuera a mencionar todos los sitios de donde viene mi sangre estaríamos aquí hasta más allá del fondo de la botella y quiero terminar mi noche sobria. Pero, si quiere usted entretener a una dama, puede decirme su nombre. Lo escuché de boca de Nicholas Rashard. ¿Va a hacer del diablo un mentiroso y negar que su nombre es Sachael?
Contrario a los demonios, que son amantes de las risas, los ángeles sonríen pocas veces y ríen menos. La risa gutural de Sage debió haber conmovido las esferas.
—El humor torcido de los humanos es uno de los resultados colaterales más interesantes en la creación. ¿Cree usted que no conozco los pormenores de su carrera? Mi nombre, pronunciado voluntariamente a su oído, la dotaría de más poder del que esta reunión merece. De entrada, pensé que sería usted una dama de brandy, pero creo que merece ron blanco.
Sirvió solo una copa, de la cual tomaron un sorbo tanto él como el demonio. Trinidad levantó el cristal, señalando a ambas criaturas con el vaso y tomando el resto, pegando fuerte con el vaso invertido sobre la mesa. Sirvieron una segunda copa, de la cual nadie tomaría. Era la designada a Magnolia Devereaux.
En cuestión de minutos, comenzaron a escuchar la voz suplicante de la joven.
Trinidad, Trinidad... Las palabras eran recibidas con claridad por los presentes en la mesa. Dejaban una suave sensación, la cual podían casi degustar.
—Dime, niña.
—¿Dónde estás, Trinidad?
La mujer miró a los hombres que le acompañaban. No podía mentir, pero tampoco podía desvelar que andaba en presencia del cielo y del infierno.
—Sola, amor. Sin un alma que me haga compañía.
Ambos hombres asintieron satisfechos ante su respuesta. Ojos de incomparable brillo de argento se posaron sobre ella, esperando escuchar lo que la joven bruja estaba a punto de decir. ¿Cuál era la diferencia entre ángeles y demonios? En esos momentos Trinidad no podía concebirla.
—Creo que he cometido un grave error, maman. He estado creando unas guardas para Jax y me temo que he dado carta a fuerzas que van más allá del hoodoo.
—Te ha llamado madre —musitó el ángel, algo decepcionado—. Me pregunto si sabe tus planes, Trinidad. Las cosas que has determinado para ella desde que apenas era una cría, la forma en que su felicidad con Jackson se forjó al costo del sufrimiento del joven... ¿Te llamaría madre si supiera que fuiste el instrumento del peor sufrimiento que ha experimentado hasta ahora el hombre a quien ama?
Gerard silbó emocionado. —¡Vaya, ángel! La culpa es mucho más interesante que la tentación. ¡No me digas que no disfrutas de estos momentos!
Trinidad solo esperaba la oportunidad de hablar, con los ojos fijos en el líquido.
—¿Qué te llevó a crear guardas para tu marido? No es que no tengas la capacidad, pero sabes bien que te he advertido que no utilices tus dones de forma libre. Podrían atraer a...
—Ya él sabe que estamos aquí. No he dejado de soñar con él en los últimos dos meses.
Un siseo escapó de entre los dientes de Gerard. Fue imposible determinar si se trataba de una expresión de antipatía o una de triunfo.
—Dile que diga el nombre, Trinidad. Debemos saber.
Magnolia se sobresaltó, escuchó un sonido casi serpentino que hizo vibrar las botellas de colores y le obligó a abrir los ojos. Observó los cristales, los cuales danzaban bajo la luz de la luna. Botellas de un azul añil y amarillo daban vueltas, girando sobre sus bocas, tratando de atrapar un espíritu. Pero el viento no respondía, como solía hacerlo en la presencia de entes malignos. La presencia parecía venir de otra dirección. Volvió a preguntar.
—¿Estás sola, Trinidad?
—Solo mis virtudes y mis pecados me acompañan, niña. Pero dime, ¿a quién te refieres?
—Comenzó poco tiempo después de nuestro aniversario. Conmemorábamos el día de nuestra boda y ambos recordamos a ese invitado que apareció en la recepción, el que te sacó a bailar. Jax me recordó que su nombre era Nicholas Rashard y en cuanto las palabras salieron de su boca sentí como si una mano fría apretara mi garganta. Las pesadillas comenzaron furtivas. Un despertar en medio de la noche sintiendo que me faltaba el aire, una caída al vacío que me provocaba asirme al colchón o despertar a Jax. Luego comenzaron las visiones sobre ella. Sola, en la oscuridad, llamando mi nombre... llamándote.
—Jeanine. —Pocas cosas podían conmover a Trinidad, a quien no le importó que el cielo y el infierno le vieran derramar lágrimas.
—Ese no es tu destino, Magnolia. Tu madre sacrificó... ambas sacrificamos nuestra felicidad para que esta maldición no te toque.
Era lo más cercano a una confesión sobre un sentimiento que fue más allá de la devoción de la amistad. Poco le importaba lo que ángel y el demonio pudieran decir.
—Pero me ha tocado, me ha marcado. Puedo sentir sus dedos en mi piel, la marca de su mano está justo arriba de mi codo. Hoy hasta Jackson pudo verla. Eso me llevó a tratar de protegerlo y entonces cuando estaba marcándolo con una guarda, Brigitte del Cementerio lo reclamó para sí. Bruja que no haya visto sus primeros pasos en Nueva Orleans no puede medirse ante el oráculo. Pero tú puedes hacerlo, nana. Por mí. Por Jackson. Convéncela de que retire su marca.
—Este es el momento. —Sage suspiró a su oído.
—Odio decir esto guapa —añadió Gerard —, pero pocas veces el diablo y el ángel en tu oído están de acuerdo. No quieres darle entrada a La Dama del Cementerio. Dile las razones a tu Magnolia.
—Brigitte suele jugar con todo y con todos. Su humor es un poco cruel, pero no pasa de ser eso. ¡Por supuesto que ha de reclamar a Jackson! Los guede son loas con espíritu de malas mujeres, pero no va a pasar de eso. Solo un susto, para verte sufrir, para recordarme nuestro feudo. En cuanto a Nick Rashard, es efectivamente quien dices mi niña y si no te había dicho nada al respecto fue por no empañar tu felicidad ese día. Si ha dado contigo, debes regresar a Georgia. A pesar de que eso acorta la distancia entre ambos, la casa de Savannah ha de darte protección.
—He de estar allí en menos de un mes. Sola. Jackson va a permanecer en el Fuerte Sumter.
—Que sea por poco tiempo —concluyó Trinidad y con eso la conexión entre ambas desapareció.
—Hermosa dama —Gerard fue el primero en dar su opinión—. Usted debió haber sido un demonio. Es sorprendente la forma en que se las arregló para no mentir y al mismo tiempo no decir ni la mínima verdad. Ese "que sea por poco tiempo" fue una verdadera obra de arte. ¿Viajará Magnolia de vuelta a casa consciente que su esposo tiene los días contados? Nunca lo sabremos.
Sage solo guardó silencio, habiendo presenciado una de esas maravillas del amor, que puede ser tan profundo como tan egoísta. Trinidad se levantó y dio la vuelta, abandonando el recinto sin despedirse.
—Humanos... —comentaron el barman y su eterno cliente, en un tono que demostraba su sentimiento hacia tan curiosas criaturas.
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