Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Decisiones Irreversibles

Algo sucedió aquella noche cuando Philippe agredió a Magnolia. Fue como si tanto para Jackson como para la más joven de los Devereaux, la niñez continuó, pero no se pudo evitar la pérdida de la inocencia.

Jax regresó a su casa consciente de que existían secretos que no podía compartir con sus padres. Se llevó un regaño de parte de Martha, la cual creyó la primera de tantas mentiras que saldrían de boca de su hijo para justificar las cosas que transcurrían en la casa grande. Para efectos de la señora Pelman, el moretón en el brazo y mano del chico se debió a un error de cálculo al bajar de entre las ramas del roble donde colgaba el columpio de madera.

—¡Virgen Santísima! La señora va a pensar que tengo un macaco por hijo.   —Su madre siempre se preocupó por el qué dirán y no se molestó en hacer preguntas con tal de no recibir recriminaciones de parte de los Devereaux. Para cuando llegó su padre, el asunto estaba olvidado y los moretones permanecieron cubiertos bajo su camisón de dormir.

Esa noche tuvo asomo de pesadillas, pero cada vez que un rostro conocido o amigable comenzaba a tornarse gris y descarnado, Trinidad abría una puerta, espantando las imágenes horrorosas y reemplazándolas por viñetas de ensueño. Le ofrecía promesas de lugares nunca antes vistos y golosinas cuyo sabor se deshacía azucarado en su boca. Con una sonrisa dibujada en sus labios, mientras sus ojos no dejaban de moverse tras sus párpados cerrados, Jax empezó, sin conciencia de ello, a cruzar el velo que separa lo visible de lo invisible y por ende, a hacerse más valioso.

No fue lo mismo para Magnolia. Maggie vivió entre espíritus desde muy niña. Tanto así, que ante la muerte de su padre, imaginó que Daddy Henri solo salió de viaje. El largo de su estadía se midió en los días que Trinidad tardó en encontrar el bulbo de tulipán perfecto para hacerle regresar. No contaba con que la intrusión tan mundana de Philippe fuera a destruir su segunda oportunidad con su padre, la que se supone que le duraría toda una vida. El espíritu de Henri Danae se perdió para siempre entre pétalos marchitos. Y la chiquilla, quien apenas comenzaba a recuperarse, se enfrentó con tal cosa como un segundo y definitivo adiós.

Rebelde, la niña cerró sus ojos a los restantes fantasmas. Aquellas almas que por años buscaron el consuelo de ser vistas, fueron negadas de presencia en su mundo. Jax agradecía no tener que verlas, pues sus ojos solo podían ver lo que Magnolia le permitía. Pero eso no impedía que en sus visitas a la casa grande notara que los pasillos se hicieron más oscuros y que a veces, uno que otro ruido, como el trillar de los espejos en invierno, pareciera dejar escapar palabras.

Todo tuvo consecuencias. Philippe fue preso de una locura que resultaba inexplicable para todos. El día en que pretendió hacer la vida imposible a su prima, y mientras disfrutaba de mostrar su evidente crueldad, en un abrir y cerrar de ojos el rostro de Magnolia y hasta su voz, parecieron transformarse en la viva imagen de su hermana Antoinette.

Desde ese instante no dejó de verla.

La silueta de su hermana se asomaba desde las sombras en su habitación. Sus frías manitas se posaban sobre su frente o acariciaban el contorno de su rostro mientras dormía, haciéndole despertar con el corazón agitado y una sensación de ardor en el cuello.

—Está haciendo un teatro. ¿Verdad, Trini? —Magnolia le preguntó a su nana mientras la mujer arreglaba su cabello—. Philippe anda por la casa diciendo que ve a Antoinette. Pero mi prima está segura, durmiendo en tu baúl. Esperando por mí. ¿Verdad? Tú misma me has dicho que los hombres Devereaux no tienen el don de ver.

Dos veces pidió a su nana que corroborara, lo que indicó a Trinidad que su niña estaba empezando a sospechar de sus acciones. Cinco cepilladas completaron las requeridas cien y mientras la mujer recogía el sedoso cabello oscuro de la chiquilla en un moño, besó su mejilla.

—Por supuesto. Si tú no lo pides, nadie sale de la caja de recuerdos. La misma quedó sellada una vez decidiste cerrar tus ojos a los espíritus. Pero hagamos una cosa, solo para estar seguras de que Philippe no tendrá excusa para acusarte. No debes hacer nada sin consultarme. Espero que entiendas lo crucial que es esto para nuestro bienestar.

La nana aprovechó ese instante para manipular a la niña y convencerla de no utilizar sus poderes. Si alguien iba a manifestar en esa casa, sería Trinidad. Ella estaría en control. Cada uso de la magia para someter la voluntad de otro implicaba una mancha en el espíritu y Magnolia era muy pequeña para entender consecuencias... o llamar la atención de aquellos con un interés de cobrar deudas.

Maggie se abrazó a Trinidad y la mujer le respondió. Sus brazos eran firmes y fueron suficientes para convencer a la pequeña a su cargo. Sus labios permanecieron cerrados, no fuera que se hicieran evidentes sus pecados.

Trinidad cargaría con la responsabilidad. Se ensuciaría las manos con tal de avanzar lo que en su cabeza garantizaba el bienestar de la niña. Había más de una forma de manejar a un espíritu y no fue difícil reclamar el alma de Antoinette, la cual tras despertar inesperadamente del profundo sueño de la muerte, pasó de ser un ente en descanso a un espíritu sediento de venganza.

Después de todo, la hija menor de los Devereaux de Tallahassee no murió por accidente. Fue empujada con saña escalera abajo por su hermano, a quien no detuvo un segundo el remordimiento antes de desaparecerse a su habitación y esperar que el grito devastador de su madre le avisara lo que ya él bien sabía.

Por seis meses, Antoinette, liberada por Trinidad, atormentó las noches y los días de su hermano hasta que, satisfecha, observó cómo Philippe se echaba una soga al cuello y la muerte reclamaba una vida más en la mansión. Su única esperanza de redención fue la carta descubierta a sus pies.

Lamentablemente, a juicio de Trini, una muerte no sería suficiente. Desde el día que descubrió que Jax compartía su don, designó que el chico quedaría inevitablemente ligado a Magnolia, y de un tiempo a esa parte, el padre del muchacho de cabellos rubios estaba convirtiéndose en un problema.

✨✨✨

A dos años de la muerte de Philippe, Maurice y Susanne habían formado un lazo afectivo con Jackson que incluso facilitó que la dueña de la casa se acercara a Magnolia y empezara a verla también como a una hija.

El intenso dolor de perder dos hijos en menos de una década, forzó a Susanne a confesar que su disgusto con Magnolia y Trinidad surgía de sus inseguridades más que de una intuición que dictaba que ambas eran un peligro para su familia. Después de todo, la confesión inesperada en la carta de despedida de Philippe descubrieron ante ella un hijo frío, desnaturalizado y divorciado de sentimientos, de cuya maldad y eventual angustia la mujer se sintió responsable.

Fue entonces que sus ojos se voltearon hacia Jackson. Susanne necesitaba un proyecto y su esposo cedió. El niño comenzó a formar parte de sus vidas. Pronto, para la delicia de Martha, Jackson fue invitado a asistir al colegio de la parroquia, donde se le garantizaría una educación de primera línea.

Pelman padre no recibió las noticias con el mismo regocijo. Casi diez años manejando la hacienda de Tallahassee habían operado un cambio en la forma en que veía la vida. Había visto el impacto de la esclavitud en las islas y vivido lo suficiente para ver a Jamaica librarse del yugo de la misma. Era algo que trataba de no argumentar, pero que nunca abandonó su memoria.

Su tiempo en Florida le ganó la ansiada libertad personal que buscaba al llegar a los Estados Unidos, pero al mismo tiempo, robó un pedazo de su alma y convicción al hacerle cómplice de un estilo de vida con el cual nunca estuvo de acuerdo.

Al ser un hombre casado, sus determinaciones ya no eran solo de uno. A veces se le hacía difícil convencer a su esposa de las cosas que se le parecían evidentes, sobre todo al vivir bajo la sombra de los Devereaux.

—No pareces entender,  Martha. Esto no es solo un favor. Están transformando a Jackson a su imagen. ¿Qué va a pasar? ¿Qué crees que nos espera cuando no podamos darle a nuestro hijo lo que su educación exige? Vamos a perderlo. O peor aún, vamos a atestiguar cómo se convierte en una copia de joven Philippe. Nadie vive entre esas cuatro paredes lo suficiente para no deshumanizarse y lo sabes.

—¿De qué hablas, padre? Si me permites.

Los Pelman no habían notado la llegada de Jackson, acompañado de Trinidad. Por lo general Martha recogía el niño al final de la jornada escolar, pero aparentemente el día se dio por terminado antes de lo previsto. El hombre era ante todo cabal, no iba a volver atrás en su palabra. No le quedó más remedio que permitir que ambos escucharan lo que tenía que decir.

—Decía, madame Trinidad, que a pesar de lo agradecido que estoy con la deferencia para con mi hijo, estoy considerando dar un cambio a nuestras vidas.

La revelación fue inesperada, sobre todo para Martha, quien tosió de manera seca y tomó asiento junto a su esposo, sin pensar tan siquiera en tratar a Trinidad como visita.

—Verá usted, en estos días me tocó ir al mercado en Nueva Orleans. Es la primera vez que atestiguo tal cosa. En casi diez años, el señor Devereaux no había tenido necesidad de expandir su fuerza obrera. Imagino que usted sabe a lo que me refiero, Trinidad.

La mulata se tensó y mantuvo la boca cerrada. Respiró con algo de dificultad mientras tomaba el asiento que Martha olvidó ofrecerle.

Negar la pregunta era pasar por algo más que ignorante. Por años, Nueva Orleans llevaba la poco honorable distinción de ser el puerto más grande de trata humana en los Estados Unidos.

Miles de esclavos, procedentes de África o canjeados de segunda mano desde las Islas del Caribe, creaban su primera imagen de lo que sería Norteamérica en el delta del río Mississippi. Desde allí su vida era determinada en diferentes suertes, siendo repartidos en lotes que iban a parar en cualquier estado entre Louisiana y Missouri.

—Conozco tanto el mercado como el bloque de venta, señor Pelman. Nunca he puesto un pie en ninguno. No es mi mundo, como tampoco es mi mundo el de las fastuosas reuniones de adinerados en el Garden District.

—Pero si escoger pudiera, estimada Trinidad...

La sugerencia de Pelman fue considerada como un golpe bajo. Trinidad no estaba acostumbrada al azote, físico o verbal.

—Sus declaraciones le hacen ignorante de mi condición, caballero. Yo soy gente de color libre. Tengo educación y hasta una medida de fortuna propia. En mis venas corre sangre negra, la cual nunca he negado. No considero fortuna o desgracia que por ellas también corra sangre blanca, por vía española y francesa. Mis antepasados me legaron un mundo libre de los horrores que se asomarían a nuestras puertas en futuras generaciones. Ese es el lote donde me tocó venderme, el que queda entre dos mundos sin pertenecer a ninguno.

—Disculpe. No fue mi intención ofenderla. Solo quería saber si la forma elegante de Nueva Orleans de alguna manera excusa lo brutal de la transacción. Presta atención, Jackson.  —Pelman requirió de su hijo—. En este nuevo y bravo mundo donde existimos, no se trata solo de tratar a aquellos bajo tu control como humanos o hacer amigos con esclavos de cuadra. De vez en cuando, tienes que vestir tus mejores ropas, e ir a un lugar donde la gente es pronta a olvidar lo indigno y comprar carne humana con una sonrisa en los labios, dinero en mano. ¿Sabes cuántos compré para el señor Devereaux? Cincuenta. Un número inusual para una hacienda tan pequeña. Pero resulta que se me informó que han de extender el negocio. Ya no solo estaremos procesando tabaco para consumo local, sino que vamos a plantar algodón y caña de azúcar. Hoy he visto el futuro, Jax. —El hombre ladeó su rostro, apesadumbrado—. Esta pesadilla no acabará jamás. Mientras el mundo se industrializa, este país está tomando una decisión irreversible. Yo ya no puedo con el peso en mi alma. Volvemos a Jamaica.

Nadie dijo nada tras de eso. Martha bufó indignada. Estaba molesta de que se le hiciera saber de una decisión tan importante al mismo tiempo que a una extraña. Jax simplemente trató de encontrar consuelo en cualquiera, pero los adultos parecían haberse retirado a ese lugar donde los niños no son bienvenidos.

—Es de sabios tener en cuenta cuando retirarse. —Trinidad se levantó haciendo un ademán a Martha con el que indicaba que no era necesario que le mostraran la salida—. Les dejo para que resuelvan esto en familia.

—Por supuesto, madame —Pelman padre enfatizó las palabras. Le constaba perfectamente que su decisión no había caído bien a Trinidad y quería asegurarse que la mujer no confabulara con su esposa—. Agradezco que entienda que ya esto es decisión tomada.

Esa noche, mientras los Pelman excusaron a Jax para discutir la situación que de manera tan abrupta se había traído a la mesa, Trinidad se retiró temprano a sus aposentos. De entre su baúl produjo varias cosas que colocó con mucho cuidado sobre el escritorio de caoba de su habitación. Un pañuelo rojo, una vela blanca, una pizca de tierra del suelo frente a la cabaña de los Pelman y una navaja de filo plateado, con la cual hizo una pequeña incisión en el monte de marte de su mano. El capataz estaba comprometiendo el futuro de Magnolia y declarándole la guerra a su voluntad. Por menos, Trinidad había hecho peores cosas.

Pronunció unas palabras de cadencia suave e intención mortal. Pagaría con su sangre y parte de su alma, con tal de que Jackson no saliera de la hacienda. Mezcló sangre, cera y tierra antes de derramarlas sobre el pañuelo, mencionar un nombre y extinguir la llama. Estaba ofendida en su orgullo por un hombre dispuesto a arruinar sus planes sin la mínima consideración.

—¡Fille de pute! Nunca pensé que pudieras ser tan perra, tan esclava de los Devereaux. Eres una desgracia. —Una voz femenina escupió las palabras a su espalda, con evidente descontento. La habitación se inundó con olor a tabaco, clavo y ron de especias.

Era imposible. Trinidad bien sabía que Brigitte del Cementerio no podía abandonar los confines de Nueva Orleans. Temerosa, apenas pronunció palabra.

Maman, ha pasado mucho tiempo.

—No sé si reírme o expresar mi admiración ante tu descaro. —Brigitte apoyó dos dedos en su sien, como quien simula tener que contener un dolor de cabeza—. Me llamas madre, cuando desde hace más de cinco años abandonaste tus raíces en Nueva Orleans y ataste tu mano suerte a la magia bastarda de los Devereaux. ¿Cómo te ha ido, Trinidad? ¿Hay algo que pueda hacer para salvar tu alma? No que me interese, pero se lo debo a tu madre y a tu abuela. A lo mejor las recuerdas. Son aquellas a las cuales no les daba grima llamarse negras y sabían por cuales batallas vale derramar sangre.

El rostro de Trinidad se contorsionó con rabia. Las palabras salieron certeras como saetas de su boca y el respeto y el miedo desaparecieron para dar lugar a una reacción que rayaba en desafío.

—¡Eres la segunda persona hoy que se llena la boca llamándome privilegiada!

—¡Ah! Pero yo sí tengo causa.

Brigitte fue más allá del asalto verbal. Agarró a la bruja por los brazos, forzándola sobre la mesa y anclándola bajo el peso de su cuerpo. A pesar de ser una proyección, la magia primordial en El Oráculo era tan avasalladora que dejó a Trinidad inmóvil. La bruja pudo incluso sentir el aliento de la loa, dulce, caliente e íntimo en la curva de su oreja. La piel de Brigitte y la de Trinidad eran de la misma tonalidad, ese café con leche que se consideraba "aceptable" en ciertas áreas de Louisiana, pero allí terminaba el parecido. La Dama, en completo dominio de la situación, acercó el brazo de Trinidad de manera amenazante a la llama de la vela que segundos antes había sido extinguida, pero ahora flameaba a voluntad de la guarda de la muerte.

—A ver si a media luz leo algo en tu sangre, porque por mis venas no corre ninguna. Debes pensar que eso me exime de dolor, pero te equivocas. Por mis venas vacías corre el recuerdo de los días de libertad, la decepción y la amargura de ser presa a traición por los más fuertes en un continente negro, solo para ser vendida. Llevo dentro de mí la humillación del hierro, la violación más íntima de carne y espíritu, la supresión y el obligado silencio. Llevo el terror de la sumisión que permitió que en lecho de amos blancos empezara a formarse lo que eres hoy día. Los llevo a todos, y eso me da derecho a juzgarte.

—No entiendes, nunca vas a entender, Brigitte. —Trinidad podía estar pensando que le iba a llegar la hora, pero su rostro no delataba nada. Había jugado sus cartas a sabiendas, y estaba dispuesta a ver su mano hasta las últimas consecuencias—. Tú ves solo un futuro, yo he visto muchos, y todos convergen en Magnolia. Me uní a la Casa Devereaux con dos motivos, ya fuera evitar el nacimiento de esa niña, o de verla esquivar su destino. Nunca tuve buena mano para matar inocentes en cuna.

—¡En realidad eres una mujer soberbia! ¿Me estás diciendo que ves más allá de lo que puedo ver, bruja inmunda? Yo soy La Dama del Cementerio; muerte y hermana de la vida. A mí nada se me escapa. Desde Lafayette, en el corazón de Nueva Orleans, puedo ver las puertas que se abren a otros mundos. ¡El día que te pedí que te mancharas las manos de sangre, estaba tratando de evitar futuras desgracias! ¡No compares tus determinaciones con las mías!

Si Brigitte la había declarado altanera, entonces a Trinidad no le quedaba más que levantar la barbilla. Empujó su cuerpo hacia atrás con saña, pero sus esfuerzos no lograron sacudir la presencia espectral de su espalda. Brigitte se dio por servida con verla tratar en vano, y la dejó libre. Fue entonces que Trinidad notó que la morena vestía un atuendo extraño.

Llevaba lo que parecían ser pantalones ajustados de saya roída y un bustier sin varilla. Sus senos, perfectamente redondos, se asomaban en la comisura de la tela, desafiando la gravedad. Una silueta fina y serpentina se movía entre la escasa tela, acomodándose en una rosca entre su torso. Trinidad decidió no preguntar.

—No me cabe duda. La Dama de seguro sabe todo lo que pasa entre el cielo y el suelo. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar qué hay más arriba y más abajo? ¿Es acaso que has visto a Dios y al Diablo hablar, por boca de ángeles y demonios? Me consta que ellos también rondan tus calles, y a pesar de que te conceden la deferencia de darse a conocer, y de cumplir tu código, me pregunto si en realidad están sujetos a tu autoridad.

Brigitte no contestó su interrogante. No le iba a dar el gusto de compartir algo que era su prerrogativa desvelar. Solo sonrió, mordiendo sus labios, mientras sus ojos abrazaban el brillo áureo que les transformaría en topacio.

—¿Cuántos futuros has visto? ¿Cuántas visiones son reales, cuántas la expresión desmedida de tu atormentada imaginación? Yo he estado en el futuro. ¿Quieres saber, querida? Se acerca una guerra. No será hoy, ni mañana. Pero si tanto te interesa el cielo y el infierno, ambos van a levantar sus tiendas en esta tierra. La sangre va a llamar sangre y a la hora de correr, va a correr roja, sobre piel blanca, sobre piel negra. Puede que llegue el día Trinidad, que ya no importe de qué lado estás, porque ambos encontrarán razón para aborrecerte. Y entonces, cualesquiera que sean los planes que tiene el Diablo con Magnolia Devereaux, serán puestos en pausa. El escarnio que viene es tan grande, que un alma más o menos no va a hacer mella. Pero he llegado tarde, ¿no es cierto?

Los ojos de La Dama se vistieron de compasión entre un abrir y cerrar. Sus finos dedos trazaron las marcas en el pañuelo rojo, el cual dejó a plena vista el nombre de un hombre.

—Tengo cosas que hacer —indicó a Trinidad, mientras levantaba en peso a la serpiente, que se deslizó vaga por la pata de la mesa hasta el suelo—. Wedo va a terminar esta conversación. ¿Viste lo que hizo tu bruja favorita, hermanito? Tomó una vida sin derecho, por su propia mano. ¡Mil veces peor que lo que hizo con Henri Danae! Ahora dime, ¿cómo vas a remediarlo?

Brigitte desapareció, esfumándose en neblina gris, dejando apenas un rastro de condensación para que Wedo encontrara el camino de vuelta. Trinidad no le temía a la muerte. La muerte era, en todo caso definitiva y ella había visto y vivido lo suficiente para saber que a quien se le debe temer es a la vida. La vida da y la vida quita con cantidad de vueltas inesperadas. Y ahora, la vida le miraba a los ojos, sin pestañear. Libre de su aspecto serpentino, Wedo apenas le llegaba a la altura del hombro.

—Una vida por una vida, Trinidad. Pero debes más que essso. —Un silbido cadencioso empezó a hacerse evidente en el habla del adolescente de apariencia enfermiza y cabello picoteado—. Hoy quitassste un padre a un hijo, dejassste un bote a merced de las olas. Vas a cuidar de Jax ahora, pero conociéndote, no te será un pesar. Essso es lo que quieres, cuidar del niño para beneficio de Magnolia. Bien. Eso tendrás. Con lo que hiciste, una vida no ha de ssser suficiente. Tu compromiso con Magnolia no acabará ni con tu muerte. Vida tras vida, ciclo tras ciclo. Tus huesos encontrarán sosiego en la tierra, pero tu esssspíritu nunca, hasta que veas bien servida a tu niña. ¿Por qué me miras con ansiasss, bruja? ¿No es ese tu mayor deseo? Considéralo cumplido. Por ella, para ella, por sssiempre.

✨✨✨

Jax disfrutaba de la compañía de Raymond. El chico era su amigo de manera en que Magnolia nunca podría serlo. Jax jamás lo iba a confesar, pero ser compañero de juegos de Magnolia era convertirse en un híbrido: medio "damo de compañía" y medio idiota. No hacía más que protestar o insistirle en otras cosas, que la chiquilla lo convencía de hacer lo que a ella le venía en gana de solo mirarlo.

Con Raymond podía ser cochino y cazar ranas. Cultivando la malacrianza, disfrutaban de practicar las palabras soeces sobre las que Martha le amenazaba con hacerle comer jabón. Y ante todo, podía darse el lujo de mostrarse despreocupado. Las miradas de Raymond no le provocaba nauseabundas maripositas en el estómago.

Jax sabía que se le estaba haciendo tarde. Aprovechó la discusión de sus padres para escabullirse hasta los establos, pero la madre de Ray llevaba el tiempo por ambos y extrañando a su hijo, fue a buscarle.

—Niño Jackson —la morena le dio una mirada recriminante—, Ray no tiene el don de jugar a ser señorito de casa como usted. Tiene que ayudarme con la labor en la cocina antes de comer. La esclava trilló los dedos y para su hijo fue suficiente. Caminó hacia ella tras despedirse de Jax, pero justo antes de acercarse a tomar su mano, quedó como congelado en su lugar.

—Jackson. —La mujer puso una mano sobre la cabeza de Raymond, pero el muchachito solo siguió temblando como una hoja. Sus sentidos estaban gritando lo que era evidente a los ojos de Jax. Esa mujer no era la madre de Raymond. Jax pensó que la morena más extraña que vería en su vida era Trinidad. Sin duda se equivocó. Aquí había una que brillaba como el oro, acomodada dentro de la piel de una persona conocida.

—Jackson Pelman, ¡no me hagas perder el tiempo! —Brigitte del Cementerio hablaba sin la mínima dificultad por los labios de la madre de Raymond—. Voy a contarte algo importante. Hay un lugar donde el Diablo llega a planear sus fechorías, un centro de maldad que ha existido desde el principio del tiempo y toma la forma de una silla en Cassadaga, Florida. Uno de estos días se te va a meter en la cabeza visitar ese lugar. No lo hagas, ¿me oíste? ¡No lo hagas! Y si acaso el demonio algún día se pensara tan osado como para mover su trasero de esa silla y apareciera ante ti, para pedirte algo, niégale lo que requiera, o me voy a quedar con tu alma. Hay cosas peores que la muerte y que el infierno, niño. No me obligues a mostrártelas.

Los ojos de la mujer se tornaron un amarillo iridiscente antes de hervir y vaciarse de entre las cuencas en espesas lágrimas. Jax no tuvo la valentía de preguntar quién o qué era. Salió corriendo de allí, perseguido por las palabras crueles de la mujer.

—¡Corre, Jackson! Corre más rápido que el viento, a ver si llegas antes de que el frío de la tumba se apodere de tu padre.

Fue darle una esperanza en vano. Para cuando llegó a las escaleras de la cabaña, los gritos de Martha Pelman estaban anunciando una muerte.

✨✨✨

Cementerio Lafayette #1, Nueva Orleans

Los ojos de Brigitte volvieron a hacerse topacio. Su cuerpo se desplomó sobre la mesa. Estaba exhausta y apenas si tenía energía para conjurar sus ropas. Hacer un espectáculo para Trinidad era una cosa, poseer a alguien que desconocía de los misterios, otra. Wedo le esperaba, recostado de una esquina en la cripta. Se estiró, decidiendo si el dolor era más fuerte que el hambre. El estómago ganó la partida.

—Vamos al mercado hermanito. ¿No se te antojan beignets? Una proyección, un viaje en el tiempo y una posesión le tientan la tripa a cualquiera. Trilló los dedos, pidiendo que Wedo le pasara el tignon perlado en el cual ocultaba su cabello al salir a la calle.

—Gigi... —Cuando Wedo usaba un apodo para referirse a su hermana, era indicativo de que la conversación sería larga—. Me pedissste castigar a Trinidad, pero no medissste tu crueldad con ese niño. No era necesario hacerle creer que su tardanza provocó la muerte de su padre. El hombre ya había cruzado el velo cuando hablassste con él.

—Tú solo entiendes bondades, Wedo. Quise aterrarlo de tal manera, que jamás se le ocurra volver a pretender entender lo sobrenatural. Va a convertirse en algo inútil para Trinidad y con eso voy a salvar su vida.

—Y tu sssolo entiendes la lógica de la tumba, donde no existen variablesss. El amor es un elemento impredecible. Cuando Magnolia lo necesssite, nada va a detener a Jackson de ir a Casssadaga, tratar con el hombre de negro, o entregar hasta el alma por ella.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro