Ángeles en el tablado
—Un centavo por tus pensamientos. —Jackson se acercó a Magnolia, tratando de acortar el espacio emocional que se había abierto entre ambos durante el viaje. Unas pocas horas en la casa de Savannah le dieron para adivinar lo que provocó el ánimo sombrío y encontrado de la joven.
En Tallahassee, Maggie podía argumentar que el rechazo que siempre sintió de parte de Susanne se debía a que entre ellas no había relación de sangre. En el poco tiempo junto a Jeanine, se hizo evidente que su madre también la mantenía a distancia. La mujer prestó más atención a Jax que lo que concedió a su propia hija, convirtiendo a Pelman en el centro de una escena que hubiese sido risible y absurda, de no haberle resultado tan dolorosa.
Su madre no se presentó a cenar. Fueron solo tres a la mesa comiendo en silencio, como si con el plato estuviesen expiando alguna culpa. Martha se retiró en cuanto Catalina anunció el postre. Los jóvenes arruinaron el merengue en la tarta de limón sin animarse a comerlo, antes de excusarse y moverse a la sala principal.
—Siempre tienes que destacar, ¿no? —No era típico de Maggie desvelar su corazón. Era mucho más fácil verla imponiendo su voluntad que entristecida—. Debo agradecerte, Jackson. Tu presencia hace todo más fácil. Al menos mamman pasó un buen rato esta tarde. Es lo más animada que la he visto desde que su enfermedad nos separó. Debo contarme con suerte. Si aceptaran mujeres en el Instituto Militar, de seguro conspiraría para enviarme a Virginia y quedarse contigo.
Cuando levantó la mirada, logró congelar la típica mueca divertida en los labios de Jax. Los ojos de Maggie estaban cuajados de lágrimas y fue suficiente para que Jackson evaluara la vida de ambos en el espacio de un respiro. Fue como si los últimos diez años les hubiesen empujado a ese momento. Como todo lo que distinguía a la relación entre ambos, las revelaciones importantes llegaban en instantes inapropiados.
No solamente era su misión protegerla. La amaba. Tan sencillo como eso. Nunca antes había tenido que planteárselo por el hecho de que contaba con siempre tenerla cerca. Y de repente, a una noche antes de desaparecer de su vida por al menos cuatro años, se le antojó saber si ella sentía lo mismo.
Levantó la barbilla de la joven, provocando que esa lágrima contenida se deslizara por su mejilla, dejando solo una mirada llena de expectativas.
Como siempre pasa con los besos que en realidad importan, nadie fue capaz de determinar quién fue el primero en tomar la iniciativa.
Sus labios apenas rozaron, tímida y tentativamente.
Magnolia supo entonces, una vez sus dedos se entrelazaron en ese cabello rubio, no habría vuelta atrás.
Él la atrajo, deslizando su brazo por detrás de su cintura y por un segundo sus miradas se encontraron, reconociendo la energía entre ellos, la necesidad de más.
Jackson no abandonó la ternura, pero el beso se hizo más posesivo, más íntimo, hasta hacerla temblar y derribar su última defensa.
—Al diablo los planes de otros —Jax continuó mientras Maggie se abrazaba a él con una risilla nerviosa—. Al diablo con mis planes también, porque lo menos que esperaba era confesarte mi amor a la sombra de una escalera, pero si estás dispuesta a esperarme, Maggie Devereaux, voy a volver por ti. Y el tiempo dirá si logro convencerte de deshacerte de ese apellido tan complicado y hacerte de uno más sencillo.
—Nunca he sido paciente. —Se separó de él solo para delinear de manera coqueta el contorno de sus labios, como si necesitara recordarse a sí misma como trazar una sonrisa—. Pero puedo intentarlo. Solo quiero pedirte algo Jackson. Va a sonar impropio, pero nunca nos hemos preocupado por tales cosas. No le demos participación a nadie de lo nuestro. No a Martha, ni a mi madre. Mucho menos a Trinidad. No me interesa saber si contamos con su aprobación o no. Será tu tiempo y el mío. Tu vida y la mía.
Detrás de sus palabras se escondía la preocupación con la que cargaba desde niña, la sensación que le acosaba como un aguijón. Trinidad siempre tendría la última palabra en su vida y ella debía estar segura de que Jackson no se viera afectado por las determinaciones de su nana, ya fuera que la mujer estuviera a favor o en contra de la relación.
Mientras nadie supiera nada, podría darse el lujo de soñar con una vida diferente a la que tenía pautada. Podía vivir con la esperanza de que Jax la salvaría de sí misma.
Martha Pelman siempre fue ligera de pasos, pero incluso para ella era imposible evitar el eco producido por la escalera de caoba. Encontró a su hijo y a la niña Devereaux sentados en el reposo bajo la misma, junto a la ventana.
—Ustedes dos siempre han tenido amor por los recovecos —observó sin dar la mínima importancia a la cercanía entre ambos—. Olvidé decirles que arriba se me comunicó que la señora Jeanine nos reservó una noche en el teatro. ¿No crees que es un hermoso gesto, Jackson? Un poco de cultura en Savannah no nos hará mal antes de salir hacia Virginia mañana. La función comienza a las nueve, y apenas tenemos tiempo. ¡Vamos, vamos!
Un par de palmadas marcaron el paso que todos debían seguir, antes de voltear sobre sus talones y volver al segundo piso.
—Por lo visto no es solo mi madre quien disfruta del teatro —Magnolia bufó antes de hacer una perfecta imitación de Martha.
—No seas tan ruin, Magnolia —Jax se despidió de ella con un beso rápido a sus rizos perfumados—. Ayer amabas a mi madre y hoy andas mortificada por la suegra.
✨✨✨
El teatro de Savannah se había convertido en el centro cultural de la ciudad desde sus inicios en 1818.
La estructura de tres pisos albergaba una unión de actores residentes y abría sus puertas a cantidad de tropas actorales provenientes de los confines de la nación y visitantes del extranjero.
Durante el tiempo muerto, hacia el final del verano, la compañía transformaba la plaza adyacente en un tablado al aire libre donde la sociedad de Savannah podía disfrutar de obras de alto calibre.
Cuando Jackson, Magnolia y Martha se presentaron en la Plaza Chippewa, el crepúsculo se disolvía en bandas de azul y magenta que se darían lugar a una perfecta noche de otoño. La lluvia amenazante de la temprana tarde dejó tras de sí un cielo libre de nubes.
Una brisa suave se levantaba desde la rivera, y los jardines, al amparo de olmos cubiertos de barba española, estaban sembrados de adelfa, galán de noche y mirto, dándole al ambiente un toque Mediterráneo.
Exquisitos bancos de madera se acomodaban en semi-círculo frente a un improvisado escenario. El espacio entre las filas había sido iluminado con velas en delicados contenedores de cristal a ras del suelo que despedían un dulce olor a lavanda. La luna llena era el elemento final de un perfecto tapiz de luz y sombra, complementando por las lámparas de gas flanqueando la plaza.
En noches como esa, nadie veía más allá de lo que permitían los abrumados sentidos. Por ende, no hubo humano que se percatara de un par de presencias, eco de voces se perdía entre el ir y venir de los adeptos al teatro.
Sage y Gerard llegaron esa noche a Savannah, procedentes de Europa, donde el bar había cerrado sus puertas tras el amago de apocalipsis que fue la gran epidemia de cólera de París.
—Uno a favor de la misericordia —apuntó Sage, quien aún no decidía que apariencia tomar, era apenas un destello de luz que se movía a la par con los rayos de la luna—. La humanidad está una vez más segura y la tierra sigue girando por virtud de los justos que claman hacia el cielo.
Gerard, quien siempre tenía algo contrario que decir, se desplazó por el mismo camino plateado dejándole saber al barman.
—Punto, en todo caso, para la ciencia. ¿O es que vas a anotarte a tu favor el trabajo de los galenos?
Sage iba a comenzar su discurso sobre caminos misterios, cuando algo le hizo fijarse en las cercanías al escenario. Una jovencita había llamado tanto su atención como la de su demoníaca contraparte.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —A Gerard no le servía disimular. Una vez Sage detectaba un alma en apuros, el asunto se convertía en una carrera contra el tiempo—. Hace una centena de años que no me daba con alguien envuelto en un pacto. ¿Será por esa belleza de cabellos negros que vamos a abrir el bar en medio de esta nada?
—No te hagas el tonto, Gerard. No te queda. Sabes que el bar no abre solo por un alma. Nuestro trabajo es a gran escala. Pero por un alma, vale la pena arriesgarse. No existe tal cosa como un pacto duradero con tu señor, no mientras exista el mío.
—¡Ah, ah! Recuerda, observar sin interferir. Tú lo has dicho.
Interferir es una cosa, actuar sobre nuestra naturaleza es otra. ¿Hace cuánto que no representas abiertamente tu papel, Gerard? ¿No se te antoja?
El demonio sonrió. A veces el ángel era tan terrible como cualquier aliado de las tinieblas. Con tal de acercarse a una joven bruja, iban a torcer las reglas.
—¿Estás seguro, Sage? La posesión es mi especialidad. La posesión total del papel que se interpreta y dulces mentiras hacen de demonios excelentes actores.
—Gracias por la advertencia, Gerard. Pero el tablado también es sublime y le da alas al alma. Antes de abrir el bar, vamos a poseer a toda una tropa. Y que gane quien interprete el mejor libreto.
✨✨✨
No solo el ángel y el demonio habían puesto sus ojos en Magnolia. Aquellos que conocían sobre la identidad de la joven, se sorprendieron ver que la misma no estuviese en compañía de su nana, sino de dos desconocidos.
Martha estaba consciente de lo que una observación mal intencionada podía hacer con la reputación de una señorita. Tras presentarse como la chaperona de turno e introducir a Jackson como su hijo y escolta, se plantó entre los jóvenes, procurando no escatimar en lucir el ancho de sus faldas, solo para crear más espacio.
La joven Devereaux vestía un traje de tafeta verde con un corte parisino que dejaba los brazos al descubierto. La moda, a pesar de ser abiertamente aceptada en la capital francesa, era algo atrevida para el corte conservador de Savannah.
—Ese vestido es un descaro. Se pueden ver dos palmos de su espalda. ¿Has notado que no puedes ver dónde termina la línea de su bronceado? Eso me provoca pensar en que fachas andaría en la Florida. La piel demasiado dorada es vulgar. —Una dama de mayor edad comentaba a su acompañante, probablemente su esposo, el cual estaba demasiado aburrido para mirar a la joven y corroborar las palabras de su mujer—. De seguro andan buscándole pretendiente o tal vez se lo ha puesto para modelarle al joven que les acompaña.
Las orejas de Martha estaban empezando a arder y justo cuando Jackson se prestaba a rescatar el honor de su novia secreta y mortificada madre, Maggie se volteó echa una furia y aclaró las dudas de la fastidiosa mujer.
—La damita viste a su placer, no por ni para otros. Gracias, madame, por su interés en mi persona.
Jax se rascó el tabique de la nariz, ocultado una sonrisa que de seguro Martha habría de desaprobar, mientras que el esposo de la chismosa pareció volver a la vida con un asomo de carcajada. Magnolia le había regalado un instante de pura felicidad.
Tres campanadas anunciaban el comienzo de la obra y Martha se deslizó hacia delante en el banco para apreciar mejor el escenario. Maggie, por el contrario, se reclinó un poco, con tal de echarle un ojo a Jackson, a quien la oportunidad de devolverle la mirada no pasó desapercibida.
La palabra correcta debía ser guapo, pero Jax era simplemente "lindo" a los ojos de Maggie. Esa noche vestía un traje gris con una inmaculada camisa blanca. La combinación de colores hacía que su cabello, cuidadosamente peinado hacia atrás, se observara con una tonalidad casi dorada. Sonrió para sí al descubrir que él también se había acomodado para echarle una mirada furtiva.
—¡Bienvenidos a Tiempo Muerto!
La voz del maestro de ceremonias no solo retumbó, a través del escenario, su presencia provocó un grito inesperado entre uno que otro de los presentes.
Ante ellos estaba un hombre joven, no mayor de veinticinco años. Su piel se había hecho el blanco del mármol por medio del maquillaje y sus pómulos estaban ennegrecidos por una pasta oscura que le daban un aspecto espectral. Vestía de austero negro y tentador rojo y portaba un bastón negro y con tope plateado.
Mientras su mirada se posaba sobre la audiencia, comandando silencio y atención, sus labios parecían no decidirse entre una sonrisa cordial o una picaresca. Los movimientos del hombre eran más que fluidos. Etéreo, marcaba sus pasos dando la impresión de no tocar el suelo.
Magnolia siempre fue muy sagaz y observadora. No se trataba solo de gracia y maquillaje. Uno de los ojos del hombre ardía con destellos anaranjados que hacían ver su pupila consumida por un fuego intenso, mientras que el lado izquierdo de su rostro se iluminaba con destellos plateados. Es humano-pensó- pero solo en apariencia.
Mantuvo su mirada firme en el maestro de ceremonias. Ella sabía cómo Jackson aborrecía presenciar asuntos sobrenaturales, y si en esos momentos le obligaba a ver, activado esa sensibilidad a los espíritus que el joven adquiría en su presencia, de seguro arruinaría su última noche en Savannah.
—Esta noche, como ha sido nuestra costumbre por años, les invitamos a suspender su incredulidad y entrar en un mundo donde se vive de la certeza de lo que se espera, y la convicción de lo que no se ve. Ya sea en el cielo, en el suelo, o en las profundidades del temido infierno, poner la brevedad de nuestras vidas en manos de otros es asunto de fe.
El maestro de ceremonias, pareció reconciliar su dualidad. Después de todo, tanto ángeles, como demonios, creen y viven por sus agendas, pero dañar a sus escogidos es una desventaja. Sage y Gerard estaban actuando con una armonía obligada, con tal de no truncar la psiquis del hombre que ambos habitaban en ese momento. Pegó con la punta de su bastón contra el tablado, mientras dos figuras femeninas aparecían a ambos lados del escenario, en un girar de banderas anchas, provocando que el anfitrión desapareciera entre un remolino de colores.
El sonido de gongs y tambores anunciaba un nivel de espectáculo algo exótico y mientras algunos espectadores empezaban a sentirse un poco incómodos con la actuación, la incomodidad de Magnolia tenía un origen desligado del prejuicio.
La joven sintió que su ser se estremecía.
—Deben concedernos un momento —La voz descarnada del maestro de ceremonias hizo que los presentes quitaran su atención del oscurecido escenario para tratar de dar con el elusivo narrador—. Este escenario natural no tiene la salvaje belleza del Jardín del Principio, pero al menos, hace un esfuerzo por emularlo.
El hombre se quebraba entre un dejo de nostalgia y la pausa requerida para expresar desprecio. Solo Magnolia parecía notarlo.
—Esta es la gran verdad de nuestro teatro —continuó el actor de negro y rojo—. La acción no depende del escritor, cuyas manos se mueven sobre el papel desde el principio del tiempo. Tampoco dependen del director escénico, a quien fue entregado el mundo para ser su tablado.
Un silbido siniestro se escapó de entre los labios del maestro de ceremonias. Era difícil determinar si el mismo surgió de Gerard o de Sage. Después de todo, ambos estaban a punto de conceder una idea en la cual tanto ángeles como demonios estaban de acuerdo.
—La acción depende del libre albedrío de los presentes. ¿Con qué podemos entretener? ¿Tal vez con una historia de su propia elección?
La audiencia parecía perdida en un trance, alcanzando una semblanza de ánimo solo cuando el narrador se acercaba. Era después de todo parte de la eterna apuesta de Sage y Gerard, que quien a ellos se acerca, lo hace por voluntad propia.
El actor produjo una manzana, una frágil pieza de cristal hueco llena de pequeños trozos enrollados de papel encerado. Magnolia le observaba cómo quien atestigua un sueño. El poseído se escurrió entre los bancos y se sentó, brazo contra brazo, junto a un caballero sobresaltado.
—Escoja sabiamente, señor.
El hombre tomó un pedazo de papel y se lo entregó al actor.
—¡Oh, excelente elección! —contestó el actor complacido—. Boccaccio. Una historia de libertinaje y fe. Veamos si Abraham, de la judería de París, sobrevive a la corrupción de la Iglesia romana. ¡Abraham, entra a la izquierda del tablado!
El maestro de ceremonias señaló al escenario, la tropa comenzó a representar una escena del Decamerón.
Escena tras escena recibía vítores, aplausos y demandas de más. Solo aquellos a quienes se les daba la oportunidad de escoger la escena permanecían enmudecidos. Después de todo, cada vuelta en el escenario parecía desvelar un íntimo secreto de sus vidas.
En otras circunstancias, las poderosas familias de Savannah allí representadas hubiesen exigido el cierre inmediato de la obra. Pero, por razones ajenas a su deseo, perdían el ánimo de hacerlo ante el miedo de ser descubiertos ante todos.
—El final está cerca. —El maestro de ceremonias se acercó a Magnolia sonriendo con dientes perlados.— ¿Hemos de dar una oportunidad a la señorita Devereaux de escoger una historia, o será preferible obligarla a enfrentar una verdad?
La manzana de cristal quedó frente a ella, pero no se abrió el camino de las posibilidades. No quedaban rollos de papel de cera, solo el destello rojo del envase vacío.
En el escenario, varios actores cargaban sobre sus hombros unos troncos, los cuales acomodaron horizontal sobre vertical, hasta crear una altura considerable. Luego, del lado derecho del tablado aparecieron seis figuras cubiertas de pies a cabeza en encubridoras capas. Seis generaciones arrodilladas frente a un burdo trono. Las mujeres que permitieron que la audiencia viera sus rostros eran de cabello oscuro y ojos castaños. Bien pudieran haber sido parientes de Magnolia.
—Seis generaciones y la séptima, en burla a todo lo escrito en el cielo, ha de ser la más fuerte.
La voz del actor empezó a resquebrajarse, las fuerzas opuestas contendiendo por su cuerpo no le estaban dando tregua.
—Tu destino está sellado, Magnolia Devereaux. Eres el pago de la prosperidad de seis generaciones. —Gerard había tomado control. Después de todo, existía un contrato firmado en sangre que aseguraba a la joven propiedad del infierno.
—Tu destino es solo tuyo. —La voz de Sage se impuso por apenas un segundo.
—Si de mi destino se trata, entonces elijo que esto acabe... ¡Ahora! —Maggie solo expresó su voluntad, sin entender lo que tan simple acto implicaba a un nivel cósmico.
Si tan solo los seres humanos supieran el poder que se les ha otorgado. Creados menores a todo, ante los ojos del universo a penas un subproducto de la creación y, sin embargo, a ellos se les entregó el poder de contener a ángeles y demonios.
El mundo se detuvo por un instante. El delicado olor a lavanda cesó de relajar sus sentidos. Las palabras del coro de mujeres y la sinfonía nocturna de insectos se disiparon en un profundo silencio y los presentes quedaron separados de la realidad que habitaban Magnolia y el actor.
—¡Jax! ¡Jackson, lo siento! —La joven dio una mirada de reproche al maestro de ceremonias, quien le obligaría a traer consigo a Jackson a través del velo.
Pelman reaccionó, la voz de Magnolia le guio hacia esa otra realidad en la cual se habían perdido los inocentes espectadores esa noche. Su reacción fue inmediata. Se levantó y tomó al actor por el cuello de la camisa, obligándole a levantarse.
—La joven ha dicho que terminó la obra.
Jackson notó que la tela de la camisa del hombre estaba tan fría que su piel debería estar congelada. Pero cuando sus manos hicieron presión sobre el maestro de ceremonias, la sensación de calor era tanta que podía sentir arder su propia piel.
—¡Suéltanos!
Jackson no tenía la mínima intención de dejar ir al hombre frente a él. No aún cuando sus manos comenzaron a ampollar o el frío asentado en su cabeza provocara la ruptura de sus capilares y le hiciera probar su propia sangre.
Sage y Gerard ya habían acordado abandonar el cuerpo del artista, y la intervención de Jackson solo provocó que se manifestara la soberbia del demonio y la ira del ángel.
En un abrir y cerrar de ojos, la realidad volvió a conformarse en nada más que una deleitable noche en Savannah.
El maestro de ceremonias, inocente de lo sucedido, se acomodó el traje y dio la orden de que los actores en escena representaran un fragmento de Macbeth. La figura siniestra que se asentaba sobre el trono no era otro más que el rey de Escocia y los encapuchados a su alrededor se transformaron en las hermanas del destino, lady Macbeth y McDuff.
La noche de teatro llegó a su fin y todos, incluso Martha, partieron a sus casas con la sensación de haber presenciado un espectáculo como ninguno, pero con poca memoria de lo acontecido.
—¿Estás bien? ¿Qué demonios fue eso? —Al llegar a la casa, Jackson exigió una explicación a Magnolia. La certeza de que habían participado de una experiencia insólita se reflejaba en sus manos enrojecidas y en las gotas de sangre que manchaban su camisa, las cuales había ocultado tras abotonar por completo su saco.
—Nada con lo que debas concernirte Jax. Ya sabes cómo son las cosas para mí desde niña. Los espíritus se me acercan. Eso es todo. Por un momento me asusté y te invité a ver lo que estaba sucediendo. Pero te aseguro que nunca estuve en peligro. Se cómo odias participar de estas cosas. Lo lamento.
Jackson la miró con inmensa ternura. Eran tan pocos sus momentos de fragilidad y Magnolia le había regalado dos en una noche.
—Si es algo con lo que tienes que vivir, entonces yo puedo hacerlo también. Prométeme que vas a hablar esto con Trinidad mañana. Ella podrá protegerte en mi ausencia.
—He olvidado que independiente de lo sucedido esta tarde, aún tienes que irte mañana. —Maggie iluminó su rostro con una sonrisa—. He sido una terrible anfitriona. Hay lugares de la casa que aún no has visto.
Se sostuvo de los hombros de Jax mientras se descalzaba, y antes de que él pudiera preguntar que se traía entre manos, ella lo empujó juguetona y le retó a alcanzarla.
El sendero al jardín interior estaba perfectamente iluminado. Y, si algo era predecible, era el gusto por el diseño repetitivo de los Devereaux, los cuales disfrutaban de replicar los jardines en todas sus casas. Sin haber estado antes allí, Jax sabía que en el fondo habría un gazebo, rodeado de delicados adoquines de río.
Dejó que Maggie se divirtiera, haciéndole creer que ganaría, mientras él acortaba distancia por un sendero lateral. Al final, la alcanzó. Reclamó como su pequeña victoria la cintilla verde esmeralda que se entretejía en su cabello, hasta que rizos pesados se deshicieron es suave onda sobre sus hombros.
Cruzaron del gazebo, casi bailando, mientras Jax dejaba un rastro de besos suaves desde su sien hasta la curvatura expuesta de su hombro. Cada beso se demoró un poco más, probando, y atrayéndola, separando la colonia y el rocío del jardín de su verdadero aroma.
Ambos merecían olvidar la angustia de esa noche.
✨✨✨
Sage y Gerard no habían concluido su misión. El bar debería abrir y ellos tendrían que escoger un cuerpo.
El ángel había ganado la tirada de la primera moneda. El bar iba a abrir sus puertas en la Calle Harris. Ahora solo restaba saber cómo ambos iban a mostrarse al mundo.
—Ah, ah, ah. —El demonio detuvo la moneda a media tirada y la colocó en su bolsillo—. Sage, aún no hemos discutido si sientes que ganaste o perdiste terreno con la joven bruja esta noche. Pero, sabiendo lo fanático que eres de individuos con complejo de salvador y paladines, probablemente estés desviando tu atención hacia el tipo que salió a defenderla. La Calle Harris es una evidente a tu favor también. Hasta aquí llega el olor a tierra consagrada. No cabe duda que en las cercanías se establecerá una iglesia. Por eso, amiguito santurrón, esta vez seré yo quien escoja.
Sage esperó quedar a imagen y semejanza de un vagabundo. El humor torcido de Gerard era legendario. Al abrir los ojos se encontró siendo un caballero elegante de tez pálida, cabello oscuro y ojos de un suave gris. El demonio, por su parte, había optado por piel morena, pelo crespo y facciones africanas. Se dejaba entrever, en su camisa abierta, la marca de un hierro, con el cual se señalaba ser un hombre cuya vida era propiedad de otro.
Parecían, a primera vista, un joven inversionista y su esclavo acompañante.
Sage frunció el entrecejo, esperando que Gerard le explicase la razón de su decisión.
—Esta noche, ha quedado en evidencia la razón por la cual hemos llegado aquí. El cáncer que carcome a esta tierra es peor que la epidemia de París, el libertinaje de Roma o la soberbia del Imperio Alejandrino que tanto escándalo te causaron en su tiempo. Cada uno de los presentes en la plaza esta noche tenía sus manos manchadas de sangre. Se hizo evidente en lo que su corazón desveló. Cuando esto estalle, quiero ver, como desde tu piel blanca y tus ojos claros justificas el Dios en el que ellos creen. Va a ser muy, muy divertido.
✨✨✨
A/N: Gerard escogió su piel a propósito. Esto es una novela paranormal, pero no puedo dejar pasar el trasfondo histórico. El racismo es una plaga y de alguna manera, equivale a un pacto generacional. La conducta se hereda, hasta que alguien decide romper la cadena.
La guerra civil, a pesar de su resolución favorecedora a la abolición, dejo clara una cosa: lo fácil que fue para ciertas personas encontrar una excusa en la fe para justificar la superioridad racial, el apartheid y la discriminación. Gerard está obligando a Sage a vivir en carne propia uno de los momentos más oscuros para la Cristiandad en los Estados Unidos. No le va a permitir pasar el trago amargo desde la otra cara de la moneda.
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