Capítulo 9
Razón
Maylin observaba al frente. No podía apartar los ojos de allí. Apenas había salido de la "habitación" de Catriel. Ella estaba recorriendo los túneles intuitivamente, mientras Xia le seguía con sus garras resonando en el suelo. Habían doblado en una esquina y cualquier cosa positiva sobre Shen desapareció.
Junto a él, Yuga, otra miembro del Clan, sonreía tontamente. Maylin, queriendo pasar y meterse en su habitación, observó un momento más la escena. Su mente repetía cada comentario que ella había dicho en defensa del soldado. «Debí imaginar que las novelas son exageraciones. ¿Cómo pude creer que él cambiaría? Olvídalo, pasa y no demuestres que te afecta. ¡CAMINA!». Xia avanzó sin mirar hasta que notó que Maylin no le seguía. Volviendo sobre sus pasos, le preguntó qué pasaba. Siguió con la mirada y una expresión extraña le atravesó el semblante.
—No digas nada —le susurró serenando su expresión. Soltando lentamente el aire, se armó de valor y pasó caminando, sin mirar hacia la pareja. Al alejarse no pudo evitar sentir que se decepcionaba aún más. «¿Esperaba que la dejase y viniese conmigo? Vaya, sí que estoy mal para pensarlo siquiera».
Caminaba por los pasillos sin dejar de pensar en quien fue su pretendiente y la joven. Se preguntaba qué había causado que ella fuese como la protagonista de tantas historias. Todo su ser estaba en un caos absoluto.
—Maylin...
La voz de Mizuki le hizo notar que ya estaba en la zona conocida. Volvió su rostro hacia ella sin decir una palabra. La albina, con su habitual semblante de esa etapa en la que no eres ni adulto ni niño, le miraba con sus ojos azules.
—Tenían razón —dijo de golpe Maylin—. Fui tonta al no escuchar al resto. Quizás Shen... No, él no es la persona que merece estar a mi lado —sentenció—. Pero, aun así, duele.
Mizuki Húlújīng, conocida por no mostrar emociones de ninguna forma, le abrazó. Maylin se sorprendió ante aquello.
—Lo peor, es que odio que te hayas dado cuenta de esa forma —le susurró la albina—. Vi todo —continuó. Maylin, sin lágrimas en sus ojos, le devolvió el abrazo y disfrutó de eso. Se permitió olvidar que estaba en una situación alarmante. Dejó de lado su angustia. Toda su alma pareció entonar la misma melodía en un suspiro agradecido.
Permanecieron abrazadas por un rato. Su mente parecía un mar de pensamientos y temores. Mizuki sólo le abrazaba, como si supiera que era la roca que evitaba su picada al fondo.
—Por cierto —susurró Maylin sintiendo que en cualquier momento se asfixiaría—. Te vi con un chico hoy. ¿No era Namer su nombre? Ese heredero del Clan Yahiatí.
Mizuki inmediatamente se tensó como un alambre. Una sonrisa traviesa se empezó a esbozar en los labios de la joven morocha. Cuando la albina comenzó a intentar alejarse por entre los laberínticos pasillos, ella le siguió aguantando las carcajadas.
—No... no es nada que deba importarte —tartamudeó Mizuki apretando el paso. Maylin no lo iba a admitir, pero la hija de Kitsune era demasiado rápida y se le agotaba el aire. Ella también aceleró—. E... es en s... serio —siguió, tartamudeando aún más. Maylin creyó hacer visto un sonrojo. Sonriendo de oreja a oreja, corrió hasta llegar a la altura de su amiga y la aprisionó contra la pared. Ambos brazos a cada lado de la cabeza de la albina.
—Increíble, el hielo viviente Mizuki roja como un tomate —dijo ella entre risas. Poco le importaba en ese momento, donde su interés por secretos de amigas era quien mandaba, verse en una situación comprometedora. Las mejillas de la Húlújīng aumentaron de temperatura.
—¿No estás molesta? —preguntó en un susurro de la nada. Maylin se sorprendió tanto por la pregunta como su respuesta silenciosa interna. Meses atrás, habría dicho lo primero que pensara a su blanca amiga. En ese momento apenas podía sentirse ofendida por aquella tontería.
—Antes lo habría estado —contestó y sonrió. Fue el turno de Mizuki de sorprenderse.
—¡Maylin!
La sonrisa de la mencionada casi se borra por completo. Por donde habían llegado, Shen hacía acto de presencia. Xia, apoyada despreocupadamente contra el muro, apenas le dirigió una mirada. Separándose, la albina se despidió aún sonrojada, pero con una expresión que en Maylin causaba escalofríos. Con sus pasos resonando a lo largo del pasillo, Mizuki le susurró algo que apenas pudo entender.
Shen, sonriendo coquetamente, se acercó a ella. Cuando pasó frente a Xia, pareció sentir algo de incomodidad, pues acomodó sus hombros. Con la daga aún entre sus ropas, Maylin se dispuso a agarrarla discretamente. Desconfiaba, después de la escena de antes, un poco más del hombre que tenía en frente.
Era casi doloroso verlo. Shen poseía unos rasgos redondeados en la pera y mejillas, su pelo negro y un poco largo estaba agarrado en una graciosa cola de caballo. Por primera vez, Maylin observó los ojos negros del hombre experimentando miedo. «Los ojos de Catriel no son tan oscuros», se descubrió pensando. «Si se dejase un poco la barba, parecería alguien maduro y no un niño».
—¿Todo en orden, mi bella?
La repugnancia no tardó en instalarse en ella. Obligándose a no mostrar sus verdaderos pensamientos, sonrió cordial.
—Todo en orden, soldado —contestó. Si él notó el cambio repentino en su actitud para con él, no mostró indicios de ello—. Pero me gustaría ir a mi habitación.
Shen sonrió como un tigre que atrapó un conejo entre sus fauces. Maylin tomó con fuerza la daga ni bien el hombre se ofreció a acompañarle. No queriendo levantar sospechas de haberlo visto antes, le dio una sonrisa agradecida. Su brazo le rodeó la cintura y la acercó al delgado tronco. Allí se tensó tanto como Mizuki minutos antes.
A cada paso que daban por el laberinto, la desesperación de Maylin crecía. No había un sólo miembro del Clan que no la mirase con pena al pasar. Ella, intentando mantener su orgullo, ignoraba a todos y avanzaba imaginando estar acompañada por el extranjero.
—¿Segura que no quieres mi compañía? —preguntó el pretendiente una vez estuvieron frente a la puerta del dormitorio. Maylin abrió la puerta, entró a medias y sonrió adorablemente.
—No, gracias.
Cerró la puerta tan rápido como pudo para que no pareciese un rechazo explícito. Suspiró ni bien puso aquella barrera.
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