Capítulo 10
Blanco
Maylin estaba en su cama. Únicamente la respiración de la joven era audible. La oscuridad del ambiente permitía que la figura de Xia emitiese un leve resplandor rojizo.
—He estado pensando... debería buscar que alguien cuide de los Clanes en caso de que muera —susurró Maylin. De una patada, la muchacha apartó las sábanas y comenzó a vestirse. Xia continuó en silencio. Maylin no le dio mucha importancia, agarró su Símbolo y se colocó un abrigo.
Quitó la traba de su puerta y observó para ambos lados del pasillo. Estaba vacío. «Mejor», se dijo atando su cabello en la parte superior de la cabeza. Cerrando con cuidado la puerta, avanzó por los pasillos.
—No deberíamos salir hoy... —dijo de golpe Xia. La heredera del Clan apenas la miró antes de continuar por el corredor. Su calzado apenas producía sonido, a pesar de eso, Maylin iba casi en puntas de pie. Una vez llegó a la escalera que subía al Salón Común, volvió a mirar sobre su hombro, comprobando que únicamente estaba Xia detrás de ella.
—Pero la persona idónea para ayudarme sólo puede venir ésta noche —susurró casi sin mover los labios Maylin. Atravesó el amplio espacio con el mismo cuidado que en los pasillos.
En el último tramo, sólo se topó con parejas ocultas en rincones, las cuales estaban demasiado ocupadas en ellas mismas como para notarla. Al tener en frente las puertas de madera con los cuatro símbolos de los Clanes, estuvo a punto de retractarse.
—No debes decirle a nadie —recordó que dijo Shen. Eso le molestó, y fue lo último que pensó antes de lanzarse al oscuro Bosque. Avanzó unos metros evitando a los guardias, quienes seguramente patrullaban ocultos en las sombras, y fue adentrándose más entre los árboles. Sus pies producían un leve susurro sobre la hojarasca del suelo.
Las ramas de los árboles brindaban cobijo y, a la vez, permitían que la luz de la luna decreciente alumbrara los obstáculos del suelo. Su corazón latía desbocado, tanto por la carrera como por la ansiedad.
Entre las sombras, un par de ojos no perdían de vista a la veloz sombra. Sus patas no causaban ningún tipo de sonido en el suelo. Olfateaba el aire cada vez que la ingenua presa desaparecía entre las espesas sombras. Trotaba cuando podía verla.
Maylin se detuvo en el medio de un pequeño claro. Allí la luna entregaba toda su luz sin pena. La joven jadeaba, sin embargo, parte de su ansiedad se había disipado. Una sombra de sonrisa se asomaba en sus labios. Casi sentía una pizca de esperanza creciendo en su pecho.
Se detuvo al mismo tiempo que su presa. Sus alas estaban semis plegadas. Todo de lo que pasase sería captado por sus ojos. Una macabra sonrisa se dibujó en su rostro. La presa comenzó a entonar un cántico gutural a la vez que sus brazos se elevaban lentamente. Poco a poco, el ritmo fue aumentando.
Una brisa sopló suavemente en el claro, despeinando los cabellos de Maylin. Si bien sintió un poco de frío, mantuvo sus pies clavados en el mismo lugar. Su mirada no abandonaba al astro, el cual parecía brillar más intensamente a medida que transcurrían los segundos.
—Es una muy mala idea salir de los Clanes... Maylin, no... —empezó a decir Xia.
De los rayos de luz, una figura empezó a hacerse visible. En un primer momento era una figura amorfa de color gris. Luego se veía similar a una silueta humana de un color más oscuro. Finalmente apareció una mujer cuyo cabello era negro y blanco a la vez, orejas de zorro asomaban entre los mechones.
—Vaya, si no es nada más y nada menos que la caprichosa Maylin —dijo sonriendo confiadamente la peculiar mujer.
—Levana, no estoy aquí para que me insultes, al menos no en éste momento —le contestó la joven cruzando los brazos y apenas separando los pies—. Vengo a pedirte un favor —continuó dificultosamente.
La sorpresa de Levana fue evidente. Poco a poco esa emoción se convirtió en una sonrisa zorruna. Maylin casi podía percibir a los millones de neuronas de la kitsune pensando en un millón de razones por las que necesitaba su ayuda.
—Quizás te ayude... siempre y cuando me des algo a cambio.
Maylin tragó en seco ante aquella frase de Levana. Temblando por dentro, aceptó la condición. «Es por el Clan. Es por el Clan». La hermana de Neomi y Mizuki sonrió ampliamente. Maylin no pudo evitar pensar que, a pesar de sonreír de manera similar a sus hermanas, en Levana ese gesto se veía, y sentía, como la venta del alma al demonio... Tampoco que estuviese muy lejos de ello en ese instante.
—Tendrás que cumplir con un par de favores que te pida sin negarte —comenzó a decir. Maylin casi podía sentir un poco de vida y esperanza en su corazón—. Yo te...
—Vaya, qué interesante todo esto —interrumpió una voz que a Maylin le resultó muy conocida. Volteándose a la mayor velocidad, se encontró con la dueña de la voz.
Catania iba con ropas que bien podrían pasar por simples pedazos de tela que cubrían lo mínimo e indispensable. Su pelo rubio estaba suelto, enmarcando su atractivo rostro. Una sonrisa de tiburón adornaba su expresión de depredadora. Llevando su atención a Levana, Catania dijo:
—No le ayudes y te doy lo que más desees. Me parece que no tienes razón para hacerle un "favor" a un desperdicio de Clanes.
Maylin se sintió palidecer del miedo. Con lo poco que habían interactuado Levana y ella, bien podría aceptar la propuesta de Catania y dejarla sin nada. Levana permanecía en silencio. Maylin no se atrevía a mirarla, ya que su mayor problema y peligro estaba a unos pasos de ella.
Xia observaba todo desde la distancia. Estaba recostada contra un tronco frente a su otra versión, la cual no poseía mucha diferencia con la Catania del momento. Ella miraba a las jóvenes y se preguntaba si ocurriría allí mismo el enfrentamiento crucial.
Había una atmósfera que Maylin casi podía cortarla con su Símbolo. Una palabra y el arma saldría de su mano. La joven era consciente de la importancia que tenía Levana en ese instante. Una plegaria silenciosa comenzó a surgir en ella.
—Maylin, hazme el favor de no morir en un mes lunar. Con eso te liberas de la promesa —dijo al fin Levana. Catania pareció no comprender en un principio. Maylin, por el contrario, sonrió tanto que temía partir su cara en dos.
—Con gusto Levana.
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