Una noche inesperada, parte II
El resto del relato. ¡Contiene escenas eróticas!
Urian:
Cuando empezaste a acortar la distancia, sentí en mi estómago el hormigueo de la anticipación y cuando finalmente nuestros labios se unieron, un cosquilleo electrizante se adueñó de mí. Normalmente, o se satisfacía una parte más oscura o una más cálida, pero esta vez sentía que ambas se sentían tan emocionadas como satisfechas. Mi parte oscura, celebraba que por fin mi esclava fuera mía como tenía que haber pasado hacía mucho y la otra se sentía como un maldito adolescente que de pronto conseguía un beso de la chica más deseada y popular de todo el instituto, pero también me llenaba de una calidez agradable y serena porque sabía que este beso era mucho más maduro que la mayoría que había dado. Los dos habíamos pasado por muchas cosas, así que nos entendíamos mejor que nadie y tal vez este beso había sido por tu parte más por pena de ambos que otra cosa, pero juraría sentir que tú también estabas feliz de que por fin pudiéramos estar así.
La verdad es que nunca me había atrevido a imaginar —salvo en fantasías oscuras mías— que podríamos llegar a estar así algún día, no porque no me gustases, si no por la situación tan compleja en la que estábamos y porque, precisamente, te veía inalcanzable para un perturbado como yo, pero echando la vista hacia atrás... Si hasta unas cartas del tarot me lo habían advertido. Con lo ateo que era yo para ser un ángel y al final me iban a hacer creer que todo tenía más sentido de lo que aparentaba.
Tus ojos brillaban por las emociones y el deseo y, aunque tus palabras me decían que no tenía que corresponderte, tu cuerpo decía otra cosa muy distinta. No sé por qué mis ojos eran los que tenían la fama, si los tuyos son más bonitos, inspiran un mundo mejor.
—...No tengo por qué hacerlo, pero quiero hacerlo.
Esta vez fui yo el que asaltó tus labios suaves y carnosos como el fruto prohibido. Mis brazos, apartándote del exterior para que solo fueras mía mientras te acariciaba los hombros y la espalda. Hundí mis dedos en tu melena, pasándolos hacia atrás y provocándote escalofríos en la nuca. Enrosqué un mechón en mi dedo y tiré de ti hacia mí para intensificar el beso. Todavía no descartaba que en cualquier momento me abofetearas, pero creo que eso solo me excitaría más.
—Si ahora dijera que ya está bien, que puedes irte... —empecé a susurrarte mientras mis labios descendían por tu mentón y se perdían por tu cuello—. Que prefiero buscarme a alguien que no me haya metido nunca una bala en la cabeza, ¿me odiarías?
——————————
Tú:
Le habías dicho que no tenía que besarte de vuelta, pero la verdad es que querías que lo hiciera y una parte de ti incluso temía que te estuvieras extralimitando. Pero habías pasado mucho tiempo negándote a ti misma y a tus deseos. No querías tener que seguir conteniéndome, no con él. Ya habías perdido suficiente a causa de tu miedo y tus ridículos constructos sobre quién y qué debías ser.
Cuando te respondió entonces, fue como si la realidad colisionara con tus imaginaciones en un choque de proporciones masivas que te sacudió entera entre sus brazos mientras sus labios devoraban los tuyos impacientes y abrías ligeramente la boca para darle acceso. No fue un beso cariñoso o delicado, sino posesivo y demandante. Y que te hacía ansiar corresponderle con la misma intensidad. Tus manos habían pasado a estar alrededor de su cuello y tus dedos intentaban asirse con cada pedazo de él que estuviera dispuesto a darte.
Finalmente te dio un respiro y hubo una pausa momentánea en el oleaje de emociones que te permitió recobrar algo de compostura. Alzaste un poco la cabeza, despejándole el camino mientras te disponías a no dejarte abrumar por completo por la sensación de sus labios. Tus dedos envolviéndose inconscientemente en los cabellos de su nuca.
—Un poco —admitiste ante su pregunta, manteniendo tu respiración estable lo mejor que podías, y consciente de cada una de las palabras que susurraba en tu piel—. Pero tampoco podría culparte. Sí te clavé una bala en la cabeza, después de todo. —No había sido intencional, ni siquiera habías sido tú misma la que había apretado el gatillo. Pero lo habías hecho. Al parecer tenías esa costumbre—. Pero aun así, realmente me gustaría que no lo hicieras —añadiste, buscando su boca una vez más al tiempo que tus manos comenzaban a juguetear con los botones de su camisa.
—————————
Urian:
Lo de la bala en realidad me importaba bien poco (siempre lo había hecho, bueno, salvo si tenía en cuenta el detalle de que te habías enamorado del idiota que te había forzado a hacerlo), lo que quería era que te hicieras consciente de cuánto me anhelabas, del frío que te asolaría si de pronto me alejaba de ti y que me pidieras que no lo hiciera, lo que funcionó porque buscaste de nuevo mi boca mientras sentía tus manos juguetear con los botones de mi camisa. De nuevo sentí el cosquilleo de la anticipación.
—Ya te fallé como amo permitiendo que nos separaran, esta noche no pienso hacerlo.
Disfruté de explorar tu boca y de la suavidad de tu lengua un poco más y, entonces, me puse de rodillas sobre el colchón mientras hacías lo mismo para poder entrelazar nuestros cuerpos mejor. Mientras me desabrochabas la camisa, yo me aventuraba por debajo de tu blusa, acariciándote el vientre y la espalda, acercándome peligrosamente a tus pechos y al monte de venus, pero sin tocarlos. Tus reacciones se me hacían tan dulces como excitantes, todavía no podía creer que esto estuviera pasando de verdad, pero si al final querías detenerme, más valía que lo hicieras cuanto antes porque, acariciándome y besándome de esta forma, me estabas llevando rápidamente al punto de no retorno.
No dejé que terminaras de quitarme la camisa, sino que tomé tus muñecas y las apresé por encima de tu cabeza. Me aproveché de tenerte así para pasar mi nariz suavemente por tu antebrazo y volví a mordisquearte el cuello, y, de ahí, fui descendiendo por tu clavícula hasta que yo también me topé con tu blusa entorpeciéndome el camino.
—Eres preciosa —susurré contra tu piel—. Ya sé que no debe ser muy novedoso para ti que te lo digan y que de mí seguramente esperabas más, pero... de todas formas quería decírtelo desde hacía mucho tiempo.
Mis manos empezaron a desabrocharte con habilidad el cinturón mientras que, con mi boca, derrotaba a los primeros botones de tu blusa. Habías sido de las pocas personas en mi vida que jamás me había despreciado y que permaneciste junto a mí hasta el final pese a que no tenías por qué hacerlo y que yo te había conducido a un destino terrible, así que te merecías todo el placer que pudiera darte. Al fin y al cabo, ésta parecía ser la única área en la que no resultaba un inútil, así que me las apañé para tumbarte mientras te sacaba los pantalones y acariciaba tus largas piernas, quitándote lentamente también las medias.
«Maldita sea, qué sensual eres», no pude evitar pensar al verte con el pelo desparramado por las sábanas y tus dientes mordisqueándose el labio, quizás inconscientemente.
Besé tu pie como si fuera una reliquia de la que dependiese mi vida y de ahí seguí ascendiendo, prestándole atención especial a tus muslos. Cuanto más me acercaba al centro de tu cuerpo, no podía evitar rememorar todos nuestros momentos juntos y las emociones iban agolpándose una sobre la otra, cada vez más determinado a cumplir con mi papel de Fuego de Dios. Tu clítoris se sentía muy suave bajo las caricias de mis dedos y me embriagué de su sabor acometiéndolo con mi boca y presionándolo con la lengua.
—————————
Tú
Urian parecía decidido a hacerte perder la cordura, y lo estaba consiguiendo. Con cada acto infame era como si se apoderara de una parte de ti y una necesidad que jamás habías experimentado antes te nublaba la mente y los sentidos. Era casi demasiado y al mismo tiempo no lo suficiente, no cuando pasaba de absoluta intensidad a inesperada ternura y de nuevo a despojarte de tu ropa con una desesperación que entendías demasiado bien mientras intentabas hacer lo mismo con él. No cuando lo tenías entre tus piernas, su lengua trazando círculos maliciosos en tu humedad, retorciéndote de placer.
Un gemido escapó de tu garganta y te aferraste a las sábanas con fuerza como en busca de un ancla mientras su nombre era lo único en lo que podías pensar. Urian, Urian, Urian... Una y otra vez, como una especie de mantra sagrado, incapaz de apartar la mirada.
«Realmente no puedo resistirme a ti», pensaste mientras yacías jadeante en la cama, tus caderas empezando a mecerse para encontrarlo. Estaba cerca, podías sentirlo, como una ola de calor absoluto que amenazaba con bañarte en cualquier momento. Tu respiración cada vez más entrecortada y tus gemidos cada vez más fuertes, semejándose más a sollozos.
—Urian... —le advertiste sin aliento, el sudor comenzando a perlar tu rostro y tus pechos hinchados. La poca ropa interior que te quedaba empapada. Sin embargo, esto no pareció frenarlo, si acaso todo lo contrario. Fue en ese momento que un número de imágenes asaltaron tu cerebro: Urian proclamándose tu dueño en Delhi, Urian desafiando a la Inquisición, Urian diciendo que quería estar solo y encerrándose en su oficina, Urian luchando con vosotros en el callejón, Urian bromeando y tonteando...
Tus piernas se tensaron en torno a sus hombros y con un último gemido que te hizo arquearme, te corriste en sus labios.
—No... no me dejes ir... —le dijiste todavía experimentado los efectos de tu orgasmo, suplicante—. Y no te vayas...
Te incorporaste entonces, lenta pero decidida, mientras gateabas hasta él sobre el colchón y le terminabas de sacar la camisa, vuestros alientos entremezclándose y tus ojos fijos en los suyos. Una vez sin ella, volviste a besarle, probándote a tí misma en su boca, y, sujetándole de la hebilla de su cinturón, jalaste de él, llevándolo contigo más hacia la cama hasta quedar uno al lado del otro.
Esta vez no dudaste y mordiste su labio inferior, embriagándote con su aroma y el fuego de su deseo. Con él, te sentías de pronto más atrevida y audaz, como si descubrieras un nuevo lado de ti misma que hasta este momento habías temido dejar salir. Deslizaste tus palmas por su pecho, su espalda, deteniéndote un momento en las horribles cicatrices que había en ella. Una emoción indescriptible te inundó y tragaste saliva. Eran un constante recordatorio de sus pecados y sacrificios, y por lo cual tomaste la decisión en ese instante de complacerlo por cada terrible acto que le habían hecho y que él había tenido que hacer.
—Te deseo, Urian. —No pudiste contenerte y tocaste su frente, echando para atrás su pelo mojado para verlo de frente—. Te deseo más de lo que creí imaginable —confesaste, al tiempo que tus manos se hallaban ahora acariciando su entrepierna.
————————
Urian:
Estaba sumido en el goce de disfrutarte cuando me tensé de repente al sentir tus manos en mi espalda. Iba a decirte que estaba bien, que podías tocarme donde quisieras, pero acallaste toda palabra coherente que pudiera formular cuando te pusiste intensa y me confesaste la magnitud de tu deseo.
No eras la primera mujer que me lo confesaba estremeciéndose de placer y deseo, pero sí era la primera vez que tú lo hacías. Tú que para mí lo que pensabas siempre me había parecido un misterio. Incluso tenía mucha curiosidad por averiguar cómo eras en la cama porque, por un lado, parecías muy ingenua y correcta y te habías enamorado de un idiota cursi y romanticón, pero por otro, eras jodidamente provocativa y sensual y tú tenías que saberlo perfectamente, y habías sido la esclava sexual de Raven, así que, a estas alturas, mucha inocencia no debía de quedarte... Aun así, prefería pensar que estabas siendo sincera y que era yo el que te ayudaba a sentirte audaz y atrevida.
Me salió una sonrisa imposible de calificar si era de alegría o de tristeza. Cuando tú nos uniste en un abrazo en aquel motel de Pensilvania, pensé y sentí cómo cada acto de mi vida que me había llevado hasta ese momento había merecido la pena. En esa habitación me volví a sentir así, aunque una parte mía se sentía mal por ello, porque eso era como decir que no me importaba todo por lo que habíamos pasado con tal de tener este momento, pero también le devolvía un sentido y significado, uno que con la muerte de Hazel había perdido porque me parecía la mayor injusticia del mundo que ella ya no estuviera aquí y yo sí, pero la vida seguía, yo le había hecho una promesa de lograr la felicidad y tú me estabas ayudando a sentirme mejor.
Debo ser el perturbado más idiota de toda la Creación, porque solo yo me pongo a pensar en estas cosas cuando te tenía súper sensual junto a mí, masajeándome la entrepierna y arrancándome oleadas de placer y deseo.
Me dije que ya estaba bien, que se trataba de hacerte feliz, no de provocarte una depresión. Yo también quería disfrutar aquella noche, los dos habíamos hecho cosas terribles, pero nos merecíamos también nuestro momento de felicidad. Quería tenerlo, no quería pasarme el resto de mi miserable existencia arrepintiéndome de haber dejado pasar esta oportunidad...
Mordisqueé tu labio mientras te desabrochaba el sujetador.
...Pero me aterraba la idea de perderte a ti también. El mejor final feliz que había podido imaginar era vosotros haciendo vuestra vida, abandonándome finalmente mientras yo os observaba ser felices, satisfecho y en paz, pero solo... y con cierta sensación de aflicción que no quería diseccionar mejor.
Me detuve un momento.
Sin embargo, si te retenía junto a mí cómo me habías pedido... Sonaba demasiado tentador.
No quería preocuparte, así que reanudé las caricias, esta vez llenándome las manos con tus pechos que eran turgentes y perfectos y provocaban demasiadas cosas.
«Que seas tú...», rogué para mis adentros. «Por favor, Dios... Que no le pase nada. A ella sí que no»
Gruñí de placer junto a tu oído, el placer que tú me provocabas, quería que lo supieras. Nuestras bocas devorándose con una desesperación que no sé de dónde nacía.
«Porque a veces quiero destruirlo todo, pero a ella no».
«A ella no».
Me quedé quieto otra vez hasta que saqué fuerzas para buscar tus ojos.
Antes de que pudieras decir nada, me levanté de la cama y empecé a andar hacia la puerta, solo que me detuve a mitad del camino.
AGGGHH, por favor, golpéame bien fuerte porque no mereces que te haga esto.
Me detestaba mucho en esos momentos. Solo tenía que hacer una cosa bien, lo único que se suponía que se me daba bien. Me deseabas, puede que no supieras cómo de perturbado estaba realmente, pero sabías que era Urian el Infame y aun así me deseabas. Claro que me deseabas, maldita sea, si yo había provocado todo esto.
Regresé junto a ti, aprisionándote contra el colchón. Mi pecho acelerado rozando el tuyo, nuestros labios casi tocándose, temblorosos. De pronto me relajé y volví a besarte con una ternura que no sé de dónde diantres me salió.
Quería decirte que era yo el que te pedía que no me dejaras, pero no lo hice porque no quería hacerte eso. Tenías todo el derecho del mundo a alejarte de mí cuando así lo quisieras, pero esperaba que en ese momento no lo hicieras, porque sí que quería pasar esta noche junto a ti. Y si era posible, comportarme como una maldita persona normal.
Bueno, tal vez un poco infame. Pero quería dejar atrás mis traumas idiotas.
Cerré los ojos y me aferré a tu cuerpo.
—Olvida todo esto —te susurré entre jadeos—. Olvida todo lo que te preocupa y aterra, porque estamos juntos y ya no podrán dañarnos más. Nunca más. —Acaricié tu cabeza—. Yo también te deseo muchísimo, todo lo demás se puede ir al carajo ahora mismo. Si lo que quisieras es atarme a la cama y que solo pudiera pensar en ti, lo haría. Solo por ti. —Te besé intensamente hasta quedarnos los dos sin aire—. Si lo que quieres es que te folle duramente hasta que esta maldita cama se rompa, también lo haré encantado, y si lo que prefieres es que te haga el amor, también lo haría sin dudarlo.
——————————
Tú
Te tomó absolutamente por sorpresa, fue como si alguien te hubiera echado un cubetazo de agua helada encima y bajado de vuelta a la realidad de golpe, solo para estrellarte duramente contra el concreto. Esta vez no pudiste hacer nada por la forma en que los hilos se clavaron en los patéticos restos de tu corazón. Era como una presión creciente y creciente que no parecía detenerse jamás, que te hizo llevarte tus manos al pecho paralizada mientras observabas cómo Urian se levantaba de la cama y caminaba hacia la puerta como una furia.
«Lo arruiné», pensaste con dolorosa claridad. Sabías que esta era una posibilidad, en el fondo lo sabías, y quizá lo único que habías estado haciendo era engañarte a ti misma. Le habías presionado demasiado cuando los dos todavía estabais demasiado rotos. «Soy una tonta», te lamentaste por dentro. Oh, por dios, eras una estúpida... una estúpida aún más grande por sentirte así de devastada cuando tú misma le habías dicho que no podrías culparle si te rechazaba.
—Urian, yo... —abriste la boca para... ¿disculparte? ¿Darle una explicación? ¿Decirle que no tenía que ser él quien se marchara de esta habitación sino tú?
Te sentiste avergonzada y vulnerable, tan vulnerable como nunca antes, ni siquiera en los brazos de Raven aquellas primeras veces, ni siquiera cuando Alex... Apretaste los ojos con fuerza y sacudiste la cabeza. No, habías dicho que no ibas a pensar en ellos, no ahora, pero... «No me odies. Por favor, no podría soportar si me odiaras».
Estabas casi segura que lo siguiente que oirías sería el sonido de la puerta cerrándose tras de sí, cuando de pronto, le sentiste de nuevo, muy cerca de ti, abrasador, envolviendo todo el ambiente. Alzaste los ojos hacia los de él, sin saber qué esperar cuando te besó. Un beso que no habrías esperado recibir nunca de Urian el Infame. Que te dejó nuevamente colgando por la suavidad de sus labios contra los tuyos. «¿Qué está sucediendo?» quisiste preguntarle, pero estabas nuevamente pérdida en tu cabeza. Teniendo una experiencia extracorpórea.
Fue entonces que comenzó a hablar y tú que te quedaste ahí como una estatua mientras volvía a besarte. Tus labios respondieron, tratando de asimilar todo lo que te había dicho, intentado creer en cada una de sus palabras las cuales casi se sentían como promesas. Te tomó un momento reaccionar, pero cuando lo hiciste, te aferraste a la prenda de ropa más cercana que había y la estrujaste contra tu pecho y, entonces, le soltaste una cachetada.
—¿Es esto lo que quieres? —le preguntaste, tu voz firme— ¿Qué te aleje? ¿Qué te empuje lejos? ¿Porque eres Urian el Infame? —Te estremeciste, todo tu cuerpo se estremecía, pero de alguna forma mantuviste tu espalda recta y tus ojos en él. No ibas a quebrarte, no ibas a quebrarte, y, sin embargo, tu voz comenzó a fracturarse—. Puedes hacerme muchas cosas, Urian... —le dijiste—, pero no juegues conmigo. No actúes como si también me desearas y luego me hagas a un lado. No me susurres todas estas cosas si luego vas a huir. Puedo aguantar muchas humillaciones y heridas, pero... si lo que quieres es jugar, entonces dímelo. Para al menos así, poder estar preparada. Yo no... hago esto con cualquiera —admitiste e inhalaste temblorosa, entonces volviste a colocar tu mano en su mejilla, estaba un poco roja donde le habías golpeado, sobándola—. Lamento haberte pegado —susurraste.
—————————
Urian:
—No lo sientas... —murmuré con la voz ronca.
Bueno, si había querido que me abofetearas, ahí lo tenía. También había conseguido hacerte daño.
ACABABA DE ROGARTE QUE NO OCURRIERA ESTO. Pero sabía que el único que lo había causado era yo, así que no tenía causa culparle al desaparecido de mi padre.
Y me quedé sin saber cómo arreglar el desastre que había provocado. No podía culparte por no entender lo que había querido darte a entender, y no estaba seguro de que explicándotelo fuera a solucionar algo a estas alturas.
—No estoy jugando contigo —fue todo lo que pude decir, sin moverme de la posición en la que me había quedado tras la bofetada. Verte así de destrozada dolía demasiado.
Solo quería retroceder en el tiempo a cuando habías agarrado mi mano y me habías pedido que no me fuera, pero sabía que no se podía hacer eso, al menos que saliera, secuestrara a un brahma y le obligara a hacerlo. Lo hubiera hecho si alguien me hubiese explicado cómo funcionaban los poderes de esa raza, pero me había tirado diez años encerrado en una prisión y nadie me había explicado absolutamente nada.
—Pero sea lo que sea que está pasando ahora por tu mente, ni se te ocurra culparte a ti misma.
Porque todavía te veía capaz de hacerlo cuando el único mentecato miserable era yo.
———————
Tú:
Era como si hubieras tomado una botella de vacío. ¿Realmente habíais estado besándoos de aquella forma apenas hacía unos minutos? No parecía real. Nada de esto lo parecía. Te quedaste callada durante un buen rato mientras que Urian yacía todavía frente a ti. "No estoy jugando contigo". Sus palabras resonaron en tu cabeza una y otra vez, hasta que no pudiste más y enterraste la cara entre tus manos.
Respirando, tratando de calmar el latido de tu corazón.
—Yo tampoco estoy jugando contigo, Urian —susurraste entonces, encarándolo de a poco. Detestabas tener que verle así, también, herido porque tú te sentías herida. Y, sin embargo, él insistía en que esto no era tu culpa. ¿Pero entonces por qué una parte de ti se sentía así? ¿Por qué de pronto te sentías mucho más sola de lo que te habías sentido antes de haber estado entre sus brazos?
«Tienes que dejarlo ir», te dije entonces, de todo este sufrimiento, de todo este sentimiento de culpa. Porque, aunque dolía, te rehusabas a arrepentirte de haber estado así con él, aunque lo de hacía un momento sí que había sido un desastre. «Si tienes tiempo de arrepentirte, tienes tiempo de hacer algo al respecto.»
—¿Sabes? —exclamaste, doblando tus piernas y abrazándote a ellas—.Había llegado a pensar que esto de acostarse con alguien, era más fácil de hacer cuando no te importaba realmente. Y, sin embargo, contigo es fácil y difícil a la vez. No por ti, sino porque significas justo lo contrario a nada para mí. Y eso lo convierte en algo mucho más grande. Y quiero que tú también seas feliz, y yo... —desvariabas, o al menos así lo sentías. Ni siquiera estabas segura de que tus palabras estuvieran teniendo mucho sentido, pero tenías que decirlas—. Me gustaría ser yo quien pudiera darte eso. Aunque sea solo por una noche.
Le miraste entonces, incorporándote e inclinándote tentativa hasta que tu frente estaba apoyada en la suya. Querías besarle, pero no estabas segura de que te correspondería luego de lo que había pasado.
—Lo que quiero decir es... que sí quisiera que me hicieras todas esas cosas, Urian. Quiero que me tomes en tus brazos y me hagas gemir tu nombre, que seas infame y que seas dulce, o lo que tú quieras ser, y también quisiera poder hacer lo mismo por ti.
—————
Urian:
Por un momento pensé que me haría pedazos ahí mismo, que una vez que te fueras, no podría ni levantarme de ahí, porque tampoco encontraría motivos para ello. Vamos, ya ni whisky podría volver a beber porque me recordaría a ti...
Entonces algo debió de cambiar en ti porque volviste a acercárteme, intentando enmendar este desastre.
Mi yo rencoroso decía que no te perdonara después de esto, porque no parecías haber entendido del todo lo que implicaba y significaba para mí decirte lo que le había dicho, pero en realidad estaba más feliz por tenerte todavía junto a mí y la esperanza de poder rehacer mi vida de alguna forma volvió a arder.
Tú estabas también rota, mi comportamiento de loco bipolar y psicótico habría tenido que reavivar algún trauma, supuse.
—No te estaba solo proponiendo sexo —respondí, nuestros labios rozándose—, pero supongo que fui demasiado rápido para tratarse de nuestra primera vez. —Cerré los ojos, quería disfrutar de tu cercanía, respirándote—. Y claro que quería y sigo queriendo pasar esta noche haciéndonos el amor, pensé que lo había expresado de manera bastante clara —te susurré, abriendo de nuevo los ojos y acariciándote la mejilla con mi pulgar—. La próxima vez traeré un cartel luminoso, por si acaso —añadí, tonteando.
————————
Tú:
—Supongo que por un momento ahí, me asusté... me asusté de verdad —admitiste—. Creí que había hecho algo mal, que te irías, pero volviste y reaccioné pesimamente. Malinterpreté tus palabras... —Hiciste una pausa, tensándote, repasando aquella última escena en tu cabeza. Urian no había querido hacerte daño marchándose, al contrario, creía que te estaba haciendo más daño quedándose y, ¿qué habías hecho? Le habías demostrado justamente eso. Luego de que él había decidido aferrarse a ti.
Si al final no tendría que ser él quien se preocupara por lastimar...
—Oh, dios... —exclamaste, sacudiendo la cabeza una y otra vez. Le miraste entonces, dándote cuenta de la magnitud de lo que había transcurrido. Nuevamente te habías dejado llevar por tu estúpido miedo que era justo lo que él te había pedido que no hicieras y lo que habías jurado no hacer. Sentiste en ese momento como si hubieras tenido algo muy valioso en tus manos y lo hubieras despreciado. Ante aquel descubrimiento, te odiaste con mucho fervor. Si al final eras tú quien no le merecía—. Vas a necesitar algo mucho más grande —le dijiste—, al parecer soy más un desastre del que creía. Deberías estar un poco más enojado conmigo. Incluso te golpeé.
Incluso habías tenido el descaro de decirle que querías hacerle feliz apenas hacía unos minutos. ¡¿Cómo demonios es que esto te hacía diferente a todas las demás?!
—Ya sé que dijiste que no me disculpara, después de todo una disculpa vale poco sino puedes respaldarla... —Deslizaste lentamente tus brazos alrededor de su cuello. En realidad, era casi un milagro que todavía estuviera aquí—, pero lo siento, Urian. ¿Podríamos intentarlo una vez más?
————————
Urian:
Tu mano volviéndome a acariciar me transmitió un poco de esa felicidad que querías transmitirme.
Soy el mayor de los desastres porque ahora había conseguido que te sintieras culpable, cuando era justo lo que quería evitar, pero al fin y al cabo éramos dos criaturas con demasiados traumas y de pronto habían chocado todas nuestras inseguridades. Lo importante era que me veía con fuerzas de querer trabajar en ello, aunque aún había muchas reticencias que me asaltaban.
Me costaba pensar solo el en el presente, cuando tu vida estaba en juego, pero tú, al fin y al cabo, solo pensabas en que fuéramos felices esta noche y era yo el loco que se había puesto a pensar en rehacer mi vida y en muchos planes futuros junto a ti, cuando ni siquiera tenía garantía de que volvería a verte y siendo consciente de que más allá de mis inseguridades, el mayor problema en mis relaciones era mantener la intensidad de mis sentimientos a lo largo del tiempo con una misma persona, pero de nuevo, estaba precipitándome demasiado y sería mejor concentrarme en el presente, donde sí podía darte lo que me pedías.
Tú parecías tener miedo a no ser distinta que las demás, pero en realidad eras tú la única que me había provocado emocionarme y ponerme a pensar en un futuro lejano juntos y de esta forma tan prematura; no sabía si saber esto te haría feliz o te perturbaría.
Me incorporé y te atraje hacia mí, estrechándote entre mis brazos y apoyando mi mejilla en la tuya.
—Ya ha pasado. No le des más vueltas porque mi comportamiento no fue el más normal precisamente —te dije, llevándome la mano con la que me habías acariciado hasta mis labios y besé tus nudillos.
Aumenté la fuerza del abrazo e hice que me miraras a los ojos. Me gustaría decir que quedamos a la misma altura, pero en realidad tú eras más alta que yo.
—En realidad podrías tener a cualquier persona que desearas, y yo también soy condenadamente irresistible, así que somos muy ridículos por pensar que no estamos al nivel del otro. —Al menos, todo esto me había servido para ver cómo eras realmente. Te había sacado de tu actitud serena habitual y ahora ya sabía cómo debía comportarme contigo—. Todavía me cuesta asimilar que soy tan importante para ti y no entiendo de dónde has sacado una imagen mía tan alta, pero mis inseguridades vienen sobre todo porque me preocupa lo que pueda pasarte por estar conmigo. Tengo demasiados enemigos y provoco reacciones demasiado intensas en la gente, no me quiero ni imaginar qué te haría Irina si supiera lo que en realidad significas para mí... Pero me temo que ya es demasiado tarde para ocultarle a un djiin mis deseos. —Si Irina en estos momentos debía de estar frotándose las manos—. Así que al menos quiero que hoy disfrutemos, para tener algo a lo que asirnos. Porque ya hemos pasado por mucho, podremos con lo que sea que se nos venga encima, ¿de acuerdo? —Porque era más fácil no quebrarse y seguir luchando cuando teníamos una causa por la que luchar, aun sabiendo que nuestras probabilidades de sobrevivir eran escasas, aún imaginando todas las torturas imaginables que nos esperaban—. Pase lo que pase haré lo imposible para conseguir encontraros y estaré tranquilo porque sabré que tú también lo estarás haciendo, ¿de acuerdo? —Volví a buscar tu boca con la mía y te besé largamente, deleitándome en cada rincón de tu boca, en lo real que se sentía tu piel y tu pelo entre mis manos, mi respiración buscando acomodarse a la tuya—. ¿De acuerdo? Donde quiera que estés, te buscaré y estaré pensando en ti, en esta noche y en todos los momentos que compartimos juntos.
Seguí besándote hasta que me pareció oír un "de acuerdo". En realidad, ya a estas alturas no sabía si me había vuelto completamente loco y solo estaba delirando, pero se trataba entonces de un delirio muy agradable y prefería perderme en él.
—...Así que volvamos al momento en que te aprisionaba contra la cama y te besaba como nunca he besado a nadie y te decía que ahora que, por fin, soy libre —bueno, al menos metafísicamente, ya no tenía ningún amo ni superior al que servir— y no le pertenezco a nadie, quiero ser tuyo.
Había vuelto a quedar tendido sobre ti y mientras te decía todo esto, te iba sacando la poca ropa que te quedaba, mientras dejaba que hicieras lo mismo conmigo. Me embargaba una emoción y una excitación muy fuertes al estar a punto de dar el paso de solamente ser compañeros que tonteábamos mientras los demás a nuestro alrededor se empeñaban en creer que mis aspiraciones eran de paternidad, a estar realmente dentro de ti haciéndote todas las cosas infames que me incitaras. Si así te daba un motivo más para ser fuerte y resistir a lo que se te viniera encima, entonces no me arrepentía de nada.
Mi cuerpo acoplándose al tuyo se sentía muy bien, así como mis dedos cada vez más mojados por la humedad creciente que emanaba de ti debido a mis caricias cada vez más exigentes e invasivas. Tu respiración cada vez más entrecortada era todo lo que necesitaba para volverme loco, ya empezaba a notar la falta de sangre en la cabeza. La habitación a mi alrededor se desdibujó, todo parecía formar parte de un sueño, solo que yo no tenía sueños nunca y esto desde luego quedaba muy lejos de parecerse a una pesadilla.
———————
Tú:
En cierta forma esto casi se sentía como un accidente de trenes; quizá él tenía razón y habían sido demasiadas emociones, demasiado pronto. Sin embargo, estar con Urian te llenaba de tantas cosas que apenas cabían en tu cuerpo y vuestros corazones y espíritu estaban muy dañados, pero juntos, sabías que podíais sanar. "Juntos". No te habías atrevido a pensar en eso porque, incluso entonces, te había parecido una idea imposible, ridícula, pero no por eso te hacía anhelarlo menos. Tan solo... teníais que encontrar vuestro ritmo.
Y contemplándole mientras hablaba, decidiste que habíais tenido suficientes dramas y malentendidos por una noche. Asentiste, acariciando su espalda, y fue en ese instante que nunca más se había sentido esta noche como un sueño, susurrando tu respuesta en sus labios, bebiendo de él y de esa tenue esperanza la cual guardarías dentro de ti con una voluntad de acero.
—Te encontraré —alcanzaste a prometerle mientras te depositaba en el colchón y, esta vez, os desnudasteis el uno al otro por completo. En realidad, ninguno sabíais con certeza lo que os traería el futuro, sin embargo, todavía era muy temprano para creer que vuestros días oscuros habían terminado. Pero esto de aquí, era un rayo de luz al cual aferraros con renovada resolución—. Y mientras tanto, no dejaré que me dañen y que te dañen a ti. No van a volver a romperme, no importa lo que hagan. Así que no importa lo que te diga Irina sobre mí, no le creas. Hallaremos una manera. —No solo vosotros dos, Derain y Sarah también.
Esta vez, no fue una llamarada abrasadora la que te quemó entera, sino una flama ardiendo a fuego lento cuyo calor alcanzó también tu alma. Tus jadeos comenzaron a llenar la habitación mientras los dedos de Urian entraban y salían nuevamente de tu centro, todavía sensible por sus cuidados de antes, a un ritmo torturador. Ocultaste el rostro en el hueco de su cuello, tus uñas arañando su torso un poco desesperadamente mientras intentabas formular tus palabras y tu aliento humedecía el ambiente. Te mordiste los labios, y no sabes cómo, con las ondas de placer asaltándote violentamente en una última sacudida, alcanzaste a decirle con una serie de gemidos:
—Y yo te quiero a ti, Urian. —Y, entonces, víctima de todos esos sentimientos de anhelo que ansiabas transmitirle, besaste su pulso y mordiste y succionaste su piel dejando una prueba física de tu deseo por él, antes de seguir tu camino por su pecho con parsimonia, al mismo tiempo que le empujabas ligeramente hasta quedar sentados uno en frente del otro—. Piensa solo en mí —le dijiste, a la vez que te acomodabas cuidadosamente encima de él, sobre su regazo, y tus muslos aprisionaban su cintura. Podías sentir su dureza más cerca que nunca, y aunque apenas habían pasado unos minutos desde tu clímax, podías sentir como aquella cercanía hacía que te mojaras de nuevo—. Piensa solo en mí... —le repetiste y le tomaste entre tus manos, moviéndolas de arriba abajo por su largo a paso cadencioso y cada vez más impaciente, jugando con su punta, trazando círculos en ella, queriendo torturarle un poco tú también.
—Hazme tuya —susurraste y le besaste, atrapando sus labios como si pudieras así atrapar todos los sonidos producidos por su boca y hacerlos tuyos.
—————————
Urian:
Había hecho una jugada sumamente impulsiva y arriesgada, acaba de jugarme todas mis cartas de golpe a un único número, a riesgo de ganarlo todo o de perder definitivamente, porque se suponía que ésta era solo una noche para pasarlo bien y que tú, supuestamente, amabas al otro, etc., pero te quería para mí y en el fondo, me costaba creer que después de jugar sucio y avasallarte con mi intensidad, fueras a salirme con que amabas al otro idiota. Así que fui a por ti con todo porque incluso más que tú a mí, te necesitaba yo a ti; necesitaba eso a lo que aferrarme para no sentirme cansado y derrotado. Aun así, con mi suerte, siempre quedaba la posibilidad de que todo me saliera desastrosamente mal, así que cuando me dijiste que me querías, pude relajarme por una vez en mi vida y bajar todas mis guardias, sabiéndome victorioso. Tú me querías y te me estabas entregando, con eso ya podía ser feliz.
Me pediste que pensara solo en ti y eso hice, no es como si fuera capaz de pensar en otra cosa en estos momentos. Podía deshacerme de placer entre tus manos, feliz y victorioso, pero siempre había sido ambicioso, nos quedaba demasiada noche por delante y esto solo era el prefacio de lo que podíamos disfrutar juntos.
Además, yo también anhelaba hacerte mía con una necesidad cada vez más imperiosa. Nadie me robaba el aire de esta manera y salía impune. Nuestras caderas se juntaron más todavía y dejé que sintieras mi dureza presionar tus partes más erógenas y sensibles, todavía resistiéndome a entrar en ti, y matándote de ansiedad, impregnándome de tu humedad, de tu esencia, de ti. Yo también estaba sufriendo, y al mismo tiempo, gozándolo muchísimo. Eras estéril por tu sacrificio a la Inquisición, así que podía centrarme en sentir y dar placer, sin preocuparme por nada más. Mis manos nunca tenían suficiente de ti, mis dientes jugaban con tus pezones para hacerte gritar, y como resultado, tus uñas se clavaban más en mí y eso me gustaba porque quería sentirte lo máximo posible, tú atravesando mi piel y yo hundiéndome cada vez más en ti.
—Al final esos dados no me van a caer tan mal... —alcancé a decir en un momento que me despegué unos milímetros de tu piel para enseguida encontrar un cachito de ti que se había librado de mí todo este tiempo, pero no por mucho más—. Eres maravillosa... Me... me... —me detuve un momento, mirándote a los ojos, que estaban cubiertos por un velo de placer—. No sé qué iba decir —confesé aturdido por todas las sensaciones, tras que uno de tus movimientos me hiciera perder el hilo de mis pensamientos—. Que te deseo muchísimo y eres mía. —Para qué complicarme la vida.
Busqué su boca una vez más, solo que esta vez, sabiendo que se iba a tratar de una fusión muy profunda, mucho más que solamente un beso, y entrelazamos nuestras manos cuando finalmente me decidí a que fuéramos solo uno. Hacía muchísimo tiempo que no hacía el amor. Nunca había estado dentro de Nyla y las demás experiencias que había tenido durante mi encierro habían sido forzadas o de voluntariedad dudosa, y a todo esto se le sumaba que era mi primera vez contigo.
Entré en ti y el placer que me embargó fue indescriptible y para ti también tuvo que serlo, por cómo te arqueaste y te me aferraste con fuerza. Yo tampoco quería soltarte ni que me soltaras. Me asía a ti como si me fuera la vida en ello y no dejaba que mi esclava se apartara de mí. Nuestros cuerpos se habían fusionado y las sensaciones y emociones que salían de esta fusión actuaban como un bálsamo reparador de nuestras heridas espirituales... al menos me gustaría creer que tú también lo estabas sintiendo así. Tu piel contrayéndose alrededor de mí, con lo duro y sensible que estaba, me hacía delirar, pero nunca sin olvidar que estaba contigo, porque quería grabarme a fuego todas tus reacciones y quería darte también el mayor placer posible, así que todavía me rehusaba a perder el control... aunque parecías decidida a hacer que esto pasara.
—————————
Tú:
Aún entre el placer, conseguiste soltar una risa gozosa al oírle tropezar, mientras tu cabeza colgaba hacía atrás y te entregabas entera a él. No creías que nunca antes hubieras visto a Urian quedarse sin palabras; sabías que algunas veces se contenía por la forma en que dejaba que su mirada te atravesase, cargada con aquella abrumadora intensidad, pero siempre tenía algún comentario irónico (o hasta despreciativo) en mente. Por supuesto nunca habíais estado en una situación como esta antes, con él besándote sin compasión y tú con los pezones enrojecidos jadeando en su boca, pero eso no impidió la alegría que te inundó en ese momento se te desbordara por el pecho, por la punta de los dedos y los labios.
«Quiero conocerte aún más», pensaste incluso mientras entraba en ti y fue como si el mundo te diera la vuelta, patas arriba. Fue casi... como una revelación, sentirle dentro de ti. Como si nunca antes hubieras estado sola en tu vida. Como si te dijera que, si de él dependiera, nunca más tendríais que volver a estarlo. Que podíais seguir adelante. Y te abrazaste a él como tú tampoco lo habías hecho antes con nadie. Y en ese instante realmente fue como si no existiera el miedo, únicamente aquella gloriosa unión entre los dos que parecía quemarte por dentro como una purificación divina.
Él te embistió con fuerza y enterraste tus uñas en su carne, trazando tus propias cicatrices en su espalda. Apenas consciente del golpete de la cabecera contra la pared y el dulce aroma a excitación y sudor que os envolvía mientras intentabais a un ritmo frenético convertiros en uno solo. Podías sentir a Urian, quemándote, e intentabas casi desesperadamente adentrarlo aún más en ti. Tus muslos estaban empapados y ardían por el esfuerzo, pero tú querías, ansiabas, deseabas, necesitabas, sentir cada pulgada de Urian.
—Yo... —jadeaste, besando y mordisqueando sus labios. Tu pecho rozándose con el suyo, creando aún más fricción entre vuestros cuerpos ardorosos. Te contrajiste dolorosamente, gimiendo largo y amplio de placer. Y a partir de ese instante no importó lo que dijeras porque lo único que pudiste decir fue su nombre, una y otra vez, como una plegaria. Le apretaste con fuerza, querías sentirlo todo, hasta el final. Querías sentirlo correrse dentro de ti cuando por fin te llevara al borde del precipicio. ¿O era la redención? A este punto ya no estabas segura y no podía importarte menos; mientras fuera con Urian, irías a cualquier parte.
Al Cielo, o al Infierno.
———————
Urian:
Ésta es la historia de un ángel cuyo verdadero nombre era Remington Romeo... Nah, en realidad se trata de la historia de una mujer preciosa y maravillosa que se había echado como amante a un ángel trastornado que no sabía aceptar el amor, haciendo muchas cosas inmorales juntos.
*La siguiente pieza de altísimo valor literario no está recomendado para menores de... 69 años*
Tú, tan sensual con los muslos empapados y ardientes y los pechos hinchados y mordisqueados por mí, tan complaciente y tan entregada abriendo las piernas y flexionando las caderas tanto como podías; Tú, tan linda tú, tratando de enterrar mis viejas cicatrices que ya formaban parte de mi alma bajo tus propias caricias febriles. Eso era lo que habías sido siempre: una buena, muy buena esclava, siempre reprimiendo tus deseos y sentimientos, obedeciendo, fingiendo sumisión y esforzándote más por no decepcionar a los demás que a ti misma... Y ahora, por fin, dejabas todo eso atrás, por fin te sentías desatada y te dejabas arrastrar por la corriente de placer, añadiendo tu propio fuego... pero seguías siendo esa chica buena, complaciente y entregada a tu misión que siempre habías sido.
Me costó mucho hacer lo que hice a continuación, porque en realidad me picaba algo de curiosidad por experimentar qué se sentía al tener una sesión de amor convencional, con los dos llegando al clímax juntos, enterrándome profundamente en ti, totalmente abandonado a tus brazos con la esperanza de no tener que salir nunca de ti...
Y mi nombre saliendo desbocadamente de tu garganta una y otra vez era como una red que me liaba a ti...
Pero no estabas conmigo porque quisieras algo convencional. Deseabas a Urian el Infame.
Y por mucho que me tentara dejarme morir en ese instante entre las fuertes contracciones de tu carne, sabía que después de mí, podía llegar otro con unas palabras más bonitas y románticas que las mías y todo el esfuerzo que me había supuesto entregarte aquello que tantas veces me habían pedido y que siempre me había rehusado, quedaría reducido a polvo que el viento se llevaría, y por mucho que atesoraras con gran cariño el recuerdo de nuestro orgasmo juntos, otro podía llegar y taparlo, como estabas haciendo con mis cicatrices.
Así que me escabullí de tu interior y al hacerlo, sentí que me dejaba algo dentro de ti, pero lo hice igualmente. Busqué quedarme a la altura de tu rostro. Tú te incorporaste, empezabas a recuperar una brizna de cordura, aunque había mucha confusión en tus ojos.
Me recliné sobre tus labios y los mordí, apreté fuertemente mis dientes contra ellos hasta que sentí el sabor de su sangre. Mis manos reteniendo tus muñecas sobre el cabecero de la cama mientras mi pie trepaba lentamente por tu pierna y estimulaba el clítoris morado e hipersensible. Yo seguía presionando mi boca contra la tuya; no necesitaba respirar, pero tú sí y te sentía vibrar y estremecerte por los movimientos de los dedos de mis pies sobre tu sexo, y necesitabas gemir y expulsar aire, pero no te lo permitía; tus pulmones me odiaron, pero dejé que me suplicaran sin hacerles caso. Y encima, el fuego que ardía en tu interior, la hoguera turbulenta que yo había encendido, seguía ahí, torturándote con sus lenguas de fuego que quemaban, pero nunca del todo, porque el orgasmo que ansiabas y necesitabas era el que tenía que venir de tu interior y no de tu clítoris y, sin embargo, era del que te estaba privando.
Aguardé hasta el último instante para liberarte y dejarte respirar. Me sentía en realidad como un ser despreciable que no se merecía a alguien como tú, y es que sabía que lo era, pero aun así me rehusaba a que hubiera otro para ti por encima de mí y por incomprensible que me resultara saber por qué era así, contigo completamente vulnerable e indefensa mientras te recuperabas, yo sintiendo una oscuridad de origen misterioso fluyendo entre el fuego que me abrasaba en las venas, mi verga todavía dura y jadeante como signo de mi poder, así era como empezaba a sentirme como pez en el agua... Era como si un camino se despejara en mi mente en medio de tanta neblina.
Habíamos acabado en el suelo. Te acaricié el cabello de nuevo con ternura, si parecía un neurótico. Tu sexo y tu ano estaban brillantes, el aire de la habitación olía fuertemente a nuestra depravación. Pero aún pensaba en una perversión más.
Volví a colocarme a horcajadas sobre tu cuerpo de diosa sensual y esta vez me dejé enterrar entre tus pechos. Sabía que lo que necesitabas en realidad era el dichoso orgasmo que yo me empeñaba en guardar con recelo, siempre pareciendo que por fin iba a dártelo solo para volver a retirarme. Entonces, reparé en que estaban aporreando la puerta. Debían de llevar haciéndolo un buen rato, pero no nos habíamos dado cuenta hasta entonces. Tú me suplicabas que te lo diera de una vez, que ni se me ocurriera atender a la puerta sin concedértelo. Pero yo solo me sacudí contra el fuego de tus pechos. Los golpes en la puerta se intensificaron, iban a abrir, no sé cómo, pero iban a hacerlo. Reí infamemente de rabia y placer. Tus uñas me exigían, clavándoseme, que cumpliera con lo prometido.
—No... —respondí a tus demandas mientras te abrasaba con mi mirada, transmitiéndote mentalmente la imagen de lo que ibas a tener que hacer si lo querías.
La puerta se estaba abriendo, así que no te quedó más remedio que ceder y te llevaste tus manos hasta tu centro para terminar tú lo que yo me negaba a hacer, pero al final decidí acompañarte también tomando tus manos y guiándolas para que consiguieran explotar de una maldita vez.
—Lo que estábamos intentando comunicarles...—empezó a regañarnos una señora del servicio, que contemplaba con indiferencia el desastre que habíamos armado con la habitación, mientras yo jadeaba sobre ti, los dos desnudos en el suelo y mis dedos entre los tuyos muy dentro de ti—... Que el perdedor del juego tendrá un castigo y tú, señorito Infame, vas todavía por la casilla 2, así que ya estáis volviendo al juego.
¿Castigo? Tenía una erección del tamaño del cetro de Irina... ¿qué castigo podía ser más tortuoso? Me dejé caer sobre la alfombra mientras respiraba con dificultad. Me tentaba mucho volver junto a ti y esta vez hacerte el amor como una pareja normal, pero más me tentaba lo que quedaba de noche si dejaba esto como un pendiente para hacer en otra ocasión.
—Vistámonos. La próxima vez que nos veamos, te haré el amor y me correré dentro de ti, los dos al unísono. Si eso es lo que todavía quieres.
—————————————
Tú:
Las cosas se salieron de control de un momento a otro, como una espiral directo a las sucias e infames profundidades. Era como ser arrollada por la oscura corriente, impidiéndote resurgir y tomar una bocanada de oxígeno que tanto necesitabas. Urian estaba robándote el aire de los pulmones, literalmente, mientras torturaba despiadadamente tu clítoris. Podías saborear tu propia sangre en su boca. Y la desesperación era una creatura viviente en tu pecho, abriéndose paso a través de ti con garras afiladas.
Y tú necesitabas venirte. Era casi una necesidad física en este punto, pero Urian seguía atormentándote. Y querías rogarle y reclamarle. Y más aún, querías que siguiera llevándote aún más abajo. Ni siquiera estabas segura cuando fue que cruzaste el límite, pero te sentías tan excitada y estimulada y cubierta de vuestros fluidos que ya no te importaba absolutamente nada más que satisfacer este doloroso anhelo.
Y Urian parecía poseído mientras se masturbaba usando tus pechos y te contraías suplicante ante la imagen, pidiendo por más. Tomaste tus senos húmedos e hinchados entre tus manos y comenzaste a frotarlos de arriba abajo junto con su miembro, la fricción produciendo un sonido obsceno y lo caliente de su pene quemándote y haciéndote que te retorcieras mientras dejabas que una de tus manos pellizcara tus pezones de vez en cuando.
«Ahora, por favor ahora». Y era como si entre más te negara Urian aquel orgasmo, más lo necesitaras. Estabas ardiendo de deseo por él. Completamente fuera de ti y, al mismo tiempo, plenamente consciente de lo que Urian estaba haciendo. Le maldijiste, aún más cuando se atrevió a mirar a la puerta.
La puerta.
Estaban abriendo la puerta, pensaste en un lugar muy recóndito de tu ser. Uno que había sido completamente devorado por las llamas.
«Que nos encuentren», te dijiste, quizá incluso se lo dijiste a Urian, llegados a este punto ya no diferenciabas entre lo que pasaba por tu mente y por tus labios. No te importaba. Quien quiera que fuera que te hallaran ahí deshecha, gimiendo porque te follara y tocándote afanosamente, tus dedos hundidos en tu humedad, entrando y saliendo a un ritmo errático con la ayuda de Urian. Con esos penetrantes ojos azules absorbiéndolo todo.
—Ahí... ahí... Más duro. —Estaba tan cerca, tan pero tan cerca. Más intenso que todo lo que habías experimentado antes.
Cuando finalmente tocasteis ese punto, soltaste una maldición que sonaba a plegaria. Te dejó caer al suelo, sudorosa y solo parcialmente satisfecha. Sin despegar tus ojos de Urian, sintiéndote como si te hubieran arrollado. Tus sentidos apenas registrando que había alguien en la habitación con vosotros. No fue hasta que se marchó y recuperaste un poco el aliento que reaccionaste.
Soltaste una carcajada entonces.
—¿Te acaba de llamar señorito? —Volteaste a mirarle de reojo mientras reparabas en lo que había sido de la habitación. Estabas segura que la señora del aseo no os tenía mucho afecto—. ¿Después de que lo que vio? —Era extraño, en cualquier otra situación el hecho de que os pillaran te habría aterrado, pero ahora lo único que podías era sentirte liberada. Y algo excitada.
Rebuscasteis entre el desastre vuestras prendas, las cuales cabía mencionar estaban arrugadas (algunas más allá de cualquier enmendadura) y todavía húmedas. Urian ayudándote con tu ropa interior, deslizando tus bragas por tus piernas y pasando sus dedos nuevamente por tu monte de venus como un recordatorio.
—Ya no estoy completamente segura de que eso sea lo que quiero —admitiste, frunciendo el ceño, mientras terminabas de abrochar los botones de su camisa. Entonces, acercándote a su oreja y tomándola entre tus dientes, susurraste, mordiéndole con fuerza—: Puede que deje que me enseñes un par más de cosas infames, amo. —Le sonreíste, girándote hacia la puerta.
—————————
Urian:
Vestirte de nuevo era toda una prueba de resistencia a caer en las tentaciones, pero tenía un buen autocontrol, para bien o para mal. Al menos seguí provocándote todo lo que pude, aunque fuiste tú quien puso la provocación final, mordiéndome la oreja intensamente, tras habérteme acercado muy provocativamente y haciéndome sentir tu aliento muy cerca de mi nuca.
Te había gustado este viaje a las profundidades de la infamidad. No me sorprendía porque ya había intuido que te gustaría, pero siempre se sentía bien que me lo hicieran saber al tiempo que sentía una pequeña punzada de culpabilidad por corromper a alguien tan puro. Aunque no es como que lo sintiera mucho, viendo lo satisfecha que parecías y lo mucho que yo también lo había disfrutado. Entendía demasiado bien por qué a los demonios les gustaba ir corrompiendo a la gente...
Las personas como tú o yo no estábamos hechas para la gente buena. Fuimos inquisidores, ambos hemos perseguido y asesinado a muchos seres inocentes, mientras soportábamos estoicamente los trilladísimos discursos maniqueístas que nos soltaban la mayoría de las veces, como si eso fuera a cambiar nuestra resolución. Así que cada acto de bondad que nos restregaban a la cara, para nosotros era como un recordatorio de los terribles seres que éramos.
Por eso sabía que podía creer en tus palabras. Que pasara lo que pasara de ahora en adelante, tenía sentido luchar, para volver a estar juntos otra vez y esta vez, para siempre.
--------
Bueno, espero estar mejorando en escribir esta clase de escenas :3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro