Puertas
Lo primero que me recibió al adentrarme fue la penetrante mezcla de aromas que flotaba constante entre las paredes del local. Arrugué la nariz y caminé unos pasos. Desde que regresamos de España, evitaba pasar por allí para encontrarme con Saja. La combinación de fragancias me mareaba. Permanecer allí durante varios minutos significaba la aparición de un espantoso dolor en la nariz que siempre terminaba enfadándome. Además, como Saja acostumbraba a pasar allí la mayoría de su tiempo, los aromas quedaban impresos en su piel y en su ropa y ya no desaparecían. Tenía un olor peculiar; una mezcla de caramelo salado, pino y grosella que lo acompañaban allí donde estuviera. Su olor me desagradaba enormemente y me revolvía las entrañas. Y, más aún, me hacía recordar el dulce y delicado perfume a orquídeas de Jimin.
Que la puerta principal estuviera abierta sólo podía indicar que había alguien en su interior. Del fondo de la tienda emergía una tenue luz, casi imperceptible por la puerta entornada que la ocultaba. Mi objetivo se encontraba ahí. Avancé tan lentamente como pude, deslizándome con cuidado entre las sombras para no tropezar con ningún artículo. El local había progresado enormemente tras mi partida y ahora el joven de rizos al que la gente solía juzgar por su edad era dueño de dos locales más y poseía entre manos varios contratos de expansión. A la gente, al parecer, le gustaba que su casa oliera a Coco del Caribe o a Malvas Silvestres.
La claridad tomó terreno y me dejó ver por donde caminaba conforme me acercaba a la sala aparte. Ningún sonido hecho por la puerta al ser abierta delató mi presencia. Tuve que golpear la madera con los nudillos y carraspear para que alzara la cabeza y me mirara. Mi sorpresa fue recibida con sobresalto, pero, al ver que era yo, una gigante sonrisa le brotó en los labios. Con gestos silenciosos me pidió que me acercase para darme la bienvenida. Negó con la cabeza cuando vió que iba a tomar asiento en una de las sillas de la ofcina y, en su lugar, palmeó sus rodillas. Sin renegar, obedecí sus mudos deseos. Uns vez instalado, observé con molestia la viva llama de varias velas encendidas a la vez para alumbrar, que, además, clavaban su aroma en mi nariz como agujas punzantes.
—Creí que no te vería hoy —dijo. Su voz salió tan despacio y baja que apenas rompió el silencio.
—¿Te molesto? Puedo irme y volver en otro momento si estabas haciendo algo importante.
Negó con la cabeza y me besó la mejilla algo fría por la temperatura del exterior.
—En absoluto... Además, nada es más importante que tú.
Puse una mano en su pecho, deteníendolo, cuando fue a besarme. La escasa luz de las velas acentuó sus rasgos de forma casi terrorífica cuando hizo una mueca en respuesta a mi gesto. Aún así, percibí el intento que hizo de mantener la sonrisa y me estrujó contra él. Con una paciencia prodigiosa, esperó el golpe. Estaba seguro de que Saja no tenía ni idea de mi escapada por el bosque con Jimin, pero tampoco le hacía falta para adivinar el motivo de mi visita a esas horas. No era tonto. Había notado mi actitud escurridiza y reacia ante sus caricias y sus besos. Podía suponer que había estado esperando aquel día desde hacía tiempo y no me equivocaría.
El vínculo que mantuvimos durante todos esos años volvía complicada la situación. Me ponía en su lugar y me preguntaba cómo era que, a pesar de lo poco cortés que me había mostrado con él, siguiera a mi lado. Sabía la respuesta de buena mano. Sus motivos eran los mismo que los que me habían hecho a mí tener esperanzas con Yugyeom. Porque te ama, decía mi cabeza. No ser correspondido y no poder corresponder dolía igual. Me aparté un poco para mirarlo a la cara. Separé mis labios, listo para hablar, cuando él se me adelantó, siempre con esa sonrisa perenne que le aparecía al mirarme.
—Has crecido mucho, Jungkook... Aún recuerdo la primera vez que nos encontramos y las divertidas circunstancias que rodearon el acto... Te veías tan frágil e inestable, perdido en ti mismo, que no pude evitar acercarme a ti... Casi nos dejo caer a los dos una vez... Tengo la sensación de que hemos vuelto a ese momento, tan remoto ahora, donde ambos nos encontramos en la cuerda floja. Esta vez, sin embargo, temo que caigamos por mi culpa... —negué con la cabeza, preocupado por que Saja se culpase de todo cuando, en realidad, no existía ningún culpable. Su sonrisa se agrandó. Si no le hubiera conocido tanto, pensaría que estaría tomándose la situación como un chiste. Pero eso no era así. Sus labios se curbaban hacia arriba para crear un cuenco que contuviese sus lágrimas cuando éstas se derramasen. Podía notar la congoja en su voz cuando continuó—. Como he dicho, has crecido mucho... Soy consciente de que he constribuido en ese crecimiento y estoy feliz por ello... Pero ya no me necesitas más, ¿cierto?
Lo miré con la lásmita apoderándose de mi alma. Mis pulgares borraron dos de sus lágrimas cuando éstas se deslizaban fugaces por su rostro. Era inevitable; por mucho que me esforzara, de sus ojos se derramaba el agua sin cesar. Me limité a concluir cuanto antes aquella tortura que nos mentenía unidos.
—Así es... Gracias por estar conmigo en los malos tiempos y por ayudarme a ser quien soy. Una parte de mí siempre te pertenecerá, Saja.
El hombre explotó en llanto y yo acurruqué su cabeza contra mi hombro para que pudiera desfogarse a gusto. Le acariciaba el cabello y la espalda con intención de reconfortarlo, mientras escuchaba el ruido atronador de su corazón al partirse.
Juro por lo que más quiero que el rechazo puede oírse. No deseo nunca a nadie que pase por aquello que a ambos nos tocó experimentar en su momento. La sensación que se te queda cuando logras calmarte y recobrar un poco el sentido es de completa extrañeza. De pronto, te encuentras vacío. Si bien reconoces aquello que te rodea, tu interior se ha recolocado por completo, como si te hubieran arrancado tu pedazo más vital sin ningún tipo de reparo. El hueco se siente. Y, a pesar de él, el dolor te llena entero.
Al abandonar la tienda, la noche era del todo cerrada. Hacía frío y el aire corría con una violencia inhumana. Sentí la humedad en mi hombro y en el puño de mi chaqueta que había usado para secar sus ojos. Le había hecho daño a una de las pocas personas que había estado a mi lado cuando nadie más lo estuvo y aquello era inolvidable. Pero debía perdonarme en algún momento. No me martirizaría por ello toda la vida. Lo que había hecho lo hice por los dos, pues sospechaba que él, tan cegado por el sentimiento amoroso, se hubiera dejado azotar cien veces al día con tal de verme. Las cosas ya estaban hechas. Nuestros caminos se habían separado. La vela que Saja moldeó durante tantos años con cautela y dedicación había sido deborada por su propia llama que yo me había encargado de encender. Era lo correcto y necesario, me repetí un millar de ocasiones en mi cabeza. Pues al final, si las cosas hubieran seguido como estaban, nos hubieran hecho perdernos a los dos. Saja, consumido por el incurable malestar que desalienta el rechazado. Y yo... Yo me hubiera quebrado como el exoesqueleto de una cucaracha con la tóxica sensación del incomprendido.
Fui directo a casa. En antaño me hubiera dirigido a un bar para beber hasta perder el conocimiento o hasta que algún hombre dispuesto a la acción se hubiese cruzado en mi camino. Las manos me temblaban cuando introducí la llave en la cerradura. Me desvestí en silencio y me resguardé en el cálido manto que me proporcionaba la cama. La noche fue larga, igual que las demás, y me mantuve despierto mientras la penumbra gobernaba. No bebí ni fumé nada para tratar de librarme del pesar que me invadía; al contrario, me hice responsable del dolor que había infringido y de mi aflicción propia. Así, transcurrió la primera de las noches en la que su característica oscuridad no me atemorizaba hasta enloquecerme. Fui consciente de ella. La dejé llegar hasta mí y envolverme. En ningún momento se me ocurrió huir. No tenía motivos por los que hacerlo.
Me permití tomar una honda respiración cuando los primeros rayos del alba se filtraron por la ventana. Aproveché las dos horas que poseía hasta que el despertador sonase para hacer algo de ejercicio y leer un poco. El usual tono de alarma se dejó oír a las siete en punto. Fue su sonido, tan rutinario e imprescindible en mi día, lo que logró terminar de calmarme y me devolvió a la vida que, por fortuna, no se detenía ante cualquier mínimo desajuste, sino que continuaba ajena a los contratiempos de los demás y ayudaba a los desdichados a equilibrar su vida.
El tiempo no es médico, no lo cura todo. Es la voluntad de la vida y la recóndita esperanza lo que cicatriza heridas y cierra brechas que, en ocasiones, ellas mismas causan para sacarnos de nuestro tóxico afán por complicarnos.
Yoongi no iría a trabajar ese día y tampoco encontré excusas suficientes para molestarle en su único día libre al mes que sabía de antemano que pasaría con Chaerin y con el niño. A base de cafés y de lavarme el rostro con agua helada para despejarme, concluí mi turno. Pasé por el supermercado en el camino de regreso a casa. Calenté la comida precocinada que había comprado y me acosté. Apenas era medio día. Me desperté al amanecer del día siguiente con la misma melodía del despertador, las energías repuestas y unas inmensas ganas de mover mi cuerpo enrredado entre las sábanas. Jimin me contactó casi al final del día. El sol se deslizaba entre los edificios para intentar alcanzar el descanso que le proporcionaba el relevo de la luna.
Atardecía despreocupadamente en un día cualquiera de otoño en Busan, Corea del Sur, cuando me llamó para decirme que se encontraba en la entrada de mi edificio. Observé con la mente en blanco y una calma fingida cómo las nubes manchaban el cielo mientras esperaba a que subiera en el ascensor y llamara a la puerta. La luz doró su pelo cuando entró. Es cierto aquello de que no es oro todo lo que reluce. Resultaba que él, en su altura y complexión, poseía todo lo necesario para volverse más valioso que el mismo oro ante mis ojos.
Recuerdo que hubo un intercambio de palabras, pero no recuerdo qué se dijo. Como el piso era desconocido para él, tuve que guiarle hasta mi cuarto. Las prendas sobraban en aquella tarde de otoño. Mi estación favorita, sin duda. A partir de aquel encuentro, no tuve que esperar para envolverme en la inefable sensación de ver caer las hojas de los árboles, usar abrigos gruesos para combatir las rebeldes rachas de viento o leer en la calidez de mi hogar, con los pies apoyados en el radiador y el calor alegrándome el ánimo. No. El otoño se volvió parte constante de mi vida porque él lo llevaba en sus pupilas. Sólo necesité una jornada en la montaña y el asqueroso brebaje de Jimin para darme cuenta de que todos aquellos años atrás no importaban nada si yo lo desechaba de mi futuro.
Su fragancia me penetró en la nariz al tiempo que él colmaba mi alma. También hubo una mezcla de aromas –su perfume, mi champú y el suavizante de las sábanas– que no sólo se convertiría en el acompañante de muchos buenos momentos, sino que no me desagradó en absoluto. El diálogo que siguió al acto pleno y amoroso sí que lo recuerdo. Es más, muchas de las palabras que se pronunciaron residen hoy tatuadas en mi antebrazo.
Estando con mi cabeza apoyada sobre su pecho, escuchando la melodía que se volvería mi hipno personal antes de dormir, Jimin me acariciaba el pelo mientras yo me limitaba a mantener los ojos cerrados y soltar leves ronquidos, recordando con diversión la confesión que me había hecho apenas unos instantes atrás sobre el proyecto que llevamos a cabo. «En realidad, a ojos de la universidad, ese proyecto nunca ha existido —había dicho cuando le pregunté—. Era más bien una investigación personal... Te explico: es común que a todos nos haya pasado alguna vez ir por el campo o entre árboles, cruzarte con un desconocido y, si bien no establecieseis una conversación de lo más casual, lo más probable es que ambos os saludaseis aun sin conoceros de nada. Este hecho me zumbó en la cabeza un día y me pregunté porqué si las dos mismas personas que se cruzan en la naturaleza y se saludan, si se cruzasen en la ciudad ni siquiera serían capaces de mirarse con simpatía. Pues bien, creí que esto era debido a que en la naturaleza, al ser madre de todos, nuestros vínculos como seres vivos estaban amplificados. Con esto quiero decir que, de alguna forma, nos conectamos con los árboles, los pájaros, el clima... Y entonces nos resulta sencillo volvernos simpáticos con nuestros hermanos vivientes, mientras, en la ciudad, es imposible que sintamos ningún tipo de empatía con un coche o una pared, lo que nos aísla de nuestro vínculo interno y nos guía hacia la apatía... —hizo una breve pausa para permitirme reflexionar sobre su discurso—. Mi intención con esa escapada al campo era probar si tú, sin saber nada sobre el trasfondo del proyecto, podrías verificar lo que acabo de plantear... ¿Recuerdas que te pedí disculpas cuando te dejé en casa? Eso fue porque, como nosotros ya compartíamos un pasado y no demasiado alegre, he de admitir, creí que tu actitud sería del todo hermética y que tratarías de alejar tu vínculo de mí, pues sabía que pretendías alejarme... Así que me vi forzado a extenuarte hasta el agotamiento portando miles de pesados e inútiles trastos montaña arriba y, después, a manipular un poco tu cordura y sensatez... —aunque ya sabía la respuesta, le pregunté con curiosidad cómo lo había hecho—. El brebaje mineralizador, esa bebida tan asquerosa y amarga que tomaste, contenía unas hierbas afrodisíacas y algo tóxicas que, ingeridas en menor cantidad, hacen a la persona estar colocada. Son como drogas.» «¿Me estás diciendo que tú, el señor de la rectitud y la responsabilidad, el villano antisustancias nocivas, me has drogado para ultilizarme en tu investigación?» Jimin pareció muy nervioso cuando mi actuación de enfado expuso lo ocurrido con aquella brusquedad. Todo su cuerpo se relajó entonces en el momento en el que mis carcajadas inundaron la habitación y me las apañaba a duras penas para añadir un: «Muy ingenioso, Sr. Park».
Volvimos a adoptar una postura relajada una vez calmada mi risa y permanecimos en aquella posición varios minutos.
—Jungkook —mi nombre completo pronunciado por su voz, a pesar de que no era un apodo, estaba cargado de cariño. Profesé un pequeño gemido para indicarle que le escuchaba—. ¿Alguna vez en estos cinco años has pensado en retomar la universidad y terminar la carrera?
—Lo cierto es que sí. Lo tenía en mente cuando desembarcamos en Barcelona. Pero el bebé y el idioma extranjero terminaron por borrármelo de la mente y hasta día de hoy no me ha ido mal sin una carrera... Además —añadí—, la carrera de ingeniería no estaba hecha para mí.
Noté la risita de Jimin por el movimiento de su pecho y su abdomen desnudos. Sabía que me daba la razón. Decidí no proporcionarle más importancia al asunto. Y creí que él tampoco lo haría al permanecer varios minutos en silencio. Sin embargo, al cabo de un rato dijo:
—No llevas la ingeniería física en las venas, pero me alegro de que ingresaras en la carrera y nos reencontráramos, a pesar de que yo era tu profesor y eso dificultaba las cosas —se hizo el silencio—. En serio, Jungkook, no sé qué hubiera sido de mí si no era estar aquí contigo. No veo a nadie más que encaje tan bien entre mis brazos ni sea la llave de todas mis puertas...
Aquello último me hizo, para tristeza de ambos, desprenderme del calor de su cuerpo. Era cierto. Nuestra historia se resumía en esa simple dinámica de metáforas. De forma general, podría ser expresado de muchas maneras: las almas gemelas, los extremos de los hilos rojos, el horóscopo... Dos piezas del puzle entre millones que han sido hechas para encajar y no separarse jamás. Desde pequeño había sido espectador de un único amor: el de mis padres. Al no tener amigos y no ir a sus casas, creía como la única posibilidad que la relación superficial y basada en los servicios de mi madre y que mantenía a mi padre alejado de su esposa debido a su trabajo, era la regla, y la afectuosa y mutua relación de mis tíos, la excepción. Desde una temprana edad, la sociedad en la que vivía me tachó y me prohibió amar libremente. No había sido Jimin quién me había rechazado de aquella forma tan brutal, sino el asfixiante rompecabezas del mundo en el que se veía obligado a encajar. El odio de Taehyung hacia mí no se resolvió de otra manera más que quitándole la venda de los ojos que sólo le permitía ver mi orientación sexual y las etiquetas que vienen grapadas a ella. Todos dicen que el mundo espera demasiado de alguien para encajarlo a la fuerza en el único molde que se acepta, con el error de que el mundo, en constitución, no espera nada: somos nosotros quienes lo volvemos impaciente. A mí, Jeon Jungkook, me había costado tiempo y sufrimiento darme cuenta de ello. Tan acostumbrado estaba a la tortura a la que llamaba vida que, a la mínima muestra de cuidado, caí por Jaeyong, el capullo de mi exnovio que intentó sobrepasarse conmigo en aquella fiesta. Después, no mucho más tarde, le siguió Yugyeom. Por él rompí mi orgullo y mi moral y fui irrespetuoso con su pareja que muy poco se merecía el engaño de alguien como nosotros. Pero resulta que todas aquellas experiencias malas son las que terminan enseñándonos las lecciones más importantes. Un claro ejemplo de ello era el de mi amiga y una de las personas que siempre formarían parte de mi vida, Chaerin. Hubo una parte de su historia que se sumió en un pozo de lamentos cuando la verdadera cara de Chanyeon fue revelada y el hombre adoptó la faceta de villano. Mi admiración más profunda siempre irá dirigida a cómo mi amiga supo diferenciar entre lo eterno y lo menos relevante y, a aquello que estaba alterando su vida, le puso el nombre de «Capítulo» y lo guardó dentro de su historia en un lugar donde no le molestara en su rutina diaria, pero donde lo pudiera ver de vez en cuando para que sirviera de recordatorio y de punto de no-retorno.
Las cosas malas no deben ser arrancadas a la fuerza para deshacerse de ellas. Se deben cortar con cuidado y almacenar para, en la posteridad, volver a encontrarlas y poder comparar nuestra vida actual con nuestro yo de ese entonces. Es en ese momento, cuando ves si has crecido como persona o no, cuando ves hacia que lado se inclina la balanza de tu vida.
La mía había tendido siempre a tener más peso en el ámbito pleno y sentimental, más que en el terrenal y que consta de abundantes logros y hazañas. Y cuando Jimin no estuvo en mi vida, ese lado de la balanza perdió todo tipo de peso, volviéndose tan leve, que su propia ligereza me permitía flotar. Broté como una flor, desarrollándome mientras construía unos sólidos soportes que me permitirían seguir creciendo en altura y nunca más caer. Pero mientras más alto llegaba, sentía que había abandonado una parte circunstancial: la emocional. Así, en mi retorno a mi ciudad de nacimiento donde mis raíces habían comenzado a agarrarse mucho tiempo atrás, Saja había sido mi primer y último intento de desarrollar esa parte antes de aceptar la verdad. En las circunstancias en las que lo conocí podría haber sido llamado "heroe" de igual manera. Creo sinceramente que hubiera funcionado si no fuese porque yo ya poseía a mi héroe verdadero, aquél que siempre me protegería en sus pupilas otoñales mientras me acunaba entre sus brazos a falta de capa. Eso nos llevaba al último punto a tocar del desarrollo de mi vida, a la pincelada final de un cuadro revelador, a mí Jimin.
Mi guapo, inteligente y carismático Jimin, con su estilo ochentero y aquellas gafas de pasta negra. Me alegra asegurar que, años más tarde, aún seguiría conservando esa peculiar forma de hablar, con sus frases enrevesadas que me harían permanecer horas y horas escuchándole. La voz aterciopelada y firme, suficientemente potente para alcanzar los pupitres de la última fila y para sacarte de un sueño y meterte en otro. Algo que me encantaba de él era su capacidad para abrir su mente y permitirte entrar en ella. Y, aún así, nunca dejaba de sorprenderme. Como la vez en la que descubrí el piercing en su pezón con el que me divierto enormemente de vez en cuando. Debió ser el sonido de su risa o sus tiernas mejillas abultadas los que me hicieron prometerme que nunca me alejaría de él. Años después, puedo asegurar que eso sigue manteniéndose.
Colmado de reflexiones y algo agitado por todas las cosas que habían pasado en mi vida, busqué nuevamente cobijo entre sus brazos.
—¿Sabes qué? Tal vez vuelva a la universidad. Estudiaré Literatura Universal o Editorial... Me gustan los libros —alcé la cabeza y le miré con ternura—. Yo tampoco sabría decirte quién soy sin incluirte en mi descripción... Jimin, eres y serás siempre la llave a todas mis puertas.
Cuando no fuimos capaces de retrasar más nuestra separación, tuve que despedirle, no sin besarle apasionadamente hasta quedarnos sin aliento. Acordamos en tomar nuestra relación por donde la habíamos abandonado años atrás. Esta vez avanzaríamos, nos detendríamos a coger impulso si hacía falta, pero nunca volveríamos a separarnos.
El amanecer volcaba las primeras luces del día, mientras la ciudad comenzaba a desperezarse para entrar en su ajetreada rutina. Y mientras el mundo continuaba su marcha, yo me tomé mi tiempo en respirar y gozar de los recuerdos nostálgicos. Y tomé una decisión.
Sin titubear caminé de vuelta a mi cuarto una vez la puerta se cerró a mi espalda. Entré a la habitación, me acerqué al escritorio y abrí mi portátil. El sentimiento efusivo y frenético que guiaba cada uno de mis movimientos era indescriptible. Una motivación casi maníaca que me mantuvo concentrado durante los próximos meses. El sonido de la primera tecla al ser presionada me hizo saber que ya no había marcha atrás. Y, así, en aquella mañana de otoño de un día cualquiera en Busan, Corea del Sur, yo, Jeon Jungkook, comencé a escribir la historia de mi vida. Nuestra historia. Aquí la tienen.
Fin de esta historia. Gracias por llegar hasta aquí <3
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