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Nuevo

Si había algo que detestara de vivir solo, eso era hacer la colada cada finde de semana. Lavar, tender, doblar...y todo, ¿con qué fin? Si después de usar una prenda se repetiría el mismo ciclo interminable. 

Nunca agradecí a mi madre por todo el esfuerzo que suponía trabajar y llevar una casa sola. Mis padres siempre habían tenido un pensamiento antiguo en lo referente a los deberes de cada uno, y en mi casa no se cuestionó el hecho de que solo mi progenitora fuera la que cocinara, barriera y recogiera el desorden que mi padre y yo creábamos. 

Y era cruel, ahora tomaba consciencia de ello. 

Dejé el barreño con los trapos empapados en el suelo, secándome el sudor de la frente. La antigua lavadora que no sabía cómo había seguido funcionando hasta ahora no dejaba de derramar agua con espuma que hacía de los azulejos de mi cocina una trampa resbaladiza y mortal. Me quejé por lo bajo. Aquel día no había comenzado nada bien desde que al despertarme unas ruidosas palomas no me hubieran dejado volver a dormirme y me vi obligado a madrugar la mañana nublada de un sábado.

Mi única salvación de la transformación a muerto viviente fue un café. Como era de esperar, eso tampoco resultó exitoso. Si mi madre me advertía de pequeño que las apariencias engañaban, yo había sido una víctima más de aquel dicho, porque agregarle sal a la bebida en vez de azúcar no habían ocurrido de forma voluntaria, aunque la salinidad del café consiguió espabilarme.

Por último desastre en la mañana –aún eran las 9 a.m. y no sabía como terminaría el día con vida–, la lavadora se estropeó. Mi piso, con apenas unos 48m², no tardó en convertirse en una piscina de agua fría que fue lo que borró el sueño de mi ser, con la humedad calando hasta mis huesos.

Ese no era mi día de suerte. 

—¡Joder!— gruñí al golpearme contra un mueble en la cabeza, buscando trapos secos que usar para arreglar el charco de agua, cuando escuché el tono de llamada de mi teléfono en la habitación.

Dejé que la lavadora siguiera escupiendo agua a su antojo, total, si yo ahora debía adoptar un estilo de vida isleño no tendría ningún problema.

Suspiré aliviado comprobando que la marea no había llegado hasta mi cuarto aún y descolgué la llamada.

¿Qué tal durmió la bella cereza andante?—una voz cuestionó a través de la línea, refiriéndose a mi pelo. La reconocí de inmediato.

—Debe ser que aún no estaba lo suficiente madura, ha sido un desastre de mañana— lloriqueé.

¿Qué ha pasado?— Chaerin sonó preocupada y yo me apresuré en narrarle mis desgracias.

—Déjame mudarme contigo, no soporto más esta vida de ama de casa— supliqué.

Jungkook, si me pagaran por cada vez que me has pedido eso en el último año, ahora podría comprarme la tienda entera de vestidos que vimos el otro día— contestó exagerando, aunque sí era cierto que yo solía pedirle cada fin de semana, cuando me tocaba hacer las tareas del hogar, mudarme con ella—. Además, aún vivo con mis padres y sabes que ellos no llevan muy bien el tema de lo diferente...

—Sí, lo sé— torcí los labios.

Desde que conocí a Chaerin y nos fuimos conociendo con el tiempo sus padres siempre se habían mantenido impasibles conmigo. Me veían como una amenaza para su frágil e inocente niña a la que no observaban como una mujer. Y es que, por ese entonces, no conocían de mi orientación sexual, lo que llevó a mi amiga a darse cuenta de la verdadera forma en la que sus parientes la miraban y no como ella era de verdad.

Los padres de Chaerin no eran mala gente, sino que nunca habían tenido el suficiente tiempo para su hija. Su madre, una prestigiosa economista, acompañaba y dirigía las acciones que su marido y padre de mi amiga había heredado de su familia. La riqueza y fortuna de sus negocios los había mantenido ocupados viajando alrededor del mundo para expandirse y, en ese proceso, se habían olvidado del resto de su familia.

Chaerin siempre estuvo a cargo de una niñera, comenzó a estudiar varios idiomas a una temprana edad porque sus padres la querían como miembro partícipe de la empresa y necesitaban una traductora en el negocio. También, no se le permitió una educación común; en su lugar, estudió durante toda su infancia y adolescencia en una academia para personas con capacidades sobresalientes, de ahí su agilidad mental e inteligencia implacable. 

Ella era guapa, lista y tenía todo lo que desease al alcance de su mano. Toda una diosa, como yo la llamé en nuestro primer encuentro.

Pero si había algo que Chaerin aborrecía hasta ponerse roja de coraje, era que le dijeran que su vida era perfecta, y yo sabía el motivo de aquello.

Mira, te propongo algo— recuperó mi atención a través del teléfono—. ¿Qué te parece ir esta noche a Infinity? Buena música, bebida de todo tipo y algún muchacho inocente que te alegre el día, ¿Hum?

—¿Hora?— no lo pensé dos veces y ella rió ante mi tono animado. Aquella discoteca en el centro de la ciudad era un lugar que siempre se encontraba animado y los jóvenes disfrutaban sus madrugadas bailando entre luces neón y música de temporada.

¿Las 23:00 está bien?— asentí.

—Pasaré a recogerte.

Oh, no es necesario, nos vemos allí directamente—dijo. Su tono de voz y lo rápido que se apresuró en negarme ir en su búsqueda me hicieron sospechar.

—¿Vas a ir con alguien más?— me atreví a adivinar.

Quiero que conozcas a Chanyeol— admitió, segundos después.

Su sinceridad respecto al motivo por el que quería verme y lo que aquellas palabras significaban me pillaron por sorpresa. Respiré hondo, pensando en mis siguientes palabras.

—Veo que lo tuyo con ese chico va en serio— hice una pausa—. Está bien, nos vemos esta noche en Infinity. No me dejéis colgado— bromeé, porque aquella salida había pasado de ser una quedada de amigos para subirme el ánimo a una presentación formal con la pareja de mi mejor amiga, y había algo en mi interior que se mantenía inquieto.

¡Gracias! ¡Gracias! ¡Te quiero! ¡Nos vemos!— exclamó llena de felicidad y colgó la llamada.

Me reí poniendo los ojos el blanco. Chaerin muchas veces demostraba seguir siendo una niña pequeña y, en el fondo, eso me gustaba. Si sus padres no pudieron darle lo que se merecía, aquellas pequeñas cosas como ir a un parque de atracciones o jugar con muñecos, yo me encargaría de regalarle esos momentos. La quería.

Volviendo a la desgraciada realidad, giré sobre mis pasos regresando a la cocina. Se me mojaron los pies nada más entrar. Contemplé el gran charco de agua. Tenía dos opciones. Podía frustrarme intentando remediar el desastre de casa que tenía y agotarme recogiendo todo, o reírme de la desdicha y retarla. 

Hice lo segundo.

Sonriendo de oreja a oreja, aún con duda, derramé un bote de jabón en el suelo y me senté en él sin miedo a que la ropa que llevaba se empapara. Salpiqué con los dedos los objetos a mi alrededor, la situación ya no me parecía tan mala; al contrario, al ver las burbujas flotar en el aire, me vi reflejado en ellas. La composición del detergente actuaba como un espejo defectuoso y distorsionaba mi rostro cuando intentaba verme a través de las pompas. Carcajeé tan fuerte que pensé en la posibilidad de que mis vecinos llamaran a la policía, aunque no me importaba en ese momento. Seguí salpicando. Me levanté y me quité la camiseta para escurrirla. La espuma se me pegó por todo el cuerpo hasta fundirnos en uno solo y un poco de jabón se me metió en el ojo por accidente.

—¡Pica, pica, pica!— corrí a lavarme la cara descojonándome a tal punto que ya no sabía si lloraba por el escozor en el ojo o de risa.

Y no voy a mentir, me encantaba esa situación. Sentirme un loco que le baila a las desgracias de la vida.

Un niño, también. Uno que es tan pequeño que todo a su alrededor luce enorme e increíble y tiene tanta energía, dispuesto a comerse el mundo entero. Tan diminuto y tan grande a la vez, que se creía invencible; vivo.

Saciado el dolor espumoso, me ví corriendo por toda la casa –y eso que no era grande– hasta cansarme. Giré. Brinqué. Brillé. Sacudí cada problema fuera de mi cuerpo y tiré de la alegría como quien está pescando y trata de sacar a la superficie al pez en su anzuelo. 

Superficie. Aire. Libertad. 

Me sentí libre como un conejo salvaje. 

En el fondo, yo era similar a aquel roedor. Siendo controlado por el temor en ocasiones y huyendo de presas feroces como la física o el demonio que impartía aquella clase. Y familiar, eso también me representaba. Mi lado protector respecto a personas que me importaban y que sabía que, si en algún momento aquellos se veían amenazados, yo daría la vida con tal de salvarlos.

Encendí la televisión en carrerilla y salté sobre el sillón en el centro de la sala de estar. Velozmente, accedí a una emisora de radio donde comenzó a reproducirse Sail de AWOLNATION. Mi corazón latió emocionado. Canté aquella canción a gritos con la adrenalina y la felicidad combinándose de una forma peligrosa en mi sistema. 

Lastimosamente, sabía que, cuando todo parece ir increíblemente bien y te sientes en tu mejor momento, algo malo ocurrirá. Siempre. Una montaña rusa. Llegas a lo más alto y ya solo puedes caer en picado. No hay otra opción. Iba a caer.

• • •

—Bonito vestido— observé de nuevo el atuendo veraniego de mi amiga.

A pesar de ser otoño, el vestido turquesa con falda blanca y estampado de flores era corto, muy corto. El vestido de Chaerin no era precisamente de aquella temporada, pero no me preocupé de que pudiera pasar frío el resto de la noche.

El lugar frente a nosotros era una gran infraestructura cubierta por un techo y el eco de la música en su interior daba a entender que la gente se mantenía dentro animada, saltando y bailando, creando un ambiente que calentaba el cuerpo y alentaba el alma.

   —. Pero no tan bonito como la chica que lo lleva— me apresuré en decir y su sonrisa no tardó en aparecer.

—Tan galán como siempre, Kook— era su forma indirecta de agradecerme por el cumplido. Hice una reverencia, siguiendo la pequeña escena.

—Con usted siempre, bella dama— añadí—. Por cierto, ¿y el supuesto caballero que la escolta?

—Aparcando el coche, no tardará en venir. ¿Vamos entrando?

Asentí con la cabeza y el alto volumen de la música fue lo primero que me recibió. Tuve que parpadear varias veces, los rayos luminosos y las luces neón contrastaban con la intensa oscuridad del local. Un gran número de personas se encontraban bailando en la pista de baile, justo en frente de las escaleras de caracol que accedían a la zona VIP, donde parejas disfrutaban de un momento más íntimo entre bebidas y toques.

Sonreí ante la imagen.

No sabía exactamente cuándo, pero desde que comencé a asistir a fiestas en mi adolescencia sentía que aquel ambiente estaba hecho para mí. Los tragos, los movimientos compartidos  con extraños, el sexo de después sin ataduras... Me encantaba aquello: sentirse el centro de atención en tu propio mundo sin que nadie te estuviera mirando.

Avanzamos entre la multitud, impregnándonos con el buen ambiente. Cuando alcanzamos la barra de bebidas, Chaerin y yo ya estábamos moviendo el cuerpo rítmicamente.

—¿Qué van a tomar?

— Dos Gintonic y un Manhattan— mi amiga le respondió al barman, volteando su cuerpo para mirar a la multitud, sin necesidad de que yo dijese nada, porque ella ya sabía que yo amaba aquella bebida con nombre de ciudad.

—¿A Chaemeol le gusta el Gintonic?— le pregunté.

—Chanyeol— me corrijió—; y, no. Bueno, no lo sé.

—¿Entonces?— en ese momento nuestras bebidas llegaron y tan pronto como Chaerin las tuvo en la mano le dio un sorbo.

—Las dos son para mí— dijo, dejándome ahí, mientras se perdía entre la gente.

Yo me reí. Aquella loca chica de melenas marrones no había por donde cogerla. Era como un extraño puzzle al que no le puedes encontrar principio ni final. Cuando crees que ya has conseguido terminarlo, encuentras más piezas sin encajar.

Tomé un trago de mi Manhattan. El líquido resbaló por mi garganta y dejó allí un ardor agradable y conocido. Sonreí más ampliamente. La música estaba altísima, tanto que podría jurar que mis tímpanos se perforarían si permanecía allí unos minutos más, y las luces eran como pequeños cristales que rebotaban en mis pupilas, cegándome.

Y entre tanto caos, estaba sintiéndome muy calmado.

Me terminé la copa unos minutos después, caminando hacia el centro, ya cansado de estar parado. Mi cuerpo se sentía algo exhausto por toda la energía que malgasté en la mañana, mas tenía ganas de bailar, de flotar. No me dio tiempo a mover los pies cuando sentí un tirón en el brazo, encontrándome a Chaerin de frente y a alguien alto detrás suyo.

—Jungkook, te presento a Chanyeol, mi novio.

Si algún día por la calle me pararan para hacer una entrevista de cómo era el chico ideal de mi mejor amiga, entonces describiría a Kim Chanyeol. Su presencia se impuso ante mí sin la necesidad de intercambiar palabra alguna. Las proporciones duras de su rostro y la sensación penetrante de su mirada me hicieron temblar. Conseguí conservar el contacto visual y esconder el nerviosismo cuando su mano apretó la mía.

—Encantado, soy Jeon Jungkook— casi me tembló la voz.

Y, como si todo su físico, tan musculoso, alto y apuesto se contradijera con su personalidad, Chanyeol sonrió con un deje de simpatía.

—Es un placer conocerte al fin, Jungkook, Chaerin me ha hablado mucho de ti— su voz profunda revolvió mis entrañas.

—Vaya, espero que no haya dicho nada malo— solté una risa al son que él y no nos quedó más remedio que sucumbir a las peticiones de mi amiga que no dejaba de insistirle a su pareja para que la llevara a bailar.

Me sentí aliviado cuando se perdieron entre la gente. Siendo honesto, si Chaerin no lo hubiera encontrado antes, yo hubiera intentado ligármelo. Estaba bueno. Más que cualquier modelo o idol que hubiera visto hasta la fecha. Desgraciadamente, aquel bello chico ya había caído en las redes heterosexuales de mi amiga y yo no iba a intentar atraparlo.

Me giré hacia la barra y encargué un Wiski. Mientras esperaba, observé a Chaerin sonriendo, pegada al cuerpo del nuevo conocido. No pude identificar la sensación de vértigo que se instaló en mi estómago por un momento al ver la diferencia de altura entre ellos. Chaerin, siendo tan pequeña y delgada que cargar con ella en brazos era como llevar a un niño; Chanyeol, por el contrario, se componía de musculatura pura y su altura superaba el 1,85 m. Pensé que, si él quisiera, podría cogerla y llevársela a cualquier lugar y ni yo ni nadie podríamos detenerlo. Mi amiga siendo arrancada de mi lado.

No quise pensar más, no en eso, en la soledad. Aparté la mirada para beberme la copa de un trago. Al girar la cabeza, mi campo de visión introdujo una nueva figura conocida en mi radar. Lo observé quieto y me percaté de que sus ojos brillantes me miraban fijamente. A mí. Solo a mí. Y no sabía si fue por el alcohol, pero se me aceleró el pulso cuando lo vi acercarse y saludarme.

—No esperaba encontrarte aquí— fue lo primero que dijo Yugyeom—. ¿Has venido solo? 

—No, mi amiga y su novio están en la pista de baile— alcé la cabeza, señalándolos—. Aunque creo que esta noche me tocará hacer de sujeta velas.— Me encogí de hombros.

No esperé a que dijera nada más. Nuestras conversaciones se remontaban a pocas palabras y muchas acciones. Nuestras miradas hablaban. Nuestros labios se encontraban. Las burbujas que detenían el tiempo y nos alejaban de la realidad contenían miles de verbos que nunca se llegarían a escuchar. 

Por eso encargué otro trago –esta vez pedí la recomendación de barman– y me limité a mirarlo de reojo cuando se relamió los labios, dispuesto a decir algo más.

—Si quieres puedes venir conmigo— volteé a mirarlo—. He venido con unos amigos y estamos en una de las mesas en la esquina, ¿Te apetece que te hagamos compañía?

—Claro.

Lo intenté. Intenté no sonreír calado de ternura cuando él lo hizo ante mi afirmación. Resultó imposible. Lo seguí por detrás, memorizando cómo los músculos de su espalda por debajo de aquella camiseta gris se mantenían relajados, imaginando todas las marcas que deseaba dejar en su piel…

Llegamos a la mesa y reconocí a la mayoría allí. Los había visto pasear con el menor por la universidad, por lo que deducía que serían de primer año también. Los saludé y ninguno se vió reacio ante mi presencia, por lo que me sentí cómodo de inmediato y cada uno continuó su conversación de antes de que Yugyeom y yo llegáramos. Lo que se me pasó advertir fue que ella también estuviera allí.

—El baño de mujeres estaba lleno de chicas, tendrías que haberlas visto, todas rodeando a una que se encontraba llorando porque su novio la había engañado.

—¿Cómo se enteró?— Yugyeom envolvió con sus brazos la cintura de la chica que habló a mi espalda, dejándole un beso dulce en los labios que detonó en una sonrisa boba por parte de ambos.

—El novio se presentó aquí con otra y ella, que salía con sus amigas, los vio— su larga melena pelinegra se sacudió cuando se giró a mirarme—. Oh, ¡Hola! Soy Jisoo, la novia de Yugie. ¿Eres amigo suyo?

—Sí. Jungkook. Un placer— fui a darle la mano porque la culpabilidad de mirar a la cara a la persona que su novio y yo engañábamos no me dejó reaccionar de otra forma. Sin embargo, Jisoo resultó ser alguien que tomaba rápidas confianzas y me rodeó en un abrazo del que no pude escapar. 

Me ahogué en envidia y remordimiento sintiéndome la peor escoria del mundo los siguientes minutos. Rápidamente, ella se interesó por mí, respetando los limites de intimidad de quienes se acaban de conocer. Me contó sobre ella, dejando ver una imagen tan trasparente que creí que la conocía de toda la vida. Me constó seguir la conversación que empezamos porque mis propios demonios me atormentaban al enfrentarme a la imagen de Yugyeom con alguien más, pero Jisoo siempre se encargaba de que yo participara y no me sintiera excluido, y Yugyeom la seguía cegado por la idea de complacerla. La odiaba por eso.

—Amor, deberías contarle aquella vez que fuimos con tus padres de acampada y vimos a unos cervatillos nacer— le pidió él.

Amor, un apodo que había anhelado escuchar por su parte desde que lo conocí y que nunca se atrevió a pronunciar para mí. Sonaba tan bien saliendo de sus labios... pero dolía tanto saber que yo nunca sería aquel al que llamaría así...

Me mordí la lengua escuchando el relato de aquella escapada; recreándola en mi cabeza como si en el lugar de ella hubiera estado yo y ahora aquel bonito recuerdo nos perteneciera a él y a mí.

Y mientras más fingía sonrisas y requería al alcohol para borrar mi lucidez y olvidarme de todo, más me sentía morir.

Estaba falleciendo ahogado entre preguntas inalcanzables y el peso de la envidia.

En mi cabeza solo podía ver a Jisoo y preguntarme porqué yo no había sido mujer; oír su voz y compararla con mi tono grave; seguir el movimiento de sus manos, la forma de sus labios o el contraste de su sedoso pelo recubriendo su colorido rostro. 

Me cuestione si, algún día, yo podría ocupar el lugar de aquella chica, tener todo lo que ella tenía y ser feliz como ella lo era. 

Rogué en silencio por que en el futuro encontrara a alguien que me mirara como Yugyeom la miraba a ella; con deseo y admiración, pero sobre todo, amor. 

Y entre el enjambre de hilos que se iba apretando hasta asfixiarme en mi interior, reuní las pocas fuerzas que me quedaban en la noche y me despedí de ellos, diciéndoles que iría a buscar a mis acompañantes.

No lo hice. 

En su lugar, me deslicé hasta el servicio y vomité todo lo que había ingerido en el día. También la envidia, por supuesto. Despojé los sentimientos que se alejaron de mi cuerpo por mi garganta y respiré agitadamente cuando terminé. Sentí asco y nuevas arcadas al apoyarme en la taza del váter y comencé a llorar.

Lloré por la culpa, por todo lo que había tenido que contenerme para complacer a Yugyeom y tragarme las penas frente a él. Lloré enfadado, odiándome entero al ser como era y no lo que anhelaba ser. Y lloré de tristeza al saber que hiciera lo que hiciera yo nunca sería suficiente para él. Eso era la realidad que tanto me había costado disfrazar entre visitas nocturnas y palabras románticas. Lloré hasta que los pulmones se me desinflaron y necesité erguirme y respirar como último recurso de vida. 

Respirar para olvidar. Olvidar para seguir. Seguir… ¿Con qué fin?

Poco después –ya más calmado–, salí del baño. Eran las 4 a.m. cuando la brisa helada de otoño me acarició la cara, deshaciéndose de los rastros de lágrimas.

—Jungkook, ¿Dónde estabas? ¡Te hemos estado buscando por un buen rato!— Chaerin acudió en mi búsqueda. Me acerqué a ellos que se mantenían ambos parados en la entrada—. ¿Estás bien?— asentí sin ganas.

—Estoy cansado, creo que me iré a casa.

—Podemos acercarte en coche, nosotros también nos íbamos.— intervino Chanyeol, apagando el cigarro consumido entre sus dedos.

Negué en silencio.

Por mí y por Chaerin. Porque no pretendía arruinar más noches a parte de la mía y sabía que ellos no tenían pensado dormir todavía.

—¿Estás seguro?

—Sí, no os preocupéis. Id y llegad bien, ya nos veremos otro día— sonreí apenas, sintiendo el alma por el suelo—. Ha sido un placer concerté, Chanyeol, espero que cuides bien de ella.

—Lo mismo digo.

Nos dimos un apretón de despedida y recibí un abrazo de mi amiga antes de irse. Aunque no lo demostré, deseé que ella no se fuera y me acompañara a casa para seguir abrazándome y hacerme sentir que vivir tenía algún sentido a parte de causar sufrimiento. Sabía que hubiera sido peor, tenerla a ella, una mujer, cerca, después de lo mucho que yo me estaba maldiciendo en silencio por haber nacido. Me habría destrozado. Así que caminé en el vacío de la noche mirando al cielo y tratando de buscar consuelo en las estrellas, aunque mi motivo para evitar ver las suelas de mis zapatos era contener las lágrimas hasta llegar a mi departamento y allí quedarme tumbado hasta desaparecer.

Tal vez me tomaría alguna infusión para borrar el sabor del vómito de mi boca y más tarde me pondría a leer o escribir para evadirme del mundo. Yo solía hacer eso. Huir en vez de luchar. Esconderme de los problemas en lugar de enfrentarlos. 

No me importó nada que fuera casi de madrugada y me encontrase vagando por los barrios de la ciudad. Pensé que si llegaba a pasarme algo, sería incluso mejor. La presión en el pecho se amplificaba con cada paso, ya no sabía si retrocedía o avanzaba, sólo que caminaba en círculos.

Cerrando etapas de mi vida como el odio intenso hacia Jimin, yo había vuelto a caer en ese hoyo profundo que juré nunca más pisar. Era tan jodidamente vergonzoso mirarme al espejo y verme a la cara. Me ardían las venas de solo pensar que yo no había hecho nada con mi vida hasta ahora. Caminar, estudiar, graduarme e ir a la universidad, sí pero, ¿Qué había hecho yo verdaderamente por mí?

Cerré la puerta a mi espalda y me serví un té al que añadí algo de Ron. A veces, las personas estamos tan triste que nuestro único remedio para seguir adelante es dormir y dejar que el dolor se calme solo, aún teniendo la espina incrustada en el pecho. Dormir y perderse en un limbo del que nadie sabía nada con certeza. Volver a perderse hasta despertar en un nuevo día. Porque la palabra "nuevo" indica que algo ha cambiado, que hay una posibilidad creciente esperando a ser tomada. "Nuevo" significaba que no estaba roto, que no había nada que arreglar. La palabra "nuevo" me hacía ver el abismo que no podría acortar entre yo y el resto del mundo porque yo nunca volvería a ser nuevo. Estaba roto; unido con cintas y sellado a base de un pegamento que comenzaba a ceder, dejando los pedazos magullados de mi alma caer a mis pies. Otra vez. Como en el pasado. Y eso no era nada nuevo para mí.

Me froté la cara frustrado sin lograr entender cuál era la llave a todos mis problemas. Lo peor fue que me sentía completamente solo, sin nadie al que acudir.

La rendición al cansancio logró alcanzarme después de haberla evitado durante toda la noche y el amanecer daba paso al sol.

Me dormí sentado bajo la ventana de mi cuarto, negándome a recostarme en un espacio que había compartido con Yugyeom y en el que yo había apreciado la vida como algo más que una oportunidad; un camino al éxito. 

¿Pero qué iba a saber yo que me había visto como alguien fácil de enamorar y de romper; que seguí persiguiendo deseos inalcanzables y que continué preguntándome en qué idioma caía la lluvia?

Yo vivía en un jodido cuento de hadas del que nunca llegaría a ser el protagonista. Todos sabemos que solo los príncipes y las princesas son los que consiguen alcanzar la felicidad. Yo luchaba por algo que no tendría jamás: deshacerme de la soledad. 

Mi única manera para ello era ir de cama en cama, sintiéndome deseado, querido. Así que al día siguiente regresé a Infinity, No bebí más de tres copas antes de obtener una cuarta que alguien ya había pagado por mí, y me acerqué a saludar al chico que me sonrió cuando el barman me indicó de quién era. Una charla y dos copas más después me vi entre sus brazos, con su boca haciéndome sentir bien, entero, no cargando esa sanación de vacío cada vez que me miraba en el espejo. 

El sexo con desconocidos era la ganzúa para forzar la mayoría de mis puertas.





Aunque no lo creías, yo siempre trato q de cada capítulo se pueda sacar una reflexión de la vida, en este caso es el tema de la soledad y el miedo qué sueles tenerle las personas. A mi me encanta estar sola pérdida en mi mente.

Por otro lado, espero q estén disfrutando de este fic :3 No sé porque siento q esta cuenta podría llegar algún remoto día a ser el centro de acogida a corazones rotos, pero creo q eso queda aún muy lejos 😅

Agradezco mucho vuestro apoyo, en serio. Gracias por leer <3

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