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Mapa

Pasaron exactamente 17 días, 15 horas y 42 minutos desde que la señal de guerra se había instalado en mi cabeza. A partir de aquel día, las cosas estuvieron bastantes calmadas, o eso le quise hacer creer a Jimin. Durante las clases, me mantenía en silencio, atento a lo que decía y apuntaba en el pizarrón. Incluso llegué a saludarle amistosamente con la cabeza cuando nos cruzábamos por los pasillos. Le hice creer que aceptaba la derrota, que me quedaría callado aguantando la tortura que las clases extras de física suponían para mí. Para mí y para cualquier estudiante, claro.

Hoy era el día en el que comenzarían a impartirse esas clases y también el día del alzamiento de mi cuerpo armado contra el demonio de hebras cenicientas que tanto aborrecía ver.

Aquella mañana, por cuestiones de estudios, me vi obligado a levantarme antes de que el timbre de entrada a mi primera clase sonara. Era jueves, y por lo tanto tenía dos horas libres a inicios de la mañana.

Solía aprovechar los jueves para quedarme durmiendo o vaguear sin prisa por casa, con una taza de café humeante en la mano y una buena novela en la otra. Pero, como ya había dicho: tenía tarea que hacer. Un informe de tres folios sobre la historia de la ingeniería no se iba a redactar solo. Ojalá. Estuve la hora de antes de ingresar a mi primera clase –por desgracia de física– envuelto en el silencio mañanero de la biblioteca del campus.

Era un lugar amplio y tranquilo. Tan grande que la sala ocupaba un pabellón entero, dividido por unos jardines del resto de la universidad. Tenía un complejo antiguo, ordenadores de la década pasada y sillas chirriantes que causaban ruidos perturbadores al sentarte en ellas. Sí, definitivamente, mi lugar favorito en el mundo.

Yo era un gran amante de la lectura. Desde niño, mi único pasatiempo –a parte del piano– fue perderme entre historias ajenas que yo llegaba a sentir como propias. Amaba esa sensación. Perderse. Flotar. Navegar. Esa era la definición de lo que un libro causaba en mí.

En cuanto a tópicos, debo admitir que las historias policiacas de misterios eran mi debilidad. Era intrigante ver si la persona tras la creación del libro había podido desafiar al lector y haber jugado con él, enredándolo, intuyendo; demostrándose al final cuál de los dos fue el más listo al descubrir la incógnita del libro primero.

Al verme envuelto como amante de la lectura desde muy joven, conseguí desarrollar algo más de inteligencia –sobre todo emocional– que el resto de mis compañeros de clase. Para ellos tener un libro entre las manos era la peor tortura, un castigo. Sin embargo, un mando de la Play, para mí, creaba la misma sensación de extrañeza.

Como iba diciendo, amé los libros, los cuidé e idolatré como mismos dioses. Y, claro, como cualquier lector en esta vida, la pregunta que todos nos hacemos llegó a mí a la edad de 13 años:

«¿Y si escribo yo también?»

Oh, por Jesús. Si supieran cuántas semanas me encontré perdido en mi subconsciente por culpa de esa pregunta pensarían que tengo 40 años de vejez. Pero, al final, todos llegamos a la misma respuesta. «Sí, intentémoslo».

Como cualquier novato, el primer paso es plasmar algo de tu vida en papel, porque para nosotros somos el centro de atención de nuestro mundo. Nuestro personaje principal. Entonces, cuando nos damos cuenta de que nuestro día a día es la idea errónea para una nueva novela, cambiamos. Comenzamos a fijarnos más en lo que nos rodea con la creatividad agarrada de la mano. Imaginamos que, de alguna forma, sabemos todo lo que el mundo ve y piensa. Creamos historias de los transeúntes en la calle, del cajero en el supermercado o, incluso, ¡de nuestra propia tía a la que emparejamos con el cajero! Sí, los escritores novatos nos convertimos en auténticos delirantes al casar a una mujer de 57 años con un chico joven de una tienda.

Pero, saltando la forma de conseguir ideas, nos ponemos a escribir.

Existen rachas, momentos. Puntos en la vida de un creador de historias literarias que le obligan, inconscientemente, a desconectar del mundo y meterse en otro. Es algo que no controlamos, cuando nuestra emoción y ganas de plasmar una idea se agrupan en nuestro ser y hacen al corazón latir contento. Los minutos pasan y dan relevo a las horas. Las horas se van sumando, como aquellas personas que están sentadas en la parada del autobús esperando por el transporte. Se miran y, en silencio, se sientan unas al lado de otras, con un único objetivo en común: esperar. O, en el caso del escritor, redactar.

Recuerdo un verano en secundaria cuando, al no tener que madrugar al día siguiente, aproveché la visita de la inspiración y el tiempo libre. Corrí a mi portátil, lo encendí. Tecleé rápido, firme, con ímpetu. Solía poner música de fondo para narra cualquier historia que se me ocurriera pero ese día la excitación de las palabras no me dejó ni buscar un ambiente musical. Comencé a las ocho de la noche. El punto final del capítulo llegó a las 3 a.m. Todo un récord que me sentí orgulloso de batir.

Pero así como hay días que solo quieres sumergirte en el mundo de los personajes que tú mismo creas, otros muchos no eres capaz de entrar en él.

Existen muchos motivos por los que pueda surgir el bloqueo escritor: no encuentras inspiración, crees que tu obra no es original y decides reescribirlo, no eres capaz de entender a uno de los personajes por lo que narras una parte 38 veces sin acabar de gustarte ninguna... Y muchas, muchas, muchas más razones por las que tu libro favorito, sea cual sea, no se hubiera podido terminar nunca.

Porque que una historia termine es todo un logro, algo magnífico. Es como un nacimiento y una muerte a la vez. El escritor sabe que acaba de darle la vida a una historia pero que su sentencia de final está escrita también, sin margen a cambiarla. Porque las historias pueden tener continuaciones, pero nunca ser eternas.

Cuando yo comencé a escribir mi razonamiento era que tenía que plasmar hasta el más mínimo detalle. Los gestos, el entorno, las descripciones físicas, el olor... Ese fue mi primer fallo: describirlo absolutamente todo.

Hice un borrador sobre una idea de dos personas que se conocen a causa de un cachorro –en ese momento yo estaba aún con la euforia de haber adoptado a Dess– y se hacen los mejores amigos. Me pasé 4 horas escribiendo y una más corrigiendo los errores. Lo releí cientos de veces, cada una de ellas con una sonrisa en los labios. Era magnífica, perfecta ante mis ojos. Mi pequeño bebé al que admirar. Entonces, aún teniendo un poco de inseguridad en el cuerpo por el "qué dirán", se lo enseñé a mi maestra de literatura.

«Está bastante bien para un niño de tu edad, Jeon», me dijo, antes de añadir: «Sin embargo, si quieres mejorar, tienes que intentar quitar... Algunas partes». Yo le había entregado la redacción en un impreso de dos folios impoluto y ella se había tomado la libertad de llenarlo de correcciones en rojo y anotaciones. Eso me deprimió a la vez nuevas ganas por escribir y mejorar rugían en mi pecho, chisporroteando.

Volví a mi casa ese día sin despegar la vista del papel, leyendo y volviendo a leer lo que ella había escrito. Mi madre me preguntó qué era lo que tan absorto me tenía. Le confesé que era algo que yo había escrito y se interesó en leerlo. Se lo permití, tras haber corregido una gran parte de los errores que la maestra me indicó. Ella se tomó su tiempo en leerlo. Me miró con esos ojos castaños y le entregó la redacción a mi padre, quien también procedió a examinarla. Ambos estuvieron de acuerdo con la opinión del capítulo. Estaba "bien". Pero detrás de ese "bien" venía un "pero". Pero tenía que tratar de describir menos... Todo, porque sino resultaba aburrido.

Aquello me dolió, por supuesto. Entonces asentí en silencio, tomé la corrección de mi escrito y me apresuré en subir a mi cuarto para borrar cualquier rastro de la abominación que yo mismo había creado. No volví a escribir hasta casi tres años después.

He de admitir que, cuando mi corazón se rompió a causa de Jimin, seguí escribiendo en secreto, sin enseñárselo a nadie, como modo de curación. Parecía que, si me metía en la piel del personaje al que controlaba, mi propio dolor desaparecía.

Y funcionaba, porque gracias a ese mal de amor y a que a los 17 conocí la famosa plataforma de Wattpad, adentrándome en ella, ahora era una de las cuentas con más seguidores.

Aproveché el tiempo y la experiencia para crear y enseñar a otros; para advertirles. Me sané entre palabras y los corazones destrozados de unos personajes que yo había dado forma. Resurgí desde el silencio de una cuenta anónima hasta alcanzar el 1,8M de seguidores y más de 586M de votos en mis novelas.

Saber que personas desde diversas partes del mundo me leían, me conocían sin haberme visto, me daba esperanzas para seguir escribiendo.

Escribí un total de cinco novelas, con sus epílogos incluidos. Una de ellas, la primera, estaba dedicada en exclusiva a mí. Era la tirita a mis sentimientos. El frasco de cristal que contenía los pedazos de mi órgano esperando a ser reparado. El resto de historias solo fueron surgiendo. Siempre llevaba conmigo una libreta donde apuntaba cualquier idea, situación o frase que me interesase en mi día a día para plasmar más tarde en letras. Nunca nadie había leído esa libreta. Ni siquiera la gran mayoría de personas que conocía sabían sobre mi hobbie como escritor. Solo Chaerin, mi madre y Yugyeom. Nadie más.

El hecho de mantener mi incógnita era más un escudo para que no pudieran hacerme daño que solo un velo echado en la cabeza con el fin de que nadie pudiera reconocerme como el creador de esas obras. Porque siempre lo había pensado: escribir consiste en plasmar tu alma en palabras, liberar la esencia de uno mismo. Y era muy peligroso que alguien pudiera usar mis historias como arma.

Independientemente de las divagaciones que estaba teniendo sobre escribir, salí de la biblioteca para ir a clase. El aire fresco y los rayos de sol adornaban los jardines dándoles un aura destellante. Caminé sin prisa. Amaba contemplar cualquier cosa que quizás no todos tenían la capacidad de admirar. La naturaleza y las letras era algo fascinante, mas muchas personas las menospreciaban. No había malos pensamientos en mi cabeza, y mucho menos alguna presión molesta apretaba en mi pecho. Todo estaba bien. Al menos hasta esa tarde, cuando tenía pensado dar el primer paso en contra de Jimin y sus inútiles clases.

De repente, alguien detuvo mi avance. Sobresaltándome al tener la mente en otra parte, una mano firme tiró de mi brazo con fuerza cuando llegué a la esquina del edificio. Un grito escapó de mi boca, siendo ahogado por unos labios. Labios que conocía bien. Abrí los ojos en demasía, confundido.

—¿Cómo está mi galletita favorita?—preguntó con voz dulce. Yo fruncí el ceño.

—Mal. ¡Casi me matas del susto, idiota!—golpeé su pecho con fuerza, dándome espacio.

Yugyeom rio levemente, rascó su nuca aparentemente lamentando haberme asustado y sonrió de forma inocente. Y, sin más, al ver su expresión, cualquier pizca de miedo o sobresalto se evaporó de mi cuerpo. Un calor agradable inundó mi pecho en su lugar.

—Lo siento, Kook. Hacía tantos días que no te veía, que no te tocaba... Se estaba volviendo insoportable estar sin ti.

—¿No tenías pensado decirme que irías a mi misma universidad?— cambié de tema, tratando de que sus palabras dulces no me afectaran.

—Quería darte una sorpresa. ¡Me moría de ganas de ver tu cara cuando me vieses! Y, créeme, ha sido uno de los mejores placeres que me ha dado la vida— confesó.

Yugyeom volvió a reír cuando le golpeé de nuevo, esta vez en el hombro. Cuando se detuvo a mirarme, lo besé.

Mis sentimientos por el chico menor que me tenía entre sus brazos no eran una cosa para tomarse a la ligera. Porque enamorarse es eso, volverse invencible y vulnerable, fuerte e inestable. Enamorarse es entregarle tu corazón a un desconocido y dejarle llevarlo al cielo, como destrozarlo desde dentro. Enamorarse es, sin lugar a dudas, la droga más adictiva y dañina de todas. Yugyeom era mi sustancia adictiva.

—Yo también te eché de menos— susurré junto a su boca, con el peso de su cuerpo aprisionándome contra la pared.

El tiempo pareció dejar de importar cuando me besó de nuevo. Mis brazos al rededor de su cuello y sus manos sobre mi cintura, apretándome de una manera posesiva. Me vi gimiendo cuando su lengua rozo la mía y su rodilla, que se había abierto paso entre mis dos piernas, friccionaba en una zona peligrosa y excitante.

Hubiera dejado que me desvistiera allí mismo y me follara como solo él sabía si no hubiera sido porque estábamos en la universidad a plena luz del día.

—Yugie, alguien puede vernos— le recordé cuando sentí sus besos deslizarse por mi cuello, quemando.

—Pues que nos vean— fruncí el ceño, porque mis siguientes palabras pincharían aquella ilusión de amor que yo tenía, dejando una ventana abierta para que el humo que nublaba mi vista me dejara ver la realidad.

—¿Qué pasa si Jisoo o algún amigo suyo pasa por aquí?— Yugyeom, retirando sus manos de debajo de mi camiseta, se separó para mirarme, aparentemente molesto.

—Sé que se supone que tengo novia, y la quiero, pero no necesitas recordármelo cada cinco minutos, Jungkook— un atisbo de culpabilidad me pinchó.

—Sí, lo sé, pero es la única manera de detenerte y que sientes la cabeza— y era cierto, porque desde que conocí a aquel increíble chico yo había sabido que ya tenía una pareja.

Nunca me había gustado involucrarme con personas que ya mantenían una relación amorosa con otras. Era un código de normas a mí mismo que no quería romper bajo ninguna excepción. Pero llegó aquel menor de personalidad inocente y rostro de niño y tiró esas normas a la basura. Sin presión ni remordimientos. Solo cegado por amor. Aunque esos sentimientos tan puros que el pelinegro me hacía sentir seguían sin ser una excusa para engañar a su novia. Sí, porque Yugyeom no se había declarado gay ni bisexual en ningún momento de su vida. Él decía que yo era "su hermosa excepción". Algo que solo le iba a pasar una vez en la vida, como una estrella fugaz. 

Y aunque los astros fugaces fueran algo que trae bendiciones y deseos a quienes los ven, me dolía en el alma que Yugyeom me llamara así. Porque todos sabemos que las estrellas fugaces son algo pasajero, efímero. Solo las ves una vez y continuas tu camino sin esperar volver a encontrar la misma estrella de nuevo. Y yo deseaba pasar el resto de mi existencia a su lado. 

Tal vez Chaerin tenía razón y mi relación con él era algo imposible. No nos veíamos apenas y, cuando nos encontrábamos por los pasillos de la universidad, teníamos que fingir que éramos completos desconocidos para que nadie sospechara nada. Todos aquí sabían sobre mi preferencia sexual, pero con Yugyeom era diferente y él mismo me pidió no decirle a nadie nuestra aventura. Mantenerlo en las sombras. 

Ese hecho también me rasguñaba el corazón, haciéndome darle la verdad una vez más a mi mejor amiga que decía que el pelinegro me hacía más mal que bien. 

Y tal vez tuviese razón. 

Tal vez yo debía alejarme de Yugyeom y olvidarme de él. 

Quizás lo mejor era dejar de encontrarnos y tener relaciones. 

A lo mejor yo debía desenamorarme y seguir viviendo.

 Pero, sinceramente, no quería eso.

—Lo siento, no quería meter a Jisoo en medio—volví a hablar.

—No importa. De todas formas, tienes razón, estamos en la universidad, no deberíamos hacer...

—¿El qué?— le sonreí pícaro cuando no continuó la frase. Él me miró con una ceja alzada—. Hace un segundo estaba convencido de que ibas a quitarme la ropa y a demostrarle a la pared quién de los dos puede dar más duro— le susurré en el oído para terminar lamiendo su lóbulo.

Guiado por mis palabras, Yugyeom tomó mis muñecas, inmovilizándome. Sentí su respiración agitada contra mi boca, haciéndome sonreír ampliamente. Estaba excitado, sus pupilas dilatadas recorriendo cada centímetro de mi cuerpo me lo indicaban y la firmeza de su agarre en mis brazos me daba a entender que lo quería, que me deseaba.

—Hazlo, Yugie, tienes mi permiso.

—Pero estamos en un lugar público...Tú mismo acabas de decirlo, ¿lo olvidas?— sus palabras eran contradichas por sus actos, porque metió una mano bajo mi camiseta.

—No necesariamente tenemos que follar, hay muchas otras maneras de liberar frustraciones como esa— me referí a su duro miembro—. ¿Puedo?

Atrapando su boca tras un leve asentimiento por su parte, me aseguré de que nadie pasaba por allí y bajé mis manos palpando su cuerpo, delineando su torso por encima del jersey de lana color crema que llevaba puesto. No me reconocí a mí mismo cuando desabroché su cinturón y sentí mi cintura ser apretada con fuerza. Estaba nervioso y excitado, todo su cuerpo se estremecía ante mi toque y yo aproveché ese estado en él para hacerlo disfrutar un rato. Comencé a masturbarlo sin dejar de vigilar si alguien se aproximaba.

—Jungkook...— jadeó roncamente. Su voz en ese tono tenía el poder de mandar corrientes eléctricas intensas que punzaban mi estómago de forma placentera. 

—¿Te gusta, amor?— sus manos pasaron de mi cuerpo a apoyarse en el muro tras mi espalada para tener mas soporte. Se pegó más a mí, queriendo llegar cuanto antes, soltando jadeos y gruñidos cada que mi mano subía y bajaba a lo largo de su hombría, en un vaivén rápido.

—Por favor, no pares— pidió. Mordió mi cuello cuando el placer lo embargaba tanto que gemir era inevitable y trató de contener los sonidos en mi piel. Minutos después estábamos recolocando nuestras prendas de ropa en su lugar correcto – fue imposible que mi camiseta no se descolocara un poco– y escuchamos el timbre de entrada a la próxima clase. Suspiré aliviado tras despedirme del menor por ser una persona precavida y haber salido de la biblioteca con diez minutos de ventaja para no llegar tarde.

Ahora, a pesar del buen momento con Yugyeom, me tocaba ponerme serio, porque Jimin no era alguien fácil de tratar y yo debía atender a su asignatura por la próxima hora. 

Con la adrenalina circulando en mis venas –por una parte por Yugyeom y por otra, Jimin– me encaminé hacia el aula.




— Buenos días.

— Buenos días, Kook —Chaerin sonrió al verme—. Hace días enteros que no pasamos un rato juntos, ¿Haces algo esta tarde?

Me tomé mi tiempo para pensar en la respuesta. Ese día comenzaban las clases particulares de física, mas, si todo salía como lo habría previsto, mi tarde estaría libre. Le sonreí con seguridad a Chaerin.

— No, estoy libre para ti.

— ¡Perfecto! Entonces vámonos de compras, necesito ropa nueva para impresionar a... —alcé una ceja, curioso por lo que tenía que decir. Ella boqueó como un pez nerviosa, tratando de encontrar las palabras adecuadas para remendar su error. Ser una charlatana y dejarse llevar por la emoción a veces le pasaba factura a mi impulsiva amiga—. Tengo que impresionar a mis padres, ya sabes —continuó—, han vuelto hace poco de su viaje por Miami y hemos decidido ir a cenar el finde.

— Entonces busquemos el atuendo más arrebatador. Solo para tus padres, claro —Chaerin rio nerviosa y asintió en silencio cuando vio a Jimin entrar al aula.

Todos nos apresuramos en cantar al unísono un saludo al profesor que fue correspondido por su parte. Entonces, la clase dió comienzo. Y me extrañó que los ojos fulminantes del rubio estuvieran fijos en mí, con un semblante más serio de lo normal. 

Desvío su mirada para hablar.

— Verán, creo que son lo suficientemente adultos para saber lo que hacen, pero de vez en cuando hay que recordarles donde están al parecer —le escuchamos en silencio—. Jóvenes, se lo digo como su profesor y también como alguien que solo quiere su bienestar: No tengan encuentros inadecuados en lugares públicos como la universidad —sus pupilas avellanas me miraron de reojo. La sensación de ser empapado por un balde de agua fría me dejó helado.

¿Nos había visto? ¿Aquello iba por Yugyeom y por mí?

Involuntariamente, mi mano subió hasta mi cuello, cubriendo la zona donde el menor había marcado. Sentí mi temperatura corporal subir y teñir mi rostro de un color carmesí. Mierda, ahora mismo me sentía avergonzado por mi propio enemigo y lo único que había tenido que hacer era mandar una indirecta. Maldito demonio y su gran talento para controlarme. Aborrecía mi suerte y mi destino por haberlo puesto de nuevo en mi vida.

Los cuchicheos y miradas curiosas no se hicieron de rogar mientras yo trataba de esconder la cabeza entre los brazos como un avestruz.

— Sr. Park, si está diciendo eso, ¿significa que esas personas están en este aula? —alguien preguntó a mi espalda, recibiendo la atención del resto.

— No necesariamente, joven Lee. Me tomaré la libertad el día de hoy de ir recordando este dato en cada aula, así que no se den por aludidos si no han hecho nada malo.

— ¿Lo está diciendo porque ha visto usted a alguien? —otra chica más se sumó al interrogatorio.

Jimin se tomó su tiempo en responder. Contra más segundos tardaba, más me temía que iba a revelar todo.

— Sí, así es.

— ¿Quiénes son? —el profesor alzó una ceja ante la pregunta.

— ¿Para qué quieren saberlo? ¿Van a ir y a preguntarles cómo lo hicieron también? — todos se callaron—. Mientras ustedes no se den en esa situación, no tienen porqué preocuparse. Por esta vez dejaré pasar a los culpables, pero será la primera y última, ¿Entendido? — asentimos en silencio—  Bien, ya pueden sacar sus materiales, hoy veremos fuerzas y parábolas.

Suspiré aliviado cuando Jimin se puso a escribir en la pizarra, olvidando el tema anterior, porque ya me había visto encargando dos ataúdes para Yugyeom y para mí si mi madre se hubiera llegado a enterar del altercado. Sin embargo, no pude saborear demasiado el alivio al escuchar un susurro por parte de mi amiga.

— ¿Qué has hecho ahora, Jungkook?

— ¿A qué te refieres?

— ¡A la clara marca en tu cuello, imbécil! —exclamó entre murmullos y me reprendió, porque con solo mirarme ya sabía que yo fui una de las personas que el profesor había pillado infraganti—. ¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre hacerlo en la universidad?

— No lo hicimos de verdad, solo...

— ¿Me dirás qué no lo hicieron porque su polla no se metió en tu culo? —Chaerin exhaló con fuerza. No me quedó de otra que bajar la cabeza—. Jungkook, dijiste que dejarías de hacer esas locuras. Todo tu futuro está en juego si te expulsan, lo sabes, ¿no?

— Sí, pero... —la voz alzada de Jimin nos sacó del aura de susurros que nos mantenía ajenos a la clase.

— ¿Tienen algo que aportar a la clase, Sr. Jeon y Srta. Kang? —levantamos la vista para mirarle y su sola presencia creo pánico en mí.

—Sólo le recomendaba a mi amigo un nuevo tinte de pelo —con ese tono tan sincero e inocente, Chaerin se ingenió una respuesta que yo agradecí en el alma.

El rubio nos examinó de arriba a abajo, comprobando que le decíamos la verdad. La duda resaltó en su mirada y, cuando creí que mis oportunidades de librarme del endemoniado profesor se habían acabado con la advertencia de antes, giró sobre sus pasos, acercándose de nuevo a su escritorio.

— Dejen las recomendaciones para más tarde y apresúrese a copiar.

— Sí, Sr. Park —la castaña actuó con normalidad, acatando la orden. A mí me costó un codazo en las costillas de mi amiga para reaccionar y comenzar a tomar apuntes.

Ya no tenía claro si lo que tenía planeado para Park Jimin más tarde era lo que debía hacer o no. Él había apartado la vista de mi encuentro con el menor y no le encontraba explicación. ¿Para un chantaje más tarde? ¿Para que le hiciera las tareas de su casa? ¿Para amenazarme con arruinarle la vida a Yugyeom y que yo tuviera que mudarme del país y no volver nunca más, no ver a mi madre, ni a mi perro, ni a mi amiga, ni...?

Definitivamente, estaba divagando.

Una bocanada de aire profunda fue el remedio que expulsó cualquier pensamiento de mi cabeza y me centró en la lección de ese día. Las dudas se fueron dejando caer como las hojas de un árbol caduca en otoño, lejos de mi mente. Comprendí que Jimin no había tomado medidas antes porque era un profesor novato y no quería problemas con los estudiantes ni asuntos difíciles entre manos. Esa era la explicación más coherente que llegué a formular y me impulsó a continuar con el plan anti-clases-extras que ya tenía trazado y que fue puesto en prácticas al final de la hora.

Con un aire de fortaleza caminé hasta la mesa del profesor en el momento en el que el barullo de los estudiantes recogiendo sus cosas encubría el sonido de mis pisadas.

— Hum, Sr. Park.

— Dígame.

— Me gustaría comentarle un detalle acerca de la sesión de esta tarde —le tendí la hoja de papel doblado que tenía  entre los dedos. Jimin lo cogió, examinó el doblez con intrigación y se apresuró en mirar su interior.

— ¿Qué es esto? —cuestionó, cerciorándose de la dirección escrita en el folio.

Hora de poner en marcha el plan: La Y del mapa.

— Una dirección. Mi dirección. — Informé. Admito que fue una expresión adorable de admirar cuando su cabeza se torció a un costado en señal de duda y sus rígidas cejas tupidas crearon arrugas en su frente.

— ¿Su dirección? Tenía entendido que su hogar fue el que visité la vez pasada.

— No. Lo cierto es que vivo solo desde hace tiempo, tan solo voy a esa casa los lunes por motivos personales, nada más. El resto de día convivo en un piso en esa dirección —me referí al papel.

El rubio regresó su vista a las palabras y números que conformaban una dirección en un barrio residencial, cerca de las afueras de la ciudad. 

— ¿No está su casa algo lejos de aquí, Sr. Jeon?

— No es fácil encontrar un piso a buen precio y con un buen barrio hoy en día.

Jimin pareció sobre pensar mis palabras y mi modo de decirlas. Y me pareció también que había ganado la primera de muchas batallas contra el demonio rubio cuando tragó mi vil mentira y asintió, confiando en la información que yo le brindaba.

— Está bien, iré entonces a las 17:30 de esta tarde. Nos vemos.

Fue frustrante tener que retener un grito de emoción mientras le miraba a los ojos y le sonreía con sociabilidad tras haberle proporcionado al enemigo un mapa erróneo del lugar donde tenía que ir. 

Desde que Jimin se había presentado en la casa de mi madre hacía días con la propuesta de clases particulares, no había dejado de pensar cuál era la mejor opción para quitarle al profesor las ganas de verme o tratar de fastidiarme. La idea de guiarle al lugar equivocado y tenerlo dando vueltas frustrado por una tarde entera llegó a mí en el mejor momento, justo cuando me encontraba buscando con ayuda de internet una pizzería nueva en mi actual barrio. Era verdad que yo solo iba a casa de mi madre los lunes por el tema de dar las clases a Jongwoo y charlar con mi progenitora cada semana. Pero yo había conseguido mi propio piso años atrás, a diez minutos andando de la universidad y con un barrio tranquilo. Mi madre contribuía en el pago del alquiler a medias, mientras el trabajo de camarero que cada verano aprovechaba llegaba para cubrir el resto de gastos. No era muy grande, tan solo un pequeño estudio con vidrieras luminosas, un baño pulcro de mármol gris, una habitación y un salón con paredes en un verde claro que tenía acceso directo a la cocina. Práctico, simple y cómodo para una persona como yo. Y, además, barato, que era lo mejor de todo. Esperaba que, si todo salía según en plan, yo no tuviera que compartir mi espacio con Jimin.

Así que esperé a que el resto de la mañana se evaporara y se condensara a decenas de kilómetros, en forma de nubes. Regresé a casa –mi verdadero piso– con Chaerin para almorzar algo ligero y pasarnos el resto de la tarde de compras o matando zombies en las salas de recreativos del centro comercial sin ningún tipo de preocupación zumbando cerca. Terminamos la tarde con un par de shots de tequila en el bar de la plaza de la ciudad y nos despedimos una vez la luna nos hizo compañía para regresar a casa.

La pizca de azúcar del día lo añadió Yugyeom en una llamada tras entrar en mi apartamento para preguntarme por mi día y darme las buenas noches. No teníamos costumbre de hacer eso, mas mi corazón se sintió pleno escuchándolo quejarse del sustituto de su profesor de literatura porque, según él, lo ponía de los nervios usando un puntero laser. 

A veces la vida puede parecer tan bella que aprovechas para mirar atrás y ver todo lo que has superado hasta entonces; como te las has ido arreglando a lo largo de los años y las muchas decisiones y debates que tu mente y corazón te han hecho librar. Y es tan reconfortante ver las cosas malas como oportunidades que la vida te puso en medio para aprender, para saber valorar.

Y dicen que el ser humano tarda seis minutos en dormirse del todo. Cinco minutos donde entras en el trance de calma, sin estar despierto pero sin soñar aún. Como si hubieras llamado a un timbre y esperas a que Morfeo venga y abra la puerta para dejarte pasar. Y en el último minuto de los seis, recuerdas todo lo que has hecho en tu día antes de volverte polvo en el mundo real y viajar a tu subconsciente.

Bueno, mi subconsciente fue tan traicionero que, en ese último minuto antes de rozar la paz con la yema crepitante de mis dedos, mi conspiración contra el docente hizo equivocar al duende que da las pociones para dormir y, en vez de "sueño reparador" me dió la poción de "descanso frustrado por culpabilidad". O tal vez mi subconsciente solo trataba de advertirme lo que pasaría al siguiente día cuando viera al rubio en clase, porque lo dice mucha gente: si las miradas matasen, ya estaría con cinco puñales en la espalda.

Pero como en ese momento no era mañana, me dormí –aún con Jimin perturbándome–, y ya lidiaría al día siguiente con el rubio de bajos complejos y una mirada que hubiera sido condenada de asesinato en tercer grado. 

Daba realmente miedo, creedme.




























Cuando digo que preferiría ser un perro para no tener responsabilidades ni hacer exámenes, lo digo en serio :/

Espero q disfrutéis del capítulo como yo lo he hecho escribiéndolo, porque lo necesitaba, necesitaba escapar un rato de responsabilidades y agobios.

Así que esta es mi forma de daros las gracias <3 Espero vernos pronto de nuevo y no consumirme con las clases.

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